Los mellizos
Dos hombres extrañamente parecidos. Cada uno con su historia de soledad. Y una pasión incontrolable.
Un mes después de divorciarme, me fui a vivir al departamento que había habitado mi madre antes de morir. Primero lo hice vaciar porque me daba mucha tristeza encontrarme con las cosas que le habían pertenecido. Después hice sacar los pesados cortinados que impedían que entrara el aire y el sol. Ventilé los cuartos. Regalé algunos cuadros, pequeños muebles, adornos, la ropa y zapatos y muchos efectos personales. Pero el perfume de mi madre, esa fragancia que usaba desde hacía muchos años, persistió por un tiempo. A veces me despertaba creyendo escuchar sus pasos en la cocina. Lavando los platos o cantando bajito…. Me hacía mucha falta. Me había quedado bastante solo. Mi hermana que vive a ochocientos kilómetros de distancia se quedó con Leo el perro caniche, y mi cuñada se hizo cargo del gato y del casal de canarios que la vieja cuidaba con tanta dedicación.
Yo había vivido en ese barrio siendo soltero, pero eso había ocurrido unos 10 años atrás y al instalarme ahora, ya no conocía a nadie. Los viejos vecinos habían muerto o se habían mudado. Las antigüas casonas con techos de tejas a dos aguas, se habían convertido en edificios altísimos y lujosos ocupados por desconocidos. Ahora no conocía a nadie y yo en general, de joven, no había sido demasiado sociable.
Apenas me mudé, me tocó el timbre una gorda muy maquillada que resultó ser Mafalda Argentina Mercedes Isoldi de Chacón, más conocida como Mecha, mi vecina de piso. Primero miró todos los rincones. Después me observó de arriba abajo. Que parecido sos a la finadita me dijo. Tu madre era una Santa, Dios la tenga en la gloria agregó, persignándose sobre sus tetas enormes. Me siguió mirando. Creo que la gorda me evaluó “el pedazo” por unos segundos o así me pareció. Demostrando su bienvenida, y como buena vecina, me trajo un “tupper” con comida como para cuatro días: dos tortillas a la española con mucho chorizo colorado, seis milanesas, y unos buñuelos de acelga hechos por sus propias manos (regordetas y llenas de anillos) con uñas largas de color rojo sangre.. Me instó a comer. Se te ve medio flaco, me dijo. Me puso al tanto de los comercios del barrio, de los vecinos, de las expensas comunes, del administrador, de las últimas novedades. La gorda lo sabía todo y lo que no sabía, lo inventaba. Palabras de la propia Mecha Chacón. Soy una persona muy curiosa dijo y yo ya me había dado cuenta de eso y de mucho más.
Ella estaba al tanto, no sé cómo, que yo era divorciado y me contó que tenía marido pero que ya “no le funcionaba”, el tipo era impotente y no lo juzgo, con semejante hipopótamo por esposa. La gorda estaba “necesitada” pero yo me hice el tonto no fuera que Mecha, se me insinuara o se enamorara de mí. La gorda era enamoradiza, y lo sigue siendo y parece que le gusta el sexo a rabiar pero no consigue quien le saque el afrecho: ni aún pintándose como una puerta o vistiéndose con ropa provocativa y ajustada como un tamal amarrado o un matambre argentino arrollado. Cuando se fue dejó como un olor a perfume fuerte (Gardenias del Nilo” imitación de Air du Temps de Nina Ricci pero mucho más fuerte,. me dijo después) tan fuerte, que tuve que disimularlo con desodorante para baños. No se si la gorda se bañaba con agua y jabón, pero si que se echaba litros de perfume. Y dejaba sus vahos olorosos por el camino. Subías al ascensor y decías, oliendo semejante perfume: por acá anduvo Mecha Chacón.
A la noche me mandó al marido, el que no le servía, que resultó ser un hombre bastante mustio, pálido, demacrado, muy calvo con bigote escaso y muy miope, llamado Pedro Chacón (para los amigos Pacho).
Había un trabalenguas que repetían los chicos que vivían en el edificio que decía: Pacho Chacón, Pacho Chacón, es chueco y achacoso, y mucho chochea por culpa de la chancha de Mecha Chacón). La gorda lo mandó para que me reparara unos cables de electricidad y Pacho me recomendó al vecino de al lado para trabajos de pintura. No presté mayor atención al nombre del vecino de al lado y después me arrepentí, por lo que cuento enseguida.
El domingo a la mañana salí a comprar a la panadería de la esquina, y en el camino vi a un tipo parecido a mí, más o menos de mi edad, casi de mi estatura, pero con el pelo enrulado (el mío es lacio) lavando un auto viejo pero impecable, tarea que realizaba con todo amor. Llevaba puesta una chaqueta de gimnasia y unos shorts antigüos de esos tan sexys que vienen o mejor venían, bien cortos y redondeados a los costados y con un tajo, lo que permite ver bastante de las piernas: era un short como los de usaban los futbolistas a principios de los ochentas, y que uno veía en viejos partidos por TV: Pasados de moda y todo me volvían loco, y me calentaba muchísimo cuando veía a un tipo que los llevara. Me encantaba ver largas piernas de macho que terminaban en los principios de culitos blancos jamás adorados por el sol.
Cuando me vio, por poco me salpica con la manguera. Lo sorprendí por el parecido físico o lo atraje. Pero no le resulté indiferente. Pero no me hice ilusiones, porque le vi la alianza de oro en la mano izquierda Mientras me alejaba me dije, el tipo “entiende” tiene el ojito curioso y está muy “fuerte”, muy sexy, pero está casado. O sea que por ahí llevaba una doble vida o era un reprimido que mira, mira a cuanto macho puede, mira pero no toca. Cuando volví, todavía seguía secando el auto y escuchando un programa de fútbol en la radio. Este me parece que no “es”, si fuera puto no escucharía el fútbol por radio, pensé, pero que culo hermoso tiene, que lindas piernas tiene, y que bello pajarito debe tener entre esas piernas peludas. Pero nada más. Uno piensa cosas medio cochinas, pero las esconde en su fantasía. Nadie se entera y nadie se perjudica. Si, el macho ese estaba muy fuerte. Tenía un lindo culo. Y vivía al lado de casa. En el chalet de puertas celestes.
Con el tiempo, comenzamos a distinguirnos y a saludarnos. Los fines de semana lo veía trabajando en la casa: pintando ventanas, lavando el auto, arreglando el jardín. Siempre con poca ropa, aunque estuviera fresco, el físico esbelto exhibido a mis agradecidos ojos, la piel mate, brillante y semi- peluda, las piernas largas, las zapatillas usadas, grandes y algo deformadas. A veces con un cigarrillo en la boca, otras escuchando el partido de fútbol en su radio portátil.
Yo lo miraba con disimulo pero con cierto detenimiento: y al llegar a casa, tiraba la ropa y me hacía flor de pajas pensando en mi vecino. Me excitaba mal el hombre. Si estaba casado a la mujer nunca la vi. El hombre tan parecido a mi, me intrigaba, me excitaba, me calentaba, me atraía.
- Hola mucho gusto, soy su vecino del 2032, me dijo un día. Me llamo Valentín. Extendió su mano y cuando la rocé para saludarlo se me puso carne de gallina.
-Jorge, mucho gusto contesté, mirando sus ojos marrones claros brillantes y húmedos. (descripción de puto vio?)
Su mano se eternizó en la mía, o eso me pareció, mientras nos mirábamos cara a cara por primera vez. Dicen que hay momentos en la vida en que el mundo se detiene, y deja de girar, en el que los relojes se paran. También se te para la verga, pero eso es otra cosa.
-Tuteame, le dije. Creo que somos de la misma edad o por ahí andamos, agregué retirando mi mano que la suya había apretado.
Treinta y cuatro tengo yo, me dijo Valentín y me miró asi como se mira a un amigo que no se ha visto por mucho tiempo, asi como se mira cuando se busca seducir a alguien. Con intención. O así me pareció.
Treinta y cinco contesté yo. Sonriendo ya con cierta vergüenza. El me seguía mirando con sus ojos almendrados, rasgados, casi achinados.
- Perdoname que te mire así , dijo al final cuando ya su mirada había hecho desviar la mia, pero desde que te vi te encuentro muy parecido a mi , podríamos pasar por parientes. Primos lejanos.
- Si , como hermanos de leche , le dije yo para romper con un chiste el ambiente enrarecido.
El enrojeció, quizás avergonzado por algún pensamiento inconfesable y repitió “si como hermanos de leche”.
Me invitó a tomar mate algún día en su casa. Le respondí casi sin pensar si eso no le molestaría a su esposa. Me miró cambió la cara, se puso serio y contestó:
-Me dejó hace tres meses contestó mirando al suelo. Está soltero como yo dije para mí, y hace un montón de tiempo que no coge. Lo pensé pero no lo dije. Dos pensamientos vinieron a mi cabeza: la ex – mujer era una idiota para perderse a un machito así, y segundo, si ella no lo quiere, yo siiiiiiiii. Ay Valentín como te daría por el culín…..
Tenía que estrechar “vínculos” y por eso pasé por su casa “a tomar mate”. El mate es una infusión que se consume, casi a toda hora en la Argentina, Uruguay, Paraguay y Sur del Brasil. Se bebe en un recipiente, generalmente una calabacita reseca, con un bombillo que aquí se llama bombilla y una especie de té verde que se elabora con las hojas y algunos palitos de una planta autóctona: la yerba mate. Lo más gracioso de la ceremonia del mate, es que es muy erótica: se llena unos dos tercios de la calabacita con la yerba, se pone agua caliente pero no hervida, y se bebe chupando por la bombillla. En Paraguay se consume frío, y se le llama “terere”. A veces se le pone azúcar y otras se toma amargo. El chupar la bombilla, que es a veces de plata con incrustaciones de oro en algunos casos, de alpaca, de acero, y hasta de hueso, se parece mucho a chupar una pija. Claro la bombilla es más delgada y no es de carne. Pero cuando veo a alguien chupando mate, me hago a la idea que esta mamando una verga.
A Valentín le gustaba el mate como a mí, y me encantaba mirarlo cuando con su cara con barba de tres días, chupaba un mate. Por ahí a él le pasaba lo mismo cuando me cebaba uno y era mi turno de tomar.
Entre mate y mate hablábamos, escuchando música desde la radio que tenía encendida todo el día y quizás durante la noche. La radio era su compañía. Yo lo miraba y el también me miraba a mí : teníamos ese extraño parecido, es cierto, pero también creo que nos gustábamos. Si, no se ría, mi vecino me caía muy bien y yo creo que le alegraba los ojos.
Una de esas tardes entre mate y mate, esta vez en mi departamento, le pregunté cuanto me cobraría por pintarlo. Me pasó un presupuesto, y lo acepté. El lunes siguiente vino con un ayudante y comenzó a pintar mi casa. De día yo me iba a trabajar así que lo veía poco y nada. Mi empleada doméstica lo recibía cada día y le cebaba mate según me contó. Es buenito el hombre me dijo Rosalía. Yo lo intuía.
Cuando terminó el trabajo, le pagué y él me invitó a un asado en la quinta de su cuñado a unos 75 kilómetros de Buenos Aires. La hermana y el cuñado estaban de vacaciones en Brasil y el tenía que cuidarla. Usamos su auto, de modelo antiguo pero bien cuidado. En el camino varias veces nuestras piernas se rozaron y en algún momento su mano tocó la mía sin querer.. Se me paró la pija y traté de disimularlo acomodando la chaqueta sobre las piernas. El manejaba y me miraba de reojo y por momentos soltaba su pierna peluda contra la mía. Los dos íbamos en shorts. Yo no corría la pierna y el la mantenía ahí hasta que algún movimiento de la ruta la movía. A veces la humedad de su pierna caliente seguía en mi piel por un largo rato.
Llegamos a la quinta y el preparó un asado y yo la ensalada, y como hacía calor estuvimos todo el día en shorts y con el torso desnudo entrando y saliendo de la pileta de natación que quedaba en la parte trasera de la casa.. Mientras cortaba las verduras o ponía la mesa, lo miraba y lo comparaba conmigo: casi la misma altura, cuerpos parecidos, el quizás mas largo de piernas, espaldas anchas, muslos musculosos, piel tostada. Era más peludo que yo y tenía bíceps más desarrollados. El short le marcaba el culo y el bulto de maravillas y eso me calentaba todavía más.
Esa noche nos quedamos a dormir. La casa tenía dos dormitorios en el primer piso y uno en la planta baja. Primero estuvimos viendo una película tirados en el suelo y en shorts que no eran de baño. Hacía calor y había mosquitos, y él se sacó el short y quedó en slip. Era un slip gris , no demasiado pequeño pero que marcaba muy bien su bulto y su culo. Me dijo, ponete en bolas, que hace calor, pero yo no me quise sacar el short. ¿Que, tenés vergüenza? Preguntó. Yo sonreí y sin contestar seguí viendo la película y cada tanto le miraba el bulto, con cierto desimulo. En un momento me senté en el sillón con las piernas abiertas y el se quedó sentado en el suelo entre ellas.
La situación derramaba sexo por todos lados. Yo sentía que mi pija comenzaba a despertarse y poco podía hacer para esconder la excitación. En algún momento sentí su cabeza inclinada hacia una de mis piernas, y eso me hizo temblar. El, casi sin querer, movió su cabeza de arriba a abajo como queriendo rascarse el pelo y yo no me moví, temeroso que mi verga delatara la calentura que tenía. Luego se recostó más y quedó con su pelo en mi vientre y el solo sentir su calor en mi pecho me hizo perder la cordura. Apoyé mis manos en su pelo y comencé a tocarlo suavemente casi imperceptiblemente. Su cabello era sedoso, suave, fino, casi del mismo color que el mío, pero ondeado. En un momento, giró la cabeza y me miró a los ojos. Saqué mis manos de su pelo y él me dijo, no no saques las manos. Haceme masajes. Pero ya no fue igual, mi terror a que él descubriera en esa caricia mi calentura de puto, me aterraba. Más tarde se levantó y fue al baño. Allí me pareció que estaba al palo, y que su pija formaba una carpa en el slip gris.
Cuando vuelva lo encaro dije. A este le gusta la pija como a mí. O por lo menos está caliente conmigo, me dije. Pero ya no se sentó en el suelo, sino en el sillón a mi lado, compuesto y serio o así me pareció. Se había lavado la cara, humedecido el pelo. Olía a jabón suave. Se echó atrás pensé. Habrá creído que se había dejado llevar. La soledad, la cercanía de los cuerpos semi desnudos, la intimidad entre dos hombres que se conocen hace poco y que se llevan muy bien, el temor de equivocarse, de haberse confundido conmigo. Tal vez la larga abstinencia y la soledad. No lo sé.
Se sentó en el otro extremo del sillón y sentí que el ”momento” había pasado. Seguimos viendo la película los más separados posible. Tras un rato de decepción y de confusión, decidí correr el riesgo y sentarme más cerca de él , justo cuando en la pantalla ocurría una escena de suspenso, y nuestras piernas desnudas se tocaron y yo no retiré la pierna y el tampoco. Comencé a refregar mi pierna contra la de él y en un momento me pareció que él hacía lo mismo. Después nuestras miradas se cruzaron en la penumbra y pensé que era el momento de reiniciar la conquista: me acerqué aún más en el sillón hasta que nuestros hombros se tocaron, y él no se movió y yo le pasé el brazo por los hombros. El se dejó abrazar, y nuestros cuerpos se acercaron aún más. Tenía unas ganas locas de besarlo y abrazarlo, de acariciarlo, era una mezcla de ternura y cachondez: moría por tocarle la verga y los huevos, de chupársela, pero me contuve. El se dio vuelta hacia mí y me miró con pasión y luego acercó su cara a la mía, su boca a mis labios y nos besamos por primera vez. Qué lindo beso, pensé. Me voy a despertar si abro los ojos. Estoy soñando. Fue un beso largo, a boca abierta con mucha lengua y pasión. Te esperaba, dijo por fin. con una voz invadida por la emoción yo no supe que decir. Nos besamos. Pero no como en las películas porno en donde el beso parece darse solo en la boca como un prólogo del sexo.. Nos besamos por todas partes, por el cuello las mejillas, las orejas, los ojos, el pelo. Lamía su piel como quien trata de beber un brebaje mágico y le decía por lo bajo palabras dulces que el repetía como un eco. Le tomé al cara con las dos manos y lo miré: tan parecido a mi pero tan distinto: tan hermoso como sensible, tan apasionado como tierno. Este hombre es la persona que estuve deseando toda la vida, me ilusioné.. Soy quizás un puto iluso: todo me entusiasma, todo me genera ilusiones y sueños. La realidad luego me pega pero al menos dejénme creer que lo que pienso de Valentín es verdad.
Nos desnudamos y su lengua marco el contorno de mi pecho y la mía recorró sus abdominales marcados como una tabla de lavar, y lami su ombligo y sus pezoncitos y recorrí sus axilas húmedas como mi lengua inquisidora y el me quitó el short y yo le ayudé levantando el culo para que saliera. Me sacó las zapatillas y las medias, y me miró como descubriéndome, y nos abrazamos como dos náufragos a la tabla de su salvación.
Su pija era gruesa y grande y estaba dura, húmeda, anhelante, temblaba de deseo. Me la meti en la boca y la chupé con pasión y tomándolo por el culo, lo iba acercando aún más a mis labios para metérmela toda, para saborearlo hasta tener arcadas, para integrarlo a mi cuerpo desesperado, para darle placer. El gemía y gritaba, creyendo estar cerca del orgasmo pero yo tenía mi técnica y cada vez que lo veía al borde de acabar, dejaba de chupar hasta que el exasperado me la volvía a poner y me decía “cométela toda amor”.
Antes de que acabara me di vuelta y permití que él me la chupara a mí con nuestros cuerpos uno abajo del otro, mirando en distintas direcciones y él me chupaba con la misma fuerza y pasión con que yo lo hacía y yo me sentía totalmente sometido a su deseo.
Me lamió el agujerito por horas y yo hice lo mismo con él. Y cuando no podía más se la puse despacito , despacito, vestido con un forro lubricado finito que olía a fresas, y su culo era un túnel ardiente que invitaba a la aventura, a la pasión y a la desmesura, culo redondo y blanco , poco peludo, suave, culo para besar y hacerle el amor.
Bombeaba asi como en cuatro patas, hasta que el cambió la posición cruzando una pierna sobre mi hombro y yo lo pude penetrar mejor y hacerlo gemir y hacerlo gritar mi nombre y decirme que lo cogiera, que lo garchara, que lo culiara, que me lo tirara con locura y como soy muy obediente le di la cogida de mi vida. De eso hacen ya diez años. Nos seguimos amando, somos como un espejo el uno del otro. Muy parecidos como dos gotas de agua. Según me dijo la Mecha, en el barrio nos llaman “los mellizos”.
galansoy Mi primer relato en mucho tiempo. Espero les guste y lo valoren .Un abrazo de g.