Los mecánicos
Un automóvil descompuesto, una ruta desolada, un taller con mecánicos jóvenes: una combinación perfecta para una fiestita.
Los mecánicos
Esa mañana habíamos salido muy temprano, aprovechando el fresco matutino. Yo tenía que hacer unas entregas en una localidad del interior que venía postergando desde hace unos días, pero que ya no podía demorar más. La única alternativa que me quedaba era hacer el trabajo un sábado, cosa que me fastidiaba mucho. Pero entonces mi mujer me propuso acompañarme, y yo acepté complacido.
Llegamos al pueblo a media mañana, y aunque todavía la temperatura era agradable empezaba a notarse algo más de calor. Por suerte habíamos previsto esto, y nos habíamos vestido con ropas cómodas. Yo tenía un pantalón náutico y una chomba liviana, y Diana llevaba una remera con breteles y una minifalda, prendas que me encantan como le quedan porque resaltan sus estupendas curvas. Porque Diana es realmente bella. Tiene el cabello negro y ondulado que enmarca un rostro angelical, adornado con unos increíbles ojos verdes. Además, su figura es impactante: a sus veintiocho años tiene unos muy buenos pechos, un culo redondo y duro, y un par de piernas largas y estilizadas. Mi mujer es una muñeca, y aunque esté mal que yo lo diga, hacemos una buena pareja. A mí me gusta mucho el deporte, y la práctica constante y metódica me han dejado como recompensa un muy buen cuerpo que para nada delata mis treinta y dos años.
Terminamos con las entregas pasado el mediodía, y después de un almuerzo frugal emprendimos la vuelta. Por desgracia la ruta de regreso era mucho más solitaria que la que habíamos tomado para llegar, y debíamos transitarla un trecho largo antes de llegar a la carretera principal. Esto me inquietaba un poco, aunque supuestamente no había razón para preocuparse porque yo había revisado el carro la noche anterior y todo estaba en orden. Pero como siempre sucede, los imprevistos se dan en los lugares y en los momentos menos oportunos, y así fue como de repente el automóvil comenzó a fallar y se detuvo. Lo dejé descansar un poco e intenté arrancarlo nuevamente, pero todo resultó inútil. Para colmo de males el teléfono celular no recibía señal así que no había manera de pedir auxilio, y el tiempo se había descompuesto y amenazaba con llover de un momento a otro. Empezábamos a desesperarnos, cuando apareció un lugareño a caballo que estaba recorriendo sus campos y controlando la hacienda. El hombre nos ofreció su ayuda, y después de explicarle la situación nos dijo que había un taller a unos kilómetros de allí en donde los propietarios de los campos llevaban a arreglar sus maquinarias. Coincidimos en que lo mejor era que él le avisara a los mecánicos para que enviaran el remolque que tenían, y con esa promesa vimos partir a nuestra única esperanza.
El buen hombre cumplió su palabra, y casi media hora después vimos llegar el camión grúa del taller. El vehículo se detuvo junto a nuestro carro y de su interior bajó un muchacho de unos veintidós años, de pelo castaño y ojos claros, con una barba rala que le sombreaba el rostro. Era alto, con buenas espaldas y brazos nervudos, y el cierre del mono bajo hasta la mitad del pecho dejaba ver unos buenos pectorales.
El muchacho se acercó a nosotros, y después de saludarnos y presentarse como Luis le expliqué el problema. El chico me escuchaba con atención, pero cada tanto lanzaba miradas incendiarias a mi esposa que estaba apoyada contra el carro. Esto al principio me molestó un poco, pero debo admitir que siempre ocurre porque Diana jamás pasa desapercibida, y no hay tipo que no se la coma con los ojos. Muchas veces, cuando salemos de noche y mi mujer recoge por la calle esas miradas ardientes yo me excito mucho, e invariablemente cuando volvemos a casa lo follo como un animal mientras le digo toda clase de cosas sucias al oído. Ella se entrega absolutamente complacida al juego morboso, y goza como una perra en celo mientras alcanza orgasmos uno tras otro.
El muchacho intentó arrancar nuestro vehículo, pero tampoco pudo. Entonces lo enganchó con la grúa, y una vez que estuvo listo para remolcarlo nos invitó a subir a la cabina del camión. Así lo hicimos, y mi mujer se sentó en el medio del asiento y yo junto a la ventanilla. Durante el viaje Luis nos dio charla, y nos explicó que el taller había sido de su padre y de su tío pero que ahora el negocio lo llevaban los hijos, es decir él junto con su hermano Carlos y el primo de ambos, Santiago. Varias veces mientras hablaba, los ojos del joven mecánico se posaban en las piernas de mi mujer, y más de una vez cuando el chico llevaba la mano a la palanca de cambios pensé que seguiría de largo y la pondría sobre los muslos de Diana. A mi esposa no se le escapaba el interés que despertaba en el jovencito, y su vanidad de mujer atractiva que se sabe deseada la hacían moverse y hablar de una manera que me llenaba de celos y a la vez me calentaba terriblemente. Muchas veces, durante esas furibundas cogidas posteriores a los paseos le había dicho que me encantaría verla follar con otros tipos, y ella se retorcía de placer imaginando la escena. Sabíamos que era una fantasía, pero creo que de poder concretarla mi mujer hubiese escogido a un macho joven y bonito como el que ahora tenía a su lado.
Después de andar unos veinte minutos llegamos al taller, que estaba a unos metros de la carretera en el medio de la nada. Nos apeamos del camión, y mientras el muchacho desenganchaba nuestro carro aparecieron los otros dos mecánicos, también vestidos con monos. Carlos era bastante parecido a su hermano, pero un poco más ancho de espaldas y más velludo. Se notaba que era el mayor, aunque no debía tener más de veintiséis años. En cuanto a Santiago, debo confesar que me impactó aunque a mi no me interesaban los tíos. Era un tipo alto y morrudo, más o menos de la edad de Carlos, con unas espaldas y un pecho de atleta. Tenía el cabello negro muy corto y los ojos azules, y era bastante bien parecido (los tres muchachos lo eran, en realidad). Pero lo que más llamó la atención fue su aspecto de macho, de esos que hacen humedecer a las mujeres y dar envidia a los hombres (sobre todo si es tu esposa la que se humedece).
Los tipos se acercaron, y obviamente sus ojos se clavaron en mi mujer. Ella, claro, se dio cuenta, y si bien se sintió halagada por el interés de semejantes ejemplares también debió perturbarse un poco, porque se arrimó a mí y me tomó del brazo. Yo no pude reprimir mi orgullo al exhibir ese bocado que era mío, como diciendo " Niños, lo que ven aquí lo pruebo cada noche ".
Carlos y Santiago llevaron el carro dentro del taller, y apenas terminaron de entrarlo comenzó a llover. Los muchachos se pusieron a revisar el automóvil, y minutos después Luis se nos acercó y nos dijo que el desperfecto no era serio y que si queríamos podían repararlo enseguida. Obviamente asentimos, y mientras ellos se dedicaban a su tarea nosotros nos quedamos cerca de la puerta, mirando como diluviaba. En realidad, mis ojos estaban puestos en el paisaje, pero mi mente divagaba por otros lugares. Como siempre me sucede, la forma en que los tres muchachos habían devorado a mi esposa con los ojos me había excitado sobremanera, y una idea había empezado a rondar mi cabeza. Me acerqué más Diana, y tomándola de la cintura la apreté contra mí y comencé a besarla suavemente en el cuello. Ella lanzó una risita nerviosa, porque seguramente le daba algo de vergüenza saber que los mecánicos podían vernos. Entonces, hablándole al oído le pregunté si no le gustaría cumplir la fantasía de coger con otros tíos. Diana se rió pensando que estaba bromeando, pero mi verga empalmada que se notaba a través del pantalón liviano le mostró a las claras que no era broma. Se puso seria, y mirándome a los ojos me preguntó si estaba loco. Yo le dije que tal vez, pero que esta era una oportunidad única porque allí nadie nos conocía y los candidatos eran excelentes. Diana intentó separarse de mi abrazo, pero yo la apreté más hasta prácticamente clavarle mi durísima verga en el medio de su coñito. Entonces su mirada cambió, y me di cuenta que había entrado en el juego morboso. " ¿Estás seguro? " me dijo, y yo le respondí que sí. Entonces empecé besarla con más ardor en el cuello y la boca, mientras lentamente bajaba mis manos hacia su precioso culo.
Diana mantenía los ojos cerrados y jadeaba dulcemente, y yo estaba cada vez más empalmado.
De repente apareció Luis, seguramente para decirnos que la reparación estaba terminada. Mi esposa no podía verlo porque estaba de espaldas pero yo sí, y me di cuenta de la turbación del muchacho al descubrir un espectáculo que asumía no estaba destinado a él. Bueno, había que sacarlo de su error, y para ello comencé a levantar la corta falda de Diana, dejando al descubierto su hermoso culo apenas tapado por una minúscula braga blanca. Después clavé mis ojos en los de Luis, y mientras sonreía moví mi mano indicándole con un gesto que se acercara. ¡Ah, la juventud! La verga del muchacho respondió al instante, y en unos segundos la entrepierna del ajustado mono se abultó considerablemente delatando una erección de campeonato. Lentamente el joven mecánico se acercó y cuando estuvo a un paso de nosotros le tomé una mano y la apoyé sobre las nalgas de mi mujer. Diana se sobresaltó pero yo le susurré al oído que la fiesta había comenzado, y como respuesta ella gimió complacida.
Luis comenzó a masajear las nalgas de mi mujer, y su bonito rostro tenía la expresión de un niño con juguete nuevo. ¡Y vaya juguete!. Entonces Diana se dio vuelta, y tomando el rostro del jovencito entre sus manos comenzó a darle unos besos de lengua impresionantes.
No pasó mucho tiempo hasta que Carlos apareciera en escena, probablemente intrigado por la demora de su hermano. La escena lo dejó perplejo, sobre todo porque me veía a mí apoyado contra la pared sonriendo mientras me sobaba la verga que estaba durísima sobre el pantalón. Pero no tardó mucho en reaccionar y dejar su sorpresa de lado, y en unos segundos se ubicó detrás de mi esposa, le apoyó el paquete en el culo y comenzó a mordisquearle suavemente el cuello. Diana gimió, y sin dejar de besar a Luis llevó su mano derecha hacia la nuca de Carlos para indicarle que no se detuviera.
Estuvieron así durante un par de minutos, hasta que lentamente los hermanos comenzaron a arrastrar a mi mujer hacia el interior del taller. Antes de doblar hacía un sector que no se veía desde la entrada Diana se dio vuelta y me miró, y yo le sonreí complacido. Luego desaparecieron de mi vista. Yo me quedé en el mismo lugar sin moverme un rato largo, como para darles tiempo a que se acomodaran. Después caminé lentamente hacia el sitio donde debían encontrarse, y cuando los vi quedé fascinado.
Santiago estaba acostado de espaldas sobre una mesa de madera, sosteniendo a mi mujer por la cintura mientras le enterraba en el culo su enorme verga. Los nervudos brazos del hombre apretaban con delicadeza el talle de mi esposa, y el robusto mecánico movía rítmicamente su cadera metiendo y sacando su endurecida polla de las preciosas nalgas. Diana estaba acostada sobre Santiago, desnuda y con las piernas muy abiertas. Ubicado entre ellas, con la tranca completamente erguida y fuera del mono, Carlos le lamía el depilado coño. El muchacho reptaba con su lengua sobre el jugoso chocho de mi mujer, chupando con devoción la sabrosa almeja. Parado a un costado de la mesa, Luis le daba verga por la boca a mi esposa y le masajeaba con deleite los pechos. El menor de los muchachos jadeaba, y mientras con una mano recorría las turgentes tetas de Diana con la otra le acariciaba el rostro tanteando a través de la carne la protuberancia que su propia tranca formaba en la boca de mi mujer.
La escena era alucinante. MI esposa gemía, y mientras chupaba como desesperada la agarrotada verga del jovencito se retorcía ante las caricias de lengua que el hermano le prodigaba en su caliente cuevita. Pero lo que más me llamaba la atención era la pasividad con que aceptaba la terrible tranca que la estaba atravesando por detrás. Diana nunca me había dejado encularla, pero se ve que el grado de excitación al que la habían llevado la hizo ceder en esta ocasión.
Después de unos minutos Carlos dejó de lamer y se incorporó, y apoyando su falo que también era de considerable tamaño (debía ser un rasgo de familia) empezó a meterlo lentamente en el coño de mi mujer. Diana se quejó. Creo que nunca, ni en sus fantasías, había imaginado que tendría semejantes vergas ocupando todos sus orificios. Pero evidentemente estaba gozando como una perra, porque gemía como una posesa y arqueaba el cuerpo como la mejor de las putas, de esas que sólo se ven en las películas pornográficas. Además destilaba jugos por todos lados, porque la pija de Carlos salía cada vez más mojada de su coño, y en los pezones brillaban gotas de leche ante el constante masajeo de Luis. Indudablemente el muchachito también las vio, porque sin sacar su verga de la boca de mi esposa se reclinó y lamió los durísimos pezones recogiendo con su lengua las gotas de néctar.
Yo conocía bien el glorioso cuerpo de Diana y sus maneras de expresarse, y por los gemidos ahogados y los temblores sabía que estaba teniendo un orgasmo tras otro. En cuanto a mí, tenía la verga tan dura que me dolía, y tuve que liberarla de la prisión del pantalón. No quería tocarme, porque estaba seguro que al menor magreo iba a correrme.
Los hombres estaban tan enfrascados en su placentera faena que ni me vieron, y yo tampoco me hice notar porque no quería que nada alterase el momento.
Las vergas entraban y salían del cuerpo de mi mujer sin prisa pero sin pausa, y ella vibraba con cada roce de los mástiles de carne que la taladraban.
En un instante dado Luis miró a su hermano, porque seguramente anhelaba probar la dulcísima y húmeda cueva de Diana. Carlos comprendió el mensaje, y sonriendo accedió a cambiarle el puesto. Así Luis se ubicó entre las piernas de mi esposa, y casi con desesperación le hincó de una su enhiesta polla en el coño, arrancándole un quejido. Después empezó a bombear, golpeando con sus huevos los hinchados labios vaginales.
Mis ojos se regodeaban con el espectáculo, y mis sentidos disfrutaban cada uno de los movimientos que los actores ejecutaban en el cuerpo de mi mujer: Luis dilatando sin piedad su preciosa concha, abriéndose paso a través de la enrojecida e hinchada raja; Carlos bombeando con su verga en la boca, haciéndola babear y amenazando con ahogarla; y Santiago desvirgando ese orto divino, que de ahora en más quedaría listo para mí. Me sentía como en un sueño, y noté que la cabeza de mi tranca latía y rezumaba gota tras gota.
Entonces Santiago giró la cabeza y me vio. Sus ojos azules se clavaron en los míos, y una vez más me turbó su aspecto de macho fuerte y hermoso. Sin dejar de moverse dentro del culo de Diana me hizo una seña con una mano para que me acercara. Dije que no con la cabeza (ya tendría tiempo de disfrutar yo solo de mi esposa), pero él insistió. Obedecí, y caminé unos pasos hasta pararme a su lado. Entonces puso su mano sobre mis nalgas, y atrayéndome hacia él abrió la boca y engulló mi tranca hasta la raíz. Yo me quedé totalmente sorprendido. Nunca había tenido contacto sexual con otro tipo, y jamás cruzó por mi mente tenerlo. Tampoco esperaba que semejante ejemplar de macho tuviese gustos tan amplios. Pero en ese momento me sentía más allá de todo, y entonces sostuve la cabeza del muchacho entre mis manos y lo dejé chupar a su antojo. ¡Dios, que bien lo hacía!. Comprendí que la mamada dada por un hombre puede provocar más placer que la de una mujer, simplemente porque sabe por experiencia propia por donde deslizar la lengua y apretar con los labios.
Pero era claro que por mi grado de excitación no iba a poder contenerme mucho más, y finalmente mi verga estalló. Violentos trallazos, uno tras otro, salieron del ojete de mi tranca y fueron a dar directo a la garganta de Santiago. Y lógicamente, esto generó una reacción en cadena. El hermoso macho comenzó a gemir, y sin dejar de apretar mi verga con sus labios comenzó a inundar el culo de Diana con su leche. Miré a Luis, e imaginé que el hecho de sentir como latía la verga de su primo a través del coño debió ser demasiado para él, porque el muchachito también comenzó a correrse en medio de ahogados gritos. Carlos, estimulado por todo lo que veía y sentía no tardó mucho en acabar copiosamente, largando tanta guasca en la boca de Diana que parte escurrió por la comisura de los labios. Y ella, a pesar de que ya debía llevar como diez orgasmos, tembló de pies a cabeza y en medio de alaridos contenidos tuvo la corrida más espectacular que yo recordase.
Lentamente, los hombres fuimos abandonando los orificios que habían cobijado las vergas ansiosas de dar y recibir placer. Diana quedó agotada, y tuvimos que dejarla descansar unos cuantos minutos sobre la mesa.
Había dejado de llover, y era tiempo de marcharse. Le pregunté a los muchachos cuanto era el arreglo del carro, pero riendo me respondieron que ellos estaban en deuda con nosotros. Diana les regaló un último beso en la boca a cada uno. Yo me acerqué para estrecharles las manos, pero Luis y Carlos me abrazaron y Santiago me tomó por la nuca y me dio un beso de lengua impresionante. En otras circunstancias habría golpeado a quien siquiera lo hubiese intentado, pero después de lo vivido no había lugar para prejuicios de manera que correspondí el beso con ganas en medio de las risas y los silbidos de sus primos. Para ser sincero no me disgustó, y diría que me ayudó a apreciar las ventajas de la bisexualidad: nunca te aburres en una fiesta, pues siempre vas a encontrar a alguien con quien pasarla bien.
El sol se ponía cuando alcanzamos la carretera principal, y llegamos a casa a la medianoche. Nos acostamos y Diana se durmió rendida, pero al otro día nos despertamos muy temprano y rememorando lo acontecido follamos como nunca.
Desde ese día, cada vez que tengo que hacer entregas en el interior mi mujer me acompaña gustosa. A veces no es fácil, pero siempre nos las ingeniamos para encontrar candidatos dispuestos a repetir la experiencia que tuvimos con los mecánicos.