Los matones se metieron en la cama con mi madre
No nos lo esperábamos pero, por la mañana temprano, los matones del colegio se metieron en la cama con mi madre antes de que se levantara.
(Continuación de “LOS MATONES DEL COLEGIO HUMILLARON A MI MADRE”)
Aquella tarde, aunque escuchamos a los dos, a Chicho y a Edu, cerrar la puerta de la calle, no nos atrevimos a movernos hasta que pasaron bastantes minutos. Temíamos que no se hubieran ido y estuvieran esperándonos para torturarnos nuevamente. Sentados mi madre y yo en la cama, uno al lado del otro, completamente desnudos sino es por el fino tanga que me habían obligado a ponerme. Nos mirábamos en silencio, angustiados. Pasando los minutos, me fijé en las enormes tetas de mi madre que subían y bajaban al ritmo de su respiración y que poco a poco se iba tranquilizando. Mi cipote, sin embargo, crecía y crecía contemplándolas embelesado. Ella se dio cuenta al fijarse asustada en cómo mi miembro hinchado apuntaba al techo, obligándome a cubrírmelo, avergonzado, con mis manos, haciendo ella lo mismo con las suyas sobre su entrepierna y sobre sus pechos, aunque, dada la exuberancia de sus ubres, solo conseguía taparse poco más que los erectos pezones.
Fue en ese embarazoso momento cuando ella se levantó de la cama y, en silencio, se dirigió caminando despacio a la entrada de la vivienda. Mis ojos se dirigieron a sus hermosas y prietas nalgas, ahora encarnadas de tantos azotes que la habían propinado. Hubiera deseado amasar esos glúteos, incluso restregar mi polla erecta sobre ellos e incluso follármelos. Cuando desapareció por la puerta del dormitorio, a punto estuve de masturbarme, pero me contuve, temiendo que los dos sádicos todavía estuvieran escondidos en la casa.
Escuché cerrar el cerrojo de la puerta de entrada, así como pasar la cadena reforzando la seguridad de la casa. Merodeo mi madre por la casa por si todavía estuvieran escondidos, pero no debió encontrarlos ya que, pasados unos pocos, aunque exageradamente largos, minutos, pareció ella por la puerta del dormitorio donde yo estaba. Pero, ¡oh desilusión!, llevaba puesta ahora una fina bata, cubriendo sus lascivas carnes, y me anunció en voz baja, como si alguien más pudiera escucharnos:
• Se han marchado.
Se acercó a mí y me dijo para tranquilizarme:
• Tranquilo, hijo, no pasa nada.
Ante la enorme presión que había sentido, no pude contener mis lágrimas y lloré, abrazando a mi madre, cuya bata se abrió, y coloqué mi cabeza sobre su bajo vientre, cálido y húmedo, mientras ella también me abrazaba, abrazaba mi cabeza, llorando a su vez.
Poco a poco me fui entonando y mi cipote creciendo, por lo que metí mis brazos bajo la bata de ella, abrazando ahora sus caderas desnudas, pero, al agarrar con mis manos sus duros glúteos, mi madre, temiendo que mi estado de ánimo fuera ahora de deseo por sus carnes, se apartó de mí, cerrándose la bata por delante, diciéndome:
• No te preocupes, cariño, que no pasa nada. Tranquilízate. Ha sido un mal sueño, una pesadilla, pero ya hemos despertado.
Al verme más tranquilo, aunque todavía con una soberana erección oculta bajo mi mano extendida, me indicó:
• Voy a ducharme. Haz tú lo mismo, cariño.
Y salió del dormitorio, metiéndose en el cuarto de baño, cerrando la puerta con cerrojo. Era evidente que no quería que nos ducháramos juntos. Me vio, no como un niño, sino ya como un hombre en ciernes, que se empalmaba al ver a una mujer desnuda, aunque fuera su propia madre.
Yo también me duché, pero solo, en el otro cuarto de baño, y aproveché la ocasión para masturbarme enérgicamente, pensando en mi madre, en sus piernas, en sus tetas, en su culo, en cómo se la follaban y en la mamada que me había hecho. Era curioso ver cómo mi ánimo había oscilado del pánico al deseo, y del deseo al pánico, una y otra vez.
Al salir del baño, mi madre ya se había puesto un nuevo vestido, así como limpiado y arreglado todo. Parecía que nunca hubiera sucedido nada, aunque ella se acercó a mí, cogiendo el tanga que yo me había quitado, y me dijo dulcemente:
• Escúchame, cariño. No te preocupes. Tu madre lo resolverá todo, pero tienes que jurarme que nunca dirás nada de esto a tu padre ni nadie, que todo quedará entre tú y yo. ¿Me escuchas, cariño? Entre tú y yo. ¿Lo juras?
Asentí con la cabeza y ella me preguntó:
• Se llaman, Chicho y Edu, ¿verdad, cariño?
Asentí con la cabeza.
• No son de tu clase, ¿verdad, cariño?
Negué con la cabeza, añadiendo:
• Son del último curso, los más grandes de todo el colegio. Además han repetido varias veces, deberían estar en la Universidad.
• Ya me he dado cuenta de lo grande que lo tienen todo, cariño. ¿Sabes cómo se apellidan?
Continuó interrogándome y yo, sin quitarme de la cabeza lo grandes que tenían sus pollas, respondí negando con la cabeza.
• ¿Dónde viven?
• No lo sé.
• ¿Sabes en donde trabajan sus padres?
• Creo que alguno es farmacéutico o … quizá químico.
• ¡Los bizcochos!
Exclamó mi madre, asociando mi respuesta con el regalo que nos trajeron el pasado viernes cuando la drogaron para follársela, y se quedó pensando un rato, hasta que, mirándome, me dijo muy dulcemente.
• No te preocupes, cariño. Mañana te vas a quedar en casa y no vas a ir al colegio. Cuando vayas ya estará todo arreglado.
Por la cara que puse de compungido, mi madre dio por terminado el interrogatorio y se fue a hacer la cena, y yo a mi habitación.
No tardó mucho en llegar mi padre, preocupado como casi siempre que venía del trabajo, y se concentró en la cena y en la televisión, sin hacernos el más mínimo caso.
Aquella noche tardé tiempo en dormirme, recordando cómo Chicho y Edu se follaron y sodomizaron a mi madre y casi lo hacen también conmigo. Solo recordar el culo y las tetas de mi madre mientras se la follaban, hizo que tuviera una buena erección y que me volviera a masturbar. Finalmente me dormí profundamente, pensando que mi madre tenía todo controlado y que al día siguiente todos nuestros problemas se habrían solucionado.
Sin embargo, cuando estoy en lo más profundo de mi sueño, alguien me coge del brazo, despertándome, y me hace levantar de mi cama, llevándome casi en volandas fuera de mi dormitorio, por el pasillo hasta una puerta, que abren. Observo a mi madre en la cama, tapada con las sábanas hasta la barbilla y durmiendo. Alguien levanta las persianas y la intensa luz de la mañana invade el dormitorio. Tiran de las sábanas que cubren a mi madre y la destapan. Veo sus torneadas piernas desnudas así como sus bragas blancas. Lleva un ligero camisón de tirantes, recogido bajo sus nalgas. Se despierta sobresaltada y un joven completamente desnudo se sube a la cama. Se coloca a horcajadas sobre ella y, agarrando su camisón por delante, tira de él y lo rasga de arriba a abajo, mostrando los pechos desnudos de mi madre que, adormilada, casi ni reacciona. Agarra luego el joven las bragas de ella por el elástico y, tira de ellas, quitándoselas por los pies, dejándola, ahora sí, completamente desnuda. Sujetándola por los muslos, la abre de piernas, colocándose entre ellas. Echándose hacia delante, el joven restriega su verga erecta y congestionada por toda la vulva de ella, intentando penetrarla, pero, antes de que lo consiga, mi madre reacciona, chillando, y, empuja al joven, forcejeando con él, y haciendo que caiga de lado sobre la cama al lado de ella, que también colocada de lado sobre el colchón, pugna por no ser penetrada. Pero un tercero entra en disputa, el que me sujetaba a mí, que, dejándome, se sube también a la cama, tumbándose encima del colchón, al lado de mi madre, situándose a la espalda de ésta, que, sorprendida, no se lo esperaba y deja de luchar con el primero, mientras que el segundo, sujetándola por detrás, la penetra por el ano, aprovechando el primero para penetrarla por el coño. Sobrepasada, mi madre no sabe a dónde atender, y la sujetan los brazos y las manos, mientras se la follan con rápidas y enérgicas embestidas.
Las risotadas de los dos jóvenes que se follan a mi madre me devuelven a la realidad, haciéndome despertar de golpe. En ese momento me di cuenta que no era un sueño lo que estaba viviendo, sino que realmente se estaban tirando a mi madre. ¡Se estaban tirando a mi madre!
Eran Chicho y Edu los que se la follaban otra vez, se la follaban frenéticamente. Chicho, por el culo, la sodomizaba, mientras que Edu, por el coño, se la follaba.
La escuchó sollozar desesperada sin poder impedir que se la tiraran.
• ¡No, no, otra vez no, nooooooo!
Ella, que me había tranquilizado, que me había dado verdaderas esperanzas de poder librarnos de estos dos hijos de puta, estaba atrapada, la habían vuelto a ganar la partida, y, como premio, se la estaban follando, ¡follando y sodomizando!
Una sensación de amarga desesperanza me embargo y supuse que la sensación de mi madre era incluso mayor, ¡humillada, avergonzada, desnudada, follada y sodomizada en su propia casa, en su propia cama y delante de su propio hijo!
Al cesar las risotadas pude escuchar el repiqueteo provocado por los cojones de los dos tipos chocando con el cuerpo de mi madre y cómo se mezclaba con los resoplidos de ellos, y, poco a poco, también con los jadeos y gemidos de ella cuya vergüenza cedía lentamente al placer que la provocaban.
Encima de la cama todo era movimiento. Los balanceos de las caderas y las contracciones de las nalgas de los dos tipos convergían en el sexo y en el culo de mi madre, que, como un pelele, se desplazaba al ritmo que la marcaban las embestidas tanto de uno como del otro lado.
No sé quién se corrió antes, quizá Chicho, pero los dos matones lo hicieron, y, una vez hecho, Edu la soltó las manos y la dio un buen repaso a sus tetas, mientras que Chicho, al desmontarla, la propinó un buen azote en la nalga, dejando a mi madre inmóvil sobre el colchón.
La escuché sollozar, pero enseguida sus sollozos fueron ahogados por las risotadas de los dos tipos mientras se limpiaban la polla, uno con las cortinas y el otro con las sábanas, para ponerse a continuación unas zapatillas deportivas como única vestimenta.
Se fijó en mí Chicho y me ordenó:
• ¡Quítate la ropa, maricona! ¡Que queremos ver cómo tienes hoy el rabo y el culo, maricona!
Y luego a mi madre:
• ¡Venga, puta, tú arriba! ¡A la ducha, que estás hecha una guarra, una cerda, tan llena de esperma que das auténtico asco!
Asustado por lo que pudieran hacerme, no quise contrariarles y me quité en un momento la ropa, dejándola sin doblar encima de una silla y quedándome completamente desnudo.
Me miró Chicho la entrepierna con cara de repulsión, y yo, siguiendo su mirada, me encontré colgando mi miembro morcillón.
Mi madre tardó más tiempo en reaccionar y fue Edu el que, pasando sus brazos bajo el cuerpo de ella, la levantó en brazos de la cama y la llevó, sin encontrar resistencia, al cuarto de baño, depositándola de pies dentro de la ducha, abriendo a continuación el agua de la ducha, regando con fuerza el cuerpo de mi madre.
Agarrándome Chicho del brazo me metió también en el cuarto y, empujándome, me hizo entrar la ducha con mi madre, que agazapada, aguantaba sin rechistar el empuje del agua fría.
Recibí un fuerte azote en una de mis nalgas que me impulsó hacia la espalda desnuda de mi madre, empapándome así mismo del agua que salía de la alcachofa. Aturdido por la impresión, Intenté mantener el equilibrio y me agarré sin querer a uno de los grandes pechos de ella. Al darme cuenta de lo que hacía, me solté de inmediato como si quemara y escuché a Chicho ordenarme:
• ¡Límpiala, maricona, limpia el coño de tu madre, que está lleno de mierda! ¿No te das cuenta, no lo ves? ¡Está lleno de esperma y de mierda! ¿Quién se la habrá tirado, a la muy puta?
Cegado por el agua, no sabía qué hacer, pero reaccioné y cogí una esponja y un bote de gel que estaban en una repisa, echando parte del contenido de éste en aquella.
Lo primero que hice fue dirigir la esponja entre las piernas de mi madre, restregándola una y otra vez por el coño para subirla a continuación entre las nalgas de ella, restregando también ahí, dejando a mi paso un reguero de espuma que el agua borraba casi al momento.
Escuchaba las risotadas de los dos hijos de puta sin dejar de pasar la esponja que me incitaban con sus gritos:
• ¡Eso, eso, maricona, límpiala bien el culo y el coño! ¡Que tiene que estar bien limpio y reluciente para nuestras pollas!
Obediente me esmeré en limpiarla, pasando varias veces la esponja por sus aberturas, sin dejar de escuchar en ningún momento las carcajadas de los dos tipos.
• ¡Las tetas, las tetas! ¡No te olvides de ese par de tetazas! ¡Límpialas, límpialas ¡ ¡Que brillen y reluzcan como el sol!
Obediente, mi mano subió a los pechos de ella, magreándolos con la esponja y, al no poder alcanzarlos con nitidez, tiré de mi madre, volteándola hacia mí y colocando frente a mis ojos ese par de hermosísimas ubres.
Chocaron con mi rostro las tetas e incluso las saboree durante un instante, haciendo que mi propia verga creciera al momento, apuntando ansiosa a la vulva chorreante de mi madre.
• ¡Mírala, mírala! ¡Se quiere, la maricona, follar también a su mamacita, a su propia madrecita del alma!
Anonadado ante la más que excitante visión, reaccioné nuevamente ante las burlonas carcajadas y reanudé mi labor de restregar y limpiar las ubres de mi madre cuyos negros pezones estaban cada vez más empitonados.
Un fuerte azote en mis nalgas me impulsó hacia delante, metiendo mi rostro entre las tetazas de ella, empujándola hacia atrás y provocando que su espalda chocara contra la pared, y yo, siguiendo su trayectoria, no pude evitar que mis labios se colocaron sobre uno de sus duros pezones, succionándolo.
Logré incorporarme y mi madre conmigo, y, cuando me disponía a continuar amasando las tetas de ella, escuché a Chicho ordenarnos a voces, al tiempo que el agua cesaba de manar de la alcachofa de la ducha:
• ¡Venga, putos, fuera de la ducha!
Dejando caer la esponja que todavía mantenía en mi mano, empecé a salir de la ducha, pero Chicho, tirando de mí, me arrojó fuera y casi caí al suelo.
Me tendieron, no sé si Chicho o Edu, una toalla con la que me sequé deprisa, aunque no debía ser para que yo lo hiciera, sino para que secara a mi madre:
• ¡A ella, maricona, seca ala puta que ya nos encargaremos nosotros de dejarla bien mojada!
Me grito Chicho y, al girarme, me encontré a escasos centímetros con las tetas de mi madre, cuyos pezones apuntaban orgullosos a mi rostro.
Levanté deprisa mis manos y raudo la sequé primero los pechos, sin disfrutarlo como hubiera sido mi deseo, así como brazos y hombros, bajando al vientre, a sus muslos, pierna, pies, subiendo luego a su entrepierna, y ahí fue justo cuando escuché a Chicho decirme:
• ¡Eso, eso, ahí, ahí, sécala el chocho, sóbalo, pero no con la toalla, con la mano, con la mano! ¡Queremos ver cómo la sobas el coño!
Eso hice, cogiendo la toalla con mi mano izquierda, me agaché un poco y utilicé la derecha para metérsela entre las piernas, entre los labios vaginales y empecé a sobarla la vulva.
• ¡Despacito, despacito, que queremos ver cómo se corre tu mamacita!
Sin atreverme a mirarla al rostro, la acaricié lentamente el sexo, metiendo mi mano entre sus mojados labios vaginales, encontrando su clítoris ya bastante congestionado y acariciándolo de forma insistente, se fue poco a poco entonando, aumentando de tamaño, y sentí como mi madre se estremecía, escuchándola como sus resoplidos iniciales se convertían poco a poco en suspiros y gemidos de placer.
Escuché a Chicho dirigirse burlón a ella:
• ¿Te gusta, mamita? ¿Te gusta cómo te masturba tu hijito?
No respondió, se limitó a gemir de placer, y yo, levantando mi vista, pude verla el rostro. Arrebatado, con los ojos cerrados y la boca semiabierta con la lengua sonrosada entre los húmedos labios. Era la viva imagen del placer.
• ¡De rodillas, maricona, que tu mamaíta desea una buena mamada en su coño de puta!
Me ordenó Chicho al tiempo que empujaba mi espalda hacia abajo.
Obediente, me postré de rodillas y, acercando mi rostro a la entrepierna de mi madre, la sujeté con mis manos por la parte posterior de sus muslos al principio, subiendo enseguida mis manos a sus firmes nalgas. Empecé a lamerla el coño, con una mezcla de timidez y aprensión al principio, pero, al resultarme agradable su suave sabor a vainilla, producto del gel que había yo utilizado para limpiarla, me entoné enseguida y los repasos que la daba en sus bajos con mi lengua se hicieron cada vez más intensos. ¡Disfrutaba yo incluso, no solamente ella y, por momentos, me olvidé de la amenaza que pendía sobre mi cabeza y sobre la de mi madre!
Me puso sus manos sobre mi cabeza, y yo acaricié con mi lengua y con mis labios los suyos, entre ellos, incidiendo en su cada vez más congestionado clítoris. Su vulva estaba cada vez más hinchada y húmeda, empapada y no era precisamente de agua.
La notaba estremecerse cada vez más con mis insistentes caricias, y sus gemidos dieron paso a chillidos, a chillidos de placer. Una ráfaga de líquido caliente inundó mi boca, confundiéndome. ¡Se estaba corriendo, se estaba corriendo en mi boca, mi propia madre se corría en mi boca!
En ese momento alguien se colocó detrás de ella, haciendo que se inclinara hacia delante, colocando mi madre sus manos sobre mis hombros y deteniendo sus chillidos.
Imprimió ahora mi madre unos movimientos de balanceo hacia delante y hacia atrás que me obligaron a retirar mi cabeza, y, colocándome un poco de lado, pude ver, a través del espejo que había en la pared del cuarto de baño, el motivo por el que ella se bamboleaba. ¡La estaban follando por detrás! ¡Chicho se la estaba follando! La sujetaba por las caderas mientras se la tiraba.
Las embestidas del joven obligaron a mi madre a apoyarse en mis hombros mientras se la tiraba y yo lo contemplaba a través del espejo. Girando un poco mi cabeza observé entre las piernas de ella cómo los cojones de Chicho se balanceaban una y otra vez mientras se la follaba.
Reanudó mi madre sus gemidos, acompañados en esta ocasión por los resoplidos del joven, así como por el repiqueteo de los cojones chocando con la entrepierna de ella.
Tan inclinada estaba ella hacia delante que sus tetas oscilaban, colgando al lado de mi oreja y chocaban con mi cabeza en cada acometida.
Las embestidas eran cada vez más violentas y mi madre apenas podía mantener el equilibrio, apoyándose fuertemente en mí, provocando casi que cayera al suelo, hasta que, de pronto, el joven se detuvo y, gruñendo, descargó nuevamente dentro de la vagina de mi madre.
Un fuerte olor a esperma me inundó y una sensación de asco me embargó.
Estuvo casi un minuto Chicho sin desmontar a mi madre, disfrutando de su orgasmo, y, cuando lo hizo, la propinó un fuerte azote en el culo, y exclamó:
• ¡Vaya culo que tienes, puta! ¡Y ahora a desayunar, que tantos polvos me han abierto el apetito!
Y dirigiéndose a mi madre, la ordenó, dándola nuevamente una nueva nalgada:
• ¡Venga, culo gordo, prepáranos algo para desayunar!
Mi madre se incorporó despacio, dejando de apoyarse en mi cabeza, y el joven la dijo:
• Si tienes porras o churros tráetelos, que queremos mojarlos en tu chocho para dárselos de comer a la maricona.
Como mi madre dudaba qué hacer, Chicho la dijo:
• ¡Venga, que te acompañamos, que queremos ver cómo mueves ese culo gordo de puta que tienes!
Despacio se dirigió mi madre completamente desnuda al pasillo y, caminando por él, siempre delante de nosotros tres, entró a la cocina, recibiendo por el camino varios azotes en el culo.
En la cocina Chicho, situado a la espalda de ella, la sujetó por las tetas, tirando de ella y la hizo apoyar su espalda en un armario, diciéndola:
• ¡Quieta ahí, tetona!
Sonriendo burlonamente, la manoseó las tetas, delante de nosotros, y ella, con cara de resignación, no se lo impidió, bastante humillada estaba siendo como para rebelarse.
Ante las risotadas de Edu, no duró este manoseo más que unos pocos segundos y, dejándola, se volvió Chicho hacia la nevera, abriéndola.
Rebuscando entre la comida, tiró al suelo la que había en varias repisas, reventándose varios tetrabriks. Al fin tomó uno de leche, abriéndolo a mordiscos y bebiendo su contenido a morro, pasándolo a continuación a mi madre para que bebiera y, al no poder ella beberse todo el chorro que caía, la derramó la leche por encima de su rostro y cuerpo.
Un chorro de leche fresca fluyó sobre las tetas y entre ellas, de mi madre, cayendo al suelo a sus pies.
Cuando el envase quedó vacío el joven lo tiró con desgana al suelo y me ordenó:
• ¡Lame la leche, maricona, lamela de las ubres de la puta!
Cogiendo por la nuca mi cabeza la acercó con fuerza a las tetas de mi madre, obligándome a lamérselas.
Soltando mi cabeza, yo continué lamiéndola y los pezones de mi madre se convirtieron nuevamente en grandes y duras cerezas. De las tetas bajé a su vientre lamiendo, cuando escuché a Chicho:
• ¡Al suelo, maricona, bébete la lecha derramada en el suelo!
Totalmente desnudo, me puse a cuatro patas, obedeciéndole mientras escuchaba las risotadas de los dos hijos de puta y cómo se burlaban de mí:
• ¡Vaya culo que tiene la maricona! ¡Está deseando que se lo reventemos a pollazos! Estoy por meterle una de estas botellas de leche por el culo, ¿Qué te parece, Edu, lo hacemos?
Note cómo hurgaban entre mis nalgas con sus pies desnudos, incidiendo en mi propio ano cómo si quisieran penetrarlo.
• ¡Hummmm, qué rico, que ojete más rico tiene la maricona, está deseando que nos lo follemos!
Asustado, continúe lamiendo el suelo en silencio, hasta que hastiados colocaron un pie sobre una mis nalgas, empujándome con fuerza y haciéndome caer de bruces a los pies de mi madre, arreciando las carcajadas.
Me propinaron varias patadas en las nalgas, al tiempo que me decían:
• ¡Levanta, maricona, que ya te daremos luego por culo, pero primero a tu mamacita que lo está deseando!
Me levanté, chocando mi rostro con las tetas de mi madre, provocando nuevas risotadas en los dos hijos de puta, y Chicho ordenó a mi madre:
• ¡Vente para acá, tetas gordas, vamos al salón, que estaremos más cómodos follándote!
La hicieron caminar delante y Chicho, cogiéndola las tetas por detrás, caminaba pegado a ella, apretando su cipote erecto en las prietas nalgas de mi madre.
Edu, empujándome, me hizo caminar detrás y este joven cerraba la comitiva que se dirigía a nuestro salón.
Por el camino Chicho tomó su móvil y un cable que descansaba sobre una mesita, y que seguramente hubiera dejado él allí cuando entró a nuestro domicilio.
Al llegar al salón, Chicho la empujó al sofá, haciéndola sentarse en él, y me ordenó despectivamente:
• ¡Tú, maricona, siéntate en la silla, que el sofá es para tu madrecita y para nosotros dos, para tus amigos del alma!
Obediente me senté en la silla, frente al sofá, donde estaba mi madre sentada, cubriéndose el sexo con sus manos. Se reflejaba en su rostro el miedo y la vergüenza.
Edu se sentó al lado de ella, y Chicho, cogiendo su móvil, lo enchufó mediante un cable a la televisión.
Con el mando a distancia en la mano eligió uno de los ficheros que había guardados en el móvil y, poniéndolo, comentó:
• ¡Ahora la protagonista!
Y apareció en la televisión mi madre de rodillas frente a Geraldo, comiéndole la polla. Estaba prácticamente desnuda, sino es por unos pequeños calcetines blancos que llevaba en los pies. Sus hermosas nalgas se balanceaban mientras le mamaba con placer la polla, una polla enorme, gruesa y congestionada que mi madre se metía en la boca como si de un sabroso helado se tratara al tiempo que le sobaba los cojones.
Era el vídeo que Edu había grabado desde la ventana del hotel la semana pasada cuando yo fui obligado a acompañarles. Habíamos pillado a mi madre poniendo los cuernos a mi padre.
Mi mirada iba de la televisión al sofá, fijándome en el rostro que tenía mi madre, encarnado, de total vergüenza y humillación, mientras los dos amiguetes, que tenían una considerable erección, se reían de ella y hacían comentarios obscenos mientras la sobaban los muslos.
• ¡Vaya, vaya, con la culo gordo, cómo le gusta comer pollas!
• ¡Tan calladita lo tenía, que no lo sabía ni el cornudo de su marido ni la maricona de su hijo! Pero todo el vecindario lo sabe ahora ya que el pichabrava del gimnasio pregona a los cuatro vientos que se tira a la culo gordo, a la tetona de las mallas blancas transparentes. ¡Eres la puta del gimnasio y del barrio, culo gordo!
Se veía a ella en el vídeo mamándole la polla durante varios segundos al profesor de aerobic y, cuando el tipo estaba a punto de eyacular, mi madre se detuvo e incorporándose se tumbó de un salto en la cama, como también hizo él, y, abrazados, desnudos sobre la cama, se pusieron a morrear nuevamente, intercambiándose fluidos e introduciéndose la lengua profundamente en la garganta. Tumbándose bocarriba el pichabrava, mi madre se colocó encima de él, de rodillas, y, cogiendo con su mano el cipote, se lo metió en su vagina, comenzando a cabalgar sobre él con movimientos lentos al principio e incrementando la velocidad después.
¡La habían grabado follando! ¡Mi madre estaba follando con un desconocido delante de mis acosadores del colegio y todo recogido en un vídeo! Y ¡ella se comportaba como una puta perra en celo, como una ninfómana ansiosa de que se la follaran!
Observaba en la televisión cómo el hermoso y prieto culo de mi madre subía y bajaba, subía y bajaba, una u otra vez, luego adelante y atrás, adelante y atrás, sin descanso, mientras la verga del tipo aparecía y desaparecía dentro de su vagina. Los soberbios glúteos de mi madre se bamboleaban en cada subida y bajada de ella, y las manos de él lo mismo la sujetaban por la cintura, que por las caderas que directamente sobre sus nalgas, a las que azotaba una, dos y hasta tres veces.
En ese momento dirigí mi mirada al sofá y vi cómo los dos tipos se estaban trajinando a mi madre. Chicho, abrazado a ella, la morreaba con ansia, mientras una de sus manos la sobaba una teta y la otra se metía por detrás entre sus nalgas. Edu también la abrazaba, pero su boca la cubría el pezón de la teta libre, lamiéndoselo y succionándolo, mientras que una de sus manos se metía entre sus piernas, sobándola insistentemente la vulva, y la otra la amasaba un glúteo.
Los tres estaban completamente desnudos, sino es por las deportivas que calzaban ellos. Sus cipotes erectos apuntaban al techo mientras se aprovechaban de mi madre, que, sin poder evitarlo, se entregaba a ellos sin oponer ninguna resistencia, incluso colaboraba, sobándoles las vergas y devolviendo los besos apasionados.
Gemían y jadeaban de placer, incluso mi madre emitió chillidos no precisamente de dolor. ¡La estaban masturbando!
Dejé de mirar la pantalla del televisor y observé detenidamente el festín de carne que tenía ante mis ojos. Dudaba por momentos si ahora que estaban los dos tipos ocupados metiendo mano a mi madre, podría yo huir para pedir ayuda e incluso agredirles, pero, más bien por cobardía que por prudencia, opté por quedarme como estaba, disfrutando del espectáculo, que incluso me excitaba sexualmente ya que mi pene estaba otra vez erecto. Me lo sobé con reparo al principio por si me pillaban, pero estaban tan ocupados masturbándose que lo rechacé y empecé yo también a masturbarme con una mano, mientras que con la otra hice como si cubriera mi erección ante miradas inoportunas.
Tanto ajetreo y sobe dio como resultado que nos corrimos, nos corrimos todos, primero Edu que lanzó al vacío una enorme ráfaga de esperma, luego Chicho que más discretamente manchó la mano de mi madre, y finalmente yo, que me corrí abundantemente sobre mi mano, brazo e incluso suelo y silla, aunque posiblemente mi madre también se corriera por la forma de chillar que tenía mientras la metían mano. Posiblemente estuviera ella acostumbrada a simular que tenía orgasmos, quizá cuando mantenía relaciones sexuales con mi padre.
Me limpié tan discretamente como pude en la tapicería de la silla, pero Chicho, nuevamente satisfecho, se fijó en mí y me ordenó que les limpiara:
• ¡Ven aquí , maricona, arrodíllate y límpiame con tu boca la polla con la que me he follado el coño de tu mamita!
Eso hice, como un perrillo obediente me puse de rodillas ante el joven y, a base de lametones al principio y utilizando los labios después, le limpié la verga, acabando con la boca y el rostro lleno de esperma. Asqueado estuve a punto de vomitar pero, por temor, amague varias arcadas y finalmente no poté, mientras Chicho me propinaba empujones y patadas, gritándome.
• ¡Cerda, guarra, maricona! ¿No irás a potar aquí, maricona? Si lo haces te corto las pelotas.
Mi madre, espantada al ver la violencia con la que me estaba maltratando, interpuso sus piernas en medio, intentando parar las patadas que me estaba dando, y pretendió inmovilizarle las manos, chillando espantada:
• ¡Déjale, por favor, no le hagas daño! ¿No tienes suficiente conmigo?
Pero, al esforzarse por sujetarle, se cayó bocabajo sobre las rodillas del joven, que, sujetándola para que no escapara, empezó a azotarla con su mano en las nalgas, gritándola:
• ¡Puta! ¡Quieres más! ¡Te parece poco!
Con el fin de que Chicho dejara de ocuparse de mí, mi madre empezó a chillar lascivamente por los azotes que recibía, provocando que el joven, cada vez más excitado, la azotara con más fuerza, gritándola encendido “¡Puta, puta!”.
Las nalgadas dejaron paso a meterla mano entre las piernas, sobándola insistentemente la vulva, y ocasionando que los chillidos de ella se convirtieran en gemidos de placer, pero, antes de que nuevamente tuviera un orgasmo, Chicho, que no podía dejar de acordarse de mí, me ordenó:
• ¡Ven aquí, maricona! ¡Siéntate aquí y ocúpate del culo gordo de la putita!
Asustado y temiendo que el joven nuevamente me maltratara, me senté en el sofá, al lado de él, y Chicho, haciendo levantar a mi madre de sus rodillas, la acomodó sobre las mías, poniéndose en pie tanto él como su amigo, y me ordenó:
• ¡Venga, maricona, pórtate como un hombre y azota el culo gordo de tu putita!
Sobre las nalgas coloradas comencé yo también a azotarla con la mano abierta. Estaban calientes y me impregnaban de un enorme deseo, deseo de sobarla el culo, de meterla mano entre las piernas, de follármela.
• ¡Más fuerte, maricona, más fuerte!
Me increpó Chicho y yo le obedecí, haciendo que mi madre cada vez chillara más fuerte, pateando en aire, y provocando que mi pene creciera cada vez más, excitado por lo que estaba haciendo, ¡azotando el culo de mi propia madre!
• ¡Métela mano entre las piernas, maricona, que goce la puta de tu madre!
Eso hice, meterla mis dedos entre sus piernas, directamente entre sus labios vaginales, que estaban no húmedos, sino empapados, y calientes, muy calientes, notando enseguida tanto su clítoris como la entrada a su vagina. El primero estaba muy hinchado, como si fuera un pequeño cipote erecto y congestionado a punto de eyacular, mientras que la segunda estaba dilatada de tantas pollas que habían entrado dentro, follándosela.
La acaricie el sexo, deseando provocarla placer, al tiempo que mi cipote presionaba bajo el cuerpo de mi madre, deseando follármela, o, en su defecto, correrme, pero fue ella la que, chillando de placer, se corrió ante mis caricias, empapándome toda la mano de sus fluidos vaginales. ¡No, no había simulado, se había corrido en mi propia mano!
Durante todo este tiempo la televisión no había dejado de mostrar a mi madre desnuda, montada como una amazona sobre la verga Iniesta de Edu y luego comiéndome la polla y dejando que me corriera en su boca.
Por fin, la televisión se detuvo, dejó de emitir lo grabado en el móvil de Chicho y permanecío en silencio, quizá esperando nuevos polvos a mi madre.
Al ver que dejaba de masturbar a mi madre, Chicho volvió a hablar, dirigiéndose ahora a ella:
• Ya ves, tetas gordas, que tenemos una buena colección de videos que te hemos grabado en la que tú eres la absoluta protagonista, follando y comiendo pollas como la auténtica puta que eres, una genuina estrella porno.
Y eligiendo con el mando a distancia una música que tenía grabada en el móvil, se empezó a escuchar una música rítmica y estridente en el televisor, haciendo que Chicho ordenara a mi madre:
• Esta música es la que utilizas para mover el culo y las tetas en el gimnasio. ¡Venga, haznos una demostración de aerobic, tetas gordas! No la que haces con el pichabrava después del gimnasio, que ya sabemos cómo es, follar y follar, sino en el gimnasio cuando llevas las mallas blancas transparentes y todo el mundo te contempla el culo, las tetas y el coño ¡Queremos la demostración aquí y ahora! ¡Venga, mueve tus tetas y tu culo gordo para nosotros, puta!
Tirando Chicho de sus brazos, la obligó a levantarse del sofá, recibiendo un azote en sus nalgas, primero de Chicho y luego de Edu.
Se sentaron los dos en el sofá, empujándome para que yo fuera al suelo, como así hice.
Mi madre se colocó frente a ellos y frente a mí, completamente desnuda, retirándose el cabello que la cubría el rostro. No se atrevía a mirarme y a ellos no los miraba directamente.
• ¡Venga, tetas gordas! ¿A qué esperas? ¡Mueve tus tetas y tu culo gordo para nosotros!
La apremió Chicho a gritos y ella empezó a moverse, como a bailar, pero lo hacía como con desgana, sin seguir el ritmo de la música, hasta que el joven la increpó, amenazándola:
• ¡Muévete, coño, muévete! ¿Quieres que sea tu hijo el que baile desnudo para nosotros? Si es así, le reventaremos el culo y le cortaremos las pelotas. ¿Es eso lo que deseas, tetona?
Ahora sí que se puso mi madre a moverse, a bailar, al ritmo de la música, agitando las tetas y el culo mientras se desplazaba, cada vez con más brío, más rápido. Parecía que se había olvidado de todos nosotros, que estaba ella sola.
Los dos matones sentados en el sofá la observaban embelesados, en silencio, lo mismo que hacía yo, sentado en el suelo sobre mis propias piernas.
Los fuertes músculos de sus torneadas piernas y de sus macizos glúteos se contraían y estiraban en sus enardecidos movimientos, balanceando de forma descontrolada sus enormes y erguidas tetas.
Dándonos la espalda se puso delante de nosotros, bamboleando lasciva sus caderas y sus nalgas a menos de un metro de nosotros, y, al agacharse se detuvo durante varios segundos, proporcionándonos una lujuriosa visión tanto de su vulva como de su ano resplandecientes de tanto fluido.
Irguiéndose, comenzó nuevamente a mover su culo delante de nosotros y, girándose, se inclinó nuevamente hacia delante, agitando tanto su cabeza como sus voluptuosas tetas de forma descontrolada a escasos centímetros de los babeantes rostros de los dos jóvenes, provocando que uno de ellos, Edu, no pudiera aguantar más y se levantara rápido del sofá, lanzándose sobre mi madre.
Agarrándola con sus manos por los glúteos, la besuqueo y chupó con ansía los pezones, empujándola con su cuerpo sobre una mesa colocada a escasos metros donde la tumbó bocarriba, despatarrada, penetrándola al momento, comenzando a cabalgarla frenéticamente.
Chicho se puso en pie con una erección de caballo, acercándose a la mesa para observar detenidamente el folleteo, y yo, levantándome también, le seguí, escuchando en todo momento los resoplidos del joven y los gemidos de mi madre.
Los enormes pechos de mi madre se desplazaban adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, al ritmo de las embestidas del joven que, sujetándola por las caderas, dedicaba todo su empeño, pero fue tanto el ardor que puso que se corrió enseguida dentro de ella.
Y al descabalgarla, la dejó tumbada, inmóvil y con los ojos cerrados, respirando profundamente, sobre la mesa, donde aguantó hasta que Chicho, acercándose, la calzó con unos zapatos rojos de tacón, obligándola a levantarse.
Se escuchaba una suave música que ahora salía del televisor, y el joven, sujetándola por los glúteos con sus manos, la pegó a él, de forma que su verga erecta se apoyaba directamente sobre la entrepierna de mi madre.
Meciéndose al ritmo suave de la música, Chicho la obligó a bailar lento, como si fueran una pareja de enamorados en una discoteca de carrozas.
Ella, al llevar los zapatos de tacón, era casi de la misma altura que el joven, y apoyó sus manos sobre la espalda de él, así como su cabeza sobre un hombro de Chicho, mientras que el joven no la soltaba los glúteos, atrayéndola hacia él, no dejando que se apartara, y así apoyar su pene erecto sobre la entrepierna y vientre de ella.
La besó en la boca y ella intentó retirar el rostro, pero Chicho la amenazó:
• ¡No te resistas y déjate llevar, tetas gordas, sino quieres que le ocurra algo a tu niñito!
El siguiente beso fue recibido sin resistencia por mi madre que dejó que la lengua del joven se metiera entre sus labios, dentro de su boca, morreándola apasionadamente durante bastantes segundos, descendiendo a continuación la boca de Chicho de los labios a los pechos de ella, chupeteándolos, lamiéndolos y mordisqueándolos a placer.
Mi madre se dejó hacer, emitiendo pequeños grititos cuando la hacía daño, hasta que empezó a gemir y suspirar, y, en ese momento, sujetándola por los glúteos el joven la levantó del suelo para poder penetrarla con su cipote erecto por el coño, pero, al no atinar con la entrada, la depósito nuevamente de pies en el suelo.
Girándose mi madre, le dio la espalda, como si quiere huir, pero Chicho la cogió por las tetas, reteniendo su marcha, e inmediatamente por la cintura, atrayéndole hacia él, hasta que el cipote erecto del joven se pegó a las nalgas duras de mi madre.
• ¡Perrea, puta, perrea! ¡Que me corra en tu culo gordo!
Inclinada hacia delante, movió mi madre su culo, lo balanceo voluptuosamente, presionando sobre el miembro del joven, mientras éste la sujetaba por las caderas.
Moviéndose sobre el mismo sitio, giraron poco a poco, restregando mi madre sus nalgas en el cada vez más congestionado miembro de Chicho, hasta que éste, apunto de eyacular, no pudo más y, girándola, la volteo hasta que quedó rostro con rostro y se llevó a mi madre hacia atrás, empujándola y haciéndola que apoyara la espalda en la pared más cercana.
Ahora sí, doblando un poco las rodillas, Chicho atinó con su miembro inhiesto en la entrada a la vagina de ella, y se lo metió hasta el fondo, haciendo que mi madre suspirara fuertemente, y, levantándola unos centímetros del suelo, empezó a follársela mediante enérgicos movimientos de cadera.
Las piernas de mi madre se enroscaron en la cintura del joven, cruzándose por detrás y facilitando la penetración, mientras que los gemidos y resoplidos de ambos se mezclaban con el tam-tam provocado por las pelotas de Chicho chocando con el perineo de ella.
Desde atrás, yo, sentado en el suelo sobre mis rodillas, podía ver claramente cómo las nalgas del joven contraían sus músculos mientras se follaba a mi madre.
El orgasmo llegó al mismo tiempo que el estridente sonido del timbre de la puerta de la calle.
¡Alguien llamaba!
• ¿Qué hacer ahora? ¿Nos habrían oído follando? ¿Quién llamaba?
Fue una serie de preguntas que pasó por la mente de todos, haciendo que todos nos quedáramos inmóviles, mirándonos unos a otros, aunque todas las miradas confluían especialmente en Chicho y en menor medida en mi madre para ver que se hacía.
Chicho, desmontando a mi madre, la sujetó por un brazo para controlar lo que pudiera hacer y se giró hacia nosotros, dudando cómo actuar. Estábamos todos de pies, mirándonos expectantes.
La llamada se repitió y Chicho, muy serio, nos amenazó en voz baja a mi madre y a mí, al tiempo que cogía un pesado cenicero de cristal que había sobre una mesa.
• ¡Todos callados! Como hagáis algo para llamar la atención, os matamos. Estáis avisados.
Chicho, sin soltar a mi madre, se dirigió en silencio a la puerta de entrada a la vivienda, acompañado por Edu que también me tenía cogido por un brazo.
Acercándose a la puerta, Chicho miró por la mirilla y, después de unos segundos, preguntó con una voz falsa muy aguda:
• ¿Quién es? ¿Qué quiere?
• Buenos días. Soy de la empresa Ce-Hache-O y venía a hacer una encuesta. No le llevará muchos minutos.
Se escuchó la voz de un hombre al otro lado de la puerta y Chicho, mirándonos, se puso a pensar durante varios segundos hasta que, volviendo a mirar por la mirilla de la puerta, respondió con su voz de falsete.
• Espere un momento, por favor, que me voy a vestir.
Y se alejó de la puerta, entrando al dormitorio de mis padres seguido por nosotros tres.
Abriendo la puerta del armario, rebuscó entre los vestidos colgados en perchas de mi madre y, tomando una camisa muy clara, se lo pasó a ella, diciéndola:
• ¡Póntela!
Mi madre, tomándolo, no reaccionaba por lo que el joven se dirigió a mí y me ordenó burlón:
• ¡Pónsela, maricona, ponla la camisa a la tetona de tu mamacita!
Acercándome, la tomé de las manos de ella y, desabrochando los pocos botones que llevaba, me coloqué frente a ella y se la puse, colocando mi boca a pocos milímetros de las erguidas tetas de mi madre que no reaccionaba, estaba como un zombi, ensimismada.
Una vez puesta la camisa, se la iba a abrochar por delante, pero Chicho me ordenó detenerme:
• ¡Te he dicho que se la pongas, maricona, no que se la abroches!
Y luego dirigiéndose a ella, la dijo sonriendo:
• ¡Tienes que estar sabrosa y deseable, putita! Tienes que seducir al chico que te espera en la puerta para que te eche un buen polvo, un polvazo salvaje.
¡No me podía creer lo que la estaba diciendo Chicho, que quería que se la follara! Y por la cara de susto que puso mi madre, ella tampoco se lo podía creer.
Sin perder la sonrisa la fue dando las instrucciones de lo que tenía que hacer.
• Le vas a hacer entrar al salón. Te sientas en el sofá y le haces sentar al lado tuyo. Nosotros estaremos escondidos en la terraza, vigilándote por la puerta y por la ventana, desde donde podremos verte y escucharte en todo momento.
Se detuvo mirándola unos instantes para continuar.
• A partir de ahí es cosa tuya pero tienes que seducirle y que te folle en el mismo sofá mientras nosotros lo vemos.
Tras otra breve pausa, continuó.
• Si vemos que le dices algo, haces algún gesto o le das algún tipo de información delatando nuestra presencia, le cortaremos el cuello a tu hijo. No lo dudes. ¿Me has entendido bien?
Asintiendo levemente la cabeza y exclamando un apenas audible “Sí” mi madre respondió y el joven continúo hablando, despacio para que se le entendiera todo bien, sin lugar a dudas.
• Si no consigues que te folle, te daremos por culo a ti y a tu hijo, pero si lo consigues nos marcharemos y os dejaremos en paz. Pero eso sí, cuando te esté follando tienes que demostrar que estás disfrutando mucho, pero sin exagerar, no queremos que sospeche y tengamos que cortar el gaznate a tu nene. ¿Comprendes?
• Sí, sí, comprendo.
Fue la escueta respuesta de mi madre, y Chicho la animó a empezar.
• Pues ¡venga a follar, vamos a la puerta!
Y tomándola de la mano la condujo a la entrada, no sin antes coger de un bolsillo de su pantalón una larga y fina navaja que abrió ante nuestros aterrados ojos.
Caminamos en silencio hasta la puerta, Chicho con mi madre delante y yo con Edu detrás. Mientras caminábamos me fijé en la camisa que llevaba mi madre. Era muy liviana, prácticamente transparente, que la llegaba solamente hasta el final de las nalgas, tapándolas apenas, a lo que había que añadir los zapatos rojos de tacón que llevaba puestos, lo que realzaba la hermosura de sus piernas y levantaba todavía más su ya de por si erguido culo. Resultaba más erótico y deseable verla con esa camisa y con zapatos de tacón que desnuda, o al menos eso me parecía a mí, acostumbrado ese día a verla completamente desnuda.
Al llegar a la entrada Chicho la hizo un gesto con la navaja de que si no cooperaba me rajaba el cuello. Ante la mueca de asentimiento de ella, la dejamos y caminamos deprisa a través del salón, escondiéndonos en la terraza, desde cuya ventana se podía ver perfectamente la entrada al domicilio donde mi madre esperaba que el joven la indicara que podía abrir.
A un gesto con la mano de Chicho, mi madre abrió la puerta de la calle, y, colocándose detrás de la puerta, dejó pasar a un joven al tiempo que le decía muy afable, con una voz alegre y cantarina:
• Perdona, que te haya hecho esperar pero es que me has pillado … completamente desnuda.
Arrastró el final de las dos últimas palabras, recalcándolas, para continuar diciendo:
• Y claro, no iba a abrirte así, sin nada de ropa encima, así que me he puesto lo primero que he encontrado, esta camisa. ¿Te gusta?
Y se rio alegre.
El joven, de unos dieciocho años, iba vestido con pantalón y zapatos oscuros, camisa blanca y corbata negra. Tenía el cabello muy corto, cortado al uno o al dos.
Su rostro se iluminó con una amplia sonrisa al verla, olvidándose de la pregunta banal que le había hecho mi madre. Estaba ella completamente deseable y hasta un muerto se hubiera levantado de la tumba para tirársela. Su camisa dejaba la totalidad de sus torneados muslos al descubierto. Y aunque sus dos manos cogían la camisa, cerrándola por delante, permitían ver gran parte de sus turgentes pechos, aunque no sus pezones, que se transparentaban en la tela. Además se podía ver perfectamente que no llevaba bragas, y, aunque no exhibía su coño totalmente, algo de su entrepierna se asomaba por la parte inferior de la camisa.
Caminando delante de él, la hizo seguirla y él, babeando y con una buena erección, no dejaba de observar el culo respingón de mi madre que, caminaba cruzando las piernas, resaltando sus curvas.
• No serás de alguna secta religiosa ni nada parecido, ¿verdad?
Preguntó mi madre.
• No, no, claro que no, señora. Somos de la religión verdadera.
• ¡Ah, bien, me había asustado!
Respondió mi madre con cachondeo, y le preguntó de nuevo.
• No me has dicho cómo te llamas ni recuerdo cual es el nombre de la “compañía” con la que trabajas.
El joven, concentrado en el culo de ella, tardó en responder, balbuceando, al darse cuenta que le habían preguntado.
• Jesús, me llamo Jesús. Trabajo para Ce-Hache-O, “Centro Hazle Orar”.
• ¿Hazla follar? ¡Jajajaja! ¿Qué nombre más excitante? Y ¿lo conseguís siempre?
• ¡No, no! ¡Es “Hazle Orar”! ¡”Hazle Orar”! ¡Ce-Hache-O!
• ¡Ce-Hache-O!
Y soltó una alegre carcajada mi madre, repitiendo varias veces.
• ¡Ce-Hache-O! ¡Ce-Hache-O! ¡Ce-Hache-O! ¡Ce-Hache-O! ¡Ce-Hache-O-Ce-Hache-O!
Riéndose exclamó:
• ¡Chocho, chocho! ¡Jajajaja! ¡Que gracioso! ¡Chocho, chocho!
Deteniéndose para reírse un momento y, girándose hacia el joven, le preguntó.
• Y ¿de qué es la encuesta? ¿de chochos? ¡Jajajaja! ¿Es que quieres ver el mío?
Continúo ella riéndose y su camisa se le abrió por delante, mostrando sus enormes ubres empitonadas al joven, así como su vulva apenas cubierta por una franja de vello púbico.
Aunque enseguida se tapó, exclamando un “¡Ay!” muy juguetón, la visión quedó grabada perenne en la pupila del joven cuyos ojos casi saltaron de sus órbitas y su pene a punto estuvo de romper el pantalón al levantarse como impulsado por un resorte.
No era que la hiciera gracia a mi madre ni que estuviera de buen humor lo que la producía esa risa nerviosa, sino la tensión de tener en casa a dos violadores que la violaban continuamente y la amenazaban con asesinar a su hijo y a ella si no se entregaba ni se comportaba como una ninfómana, provocando que se la follara cualquier desconocido que se cruzara en su camino.
Dando la espalda nuevamente al joven, le volvió a preguntar entre risas:
• ¿De qué me has dicho que es la encuesta?
Pero Jesús tan absorto estaba mirando que ni se dio cuenta de la pregunta.
Siguiendo las indicaciones de Chicho, mi madre se acomodó en el sofá, cubriéndose con la camisa, impidiendo que se abriera totalmente, pero era tan corta que, al sentarse, se le subía y dejaba todo su coño al descubierto, por lo que puso ella una de sus manos encima, cubriéndoselo, pero el joven, que había observado entusiasmado el sexo de ella al sentarse, se quedó alelado mirándola la entrepierna con la polla bien tiesa y babeando.
Pero mi madre siguiendo con su actuación, le indicó al joven que se sentara en el sofá al lado suyo.
• ¡Siéntate aquí, Jesusito, a mi vera! No te importa que te llame Jesusito, ¿verdad?
• ¡No, no, señora, por supuesto que no!
Respondió solícito el joven al tiempo que se sentaba en el sofá.
• No me llames señora que no tengo edad para ser tu madre. Mi nombre es Marga. Es parecido a Magdalena, a María Magdalena. ¿Lo recordaras? ¡Maaaaaaaarga!
Y al decir su nombre, abrió mucho la boca, cerrando los ojos y dejando que la camisa se abriera por delante dejando sus hermosos senos al descubierto ante la lujuriosa mirada del joven.
Al abrir mi madre los ojos pilló a Jesusito mirándola fijamente los pechos, con la boca abierta y babeando, sin percatarse que su dueña le observaba.
• ¿Te gusta lo que ves, Jesusito?
Le preguntó traviesa mi madre y se echó a reír juguetona.
• Pe.. pe … perdone, se… ñora, digo Magdalena … Marga. No era mi intención.
Respondió el joven muy cortado, adquiriendo en un instante su rostro un color rojo intenso.
• No hace falta que seas tan tímido, Jesusito. Si quieres puedes mirar … ¿o prefieres meterme … una encuesta?
Le dijo mi madre, sin taparse los pechos desnudos con la camisa.
• ¡Yo …yo!
No atinaba a responder el joven y mi madre, abriéndose totalmente la camisa, le mostró también su sexo.
• ¿No serás un mariquita que prefiere acostarse con un hombre?
• ¡No … no … por supuesto que no!
Respondió muy indignado el joven
• ¡Pues ven aquí y demuéstramelo!
Replicó mi madre, agarrándole por el cuello de la camisa y atrayéndolo hacia ella.
Ese fue el pistoletazo de salida para que Jesús se dejara llevar por el deseo y se abrazara a mi madre, besándola con ansia sus enormes tetas y empujándola hacia atrás hasta tumbarla bocarriba sobre el sofá.
Tumbándose encima de ella, la sobo, besuqueo y lamió con avidez los pechos durante unos segundos, y, por si temiera que mi madre se echara para atrás y no quisiera que se la follaran, el joven se soltó con rapidez el cinturón, bajándose el pantalón y el calzoncillo, mientras ella cruzaba sus torneadas piernas desnudas sobre la cintura del joven.
Sin preámbulos restregó raudo su miembro erecto entre los labios vaginales de mi madre y, encontrando al momento la entrada a su vagina, se lo metió hasta el fondo, y, sin hacer caso a los suspiros y gemidos de ella, dio tres culadas enérgicas y rápidas, corriéndose dentro de ella.
Casi tan rápido como entró su polla, salió y, poniéndose en pie, se colocó su calzoncillo y pantalón mientras caminaba deprisa hacia la puerta de la calle, sin mirar hacia atrás, saliendo a la carrera de la casa, sin despedirse, cerrando la puerta de un portazo.
Olvidó en el suelo del salón la carpeta con las encuestas y nunca volvió a por ella.
Entrando en el salón, Chicho, acompañado por Edu y por mí, se dirigió a mi madre, que permanecía tumbada bocarriba sobre el sofá, diciéndola:
• ¡Ya veo que has despachado rápido al meapilas! Ahora arderá en el infierno por toda la eternidad donde se masturbará incesantemente sin dejar de pensar en tus tetas y en tu coño.
Y empezó a reírse, acompañado por las de su amigo, y, entre risa y risa, la dijo a mi madre:
• Tendrás que ir a la iglesia como penitencia por tus pecados.
(CONTINUARA)