Los matones del colegio se follaron a mi madre
Intentando evitar que continuaran acosándome en el colegio, deje que hicieran con mi madre lo que quisieran.
Aquel año a mi padre lo habían trasladado a un nuevo destino en su empresa. Era en una nueva ciudad por lo que alquilaron un piso al que nos trasladamos. Como mi madre no trabajaba no tuvo ningún problema en ir y a mí me buscaron un nuevo colegio próximo al piso donde vivíamos.
Como era de naturaleza más bien tímida, me costaba integrarme y hacer amigos, pero mi madre siempre hacía lo posible por ayudarme.
No había pasado ni un mes cuando ya era molestado por algunos muchachos mayores que yo, de la última clase, de los mayores que ese mismo año iban a la universidad. Eran normalmente cuatro, aunque el cabecilla era un tal Chicho, rubio y con ojos azules, muy guapo a los ojos de una mujer pero a los mío un auténtico diablo. Era secundado por un tal Edu, de cabello oscuro y de constitución fuerte. Los otros dos eran meras comparsas, que se reían de todo lo que decía Chicho y no paraban de hacerles la pelota.
Al principio no era muy importante el acoso pero fue a peor cada vez más. Empezaron echándome alguna mirada amenazante y algún comentario molesto, pero enseguida pasaron a colarse en la fila del comedor, empujarme, limpiarse las manos manchadas en mi ropa, luego, como yo no reaccionaba, fue a peor como quitarme el bocadillo, pedirme el dinero que llevaba y vaciar mi mochila en el suelo. Pensaba que si reaccionaba el acoso iría todavía a peor, y con el tiempo, se aburrirían y dejarían en paz.
Yo no decía nada en casa, por miedo a las represalias de los matones del colegio y a crear más problemas a mis padres, especialmente por mi padre que siempre llegaba malhumorado y estresado a casa del trabajo, y no quería que le molestáramos en nada.
Mi madre me preguntaba, preocupada por el estado tan lamentable con el que llegaba a casa, pero yo no decía nada.
Una mañana, uno de los esbirros de Chicho, me dijo que el amo requería mi presencia, y, si no iba, debía atenerme a las consecuencias, así que asustado, le acompañé, y, en un rincón del patio, me obligaron a bajarme los pantalones y el calzón, enseñándoles mi miembro y mi culo, mientras se reían de mí y hacían comentarios obscenos, aguantando yo con los pantalones bajados. Me obligaron a meneármela delante de ellos y, me amenazaron con darme por culo, si no me hacía una paja. Al fin, después de mucho esfuerzo, lo conseguí y obligaron a comerme mi propio esperma.
Me marché a casa humillado y desesperado, incluso pensé en tirarme debajo de algún coche que pasaba, pero, temblando, llegué a casa. Al día siguiente no fui a clase, mezcle polvo de tiza con una bebida refrescante que me compré en el colegio, lo que me provocó fiebre y vómitos. Además le dije a mi madre que me dolía la barriga. Intenté hacer lo mismo los días siguientes, pero, como el médico no encontraba nada, al cuarto día volví a clase en compañía de mi madre.
Vi, sin decir nada a mi madre, a mis acosadores en la otra parte del patio y, al darse cuenta de mi presencia y la de mi madre, la observaron con detenimiento, mientras se reían, hacían comentarios y gestos obscenos, seguramente dirigidos hacia ella.
Se fue mi madre a hablar con el director y yo entré a clase. Cuando a media mañana, teníamos el descanso en el recreo, el tutor me dijo que le acompañara un momento a sus despacho, y lo que, en principio, fueron unos preguntas sobre mi estado de ánimo y mi integración en el colegio, se acabó convirtiendo en una bronca sobre qué ponía en entredicho el buen nombre del colegio y originaba problemas ficticios a mis padres, que era muy mal estudiante y que, al ser hijo único estaba muy mal criado.
Después de estar más de media hora aguantando el chaparrón, salí todavía más desmoralizado al darme cuenta que no tendría ningún apoyo por parte del colegio.
Al menos no fui al patio donde seguramente me esperaban mis acosadores, pero a la salida me estaban esperando y uno de los esbirros de Chicho, como era costumbre, me hizo llamar a su presencia y yo, dócilmente, le acompañé a un solar vacío que estaba al lado del colegio. Allí estaban los otros tres, apoyados en una pared, hablando entre ellos, y al verme aproximarme, sonrieron esperándome y el Chicho nada más llegar me preguntó a bocajarro:
• ¿Quién es? ¿Tu madre?
• ¿Quién?
• ¡Como que quien! No me tomes por gilipollas que ya sabes de quien te estoy hablando, de la tetona que te acompañaba esta mañana.
Asentí con la cabeza sin atreverme a decir nada.
• Nada de gestos, chaval, de palabra. Dímelo de palabra. Si no quieres que utilice tu lengua para que nos limpies la mierda del culo a todos nosotros.
• ¡El niño comemierdas, nuestro papel del culo!
Comentó uno de los pelotas, riendo la gracia a su jefecillo.
• Sí, es mi madre.
Dije en voz baja, mirando al suelo.
• Levanta la cabeza, chaval, y mírame a la cara si no quieres que te la meta por el culo. Y más alto, habla más alto y claro.
Me amenazó en voz alta, deteniéndose un momento para que absorbiera sus palabas para continuar:
• Voy a repetir por última vez, ¿Quién es? ¿Tu madre?
• Sí, es mi madre.
Dije ahora más alto y claro, mirándole atemorizado a la cara.
• ¿Por qué ha venido hoy contigo?
Me interrogó, pero uno de los esbirros se adelantó, respondiendo y provocando la risa de los otros.
• Para enseñarnos su culo y sus tetas.
Mientras se reían, me inventé un motivo que expuse con voz titubeante y entrecortada:
• Quería decirle al director por qué no pude ir estos días a clase.
Me corto mi mentira con otra pregunta:
• ¿Le has comentado a tu madre algo de nosotros?
• No, no. No sabe nada.
Respondí la verdad al tiempo que negaba con movimientos de cabeza.
• Tú madre está muy buena y queremos follárnosla.
Todos, menos Chicho, sonrieron y yo estupefacto me quedé sin poder ni respirar.
• ¿Me has oído? Tu madre está muy buena y queremos follarla. ¿Entiendes?
• Sí, sí.
Respondí también moviendo la cabeza.
• ¿Te parece bien? ¿Te parece bien que nos tiremos a tu madre?
• Sí, sí.
Respondí también moviendo la cabeza ante las risas de tres de ellos, solo Chicho y yo, cobarde, sonreí acojonado e incluso alguna risa forzada solté.
• Nos vas a ayudar.
Esta vez no fue una pregunta sino una afirmación.
• ¿Dónde vives?
Temía que fueran ahora mismo a follarla, pero, ante el terror que sentía, se lo dije.
• ¿Quiénes vivís en vuestra casa?
• Mis padres y yo.
• ¿Trabajan tus padres?
• Solo mi padre.
• ¿Cuándo no está tu padre en casa?
• Por la mañana se va antes que yo y vuelve por la noche. Los fines de semana está con nosotros.
• ¿Tu madre no trabaja?
• No.
• Seguro que lo hace de puta y se la follan todos los días.
Escuché decir en voz baja a uno de los esbirros.
• ¿Trabaja de puta?
Me interrogó nuevamente Chicho.
• No, no.
• Cuerpo tiene para ser puta de lujo.
Comentó, preguntándome a continuación:
• ¿Qué hace tu madre cuando está sola?
• Hace la comida, arregla la casa, …También va por las mañanas al gimnasio al lado de casa. Y por las tardes a clases de pintura.
Intentaba congraciarme con esos hijos de puta para que me dejaran en paz, pero trasladaba el problema también a mi madre, pensando que ella lo haría mejor que yo.
• ¿Al gimnasio? ¿Qué deporte hace, además de follar?
Esta vez es Edu el que, sonriendo, me preguntó.
• Creo que es yoga a o pilates, y también aerobic.
• Me gustaría verla en el gimnasio, seguro que los profesores la dan todos los días unas buenas clases de repaso.
Comentó Edu y todos se rieron.
• Sí, mete-saca en el coño y en el culo y buenos magreos en las tetas.
Comentó uno de los esbirros, provocando más carcajadas.
• ¿A que gimnasio va tu madre?
Reanudó Chicho el interrogatorio.
• A uno al lado de casa, no sé cómo se llama, … “Dinamic Fitness” creo.
• ¿Cuándo va? ¿A qué horas mueve el culo y las tetas?
• Por la mañana, pero no sé las horas. Tiene el horario pegado en la puerta de la nevera. Tendría que mirarlo.
• Hoy lo miras y mañana nos lo dices. ¿Qué horario tiene para las clases de pintura?
• Creo que va los martes y jueves, entre las 5:30 y las 8:30 de la tarde no está en casa.
• Tres horas follando. ¡Qué tía!
Comenta Edu y todos se rieron, hasta yo hice para congraciarme.
• ¿Posa ella desnuda?
Me pregunta Chicho.
• No, no. La dan las clases a ella, pero ella no posa.
• Seguro que posa completamente desnuda y con gusto ante un montón de hombres y de lesbianas, que luego se la follan por todos sus agujeros.
Comentó nuevamente Edu.
• ¿Qué pinta?
Preguntó Chicho.
• Está pintando un bodegón.
• ¿Un bodegón? Seguro que está lleno de pollas.
Ahora es un esbirro el que hizo el comentario.
• Bueno, vete y no digas nada a nadie.
Me ordenó Chicho.
Y me empiezo a girar para marcharme cuando me dijo:
• Espera. ¿No te olvidas de algo?
Me detengo y le miro interrogante.
• ¿No tenías que enseñarnos el pene y el culo y meneártela delante de nosotros?
Muy obediente, empiezo a soltarme el cinturón, pero Chicho me detuvo:
• Vale, para. Hoy no hace falta pero, si no nos ayudas, te daremos por culo todos los días y te cortaremos las pelotas, ¿entiendes?
• Sí.
Al tiempo que muevo la cabeza, afirmando.
• Venga, vete. Y no te olvides de darnos mañana el horario en el que tu mamita mueve el culo en el gimnasio.
Me ordenó Chicho, condescendiente, y yo me alejo sin mirar atrás, aunque, cuando ya estoy saliendo del solar, les escuché hablar entre ellos, sin saber qué decían.
En el camino a casa, medité lo que me había pasado y dudé qué hacer, si contárselo a mi madre pero tenía varios factores en contra de hacerlo: el miedo que tenía a la pandilla de Chicho, la falta de apoyo del colegio, el mal carácter de mi padre, la vergüenza de que mi madre se enterara y que se enterara todo el colegio. Eso de bajarme los pantalones y el calzón delante de la pandilla, además de masturbarme delante de ellos, me marcó especialmente ya que además podrían pensar y acusarme de ser un cobarde, un exhibicionista y lo que era peor, un maricón vicioso, así que opté por colaborar. Pensaba que a partir de ahora todo iría mucho mejor para mí, que ya no me molestarían y me dejarían en paz. Por supuesto, me equivocaba.
Nada más llegar a casa mi madre me hizo sentarme y me comentó que había hablado con el director del colegio y con el tutor de mi clase. No habían encontrado más motivo por el que mi madre debía preocuparse, que mi grado de concentración y de implicación en los estudios ya que veían que estaba ausente en clase y no sacaba buenas notas, por lo que debía estudiar más. Así que mi madre se comprometió a tomarme todos los días la lección y me pregunto si tenía algún problema con algún compañero de clase. Por supuesto, lo negué y me comprometí a estudiar mucho más.
Al día siguiente mi madre me volvió a acompañar al colegio y esta vez si que se acercó Chicho y sus amigotes a donde estábamos. Sonriendo muy amablemente Chicho se presentó como un amigo mío, así como a Edu, obviando a los otros dos esbirros, que, detrás de mi madre, no paraban de mirarla burlonamente el culo. Ante tanta amabilidad, mi madre correspondió hablando con ellos e incluso les invitó a merendar un día a casa, fijándose la tarde del viernes para la merienda.
Nada más salir al recreo, fui hacia donde estaban e indique a Chicho el horario que tenía mi madre en el gimnasio, y él, sonriéndome burlonamente, me dijo:
• Ya ves que ni te necesito para follarme a tu madre, pero para que te des cuenta de lo bien que me porto contigo, dejaré que lo veas mientras lo hago, siempre y cuando no me molestes. Y ahora, vete.
Me marché sin decir nada, escuchando risas a mis espaldas, pero aliviado que esta vez no me molestaran más ni me obligaran a bajarme la ropa y masturbarme delante de ellos.
No volví a verlos aquel día y, al llegar a casa, estaba mi madre muy sonriente, y mientras comíamos, me habló de mis “amigos”, como los llamaba ella, que no eran otros que Chicho y su pandilla. Animada me comentó que se alegraba que me hubiera echado unos amigos tan simpáticos y, aunque eran algo mayores que yo, seguro que me lo pasaría muy bien con ellos. No se imaginaba que mis “amigos” eran el motivo de mis problemas en el colegio al humillarme y acosarme continuamente y, si habían sido tan amables y simpáticos con mi madre, era simplemente para ganar su confianza y follársela.
Aquella tarde todo transcurrió con normalidad, aunque no lograba quitarme de la cabeza a mis ”amigos” y a mi madre y me los imaginaba desnudos y follando frenética e incansablemente.
Al día siguiente, no me acompañó mi madre, ni encontré a Chicho ni a Edu, solo a sus dos esbirros que, despectivamente, solamente me dijeron uno detrás de otro:
• Se acaban de marchar. Se han ido a follar a tu madre.
• Mañana nos contarán con todo detalle los polvos que la echaron.
• Me los estoy imaginando: ñaca-ñaca-ñaca-ñaca.
Al tiempo que movía adelante y atrás su pelvis, una y otra vez, con los brazos extendidos como si estuviera follando.
Me marché preocupado, pensando en la posibilidad que ahora mismo estuviera sucediendo, que se la estuvieran follando, pero al llegar a casa, mi madre estaba como siempre, y dude si se la habían follado realmente y mi madre disimulaba o, por el contrario, no se la habían follado y lo que los esbirros me habían contado era una simple y cruel mentira. Pensé que esta última posibilidad era realmente lo que había sucedido.
Al día siguiente en el descanso de media mañana mis “amigos” me hicieron llamar y Chicho, sonriente, me preguntó nada más verme:
• ¿Conoces a un tal “Geraldo”?
• No, no lo conozco.
Respondí intrigado.
• Pues tu madre sí que conoce bien a ese pichabrava.
Me quedé callado, pensando lo que había dicho, y Chicho continuo.
• Ayer por la mañana nos acercamos Edu y yo al gimnasio donde va tu madre y, con la excusa que queríamos apuntarnos, visitamos las instalaciones y efectivamente encontramos a tu madre en clase de aerobic. Estaba agitando el culo y las tetas delante de su profesor, el tal Geraldo, que, con una erección de caballo, no se perdía ningún detalle de tu madre, a pesar de que había seis o siete marujonas feas y viejas también en clase. Y no me extraña que la hiciera un seguimiento tan estrecho porque tu mami llevaba unas sugerentes mallas blancas y una camiseta también blanca, muy ajustadas, que se transparentaban todo y dejaban ver que no llevaba nada debajo, ni bragas ni sostén, exhibiendo sus pezones, su coño y la raja de su culo con total nitidez.
• Casi nos corremos al verla y eso que solo la vimos un momento.
Añadió Edu, sonriendo, llevándose una mano al abultado paquete que tenía entre las piernas, al tiempo que exclamaba ansioso:
• ¡Ostías, estoy deseando follarme ya a esa putita que tienes de madre, chaval!
Chicho, sonriendo siempre, me dijo:
• Estuvimos esperando a que saliera y no lo hizo sola, sino que iba acompañada por el tal Geraldo, conversando ella muy animada, mientras el pichabrava se la comía con los ojos, mientras pasaba el brazo por detrás de la cintura de ella y apoyaba una mano en su cadera. Pensaba que tu madre iría caminando hasta vuestra casa, ya que estaba al lado, pero no, no lo hizo, se montó en el deportivo del pichabrava y se marcharon. Ya les perdimos y no esperamos a que volviera a vuestra casa.
• Ya puedes imaginarte donde fueron, chaval. ¡A follar! El tal Geraldo, el pichabrava, el profesor de aeobic, se tira a tu madre.
Añadió Edu, muy sonriente, continuando Chicho:
• Y por lo visto, no es precisamente la primera vez que lo hace, ya que detrás de ellos, salió otro empleado del gimnasio exclamando entre dientes: ¡Qué cabrón, que suerte tiene, coger a esa hembra tan rica! Le dimos un poco de charla y nos dijo que se la beneficia desde hace más de un mes, y que todos los días después de la clase se la folla, unas veces en su apartamento, otras en la casa de ella, a veces en el mismo coche o en un hotel que aquí cerca. Lo sabe porque el tal Geraldo se vanagloria delante de él y de otros compañeros del gimnasio, contando con detalle lo que la hace.
• ¡Vamos, que a tu madre la vuelven loca las pollas y más cuando se las meten por el coño!
Comentó nuevamente Edu, y Chicho retomo la palabra.
• Ya ves, chaval, que te comentamos todo y esperamos que tú también nos digas todo sobre tu madre.
Como estaba callado y taciturno, dudando si era otra mentira la que me estaban contando, Chicho me dijo:
• Para que vea que no te mentimos mañana te vienes con nosotros a la puerta del gimnasio para ver cuando sale tu madre.
Me dejaron marchar y en casa, mi madre estaba como siempre, jovial y desenfadada. ¿Sería por qué la alegraban el coño todos los días?
Al día siguiente, con la excusa que me dolía el estómago logré marcharme del colegio y acompañé a Chicho y a Edu a la puerta del gimnasio, dudando de lo que me habían contado de mi madre.
Estuvimos esperando casi media hora cuando efectivamente salió ella, vistiendo unas ajustadas mallas blancas, pero, al llevar una chaqueta que la cubría hasta debajo de las nalgas, no se podía apreciar si se transparentaba la prenda.
ba conversando muy animada con un tío de unos treinta y tantos años, de más de un metro ochenta de estatura, muy atlético, vestido con ropa deportiva muy ajustada y con pinta de gigolo. Debía ser éste el tal Geraldo, aunque no pasaba su brazo por la cintura de mi madre, como me había comentado Chicho, y en lugar de coger un coche, caminaron por la calle y, después de recorrer un par de manzanas, se metieron en un hotel que estaba un poco escondido dentro de un callejón peatonal y muy poco transitado. La primera que entró fue mi madre y el tipo la propinó un azote en el culo mientras entraba.
• ¡Ves!
Escuché decir a Chicho al lado mío.
¡No me lo podía creer! ¡Se había metido mi madre con un tío en un motel de mala muerte! ¡Y además la ha propinado una azotaina!
Nos acercamos a la puerta del establecimiento y pude ver cómo un hombre en recepción entregó a Geraldo, previo pago de éste de un par de billetes, la llave de la habitación. Luego subieron caminando por las escaleras, mi madre primero y Geraldo detrás mirándola el culo.
El recepcionista se metió con el dinero a un cuarto contiguo, y, sin que se diera cuenta, aprovechamos nosotros tres para entrar al motel y subir por las escaleras sin hacer ruido detrás de mi madre y del pichabrava hasta el primer piso.
Observé cómo entraban en una habitación en mitad del pasillo, cerrando la puerta tras ellos, y Chicho, muy rápido, se dirigió a una ventana del pasillo, situada en el mismo lado que las habitaciones.
Salió por ella, seguido de Edu, y yo, para no ser menos, los seguí. La marquesina que cubría la amplia entrada del motel nos servía como plataforma y por ella, caminamos en silencio, hasta una ventana, donde agazapados los dos “amigos” observaban dentro de la habitación.
Me dejaron un hueco y pude ver a los dos, a mi madre y al tipo, abrazados y besándose en la boca de pies. Las manos de él estaban sobre los duros glúteos de mi madre, cubiertos ahora solamente por una fina malla blanca, sobándolos.
¡Mi madre! ¡No me lo podía creer pero no podía dejar de mirar, de mirar cómo morreaban y magreaban a mi madre!
La chaqueta de ella reposaba sobre una pequeña silla que había en la habitación.
Sin dejar de besarse, las manos de Geraldo se metieron bajo las mallas de mi madre, amasándola las nalgas, para bajarla las mallas a continuación, dejando su hermoso culo a nuestra vista y volver a sobarlo a placer. Llevaba mi madre puesto un pequeño tanga blanco que se perdía entre las nalgas de ella, y que pasaba prácticamente inadvertido, sino es por la fina tira que abrazaba la parte superior de su culo.
Se detuvo un momento mi madre y, tomando su blanca camiseta, se la quitó por la cabeza, tirándola sobre la silla donde descansaba su chaqueta. Lo mismo hizo el tipo, que se despojó de su camiseta, tirándola al lado de la de mi madre.
¡Mi madre no llevaba sostén, ni nada que cubriera sus pechos! ¡Eran enormes, redondos y erguidos, con grandes aureolas negras de las que emergían orgullosos pezones, casi negros, que semejaban cerezas maduras!
La empujó levemente el tipo, haciendo que mi madre se dejara caer bocarriba sobre la cama, y la quitó las deportivas, dejándolas caer al suelo, haciendo lo mismo con las suyas. Luego tiro de las mallas y del tanga de ella, hasta sacárselos por los pies, dejándola solamente con unos finos y cortos calcetines blancos.
Abierta de piernas delante del tipo, éste se bajó en un momento su pantalón y calzón, quitándoselos y quedándose, como mi madre, solo unos calcetines blancos.
¡Mi madre estaba desnuda y abiertas de piernas ante un tipo que solo pensaba en tirársela!
La verga de él lucía impresionante. Emergía enorme, congestionada, erecta y repleta de gruesas venas azules, de una mata oscura y desordenada de pelos, y apuntaba orgullosa al techo.
Pensaba que iba a follársela ahora mismo, pero mi madre, al ver el gigantesco cipote, se levantó de la cama y, poniéndose de rodillas frente a él, empezó a acariciarle la verga con las manos y a lamérsela. Se la lamía con fruición, como si fuera un dulce helado, de arriba abajo y de abajo a arriba, en toda su extensión, incidiendo en el glande y lamiéndole también los cojones. Estuvo casi medio minuto acariciando y lamiéndole, hasta que se metió el cipote en la boca, se lo metió hasta el fondo, y empezó poco a poco a sacárselo, acariciándolo con sus brillantes y voluptuosos labios. Lentamente se lo iba sacando de la boca para volvérselo a meter despacio, disfrutando de cada milímetro.
Era increíble también la capacidad de aguante del tipo, que se esforzaba por no eyacular, porque yo, de ver cómo se la comía mi madre, me corrí, y mis “amigos”, aunque tenían una erección descomunal, todavía aguantaban.
Edu la tomó con su móvil varias fotos sin que se percataran los dos amantes.
A punto de correrse, logró el tipo que mi madre dejará de comerle la polla, provocando que mi madre se incorporara y se tumbara de un salto en la cama, como también hizo él, y, abrazados, desnudos sobre la cama, se pusieron a morrear nuevamente, intercambiándose fluidos e introduciéndose la lengua profundamente en la garganta.
Tumbándose bocarriba el pichabrava, mi madre se colocó encima de él, de rodillas, y, cogiendo con su mano el cipote, se lo metió en su vagina, comenzando a cabalgar sobre él con movimientos lentos al principio e incrementando su energía después.
¡Estaban follando! ¡Mi madre estaba follando con un desconocido delante de mis acosadores del colegio! Y ¡se comportaba como una puta perra en celo, como una ninfómana ansiosa de que se la follen!
Desde donde estábamos observábamos cómo el hermoso y prieto culo de mi madre subía y bajaba, subía y bajaba, una u otra vez, luego adelante y atrás, adelante y atrás, sin descanso, mientras la verga del tipo aparecía y desaparecía dentro de su vagina. También ahora Edu la tomó varias fotos con su móvi.
Los soberbios glúteos de mi madre se bamboleaban en cada subida y bajada de ella, y las manos de él lo mismo la sujetaban por la cintura, que por las caderas que directamente sobre sus nalgas, a las que azotaba una, dos y hasta tres veces, hasta que al final el tipo se corrió, emitiendo un extraño ruido gutural, y haciendo que mi madre se detuviera.
Permanecieron así durante casi un minuto, con mi madre de rodillas encima de él y con su coño lleno del esperma y del cipote del pichabrava.
Al desmontarle fue ella la que se tumbó bocarriba sobre la cama y Geraldo se puso bocabajo, con su cabeza entre las piernas de ella, y comenzó ahora él, a comerla el coño a ella. Deslizó sus dedos y sus labios entre los labios genitales de mi madre, y empezó a darla largos lengüetazos, recorriendo en todas su extensión la vulva de ella, haciéndola gemir y jadear. Se concentró en el clítoris, empapado y enorme, aplicando a veces la punta de la lengua y otras toda ella. Sus dedos de metían en abertura de la vagina, entrando y saliendo como si la estuvieran nuevamente follando. Luego la acarició con sus dedos dentro en busca de puntos de mayor placer, y, al lograrlo, hizo que mi madre chillara de placer y tuviera incluso casi hasta espasmos.
Aferrándose con sus manos al cabello del hombre, tiraba de él, amenazando con arrancárselo, mientras se corría a lo bestia, chillando como una loca en celo. Seguro que todos los edificios circundantes escucharon sus chillidos.
Después del orgasmo vino el descanso y los dos amantes de abrazaron y besaron apasionadamente, pero enseguida Geraldo se levantó de la cama, y, acompañado de mi madre, entraron al baño, donde debieron ducharse juntos.
No esperamos a que acabaran y, discretamente, salimos por la ventana al pasillo y, sin que el recepcionista nos viera, a la calle.
Allí Chicho me dijo, muy sonriente:
• Ves, cómo no te mentíamos. No lo habíamos visto, pero ahora no hay ninguna duda. Tu madre es una ninfómana y tú vas a ayudarnos a que nos la follemos.
Les vimos salir del motel, primero ella como si no pasara nada, y un par de minutos después él, cada uno en una dirección distinta.
Mis dos “amigos” dejaron que me marchara, no sin antes indicarme Chicho:
• Esta tarde tu madre va a clase de pintura o, al menos, eso dice ella, así que, aprovechando que no está en tu casa, vamos a ir nosotros. Así que a las cinco y media, cuando ella salga de casa, llamaremos y nos abrirás. ¿Entiendes?
• Sí, sí, a las cinco y media de la tarde llamaras y os abriré.
• ¡Buen chico! ¡Hale, vete!
Alejándome, veía nuevamente a mi madre desnuda, de rodillas frente al tipo ese, comiéndole la polla, disfrutando al hacerlo, y luego montándose encima de él, metiéndose el cipote por su coño como una puta experta, como si lo hiciera todos los días, y cabalgándole, moviendo su culo gordo, subiendo y bajando encima de su miembro, haciendo que se corriera, y finalmente, tumbándose en la cama, dejando al descubierto su sexo para que se lo lamiera hasta que también ella, chillando como una puta en celo, se corriera también.
¡No me lo podía creer! ¡Mi madre! Y ¡follando desnuda delante de los tíos, de los hijos de puta, que me hacen imposible la vida en el colegio!
Miré la hora y era la que yo solía llegar a casa del colegio. Entré en casa y allí estaba mi madre, como siempre, jovial y contenta, y me dio un beso en la mejilla que me produjo un escalofrío de asco y de vergüenza. Aquella boca acababa de besar, de chupar y de meterse dentro el pene de un tipo.
Se acababa de duchar y no llevaba puestas ahora las mallas, sino un vestido muy ligero cuya falda la llegaba por encima de las rodillas. Al ser el vestido tan fino se podía observar que si llevaba sostén y bragas.
Como casi siempre, comimos juntos los dos y, aunque era ella siempre la que me preguntaba cómo me había ido hoy en clase, esta vez fui yo la que la pregunté que había hecho esta mañana. Gratamente sorprendida de que fuera yo el que la preguntara, me relató muy animada lo que había estado haciendo, obviando lo que más me interesaba y lo que ocupaba en todo momento mis pensamientos, que tenía un amante con el que follaba sino todos los días, casi todos. Miraba sus voluptuosos labios mientras hablaba y me la imaginaba chupando pollas, y cuando se metía algo en la boca para comer, me la imaginaba metiéndose el miembro del hombre. El nacimiento de sus pechos podía verlos por el escote del vestido y me los imaginaba desnudos, inmensos, agitándose como un flan mientras el tipo la comía el coño.
Asombrado, me di cuenta que, mientras ella hablaba y yo la miraba la boca y los pechos, tenía una fuerte erección. ¿Me ponía cachondo haber visto a mi madre desnuda, desnuda y follando? ¡Sí, así era!
Al levantarse mi madre para recoger la mesa, permanecí sin moverme en mi asiento, cubriendo mi erección bajo el amparo de la mesa. Y la observaba el culo, mientras ella se movía de un lado a otro, recogiendo la mesa, y recordaba cómo lo balanceaba lujuriosamente mientras montaba la verga del tipo, como se lo follaba, y cómo el hombre se lo sobaba, cómo lo apretaba lascivamente con sus fuertes manos, cómo propinaba azotes en sus nalgas cada vez más coloradas.
Estaba cada vez más excitado y apunto estuve de echarme la mano al miembro para masturbarme allí mismo, sentado a la mesa donde acababa de comer, cuando mi madre me dijo cariñosamente que no hiciera pereza y que me levantara.
Eso hice, levantarme, cuando ella salía nuevamente del comedor, y totalmente empalmado me dirigí al baño, donde, cerrando la puerta, me masturbé frenéticamente. Fue unos pocos segundos ya que enseguida me corrí, dado el excitado que estaba.
Quizá para ella, pensé, el follar era una droga contra la depresión y contra el mal humor.
Aquella tarde, rehuí a mi madre y me recluí en mi habitación, como si me echara una siesta, pero no podía dormir, tan excitado estaba que me masturbé otra vez. No me podía quitar de la cabeza a mi madre desnuda y follando, como si estuviera yo allí presente, viéndolo de nuevo.
A las cinco y media mi madre se pasó por mi habitación para decirme que iba a clase de pintura y que tuviera cuidado, cerrara la puerta y me pusiera a estudiar, pero no pasó ni cinco minutos desde que se había ido cuando llamaron al portero automático de abajo. Era Chicho y Edu para que les abriera el portal, y eso hice, así como la puerta de nuestra vivienda, por la que entraron sonrientes y satisfechos.
• Hemos visto cómo se marchaba moviendo provocativa el culito y las tetas, y hemos pensado que, mientras ella posa desnuda y se la folla toda la clase de pintura, nosotros no vamos a ser menos y vamos a preparar el camino para follárnosla también.
Me comentó Chicho al entrar y empezaron a recorrer la casa.
En el salón Edu cogió una foto que estaba enmarcada con la boda de mis padres y me preguntó:
• ¿Éste que está con la putita es el cornudo de tu padre?
Mire la foto y le dije que sí, que era mi padre.
• ¡Cómo sonríen! El cornudo estaría relamiéndose, pensando en follarse a la putita de su mujer por todos sus agujeros esa noche y todos los días siguientes. ¡Cómo se pondría el cabrón! ¡Follándola, dándola por culo, cogiéndola esas tetazas y haciéndose buenas cubanas con ellas, dejando que le comiera el nabo! ¡Coño, qué suerte, los hay con suerte! Pero claro, a la putita insatisfecha la parecería poco y ya estaría pensando que no solo su maridito se la beneficiara, sino en otros rabos para que se la metieran por el coño y para comérselos.
Comentó eufórico Edu y Chico, mirando también la foto, me dijo:
• ¡Que buena está tu madre! Lo que daría yo por haber estado ahí para quitarla ese vestido tan blanco de boda, tan ceñido, y follársela. ¿Estaba tu madre embarazada cuando se casó?
• No, no. Nací casi un año después de la boda.
• Parece casi una niña, ¿qué edad tenía cuando se casó?
• Veintiuno.
• Seguro que tu padre no fue el primero que se la tiró. ¿Sabes si tuvo algún novio antes que tu padre?
• No lo sé, nunca me lo han dicho, supongo que no.
• ¡Venga chaval! ¡Que esa putita no llegó virgen al matrimonio es seguro! ¡Cuántas pollas se la habrán tirado! ¡A cientos o a miles! ¿No conoces a ningún amigo de ella de antes de casarse? ¿Algún matrimonio u hombre solo que os visite con frecuencia? Pues esos se la han follado y lo siguen haciendo, tenlo por seguro.
Comentó Edu, riéndose, mientras Chicho, mirando más fotos, decía:
• ¡Qué buena está! Mira aquí en bikini en la playa.
• ¡Ostías! ¡Qué tetas! ¡Están a punto de reventar el sostén y esparcirse por toda la playa!
Observó Edu al tiempo que miraba la foto.
• ¡La cantidad de cubanas que habrán hecho esas ubres!
Chicho, dejando las fotos donde estaban, entró al dormitorio de mis padres y exclamó:
• ¡Aquí es donde se la folla tu padre, el Geraldo y muchos más! No vamos a ser nosotros menos y aquí también nos la tiraremos.
• Ya la estoy viendo. Zumba-zumba-zumba.
Y movía Edu, al decirlo sus caderas y sus brazos como si estuviera ahora mismo copulando.
Abriendo Chicho el armario, removió entre los vestidos de mi madre, sacando uno de falda muy corta y luego otro también de falda corta, observando:
• Todos son con minifalda. A tu madre la encanta exhibir sus piernas y enseñar las bragas, si es que las lleva por supuesto.
Dejando los vestidos colgados donde estaban abrió los cajones, encontrando la ropa interior de mi madre, y, sacando unas pequeñas braguitas blancas, bordadas y con transparencias, las extendió con las dos manos, contemplándolas. Luego las dejó dobladas donde estaban y cogió un tanga negro, que constaba de dos tiras muy finas. Y Edu tomo del fondo del cajón otro tanga de color rojo y con algo más de tela, aunque con una abertura en donde debía estar el sexo de mi madre. Ambos silbaron emocionados, mirando las prendas detenidamente.
• ¡Ostias! ¡Ostias con tu madre, chaval! ¡Vaya puta calentorra, calientabraguetas, calientapollas!
Chilló emocionado Edu . Chicho me dijo:
• ¡Ves, como es tu madre, una puta calientapollas! Tienes que ayudarnos a follárnosla, ¿entiendes? No la haremos daño ni se enterara que tú nos has ayudado, pero tienes que hacerlo, no ya porque te demos por culo si no lo haces, o porque pasemos a todo el colegio las fotos de tu madre comiendo pollas o follando, sino por ayudarla a ella, a tu madre. Ella necesita que se la follen, es una ninfómana que necesita que, pollas jóvenes y fuertes como las nuestras, la penetren. ¿Entiendes?
• Sí, sí, te entiendo. Os ayudaré pero tenéis que dejarme que yo la vea, que vea lo que hacéis a mi madre, pero sin que ella se entere, sin que sepa que yo estoy viéndolo.
• Así me gusta, chaval, que colabores. Ya verás cómo no te sientes decepcionado. Además ya eres de los nuestros, de nuestra pandilla.
En ese momento, escuché el ruido de la puerta de la calle, abriéndose, y a mi madre decir en voz alta desde la entrada:
• Ya estoy aquí, hijo.
¡Coño, mi madre! ¡Venía mucho antes de la hora y nos pillaba hurgando en sus bragas con mis dos “amigos”!
Colocaron rápido los tangas en el cajón, cerrándolo, así como el armario, y salimos del dormitorio rápido por la puerta que daba a la terraza. Yo fui tan rápido como pude por la terraza a mi habitación, sentándome en mi escritorio y abriendo un libro, al mismo tiempo que mi madre abría la puerta y, mirándome, me dijo:
• He venido antes porque el profesor no ha llegado, estaba con gripe. Bueno, me voy a cambiar, tú estudia que luego te tomo la lección.
Y cerró la puerta tras ella, sin prestarme mucha atención ya que yo había abierto el libro al revés y simulaba cómo si estudiara.
Me levanté y, al salir a la terraza, vi a mis dos “amigos” quietos, pegados a la pared, próxima al dormitorio de mis padres sin saber exactamente qué hacer. Me acerqué a ellos en silencio, cuando escuchamos a mi madre qué entraba en su dormitorio, cerrando la puerta, así como la puerta que daba a la terraza.
Nos aproximamos a la ventana abierta que conectaba la terraza con el dormitorio de mis padres, y allí, agachados, pudimos ver a mi madre cómo se desabrochaba por delante el vestido que llevaba, quitándoselo y dejándonos observar el minúsculo tanga blanca que llevaba, así como el pequeño sostén también blanco que apenas cubría sus enormes tetas.
Sus glúteos lucían sensacionales, redondos, prietos y duros, nada caídos y sin ninguna muestra ni de celulitis ni de ninguna mancha o grano. No me extrañaba que quisieran todos follársela.
Se quitó el sostén, mostrándonos sus grandes pechos, redondos y erguidos, con una aureola muy oscura del tamaño de una moneda de euro, de la que salían unos pezones color azabache.
Dejando el sostén encima de la cama, se movía con mucha soltura y rapidez, balanceando las tetas en cada movimiento que daba.
Dándonos la espalda a nosotros que estábamos en la ventana escondidos, se agachó y se bajó las bragas en un momento, quitándoselo por los pies, y enseñándonos su culo prieto y respingón, así como el sexo entre sus piernas.
Volteándose a continuación nos mostró su sexo totalmente rasurado.
Dejando la prenda también sobre la cama, los zapatos fue lo último que se quitó, calzándose al momento sus zapatillas de estar por casa.
Sin percatarse de nuestra presencia se metió al baño, cerrando la puerta, escuchándose al momento, el agua de la ducha correr.
Agarrándose el pene erecto a través del pantalón, Edu susurró al oído de Chicho:
• ¿Nos la follamos ahora?
• No, no, otro día y en otras circunstancias, que esto tiene que darnos mucho juego.
Respondió Chicho, incorporándose, y, abriendo la puerta del dormitorio de mi madre, entró dentro, cogiendo las bragas que mi madre se acababa de quitar y las olió, exclamando:
• ¡Se la acaban de follar!
Y se la llevó a la nariz de Edu y luego a la mía, que solamente pude identificar un ligero olor a vainilla que debía ser del gel que utiliza mi madre, pero nada más.
Dejando las bragas donde estaban, salimos del dormitorio, cerrando todas las puertas y nos encaminamos a la puerta de la casa, saliendo. Antes de cerrar la puerta, Chicho me dijo:
• Mañana hablamos. Tengo varios planes en mente.
Aquella tarde, cuando mi madre fue a tomarme la lección, no estaba yo precisamente concentrado en los estudios, de hecho no había podido estudiar nada aquella tarde, a pesar de estar todo el tiempo delante del libro, solo pensaba en su cuerpo desnudo. Al sentarse en el sofá frente a mí, su falda se la subió un poco y mis ojos se dirigieron inmediatamente a su entrepierna y pude ver sus bragas blancas, pero enseguida se bajó la falda y juntó sus muslos, impidiendo que pudiera seguir viéndolas. Tomo el libro abierto entre sus manos y mi mirada se dirigió ahora a sus turgentes pechos, de los que podía ver casi hasta los pezones por el escote abierto del vestido. Mi madre, dándose cuenta de a donde miraba, se miró el escote y se lo colocó, cubriéndose las ubres. Al tomarme la lección, ni me enteraba de lo que me estaba preguntando, y, cuando respondía, lo hacía mal, por lo que mi madre me reprendió dulcemente y me mandó a estudiar a mi cuarto hasta la hora de la cena.
En la cena, mi padre nos dijo que la noche siguiente, la del viernes al sábado, vendría más tarde, de madrugada, ya que tenían que cerrar cuentas y balances.
Recordé que mi madre había invitado la tarde del viernes a Chicho y a Edu a merendar, por lo que ahora tendrían más tiempo para desarrollar sus planes.
Aunque inquieto ante lo que podía presentarse al día siguiente, aquella noche en la cama me masturbé pensando en las tetas y el culo de mi madre, y no fue una sino hasta tres veces, hasta que al final me dormí.
A la mañana siguiente, mi madre sí que recordaba que había invitado a mis “amigos” a merendar esa tarde, por lo que me dijo que se pasaran por casa a eso de las seis y media de la tarde. Me pareció peculiar que mi madre se acordará de su invitación, quizá deseaba que también ellos se la follaran, pero rechacé la idea por ridícula, aunque no estaba del todo seguro.
Comenté la hora de la merienda a Chicho y compañía en el tiempo de descanso de clase, añadiendo que esa noche mi padre no dormiría en casa.
Eran ya las seis y media de la tarde cuando sonó el timbre de la puerta y fue mi madre a abrir. Escuché recibirles muy jovial y contenta, así como la voz de Chicho y Edu respondiendo muy amablemente, aunque era el primero el que llevaba la voz cantante, haciendo la pelota a mi madre.
Al ir a su encuentro, observé que solamente Chicho y Edu habían venido, abandonando a los dos esbirros. Solamente los querían para hacer recados y para el trabajo sucio, pero no contaban con ellos para disfrutar de los encantos de mi madre.
Estaban Chicho y Edu muy sonrientes y mi madre les correspondía, no sé si también lo haría si querían llevársela a la cama.
Habían traído los “amigos” unos pastelitos que, según decían, los había hecho la madre de Chicho para nosotros, correspondiente a la invitación. Seguro que era mentira y que Chicho querría algo de mi madre a cambio.
Les pasó al saloncito y yo me quedé con ellos, mientras mi madre iba a la cocina.
Los rostros sonrientes de ellos perdieron su sonrisa cuando ella desapareció, y Chicho colocó los pastelitos sobre una mesita baja redonda que había frente al sofá, preguntándome en voz baja:
• Tu padre viene tarde esta noche, ¿no?
• Sí, viene tarde.
Le respondí en susurros.
Colocaron dos sillas frente al sofá y me dijo Edu:
• Tú te sientas en una de ellas y yo en otra.
Apareció mi madre por la puerta, llevando muy sonriente una bandeja con bebidas y con un bizcocho que había preparado.
Al ver donde estaban colocados los pastelitos también se dirigió allí, exclamando:
• Ah, bien, aquí estaremos más cómodos.
Y colocó la bandeja también sobre la mesa, sentándose en el sofá al vernos que tanto yo como Edu estábamos sentados en las sillas.
Mis ojos se dirigieron a las braguitas de mi madre, ya que al sentarse se le subió como siempre la falda, pero enseguida se la colocó, tapándose la entrepierna. También Edu que estaba frente a ella, se dio cuenta y no se perdió detalle.
Enseguida entablaron conversación, especialmente mi madre y Chicho que tenía bastante más labia que su amigo, pero éste, aunque no intervenía mucho, no se perdía detalle de la falda y de los muslos de mi madre, así como de sus pechos que, al tener el escote algo abierto, permitía ver los cacho melones que tenía.
Mi madre les preguntó si estaban en mi misma clase, de qué me conocían y un montón de preguntas más, a lo que Chicho y, en menor medida, Edu, respondían la mayoría de las veces con mentiras. Todos muy amables y sonrientes.
Como ellos la trataban de usted y se dirigían a ella como “señora”, mi madre les dijo que la tutearan y que la llamaran por su nombre “Marga”.
Ofreciendo biscocho a mis “amigos”, ella cogió uno de los pastelitos que habían traído y, mordiéndolo, dijo que sabía delicioso, que tenía un sabor como a canela y preguntó a Chicho sí sabía que contenían y cuál era la receta para hacerlo ella. El joven la respondió qué no lo sabía y preguntaría a su madre.
Todos tomábamos bizcocho, excepto ella que se comía el pastelito, y, al ver que solo ella lo había probado, nos los ofreció a todos. Chicho y Edu dijeron que, con el bizcocho, tenían suficiente, y además ya habían probado esos pastelitos.
Aquellos pastelitos me resultaban excesivamente sospechosos y temí, acertadamente, que contenía algún tipo de droga.
Yo tuve que coger uno, y aunque, lo mordí y me metí un pequeño trozo en la boca, no me lo trague, simplemente, después de masticarlo, me lo guardé en un carrillo, esperando la primera oportunidad que tuviera para quitármelo de la boca. Un momento que mi madre se volteó y dejó de mirarme, lo escupí en una servilleta de papel, donde también puse el resto del pastelito, doblando el papel y escondiéndolo doblado en el bolsillo de mi pantalón.
Me fijé que, cuando mi madre, hablaba con uno de mis “amigos”, el otro la miraba sin disimulo las tetas y las piernas.
No había pasado ni media hora y su conversación era cada vez más difusa, no hablaba tan nítidamente como antes, incluso hasta balbuceaba a veces y repetía cosas que ya había dicho antes. Observé que el rostro de mi madre estaba brillante, así como su pecho. Estaba sudando y exclamó agobiada:
• ¡Uf, qué calor hace! No lo notáis, ¡estoy asfixiada! Voy a abrir la ventana.
Y se fue a levantar, pero, como la costaba hacerlo, Edu se levantó antes y, aunque la ventana estaba medio abierta, la abrió de par en par.
• Estoy un poco mareada. Enseguida se me pasará.
Exclamó al tiempo que cerraba los ojos y se echaba para atrás en el sofá, abriéndose descuidada de piernas y enseñándonos sin reparo sus bragas y el interior de sus muslos.
• No sé qué me pasa. Tengo tanto calor.
Comentó somnolienta.
• Quizá llevas demasiada ropa, Marga. Déjame que te la quitemos.
La dijo Chicho, sonriendo.
• Ay, no, no
Exclamó ella como entre sueños, y, sin hacerla caso, comenzó Chicho a desabrocharla por delante uno a uno los botones de su vestido, empezando por arriba, abriéndoselo para que viéramos sus hermosos pechos escasamente cubiertos por un pequeño sostén blanco del que casi se salían por arriba sus pezones.
Al acabar de desabrocharla todos los botones, le abrió el vestido, y todos contemplamos durante unos segundos su hermoso cuerpo, de tetas generosas, vientre plano, sexo sabroso y muslos fuertes y torneados. Tanto el sostén como las braguitas, blancas y casi transparentes, enseñaban más que ocultaban los generosos encantos de mi madre.
Desplazó Chicho con sus dedos el sostén hacia abajo, colocándolo bajo las tetas, descubriéndolas totalmente, para colocar a continuación sus manos abiertas sobre los pechos de ella, que, repentinamente, abrió mucho los ojos, y quitándose las manos del joven, se levantó a duras penas del sofá, exclamando de nuevo:
• Ay, no, no.
Mientras mi madre se levantaba, Chicho la cogió del vestido, de forma que, cuando ella se puso en pie, no lo llevaba, estaba en las manos del joven.
Tambaleándose y a punto de caer, Edu se interpuso en su camino, y, sujetándola por las nalgas con sus manos, la observó detenidamente las tetas, mientras Chicho, que también se había acercado, la soltó el sostén por detrás, quitándoselo y dejando que cayera al suelo. A continuación se agachó, la bajó las bragas hasta los tobillos y, pasando sus brazos tras las piernas de ella, la levantó del suelo, sosteniéndola en brazos, mientras Edu la despojaba de las bragas y de los zapatos, dejándola completamente desnuda.
Yo, puesto en pie, observaba, entre avergonzado y excitado, a mi madre desnuda en brazos del joven, contemplando sus enormes pechos de grandes aureolas y su sexo totalmente depilado que exhibía impúdico entre sus piernas.
• Pero chicos, ¿Qué hacéis?
Exclamó mi madre, como en sueños, pero soltando alguna risita como si se tratara de un juego.
• ¡Eso, eso, ríe, mamita, ríe!
Comentó Edu, sonriendo.
• Te has mareado, mamita. Te vamos a llevar a la cama para que descanses.
La dijo Chicho, al tiempo que la llevaba en brazos hacia el dormitorio, abriendo la comitiva Edu que abría las puertas y seguido por mí que les contemplaba por detrás.
Entraron al dormitorio de mis padres, y la colocaron bocarriba sobre la cama, totalmente desmadejada y despatarrada, aunque una sonrisa juguetona pintaba sus labios, lo que me resultó extraño.
Me quedé contemplando desde arriba a mi madre, lo buena que estaba, sus enormes pechos y su vulva depilada, mientras mis “amigos” se despojaban de sus ropas.
Yo deseaba ver cómo se follaban a mi madre, cómo gozaban de su hermoso cuerpo desnudo, quizá por simple morbo y para castigarla por ser infiel a su marido, mi padre, pero no quería que estos hijos de puta lo hicieran, éstos cabrones que tanto me habían hecho padecer en el colegio, humillándome, y lo que querían hacer ahora, follársela, era la humillación final.
Mi madre, tumbada bocabajo y sonriendo, les preguntó, entre risitas:
• ¿Qué queréis hacerme, chicos malos?
Al verles totalmente desnudos, mi madre, riéndose, se giró, poniéndose a cuatro patas sobre la cama y se alejó, como si fuera una gatita perezosa, hacia la cabecera de la cama.
Mis ojos, como los de mis “amigos” se fijaron en sus duros glúteos, y cómo los movía al desplazarse en la cama.
• ¿Dónde vas, risitas?
La preguntó Edu, pero fue Chicho el que se subió a la cama y se colocó de rodillas entre las piernas de mi madre, sujetándola por las caderas, deteniendo su marcha, y apuntando con su pene erecto a la entrada de la vagina, se lo metió, despacio pero de un tirón, hasta el fondo, haciendo que mi madre dejará de reírse y contuviera la respiración.
Empezó a cabalgarla, despacio al principio, pero aumentando poco a poco el ritmo del mete-saca.
¡Se estaba el hijo de puta follando a mi madre! ¡A mi propia madre!
¡No me lo podía creer! ¡Mi madre, tras la sorpresa inicial de sentirse penetrada, ahora ayudaba activamente a que se la follara, moviendo sus caderas adelante y atrás, adelante y atrás, mientras jadeaba y gemía como una puta en celo, como una auténtica ninfómana!
Edu, mirándome, exclamó sonriendo abiertamente:
• ¡Joder, joder, chaval, vaya puta, vaya puta de madre que tienes!
Mi vista se dirigía a las hermosas nalgas de mi madre, observando excitado cómo se balanceaban en cada embestida.
Chicho empezó a decir a mi madre, mientras se la follaba y la propinaba fuertes azotes en las nalgas:
• ¡Toma, puta, toma!
Todavía no había descargado cuando la desmontó y, con el pene tieso y apuntando al techo, le pasó el testigo a su compañero:
• Te toca, luego la acabo.
Edu ocupo el puesto de Chicho entre las piernas de mi madre, pero no dirigió su verga erecta a la vagina de ella, sino a su ano y poco a poco se la fue metiendo, ante los agudos chillidos de mi madre, hasta que la penetró hasta el fondo, y sujetándola, también por las caderas, se la comenzó a follar.
Horrorizado contemplaba sin hacer nada cómo sodomizaba a mi madre, sintiendo casi en mis propias carnes el dolor que debía ella estar sintiendo.
Resignada, mi madre colocó su cabeza sobre el colchón, entre sus brazos doblados, aguantando el folleteo al que estaba siendo sometida. Sus chillidos de dolor dejaron paso al silencio y luego a suspiros, jadeos y a chillidos de placer.
• ¿Te gusta, puta, eh? Te gusta, ¿a que sí, a que te gusta cómo te doy por culo?
También recibió unas buenas nalgadas mientras era sodomizada.
Esta vez si que descargo Edu en las entrañas de mi madre, y al desmontarla, aún la propina un par de buenos azotes en sus rojos cachetes.
Dejándose caer ella de lado, permaneció con las piernas juntas sobre su pecho sin moverse, pero Chicho todavía no había descargado, así que la colocó bocarriba sobre la cama, con su culo al borde la cama y con la almohada bajo las nalgas, levantándola la pelvis.
Los voluptuosos senos de mi madre lucían espectaculares, y más aún al tener ella sus brazos extendidos hacia arriba, apuntando a la cabecera de la cama.
Se puso Chicho entre las piernas de ella, restregando su cipote tieso por la húmeda pelvis de mi madre, restregándolo arriba y abajo entre sus labios genitales, hasta que, al encontrar el acceso a su lubricada vagina se lo fue metiendo, poco a poco, metiéndoselo un poco, sacándolo otra vez, una y otra vez, cada vez más dentro, hasta que desapareció totalmente dentro, volviéndolo a sacar, a sacar y a meter, una y otra vez, haciendo que mi madre gimiera y chillara otra vez de placer.
Ahora eran las enormes tetas de mi madre las que se balanceaban desordenadas en cada acometida, y Edu la sacó varias fotos con su móvil y luego, sin poder contenerse, se puso de rodillas al lado de ella, sobándola las tetas y chupándoselas.
Sí que descargo en esta ocasión Chicho, y su semen rebosaba del coño abierto de mi madre.
Todavía no la había desmontado, cuando Edu esta vez se puso a horcajadas sobre el pecho de ella y metió su verga tiesa entre los pechos de mi madre, aprisionándolo, y moviéndose adelante a atrás, colocando su vientre sobre el rostro de ella, se hizo, después de varios interminables minutos, una cubana. Al levantarse pude ver cómo un esperma amarillo llenaba el rostro de mi madre, su boca, sus ojos e incluso su pelo estaban embadurnados del espeso fluido.
Permaneció mi madre bocarriba sobre la cama, sin moverse, como si durmiera, mientras mis dos “amigos” se vestían risueños y Edu me decía:
• ¡Vaya puta qué tienes como madre, chaval, vaya puta calentorra!
Ya vestidos para irse, Chicho cogió los pasteles que había traído y me dijo:
• Te aconsejo, chaval, que, si no quieres que tu padre te dé de ostias, arregla todo y limpia bien a tu madre de toda la lefa que la hemos echado. Luego la vistes como estaba y la dejas durmiendo en la cama.
Después de una breve pausa, continúo amenazante:
• Te aconsejo que no digas a nadie lo que ha ocurrido. Si preguntan, tu madre no se encontraba bien y se fue sola a la cama. Nosotros al ver que no estaba bien nos marchamos y os dejamos solos. Por tu madre no te preocupes porque no se va a acordar de nada. Lo sabemos por experiencia ya que no es la primera vez que hemos utilizado la droga que hemos puesto a los pasteles que hemos traído.
Edu me comentó, sin dejar de sonreírme burlonamente:
• Si te tiras a tu madre, no se va a acordar, así que, chaval, tíratela, que quizá no tengas otra ocasión.
Con la puerta abierta de la calle, Chicho me dijo:
• El lunes ya hablamos. Cuida de tu mami y recuerda lo que te he dicho.
Les vi bajar por las escaleras, llevándose los pasteles.
Nada más cerrar la puerta, hice caso a mi “amigo” y limpie todo lo que pude, quitando toda traza de lo que había sucedido.
Con una esponja mojada y con una toalla fui al dormitorio de mis padres y allí estaba mi madre, tumbada bocarriba y desnuda encima de la cama, durmiendo plácidamente como si fuera un bebé. Cohibido me acerqué a ella y la limpié todo el esperma que tenía pegado, primero del rostro y del pelo sin que ella se inmutase ni abriera los ojos.
Luego fui a sus pechos, limpiándoselos también con la esponja. Me atraían poderosamente ese hermoso par de tetas, tan blandas y suaves pero, al mismo tiempo tan consistentes. Como mi madre no abría los ojos, dejé la esponja a un lado y utilicé mis manos y mis dedos para sobárselos. Si a mis “amigos” les atraían los pechos de mi madre, yo no iba a ser menos. Tomé entre mis dedos sus pezones y observé cómo se endurecían y erizaban al tocarlos, así como mi verga que también crecía dentro del pantalón. Temiendo que se despertara o que viniera mi padre antes de que yo acabara de arreglar todo, dejé sus pechos y limpié, al menos superficialmente, tanto su coño como su ano, de esperma.
Procedí a ponerla la ropa que llevaba, empezando por sus bragas, que aproveché para sobarla impunemente los glúteos, continuando por su sostén y dejándola el vestido para el final. Me parecía infinitamente más interesante desnudarla que vestirla, pero aun así lo hice totalmente empalmado.
Cuando acabé de vestirla, dejé a mi madre vestida y durmiendo plácidamente sobre la cama como si nunca hubiera sucedido nada.
Aquella noche, cuando llegó mi padre, mi madre todavía dormía, y se acostó junto a ella, durmiendo ambos como si nada hubiera ocurrido.