Los matones del colegio humillaron a mi madre

Tras follarse a mi madre, los dos jóvenes planearon humillarla otra vez.

(Continuación de “LOS MATONES DEL COLEGIO SE FOLLARON A MI MADRE”)

(Tiene un final alternativo al relato “LOS MATONES DEL COLEGIO SE FOLLARON A MI MADRE (2)”)

Aquel sábado cuando me levanté por la mañana de la cama, ya estaban levantados tanto mi madre como mi padre.

La noche anterior mi padre llegó tarde del trabajo cuando mi madre ya dormía, después de haber sido drogada, desnudada, follada y sodomizada por unos matones del colegio al que yo asistía y a los que yo ayudé a que lo hicieran.

Como era su costumbre, mi padre, sin prácticamente dirigirnos la palabra, salió de casa, en teoría, a comprar el periódico y el pan, pero no volvería hasta la hora de comer.

Mi madre, que parecía que no se hubiera recuperado totalmente de la tarde anterior, aprovechó a preguntarme muy preocupada qué había sucedido ya que solamente se acordaba de que estaba merendando con nosotros cuando empezó a tener mucho calor y a marearse.

Para tranquilizarla repetí lo que me aconsejó Chicho, uno de mis acosadores y también uno de los violadores de mi madre, que ella, mi madre, al no encontrarse bien se fue sola a la cama y mis dos “amigos”, Chicho y Edu, se marcharon y nos dejaron solos.

Como me dijo Chicho, ella no se acordaba de nada, así que preocupada se fue a urgencias por si el calor y el mareo que tuvo la tarde anterior eran debidos a problemas físicos como una subida de tensión o de azúcar en sangre.

En ningún momento mencionó que hubiera sido drogada, aunque posiblemente lo pensara.

Volvió poco antes de comer y la pregunté si sabían que la había sucedido.

Me comentó que sus niveles de azúcar, tensión arterial y colesterol estaban en niveles normales. Por este motivo los médicos achacaron sus mareos a que la sentó mal algo que tomó y tuvo un corte de digestión, por lo que la recomendaron que estuviera todo el fin de semana tomando alimentos ligeros y sanos, pero eso siempre lo hacía ella, por lo que no tuvo ningún problema en seguir sus consejos.

El fin de semana pasó sin pena ni gloria, aunque yo me masturbé varias veces pensando en las tetas y en el culo de mi madre, y cómo se le movían cuando se la follaban. También estaba yo preocupado por el cariz que tomaban los acontecimientos con los matones del colegio acosándome para que les ayudara a follarse a mi madre, y por el amante que había descubierto que tenía ella: Geraldo, su profesor de aerobic.

Llegó el lunes y en el descanso de media mañana Chicho me anunció muy sarcástico que esa tarde, en la que mi madre, no tenía ninguna actividad programada de mete-saca, se pasarían por mi casa para “hablar” con ella. Todo esto me lo comentó ante las risitas y gestos burlones de Edu y de sus dos esbirros.

A última hora de la mañana, mientras estaba en clase, no me quitaba de la cabeza a mi madre, que probablemente a esa hora estaba nuevamente follando con su amante, quizá hoy tocaba en el motel donde les pillamos el pasado jueves, o en el automóvil de Geraldo, o en la propia cama de matrimonio de mis padres, o en cualquier otro sitio. Pensaba que si era tan puta, bien que se merecía un castigo, aunque no quería que fueran ellos, los que tan malos ratos me habían hecho pasar en el colegio, los que se lo impartieran.

Serían las seis y media de la tarde cuando llamaron a la puerta y esta vez fui yo el que, saliendo de mi habitación donde intentaba estudiar, les abrió. Eran Chicho y Edu, los dos hijos de puta que el pasado viernes violaron a mi madre varias veces.

Chicho, sonriendo irónicamente, me anunció:

• Venimos a ver a tu madre, para ver cómo está.

Sonrientes entraron en mi casa, apartándome Edu con un fuerte empujón que me arrojó contra la pared, cuando salió mi madre al oír el timbre de la puerta y voces.

• Buenas tardes, Marga. Venimos a ver cómo te encuentras, si ya estás bien.

Le dijo muy amablemente Chicho y mi madre le respondió.

• Ah, sí, muchas gracias, chicos, me encuentro ya bien, muy amables, pero pasad, pasad, no os quedéis en la puerta.

Y les invitó a entrar, pasando los cuatro al salón, sentándose como el pasado viernes, mi madre y Chicho en el sofá, y Edu y yo en unas sillas frente a ellos.

Mi madre, que llevaba puesto un ligero vestido con minifalda, se cuidó de que esta vez no se la vieran las bragas al sentarse, al estirarse bien la falda y sujetársela con las manos.

Chicho la comentó lo preocupados que se quedaron, él y Edu, cuando ella se puso muy colorada, se mareó y se fue a descansar. Dijo que querían avisar a un médico pero yo, su hijo, les comentó que no hacía falta, que enseguida se recuperaría, así que se marcharon. Hoy lunes al preguntarme, les dije que ya estaba bien y que todo había pasado.

Por supuesto, todo lo que decía era mentira, pero mi madre parecía que se lo tragaba todo, y pasó a explicarles la visita que hizo al médico y las pruebas que la hicieron, sin detectar nada anormal, por lo que supusieron que fue un corte de digestión del que ya estaba recuperada.

• Confío que no fueran los pastelitos que trajimos como regalo.

Comentó Chicho, haciéndose pasar por inocente.

• No, no, por supuesto que no. Sería alguna cosa que tomé en el almuerzo, posiblemente la lechuga que, a veces, me sienta mal.

• ¡Qué alivio! Pensábamos que era por nuestra culpa.

Exclamó hipócrita Chicho y, tras escuchar a mi madre negándolo, continuó.

• Ya que estamos aquí, queríamos comentarle también los problemas que ha tenido su hijo en el colegio.

• ¡Ah!, ¿qué problemas? Mi hijo nunca me ha comentado nada, a pesar de que le preguntaba continuamente.

Repuso mi madre asustada, y Chicho continuo muy serio.

• Un grupo de chavales mayores que él le vejaban continuamente. Vimos cómo le insultaban y empujaban, se le colaban en la fila del comedor, se limpiaban las manos manchadas en su ropa, le quitaban el bocadillo y el dinero que llevaba, le quitaban la mochila que llevaba y vaciaban su contenido en el suelo.

Mentía descaradamente el muy hijo de puta, era él y sus “amigos” los que me acosaban.

• No lo sabía. Pero ¿tú no hacías nada, hijo?

Me interrogó chillando asustada mi madre, pero Chicho respondió muy serio en mi lugar.

• Eran mucho más grandes y fuertes que él. No podía hacer nada, ya que si lo hacía sería peor, le patearían y golpearían.

Se detuvo un momento el joven, pero antes de que mi madre, con lágrimas en los ojos, me volviera a preguntar, continuó muy serio con sus mentiras.

• Nosotros no quisimos inmiscuirnos. No queríamos ser nosotros también unos abusones y pensábamos que todo se resolvería por sí mismo, como siempre ocurría en estos casos, pero una mañana al ver cómo, en un rincón del patio, riéndose de él e insultándole, le obligaron a bajarse los pantalones y a masturbarse. En este momento decidimos intervenir y …

• ¡Dios mío! ¡No lo sabía! ¡Qué humillante! ¡Qué vergüenza! Pero … ¿Por qué no me dijiste nada, cariño?

Interrumpió chillando histérica mi madre, y Chicho, sin dejar qué yo respondiera, reanudo su monólogo.

• Como te iba diciendo, Marga, al ver lo que habían obligado a hacer a tu hijo y que se disponían a violarlo, tuvimos que intervenir, impidiéndolo.

• ¿A violarlo? ¡Dios santo!

Chilló mi madre horrorizada, llorando copiosamente, al tiempo que se cubría el rostro con sus manos.

• Sí, eso iban a hacer, le iban a dar por culo, a violarlo salvajemente, pero nosotros, Edu y yo, lo impedimos y, desde que está con nosotros, desde que nosotros le cuidamos, no corre ningún peligro.

Finalizó muy orgulloso Chicho su monólogo y mi madre, agradecida, le dijo, entre sollozos:

• ¡Gracias, Dios mío, muchas gracias!

Y se acercó a Chicho para darle un beso de gratitud, que Chicho recibió más efusivamente de lo que mi madre esperaba, al recibirlo con la boca abierta, y, atrayéndola hacia él con una mano en su espalda y otra en sus nalgas, la metió la lengua hasta el fondo de su boca.

Por el ímpetu del abrazo la falda de mi madre se levantó y la mano de Chicho se metió debajo e incluso bajo sus bragas, sobándola directamente las nalgas a placer, mientras que, por delante, se podían ver las bragas de ella, así como la totalidad de sus torneados muslos en tensión.

Sorprendida, los ojos de mi madre se abrieron mucho pero no reaccionó para quitarse de encima al joven y, cerrando los ojos, parecía que cedía a los lúbricos intereses de Chicho que la morreaba con pasión.

La mano del joven que sobaba las nalgas de mi madre, subió a las tetas de ella, y, metiéndose por el escote del vestido, presionó hasta que un par de botones saltaron, para bajarla a continuación el sostén por delante, colocándolos bajo sus voluptuosos pechos, descubriéndolos.

Al empezar a sobárselos y a tirar de sus pezones, mi madre reaccionó con más energía, logrando separarse un poco, pudiendo tomar una bocanada de aire, pero, antes de que pudiera decir nada, la boca de él cubrió nuevamente la suya, y la lengua del joven se volvió a meter dentro de la boca de ella.

Mientras la morreaba con pasión, la empujó con su cuerpo, obligándola poco a poco a tumbarse bocarriba sobre el sofá, con él encima.

La falda de mi madre, totalmente enrollada dejaba ver la totalidad de sus hermosos muslos así como sus pequeñas braguitas.

Una vez tumbada, sin dejar de morrearla, tiró del vestido y, haciendo saltar todos los botones, se lo abrió del todo, dejando expuestas a nuestras miradas su cuerpo, sus tetazas bajo las que se encontraba su sostén, y sus braguitas, que apartó Chicho de la entrepierna de ella, dejando al descubierto su vulva depilada.

Se soltó Chicho el cinturón de su pantalón y empezó a bajarse la bragueta, ¡quería follársela allí mismo, en el sofá, delante de su propio hijo!, pero mi madre, al percatarse de sus intenciones y sentirse menos presionada por el joven, le empujó desesperada, haciéndole caer al suelo.

Libre de Chicho, mi madre se irguió y se giró rápido, sentándose en el sofá mirando hacia el joven, al tiempo que se cubría con el vestido sus melones y sus braguitas.

Tenía el rostro hermosísimo, pero encendido de un color rojo intenso, provocado por la enorme vergüenza que sentía, y miró a Chicho que se levantaba del suelo y a mí, para volver su mirada al joven, al tiempo que balbuceaba entrecortadamente :

• Yo … yo … yo no quería … entendiste mal.

• ¿Mal? Entendimos todos bien, tú, yo y todos nosotros, incluido tu hijo. Lo que quieres es que te follemos.

Bramó Chicho, con el rostro rojo de ira, y mi madre, intimidada, solo pudo decir en voz muy baja, apenas audible:

• No … no … yo no.

• No te hagas ahora la estrecha, puta, que sabemos que tu profesor de aerobic te folla todos los días. Lo hemos visto los tres. Sí, tu hijo también, y te hemos tomado fotos con el móvil mientras lo hacías. Si quieres que la estancia de tu hijo en el colegio no sea una auténtica pesadilla y que tu marido no reciba tus fotos follando, vas a hacer todo lo que yo quiera. ¡Todo!. ¿Entiendes, puta?

Continúo el joven, gritando, y mi madre, con los ojos y la boca muy abiertos, permanecía en un estado de shock.

• ¡Y ahora desnúdate, puta! ¡Ahora!

Como mi madre no reaccionaba, Chicho exclamó, al tiempo que se acercaba amenazante a ella.

• ¡Está bien! Si así lo quieres, será un placer.

Y la agarró por las muñecas para que dejara de sujetarse el vestido, pero ella, forcejeando no se dejaba, e incluso se inclinó hacia delante, colocando su pecho sobre sus rodillas dobladas, por lo que Chicho, al no conseguirlo, agarró el vestido de ella por detrás y, tirando, lo pasó por encima de la cabeza de mi madre, dejándola su espalda desnuda. Siguió tirando con toda su fuerza, levantando incluso a mi madre del sofá, haciendo que finalmente mi madre cediera, soltando su vestido que se quedó en las manos del joven.

Sentada en el sofá, cubriéndose con sus manos los pechos, y con las bragas desplazadas, enseñando su sexo, mi madre esperaba encogida la siguiente andanada que no se hizo esperar.

Tirando con rabia el vestido contra una pared próxima, se fue Chicho otra vez contra ella, y, agarrándola por la cabeza, tiró de ella, y mi madre, chillando, dejó al descubierto sus tetazas bamboleantes, aferrándose con sus manos a los brazos del joven, que la logró tumbar de lado sobre el sofá, y una vez hecho, la soltó la cabeza, y la cogió rápido las bragas que, tirando de ellas, se las quitó en un instante.

Con las bragas en la mano, el joven las olió con placer durante unos segundos mientras no dejaba de observarla el coño a mi madre, que, enseguida, se sentó nuevamente, tapándose con sus manos la entrepierna y las tetas.

Me arrojó a mí las bragas que, al no esperarlo, me dieron en el rostro, pero enseguida las cogí en mis manos, sin dejar de mirar lo que venía a continuación.

Empujándola por los hombros intentó Chicho tumbarla hacia atrás, pero, mi madre, agarrándose a sus muslos no cedía y, el joven, al no conseguirlo, la agarró por los tobillos y los levantó, haciéndola girar sobre su propio culo, para, a continuación, colocar las piernas de ella sobre el sofá, quitándola los zapatos.

Al verse mi madre, bocarriba sobre el sofá, totalmente indefensa, se revolvió para intentar escapar pero Chicho, subiéndose de rodillas sobre las piernas de ella, lo impidió. Sujetándola por las muñecas, empujó con fuerza y se las puso sobre el sofá, encima de cabeza, pero, al no poder sujetarla las piernas solicitó ayuda a Edu.

• ¡Sujétala las piernas, Edu, sujétaselas!

Y Edu rápido se levantó e, inclinándose sobre la sofá, la agarró por los tobillos, sujetándola las piernas y, sentándose en el sofá, la separó las piernas para que Chicho se metiera de rodillas entre ellas, al tiempo que éste exclamaba:

• ¡A esta yegua salvaje hay que desbravarla!

Mi madre intentó revolverse y forcejear para soltarse, pero le era imposible, por lo que, al sentirse atrapada, empezó a chillar:

• ¡Ay, no, no, por favor, no!

Chicho, sujetándola por las muñecas con una sola mano, utilizó la otra para sobarla una teta, para apretársela, haciéndola chillar de dolor, y finalmente azotarla las dos, dándola manotazos que las hacían bambolear desordenadas hacia uno y otro lado y arrancar agudos chillidos de dolor.

Mi madre, llorando, suplicó, chillando:

• ¡No, por favor, no! ¡Ay, ay, qué daño, qué daño, por favor, no!

• ¡Cállate, puta, que bien te gusta que te follen!

Exclamó el joven sin dejar de azotarla los pechos.

• ¡Socorro, socorro!

Empezó desesperada a chillar más alto mi madre, y Chicho, temiendo que pudieran oírla, la tapó con su mano la boca para que no lo hiciera.

• ¡Cállate, puta! ¡Te he dicho que te calles, coño!

Pero ella le mordió con fuerza la mano, haciéndola gritar ahora a él de dolor, relajando la presión que ejercía con la otra mano sobre las muñecas de mi madre, provocando que ella, por un momento se soltara, pero Chicho, utilizando las dos manos pudo controlar las de ella, sujetándolas sobre la superficie del sofá.

Ahora mi madre pudo gritar a pleno pulmón, solicitando ayuda.

• ¡Socorro, socorro, que alguien me ayude!

Chicho, sin poder acallarla, se dirigió a mí, gritando.

• ¡Las bragas, chaval, tráeme aquí las bragas de tu madre!

Como un resorte me levanté de la silla donde permanecía sin moverme, y, dudando qué hacer, el joven me apremió nuevamente.

• ¡Ostias, coño, las bragas, chaval, tráeme las bragas si no quieres que te reviente el culo a pollazos!

Aterrado, me acerqué rápido al sofá, tendiendo las bragas a Chicho, que me ordenó:

• ¡Méteselas en la boca, ostias, en la boca! ¡Que se calle, que se calle!

Me coloqué de rodillas al lado de mi madre, pero no atinaba a metérsela en la boca, al mover ella la cabeza hacia uno y otro lado, al tiempo que me chillaba angustiada:

• ¡No, no!

• ¡Ostias, maricón, me cago en tu puta madre, hijo de puta! ¡Deja ahí las bragas, sobre las tetas, y sujétala los brazos, ostias, con fuerza, hijo puta, maricón!

Bramó Chicho con la cara desencajada de furia.

Aterrado por no poder satisfacer las demandas del joven, dejé las bragas sobre los pechos de mi madre y la sujeté los brazos con fuerza, pudiendo ahora Chicho soltarla las muñecas, y, sujetándola con una mano la mandíbula a mi madre, con la otra mano pudo, después de varios intentos, meterla las bragas en la boca, hasta el fondo.

Mi madre se calló, empezando a toser, mientras el joven ahora la magreaba las tetas con fuerza utilizando las dos manos, al tiempo que la decía burlón:

• ¡Chilla ahora, puta, chilla!

La cara de mi madre estaba muy colorada, y sus ojos cada vez más saltones, soltaban gruesos lagrimones, mientras agitaba angustiada la cabeza.

¡Se estaba asfixiando, mi madre se estaba asfixiando!

• ¿A que no te gusta ahora, puta, a qué no te gusta ahogarte?

Se reía el joven sin dejar de magrearla las tetas.

• ¿A qué prefieres follar a ahogarte, puta? ¿A qué prefieres que te follemos?

La cara de mi madre era ya de color púrpura y estaba yo tanto como ella a punto de un infarto.

• ¡Venga, dilo, puta, di que quieres que te follemos, que te follemos por todos tus agujeros, venga, dilo!

Pero mi madre ya no oía ni podía decir nada, tenía el rostro desencajado, no parecía ella, sino un monstruo deforme, ¡se estaba ahogando!

Chicho, al final, la sujetó por la mandíbula la cabeza que ya prácticamente ni movía y, metiendo sus dedos en la boca de mi madre, la sacó las bragas, llenas de flemas y saliva.

En ese momento, ella cogió aire con fuerza y empezó a toser, a toser con fuerza, y a tomar aire en grandes bocanadas, ante las grandes carcajadas, las dementes risotadas que soltaba Chicho, sujetando las bragas en una mano y sobándola una teta con la otra.

Poco a poco el rostro de mi madre fue recuperando su normalidad, aunque mantenía un color rojo intenso y gruesos lagrimones corrían por sus húmedas mejillas.

Chicho la sujetó las muñecas con las dos manos y me ordenó a mí:

• ¡Suéltame el cinturón, chaval!

Eso hice, quitando mis manos de los brazos de mi madre, le solté el cinturón.

• ¡La bragueta, bájame la bragueta!

• ¡Sácame la polla, maricón, que me voy a follar a la puta de tu madre, joputa!

Le obedecía en todo, y tomé su cipote, ¡grueso, gigantesco, duro y erecto!, que salió como impulsado por un resorte una vez se libró del pantalón.

• ¿Te gusta, mariquita, eh, te gusta? ¿A que sí, a que te gusta?

Con miedo a que me hiciera algo, solamente quería agradarlo por lo que asentí, moviendo la cabeza.

• Lo sabía, cacho maricón. Y ¡ahora cógeme la polla!

Lo hice con una mano, escuchando nuevamente al joven reírse de mí:

• ¿A qué te gusta cogerme la polla, maricón, culo gordo? Pues a mí me gusta cogerme a tu puta madre. ¡Venga, maricón, méteme la polla en el coño de tu querida mamacita! ¡Venga ya, ahora!

Eso hice, al tiempo que Chicho se echaba un poco para atrás y yo, tanteando con mi mano, le fui metiendo poco a poco su miembro por la entrada a la vagina a mi madre, que, mirando angustiada el miembro que tenía en mi mano, exclamó débilmente:

• ¡No, por favor, no!

Una vez dentro, Chicho fue moviendo su cadera lentamente hacia delante, penetrándola con su cipote, al tiempo que miraba burlón directamente al rostro de mi madre que, al sentirse penetrada, suspiró profundamente, volviendo su cabeza hacia el respaldo del sofá para que no pudiera yo contemplar su rostro.

Yo, de rodillas, veía inquieto cómo la verga del joven desaparecía dentro del coño de mi progenitora, hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella, y entonces tan despacio como entró, ahora Chicho la sacaba, hasta que casi la sacó del todo, pero volvió otra vez a metérsela hasta el fondo, y así una y otra vez, aumentando cada vez más el ritmo.

Mi madre, en contra de su voluntad, empezó poco a poco a cambiar sus profundos suspiros por unos jadeos y unos gemidos producto más del placer que sentía, de un placer que era superior a su vergüenza de ser violada delante de su propio hijo.

Las manos de él dejaron de sujetarla las muñecas y la cogieron por las caderas para imprimir una mayor fuerza a sus embestidas.

Las enormes tetas de mi madre se bamboleaban desordenadas en cada de las acometidas, y sus brazos, extendidos sobre el sofá, se agarraban crispadas a un brazo del mueble.

Resonaba en toda la habitación el ruido de los cojones del joven chocando con el perineo de mi madre, así como los resoplidos de éste y los jadeos y gemidos de ella.

Yo asistía al espectáculo de rodillas al lado de ellos, mientras Edu, que ya no la sujetaba, se había levantado y permanecía de pies a mi lado, mirando con la polla bien tiesa.

En el momento que eran más violentas las embestidas del joven, éste se detuvo, gruñendo, y descargó todo su esperma dentro de la vagina de mi madre.

Permaneció menos de un minuto descargando y gozando del orgasmo, sin dejar de mirarla burlón las tetas y la cara, y, cuando la desmontó, cedió su puesto a Edu, pero éste le dijo ansioso:

• ¡Mejor me la tiro en la cama!

Y Chicho, subiéndose la bragueta del pantalón, le dijo sonriendo a mi madre:

• ¡Venga, tetona, ya has oído, levántate que el Edu prefiere metértela en la cama!

Pero Edu se adelantó y, pasando uno de sus brazos bajo las torneadas piernas de mi madre y otro bajo su espalda, la levantó en brazos del sofá, ante el sobresalto de ella, que exclamó un asustado “¡Aaaahhh!”, temiendo quizá que la arrojara al suelo.

Poniéndome en pie, pude ver a mi madre, completamente desnuda y desvalida, con el rostro colorado de vergüenza, en brazos del joven, que, con una erección de caballo, la exhibió ante su amigo y ante mí, como si fuera una valiosa pieza de caza.

Carcajeándose los dos sinvergüenzas, Chicho la dio un largo beso en una de las tetas, mientras que, por debajo, la sobaba los muslos y las nalgas, metiendo sus dedos en la vagina de ella, exclamando a continuación:

• ¡Venga, al catre con la tetona!

Y Edu la llevó en volandas al dormitorio, al tiempo que Chicho, empujándome, me hizo pasar delante de él, siguiendo a su compañero.

La depositó sobre la cama y empezó a quitarse la ropa, mientras mi madre, reptando despacio por la cama, nos mostró su hermoso culo respingón y su vulva hinchada, mientras se alejaba, colocando su espalda sobre la cabecera de la cama y, doblando las piernas frente a ella, se protegió los pechos y el sexo, mirando como un animalillo aterrado a los dos jóvenes mientras gruesos lagrimones corrían por sus mejillas.

Una vez se hubo despojado Edu de toda su ropa se subió a la cama de un salto, acercándose completamente empalmado a mi madre, y, empujándola a un lado, la hizo acostarse bocarriba sobre la cama, tumbándose sobre ella, entre sus piernas, y la dio un beso en su boca. Ella, retirando su rostro, impidió que siguiera besándola, pero el joven, sujetándola por la mandíbula, la dio un nuevo beso y, presionando, pudo introducir, entre los labios apretados de ella, su lengua, que debió llegar casi hasta el paladar.

Mi madre, sin poder evitarlo y temiendo males mayores, se dejó hacer y Edu aprovechó para morrearla a placer, mientras una de sus manos la sobaba una teta y su cipote erecto se restregaba entre los labios vaginales de ella.

Estuvo así durante casi un minuto hasta que el miembro erecto encontró la entrada a la vagina de ella y la penetró. Pude escuchar el profundo suspiro de mi madre al ser nuevamente penetrada y el joven, sin dejar de magrearla y de morrearla, empezó a mover sus culo arriba y abajo, arriba y abajo, follándose a mi madre.

Retirando su boca de la de ella, pude escuchar gemir y jadear a mi madre por el placer que sentía al ser follada.

• ¡Vaya puta calentorra!

Escuché decir a Chicho al lado mío sin perderme detalle de cómo la verga del joven se introducía una y otra vez en la vagina de ella.

Volteándose Edu, arrastró a su madre consigo, colocándose él bocarriba y ella bocabajo sobre él, sin sacarla el pene del coño.

En la nueva postura, el joven continuó follándosela, moviendo la pelvis arriba y abajo, arriba y abajo, ayudado por sus piernas, hasta que mi madre, poniéndose de rodillas, se sentó a horcajadas sobre él, y comenzó a cabalgarle. ¡Ella era ahora la que se lo estaba follando!

• Lo que decía, ¡una auténtica puta!

Exclamó Chico sin dejar de mirarlos excitado y, sacando su móvil, tomo fotos y vídeos de mi madre follando.

Desde donde estaba podía observar las redondas y prietas nalgas de mi madre subir y bajar, subir y bajar, una y otra vez, luego adelante y atrás, adelante y atrás, sin descanso, mientras el cipote de Edu aparecía y desaparecía dentro de su jugoso coño. Sus glúteos se contraían en cada movimiento y las manos del joven lo mismo la sujetaban por las caderas que la cogían las nalgas, apretándolas, o subían a las tetas de ella, magreándolas.

Se escuchaban los jadeos y gemidos de ambos, así como los cojones del joven chocando una y otra vez contra el perineo de ella y el ruido que hacía el miembro de Edu al deslizarse por el coño de ella, entrando y saliendo, entrando y saliendo.

La cabalgada de mi madre se hizo cada vez más intensa, provocando que el joven se corriera enseguida, emitiendo algo parecido a un débil rugido, haciendo que mi madre se detuviera y permaneciera sobre él, mirándole fijamente.

Chicho, sonriendo, la ordenó que se acercara al tiempo que se sacaba nuevamente la verga otra vez erecta.

• ¡Ven aquí, culo gordo! ¡Ven para acá, que me tienes que limpiar la polla! ¡Mira cómo me la has puesto, gorda y morcillona! ¡Puta, qué eres una puta, una calientabraguetas!

Mi madre, muy dócil y obediente, desmontó a Edu y se acercó a gatas lentamente por la cama, bajándose por los pies y, poniéndose de rodillas frente al joven, sujetó con sus manos el miembro congestionado, empezando a lamerlo con una lengua larga y sonrosada que recorría el miembro en toda su extensión, arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez, incidiendo en el glande con la punta de la lengua, para finalmente metérselo despacio en toda su extensión en la boca, acariciándolo con sus brillantes y voluptuosos labios, mientras sus manos le acariciaban los cojones, estimulándolos.

Las manos del joven la sujetaban por la cabeza, pero no la obligaban a mamársela, sino que ella lo hacía como una auténtica profesional, como si lo hubiera hecho un montón de veces. Se lo lamía y comía con satisfacción, como si estuviera disfrutando.

El cipote erecto desaparecía dentro de la húmeda boca de mi madre, volviendo lentamente a aparecer, reluciente de tanto fluido, para volver a esconderse dentro. Era como si, después de follársela por el coño, la estuvieran ahora follando por la boca.

Mi madre, percibiendo que Chicho estaba a punto de eyacular, se fue sacar el cipote de su boca, pero el joven, sujetándola la cabeza, lo impidió, por lo que se tragó toda la ráfaga de esperma que salió a presión del miembro.

Una vez hecho, temiendo que ella pudiera morderle el miembro sin querer, permitió que mi madre se lo sacara de la boca, empezando ella a toser y a escupir violentamente, intentando expulsar la lefa que le inundaba la boca. Las toses dejaron paso a las arcadas y a punto estuvo de vomitar en el suelo, mientras los dos jóvenes se reían de mi madre a carcajadas.

• ¡Vaya banquete te has dado, zorra! ¡Has tragado proteínas para todo el mes, auténticas proteínas de macho alfa! ¡Seguro que no has probado otras igual, calidad suprema!

La gritaba Chicho, eufórico.

Al ver que mi madre poco a poco se tranquilizaba y se quitaba cachos de esperma que tenía pegados en su boca y rostro, el joven la ordenó:

• ¡Y ahora a tu hijo! ¡Cómele la polla a tu niño bonito! Lo está deseando y tú también.

¡Quería el hijo de puta que mi propia madre ahora me hiciera una felación!

Aturdidos por la orden, permaneció ella segundos sin moverse, pero enseguida gateando, con la mirada baja, se acercó a mí, que hice amago de retirarme pero, por miedo a represalias, no me atreví a hacerlo, permaneciendo clavado en el sitio sin moverme, mientras ella, sin atreverse a mirarme a los ojos, se puso de rodillas frente a mí, y me empezó a bajar la bragueta, pero Chicho la ordenó:

• ¡No! ¡La bragueta no! ¡Bájale todo el pantalón y el calzón que queremos ver bien cómo le comes la polla a tu niñito mimado!

Obediente, me soltó el cinturón y el botón del pantalón, y, tirando de él y del calzón, me lo bajó hasta los pies, apareciendo mi verga vergonzosamente erecta y apuntando al techo.

¡Estaba muy excitado sexualmente de ver a mi madre follar desnuda y ella se había dado cuenta!

Aturdida por un instante mi madre al observar la soberana erección que yo lucía, se recuperó rápido y procedió a cogerme la verga entre sus manos, y, suavemente, con mimo, con cariño, me acarició con una mano toda la extensión del pene así como los cojones.

Yo estaba rígido como un palo, me sentía mal y deseaba huir de ahí a toda prisa, aunque en el fondo deseaba con todo mi corazón que mi madre me masturbara con sus sensuales labios.

Acercando su boca, sacó su lengua, tímidamente, con una vergüenza enorme, y empezó a lamerme el miembro, a lamerlo poco a poco al principio, pero enseguida lo recorría en toda su extensión con su lengua, arriba y abajo, arriba y abajo, lenta y suavemente, mientras que con la otra mano me acariciaba las pelotas. Se dedicó luego a mi glande, que chupó como si fuera un chupachups, metiéndose en la boca y acariciándolo y lamiéndolo como si fuera un sabroso dulce.

Chicho, siempre muy sonriente, no paraba de tomar fotos y vídeos de la felación, cogiendo tomas especialmente de mi madre comiéndome la polla y donde se nos podía ver nítidamente tanto a ella como a mí.

Quise no correrme, me avergonzaba hacerlo, pero no podía más y, en ese momento, mi madre levantó su mirada hacia mis ojos y, sin poder evitarlo, me corrí dentro de su boca, que ella tragó sin rechistar.

Una sensación gigantesca de pena, de pena y de vergüenza me embarcó, y me entraron unas enormes ganas de llorar. Intenté contenerme, haciendo pucheros pero no pude, y me puse a llorar a lágrima viva, provocando que también ella, mi madre, llorara copiosamente, de rodillas frente a mí.

Escuché reírse a carcajadas a los dos hijos de puta, y Chicho exclamó, haciéndonos burla.

• ¡Bu-bu-bu-bu! ¡llorones, llorones, llorones!

Y me tiró a la cara una prenda que cayó en la cabeza de mi madre.

• ¡Póntelas, marquita!

Me ordenó el joven.

Recogí la prenda y era un tanga de color rojo con una abertura en el lugar donde debería estar la vagina de una mujer.

• ¡Que te la pongas, maricón! ¡Venga, ya!

Repitió la orden el hijo de puta, acojonándome.

Atontado, me fui a subir el pantalón para ponérmelo encima, pero el joven me dijo, riéndose:

• ¿Qué haces, marica? ¡Quítate toda la ropa y ponte las bragas, maricón!

Como no sabía muy bien qué hacer, me quedé quieto y Chicho me dio una fuerte bofetada en la cara, moviéndome la cabeza hacia un lado casi me tira al suelo.

Escuché a mi madre suplicar al tiempo que lloraba.

• ¡No, por favor, no! ¡No hagáis nada a mi hijo! ¡Hacedme a mí lo que queráis pero dejad en paz a mi hijo!

Carcajeándose los dos hijos de puta, Chicho obvió a mi madre y se dirigió nuevamente a mí con voz autoritaria.

• ¡Venga, maricona, desnúdate y ponte las bragas de tu puta mamita!

Mi madre se levantó del suelo, lanzándose hacia Chicho que no se lo esperaba y, asustado, se cubrió la cabeza con los brazos de los manotazos que ella le daba.

Edu, desde atrás, sujetó a mi madre por los pechos, retirándola y, tirando de ella, la obligó a inclinarse sobre la cama.

Apoyando mi madre sus brazos sobre la cama, se quedó con el culo en pompa y las piernas abiertas, lo que aprovechó el joven para meterla mano entre las piernas durante unos segundos, y a continuación propinarla fuertes azotes en las nalgas, que ella aguantó chillando, chillando de dolor y de excitación sexual.

• ¡Déjame a mí ese culazo de puta!

Le espetó Chicho, quitándose el cinturón, y Edu se apartó, dejando expuesto el culo de mi madre y el joven la propinó un fuerte azote con su cinturón.

• ¡Zaaaaaaasssssss!

Brincó ella al ser azotada y un chillido de dolor escapó de sus labios e intentó cubrirse con sus manos.

• ¡No te muevas, culona, no te muevas!

Después del primer azote llegó el segundo y ella intentó cubrirse con sus manos, al tiempo que saltaba y chillaba de dolor, pero Chicho la gritó:

• ¡No te cubras, culo gordo, no te cubras!

Hubo un tercer, un cuarto y hasta un quinto azote con el cinturón que provocaron que mi madre, chillando, llorara escandalosamente.

A cada azote el culo de mi madre estaba cada vez más colorado, incluso con arañazos sanguinolentos, mientras que la polla de los dos matones, así como la mía, crecía cada vez más, apuntando al techo.

Deteniéndose, Chicho, babeando de gusto, se dirigió a su compañero, diciéndole:

• ¡Fóllatela tú, follátela ahora!

Lo que aprovechó Edu para colocarse detrás de ella, y, sujetándola por las caderas, la penetró con su cipote erecto esta vez por el culo, provocando que chillara nuevamente de dolor y se agitara dolorida.

Edu, imperturbable, empezó a mover sus caderas y sus nalgas adelante y atrás, adelante y atrás, follándose a mi madre que todavía chillaba de dolor, aunque cada vez más bajo, hasta que se calló, llorando amargamente.

Escuché a Chicho reírse y decirla en voz alta:

• ¡Ahora estarás otra vez ocupada follando, puta, y no nos molestaras con la maricona de tu bastardo!

Luego se dirigió a mí, ordenándome:

• ¿Y tú, maricona, a qué esperas para quitarte toda esa puta ropa de maricona que llevas puesta?

Llorando, procedí a quitarme rápido los zapatos, el pantalón y el calzón, y, agachándome, me dispuse a ponerme el tanga, cuando Chicho me dijo a voces.

• ¡Qué no te enteras, maricona! Primero te quitas toda la ropa, ¿entiendes? Toda. ¡Que queremos verte la picha microscópica de maricona que tienes ¡ Y luego te pones las bragas de puta que tiene tu mamacita!

Aterrado, me quité tan rápido como pude la camiseta y los calcetines, poniéndome el tanga rojo que se ajustó como un guante a mi cuerpo, aunque mi verga y mis pelotas no cabían dentro de la prenda, rebosando por la parte superior y por los laterales.

• ¡Gírate, maricona, que quiero verte bien el culo!

Girándome sobre mis pasos, como me dijo, me vi reflejado en el espejo de la pared, así como el culo rojo carmesí de mi madre siendo sodomizada por Edu.

Mi imagen reflejada en el espejo resultaba patética, y Chicho, carcajeándose, me dijo:

• ¡Estás estupendo, maricona! Ahora ponte los zapatitos rojos de tacón que están en el armario.

Los vi en la parte inferior del armario cuya puerta estaba abierta. Eran de mi madre y tenían unos tacones muy altos. Me acerqué y los cogí, poniéndomelos como pude. Eran un par de números menores que el calzado que yo utilizaba, por lo que me los puse, doblando los dedos y sacando el talón por detrás.

• ¡Ven aquí, maricona, que queremos ver cómo mueves ese culazo de maricona!

Intenté caminar hacia Chicho, pero no sabía hacerlo y a punto estuve de precipitarme al suelo, aunque tambaleándome logré aproximarme al hijo puta que no paraba ahora de fotografiarme a mí.

Acercándome a él, me hizo voltearme 360 grados, frente a él, para que pudiera verme bien, mientras se reía. Dándome un par de fuertes azotes en mis nalgas, me cogió del brazo, tirándome violentamente encima de la cama, bocabajo al lado de mi madre a la que todavía estaban sodomizando.

Sujetándome Chicho, se puso a mi espalda, obligándome a agacharme y, apoyando mis brazos sobre la cama, pensé lo peor, que el joven iba también a sodomizarme.

El muy hijo de puta, sujetándome con una mano por mi cadera, con la otra desplazó violentamente el tanga que llevaba a un lado, dejó al descubierto, mi culo, y, abriéndome los cachetes, introdujo su cipote entre ellos, apoyándolo en mi propio ano, pero sin penetrarlo.

• ¡No, no, por favor, no, noooooo!

Supliqué llorando, al mismo tiempo que mi madre aumentaba el volumen de sus chillidos y lloros, pero Chicho, impertérrito, exclamó en voz alta:

• ¡Vaya culito más rico tiene la maricona! Prefiero el de su mamaíta, pero si ésta no coopera, tendremos que follárnoslo también.

• ¡Haré todo lo que queráis, pero, por favor, dejad en paz a mi hijo!

Suplicó chillando mi madre, sin dejar de llorar, mientras Edu se la follaba sin descanso por el culo.

• ¡Sí, sí, a ella, a ella, follárosla a ella!

Supliqué yo también, angustiado y lloriqueando cobardemente.

Escuché reírse a Chicho como si estuviera rematadamente loco, pero me soltó y se alejó de la cama, sin dejar de reírse.

Al sentirme libre, me fui volviendo, tímidamente, colocando mi culo desnudo sobre el colchón y, sin atreverme a mirar directamente a Chicho, apunté con mi mirada al suelo.

En ese momento Edu emitió un grito apagado, gutural, y se detuvo en sus movimientos de folleteo. Se acababa de follar a mi madre otra vez, esta vez por el culo, desmontándola a los pocos segundos, dejando que ella se tumbara de lado sobre la cama, en posición fetal, dándome la espalda.

Chicho detuvo de golpe sus carcajadas y fijó su mirada entre mis piernas, donde estaban expuestos tanto mis cojones como mi miembro, al haber sido desplazado el tanga que los cubría. Al darme cuenta a donde dirigía sus miradas, me cubrí con mis manos, al tiempo que mi madre se sentaba dolorida al lado mío.

Chicho, mirando a la cara de mi madre muy serio, nos amenazó, hablando muy lentamente:

• Esto no es nada. Si le contáis a alguien lo que ha ocurrido hoy, no solamente me follaré a tu hijo sino que le cortaré las pelotas y te las haré comer. ¿Entiendes, puta? ¿Lo entiendes?

• Sí, sí. No diremos nada a nadie, te lo juramos.

Respondió mi madre en tono lastimero y yo lo corroboré, moviendo incluso mi cabeza.

• Mañana, cuando acaben las clases, quiero que vengas al colegio a recoger a tu hijo. Vente con las mallas puestas que utilizas para ir al gimnasio. Si follas o no con tu profesor es cosa tuya, pero tienes que venir sola y con las mallas puestas. Con la ropa que utilizas para ir al gimnasio, es decir, sin bragas ni sostén, solo con las mallas blancas que utilizas. ¿Entiendes?

• Sí, sí, entiendo.

Se detuvo el joven, mirándola fijamente, y continúo diciendo:

• No te olvides. Sola, con las mallas y sin bragas ni sostén. ¿Entiendes? Si no cumples o le cuentas algo a alguien, cortaré las pelotas a tu nene y luego lo sodomizaré.

Hizo una pausa de un par de segundos, continuando.

• Tampoco te olvides que tengo fotos y videos tuyos follando con el profesor y con Edu, así como haciendo una felación a tu hijo. Si no te portas bien, si no haces todo lo que te digamos, toda la ciudad, incluyendo al cornudo de tu marido, sabrá que eres una puta infiel e incestuosa. ¿Entiendes? Todo el mundo lo sabrá y serás una mujer marcada para siempre, así como tu hijo.

Tras otra breve pausa, remató.

• Si me haces caso en todo, tu hijo no tendrá ningún problema, ni en el colegio ni en ningún sitio, y tú tampoco. Nadie, solo nosotros cuatro, lo sabremos.

Dicho esto nos dirigió una larga mirada amenazante y se dirigió con Edu, ya vestido, a la entrada y, saliendo de casa, cerró de un portazo la puerta a sus espaldas, dejándonos a mi madre y a mí, temblando de miedo y sentados sobre la cama.