Los mails de mi mujer
Algo me olía mal desde hace tiempo, pero no me cabreaba. Casi me excitaba la idea de que mi mujer estuviera con otro y, además esta idea sólo era una sospecha.
Algo me olía mal desde hace tiempo, pero no me cabreaba. Casi me excitaba la idea de que mi mujer estuviera con otro y, además esta idea sólo era una sospecha.
Tuve la oportunidad de revisar su móvil y registrar su bolso, pero no encontré nada. La sospecha se disipaba. Al fin y al cabo, hacía ya tiempo que el sexo entre nosotros era escaso, muy escaso, no tenía por qué ser por la presencia de otro hombre que mi mujer y yo apenas lo practicábamos una o dos veces al mes y de manera simple y anodina.
Hasta que una mañana que mi mujer estaba en el trabajo y yo de descanso lo vi claro. El ordenador. ¡No había caído en que los mails seguían existiendo fuera del trabajo!
Tampoco había nada, pero la intuición me dijo que ahí estaba la respuesta a mis dudas. Instalé un programa de registro de pulsaciones de teclas, esperé un par de días y abrí de nuevo su ordenador.
El registro comenzaba dos minutos después de haber salido yo a trabajar. Un correo desconocido para mí y una contraseña. Me quedé helado. Era verdad. Escribí el correo y la contraseña y pasé casi una hora en blanco delante de la pantalla decidiendo si quería entrar y que mi vida cambiase. Una hora que pasé imaginando cosas que al final me excitaron. Adelante.
Muchos correos, muchos, así que me fui al primero, que era de hace dos meses. Mi mujer le escribia a un tal Fernando.
“Hola, cielo. Vamos a tener que escribirnos por aquí. No puedo estar siempre pendiente del móvil, de que mi marido no vea que me escribo constantemente con alguien sin poder justificarle con quien es. ¿Te parece bien?”
A lo que el tal Fernando respondia:
“Claro que sí, cosita. Así estarás más tranquila con la situación y no dudaras en escribirme cuando quieras”
La conversación seguía.
“Genial. Cuando quieras nos vemos otra vez antes de que vuelva tu secretaria. Me gusta que nos veamos en tu oficina, así puedo ser una clienta más de tu bufete”
“JEJE. Te dije que la solución que había pensado para vernos era buena. JEJE. Y además, morbosa, ¿verdad?”
“JAJAJA, siiii. El coche tenía muchos riesgos, pero tu despacho es discreto. Además, al bajar en el ascensor iban dos hombres que venían del piso de arriba y me dio morbo pensar lo que acababa de hacer”
“¿Te dio morbo pensar que acababan de follarte?”
“Me dio morbo pensar que acababan de follarme y se me humedecieron las bragas. Bueno, una mezcla de mis jugos y tu leche, que sueltas tanta que luego me encharca las bragas, ya lo sabes”.
No daba crédito. Mi imaginación no había llegado a tanto: ¡¡¡mi mujer iba a ver a un hombre que se la follaba sin condón y le echaba la corrida dentro!!! Ahora si estaba cabreado… y excitado. Era como si no fuese yo mismo cuando me saque el miembro y me empezé a masturbar mientras seguía leyendo.
“JEJEJE. Ya sabes que me gusta que guardes mi leche en tu coño para te acuerdes de los empujones que te he dado. Además, ya sabes que quiero que al menos hables con el cornudo con el coño bien lleno ya que no quieres hacer lo otro”
No podía más. Tenía unas ganas de correrme enormes. ¿Qué sería “lo otro”? Mi masturbación era frenética.
“Eso es un paso que tendremos que estudiar, pero más adelante. Por ahora tendrás que contentarte con que sea yo quien saboree tu lechada. Uf, me estoy calentando”
“Vente para acá. Estoy con una cliente, pero termino en una hora, te da tiempo a venir y tragarte mi leche”
“Voy”
Como de un final de película, me corrí con esa última palabra: voy. Mi mujer salía a toda prisa para tragar leche de otro hombre. Mi miembro estaba listo para otro asalto apenas 20 minutos después, yo que puedo pasar días sin apetito sexual.
Cogí el ordenador otra vez y abrí el segundo hilo de conversación.
Continuara…