Los maduros y yo 1

Voy a contar una por una todas las aventuras que yo, un chico hetero con éxito entre las chicas, he tenido con hombres maduros. En esta ocasión, mi primera vez con un maduro que conocí en el gimnasio.

Nunca me había planteado la posibilidad de estra con un hombre. Siempre me gustaron (y me gustan) las chicas y, como encima tengo bastante éxito, estaba satisfecho con ellas y con la vida que llevaba. A decir verdad a día de hoy no estoy seguro de si me gustan los hombres: nunca veo un tío por la calle que piense que está bueno o que me atrae. Sin embargo, reconozco que hay ciertas situaciones, escenas, que me ponen muchísimo. Algunas son situaciones de sexo homosexual.

Me planteé por primera vez la posibilidad de estar con un tío casi de casualidad, a mis 23. Yo había ido a una ciudad lejana a mi ciudad natal a recoger a mi hermano. Éste acababa de perder su empleo en aquella ciudad costera e iba a volverse a casa de mis padres, por lo que fui con la furgoneta de mi padre para ayudarle a hacer la mudanza. Cuando llegué, tuve que esperar en la calle durante 2 horas, pues mi hermano estaba resolviendo su finiquito.

Un tipo de unos 60 años, gordo, con el pelo blanco y una coleta ridícula para su edad se acercó y empezó a hablarme. Me resultaba bastante molesto porque no paraba de agarrarme el brazo mientras me hablaba, pero no reaccioné mal hasta que me propuso darme 100 euros por subir con él a su casa. En ese momento le eché una mirada fulminante y de algún modo lo amenacé. Y él me dejó en paz.

Olvidé el tema un tiempo, pero algo quedó ahí. En los siguientes meses descubrí el porno de mujeres jóvenes (adultas siempre) con hombres que podían ser su padre. Y me encantó. En cierto modo, la degradación y la transgresión a la que esas mujeres se sometían, acostándose con tios que no les ponían nada, me resultaba muy excitante.

No sé exactamente cuándo pasé a sustituir a esas mujeres en mis fantasías. Pero está claro que un día (o una noche) pasó. Más o menos a los 25 empecé a buscar hombres para pajearnos por webcam. El perfil del tio con el que me ponía hacerlo era un tipo viejo, de más de 50, gordo y velludo. Me encantaba pajearme con ellos, porque me decían todo tipo de guarradas. Y aunque, como he dcho, ellos no me gustaban, si me gustaba la idea de degradarme, entregarme a ellos, ser su zorrilla y que hicieran conmigo lo que quisieran. Pero no fue hasta mucho depsués que me planteé llevarlo a al realidad.

Después de un año y pico con el tema de las pajas, la cosa empezó a volverse monótona y lo dejé. Tenía novia y menos tiempo libre y no me apetecía.

Por esa época me apunté al gimnasio. Siempre he sido guapo y he tenido mucho éxito, pero soy más bien delgado fibrado, y me entró la obsesión por intentar ponerme fuerte. No obstante, el mismo monitor del gimnasio me dejó claro que mi trabajo iba a ser largo, pues antes de ganar músculo tenía que ganar volumen con una dieta adecuada. Mientras tanto, empecé a hacer mis ejercicios con otros chicos que habían entrado nuevos como yo y un par de ancianos que pretendían alargar su vida a base de deporte.

Uno de estos ancianos me mosqueó porque se pasaba más tiempo en los vestuarios que en las máquinas. De hecho, era bastante normal encontrártelo en el vestuario cuando llegabas y después cuando te ibas volver a verlo allí. En principio no le di importancia alguna. En fin, un viejo marica que va a vestirse los ojos al gimnasio: no es tan grave.

Pero un día pasó algo diferente que supuso mi cambio de vida. Ese día hacía un frío atroz y no me apetecía nada meterme en la sala de máquinas con sus ventanas abiertas a pasar más tiempo haciendo cola para poder usar una máquina que tiempo usándola. Así que me metí en la sauna dle vestuario de hombres. Allí al menos los grados eran altos y casi nunca había nadie. Me desnudé y me metí dentro.

No habían pasado ni dos minutos y ya tenía allí al monitor echándome la bronca, porque según él nunca debe haber una persona sola en la sauna, sino que debe entrarse como mínimo por parejas.

  • Es un lugar peligroso, tío. No puedes estar solo - me dijo visiblemente enfadado.

  • Tranquilo, yo le acompaño -dijo una voz desde el fondo del vestuario. Y efectivamente era ese viejo del que he hablado.

Pasamos un rato en la sauna completamente en silencio. Yo tenía los ojos cerrados e intentaba concentrarme en mis problemas personales. Pero lo notaba mirándome fijamente todo el rato y no podía aclarar ninguna idea.

  • Evolucionas bien -dijo, sacándome de mi mundo.

  • ¿Qué?

  • Los músculos..., ya vas ganando volumen.

  • Ah, gracias - dije algo incómodo. No sabía qué decirle: él estaba gordísimo, así que un halago en el mismo sentido sobraba.

Se levantó y se sentó a mi lado. Nos estrechamos la mano. Empezamos a conversar sobre nuestras vidas. Tenía 66 años. Había trabajado en una industria toda su vida y ahora jubilado y soltero se aburría bastante. El tipo no ocultó ni medio minuto su condición de homosexual. Todo lo contrario, no llevábamos ni diez minutos ahí y ya me había contado mil batallitas relacionadas, desde ser perseguido por los grises hasta la muy tópica historia de nosequién que es un homófobo y luego le gusta que el den por culo.

No sé porqué, pero cuando él intentó llevar la conversación a derroteros más calientes, me dejé llevar. Mientras tanto, curiosamente, empezó a agarrarme el brazo como aquel otro tipo mientras esperaba a mi hermano. Me preguntói si tenía novia y sobre mis asuntos con las chicas. Y después, cuando me preguntó si había estado con un tío, habiendo podido decirle simplemente que NO sin más, le conté con todo lujo de detalles mis pasados encuentros con webcam.

Él enmudeció un buen rato. Y luego la conversación se fue a asuntos mas mundanos: empezamos a hablar de fútbol.

Al día siguiente, el tipo vino de nuevo a darme charla. Aprovechando que los dos teniamos origen en una ciudad lejana, me invitó a ir a su casa a supuestamente ver unas fotos de hacía 50 años de esa misma ciudad. Yo sabía muy bien lo que él pretendía, y aunque no tenía pensado acceder al sexo, simplemente le dije que si, iría a verlas.

El resto de la mañana hice máquinas muy concentrado. Le di muchas vueltas a aquello. Recordé los calentones por webcam, la transgresión, esa dominación a la que me habían sometido por internet y cuántas veces había deseado algo más pero los kilómetros lo habían impedido. Poco a poco empecé a desear hacerlo. Miraba al tio y no me gustaba nada. Pero cerraba los ojos y me imaginaba a mi mismo comiéndole la polla y se me ponía dura. Cuando acabé mis ejercicios me fui al vestuario y me desnudé. Él entró detrás mía. Le dije que no se duchara. Él sonrió y se sentó. Me di una ducha rápida y nos fuimos para su casa.

Vivía a dos calles del gimnasio, asi que tardamos poco. Yo subí las escaleras como levitando. Abrió la puerta y fuimos directos a beber agua. Nos sentamos en el sofá y charlamos un rato de gilipolleces. Al rato, dijo que tenía que mear y se alejó. Yo me levanté y lo seguí. Me asomé con cautela al cuarto de baño y ví como se sujetaba la barriga enorme con un brazo y con la otra mano apuntaba su polla, pequeña y gruesa, muy cabezona, para mear. Y no se porqué, pero se me puso durísima.

Cuando salió, me encontró con la polla en la mano. Se acercó en silencio y la agarró y comenzó a pajearme.

  • Entonces, fantaseabas con chuparsela a un maduro.

Volvimos al salón. Se quitó los pantalones y se sentó en el sofá. Me acerqué y tiré de su camiseta hasta quitársela. Acto seguido me arrodillé y acerqué mi cara a su paquete. El tipo olía a sudor del gimnasio. Su barriga era grande pero sin michelines, un gran globo hinchado con algunos pelos en torno al ombligo que caía sobre el pubis, apenas dejando asomarse tímidamente a su cabezona polla. Mordí un par de veces aquella barriga salada por el sudor mientras mis manos rebuscaron entre sus piernas y tocaron por primera vez unos cojones diferentes a los mios. Se me hizo rarísimo y respiré hondo y bajé por la barriga con mi boca pegada s su carne olorosa y ardiente.

Metí mi cabeza por allí y con mis labios toqué su glande. Noté como dio un respingo. Saqué la lengua y lamí con un movimiento mecánico aquella carne y a la vez la garré con mi mano y empecé a agitarla. No hubo respuesta alguna. "¿Y si no se empalma?" pensé "para una vez que me lanzo, es con un viejo que no puede empalmar".

Sin embargo, seguí agitándola con la mano y lamiendo la punta. De pronto, él me agarró de la cabeza y me hizo mirarle a la cara y dijo "Si vas a hacer eso, mejor que no hagas nada. Abre la boca. ¡Abre la boca!" de pronto sonó muy autoritario. Abrí la boca. Me escupió. Su saliba cayó por mi cara y mi boca. acto seguido, aún sujetando mi cara con fuerza me obligó a meterme toda su polla flácida en la boca.

Aquello me dio algo de asco. Esa carne semiinerte, con cierto olor a meado. Pero esa degradación, esa humillación y entrega, eso me puso a mil y empecé a succionar con fuerza. De vez en cuando sacaba la lengua sin sacarme la polla de la boca y lamía sus cojones.

Poco a poco aquello empezó a endurecerse y a ganar en tamaño. Y yo con una alegría enorme seguía chupando sin parar, recibiendo sus gotas de líquido preseminal. "¿Qué tamaño tendrá ahora?", pensé. Me separé para verla. Había auemntado bien. Debería rondar los 17 centímetros. Morada, con una gota blanda en la punta, no del todo dura, pero surcada de venar gruesas que me daban un aspecto diabólico.

Él aprovechó que me había separado para levantar las piernas. "Lámeme el ojete", dijo. Metí mi cara en su ano y empecé a lamer con gestos primales. Sus huevos estaba desparramados por mi cara. De cuando en cuando levantaba la cara sobre su barriga y veía su cara roja mirándome con lascivia. En alguna de estas ocasiones aprovechó para volver a escupirme en la cara. Si dos años antes me llegan a decir que me iba a dar morbo que un abuelete me escupiera a la cara no me lo hubiera creido, pero así fue.

Pasado un rato de mamar, me dijo que pusiera morritos y lo hice. Él se puso en pie y empezó a pajear su polla no del todo erecta contra mis morros apretados. Mientras lo hacia, no para de decirme guarradas y me agarraba del pelo con fuerza. Y así fue como recibí mi primera corrida en la cara. Soltó dos cargados chorros de esperma muy líquido que impactaron contra mis morros y se deslizaron por mi barbilla hasta caer sobre mi polla que yo mismo estaba masturbando. Luego me la metió en la boca y le extraje las últimas gotas mientras iba volviéndose más y más flácida. Entonces, me corrí.

De vuelta a casa, estuve en una montaña rusa de sentimientos. Desde el "qué experiencia" hasta el "¿qué he hecho?". Sin embargo, mientras me duchaba, me puse cachondísimo recordándolo todo y decidí que al día siguiente volvería a pasar por su casa.