Los labios de Patricia

La hermosura de Patricia comenzaba y terminaba en sus labios...

LOS LABIOS DE PATRICIA

Patricia cerró los ojos y apretó los labios. Sorprendida por el repentino ataque, la voz se le ahogó en la garganta. Mis dedos se habían clavado fuertemente en sus hombros, hasta hacerla caer de rodillas. Sin tiempo para reaccionar, Julio atenazó su cuello con su brazo poderoso, tumbándola sobre el suelo. Patricia estaba paralizada. No opuso ningún tipo de resistencia cuando até sus muñecas. Bastó un tirón de la cuerda para devolverla a una realidad de la que parecía no ser consciente. Pero no pudo luchar con la fortaleza de Julio que la elevó sin esfuerzo hasta que hube terminado de atar la cuerda a aquella barra que parecía puesta a propósito para ello.

Cuando Julio la soltó, luchó, desesperada e inúltilmente, por soltarse. Ahora sí, gritaba y lloraba, sacudiendo sus piernas en un intento vano por golpear un objetivo inalcanzable, hasta quedar agotada. Quizá, comprendió que debía aceptar resignadamente su situación. Con la respiración entrecortada, lloró amargamente mientras nos miraba con ojos suplicantes. Enmudecida por el miedo y, seguramente, por la incomprensión, Patricia era incapaz de articular palabra alguna.

Soltó un alarido de dolor cuando Julio la abofeteó con dureza. Fueron dos golpes secos en ambas mejillas que la hicieron tambalear y la hundieron anímicamente. Encendí un cigarro y me senté sobre la mesa del salón, sabedor de que iba a disfrutar de un espectáculo excitante y gratuito. Julio se colocó tras Patricia, como si no quisiera perturbar mi lasciva visión de lo que iba a acontecer. Desabrochó el botón del pantalón de Patricia y bajó su cremallera, dejándolo caer hasta sus tobillos. Pisándolo, la obligó a mover sus piernas hasta sacárselo por completo. La mano cerrada sobre el cuello de la chica la disuadió de cualquier oposición.

Desgarró su camisa sin contemplaciones, haciendo saltar sus botones, rasgando la tela de sus mangas, hasta despojarla de ella. Navaja en mano, cortó las tiras de su sujetador y de sus bragas que cayeron al suelo. La completa desnudez de Patricia invitaba al deseo y a la lujuria desmedida. Su cuerpo menudo y bien formado era el complemento perfecto a una cara aniñada en la que destacaba la carnosa sensualidad de unos labios que eran mi fetiche particular. Desde mi posición, miraba con descaro aquellos pechos, imaginados tantas veces sin ese top que usaba en verano, sin la parte superior del bikini en la playa, sin el ceñimiento de esa camiseta que los apretaba hasta siluetearlos con precisión. Miraba, con cierta sorpresa, el femenino rasurado de su vello púbico, apenas una leve línea de rubio pelo, casi transparente, que se unía, sin solución de continuidad, con una vagina a la que Julio se afanaba por humedecer. La miraba entera, recreándome en la belleza de su cuerpo desnudo. Y, sin embargo, me seguían atrayendo poderosamente sus labios, ahora resecos por la angustia, sus labios carnosos y sensuales que tantas noches habían recorrido mi cuerpo en la callada soledad de mis fantasías. La hermosura de Patricia comenzaba y terminaba en sus labios. Desnuda ante mis ojos, deseé ardientemente penetrar esos labios como si fueran los de su sexo, forzarlos con violencia, derramar sobre ellos el chorro caliente de mi placer.

Julio se colocó de rodillas y separó las piernas de Patricia, para alojar su cabeza entre ellas. Comenzó a devorar su coño con energía, atrapándolo con su boca, recorriéndolo con su lengua, abriéndolo con sus dedos. Patricia apretó sus ojos y sus labios, imagino que queriendo luchar contra un placer que no deseaba sentir. Tal vez creyó inevitable su violación. Su frente bañada de sudor había delatado su miedo. Quizá había esperado una dolorosa penetración. O el abuso brutal por parte de dos hombres enloquecidos.

Pero Julio se esmeraba en cambiar cualquier planteamiento. Sin dejar de lamer el coño de la chica, se fue quitando la ropa. Al bajar sus pantalones y calzoncillos, quedó liberada la enorme erección de su verga. Se detuvo para despojarse de ellos, apenas unos segundos, y volvió a trabajar con su lengua y con sus dedos la cada vez más húmeda caverna de Patricia.

Apretaba su labios, ahogando su agitada respiración, intentando contener el estremecimiento recorriéndole la piel, palpable en el temblor de sus piernas, en el leve y continuo giro de sus caderas, en sus puños cerrados, como queriendo romper las ataduras de sus muñecas, en su vientre que se hundía y se hinchaba con creciente rapidez. Sí, Patricia apretaba sus labios, aquellos labios repletos de erotismo. De cuando en cuando, tenía que entreabrirlos, buscando el aliento que le faltaba, el aire necesario para seguir luchando contra el placer consentido, arrancado sin consentimiento de sus entrañas. Y, entonces, un leve gemido la sacudía, y sus labios estaban brillantes de saliva, como si fueran los de un coño repleto de jugos. Los de su propio coño, dispuesto ya para el goce desmedido.

Julio se incorporó y agarrando a Patricia por la cintura la obligó a retroceder unos pasos, a abrir sus piernas y a inclinar su cuerpo hacia delante, hasta donde permitía la tensión de sus brazos atados. La penetró con dureza pero sin dificultad. Sin embargo, le pilló desprevenida y no pudo evitar un gemido profundo que sonó a orgullo lastimado. Volvieron a sus ojos las lágrimas que resbalaron serenamente por sus mejillas. Y sus labios ya no se cerraron mientras duró la embestida salvaje de la henchida verga de Julio, que entraba y salía con violencia, haciendo doblar las rodillas de Patricia, descomponiendo su cuerpo en un frenético vaivén, apenas sostenido por la atadura de sus manos y por los brazos poderosos del hombre, apretados contra la cintura de ella.

Me desnudé, por la excitación y porque me sobraba la ropa. Sentía la polla a punto de reventar en la estrechura del calzoncillo. El rostro desencajado de Patricia, sus pechos balanceándose al ritmo que marcaba la embestida de Julio, la lasciva visión de aquella hembra sometida al placer, deseosa y, a su vez, asqueada del placer inesperado, me hacían arder de deseo. Pensaba, mientras encendía otro cigarro, que Julio la hubiera roto de no haber trabajado su coño con paciencia. Tenía tensos los músculos de sus piernas, bien asentados sus pies sobre el suelo, para penetrar con fuerza el abierto coño de Patricia. Julio jadeaba y sudaba copiosamente, mientras ella, definitivamente, se abandonó al placer. Y sus labios, brillantes, hinchados por el deseo, se ofrecían abiertamente, mientras su boca exhalaba los alocados gritos de un intenso orgasmo.

Cuando Julio acabó, corriéndose sobre el coño y los muslos de Patricia, la desató. Incapaz de sostenerse por sí misma, la ayudó a ponerse de rodillas. Inclinándose, rodeó el cuello de la muchacha con su brazo derecho y tiró fuerte de sus cabellos, obligándola a subir la cabeza y a abrir la boca. Introduje mi polla en el coño de sus labios carnosos y sensuales. Y Julio fue marcando el ritmo de la mamada, agitando la cabeza de Patricia, adelante y atrás, con la misma violencia con la que antes la había penetrado...

Xico Ruy