Los Juegos de Tía Paula

Apasionante historia en varios capítulos...

Los Juegos de tía Paula

Cuando el niño era niño quería que el charco fuera un arroyo, el arroyo fuera un lago, y el lago un mar... Y el mar fuera un charco...

El Autor

Capítulo 1

Lo que les voy a narrar a continuación son los recuerdos más caros de mi iniciación en las lides amorosas y sexuales, gran parte de mi vida...

Y de como llegué a conseguir la tranquilidad y la felicidad de la que ahora gozo, luego de serios abatares que marcaron mi existencia y mi extraño destino. Creo que ese peculiar destino, fue el que me llevó a la determinación de plasmar en el papel, éstos recuerdos.

En los dorados '60 mi familia gozaba de una buena posición económica y mis padres me enviaban todos los veranos a una hermosa casa de campo en una provincia de Argentina llamada Río Negro en el sudoeste de la Patagónia que pertenecía a mi madre y a sus dos hermanas.

El establecimiento era una antigua residencia de fruticultores ricos, que databa sin duda, de principios de siglo. La plantación había sido subsidiaria de la firma Lahusen , pero los cambios políticos mundiales, tuvieron un peso decisivo en la actual confusa situación en la que se hallaban la otrora relación comercial.

Dentro de ella sobraba lugar, pero la distribución de las habitaciones era tan extraordinaria, que en suma, la casa resultaba incómoda para habitar a los cánones modernos, a causa del desórden arquitectónico.

Las habitaciones no estaban situadas como en las casas comunes, sino separadas por zaguanes, corredores y escaleras caracol; a su vez esta singular distribución no desmerecía para nada la fina decoración de ese verdadero laberinto. Un parque arbolado separaba a la Casa del camino que conducía a los campos de frutales, frente al citado bosquecillo se hallaban las caballerizas y establos y cerca de éstos una vieja capilla que era usada como depósito de herramientas y sala de reuniones con el personal.

Un verjél situado en un profundo valle dentro de la precordillera patagónica, con un clima similar al hayado en la Alta Italia , saludable bajo todos los aspectos.

La casa fue bautizada por mi abuelo con el nombre de "Vinland ", el mismo nombre con que Erickson bautizó un pedazo de tierra americana mucho antes que los descubridores del medioevo. Aunque toda la estancia se llamaba "Maitén", nombre aborígen que heredó al comprarla mi abuelo, en 1944.

Allí vivía tía Paula, la menor de las hermanas de mi madre, casada con Robert

Mc Cloud, un divertido escocés que pronto se transformó en mi pariente preferido. Completaba la familia la pequeña hija de éstos, mi prima Christin Ann, en ese entonces una regordeta nena.

Mis progenitores se quedaban por un tiempo, hasta principios de Enero aproximadamente, para luego viajar a República Federal Alemana donde mi padre realizaba algunos negocios. A su vez a fines de Febrero regresaban a buscarme y retornábamos a Buenos Aires, a retomar nuestras cotidianas actividades.

En ese lapso me quedaba al cuidado de tía Paula, contaba con once años en ese entonces y pronto comencé a seguirla a todos lados como si fuera mi propia madre.

Tía Paula tenía por costumbre dejar abiertas las puertas a sus espaldas, - Por temor a quedarme encerrada... -, se justificaba, alegando una claustrofóbia de nacimiento, (vió la luz primera con el cordón arrollado al cuello, casi asfixiada… ) .

Gracias a ese hábito siempre iba yo pegado a sus talones, podía entrar al baño cuando ella se sentaba a orinar o se desnudaba por completo para meterse en la bañera.

Tía nos bañaba todas las tardes a mi prima, tres años menor, jugando y chapoteando de lo lindo ante su atenta mirada. Luego nos secaba y mientras lo hacía nos cosquillaba efectuando ventosas de aire en distintas partes de nuestros cuerpecitos. Reíamos histericamente. Tía Paula tomaba mi pequeño pene entre sus labios y lo estiraba hasta que se le escapaba, haciendo un exagerado ruido a chupón, ésto divertia mucho a Chris.

Las mujeres que bañan a los niños se complacen en hacerlo con frecuencia, renovando un ancestral instinto, pero cierto era que yo ya estaba un poco grandecito. Generalmente, tía tomaba asiento en una silla mecedora y llevando a la arropada niña en andaz hasta su pecho comenzaba a darle la teta ; no salía alimento alguno pero por una extraña razón que yo no comprendía este acto ejercía en mi prima y en mi tía un alto poder sedante. Christin se prendía con fuerza, pero no sucionaba, solo lameteaba el pezón y lo apretaba con los labios. Si acaso Christin succionaba más de lo permitido, resonaba la voz de tía: -No, no, no, no succiones fuerte.... , tranquilita… , duermete… -, le decía mientras la apartaba y Christin habría la boquita desesperada, hasta que volvía a prenderse… Tía Paula volvía a relajarse y se sepultaba en la mecedora.

Luego me invitaba a su lado, extendiendo su mano, y colocándome yo, entre sus piernas, me acariciaba el rostro y mis cabellos. Lentamente me recostaba sobre su regazo.

Con su dulce y vidriosa mirada perdida en el techo. Eternamente fijo. Eternamente...

Cierta tarde cuando había finalizado el ritual del baño, (éramos sin duda los niños más limpios del lugar...) y comenzaban los retozos del secado, al tomar mi pene entre sus labios éste se irguió desafiante. - Uyyy ! Que señor más desvergonzado...-, decía tía Paula mientras golpeaba mi rabito con su índice y en cada golpe mi erección lejos de amainar se fortalecía. Los días transcurrieron y mis erecciones a la hora del secado también, hasta que cierto día al tomar mi caramelito (como ella lo llamaba) éste se erectó de inmediato, y luego de estirarlo no lo soltó, sino, que lo retuvo y lo succionó suavemente, dándome una hermosa sensación de amor y seguridad. Al cabo de un instante tía se contrarió lo soltó y salió del baño rapidamente. En los días que siguieron la acción se repitió, demorándose cada vez más tiempo en sus succiones, cada día la quería más y más a tía Paula y hoy en la meticulosa crítica que efectuó a mis recuerdos, pienso en el esfuerzo terrible que habrá hecho para refrenar ese voráz sentimiento.

Aunque con los hechos que se susedieron me di cuenta que ese sentimiento salvaje la desbordó por completo; no tardó entonces que al momento de secarnos sacó a mi prima de la bañera diciéndome :

  • Tú no Derek, todavía estás sucio, quédate... -, me quedé jugando en el agua calentita, aunque me inquietó ese momentáneo abandono. Tía Paula se llevó a Christin Ann y la acostó para su siesta, de regreso se quitó la bata y se metió en la bañera.

  • Derek, vamos a jugar un jueguito nuevo..., te lo enseñaré. Pero... lo debemos jugar solo tú y yo, y nadie tiene que saberlo, esta claro ! -.

Asentí con la cabeza.

Tía Paula tenía tantas esponjas de colores y frasquitos de shampú vacios que se undían rapidamente, borboteando entre sus piernas. Y allí tenía que ir a buscarlos..., sabía que tía acortaría el camino de mis manos oponiendo su caverna cálida y pelambrosa, que a su imperio, tenía que acariciar y urguetear hasta que dijera basta. Y muy suavemente porque de lo contrario se enojaba.

Siempre antes de decir basta temblaba y se estremecía con los ojos cerrados, me gustaba ver como se le ponía la piel de gallina cuando temblaba...

  • Ay Derek !, que frío hace, es tiempo de secarnos...-, decía y mucho no me gustaba porque no había besos ni cosquillas, me secaba y me abrazaba fuerte contra su cuerpo desnudo por un largo rato. De a ratos se estremecía.

Terremotos carnales en el alma...

Tío Robert era viajante de comercio, muy importante en la región, se dedicaba a vender maquinária agrícola. Los muy contados fines de semana que pasaba en la casa, los sábados especialmente, después de almorzar y beber cerveza se acostaba; llamaba a tia Paula, que sumisa y automata, se dirijía a hacerle compañía en la cama.

Yo aprovechaba la penunbra del cuarto conyugal para colarme detrás de tía y esconderme debajo del lecho, a la espera que cesara de crujir y que mi tío dejara de resoplar y moverse. Era como la calma después de una ecatombe mansillada por el profundo ronquido de tío Robert. Entonces tía me hacía señas y montaba encima de ella para jugar como si estuvieramos en la bañera, pero claro, sin agua ni frascos de colores. Abría la sábana y me ayudaba a meterme bajo ella, a su lado, pronto dirijía mi mano a su gruta, empapada de un líquido vizcoso... como mermelada. Me gustaba urguetear en ella haciendo ruiditos.

Al ratito se volteaba de lado, no dejándome ver a tío Robert, tal como si su cuerpo fuera una alta cordillera. Desplazaba mi mano con la de ella , dirigiendo la mia, húmeda y pegajosa hacia el pezón libre.

-Ten Derek, toma..., ven toma la teta... asi... si... chupa... ufffff ! Si... Pellízca el otro... , vamos... -, empezaba a respirar fuerte al tiempo que, de a ratos, se sacudía con fuertes estremecimientos. Otra vez los terremotos carnales de su alma...

De vez en cuando largaba el pezón que masajeaba y dirijía mi mano hacia abajo, hacia la gruta... , pero tía Paula la tomaba y la volvía a poner en su lugar, al tiempo que me acariciaba exajeradamente la cabeza, presionándola contra su teta.

-Oh ! , Ohh ! , Oooohh !... -, gemía casi imperseptiblemente. Entonces volvía en sí.

-Shhhh..., sin alborotar demasiado..., a ver si por " muy juguetones" terminamos por despertarlo. Vamos, comienza otra vez... chupa... -, murmuraba en voz baja.

Me gustaban los sábados, aunque los odiaba menos que los domingos, día que tío Robert tenía reunión con su equipo de vendedores, que luego de tomarse litros de cerveza jugaban a los naipes y se reían obsenamente como si la casa fuera un pub londinense.

-En esta lejana soledad la gente se embrutece... -, refleccionaba tía Paula.

Yo me quedaba en la cocina, sabiendo que este encierro inquietaba a tía, quien con cualquier excusa, venía a visitarme.

Me daba besos con la lengua muy metida en la boca hasta dejarme sin respiración o tosiendo por las arcadas, o se sacaba uno de sus grandes pechos blancos del corpiño y lo aplastaba contra mi cara, el pezón dentro de mi ojo acariciándolo con mi pestaña.

Tanto tía Paula como sus hermanas son danesas y están dotadas de grandes esféras pectorales, como las nobles mujeres nórdicas. El busto de tía era imponente, perfecto. Sus pechos era enormes, duros y de agraciadas formas, más allá de toda presunción, con pezones rosados y puntudos.

  • El busto de Paula no tiene rival en la región...-, comentaba tío Robert palmeándole groseramente las nalgas. Tía lo apuñalaba con la mirada senciblemente avergonzada.

Por suerte después de esos insufribles domingos comenzaba la semana. Bien temprano tío se iba con la camioneta y nos dejaba en el pueblo para ir de compras. Tía Paula caminaba orgullosa con sus niños de la mano, todos la saludaban con respeto y solemnidad y los peones y empleados con una exagerada reverencia.

La casa quedaba al cuidado de Doña Rosario, la esposa de capatáz, mujer callada y sumisa que ayudaba a tía en los quehaceres domésticos y quien otrora había sido el ama de llaves de Vinland , y que cuando ésta perdió su suerte se quedó fielmente al lado de Paula.

En nuestra ausencia acometía con la limpieza del lugar y los desordenes del fin de semana. De regreso del pueblo, me encargaba de darles de comer a los pájaros del gran jaulón del patio para luego a eso de las doce y media almorzar todos juntos, incluída Rosario, Paula nunca hizo diferencia con ella.

Alrededor de las dos de la tarde tía Paula acostaba a Christin Ann para su siesta y despedía a Rosario, que partía lentamente por el camino en una hermosa volanta, quedándonos tía y yo practicamente solos. Una vez que cerraba la gran puerta de madera del living se daba vuelta y mirándome fijo, con voz suave y revolviendo mis cabellos con sus dedos me decía: -Derek, espérame que vamos a jugar... Vamos al baile ! -, corría los pesados cortinados de los ventanales brindándole al lugar una refrescante paz, y subía a su habitación.

Bajaba las escaleras cantando bajito. Se veía hermosa, su cabello tomado en una larga cola de caballo, la blusa de seda blanca que velaba sutilmente el bamboléo de sus grandes tetas y la amplia pollera gitana que contoneába en sus caderas.

El ruido martilleante de sus tacos resonaba en la gran sala, ponía un disco ( siempre lentos temas de grandes bandas de jazz ) y entonces sí, se levantaba las polleras y me invitaba a colarme debajo, cubriéndome y encegueciéndome de inmediato, sin saber yo por donde bailábamos por donde me arrastraba tía, que al rato, perdía el control y se llevaba muebles y objetos por delante. Solo sabía que, pasara lo que pasare, yo debía besar, lamer y chupar el hueco agrio y húmedo ( cada vez más húmedo ) sin parar nunca, por nada del mundo. Ella decía cosa sin sentido, murmuraba, gemía y terminaba la pieza extremadamente excitada; luego de dos o tres temas venía el juego que más me gustaba, el que prefería...

Tía Paula se sentaba en un gran sillón de terciopelo bordeaux, yo trepaba a su regazo y me besaba toda la cara empapada en sus jugos, diciéndome:

  • Te cansaste... sí ? Ahora descansarás un ratito sobre mi... Toma, ya sábes...

Acto seguido se desabotonaba la blusa y aparecían liberadas esas dos esféras enormes, y me daba a elegir una.

  • A ver como tomas la teta grandulón... Chupa... -, Ordenaba. Comenzaba a chupar y chupar, la consigna era la misma, no parar nunca, pasara lo que pasare...

Tía Paula ponía los ojos en blanco, temblaba y gemía, mientras chupaba , tía pellizcaba fuertemente el otro pezón, era tan brutal la reacción que me daba miedo y a veces me detenía. Algunos coscorrones me gané por mi inexperiencia, pero con el tiempo aprendí a no asustarme. Entretanto tía Paula hacía desaparecer sus manos bajo la falda. Comenzaba una serie de convulciones y temblores que me hacían saltar y rebotar en su regazo, todas las tardes de la semana nos entreteníamos jugando. Pero la lujuria de Paula ascendía vertiginosamente y elucubró una manera de saciarla con creces. Un lunes de estenuante calor de tarde quieta y apacible, no hubo baile..., la descontrolada mujer fue directamente al sillón queriendo sin pasos previos jugar el juego de la cariñosa nodriza.

-Haaa! Esta vez voy a estar muy contenta... -, me dijo mostrándome una enorme morcilla que había sobrado de la picada del domingo, le colocó un dedo de goma ( inocente infancia la mia ) lo mojó con abundante saliva y lo hizo desaparecer junto a sus manos, debajo de su pollera.

-Vamos Derek, no me hagas esperar... chupa, vamos...toma, si... pellizca, siiiiii !

Hoy cuando recuerdo pienso que tendría siete u ocho orgasmos por tarde, yo podía seguir mucho más ese juego, pero tía Paula abandonaba a las cuatro o cuatro y media. Se dejaba caer allí mismo, sus brazos laxos, inmóviles, quedaba como desmayada por un buen rato. Sus manos inertes, sus delgados dedos lustrosos y brillantes con finas babas perladas, uniéndolos como una menbrana, y el olor... el mismo que me inpregnaba la cara... el sllón, la sala entera. El mundo entero.

Mi mundo.

Cuando reaccionaba se lamentaba porque yo era nada más que un niño, con un "pirulíndurito" y de que ella no se animara a ir más lejos. Luego me acostaba en el sillón y succionaba dulcemente mi pene, me lamía toda la zona genital, hasta que con confusas sensaciones... , hermosas sensaciones, me dormía.

Terminaron las vacaciones y también terminaron los jueguitos con mi tía, cuando me despidió, me dio las últimas recomendaciones : - Ya sábes..., no seas tonto y no cuentes a nadie nuestros juegos... o no te voy a querer más. Entendido ?

Su mirada clavada en mis ojos era fría como el hielo, jamás hubiera revelado nada si eso hubiera derivado en no poder jugar más con ella, a ese tiempo algo interior en mi me decía que esos juegos, aunque secretos, eran buenos.

Pero, de todos modos, nunca más volví a Vinland . Una pelea entre mis padres y Paula por la administración del establecimiento nos distanció ( …bueno, eso me dijeron a mi ) , siendo el siguiente verano muy trizte para mi, extrañaba los juegos con tía Paula. Estaba marcado por ella para siempre...