Los Juegos de Elena 9 Colección de Pajas
Elena continuaba jugando conmigo a su antojo, aprovechando cualquier rincón de casa y usando cualquier parte de su cuerpo para masturbarme.
Ya conté que entre Elena y yo nunca hubo lo que entendemos como amor romántico al uso. Obviamente había pasión, extraña y prohibida, pero también congeniábamos en muchos aspectos. Con el tiempo Elena se convirtió en muchas cosas para mí: una amante, una amiga, una hermana mayor, una mentora,…
Las siguientes dos semanas empezamos a pasar más tiempo juntos. Ya tenía a la vuelta de la esquina los exámenes de fin de curso y me ayudó a estudiar, pasando horas en mí cuarto haciéndome preguntas sobre la lección, repasando mis trabajos,… También hablamos mucho más y poco a poco fui perdiendo aquella especie de reverencial miedo que le tenía. Debo confesar que aun pasó mucho tiempo para que dejara de intimidarme, y ese sentimiento nunca desapareció del todo, pero cada vez estaba más cómodo con ella. Eso permitió que Elena también me conociera más y confirmara lo que ya intuía: que debajo de mis tartamudeos y nervios excesivos se escondía un chico inteligente y con inquietudes.
No hace falta decir que Elena también aprovechó aquel tiempo que pasábamos juntos para seguir con sus ilícitos y morbosos juegos, como ella definía los prohibidos encuentros que teníamos. Yo, más que juegos, lo llamaría de otra manera pues lo que sucedió aquellas semanas fue una autentica colección de pajas.
(…)
-Pero si te lo sabes todo, no sé porque te pones tan nervioso. Eres más listo de lo que crees y seguro que sacas unas notas excelentes. – Elena parecía orgullosa tener un hijastro tan inteligente.
Sin pecar de vanidad puedo decir que sus palabras eran ciertas. No es que fuera un genio o un intelectual, pero sí que era un joven listo, trabajador, curioso y responsable. Siempre sacaba buenas notas, pero con mis complejos y baja autoestima pasaba unos nervios terribles cuando se acercaban los exámenes.
-Después de una tarde de estudio lo mejor es relajarse un poco. –Añadió, mutando la actitud de hermana mayor a la juguetona y seductora.
Estábamos en mi cuarto, solos en casa. Yo llevaba toda la tarde estudiando y Elena se había pasado para ayudarme, haciéndome preguntas de la lección. Iba vestida con unos vaqueros y una blusa blanca. Esta había sido una distracción constante, pues los primeros botones desabrochados dejaban demasiado a la vista de los pechos de mi madrastra. Sobre todo aquel canalillo que me volvía loco y del que me era casi imposible separar los ojos. El pelo negro lo llevaba suelto, cayéndole como una cascada por hombros y espalda. Yo vestía el uniforme escolar: camisa blanca y pantalones de pinza azul oscuro.
-Y sé cuál es la mejor manera de relajarse. – Insistió, modulando su voz hasta convertirla en un sensual y ronco sonido.
Estábamos sentados frente a frente, en sillas distintas. Me quedé clavado en la mía cuando empezó a desabrocharse la blusa. El sujetador era negro con bordados plateados. Cuando terminó de quitarse la blusa yo ya había escudriñado cada rincón de sus pechazos. Rebosaban la prenda e incluso dejaban al descubierto una pequeña parte de la areola.
-Ven aquí. - Me levanté y di dos cortos pasos hasta quedar delante de ella. No se levantó, simplemente alargó la mano para sobarme la entrepierna. Mi pene había empezado a crecer y con la primera caricia terminó de empalmarse. – Vamos a ver que tenemos aquí…
Con gestos hábiles y rápidos me desabrochó el cinturón y los pantalones. De un solo golpe los bajó junto los calzoncillos. En un segundo estaba mediodesnudo y empalmado, con la ropa interior y los pantalones por los tobillos. Levantó los ojos, echándome una de sus provocativas miradas acompañada de una sonrisa de niña traviesa. Abrió la boca, lamiéndose la palma de la mano antes de cogerme el pene y empezar a sacudirlo poco a poco. El corazón se me aceleró al instante y dejé escapar un largo suspiro.
-Sé de alguien que se va correrse muy pronto. - Le encantaba tenerme en ese estado de deseo, a punto del orgasmo con solo algunas caricias.
Entreabrió la boca y dejó caer una abundante cantidad de saliva que se estrelló entre sus apretadas tetas, justo donde ambas se aplastaban una a la otra, presionadas por el sujetador. Se acomodó en la silla, sentándose en el borde. Apenas fui consciente como hizo lo que hizo a continuación. Cogió mi pene y lo llevó hasta sus tetas, separó la parte de abajo del sujetador y lo metió por allí. Mi sexo acabó encerrado por la tira del sujetador y por sus dos redondos y calientes senos. Los testículos colgaban apretados en su abdomen.
-Joder… - Suspiré, con el sexo doblemente apretado por sus pechos y el sujetador.
-¿Te gusta?... pues ya verás cuando haga esto. – Dijo sonriendo con lujuria, mirándome directamente a los ojos.
En el mismo momento cogió ambas tetas y las apretó más, convirtiendo la prisión donde estaba mi falo en mucho más estrecha y caliente. Sacudió los senos, arriba y abajo, varias veces. Incluso las piernas me temblaron y creí que perdería el equilibrio. Siguió pajeándome con los pechos, haciendo que casi todo mi pene despareciera entre ellos. Solo el enrojecido glande sobresalía, como si luchara por escapar de las dos tetas que lo ahogaban.
-…Elena… - Gemí.
-Veo que te gusta. – Continuó moviendo las tetas, masturbándome con ellas.
Volvió a escupirse en el canalillo, aumentando la lubricación, mojando mi sexo y sus pechos. Sacudió los senos con más vigor y velocidad, haciendo que de nuevo me estremeciera. Tuve que sujetarme en el borde de la mesa del escritorio para no caer. Ella, al ver mi estado, aun aumentó más el ritmo de la diabólica y machacante paja cubana.
-¿Quieres correrte en mis tetas? – Preguntó sabiendo ya la respuesta.
-Si… por favor… Elena…- Solo podía pensar en eso, en descargar en su canalillo, con el pene prisionero de sus senos.
-¿Vas a ser un buen chico y vas a llenármelas de leche? ¿Vas a correrte para tu madrastra? – Continuó con su sucia charla.
-Si… si… - Jadeé, sintiendo la inminente corrida.
-Oh… así me gusta… muy bien… -Exclamó con las primeras gotas de esperma saliendo de mi pene e impregnando sus tetazas.
Mi corrida manchó su piel morena. Cuando estallé el semen se esparció por su cuello, su pecho y sobretodo en el canalillo de ambos senos, pringándolos completamente de blanco. Continuó sacudiendo las tetas hasta que todo el esperma que guardaban mis pelotas embarraba su piel. Liberó mi pene de la dulce prisión y me derrumbé sobre mi silla. Un fugaz pensamiento cruzó mi mente mientras Elena, sin importarle las manchas de esperma, volvía a ponerse la blusa. Mi madrastra tenía razón, me sentía mucho más relajado.
(…)
Como he explicado antes Elena aprovechó aquellos días para atacarme fuera cual fuera el lugar y momento. En cualquier instante podía aparecer, a veces sin importarle que en casa estuvieran papá o la asistenta.
Yo estaba en el cuarto de baño. Acaba de ducharme y estaba desnudo, secándome con una toalla. Me quedé paralizado cuando la puerta se abrió. Elena entró, cerrando rápidamente la puerta tras de sí y echando el pestillo para que nadie más pudiera entrar y sorprendernos. Como el calor apretaba bastante tan solo llevaba un colorido, floreado y vaporoso vestido veraniego. Era de corte sencillo, con ligero escote y largo hasta las rodillas. Como adorno llevaba un fino cinturón de cuero que ceñía su cintura y le marcaba las caderas.
-Elena… no estamos solos… - Dije cuando la vi mirarme con aquellos ojos de tigresa a punto de cazar a su presa.
Caminó hasta mí. Inconscientemente retrocedí hasta encontrarme con la pared y cuando quise darme cuenta, ya la tenía encima y me arrebataba la toalla con la que me cubría las partes. Sin mediar palabra agarró mi pene, lo acarició y en unos pocos segundos lo sintió crecer hasta alcanzar su máxima dureza. Le encantaba acorralarme, cogerme el sexo y dejarme indefenso en sus manos.
-Que limpito estás. – Dijo con su sensual y juguetón tono de voz. - Yo en cambio me siento muy sucia.
Cogió mi mano y la llevo hasta su pecho. Acaricié esa perfecta esfera con la palma, la palpé, apreté suavemente,… por encima del vestido. Ella ya me pajeaba, poco a poco, con un ritmo lento pero continuado. Me soltó la muñeca pero mi mano continuó sopesando su perfecto seno. Aprovechó para subirse el vestido, sujetando la falda en el cinturón. Así sus muslos quedaron desnudos y pude ver su ropa interior, un minúsculo tanguita azul marino. Se acercó más a mí y empezó a frotarme la polla en la tela del tanga. Mientras lo hacía me besó, metiéndome la lengua con violencia en la boca, como si quisiera devorarme.
-…muy sucia… - Repitió jadeando.
Se apartó un poco mirándome con ojos golosos y sonriendo con aquella característica mezcla suya de lujuriosa mujer y niña traviesa. Se bajó el tanga, dejándolo tenso en las rodillas. El monte de Venus estaba cubierto por un recortadito triangulo de vello negro y por debajo se veía con los labios ligeramente hinchados y cubiertos de una leve patina de humedad. Si unos segundos antes frotaba mi pene en su tanga ahora lo hizo directamente con su sexo. Con la mano separó la piel del prepucio y llevó el glande desnudo hasta su vagina. Sólo penetro una minúscula parte de la puntita, lo suficiente para separar la rajita. Elena hizo subir mi pene por ella…
El glande quedó recubierto de humedad proveniente del sexo de Elena. Lo usó para lubricar la lenta paja mientras continuaba frotando levente ambos sexos. A pesar del ritmo pausado que usaba sentí llegar el final muy pronto. Estar tan cerca de la vagina de Elena, aunque repito, sin llegar a penetrar en su cueva, me puso a mil. Sentí la temperatura del bajo vientre aumentar exponencialmente, los latidos de mi corazón se aceleraron y gemí, olvidándome que no estábamos solos en casa.
-Shh… no hagas ruido. – Susurró Elena, devolviéndome por unos instantes a la realidad.
Pero no podía abstraerme de lo que pasaba en nuestras entrepiernas. Elena no paró de pajearme contra su coñito. De vez en cuando me besaba, no solo los labios, también el cuello, chupándolo, hundiendo la cabeza en él.
-Dame tu leche… dame tu leche… córrete para mí… - Volvió a susurrar, ahora directamente en mi oreja.
No pude más y cuando Elena sintió las primeras gotas de esperma apartó un poco el pene de su vulva para encararlo hacía el tanguita azul que aun reposaba, tenso, en sus rodillas. Parte de la corrida cayó al suelo, pero algunos chorros se estrellaron directamente en su ropa interior.
Cuando me soltó el pene yo estaba temblando. Ella se subió el tanga manchado y se limpió la mano de algunos restos de esperma que habían quedado en su mano. Se bajó el vestido. Yo seguía medio mareado, intentando recuperar el resuello. Elena parecía tranquila, como si nada hubiera pasado.
-Ya sabes que me encanta sentir tu lechecita cerca de mi coño. – Me guiñó el ojo, otro de sus gestos característicos, antes de darme un pico en los labios. Abrió la puerta del baño, se aseguró que no había nadie en el pasillo y salió.
(…)
El pequeño gimnasio que teníamos en la planta baja del chalet se convirtió en un lugar perfecto para nuestros encuentros. Solo Elena y yo lo usábamos, muchas veces para hacer ejercicio juntos pero a otras el deporte daba paso a otras actividades mucho más placenteras.
Elena estaba haciendo ejercicios con unas pesas. Llevaba unos ajustadísimos pantalones de yoga, largos y grises, que se pegaban a sus piernas, muslos y culo, marcando sus formas perfectamente. Se cubría los pechos con un top deportivo oscuro que parecía a punto de estallar, incapaz de contener sus tetazas. Se había recogido el pelo negro en una sencilla cola de caballo, bien prieta detrás de la cabeza.
Yo estaba en la máquina de correr. Después de varios días y con mi madrastra como entrenadora empezaba a notar los beneficios del ejercicio físico. Tenía mucho más fondo y resistencia e incluso había empezado a perder peso. Hasta me estaba aficionando a hacer deporte.
-¿Quieres hacer unos cuantos abdominales? – Preguntó.
Aunque no era mi ejercicio favorito asentí. Me tumbé en una de las esterillas, con las piernas dobladas y algo separadas. Elena se puso de rodillas sobre mis pies para sujetarme con su peso. Empecé con los abdominales, levantando mi torso hasta alcanzar con un codo la rodilla contraria, intercalándolas cada vez.
Como les decía no me gustaban los abdominales, pero hacerlos con Elena tenía su recompensa. Cada vez que levantaba la cabeza me encontraba con sus pechazos apenas cubiertos, con su rostro sensual, sus labios mullidos y gruesos, sus ojos oscuros y rasgados,.. Además, la cercanía de su cuerpo era siempre excitante e incluso el ligero aroma de su sudor encendía mi bajo vientre. Ocurrió lo inevitable. Las hormonas de adolescente tomaron el control y el pantalón corto no pudo disimular la erección después de unos cuantos abdominales.
-Joder. – Exclamó Elena. - ¿Ya te has empalmado? Pero si no te he hecho nada… -Parecía sorprendida ante mi involuntaria erección.
-Yo… sí… lo siento… -Estaba más que avergonzado por ser incapaz de controlar las reacciones de mi cuerpo.
-No tienes que sentirlo… Debo ponerte muy cachondo – Elena sabía el deseo que despertaba en mí, pero ahora se daba cuenta realmente del nivel que alcanzaba.
-Sí… estás… muy buena… - Tartamudeé.
-Pues tendremos que hacer algo con esto... – Sonrió, presionando con un par de dedos la erección por encima del pantalón. Volvía a mirarme con aquella segura sensualidad, con aquella actitud felina. - … levántate y desnúdate.
Ella también se levantó. Me observó mientras me quitaba toda la ropa, incluso el calzado, hasta quedar completamente desnudo, con el pene duro y apuntando hacia ella. Caminó alrededor mío. Continuaba con los ojos clavados en mí, mirándome y escrutando cada ángulo de mi cuerpo. Estoy seguro que pensaba alguna nueva manera de volverme loco. Mientras andaba no pude evitar devolverle la mirada. Los pechos grandes, redondos y turgentes, el vientre plano desnudo, las piernas y aquel culo que se marcaba perfectamente. Giré la cabeza cuando paso a mi lado, hipnotizado por aquellas dos nalgas enfundadas en el ajustado pantalón de yoga.
Elena también giró la cabeza, percatándose de cómo le miraba el culo. Aquello supongo que le dio la idea. Se puso enfrente de mí, dándome la espalda. Dio un paso atrás e inclinó un poco la espalda hacia delante. De esta manera aplastó con su duro culito respingón mis genitales. Mi pene quedó entre ambas nalgas. Elena empezó a mover la cintura, refrotando, como si bailara,…
-Así que te gusta mi culito… -Dijo pícara. La veía sonriendo a través del espejo que teníamos enfrente.
-Si. - Jadeé.
Se apretó más contra mí, volvió a enderezar la espalda y me cogió por las muñecas para llevar las manos hasta los senos. Abrí la palma, anticipándome, para recibir las dos esferas, amasándolas suavemente, sopesándolas, sintiendo los pezoncitos a través del top,…
-¿Y estas, te gustan?
-Sí. – Respondí, ya sin saber si prefería aquel culo que se frotaba en mi polla o las tetas que se amoldaban a mis manos.
-Quítame el top. – Me pidió.
Sin despegarme el culo de la entrepierna desplazó la espalda un poco hacia delante para ayudarme a estirar la prenda hacia arriba. La licra se enganchaba a su piel sudada, además de tener dos obstáculos bastante insalvables en los pechos. Batallé con el top, tirando hacia arriba hasta que liberé las dos tetas. A partir de allí fue fácil deslizar la prenda por los brazos para deshacerse de ella.
Elena no tuvo que cogerme las manos. Mirándola por el espejo fui incapaz de contener el impulso de llevarlas hasta los dos pechazos de puntiagudos y pequeños pezones. A estos los atrapé entre los dedos mientras sobaba el resto de los senos. Tampoco pude evitar hundir la cabeza en su cuello, aspirando su aroma, besando dulcemente su piel,…
Se dio la vuelta, aplastando mi pene contra su bajo vientre y los senos contra mi pecho. Me rodeó con los brazos, cogiéndome del culo y apretándome más contra ella. Me besó, como siempre con una lengua ávida y sedienta de mi boca. Me empujó con el cuerpo y me acompañó para tumbarme en una esterilla. Ella se sentó sobre mis muslos, con las piernas separadas, pero continuó dándome la espalda.
-Como te gusta tanto mi culo te vas a correr en él. –Afirmó.
Se bajó un poco en pantalón, lo suficiente para descubrir toda la superficie del duro trasero, respingón y con forma de corazón. Apartó el hilo de un minúsculo tanga negro, dejándolo en medio de una nalga. Me cogió el pene, empujándolo contra el culo. El tronco se hundió entre ambas nalgas, ocupando toda la raja. Era parecido a cuando encerraba mi pene entre sus tetas para hacerme una paja cubana pero ahora estaba rodeado por la carne del trasero. Para que no escapara Elena lo sujetaba con los dedos, asegurándose que lo restregaba bien en el culo.
Con el miembro encajonado de esta manera, empezó a masturbarme. Danzaba con el trasero sobre mí, moviéndose de una manera frenética, sujetando el pene con la mano. Con aquel refrote culero me llevó a un nivel de placer casi indescriptible. Las nalgas, durísimas, encerraban parte de mi pene, que también se restregaba en medio de la raja.
-¿Quién va a correrse en mi culito?– Preguntó con voz turbia, girando la cabeza para mirarme. - ¿Quién me va dejar bien sucia de leche caliente?
-…yo… -Jadeé.
Ella siguió pajeándome con en el culo. Su trasero describía círculos, aplastándome los testículos, mientras continuaba asegurando con la mano mi pene para que no escapara. No aguanté mucho. Elena no tardó en sentir como mi caliente semen estallaba entre sus nalgas, cubriéndolas de espesos goterones blancos. Mientras me corría susurré su nombre, entre gemidos, mientras ella terminaba de bailar sobre mi polla, exprimiéndome.
-…Elena… Elena…
-Como me gusta que seas un hijastro tan obediente… corriéndote en mi culito,…
Se levantó, acariciándose el culo y esparciendo mi semen por su piel. Se arregló el tanga y subió el pantalón. Me quedé tumbado unos segundos, aun medio temblando después del orgasmo. Poco a poco recuperé el aliento.
-Será mejor que vayas a pegarte una ducha. – Me dijo al verme aún tumbado. Sonreía de satisfacción, sabiendo que cada día me volvía más loco.
Continuará…