Los Juegos de Elena 8 Castigo y visita nocturna

Después de la cena en casa Elena quiso recordarme quien mandaba entre nosotros y lo hizo de la mejor manera que sabía, volviéndome loco. Un par de días más tarde también recibí una apasionante visita nocturna.

Después de la cena en casa tuve que “pagar” por haber estado hablando con Ana, la hija de uno de los amigos de papá. Por lo visto había conseguido lo imposible, poner celosa a Elena. Permítanme aclarar algo antes de continuar. Ni Elena ni yo estábamos enamorados ni lo estuvimos nunca, al menos de la manera en que la gente normalmente lo concibe. La nuestra nunca fue una relación romántica al uso. Con el tiempo no sólo fuimos amantes, también nos convertimos en grandes amigos y nos teníamos mucho cariño pero ambos sabíamos que lo nuestro no duraría para siempre y eso nos previno de ciertos sentimientos que hubieran complicado las cosas. Nuestra relación evolucionó, también la sexual, y llegamos a compartir muchas cosas, pero eso sería adelantar acontecimientos y no quiero arruinarles el final de esta historia.

(…)

No fue hasta el lunes, al regresar del instituto, que mi madrastra decidió “castigarme” por tontear con Ana. Creía que todo había quedado zanjado con su visita a mi cuarto pero ella quería dejarme las cosas claras.

No había nadie en casa. Papá estaba en su oficina y la sirvienta tenía la tarde libre. Elena me esperaba sentada en el sofá. Iba vestida con una minifalda cortísima, medias negras, puntiagudos zapatos de talón y un fino jersey escotado. El pelo negro y liso lo llevaba recogido en una cola detrás de la cabeza. Fumaba un cigarrillo. Parecía ligeramente enfadada y más enigmática que nunca. Ni siquiera saludó, simplemente con un seco y autoritario tono de voz dijo:

-Desnúdate. –Me quedé quieto, plantando en medio de salón y sin saber cómo reaccionar. – Te he dicho que te desnudes.

Debo reconocer que aquella actitud me dio un poco de miedo pero aun así me desnudé. Me descalcé, desabroché la camisa blanca de mi uniforme escolar y me quité los pantalones, dejándolo todo a un lado. Sentí una absurda vergüenza a la hora de quitarme la ropa interior. Después de las cosas que me había hecho Elena, además de haberme visto desnudo varias veces, era una tontería, pero su dominante aire de aquella tarde y la frialdad que se respiraba en el salón de casa me volvían más tímido y apocado que nunca.

-Que no has entendido de “desnúdate”. Los calzoncillos también. – Añadió.

Me bajé los calzoncillos hasta quedarme totalmente en pelotas. Ella siguió fumando, escrutándome con ojos severos. Mi pene, que tenía vida propia, empezó a crecer hasta mostrar una desafiante erección. Es como si supiera que teniendo a Elena delante debía empalmarse sin más. Ella no pudo evitar sonreír, satisfecha del poder que tenía sobre mí. Yo me había desnudado sin rechistar y encima sin necesidad de ponerme un dedo encima o quitarse alguna prenda de ropa yo ya estaba erecto.

Se levantó, aun fumando. Caminó lentamente alrededor de mí, sin quitarme sus intimidantes ojos oscuros de encima. Aspiré la mezcla del aroma de su perfume y el olor del tabaco. Sin decir nada me dio una cachetada en la nalga, no demasiado fuerte pero que aun así estalló con un ruido fuerte y seco.

-Hoy pareces muy tímido y callado,… pero el sábado por la noche estabas muy hablador con la niñata esa. –

-Elena… yo… no…- Empecé a tartamudear.

Elena dio dos pasos hasta quedar enfrente de mí, muy cerca. Exhaló el humo del cigarrillo en mi cara. Reprimí una tos repentina tragando saliva. Con un solo dedo acarició mi pene, recorriéndolo en todo su extensión. Este la saludó con un pequeño espasmo de placer.

-Espero no tener que decirte que mientras tú y yo estemos,… - Dudó un instante.-… jugando; no puedes ligar, tontear o liarte con nadie más.

Y entonces lo comprendí. Elena estaba acostumbrada humillaciones e infidelidades de mi padre y no esperaba lo mismo de mí. Si quieren que les diga la verdad era algo imposible. Aunque hubiera tenido la habilidad de seducir a una muchacha de mi edad tampoco lo hubiera hecho. Como he referido antes nunca me enamoré de ella pero eso no quería decir que pensara en otras mujeres. En aquellos momentos no sabía definir mi relación con Elena pero si tenía claro que tener algo con otra era parecido a una traición.

-Elena,… yo nunca… agh…- Elena no me acabar pues su dedo había empezado con las diabluras en mi pene, presionándolo hasta abajo y soltándolo de golpe para que saltara como un muelle.

-Lo sé, pero por si acaso. – Otro dedo se unió a su compañero, retirando suavemente la piel del prepucio.

Elena me conocía y sabía que no iba engañarla o mentirle. La diferencia de edad y experiencia hacían imposible que no me pillara y además nunca he sido de ese tipo de hombres. Pero mi supuesto tonteo era un pretexto tan bueno como otro para recordarme quien mandaba entre nosotros. Y lo hizo de la mejor que sabía, volviéndome loco. Por eso había dejado el cigarrillo en el cenicero de la mesa que teníamos al lado y tenía las dos manos en mi pene. Solo eran tres dedos, dos de una mano seguían manteniendo la piel de glande retirado mientras que el índice de la otra mano lo frotaba suavemente.

-Esta polla solo tiene dos maneras de correrse. Cuando yo hago que se corra y cuando te pajees pensando en mí. –Ya no parecía tan autoritaria pero seguía con actitud severa y dominante.

Me soltó el pene y se dio la vuelta, alejándose de mí y avanzando hacía el sofá bamboleando el trasero con cada paso. Se sentó, cruzando una de las piernas y regalándome un fugaz vistazo de sus braguitas. Blancas con bordados negros.

-Se un buen chico y tráeme el cenicero y una copa de vino. - Desnudo y empalmado, la complací. Le acerqué el cenicero. El cigarrillo ya se había consumido y se encendió otro. Le serví una copa de vino y se la tendí. -Ponte de rodillas y separa las piernas.

De nuevo obedecí, poniéndome justo enfrente de ella. Descubrí que aquella actitud más dominante de lo habitual, casi como si de verdad me estuviera castigando, me estaba poniendo a mil. Se descalzó un pie y lo llevó hasta mi entrepierna. Clavó suavemente la punta en mis testículos, acariciando el pene con el dorso. La media hacía que se sintiera terriblemente suave, terriblemente bien. Cerré los ojos y suspiré.

-Recuérdame las dos maneras de correrse que tiene tu polla. – Continuó frotando su pie en mi pene.

-Cuando me toque, pensando en ti,… agh… - Aumentó la presión del pie y necesite unos segundos para continuar. – Y cuando tú hagas que se corra.

-Chico listo. – Apartó el pie de mi sexo, dándome un pequeño respiro.

No duró mucho, el tiempo de un sorbo de vino y una calada del cigarrillo. Descalzó el otro pie y cerró ambos con mi pene en medio. Empezó a moverlos, muy poco a poco, apenas deslizándose. Me estaba haciendo una paja con los pies y nunca habría podido creerme que algo así fuera tan excitante y placentero.

-¿Vas a volver a tontear con otra? – Preguntó.

-No lo hice. – Insistí. Cesó el movimiento de los pies, pero los mantuvo apretándome sexo.

-¿Vas a volver a tontear con otra? – Repitió, remarcando la pregunta.

-No. – Respondí agachando la cabeza.

Se inclinó un poco y me cogió la barbilla, haciéndome levantar el rostro. Ahora su expresión rezumaba satisfacción, contenta que me hubiera rendido. Volvió a mover los pies, pero ahora, en lugar de ponerlos a cada lado del pene, puso la planta de uno arriba y el dorso del otro abajo, aprisionándolo totalmente entre ellos.

-¿Crees que alguna niñata sería capaz de hacerte esto? – Ya había ganado, simplemente se regodeaba.

-… agh… no…- Al igual que en mi cuarto, la noche de la cena, la respuesta era obvia. Ninguna muchacha de 18 años hubiera sido capaz de hacerme las cosas que me hacía Elena.

-Tal vez algún día decida compartirte con otra chica,… pero eso lo decidiré yo. Te volverías loco viéndome con otra mujer ¿Te gustaría? – Me soltó la cabeza, volviéndose a apoyar en el sofá.

-Yo… no… - Mentí. Desde que me había confesado que había tenido experiencias lésbicas en la universidad mi mente había dibujado la escena de Elena con otra mujer… que yo pudiera estar en medio ya era inimaginable.

-Mentiroso. Seguro que lo has pensado. Imagínate estar conmigo y otra mujer,… te comeríamos enterito… tengo un par de amigas muy guapas a las que les encantaría jugar contigo,… - Elena movió los pies más rápido, aumentando el ritmo de la paja.

Usaba sus pies con la misma habilidad con que ya había usado dedos y manos, pechos y boca. Apartó el pie de abajo y presionó con el otro, inclinando mi sexo con cierta tensión. Empezó a moverlo, frotando el glande con la planta. De repente lo apartó, dejando que mi sexo saliera disparado hacia arriba. Volvió a sujetarlo con ambos pies, rectos, paralelos, con el falo en el medio.

-Eres un pervertido,… estoy segura que te mueres por correrte en mis pies. -En aquel momento solo podía pensar en eso. – Ya lo sabes, solo tienes que pedirlo.

-Por favor… Elena…

Ensanchó su sonrisa traviesa y arrancó un rapidísimo movimiento que acabó con mi última resistencia. El orgasmo llegó con tres grandes chorros de semen que le salpicaron hasta los muslos, regando de blanco las medias negras. Sacudió mi pene unas últimas veces, terminando de exprimir mi corrida. Se levantó y dio un vistazo a las medias.

-Tendré que ponerlas a lavar, las has dejado perdidas.

-Lo siento. – Contesté aún rodillas. Ella me levantó la cabeza con un dedo en mi barbilla, mirándome fijamente.

-No lo sientas… pero si te vuelvo a verte tonteando con otra lo que pasará no te gustará tanto. – Amenazó y la creí. –Ahora vete a estudiar. – Me levanté, cogí mi ropa y me fui del comedor con el ánimo turbado por aquella nueva versión de Elena.

(…)

Elena, con el tiempo, me mostró repetidamente esta y otras versiones: lujuriosa, tierna, pasional, dominante, sucia,... aunque principalmente ella siempre llevaba la voz cantante. Supongo que eso se debió a mi timidez y complejos, sobre todo al principio. De hecho apenas la había tocado, solo cuando ella lo pedía o directamente cogía mis manos para llevarlas hasta sus tetas o culo. Cuando estaba con ella entraba en un estado de excitación y nerviosismo tales que me quedaba paralizado. Con el tiempo fui más activo pero ahora solo era un juguete en las manos de mi madrastra.

De momento volvía a estar un poco asustado e intimidado por ella después de su dominante paja con los pies y su amenaza. Por eso, cuando tanto los días siguientes tuve que quedarme hasta tarde en la escuela y la biblioteca no lo lamenté del todo. Temía y ansiaba a la vez que volviera cogerme por banda, a volver a sentirme un simple títere en sus manos.

(…)

Llegué casa por la noche. Elena y papá ya habían cenado. Yo lo hice rápido y después fui hasta mi cuarto para ver alguna serie en el ordenador antes de irme a dormir. Me metí en la cama y no tardé en caer en las redes de Morfeo. Ya hacía rato que estaba en lo más dulce de mis sueños cuando desperté. Medio aturdido miré el reloj. Eran las tres de la mañana.

Solo entonces fui consciente de lo que me había despertado. Elena acaba de entrar en mi cuarto, cerrando la puerta silenciosamente tras de sí. Aun a oscuras adiviné que era ella por el embriagador aroma de su perfume.

-Shhh… no hagas ruido. –La escuché susurrar.

Encendí la lamparita de la mesita de noche, dispuesto a decirle que se había vuelto loca. Mi padre dormía a unos metros, en la habitación donde también debería estar mi madrastra. Las palabras murieron al verla iluminada por la tenue luz de la lámpara. Llevaba un camisón, corto, blanco, de tirantes y escotado. La repasé entera con la mirada, de abajo a arriba, subiendo por sus infinitas piernas y sus muslos tersos y morenos hasta llegar al rostro de gruesos labios y ojos rasgados enmarcado por la larga melena negra, pasando obligatoriamente por sus redondos pechos que amenazaban en sobresalir del camisón.

-Tu padre duerme, tenemos que ser muy silenciosos –Repitió susurrando y caminando hasta la cama. – Yo no podía dormir. – Añadió, guiñando un ojo, como si eso fuera justificación suficiente para aparecer a las tres de la madrugada en el cuarto de su hijastro.

Se sentó al borde de la cama y me destapó, apartando la sabana a un lado. Se recostó a mi lado y automáticamente deslizó la mano por debajo del pantalón de mi pijama y me agarró el pene. La sonrisa se le ensanchó cuando sintió que en unos segundos mi sexo se empalmaba completamente entre sus dedos.

-Así me gusta, que se te ponga la polla bien dura. – Susurró.

Me besó. Respondí tímidamente y ella me abrió la boca con la lengua, deslizándola como una serpiente. Elena empezó a sacudir ligeramente mi sexo mientras nos besábamos. Poco a poco fue separándose y me quitó la camiseta. Se sentó a horcajadas sobre mí. El erecto pene quedó atrapado entre el pantalón de mi pijama y sus muslos y entrepierna. Con un gesto fluido se quitó el camisón por la cabeza. Ante a mi apareció su cuerpo semidesnudo, solo cubierto por unas braguitas blancas decoradas con un lacito. Mis ojos se quedaron fijos, inmóviles, en los pechos. Aquellas dos grandes esferas de pezones puntiagudos tenían un efecto hipnotizante.

-Méteme mano, tócame… - Sus palabras me devolvieron a la realidad y sin pensármelo dos veces levante las manos.

La primera mano acarició, sopesando suavemente, una de aquellas perfectas tetas. La otra mano se deslizó por su muslo hasta llegar a sus posaderas y le palpó el culito duro, respingón y con forma de corazón. Elena, al sentir mis manos sobre su cuerpo, dejó escapar un leve jadeo.

-…Tócame…- Repitió suspirando.

La mano sobre su seno empezó a moverse más atrevidamente. Apreté suavemente mientras mi dedo pulgar empezaba a frotar el pezoncito. Lo sentí endurecerse, empitonarse ante el efecto de mi caricia. Mi otra mano alternaba entre el soberbio culazo y el muslo, incapaz de decidirse para quedarse en uno u otro.

Elena no estuvo quieta. También me tocaba el pecho y el vientre. Descendió hasta llegar al bulto del pijama. Lo bajó un poco, liberando la punta de mi sexo. Sus hábiles dedos empezaron a jugar con mi glande, separando la piel y con solo un dedo acariciando la sensible zona. Me estremecí, temblando debajo de ella. No dejé de gozar de sus pechos, de su vientre plano, de sus muslos fuertes, de su culito,… Repasando su cuerpo con las manos.

La excitación creció, pero esta vez no solo yo me veía embargado por un calor y deseo irrefrenables. Elena se estaba calentando tanto como yo. Podía percibirse perfectamente como su respiración iba haciéndose más pesada e irregular, como sus pezones estaban duros como escarpias, como su mirada se volvía turbia y vidriosa,… Hasta un inexperto adolescente de 16 años podía percatarse de aquellas señales.

Dejó de tocarme para inclinarse sobre mí y besarme con pasión. Sentí su lengua en mi boca, sus senos aplastándose en mi pecho, sus pezones clavándose en mi piel,… Con las manos terminó de bajarme el pantaloncito del pijama hasta la mitad del muslo. Mi falo se clavó y aplastó contra su vientre. La rodeé con los brazos, acariciándole la espalda hasta deslizar ambas manos y agarrar sendas nalgas, duras y esculpidas. La apretaba contra mí, rozando mi entrepierna con su cuerpo.

Sin dejar de besarme bajó de encima para tumbarse a mi lado. Me agarró el pene y pude entrever como su otra mano se enterraba debajo de las braguitas. Empezó a masturbarme lentamente, cogiendo mi pene y apretando con la palma de la mano, sacudiendo con fuerza. A través de las braguitas podía ver como su mano se movía cada vez más rápida y frenética.

Gemía, pero apagando los gemidos con besos y mordisquitos a mis labios. Yo también intentaba no hacer ruido. Tener a mi madrastra masturbándome mientras ella temblaba de placer por el dedo que se estaba haciendo era excitante y morboso. A pesar de que su paja era lenta también era firme, fuerte y con determinación. No pude contenerme. El semen empezó a brotar de la punta de mi falo y Elena, al sentirlo caliente y espeso entre sus dedos, aceleró el movimiento de la mano. Estallidos de esperma acabaron pringándole la mano y el brazo, en contraste con su piel tostada por el sol.

Cuando terminé de correrme liberó la polla del abrazo y se llevó la mano a la boca. Empezó a lamerse los goterones de esperma de la piel, tragándoselos con glotonería y vicio. La mano de dentro de las bragas parecía chapotear y podía ver la tela empapada. No tardó mucho en llegar al clímax. Arqueó la espalda, serró los dientes para evitar el grito de placer y se corrió, acabando de empapar las braguitas.

Tardamos unos instantes en recuperar algo de resuello. Nos quedamos tumbados, en silencio, uno al lado del otro, mirándonos. Elena fue la primera en reaccionar, sentándose en la cama. Cogió un pañuelo de papel de la mesita y empezó a limpiarse los restos de semen del brazo. Se dio la vuelta, cogiendo otro pañuelo, para limpiar mi vientre de algunas gotas que me habían salpicado.

-Ha… sido… - Intenté decir.

-Lo sé. A mí también me ha gustado mucho. Ahora vístete y a dormir. -Elena siguió su consejo, recogió el camisón y se lo puso. Yo recuperé la camiseta y me subí el pantalón.

Me dio las buenas noches, besó mi mejilla y salió de la habitación bamboleando las caderas. Cerró la puerta con cuidado y la escuché colarse en su cuarto, donde mi padre roncaba a pierna suelta. Apagué la luz y me acomodé en la cama. Olí el aroma de Elena en las sabanas y el cojín y con él en mi nariz me quedé profundamente dormido.

Continuará…