Los Juegos de Elena 7 Leche caliente
Elena seguía exprimiendo mi sexo con cualquier excusa o en cualquier situación, sin importarle que pudiera haber gente en casa.
Cuando el viernes salí del instituto, apoyada en el coche y fumándose un cigarrillo estaba Elena. Mi madrastra atraía las fugaces miradas de todos los hombres: profesores, alumnos, padres,…
El día había amanecido nublado y amenazaba tormenta por lo que iba vestida con un jersey de cuello alto y manga larga. La lana se le ajustaba al generoso busto como un guante. Vaqueros y botas de cuero con alto tacón eran el resto de su vestimenta: dejando más que adivinar la figura esbelta, las piernas largas y el culito respingón. El pelo negro lo llevaba suelto, peinado hacia un lado y cubriendo el hombro. Cuando me acerqué a ella y me saludó con un beso en la mejilla comprendí un poco a mi padre. Aunque allí nadie pudiera sospechar la extraña e ilícita relación con mi madrastra, las miradas de envidia que me echaban mis compañeros de clase por irme con ella subían la moral y el ego a cualquiera.
-Hoy nos vamos de compras. – Me dijo cuándo me senté en el asiento del copiloto.- Aparte del uniforme de la escuela toda la ropa que tienes te está pequeña.
Elena era un poco materialista. Su placer culpable, aparte de volverme loco a mí, era gastar indecentes cantidades de dinero en comprar ropa, joyas,… Esa era una de las pocas razones por las que seguía casada con mi padre. Su estatus económico le permitía irse de compras a las tiendas más exclusivas de la ciudad, ser socia de los más prestigiosos gimnasios y centros de belleza, tener siempre mesa en los mejores restaurantes o simplemente algo mucho menos frívolo, darles dinero a sus padres cada mes. Elena provenía de una humilde familia trabajadora y no le parecía mal dejar que ellos disfrutaran de algunos caprichos a costas del dinero de mi padre. Ella misma me había confesado que, aunque no la principal, una de las razones que la había conquistado de él era el opulento estilo de vida. Puede que algunos reprochen ese materialismo,… pero nadie es perfecto y todos tenemos lo nuestro.
Personalmente no compartía ese gusto de mi madrastra por gastar dinero. Mi infancia, con una madre que falleció y un padre ausente, me enseñó que el dinero, aunque ayuda, no compra la felicidad.
Aun así aquella tarde me plegué al capricho de Elena y desfilé para ella en varias tiendas probándome todo tipo de ropa. Pantalones, jerséis, camisas, camisetas y un sinfín de prendas con nombres que jamás me aprendería. Ella me aconsejaba, tenía un agudo sentido de la moda y la elegancia e insistió en comprar aquello que le parecía más ajustado a mí. Cuando llegó la hora de la ropa interior no me dio opción y escogió una serie de calzoncillos bóxer, todos de colores oscuros, demasiado ajustados para mí gusto.
-Estarás guapísimo con ellos cuando te ponga la polla bien dura. –Me susurró con el tono de sensual loba que adoptaba cuando jugaba conmigo. Mis reticencias desparecieron en un instante.
Insistió también en comprarme algún capricho. Sabía que, como muchos chicos, me gustaban los videojuegos por lo que me llevé un par de las últimas novedades. Fue una poco sutil manera de sobornarme, como si lo necesitara, para aguantar las siguientes dos horas. Me tocó ahora seguirla a ella para sus compras. Aguanté, paciente, en cada de una de ellas, aguantando bolsas tal y como dicta el caballeroso tópico. Debo confesar que se me hizo mucho más ameno de lo esperado, viéndola desfilar con decenas de vestidos de fiesta, faldas, camisetas, vaqueros,… Además, la última tienda que visitó fue de lencería, aunque me hizo esperar fuera.
-No sería muy apropiado que entrara aquí con mi hijastro. – Me guiñó un ojo con una expresión burleta y me mandó con el resto de bolsas a una cafetería cercana.
Esperé un rato, tomando un refresco mientras mataba el tiempo jugando con el teléfono. La vi aparecer con media docena de pequeñas bolsitas y no pude evitar preguntarme que contendrían. Al ver mi expresión pareció leerme el pensamiento.
-Hace mucho tiempo que no compro lencería para gustarle a un hombre,… creo que te gustará.
Casi me atraganto con el refresco y noté como me subía la temperatura. Elena sonrió y pidió un café al camarero que pasaba, dejándome evocando las imágenes de su cuerpo cubierto por sugerentes conjuntos. Terminamos las bebidas y nos volvimos a su coche.
(...)
La tormenta estalló y nos pilló en medio de la calle, cargados con las bolsas de las compras de la tarde. Fue una de aquellas tormentas primaverales en que una ingente cantidad de agua cae en pocos minutos y a nosotros nos alcanzó de lleno. Corrimos, aunque el alto talón de las botas de Elena no era lo más indicado para huir de la tromba de agua. Al llegar al coche estábamos empapados, con la ropa completamente mojada.
Al llegar a casa nuestra la ropa seguía lejos de estar seca. Elena aparcó el coche en el garaje y me dijo que me fuera a mi cuarto a cambiarme. Mientras subía las escaleras escuché fragmentos de frío saludo entre mi padre y mi madrastra.
-Me he llevado a Raúl de compras, apenas tenía nada de ropa. -
-Cómo te gusta gastarte mi dinero.- Refunfuñó papá.
Ya en mi cuarto me quité la camisa, los zapatos y los calcetines. El agua había calado hasta allí. Escuché los pasos de Elena subiendo las escaleras, pero en lugar de ir hasta su cuarto a cambiarse entró en el mío, cerrando la puerta tras ella. Al ver los ojos lujuriosos con los que me miraba supe que venía dispuesta a otro de sus asaltos.
-Papá está en casa. - Me quedé de pie, en medio del cuarto, viéndole las intenciones.
-Shhh… no hagas ruido…- Empezó a desabrocharme el cinturón y los pantalones con urgencia. – Solo he venido porque los días fríos y lluviosos me gusta tomarme un vasito de leche calentita. ¿No querrás que me resfríe?
Me empujó sobre la cama y me arrancó los pantalones. Me quedé sentado mientras ella se arrodillaba entre mis piernas. Sus carnosos labios se pegaron a mis calzoncillos y empezaron a besarme el paquete. Mi pene, que aún no había tenido tiempo a reaccionar, se empalmó en un instante. Me fijé que el vaquero de Elena se había bajado un poco y permitía apreciar parte de su culazo y unas bonitas braguitas rosas. No tuve mucho tiempo para fijarme en más cosas, pues Elena me quitó los calzoncillos y apenas tuvo mi pene al alcance se lo puso en la boca. Sujetó la base con una mano mientras empezaba a mamar. Lo hacía lentamente, tragándose la mayor parte del falo y retirándose poco a poco, chupando con los labios. Terminaba por el glande, presionando hasta que volvía a tragar. Empezó a jugar mis testículos, haciendo cosquillas con las uñas y las puntas de los dedos.
Hasta el vello se me erizó y solo pude dejarme caer en la cama e intentar no gemir demasiado fuerte. Por suerte la casa era grande y los muros gruesos. Sentí que me sumergía en aquel estado en que Elena me ponía, siempre al límite de un inminente orgasmo. Se sacó el pene de la boca y le dio un lametón, desde la base, donde colgaban mis testículos, hasta la punta.
-Que polla más rica que tienes. – Dijo haciendo una pequeña parada para lamer varias veces el miembro.
Me soltó el pene pero su boca siguió allí. Entreví como se desabrochaba los vaqueros y metía la mano por debajo de ellos para masturbarse mientras continuaba con una cada vez más profunda mamada. Chupaba como si mi falo fuera el caramelo más delicioso del mundo y ella una niña muy golosa. Succionaba y presionaba con los labios mientras movía el cuello con un ritmo irregular; rápido a veces pero cuando sentía mi cuerpo demasiado tenso, demasiado cerca del orgasmo, ralentizaba el movimiento.
Dejó de mamar para pajear con la mano libre. Así pudo usar la lengua en mis testículos. Se puso uno en la boca y lo succionó delicadamente, chupándolo a gusto y dejándolo reluciente de saliva.
-Ogh… - El gemido era de Elena, que se había sacado mi testículo de la boca para poder suspirar.
Por lo visto ella no se contenía tanto respecto a lo que sucedía por debajo de su pantalón vaquero y sus braguitas. Eso empeoró la mamada. No se lo tuve en cuenta, ni mucho menos. La observé mordiéndose los labios, cerrando los ojos, serrando los dientes para contener los jadeos,… El ritmo de su mano se volvió frenético. Se estaba haciendo un dedo pero no por eso dejó de meterse mi pene en la boca, de chuparlo, de lamerlo de arriba a abajo,…
-¿Vas a ser… un buen… hijastro y correrte… en mi boquita? – Las palabras le salían entrecortadas, gimiendo quedamente.
El vaquero había bajado más para mostrarme una buena porción de su trasero. Las braguitas se clavaban en la raja, acentuando la atractiva forma de corazón de las preciosas nalgas. Movía la cintura mientras se tocaba, levantaba el trasero, arqueaba la espalda,…
Por la manera en se contorneaba adiviné que estaba cada vez más excitada, más cerca del orgasmo. Cuando llegó al clímax hundió su cabeza en uno de mis muslos, chupándolo y mordisqueándolo para ahogar los jadeos. Se quedó así unos segundos, con el rostro apoyado en uno de mis muslos, con mi pene a pocos centímetros de su cara, recuperando la respiración. Su mano salió de la entrepierna y sus dedos brillaban, húmedos y pegajosos.
Ya descargada su excitación por fin decidió darme a mí el mismo alivio. Volvió a lamer mi pene, de abajo a arriba, lamiendo la cepa, el tronco, el glande,… varias veces, con profundos lametones, usando toda la superficie de su lengua.
-Ahora a por la lechecita caliente… - Dijo mirando mi sexo con ojos golosos antes de hacerlo desaparecer completamente dentro de su boca.
Empezó a mover la cabeza con velocidad. Mi miembro se deslizaba entre sus labios, apareciendo y desapareciendo una y otra vez. Aquello se sentía demasiado bien…
-…me corro…
Al escuchar mis palabras aumento aún más el ritmo de la mamada. Estallé en el interior de su boca, en un más que intenso orgasmo. El semen salió a borbotones y mi madrastra pareció conseguir lo que quería, una buena cantidad de cálido semen en su garganta. Continuó mamando, succionando las últimas gotas de esperma.
Elena se apartó del falo. Abrió la boca, mirándome divertida y lujuriosa. La lengua estaba totalmente cubierta de un enorme charco blanco. Se lo tragó todo, de un golpe, haciendo desaparecer mi corrida garganta abajo. No dejó rastro de esperma e incluso se relamió los labios con sensualidad y vicio.
-Que lechecita caliente más rica… seguro que así no me resfrío.- Dijo antes de levantarse, arreglarse la ropa y dejarme tumbando en la cama, desnudo y satisfecho.
(…)
Papá organizó una cena en casa el sábado por la noche. Invitó a tres matrimonios con sus familias. Se trataba de gente influyente, un par de políticos y otro importante empresario. Todo iba encaminado para terminar de afianzar sus aspiraciones de entrar en la política.
Yo odiaba aquellos eventos sociales pero haciéndose en casa no tenía ninguna excusa para no asistir. De los hijos de nuestros invitados sólo había una muchacha, Ana, de mi misma edad. Ya nos conocíamos de otras cenas y eventos como aquellos. Se trataba de una chica bonita y simpática, casi tan cohibida como yo. Por eso no acostumbrábamos a hablar mucho. Ese día fue la excepción.
Conversé, estuve simpático e incluso fui divertido. La chica reía con mis bromas y pronto nos aislamos de las conversaciones de los mayores. Unos días antes hubiera sido incapaz de hacerlo, pero Elena me estaba quitando la timidez a base de pajas y mamadas. Que mi espectacular madrastra se fijara en mí, fuera cual fuera el juego que se tenía conmigo, había empezado a aumentar mi autoestima y me sentía más seguro de mismo. Debo confesar que aunque no intenté ligar con ella ni tirarle los cejos sí que bromeé y tal vez coqueteé un poco, pero algo bastante inocente. Nadie pareció percatarse, pues los adultos estaban enfrascados en sus propias discusiones. Salvo Elena.
Como siempre mi madrastra destacaba. Llevaba un sencillo pero elegante vestido negro. Estaba bellísima y dominaba la velada con su inteligencia y simpatía. Aunque la tenía sentada justo enfrente durante la cena intenté no fijarme demasiado en ella. Pensaba que cualquier mirada entre nosotros podía delatarnos.
Pero ella no me ignoró. No fue hasta el postre en que sentí su intimidante mirada clavada en mí. Por lo visto no le gustaba demasiado que estuviera charlando tan animadamente con Ana y no tardó en llamar mi atención. Debajo de la mesa sentí su pie subiendo por mi pierna. La miré durante un segundo. Reía de un mal chiste de uno de los invitados, pero en el momento en que nuestros ojos se cruzaron vi que en los suyos había un brillo de malicia. Su pie se apoyó en la silla donde yo estaba y pisó, apretando ligeramente, mi entrepierna. Empezó a moverlo, frotándolo en círculos lentos pero firmes.
Casi me atraganto con el postre. Me quedé callado, dejando a la muchacha hablando para nadie. Al igual que el resto de conversaciones cruzadas de la mesa se convirtió en mero ruido blanco. Solo estaba Elena, su pie y sus miradas de soslayo. Había bebido algo más de lo habitual y aunque no iba borracha el vino hacía que las mejillas estuvieran algo sonrojadas y que sus pícaros ojos brillaran.
La punta de su zapato presionó mi pene, que ya se había empalmado. Sentí algo de dolor, pero era más que placentero. Por suerte todo el mundo se terminó el postre y se levantaron para tomar unas copas en el jardín. El pie de Elena abandonó mi entrepierna y tuve que esperar algunos minutos antes de levantarme, esperando a que mi erección remitiera lo suficiente para disimularla.
Estuvimos un rato en el jardín hasta que la familia de Ana se despidió de nosotros, así como la otra pareja con hijos. Los otros invitados se quedaron a tomar otra copa con Papa y Elena. Fue el momento para escabullirme, despidiéndome de todos y entrando en casa.
Antes di irme a dormir hice lo que hace la mayoría de gente, fui al baño, me cepillé los dientes y me puse el pijama, una camiseta y un pantalón corto. Iba a acostarme cuando Elena irrumpió en mi cuarto. Sin mediar palabra me cogió la cabeza y me besó con violenta pasión. Su mano me agarró el pene, apretándolo por encima del pijama. Cuando su lengua abandonó el fondo de mi garganta me bajó los pantalones. Ella también se quitó el vestido. La lencería era de color turquesa y el conjunto estaba compuesto por sujetador y un culote que se agarraba a su culo como una segunda piel.
-Elena,… están todos abajo. – Pude reaccionar por fin.
-Les he dicho que iba a hacer una llamada de teléfono, no me echaran de menos en un rato.
-Pero,…
-Voy un poco borracha y cuando bebo me gusta hacer travesuras. – Se justificó ante mis reticencias. Mientras lo decía se quitó el sujetador. Antes de que cayera al suelo ya volvía a besarme y me agarraba el pene. No hace falta decir que ya me tenía bien duro y caliente. -No estabas tan tímido hablando con tu amiguita… - Añadió.
-Yo…yo… - Me soltó el pene para cogerme las manos y ponerlas en sus tetas. La piel de aquellos grandes y redondos senos estaba caliente y sentí sus pezones duros entre mis dedos.
-¿Tiene esa niñata estas tetas? - Me preguntó con malicia.
-No. – Los senos de muchacha de Ana no podían compararse con las soberbias tetas de mujer de Elena.
-¿Tiene esa niñata este culazo? – Llevó mis manos hasta su culo respingón. Lo aproveché para agarrarlo bien, deslizando los dedos entre los bordes del culote.
-No.- Sonrió satisfecha al ver que le metía mano en lugar de limitarme a posar las manos sobre su cuerpo.
-¿Ya va hacerte esto esa niñata? –
Me quitó la camiseta del pijama. Me mantuvo las manos levantadas y usó la prenda para atarme las muñecas. Me empujó, tirándome en la cama y se me abalanzó sobre mí. Se me tumbó encima, con las piernas, a horcajadas. Aplastó mi pene con su entrepierna. Sentí el calor a través del culote y me pareció percibir una ligera humedad. Me besó y empezó a moverse, frotando nuestras entrepiernas. El peso de su cuerpo, el roce de su sexo en el mío y la suavidad del culote contra mi glande me pusieron a cien.
-…oh… Elena…- Jadeé.
-Como me gusta que digas mi nombre entre gemidos. –
Me mordió el lóbulo de la oreja, serrando los dientes blancos en aquella carne tan blanda. Aguanté el dolorcillo y por suerte dejó de morderme para que su lengua entrara en mi odio como si quisiera llegar hasta el tímpano. Sus pezones empitonados se me clavaron en el pecho como pequeños hierros candentes.
Normalmente ya era agresiva, pero aquella noche el calificativo de tigresa se quedaba corto. Hasta ahora me había sentido un pequeño ratoncito entre sus zarpas, su juguete,… Ahora, con las manos atadas, me sentía más que indefenso, completamente a su merced.
Dejó mi oreja para ir bajando por el cuello y el pecho. Alternaba húmedos besos, profundos lametones y traviesos mordisquitos. No dejó de mover las caderas, bailando sobre mi polla, bien aplastada entre su culote y mi barriguita. Llegó al pezón y lo succionó con los gruesos labios.
De repente pareció darse cuenta que no tenía demasiado la tiempo. Los amigos de papá seguían en el jardín tomando copas y ella debía volver, por eso decidió ir a por faena. Incorporó la espalda. Apartó un poco la tela de su culote, dándome un fugaz vistazo a su coñito, algo hinchado, rosadito y coronado por un recortado triangulo de vello. Sus ojos traviesos y lujuriosos se clavaron en mi sexo.
Me cogió la polla, pegándola a su vagina, sin llegar a penetrarla. Simplemente ambos sexos quedaron pegados, juntos. Su rajita estaba muy húmeda y se abrió un poco, envolviendo un poco la carne del dorso de mi pene. Volvió a poner la tela del culote en su sitio, escondiendo mi pene y dejándolo prisionero entre su húmedo sexo y la ropa interior. Si solo rozándose con su coñito se sentía tanto placer, no podía llegar a imaginarme lo que debía sentirse una vez dentro. Tampoco podía pensar en ello, pues Elena empezó a moverse de nuevo, apretando el falo con sus dedos a través de su propia ropa interior.
Así me pajeó. Con la presión de sus dedos, el movimiento de sus caderas, el culote y su coñito. No duré mucho, era demasiado para mí. Ni siquiera pude avisarla. Simplemente empecé a estremecerme, temblando. En su culote apareció una enorme mancha que oscureció la tela. La corrida fue tal que algunos goterones blancos consiguieron traspasar, deslizándose por la prenda.
-Mnmmm que rico… ahora tendré tu leche caliente en el coño… esta noche me tendré que hacer una buena paja cuando tu padre se duerma.
Apenas escuché sus palabras, recuperándome poco a poco del orgasmo, de haber tenido mi pene tan cerca de su vagina. Se levantó, liberando mi sexo de dentro de su ropa interior. Empezó a vestirse, recogiendo el sujetador y el vestido y poniéndoselos a toda velocidad. Se miró un momento en el pequeño espejo que tenía en el cuarto, comprobando que seguía perfecta. Yo la observaba tumbado en la cama, atado con mi propia camiseta del pijama.
No me has respondido a la última pregunta. – Me quedé unos instantes sin entenderla. - Tu amiguita… ¿Puede hacerte las cosas que te hago yo?
-No. –Le contesté sonriendo y rindiéndome a la evidencia.
Solo entonces me desató. Me deseó buenas noches, dándome un último y rápido beso en los labios y se marchó a tomar una copa en el jardín con mi esperma secándose en su ropa interior.
Continuará…