Los Juegos de Elena 6 Pechos y Boca

Elena me demostró todo el placer que podía provocarme con otras partes de su cuerpo.

La conversación, por llamarlo de alguna manera, además de la soberbia paja, me había convencido de aceptar que solo era un juguete en las manos de mi madrastra.Dejé de sentirme mal por mi padre, nunca tuve una gran relación con él y si era tan imbécil de no apreciar a Elena yo no iba a serlo.

Aquel mismo lunes por la noche estábamos cenando, disimulando tanto Elena como yo delante de él. Comíamos en silencio mientras papá veía la tele, un programa de noticias económicas o políticas. Empezaba a hacerse conocido y le encantaba verse y escucharse a través de la pantalla. Los rumores de que iba a saltar a la política después del verano eran constantes y los periodistas concertaban entrevistas para preguntarle por temas de actualidad y las polémicas del momento. Él se dejaba querer, sin negar o confirmar sus ambiciones y atacaba a sus futuros rivales de otros partidos de manera furibunda.

Toda su sagacidad para los negocios y la política desaparecía en casa. No se daba cuenta de nada. No se percataba de ninguna de las feroces miradas que me lanzaba Elena, como si en lugar de llevarse a la boca un pedazo de comida quisiera devorarme a mí.

(…)

No volví a ver a Elena hasta el martes por la tarde. Al llegar de la escuela en casa sólo encontré a la asistenta. Me quité el uniforme escolar, me puse unos pantalones y camiseta de hacer deporte, me calcé unas bambas y fui hasta el pequeño gimnasio en la planta de baja del chalet.

Sabiendo que tarde o temprano volvería a estar desnudo delante de mi espectacular madrastra y debido a mis complejos físicos estaba más que decidido a ponerme en forma de una vez por todas. Me puse los auriculares con la música a todo volumen y empecé a trotar en la máquina de correr. Lo hice de manera un poco obsesiva, como si quisiera quitarme todos los kilos de más en una sola tarde.

Como llevaba la música a todo volumen no escuché entrar a Elena. Se colocó detrás de mí y me quitó uno de los auriculares. Me asusté un poco y casi tropiezo. Me sentí ridículo, no solo por el susto, también por mi aspecto. El pelo despeinado, la cara roja por el esfuerzo, la camiseta empapada de sudor,…

En cambio ella estaba perfecta como siempre. Vestía con elegancia, con aquel punto provocativo que la caracterizaba, mostrando lo suficiente de su cuerpo para ser sexy pero sin caer en la vulgaridad. La blusa blanca, ajustada, hacía que se le marcaran los pechos redondos y la falda hasta un poco más arriba de las rodillas era lo suficientemente corta para vislumbrar sus esbeltas y largas piernas.

-Está bien que quieras hacer deporte pero no hace falta que exageres. – Dijo mientras ella misma disminuía la velocidad de la cinta de correr hasta pararla completamente. –Tienes cara de cansado.

-Estoy bien.

-No sé si te has puesto a correr como un loco por mí. Si así fuera me sentiría muy alagada pero tendría que pegarte una buena bronca. Me parece bien que quieras hacer deporte pero lo tienes que hacer por ti, para sentirse a gusto contigo mismo, no para gustar a nadie. ¿Queda claro? – Adoptó un tono calmo, como si fuera una comprensiva hermana mayor dando consejos a su hermanito.

Como aún tenía la cara enrojecida por el esfuerzo y el cansancio pude disimular un poco el rubor que me ascendía por las mejillas. Asentí, avergonzado. Elena había leído en mí como un libro abierto. Ventajas de doblarme en edad y tener mucha más experiencia en la vida que un tímido e inocente muchacho.

-Ahora túmbate allí y espera, voy a cambiarme y a traerte algo de beber. Después te ayudaré a estirar un poco.

Me tumbé en una de las esterillas para recuperar el aliento mientras ella salía por la puerta de gimnasio. Aún estaba turbado por la facilidad con la que me había adivinado las intenciones. Con unas pocas palabras me había desarmado completamente.

Cuando apareció mis pensamientos se desvanecieron al momento. Aunque no iba semidesnuda como la última vez que habíamos estado juntos en el gimnasio su vestimenta dejaba poco a la imaginación. Llevaba un body deportivo de una pieza, de tirantes, aunque con un escote más moderado de que los habituales. Aun así parte de sus senos redondos y turgentes sobresalía. El body era como un bañador, por lo que sus muslos, tersos y esculpidos, estaban desnudos. La melena negra y lisa la llevaba recogida detrás de la cabeza.

Se acercó a mí, se arrodilló a mi lado y me tendió una botella de una bebida isotónica. Bebí, sediento, recuperando el líquido sudado. Sin decir nada empezó a quitarme los zapatos. Sentí un alivio instantáneo en mis doloridos pies.

Me tumbó bocarriba y empezó a estirarme las piernas mientras me masajeaba los gemelos. Repitió la operación con la otra pierna y cuando terminó sentí las piernas más relajadas. Otra parte de mi anatomía no se relajó precisamente. La cercanía y el contacto con su cuerpo fueron suficientes para que mi pene creciera hasta una rampante erección. Se dio cuenta instantáneamente. Al ver que con tan poco ya me había puesto caliente como una estufa dejó de lado la actitud de hermana comprensiva para volverse a convertir en la fiera a la que gustaba jugar con su presa. Sus ojos se quedaron clavados unos instantes en mi abultada entrepierna y cuando los levantó brillaban entre traviesos y lascivos.

-Vaya, vaya, parece que no estás tan cansado, aunque seguro que eso debe dolerte mucho. No sabes la suerte que tienes de tener una madrastra tan comprensiva… - Me bajó los pantalones y los calzoncillos de un golpe.

Mi pene apuntó hacia arriba. Lo sentí caliente y palpitante. Elena tenía ese efecto en mí. Ella miró mi erección con una expresión golosa. Se lamió la punta del dedo y lo llevó hasta allí, recorriéndolo de la base a la punta tan solo con la yema. Un escalofrío nació del contacto con el dedo, y atravesó todo mi cuerpo.

-Ufff como estamos… parece que esto volverá a ser rápido. – Su voz era burlona pero también estaba cargada de lujuria y de satisfacción. Ella misma me había dicho que le encantaba verme de esa manera, al límite del orgasmo con el más mínimo contacto. –Creo que tendré que hacerte un masajito muy especial. Ya verás cómo te gusta.

Ella misma terminó de desnudarme, quitándome la camiseta y los calcetines. Me pidió que me sentara en uno de los taburetes que usaba para hacer pesas. Era alto por lo que mis piernas quedaron en ángulo recto. Elena se arrodilló entre ellas. Con gesto deliberadamente lento y sensual se bajó los tirantes del body, dejándolo caer y desnudando sus senos.

Podría pasarme horas describiendo los pechos de Elena y aun así las palabras no les harían justicia. Tenía unas tetas perfectas: talla cien, redondas, subidas, firmes,… con unos pezoncitos rosados y puntiagudos que apuntaban directamente a mis ojos. Se las cogió, moviéndolas en círculos, mostrándomelas para ponerme más caliente si eso era posible.

-Vamos a por ese masajito. –Ronroneó.

Se abrió los pechos, desplazándolos en lados contrarios. En el espacio que quedó metió mi pene. Volvió a apretar las tetas entre ellas, esta vez enterrando mi sexo en medio. Lo encerró en una prisión de piel suave y caliente y mórbida carne. Se sentía tan bien que apenas hay palabras para describirlo, sobre todo cuando empezó a mover las tetas arriba y abajo con un movimiento muy lento.

-… Elena… Dios… esto… es…- Jadeé sin poder decir nada coherente.

-¿Te gusta mi masajito? - La pregunta era retórica. Mis gruñidos, el esfuerzo por no descargar demasiado pronto, la tensión de mi cuerpo,… era obvio que su “masaje” me tenía en éxtasis.

Continuó moviendo los pechos, arriba y abajo, arriba y abajo,… mi glande aparecía y desaparecía entre ellos y el resto del tronco estaba en constante fricción con sus carnes. Escupió un poco, cayendo su refrescante saliva en mi ardiente capullo, deslizándose y humedeciendo a su paso la piel de mi miembro. Aprovechó la lubricación para aumentar el ritmo de la paja cubana.

-Seguro que quieres correrte en mis tetas,… pero antes tienes que pedírmelo.

-Elena,… por favor… quiero correrme en tus tetas. – La tartamudez iba desapareciendo a medida que aumentaba el placer.

-¿Cómo voy a negarme teniendo un hijastro tan educado? – Sonreía satisfecha.

Dio varias sacudidas más a sus pechos, muy rápidas y seguidas. No necesitó más para hacerme estallar. Varios chorros de semen salieron disparados. Los dos primeros contra su cuello y el tercero acabó pringándole los senos de lefa caliente. A partir de allí los últimos goterones salieron sin tanta presión, aumentando la gran cantidad de esperma que ya manchaba su busto de blanco.

Elena me dejó recuperar unos instantes mientras se limpiaba con una de las toallas, quitándose los grumos más grandes del cuello y el pecho. Me observaba complacida, sabiendo que podía hacer conmigo lo que quisiera. De momento eso se traducía en situaciones como aquellas donde me dejaba medio muerto de placer.

Me mandó a la ducha mientras se levantaba, volviendo a esconder los pechos debajo del body deportivo. Cogí mi ropa tirada en el suelo y me vestí apresuradamente. Elena salió del gimnasio detrás de mí y antes de separarnos, mirando para asegurarse que la asistenta no nos viera, me dio una palmada en el culo mientras me guiñaba el ojo.

(…)

Los dos dias siguientes tuve que quedarme por las tardes en el instituto para acabar trabajos de grupo tan típicos de fin de curso. La escuela privada a la que acudía era de lo más estricta y nos hacían trabajar duro para formarnos. Yo no era dueño de mi tiempo. Si lo hubiera sido habría pasado el día en casa esperando a Elena, pero como no le era me quedé en la escuela, ansioso por volver a estar con mi madrastra.

(…)

Después de esos dos días pude llegar a casa a la hora habitual, temprano por la tarde. El coche de Elena estaba aparcado en el garaje. Subí las escaleras y cuando fui a entrar a mi cuarto la escuché llamándome desde su habitación.

-¿Raúl eres tú?

-Sí, acabo de llegar. – Respondí.

-Ven un segundito a mi cuarto.

Esperanzado por volverme a encontrar a solas con Elena caminé rápido hasta su habitación. Salía del cuarto de baño, recién duchada. Su cuerpo estaba envuelto en una toalla blanca que parecía a punto de caer. Con otra toalla se estaba secando el pelo, liso y negro. Al verme sus mullidos labios se curvaron en una de sus traviesas sonrisas.

-Buenas tardes. – Dijo caminando hacia mí dejando caer la toalla con la que se secaba el pelo.

-Ho… Hola… - Tartamudeé al tenerla a escasos centímetros de mí.

-Te he echado de menos. – Mientras lo decía me acarició el rostro con las yemas de los dedos. Empezó a desabrocharme la camisa blanca del uniforme escolar. – Estamos solos… y me apetece de jugar un ratito.

Se deshizo de la camisa, tirándola al suelo. Me besó, metiéndome la lengua hasta la garganta, moviéndola como si fuera un molinillo alrededor de la mía. Las manos ya las tenía desabrochándome el cinturón y bajándome la bragueta del pantalón de pinza. Sin dejar de besarme me llevó hasta la cama y me empujó levemente. Caí sobre la cama. Ella se arrodilló para terminar de quitarme los zapatos, los calcetines y los pantalones. Los ojos se me clavaron en el escote que le dejaba la toalla que envolvía su cuerpo. Las dos esferas redondas parecían comprimidas, a punto de reventar la escueta e improvisada vestimenta.

Su siguiente objetivo fueron mis calzoncillos. Cuando me los quitó descubrió una dura erección. Con tal solo desnudarme ya me tenía completamente empalmado. Se levantó, mirando mi cuerpo desnudo, mi pene erecto,… y dejó caer la toalla que la cubría. Era la segunda vez que la veía sin nada de ropa. La primera había sido en la misma cama en la que estaba recostado. Ella se había masturbado mientras yo la espiaba, consciente de que yo me pajeaba en el umbral de la puerta.

Ahora, a la luz del día, pude admirar de verdad el cuerpazo de mi madrastra. Aquellas interminables piernas largas de muslos torneados; el vientre plano y durísimo, esculpido por las horas de gimnasio; los perfectos y grandes senos de puntiagudos pezones; el sexo, una hendidura rosadita coronada por un triángulo recortadito de vello; la melena negra, medio mojada, cayéndole libre por los hombros y la espalda; la piel, tostada por el sol, morena salvo por unas casi invisibles marcas de minúsculos bikinis;...

Me la comí con la mirada y me senté en el borde de la cama, a punto de vencer mi timidez para levantarme del todo y coger aquel pedazo de hembra entre mis brazos. Pero Elena tenía otros planes.

-Espera a que me vista un poco, no es muy apropiado que me pasee desnuda delante de mi hijastro. – Bromeó, disfrutando de la ironía al tenerme a mí en pelotas y empalmado.

Uno puede pensar que el acto de desnudarse es mucho más sensual que el de vestirse, pero Elena cubrió su desnudez con un erotismo embriagador. Sin dejar de mirarme a los ojos cogió de su armario unas medias. Le llegaban hasta la mitad del muslo y eran negras, semitransparentes. Se las puso poco a poco, apoyando la larga e interminable pierna en el sillón, alisándolas y acariciándose los muslos. Era una nueva exhibición para volverme loco. Después se puso unas braguitas, de encaje, de una combinación de colores blanco y negro. Finalmente se cubrió los pechos con un sujetador a juego.

Empezó a andar hacia mí con aquella expresión de loba en celo que tan caliente me ponía. Al llegar a la cama subió, poniéndose de rodillas y empujándome el hombro suavemente, tumbándome con la cabeza apoyada en la almohada. Mi pene quedó apuntando al techo como el palo de una bandera. Apenas llevaba en casa más de cinco minutos, pero en aquel lapso de tiempo Elena me había provocado un estado de excitación casi doloroso de lo intenso que era.

Empezó a besarme el cuello, descendiendo por mi piel hasta llegar a mi pecho. Lamió mi pezón y sentí como se endurecía. Me miró un segundo, con seductora malicia, antes de mordisquearlo entre sus dientes.

-Agh… - Gemí debido a aquel placentero dolorcillo.

Elena abandonó mi magullado pezón, besando y lamiendo mientras iba bajando por mi vientre. Dejó un rastro de saliva por mi piel allí donde su lengua y sus labios habían estado. Estos se sentían suaves, cálidos y húmedos a medida que me chupaban. Se tomó su tiempo, haciendo que la excitación se convirtiera en una ansiedad creciente, una urgencia para que por fin llegara a mis genitales. Finalmente llevó el rostro a escasos centímetros de mi pene, tanto que sentí su aliento sobre mi glande.

-Ya tenía ganas de comerme esta polla dura. –Dijo con su voz más ronca y sexual.

Sacó la lengua y solo con la punta recorrió el tronco de mi falo. Gemí de nuevo al sentir aquel electrizante contacto. Ella me miró, viendo como me retorcía de placer, hundiéndome en la cama y abandonándome a las intensas sensaciones. Me cogió el pene, retirando delicadamente la piel de mi prepucio y dejando el glande desnudo. Empezó a lamerlo, cubriéndolo con la lengua.

-Oh… Dios… - Volví a gemir.

Elena se puso la punta de mi pene en la boca, encerrándolo entre sus gruesos labios. Continuó sujetando el miembro por la base y empezó a mamar muy poco a poco. La primera mamada de mi vida me tenía flotando. Ella se concentraba en mi sexo pero seguía manteniendo los ojos levantados, clavados en los míos.En ningún momento se sacó el pene de la boca.

Dejó de chupar el glande pero solo para recorrer con los labios el lateral del tronco del falo. La cepa del poste acabó cubierta de lametones antes de que subiera con un postrero lametón que cubrió toda la longitud del pene. Soltó la mano para poder ponérselo entero en la boca. En un segundo el miembro desapareció. Elena se lo tragó todo y mamó varias veces, moviendo el cuello arriba y abajo repetidamente. Cambió de técnica usando la mano para pajearme mientras lamía y relamía el glande, poniéndoselo también en la boca y chupándolo y succionándolo.

A partir de aquí entrecerré los ojos, incapaz de hacer algo más que gozar. Apenas vislumbré la cabeza de Elena hundida en mi entrepierna. Lo que sí que comprendí en un momentáneo estado de lucidez es que no sólo me hacía gozar a mí. Ella también gozaba teniendo mi falo en su boca haciéndome locuras, sabiendo que era la primera vez que yo experimentaba algo así. Mi inocencia e inexperiencia no iban a durar mucho, pero Elena disfrutó de lo lindo mancillándolas.

-Elena… no aguantaré… - La avisé.

Entreabrió la boca, dejando la lengua en el glande. Se ayudó de la mano, pajeando con fuerza. Noté como el semen subía, agolpándose en los canales del interior del falo, hasta que finalmente estalló. La corrida se estrelló en su lengua, en su boca, en su cara, en sus labios,… y continuó pajeando hasta que mis testículos estuvieron vacíos.

Cuando levanté la mirada vi el sonriente rostro de Elena manchado de semen. Se relamió, recogiendo con la lengua algunos de los grumos que goteaban de sus labios, saboreándolos. Se levantó, dándome una nueva visión de su magnífico cuerpazo enfundado en aquella sexy lencería blanca y negra. Cogió un pañuelo para terminar de limpiarse y también me limpió la barriguita de algunos restos que allí quedaban.

Me despidió de su cuarto para que me fuera a vestir a mi habitación mientras ella también terminaba de cubrir su desnudez. Cuando salí la miré por última vez y me sorprendí del brillo satisfecho de sus ojos. Había saciado su deseo de jugar conmigo,… al menos por un rato.

Continuará…