Los Juegos de Elena 5 La conversación

Estaba decidido a acabar con lo que fuera que Elena tuviera pensado para mí. Pero después de una más que sensual y erótica conversación por fin acepté que sólo era un juguete en sus manos.

Cuando volví a casa después de las clases, por la tarde, ni Elena ni papá estaban. La sirvienta que teníamos me dijo que mi padre seguía en su despacho del centro de la ciudad y Elena había salido a comer y de compras, una de sus actividades favoritas. Me encerré en mi cuarto, dispuesto de nuevo a centrarme en mis estudios como un joven responsable. Saqué el cuaderno y empecé a hacer los deberes. Apenas estuve media hora cuando escuché un coche entrar en el garaje. No me atreví a mirar por la ventana para confirmar si era mi padre o mi madrastra. Simplemente intenté concentrarme en los papeles esparcidos por el escritorio aunque si tengo que ser sincero estaba demasiado distraído.

A los cinco minutos llamaron a la puerta. Elena no esperó que le diera permiso para entrar, cruzó la puerta y la cerró tras de si. Iba vestida con unos vaqueros ajustados y un blusón blanco, vaporoso y escotado. Mis ojos se clavaron, sin que yo pudiera evitarlo, en el canalillo que separaba sus senos. Me obligué a levantarlos, turbado por su presencia, para mirarla al rostro. Se había pintado los labios con un carmín muy suave que apenas le daba un poco más de brillo a aquellos dos gruesos y carnosos apéndices de su boca. Los ojos, rasgados y marrones, también los llevaba ligeramente maquillados, resaltándolos. El pelo, negro y liso, lo llevaba recogido en una sencilla coleta.

-Estás muy estudioso. – Dijo a modo de saludo. – Espero que mi mensaje no te haya distraído mucho en clase. – Añadió juguetona y picara, dibujando en su bonito rostro una sonrisa burleta.

Me levanté de la silla. Intenté recordar todas las palabras y preguntas que me había hecho los últimos días. El discurso ensayado se desvaneció en mi cabeza mientras ella empezaba a avanzar hacia mí. Retrocedí, algo asustado y miedoso ante su actitud agresiva y felina. Di un par de pasos hacia atrás, pero me encontré con la pared. Ella cubrió el resto de la distancia que nos separaba, juntándose mucho a mi cuerpo. Otra vez me tenía acorralado contra la pared.

-No me tengas miedo. - Sonrió divertida ante mi asustada reacción.

-Elena,… no sé qué pretendes,… no sé a qué juego estás jugando… pero esto tiene que acabar, no está bien lo que estamos haciendo… eres mi madrastra, la mujer de mi padre,… no sé si te estás vengando de él,… no me importa… pero tiene que terminar, ahora. – Escupí las palabras atropelladamente, de manera caótica. Conseguí tartamudear poco para lo nervioso que estaba.

Levantó un dedo, indicándome que me callara poniéndomelo sobre los labios. Ensanchó mucho más su sonrisa y de manera lenta y parsimoniosa, ignorando mis protestas, empezó a desabrochar, uno a uno, los botones de la camisa blanca de mi uniforme escolar. Me quedé paralizado, con los brazos colgando a cada lado de mi cuerpo. Los notaba pesados, imposibles de mover para apartar a Elena.

-Quieres saber a qué estoy jugando cuando lo importante no es el qué, sino el quien. Estoy jugando contigo. - Remarcó la última palabra. Mientras ya me había desabrochado la camisa y ahora sacaba los faldones de debajo de pantalón.

-Elena… - Intenté decir algo, pero volvió a ponerme el dedo cruzándome la boca con él para que callara.

-Quieres saber si esto es una venganza contra tu padre… si, un poco,… pero ese no es el único ni el principal motivo.

Mientras lo decía empezó a acariciarme el pecho por debajo de la camisa abierta. Las puntas de sus uñas me hicieron cosquillas. Me sentí de nuevo acomplejado delante de su belleza. Yo, el adolescente gordito y tímido de 16 años siendo tocado de aquella manera por mi sensual madrastra; me sentía insignificante en las manos de aquella hembra experta que me doblaba la edad. Elena estaba en otra liga.

-Quieres saber que estoy haciendo y porqué lo hago… la verdad es que me pones muchísimo. Tu eres la fruta prohibida y yo quiero comérmela entera a mordiscos.

No sólo me besó sino que también me dio un mordisco, tirando de mis labios. Lo hizo sin mucha fuerza y el dolorcillo que sentí solo sirvió para excitarme más. Empezó a desabrocharme el cinturón de los pantalones y continuó hablando.

-Durante estos años podría haberme vengado de las infidelidades de tu padre poniéndole los cuernos también a él. Aunque no me toque eso le pondría furioso. Pero a mí no me interesan la mayoría de hombres.

Me quitó el cinturón, tirándolo sobre la cama. También terminó de quitarme la camisa, dejando el pecho y la barriguita al descubierto. Uno de mis complejos eran mis dos tetillas, ligeramente voluminosas por un pequeño depósito de grasa aun infantil. A ella no pareció importarle cuando empezó a acariciarme allí, jugando con sus dedos en mis pezones.

-Toda la vida los hombres me han mirado con deseo. Eso es lo que le gusta a tu padre. Puede que él no me encuentre atractiva, que prefiera a jovencitas de 20 años, pero le encanta pasearme, exhibirme y ver las miradas de envidia de otros hombres. No follamos, pero los demás no lo saben y piensan en el cabrón afortunado que es por estar casado conmigo.

La mano de Elena fue bajando del pecho al vientre, tan solo rozando las uñas y las yemas de los dedos por mi piel. Llegó hasta el pantalón de pinza y sus dedos empezaron a rozar el bulto de mi pene.

-Ellos me miran con vicio, ¿pero sabes lo que realmente ven? – La pregunta era retorica pues ella misma la respondió. – Ven a un trozo de carne, una mujer florero con la que simplemente gozar un rato y después presumir como si yo fuera un trofeo de caza. Tú, en cambio, me miras de una manera diferente.

Seguía acariciándome el paquete, pero ahora me desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera. La prenda cayó al suelo, hasta mis tobillos, dejándome solo con los calzoncillos tapando mi erección. Eran unos bóxer negros y rojos y la tela estaba tirante, como si quisiera estallar por la presión del pene.

-Me gusta cómo me miras. También lo haces con deseo,… pero el tuyo distinto. Cuando tú me miras no me haces sentir vulgar sino una mujer guapa y eso me gusta mucho. No solo ves un trozo de carne, ves a una mujer y tu mirada me hace sentir bonita, sexy,...

Elena había cogido mi pene por encima de la ropa interior y había empezado a pajearme muy suavemente. Su caricia era muy superficial, pero lo suficiente para que me estremeciera del más puro placer.

-Además, eres un chico dulce, tierno, educado,… y eso me pone mucho más de lo que te crees.

-Pero yo… soy feo… y tú… - Ya les he dicho que era un chico acomplejado.

-No eres feo, eres un chico muy mono. – Respondió.

Soltó mi pene para bajarme la ropa interior. Lo hizo con un gesto rápido, con ambas manos tirando de la pendra hasta que acabó en suelo, junto a los pantalones. El miembro apuntaba directamente hacía el bajo vientre de Elena, durísimo. Ya me tenía completamente desnudo mientras que ella ni siquiera se había quitado ni una prenda. Seguía tocándome, el pecho, el vientre, los muslos,… alrededor de pene sin llegar a él.

-Además de dulce y mono… – Continuó con un tono de voz más grave y turbio, cargado de sensualidad. - … me encanta que se te ponga la polla dura sólo con mirarme, sin que ni siquiera haga falta tocarte…

Con un solo dedo presionó la punta de mi falo, empujándolo hacia abajo. Cuando lo soltó, este saltó hacia arriba, recuperando su posición. Dejé escapar un pequeño gemidito, cada vez más excitado.

-Me encanta que tenga que tener cuidado cuando te toco para que no te corras demasiado pronto. Me pone como una perra en celo saber que ahora mismo podría tirarte a esa cama y matarte a base de polvos, follarte hasta volverte loco,… pero no lo voy a hacer,… no aún. ¿Sabes por qué? Porqué me gusta tu inocencia, lo nervioso que te pones conmigo, que con solo dos caricias te corras sin poder controlarte,…

Agarró mis testículos, sosteniéndome el pene también. Con el índice de la otra mano acarició el tronco del falo, resiguiéndolo desde la base a la punta solo con la yema.

-No sabes lo que disfruto teniéndote impotente entre mis manos. Puedes hacer dos cosas. Ahora mismo puedes pedirme que me vaya, te dejaré en paz y será como si nada hubiera sucedido. – Continuó acariciándome el sexo solo con la punta del dedo. – O puedes dejarme hacer contigo lo que quiera. Creo que te gustará…

-Yo… no… - Balbuceé.

-Te aseguro que si me dejas divertirme un poco tú también te lo pasaras muy bien. Solo quiero jugar un poco… y de aquí un tiempo… te follaré… hasta dejarte seco…-Ignoró mis torpes tartamudeos mientras continuaba tocándome el pene con un solo dedo hasta que lo soltó completamente, esperando mi respuesta. -¿Que eliges? Pídeme que me vaya y me iré.

-No, quédate. – A la mierda mi padre, la culpabilidad y todo lo demás. Solo podía pensar en Elena: En sus ojos oscuros, en sus labios gruesos, en su pelo brillante, en su busto generoso, en sus muslos firmes, en la grácil curva de sus caderas, en sus larguísimas piernas, en su culito respingón,…

-Buen chico. – Ya esperaba la respuesta.

Dejó de encerrarme contra la pared y me llevó hasta la cama. Me tumbó bocarriba y ella se sentó a horcajadas sobre mí. El pene se rozaba con sus vaqueros mientras ella apoyaba las manos en mi pecho. Seguía acariciando mis tetillas y jugaba con mis pezones, retorciéndolos con mucha suavidad.

-¿Te ha gustado la foto que te he enviado esta mañana? – Tragué saliva antes de responder.

-Si… mucho… estabas muy guapa…

-Pues ahora te lo voy a enseñar en directo. -Se quitó el blusón. Llevaba el mismo sujetador que en la foto, de encaje, azul y con cenefas de hilo dorado.

-Estás buenísima. – No pude evitar decírselo y me sorprendió aquel tono de firmeza y seguridad tan poco habitual en mí. Ella pareció encantada que, al menos por un momento, mi timidez desapareciera para piropearla.

-Me encanta que me lo digas. Repítelo. – Contestó.

-Eres una mujer cañón,… estás buenísima,… - Repetí para complacerla. Era obvio que mis torpes piropos le encantaban y me regaló su preciosa sonrisa.

-Tócame…

Levanté un poco la mano para posarla en su cintura. La subí, gozando de la firmeza de su vientre, de la tersidad de su sedosa piel, de la calidez que desprendía su cuerpo,… Llegué hasta el pecho y lo abarqué con la palma de la mano, tocándola con delicadeza, como si su teta pudiera romperse.

-¿Quieres ver el resto del conjunto?

Asentí. Se levantó de la cama y se quitó los pantalones. Las braguitas eran a juego con el sujetador, cara lencería de color azul y adornos dorados. Se dio la vuelta. La tela de la braguita se metía entre la rajita que separaba sus nalgas con forma de corazón. Sus muslos tostados y desnudos estaban esculpidos por las horas de gimnasio y se veían muy firmes. No podía imaginar el placer que uno podría sentir entre ellos.

Volvió a sentarse sobre mí, a horcajadas. Si antes mi pene se había rozado con sus vaqueros ahora lo hacía con suave tela de sus braguitas. Se inclinó, aplastándome las tetazas en mi pecho. Me besó. Primero fue un dulce piquito, pero poco a poco fue transformándose en un beso de verdad. Me separó los labios, introduciendo la lengua en mi boca. Nuestras salivas se fusionaron en medio de un torrente de humedad. Su lengua se movía, escurridiza, por toda mi boca mientras que la mía intentaba seguirla.

Las bocas se separaron. Volvió a ponerse recta, incorporada, sentada sobre mi polla, que estaba ahora aplastada entre vientre y sus braguitas. Sin decir nada me cogió las manos para llevarlas hasta sus muslos y su culo. De nuevo palpé, explorando la dureza y firmeza de sus carnes. El culazo de mi madrastra era espectacular y ahora podía comprobar que no solo lo era a la vista sino que también al tacto. Me soltó las manos, aunque se aseguró que las mantuviera una en su muslo y otra en su culito.

Se apartó un poquitín para poder liberarme el sexo del peso de su cuerpo. Lo cogió por la base, ayudando a ponerlo bien recto. No le era muy difícil pues estaba duro como una barra de acero. Con dos dedos descubrió el glande y con la yema de un dedo de la otra mano empezó a acariciármelo, describiendo círculos sobre el sensible capullo. Gemí, retorciéndome.

-Pobre Raulito. –Dijo burlona ante mis reacciones.

Me zarandeó un poco el pene, delante y atrás y dándole golpecitos allí donde las braguitas cubrían su sexo. Me estremecí y volví a retorcerme debajo de ella. Presionó con los dedos el tronco del falo, aplastándolo contra su vagina. A través de la tela se podía notar el calor que desprendía. Continuó manipulando mi sexo, manteniéndome el pene descapullado y acariciando el glande solo con la yema del dedo.

Juntó todos los dedos en mi capullo. Me pajeó ahora con las cinco yemas, acariciando la punta del sexo, retirando la piel del prepucio y volviéndola a colocar en su sitio. La otra mano la tenía en mi pecho. Seguía jugando con el pezón, haciendo que se erizara y endureciera. Sus movimientos estaban perfectamente calculados, manteniéndome en un constante límite sin hacerme estallar. Cuando veía que yo estaba a punto se retiraba un poco, haciendo sus caricias más lentas.

Cogióel pene y para lubricarlo un poco dejó caer un reguerito de saliva. También se lamió la mano y ahora si lo agarró bien, cerrando los dedos en torno al tronco. La saliva de Elena refrescaba al contacto de mi ardiente sexo. Empezó a masturbarme de verdad, pajeándolo, machacándolo,… La otra mano me la puso en los testículos, jugando con ellos y haciéndome unas más que agradables cosquillas con las uñas.

-No… aguantaré… - Advertí. Mi resistencia estaba a las últimas, agotada completamente.

Elena sonrió y continuó masturbando. Tal y como le había dicho, no aguanté. Me corrí, incapaz de contenerme más. El semen salió disparado, manchándome tanto a mí como a ella. Solté un gruñido, descargando toda la tensión acumulada. El orgasmo que nació de mi entrepierna se tradujo en una corriente que atravesó todo mi cuerpo.

Varios goterones de semen se impregnaron en su mano y en ambos vientres. Pero la mayor parte de la corrida acabó en sus braguitas. El azul y el dorado de la prenda quedaron cubiertos de espesos grumos blancos.

-Lo siento… - Le dije cuando recuperé algo de aliento.

Su respuesta fue inclinarse de nuevo sobre mi cuerpo para besarme, de manera más tierna y menos lasciva que antes, incluso diría que cariñosa.

-No tienes que preocuparte, es normal que con 16 años no puedas aguantar mucho. – Susurró comprensiva. – Además, te he dicho que a mi encanta que te corras con tanta facilidad,… forma parte de tu encanto.

-Pero,…

-Tranquilo. Con el tiempo iras cogiendo resistencia. Te prometo que yo te ayudaré…cuando llegue el momento. Por ahora quiero que sigas igual,… - Añadió con una voz primaria y cargada de sexualidad. - Quiero que vayas cachondo todo el día y cuando te toque te corras como una fuente como acabas de hacer.

Me besó de nuevo antes de levantarse. Cogió un par de pañuelos de papel y me limpió las manchas de esperma del vientre. Ella también se limpió con más pañuelos. Mi corrida había sido más que abundante, me había dejado completamente vacío.

Se levantó para vestirse, poniéndose el blusón y los vaqueros. Yo me quedé tumbado en la cama, terminando de recuperar tanto mi mente como mi cuerpo de lo acababa de pasar. Ya no me sentía culpable y lo prohibido de mi deseo por Elena solo añadía más morbo a la experiencia

-Vístete y ponte estudiar. – Dijo antes de marcharse. – No quiero que suspendas por mi culpa. –Bromeó saliendo de mi cuarto.

El ratoncito había aceptado que era un juguete en las zarpas de la tigresa.

Continuará…