Los Juegos de Elena 4 Asaltos

Elena había abierto la caja de pandora y ahora estaba dispuesta a continuar con sus juegos donde yo era poco menos que una marioneta en sus manos.

“Sueña conmigo esta noche… “Me había dicho mi madrastra después de hacerme una paja en mi propia habitación. Eso es lo que hice y pasé una noche agitada, salpicada de sueños donde Elena era la protagonista.

Dormí hasta tarde y el resto del día intenté evitar tanto a mi padre como a Elena. Mi cabeza estaba sumida en un mar de dudas y culpabilidad. Temía que cualquiera de mis reacciones me delatara y tampoco sabía como mirar a ninguno de los dos a la cara. Por muy poco cariño que le tuviera a mi padre no dejaba de ser eso, mi padre. En cuanto a Elena si ya de normal no sabía cómo actuar delante de ella después de lo ocurrido aún menos.

Sinceramente no sé a qué le tenía más miedo, a una conversación incomoda con ella o a que volviera a asaltarme como había hecho la tarde anterior. Por suerte o por desgracia nada de eso ocurrió pues papá pasó todo el día en casa.

Intenté distraerme estudiando y jugando a la Play Station, pero nada era capaz de borrar la imagen de Elena semidesnuda, cogiéndome la mano para que la tocara y tocándome a mí hasta hacerme estallar de placer. Volvía a mi mente una y otra vez y cuando me fui a dormir seguía bien presente.

Pensé que el domingo transcurriría como el sábado, con papá en casa y Elena evitándolo todo lo posible como hacía siempre que pasaban demasiadas horas juntos. De hecho mientras comíamos mi madrastra comentó que por la tarde había quedado con algunas amigas. Él le contestó con uno de sus gruñidos de indiferencia y continuó viendo las noticias.

Después de comer papá se sentó en el sofá con una copa de whisky y se puso a refunfuñar mientras veía en la tele un partido de fútbol. Elena había ido a cambiarse para salir. A los cinco minutos de aguantar los improperios de mi padre al televisor y al entrenador de su equipo me aburrí del futbol y me fui a mi cuarto para jugar un rato con la videoconsola.

Elena me interceptó en pasillo, justo delante de la puerta de mi habitación. Salía de la suya, ya vestida para irse. La camiseta era de manga corta, de color pastel. No era demasiado ajustada pero el escote sí que era pronunciado. Los redondos y voluminosos senos sobresalían. Recordé el aspecto que tenían desnudos, el tacto de la piel suave, los pezones saliditos,… La falda, vaquera, le llegaba hasta las rodillas, cubriendo los muslos y la mitad de sus perfectas y largas piernas. Elena casi siempre llevaba zapatos de tacón alto, cosa que producía que su ya de por si estilizada y curvilínea figura resaltara. La melena negra la caía suelta por hombros.

-Hola Raúl. –Tanto el tono de voz como sus ojos oscuros y grandes me recordaron a un depredador acechando a su presa.

-Cre… creo que… te… tenemos… que hablar… -Intenté decir.

Elena caminó hasta mí. Algo asustado por la intensidad y lujuria de su mirada caminé hacia atrás, topando contra la pared. Se acercó, dejándome acorralado. Su mano fue directa a mi entrepierna y toda la sangre del cuerpo se concentró en mi miembro. Se puso duro al instante con tan solo aquella primera caricia. Yo llevaba un pantalón corto de estar por casa, sin ropa interior, por lo que ella percibió perfectamente como mi pene crecía.

-No tengo muchas ganas de hablar y me parece que esta polla tan dura tampoco. – Añadió apretándome el pene.

Intenté decir algo pero me interrumpió con un beso. Sus gruesos labios se pegaron a los míos y su lengua entró en mi boca de manera brusca, casi violenta pero con una fuerte carga de erotismo. Apretó con más fuerza la mano que mantenía en mi entrepierna, frotándola vigorosamente con la palma. Todas mis dudas desaparecieron pues mi cabeza solo podía pensar en ella, en sus manos, en su beso, en el aroma a vainilla de su perfume, de su piel y pelo,…

La mano se apartó de mi pene y empezó a acariciarme por debajo de la camiseta. La otra me agarró del culo para atraerme más hacía a ella. Pegó su cuerpo al mío, aplastándome las tetazas contra mí pecho. Me dio otro beso, largo y con lengua. Sentí que ahora era su muslo el que frotaba mi paquete, moviéndose arriba y abajo y casi masturbándome por encima de la ropa. Hundió la cabeza en mi cuello, lamiéndolo y chupándolo lentamente.

-Que dura la tienes, seguro que debe apretarte mucho. – Fue un susurró apenas audible, tan cerca de mi oreja que sentí el cálido aliento bañándome la piel. –Tendré que aliviar tanta tensión…

Se apartó lo suficiente para meter la mano por el borde del pantalón y bajármelo de un golpe hasta los tobillos. Al verme el pene empinado y duro lo miró con una mezcla de lujuria y diversión.

-Elena… no… puedes… - Sufrí un pequeño ataque de pánico al recordar que mi padre estaba en el piso de abajo e intenté parar algo inevitable.

Se limitó a hacerme callar con un nuevo beso y cogiéndome el pene, acariciándolo con los dedos. Su lengua exploró todos los rincones de mi boca. El tórrido beso se me subió a la cabeza como un fuerte licor, dejándome medio borracho de deseo. Había empezado a pajearme, muy lentamente. La otra mano me levantó la camiseta para frotar los dedos en uno de mis pezones.

Abandonó la boca para besarme el cuello. Lo lamió, subiendo por la piel, hasta llegar a la oreja. Chupó el lóbulo, metió la lengua dentro y mordisqueó suavemente el oído. Se subió la falda, desnudando el muslo y levantó la pierna. La pegó a mi pene, aplastándome el miembro entre ella y mi barriga. No sólo estaba frotándome el pene entre su muslo y mi barriguita, me estaba masturbando. Apretaba desde la base de los testículos hasta la punta del falo y jugaba con los movimientos de la pierna, arriba y abajo. La piel, en directo contacto con el sexo, se sentía increíblemente bien. Tanto que el placer me tenía atado, completamente paralizado. Sus manos, al contrario, seguían recorriendo mi cuerpo, con especial predilección por los pezones. La boca continuaba enterrada entre la oreja y el cuello, llenándolos de besos, lametones y saliva.

-¿Sigues queriendo hablar? – No le respondí, demasiado concentrado en no correrme aún, en disfrutar de las cosas que me hacía un poco más.

Apartó la pierna de mi sexo y se quedó plantada enfrente de mí. Con una sonrisa de lo más pícara en la boca deslizó las manos por debajo de la falda y se quitó las braguitas con un gesto fluido. La prenda era sencilla, de algodón blanco con un lacito rosado como único adorno. En la cara interna percibí una pequeña manchita.

No pude ver mucho más pues enrolló las braguitas en torno a mi pene, envolviéndolas de la suavidad del algodón. Las sujetaba con la mano y me masturbaba poco a poco, con la prenda cubriendo mi sexo.

-Oh… Elena… -Gemí su nombre, demasiado excitado para decir nada coherente.

-Shh… no hagas tanto ruido. – Susurró, poniéndome el dedo cruzando la boca para hacerme callar.

Apartó el dedo para llevar aquellos labios sugerentes y gruesos hasta mi boca. Fue otro mareante beso, lleno de pasión. Me mordió los labios, los lamió, me metió la lengua hasta la garganta,… sin dejar de pajearme con sus braguitas alrededor de mi falo.

-Quiero que me las llenes de leche. Quiero que te corras y después me las volveré a poner. Así tendré tu semen caliente en el coñito toda la tarde… me encanta sentirme sucia. -Me susurró en la oreja.

Aumentó el ritmo de la muñeca, haciendo que literalmente las piernas me temblaran con la hábil paja. Me miraba muy fijamente mientras se mordía el labio inferior con sensualidad. Me sentí pequeño en sus manos, como un juguete.

-¿Vas a correrte para mí? ¿Vas a darme toda tu lechecita caliente?- Continuó sin dejar de pajearme. Su voz era apenas un susurro ronco y lascivo. Su aliento bañaba mi rostro.

Volvió a besarme y lamerme el cuello, usando la lengua con diabólicas intenciones. Después de otro recorrido de besos y lamidas acabó perforando mi oído. La mano en mi pene se movía cada vez más rápido.

-Vamos… dame tu leche… - Susurró. -… la quiero toda para mí.

No pude aguantar más y me corrí. El semen manchó la tela de su ropa interior, empapándola de mi líquido blanquecino y espeso. Elena no me soltó ni cesó el movimiento hasta que el contenido de mis genitales estuvo en sus bragas, aunque parte de mi corrida también le manchó la mano y el brazo. No pareció importarle.

-Me encanta que seas un hijastro tan dulce y obediente.

Recogió los restos de esperma de su brazo y mano con las braguitas, completamente manchadas de semen. Las estiró y volvió a ponérselas con un gesto fluido y rápido que no me dio tiempo a vislumbrar su entrepierna. Se atusó la falda y me dio un nuevo beso, con lengua, lento y húmedo.

-Así te sentiré toda la tarde. Espero que tú también pienses en mí mientras no estoy. -Dijo guiñando un ojo.

La ancha y perversa sonrisa era de satisfacción. Se marchó, desapareciendo por las escaleras. No puedo asegurarlo pero me pareció que por la cara interna de su muslo se deslizaba, perezoso, un espeso goterón de mi semen.

Escuché como se despedía fríamente de papá y abría la puerta del chalet. El sonido de su coche me anunció que ya se había marchado. Entré en mi cuarto, confuso, pero también con la agradable sensación que emanaba de mis vacíos testículos.

(…)

Pasé la tardé tumbando en la cama, mirando al techo y pensando en Elena. Mi madrastra había iniciado un juego excitante y peligroso que no entendía. ¿Qué pretendía conmigo? ¿Qué podía ver un bellezón de 32 años como ella en un adolescente gordito y virgen?

No era tan tonto para no saber que en parte se estaba vengando de mi padre, pero ella podría serle infiel con el hombre que quisiera, más guapo, más experto, más musculoso,… Tal vez pensaba demasiado.

(…)

Elena regresó tarde, por la noche, después de cenar con sus amigas en el centro. La escuché subir hasta el cuarto que compartía con papá. Secretamente, y a pesar de me hacía sentir terriblemente culpable deseaba que entrara en mi cuarto,… pero no lo hizo. Simplemente oí como cerraba la puerta de su habitación e imaginé su cuerpo desnudo, cambiándose y poniéndose uno de aquellos camisones semitransparentes con los que dormía. Aquel pensamiento me acompañó el resto de la noche, con la imagen de Elena bien clavada en las profundidades de mi mente y solo desapareció cuando caí dormido.

El despertador sonó pronto por la mañana. Era lunes y tocaba ir a clase. Me duché, me puse el uniforme escolar: un pantalón de pinza de color azul oscuro y una camisa blanca y bajé a desayunar a la cocina. Mi padre aún no se había marchado a trabajar y se estaba bebiendo un café mientras leía la prensa. Apenas murmuró un buenos días al verme, volviéndose a sumergir en la lectura.

Elena también estaba allí. No se había vestido e iba con una bata de seda de manga larga que le llegaba hasta las rodillas. Como mi padre no levantaba la vista del periódico aprovechó para darme los buenos días con una seductora sonrisa cómplice.

Me senté preparado para desayunar y ella se sentó enfrente de mí. Bebí un poco de zumo y esparcí algo de mantequilla en una tostada. Al primer mordiscó sentí como su pie, desnudo, por debajo de la mesa, empezaba a acariciarme la pantorrilla. El empeine fue subiendo, poco a poco, hasta llegar a mi muslo, peligrosamente cerca de la entrepierna. Mi pene cobró vida propia y la erección fue repentina.

Miré a Elena, que tenía una expresión divertida, picara, como una niña que está haciendo una travesura. Miré a papá, que seguía leyendo distraído, ajeno a lo que sucedía por debajo de la mesa. Elena subió un poco más el pie, presionando el paquete por encima del pantalón y comprobando satisfecha que mi pene estaba duro como una roca.

-¿No tienes hambre esta mañana? – Me dijo burlona al ver que yo había dejado la tostada en el plato. – Tienes que comer, los chicos jóvenes como tú necesitan energía por la mañana.

Mientras lo decía me frotaba el pene con el pie, excitándome, jugando conmigo. Con la cabeza negué y mi mirada le suplicó que parara. Papá estaba delante y por mucho que ignorara lo que estaba pasando aquello era muy peligroso, al menos yo así lo percibía. Pero a ella parecía darle más morbo y siguió haciendo travesuras con el pie.

No solo eso, se abrió la bata un poco, disimuladamente y mirando de reojo a papá, comprobado que seguía con la cabeza detrás del periódico. No llevaba sujetador y pude ver sus tetas grandes, turgentes y perfectas. Los respingones y puntiagudos pezones parecieron saludarme, como si también quisieran darme los buenos días. Continuaba frotándome el pene con el pie, poniéndome cada vez más enfermo, pisando, presionando, acariciando, frotando,…

Aunque me daba miedo que papá nos pillara no puedo negar que esa sensación de peligro le daba un morbo añadido a la situación. Elena también parecía espoleada por aquel mismo morbo, pues continuaba exhibiendo sus pechazos para mí, jugando con su pie cada vez con más audacia y fuerza.

Papá cerró el periódico y fue a levantarse para servirse un segundo café. Elena fue rápida y se acomodó la bata, cubriéndose las tetas. También bajó el pie, dejándome con un enorme calentón. Yo me terminé la tostada, haciendo un esfuerzo supremo para engullir lo más rápido que podía. Cuando papá volvió a sentarse a leer el periódico me levanté. Elena lanzó una lánguida mirada al bulto de mi entrepierna y se relamió.

-Me voy... -Me largué de la cocina corriendo. Cogí mis cosas y me encaminé hacia la puerta de casa para irme a la escuela.

-¿No vas a darme un besito antes de irte? – Elena no iba a dejarme escapar tan fácilmente y me había seguido sin que me diera cuenta.

Giró la cabeza de lado a lado, comprobando que papá no estaba cerca. Me besó, con su lengua paseándose por mi boca como si fuera de su propiedad. Apretó un poco mi paquete, palpando la erección.

-Estudia mucho,… y piensa en mí. – Dijo al separarse.

Salí de casa corriendo y con el sabor de los labios de Elena en la boca.

(…)

Siempre fui un muy buen estudiante, responsable y atento en clase pero aquel lunes estuve distraído, apenas consciente de las lecciones de los profesores. Mi mente regresaba una y otra vez a mi madrastra y al deseo prohibido que despertaba en mi joven ánimo.

Elena tampoco iba dejar que mi obsesión por ella remitiera lo más mínimo. Estaba dispuesta a calentarme todo lo que pudiera y a media mañana, estando en clase, recibí un mensaje. Sentí como el teléfono emitía dos cortas vibraciones. Con disimulo saqué el móvil por debajo del pupitre.

El mensaje era una foto de Elena. En ella no se le veía el rostro, solo su cuerpazo de escándalo enfundado en un sugerente conjunto de lencería de encaje. El sujetador era azul, con adornos dorados, y era un complemento perfecto para sus soberbias tetas. Las braguitas eran a juego y su mano se hallaba escondida debajo de ellas, como si se estuviera acariciando el sexo. Admiré unos segundos la fotografía: el vientre plano y duro, las interminables piernas, la piel morena, tostada por el sol, la sensual curva de sus caderas,…

Debajo de la fotografía había un mensaje. “Esta mañana me has puesto muy cachonda y he tenido que tocarme un poco pensando en ti. Hoy no te quedes hasta tarde en la biblioteca”

Aquella foto provocó dos reacciones en mí. La primera una punzada de aquel constante y obsesivo deseo por ella y por otra la culpabilidad y el desconcierto que sus juegos me provocaban. Respiré hondo, eché un último vistazo a su foto y guardé el teléfono de nuevo en el bolsillo. Me convencí a mí mismo que aquella misma tarde hablaría con Elena dispuesto a terminar con sus juegos.

Continuará…