Los Juegos de Elena 3 La Paja

Mi madrastra acababa de sorprenderme en medio de una paja y estaba dispuesta a acabar lo que yo había empezado.

-… si quieres puedo ayudarte con eso.

Elena, mi madrastra, acababa de entrar en mi cuarto y me había pillado con el bañador en los tobillos y el pene empalmado en la mano. Me acababa de sorprender en medio de una paja.

Cerró la puerta y se sentó en un borde de la cama. Me subí el bañador como pude e intenté tapar el bulto de la erección. Estaba rojo como un tomate y muerto de vergüenza. Curiosamente mi pene no tenía parecía tener la misma vergüenza y continuó tozudamente duro.

-No hace falta que te escondas de mí. No voy a comerte… si tú no quieres. – Bromeaba a la vez que usaba un sensual y ronco tono de voz.

-Yo… no… - Las palabras se ahogaban en un mar de nervios y se quedaban atoradas en mi garganta.

-La otra noche, cuando me espiaste, no parecías tan tímido. ¿Crees que no vi cómo te pajeabas?

Me quedé totalmente mudo. Solo quería que la tierra me tragara. Ella, en cambio, parecía muy calmada y segura de sí misma. Actuaba de una manera que yo apenas había empezado a entrever. Parecía una gata acechando a su presa, sus movimientos eran felinos, ágiles y extremadamente eróticos. Elena, como ya dije, era una tigresa jugando con un ratoncito.

A pesar de la parálisis de mis miembros los ojos seguían vivos y recorrieron el cuerpo de Elena. El bikini rojo dejaba poco a la imaginación. El tanguita de hilo no cubría sus tersos muslos desnudos y se podían apreciar sus interminables y sedosas piernas. Su vientre era plano, con un ombligo pequeñito, tostado, como el resto de su piel, por el sol. Pero sus pechos eran los principales objetivos de mis ojos. El sujetador del bikini no era digno de ese nombre, dos pequeños triángulos de finísima tela que apenas tapaban el pezón y los alrededores, tan prietos que se adherían a la piel, marcando hasta la areola. Estaban unidos entre sí por meros hilos, dejando más porción de la carne de los senos al aire que cubierta.

-¿Crees que no he visto como me miras? ¿Piensas que soy tan tonta para no imaginarme los cientos de veces que te has hecho una paja pensando en mí? ¿Crees que no me doy cuenta como ahora mismo me estas comiendo las tetas con la mirada? Por mucho que intentes disimular…

Su voz seguía siendo muy calmada. No había reproche en ella, ni me juzgaba, simplemente afirmaba algo obvio. Bajé los ojos hasta mi regazo pues ya ni siquiera me atrevía a mirarla. Me cogió la barbilla y me levantó la cara. Su rostro era también muy bonito, sobretodo sus ojos, rasgados, grandes y oscuros. Los labios eran de lo más atrayentes, tan gruesos y carnosos. El pelo negro, liso, le caía suelto, por los hombros y le llegaba casi hasta aquel culazo en forma de corazón, algo salidito, duro y esculpido por las horas de gimnasio.

-No tienes que avergonzarte. Es normal que te fijes en las mujeres. A mí me gustó mucho cuando el otro día me dijiste que era la mujer más guapa que conocías. ¿De verdad lo crees?

No pude decir nada, solo asentir con la cabeza. Tenía los ojos clavados en los míos en una mirada seductora y sensual. Cuando desvié mi mirada hacia abajo, posándola en los pechos de manera fugaz pero evidente, sonrió.

-¿Así que te gustan mis tetas? Si me prometes que no dirás nada puedo enseñártelas. ¿Quieres vérmelas?

-Yo… si… no… no… diré… nada. – Tartamudeé.

Elena volvió a sonreír. Se llevó las manos detrás de la espalda y desató el cordón del sujetador del bikini. Acabó de quitárselo muy poco a poco. Dejó la prenda a un lado de la cama, se apartó la melena y me dejó que le admirara las tetas en todo su esplendor. Eran grandes, talla cien. Dos esferas tersas, voluminosas, firmes,… de pezones rosaditos, pequeños pero prominentes y salidos. Apuntaban hacia arriba, desafiantes y puntiagudos. La marca del bikini era apenas perceptible. Ella pareció leerme el pensamiento.

-Cuando no estás en casa tomó el sol desnuda. – Le encantaba provocarme, aunque fuera con un simple comentario como aquel.-Veo que te gustan de verdad. – Añadió con un tono coqueto, divertido y satisfecho al ver mi reacción. Mis ojos se habían quedado abiertos, fijos, mirándole los senos. - ¿Quieres tocarlos? – Intenté asentir, pero esta vez no me dejó. – Dilo, si me lo pides tal vez de deje tocarlos.

-No… si… Por favor… déjame…- Empecé a balbucear.

Elena, antes de que me diera un ictus, me cogió la muñeca y llevó una de mis manos hasta su pecho. Estaba caliente, por el sol y por el fuego que también estaba ardiendo en su interior, aunque en su caso mucho más calmado que el desbocado incendio que había en mí. La piel era muy suave, sedosa y tersa. Mis dedos apenas la rozaban, pero guiado por el instinto empecé a sopesar un poco más, explorando. La presioné un poco. La textura era perfecta: lo suficientemente dura, lo suficientemente blanda. Fui apretando, con la ansia de tocar mi primera teta, demasiado brusco y torpe.

-Cuidado. – Me advirtió Elena. –Me haces daño.

-Lo siento. – Dije, maldiciendo mi inexperiencia al lado de aquella hembra de 32 años, que no solo me doblaba la edad, también nos separaban sinfín de experiencias y vivencias. Intenté apartar la mano, pero seguía sujetándome la muñeca con fuerza, manteniéndola el su pecho.

-Te he dicho que cuidado, no que dejes de tocarlas. – Volvía a sonreír con picardía.

Continué explorando el seno, pero esta vez con mucho más tiento y cautela. Cuando me cogió la otra mano para ir a su otro pecho, pude compararlas, simétricas, perfectas, con la misma consistencia. Actué con dedos delicados, sin presionar demasiado. No quería cometer el mismo error y dejarme llevar por el ansia. Mis caricias eran sutiles, apreciando aquellos senos de Diosa, rozándolos con las yemas de los dedos. Sentí como la piel de mi madrastra se erizaba y los pezones se endurecían. Tuve que acariciar uno, también con la yema del dedo. Efectivamente estaba duro y ella, al sentir el contacto, dejó escapar un leve gemidito. Ella misma me había confesado que hacía más de un año que un hombre no la tocaba y supongo que era inevitable que también se excitara.

-Tú me has visto y me has tocado, ahora me toca mí. – Elena interrumpió mis caricias, apartándome suavemente las manos de la tetas. -Quítate el bañador. – Al ver como yo dudaba no me dejó ni negarme ni reaccionar.- Tendré que hacerlo yo.

Cogió el bañador con decisión y me lo bajó, arrastrándolo hasta mis tobillos y dejándolo en el suelo. Al principio le costó vencer la resistencia de mi erección, pero fue firme y me tuvo desnudo en un segundo. Intenté cubrirme, pero Elena me lo impidió cogiéndome las manos y apartándolas a ambos lados de la cama donde estábamos sentados.

Debo confesar que mi pene no era de esos monstruosos de actor porno, pero su tamaño no era desdeñable. Sobre todo en ese momento pues estaba completamente empinado, mirando al cielo y durísimo. Sin más experiencia sexual que la que estaba viviendo en aquel momento no me arreglaba el vello púbico. Tampoco es que yo fuera un muchacho muy velludo pero la base de mi pene sí que estaba cubierta de un hirsuto bosquecillo de pelo rizado y oscuro. Ella lo miraba. Parecía relamerse, mordiéndose el labio inferior, observando elfalo que su cuerpo había puesto tan duro.

-Tú me has tocado,… así que… - Me cogió el pene. Intenté apartarle la mano por algún estúpido instinto, pero llegué tarde. Me puso su otra mano en el pecho. –Tranquilo, ya verás como te gusta.

Me relajé un poco, como si mi subconsciente quisiera cumplir la orden de Elena. La dejé que sostuviera mi ardiente pene en la palma de su mano. Lo acarició suavemente y gemí, embargado de placer. Una corriente eléctrica me recorrió la espalda. Elena empezó a pajearme, muy poco a poco, consciente de que mi estado de excitación era tal que iba a correrme de un momento a otro.

-Te he dicho que iba ayudarte con esto. – Se justificó con un mohín travieso. – Tienes una polla muy bonita…

Me masturbó bajando y subiendo la mano muy poco a poco. La piel del glande bajaba y subía con ella y cuando quedaba el capullo descubierto lo acariciaba con el pulgar, rozándolo. Lo hizo muy lentamente. Sabía lo que hacía y sabía que un adolescente virgen no iba a durar mucho. No era para menos, estaba excitadísimo, solo consciente de la mano de Elena en mi sexo, el aroma de su cuerpo, sus pechos desnudos, solo vestida con un tanguita de bikini,…

La mano libre la llevó a sus mullidos labios. Se chupó sensualmente el dedo. Con él húmedo de saliva empezó a acariciarme el pecho, buscando mi pezón. El frescor de su saliva y el roce de su dedo hicieron que el pezón se me pusiera casi tan duro como el pene. Abandonó el pezón, bajando por la barriguita y haciéndome cosquillas con las uñas. Me rodeó el muslo y la mano acabó acariciándome los testículos. Los sopesó, jugó con ellos y sus cosquilleantes uñas,… sin dejar de pajearme.

-¿Quieres correrte? Y nada de asentir y tartamudear, quiero que lo digas claro. – Me advirtió. Había parado la paja, pero agarraba mi pene con la mano, sujetándolo con fuerza. Respiré hondo, juntando las palabras en mi mente.

-Por favor Elena, quiero correrme,… -Pude decir de carrerilla.

-Eres un chico muy dulce y educado. Me encanta que me lo pidas por favor. – Elena me sonrió y acercó sus labios a los míos.

Me besó. Si la primera vez había sido un piquito apresurado e interrumpido por mi padre ahora fue un beso de verdad. Lento, dulce, húmedo,… incluso tierno, al menos al principio. Su lengua entró en mi boca, poco a poco, buscando la mía. Exploró y respondí torpemente, intentando imitar los movimientos de ella. Su beso se hizo más lascivo, metiéndome la lengua hasta la garganta. Cuando se separó algunos hilillos de saliva seguían uniendo nuestros labios antes de desvanecerse en nuestras bocas. Aquel fue mi primer beso de verdad, con lengua y hecho por una mujer espectacular y experimentada como Elena. Mi caldeada temperatura interna aumentó en algunos grados.

-Ahora sé un buen chico y correrte para mí. Quiero verlo.

Acompañó sus palabras con un hábil movimiento de muñeca. La mejor manera que tengo de describirlo es que me batió la polla, machacando con velocidad. Para terminar me cogió la mano, soltándome los testículos y llevándola hasta uno de sus senos. Lo acaricié suavemente, haciendo cazoleta con la palma e intentando agarrar el seno. No podía y sus carnes colmaban la mano.

Así, con la teta de Elena en mi mano y ella pajeándome me corrí. Fue un orgasmo intensísimo. Gruñí, con la mano que no estaba en su seno agarré las sabanas e incluso doble los dedos de los pies. Fue una corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo, de punta a punta. Una abundante cantidad de semen salió disparada hacía arriba, manchándome la barriguita, la mano de Elena, su brazo e incluso un espeso y grueso goterón acabó estrellándose contra su teta.

-Sí,… muy bien,… no sabes lo que me gusta el semen calentito y recién exprimido. – Susurró mientras me corría.

Me soltó el pene y la mano. Se llevó un dedo hasta el pecho manchado por el grumo de semen que ya había empezado a resbalar por su tersa piel. Recogió una porción con la yema y se lo llevó a la boca, sin dejar de mirarme a los ojos. Dejó la gota blanca en su grueso labio, manchándolo. Se lamió, recogiéndola con la lengua.

-Delicioso. Ahora ve a tu cuarto de baño a lavarte, tu padre no tardará en llegar, tenemos que ir a una cena y tengo que ducharme y vestirme. Ya continuaremos en otro momento…

Antes de irse me dio otro beso, en la mejilla, pero demasiado húmedo y prolongado para ser el beso que le da una madrastra a su hijastro. Recogió su bikini y lo usó para limpiarse los restos de semen del brazo y de la mano. Se levantó y antes de abrir la puerta me echó una última mirada.

-No eres tonto por lo que supongo que no tengo que decirte que de esto ni una palabra nadie. – Asentí. – Buen chico. Ahora voy a darme una duchita,… quiero que sepas que mientras lo hago voy a hacerme un dedo pensando en ti.

Se marchó, dejándome con la palabra en la boca y lanzándome un beso con la mano antes de cerrar la puerta.

(…)

De esta manera empezó mi relación con Elena. En aquellos momentos no sé qué motivaba a mi madrastra, aunque más tarde ella misma me lo confesó y en cierta manera lo entendí.

Por un lado aquella era una muy dulce venganza contra mi padre por sus constantes infidelidades. Seducir a su hijo era la mejor manera de devolverle todas las humillaciones. Aun así se sentía mal. Ella era una buena persona que hasta el momento y teniendo en cuenta que había tenido mil oportunidades, había sido incapaz de devolverle los cuernos a papá con otro hombre. Hacerlo con su hijastro era algo que tenía una buena dosis de culpabilidad.

Esa misma razón, la que yo era su hijastro, era una espada de doble filo, pues también hacía la situación sumamente morbosa. Aunque no estábamos emparentados por sangre sí que aquella relación tenía un componente prohibido que la hacía excitante y peligrosa. Además, sí que fuera su hijastro le daba morbo, mi inocencia, inexperiencia y timidez la ponían muy cachonda.

Jugar conmigo, como ella misma denominó los siguientes encuentros que tuvimos y que les relataré en los próximos capítulos, se convirtió, al menos al principio, en un excitante pasatiempo en su aburrida y cómoda vida.

(…)

Papá no tardó en llegar. Se vistió para ir a la cena de negocios y protestó, refunfuñando y quejándose de que Elena tardara tanto en arreglarse. Yo, si hubiera sido él, no habría protestado viendo el resultado final.

Elena estaba espectacular. Iba con un vestido largo, rojo, con un corte en la falda que dejaba ver su larga y estilizada pierna. El escote era sencillo, pero sus pechos siempre resaltaban por su volumen y perfección. El vestido se ajustaba a su esculpida y escultural figura como un guante, acentuando su cuerpazo gracias a los zapatos de tacón alto. Llevaba pocas joyas, pues su belleza no necesitaba de mucho adorno. Lo mismo con el maquillaje, sutil, correcto, solo un acompañamiento para su bonito rostro. La melena negra se la había peinado, ondulándola ligeramente y recogiéndola en un bonito peinado detrás de la cabeza. No mentí cuando le dije que era la mujer más guapa que conocía.

-Nos vamos. Vendremos tarde. – Fue la única despedida de papá.

En cambió Elena se acercó a mí. Papá, que ya estaba fuera yendo hacia el coche, le gritó que se diera prisa de malas maneras. Ella le contestó con otro grito. Me besó en la mejilla, de manera demasiado lenta y húmeda y demasiado cerca de la comisura de mis labios.

-Sueña conmigo esta noche…- me susurró en la oreja antes de marcharse.

La tigresa estaba jugando con su ratoncito.

Continuará…