Los Juegos de Elena 20 El final de los Juegos.

Elena tenía un plan para el verano, un viaje que iba a cambiarme la vida. Pero antes aprovechó un par de momentos en la piscina y la cocina para divertirse conmigo.

La maratón de sexo que les relaté en el último capítulo se cobró un alto precio en mi cuerpo. Para empezar dormí casi todo el sábado, despertándome por la tarde. Tampoco hubo más sexo el resto del fin de semana en que estuvimos solos en casa ya que mi pene estaba enrojecido e irritado y Elena no hizo ningún atisbo de querer volver a jugar con él, concediéndome cierta piedad. Pasamos el resto del fin de semana de otra manera. A mi madrastra no parecía importarle compartir su tiempo conmigo y vagueamos en la piscina, vimos algunas películas y tuvimos largas conversaciones con una copa de vino.

El lunes papá volvió de su cacería. La juerga debía haber sido de las sonadas. Su aspecto ceniciento, resacoso y cansado lo hizo quedarse en casa en lugar de marcharse a trabajar.

(…)

El martes por la tarde estaba solo en casa. Papá, ya recuperado, estaba trabajando. Elena se había ido al centro de la ciudad y la sirvienta acababa de marcharse. El calor apretaba y pasé la tarde en la piscina. Allí me encontró Elena cuando llegó a casa.

-¿Está buena el agua? – Me preguntó plantada en el césped.

Mi madrastra estaba irresistible. Me miraba por encima de las gafas de sol, con una mano en la cintura. Dejó caer el bolso, se quitó los zapatos y las gafas. Deslizó los tirantes del vestido y con un gestó fluido se lo bajó. La ropa interior era amarilla: braguitas y sujetador de encaje. Los colores claros le sentaban de miedo con aquella piel tostada por el sol. El pelo negro lacio le caía por la espalda y los hombros, brillando. Caminó hasta el borde de la piscina, curvando los gruesos labios en una de sus características sonrisas. Verla caminando sinuosamente me dejó embobado. Aquellas curvas, aquella figura estilizada y llena de curvas, siempre perfecta,… Se tiró al agua, de cabeza, y emergió justo enfrente de mí.

-¿Ya tenemos esto recuperado? – Dijo apretándome el paquete por encima del bañador.

La respuesta se la dio el mismo pene, creciendo al contacto de su mano. La vi ensanchar la sonrisa antes de empezar a comerme a besos. Era lo de siempre. Una lengua descarada que entraba en mi boca. La mía intentando responder, luchar y ganar terreno para entrar en su boca también. La mano ya la tenía por debajo del bañador y me agarraba el miembro con fuerza. Yo la rodeé con un brazo, cogiendo su culo y estrechándola contra mí.

-¿Dónde está ese hijastro tan tímido que tenía?- Usó un tono burleta al sentir como le metía mano. –

Ignoré su broma y le desabroché el sujetador. Luché unos segundos con el maldito cierre mientras ella reía, divertida y complacida. Se lo quité y la prenda quedó navegando por encima del agua. Los pechos parecían flotar en la superficie y las gotitas se adherían a su piel.

-Eres irremediable. – Dijo cuándo con ambas manos empecé a acariciarle los senos. Froté los dos pezones con mis pulgares mientras mis otros dedos se deslizaban por la tensa piel. –Siempre las tetas…

-Tienes las mejores tetas del mundo. – A Elena le encantaban mis piropos dichos con la vehemencia de mis 16 años. No encontraba ninguna razón para ser avaro con ellos. – Estás buenísima…

Me respondió con una sonrisa traviesa cargada de deseo. Se apartó de mí, empujándome en el agua, cogiendo impulso para nadar hasta el borde de la piscina. Allí se sentó, con las piernas hundidas en el agua.

-Ya que estoy tan buena ven aquí y cómeme. –

Nadé hasta ella con unas pocas brazadas. El agua, en aquella zona de la piscina, apenas me llegaba al pecho. La altura era perfecta para que mi cabeza quedara enfrente de su entrepierna. Los primeros besos fueron en los muslos, al igual que los primeros lametones y mordisquitos. Me acerqué al sexo, haciendo lo mismo por encima de sus braguitas. Estaban empapadas de agua pero aun así percibí el tenue rastro de otro tipo de humedad. Un sabor conocido, deseado,… el del dulce coñito de Elena. Continué mientras escuchaba sus gemiditos, sus risitas,…

-Eres un pervertido, mira que olisquearle el coño a tu madrastra como un perrito. – La voz estaba llena de una complacida ironía.

Cuando vio que mi siguiente objetivo era quitarle las bragas me ayudó, levantando y juntando las piernas. Otra prenda que acabó flotando en la piscina junto al sujetador. Me cogió la cabeza y me la empujó entre sus muslos.

El sexo de Elena estaba mojado por el agua y su triangulo de vello púbico estaba empapado. No hubiera descubierto los signos de la excitación si no fuera porque los labios empezaban a hincharse. Quise jugar con él no amorrándome directamente si no volviendo a besar las ingles, chupándolas y recorriéndolas con la lengua. A mi madrastra se le acabó la paciencia.

-Cómeme el coño de una vez… -Su voz ya no sonaba juguetona si no que ronca, excitada y urgente.

Volvió a empujarme la cabeza para acércame a su vagina. Cubrí de besos el pubis. Los labios vaginales eran una presa demasiado jugosa para dejarla escapar y chupé uno, encerrándolo con los labios y tirando de él suavemente. Ella se abrió el sexo, mostrándome la rosada carne que allí dominaba junto con el botoncito mágico que tienen todas las mujeres, el clítoris. Lamí aquella carne, cubriéndola con mis babas, mezclándola con su propia humedad. El sabor era intenso y me encantaba. Abrumaba mi lengua y mis papilas gustativas y era el más potente de los afrodisíacos.

Sentí sus dedos revolviendo mi pelo mojado. Me sujetaba la cabeza, como si temiera que fuera a huir. Todo lo contrario, solo quería verla gozar. Miré hacia arriba para mirarla a los ojos, para verla contorneándose con cada golpe de placer. Mi lengua daba profundos lametones en la carne de su vagina y en su clítoris, se la metía dentro de la cueva, hurgando y explorando las paredes.

-Que hambre… que tienes… veo que mi… coñito… te gusta… mucho…

Gemía, abandonándose al placer. En su pecho sobresalían las dos tetazas y alargué la mano para apoderarme de una de ellas. En ese momento los labios vaginales ya estaban completamente hinchados y todo su sexo desprendía un torrente de flujos creciente. Le lamí el clítoris y lo encerré suavemente en mi boca, chupándolo poco a poco.

-Ohg… si… buen chico… así…

Elena llegó al orgasmo. Era fascinante ver como su cuerpo reaccionaba al clímax. Los largos gemidos, la tensión de los muslos, los espasmos del sexo,… todo acabando en un mar de placer que cristalizaba con la inundación de más flujos en mi boca. Me apartó suavemente de su sexo y se tiró al agua a mi lado. Me besó, lamiendo su corrida de mis labios. Me metió la mano por debajo del bañador para agarrarme la polla.

-Que cachondo te has quedado, es una lástima que ahora no tengamos tiempo de seguir jugando… - La mueca de Elena era de lo más maliciosa.

Se apartó de mí, nadando como una sirena. Recogió su ropa interior y salió de la piscina. La observé, desnuda, recogiendo los restos de sus cosas: el vestido, el bolso, las gafas y los zapatos. El agua corría por su piel, el pelo, mojado y apelmazado, parecía una negra barra que se le pegaba a la espalda. El culo salido, con forma de corazón, se bamboleaba con a cada paso. Mierda, pensé, acaba de dejarme con todo el calentón.

-Ni se te ocurra hacerte una paja. – Dijo mientras entraba en casa. – Ya me ocuparé después de ti.

(…)

Papá no tardó en llegar y me encontró en la piscina, nadando para mitigar la erección. Elena se había vestido poniéndose un fino pantalón de chándal y una vieja camiseta raída que apenas escondía sus pechos.

La cocinera nos había dejado la cena preparada. Comimos en la cocina y apenas terminó que papá se fue hasta el salón a tomarse una copa mientras veía la tele. Empecé a recoger la mesa mientras Elena acababa el postre. Estaba aclarando los platos cuando la escuché levantarse. Me rodeó con un brazo y la mano acabó donde siempre. Yo tenía fijación por sus tetas pero ella la tenía por el paquete que estaba frotando por encima del pantalón.

-¿Crees que me había olvidado de ti?

Intenté darme la vuelta pero no me dejó. Yo llevaba un pantalón corto deportivo para estar por casa sin ninguna ropa interior. Elena se dio cuenta y deslizó la mano por debajo. Me agarró el pene y notó como se endurecía. De mientras me daba húmedos besos en el cuello y mordisquitos en el lóbulo de oreja. Noté como la piel se me erizaba y me olvidé de que mi padre estaba en el salón.

-Podrías fregar los platos mientras te hago una paja… aunque seguro que romperías más de uno. – Se reía, vacilándome un poco.

La paja, por otra parte, ya me la estaba haciendo por debajo de pantalón. Cesó de presionar mi cuerpo y me dejó dar la vuelta. Antes de que lo hubiera hecho ya me besaba. Mientras lo hacía me bajó el pantalón, dejándome desnudo de cintura para abajo. Me acarició el falo y los testículos con la palma de la mano.

-Tal vez prefieras una buena mamadita…

Antes de que pudiera responder ya estaba de rodillas. Agarró la base de mi pene y abrió la boca. Los primeros lametones fueron profundos, largos,… usando toda la lengua para cubrir el glande y el tronco del falo. El calentón con que me había dejado en la piscina cayó como un peso muerto desde mi cabeza hasta los genitales. Ella ya había retirado la piel del prepucio y mamaba el glande como un caramelo. Los labios chupaban lentamente, degustando, y de vez en cuando la lengua hacía una nueva salida para un lametón. Los ojos los mantenía fijados en los míos. La mirada lasciva era casi lo mejor de la mamada. Digo casi, porque la lenta la acción de sus labios y su boca eran soberbios. Me tenía intentando no gemir demasiado alto, agarrado a la encimera apretando el mármol con los dedos.

Siguió a la suyo, arrodillada en la cocina, chupándome la polla. Se tomó su tiempo, como si mi padre no estuviera en el salón con un whisky y la tele. Con aquella mamada Elena quiso demostrarme algo. Que me hubiera desvirgado y después follado hasta dejarme literalmente seco y con el pene al rojo vivo no quería decir que no pudiera hacerme correr de la manera que quisiera. Con parsimonia, sin prisa,… vestida con una vieja camiseta y unos pantalones de estar por casa. Estos, desde mi punto de vista, le marcaban todo el culito respingón.

-Me corro… -Susurré. Al tener delante el reloj del horno puedo decir exactamente el tiempo que duré. 4 minutos y 37 segundos.

Ella, al escucharme, cerró los labios en torno al glande. Con la mano dio unas perezosas sacudidas. Recibió los chorros de esperma que se estrellaron dentro de su boca como si nada. Tranquilamente, mirándome a los ojos. Apreté los dientes para no gemir y dejé que el orgasmo me atravesara el cuerpo y me hiciera hasta doblar los dedos de los pies.

Ni siquiera vi el semen pues lo engulló de golpe, relamiéndose después. Se levantó, subiéndome los pantalones. Me dio un beso, esta vez en la mejilla, largo y húmedo.

-Buenas noches. – Me susurró en la oreja.

Y se fue, sin más. La escuché decirle a mi padre que se iba a su habitación. Yo necesité un par de minutos para recuperarme y también subí, metiéndome en mi cuarto. Encendí la videoconsola, aunque me costó concentrarme en el juego.

(…)

Al día siguiente cenábamos los tres, en la misma cocina donde la noche anterior Elena me había dado sus particulares Buenas Noches.

-Pronto será el cumpleaños de Raúl. – Elena rompió el silencio habitual. – Y he pensado que tal vez podríamos regalarle un viaje. –Papá la miró extrañado y Elena prosiguió. Yo estaba con la comida en la boca sin decir nada. – Podríamos llevarlo a conocer Europa, no puede pasarse todo el verano vagueando por casa.

Elena ya me había hablado del viaje. Todo formaba parte de su plan. No solo tenía una mente perversa en el mejor sentido de la palabra, también sabía cómo manejar y manipular a cualquier hombre cuando se lo proponía.

-Ya sabes que no puedo moverme en todo el verano. Tengo trabajo y no puedo salir de la ciudad. – Le respondió fríamente.

-Tienes razón, lo siento. Aunque,… bueno da igual. – Elena dejó las palabras en el aire, como si no quisiera insistir.

Estuvimos unos minutos más en silencio. Papá miraba el televisor y Elena, tranquila, esperaba su momento. Incluso yo pude seguir el hilo de razonamiento de mi padre. Él tenía trabajo y no podía irse de vacaciones salvo alguna escapada. Mandándonos a mí y a Elena de viaje se libraba de su mujer para poder traer a sus putas y sus amantes a casa a la par que la mantenía vigilada. Elena no se atrevería a serle infiel conmigo a su lado. Pura lógica.

-No creo que sea mala idea,… podríais ir los dos sin mí. – Sentenció papá. – Tal vez pueda reunirme con vosotros algún fin de semana. – Ni de coña iba a venir, todo formaba parte del sainete, de la obra de teatro. - ¿Qué tenías pensado?

Elena le explicó que le gustaría enseñarme Europa. Nada demasiado programado, ir saltando de ciudad en ciudad a nuestro gusto. Papá refunfuñó un poco, se hizo de rogar y se quejó del dinero que iba a costarle la broma. También formaba parte de la actuación. En el fondo el precio le parecía barato por librarse de nosotros medio verano. De lo que no se dio cuenta es que éramos nosotros los que nos librábamos de él.

(…)

-Vigílala bien chico. Asegúrate bien que no se le acerqué ningún buitre.

Esa la fue la despedida de mi padre. Asegurarse que su hijo vigilara a su mujer. Era un hombre posesivo, como los niños pequeños que solo se fijan en el juguete cuando otro niño lo agarra. Que él no se acostara con su esposa no quería decir que otros pudieran. Que poco se imaginaba que el amante de su mujer no era otro que su hijo al que acababa de pedirle que la vigilara bien.

Los últimos días Elena había planificado el viaje y había aprovechado las ausencias de papá para seguir practicando mis habilidades amatorias. Fueron sólo unos pocos días y una mañana de verano mi madrastra y yo cogimos un taxi con demasiadas maletas: tres para ella y una para mí, además de un par de bolsas de mano. Fuimos al aeropuerto y cogimos un vuelo. Empezaban mis viajes con Elena.

(...)

Creo que este es un buen momento para poner un punto y aparte a mi historia con Elena. Después de la desvirgación algo había cambiado en la relación. Se cerraba una etapa, donde yo había sido tan sólo un juguete en sus manos, y empezaba otra. Quedan muchas cosas que contar de las que me sucedieron con mi madrastra: el largo viaje en el que recorrimos Europa, el reencuentro con Cristina u otras tantas aventuras que viví en la ilícita relación que manteníamos. Espero regresar pronto para contárselo, así que esto no es un adiós, si no un hasta pronto.

FIN