Los Juegos de Elena 2 El acoso

Elena me estaba acosando. Aprovechaba cualquier excusa para seducir y provocar, poniéndome de lo más nervioso en incomodas y eróticas situaciones.

Durante varios días la imagen de Elena, mi madrastra, masturbándose desnuda en su cama me acompañó a todos los lados. Estaba obsesionado con aquella noche y estaba distraído en todo lo que hacía: en la escuela, con mis escasos amigos, jugando a la videoconsola,… cuando menos me lo esperaba el recuerdo aparecía de manera recurrente en mi cabeza.

La actitud que tenía Elena conmigo aquellos días tampoco ayudaba a olvidarme de lo que había presenciado. Ahora, pasados algunos años, ya sé que Elena me estaba seduciendo, estaba tanteándome e intentando provocar alguna reacción en mí. Supongo que para ella empezó como un juego, como una manera de vengarse de las constantes infidelidades de papá. Pero para mí más que un juego era un problemón. Cualquier adolescente virgen hubiera incluso gozado si la mujer de sus sueños hubiera empezado a seducirle y a insinuarse. Yo no. Ya les expliqué de mi enfermiza timidez y lo nervioso que me ponía delante de cualquier mujer atractiva, especialmente si era mi madrastra. Además, era eso, mi madrastra, la mujer de mi padre. Por eso cuando se inclinaba delante de mí con cualquier excusa para mostrar su escote de generoso busto, cuando se rozaba casualmente conmigo en la cocina, cuando se exhibía en el jardín vestida en ínfimos biquinis sabiendo que yo la observaba desde la ventana de mi cuarto,… no tenía ni la más mínima idea de cómo actuar. Acababa tartamudeando y atrancándome como un estúpido cuando me hacía algún comentario picante o decía algo con un obvio doble sentido. Por lo visto le encantaba ponerme nervioso… y una tarde solos en casa tuvo la perfecta oportunidad para hacerlo.

(…)

Llegué a casa de la escuela y no había nadie. Ni el coche de mi padre ni el de Elena estaban en el garaje como tampoco estaba la asistenta que teníamos durante el día y que se ocupaba de limpiar y cocinar.

Dejé las cosas en mi cuarto y me puse un pantalón corto y una camiseta de deporte. En la planta baja del chalet teníamos un pequeño gimnasio particular. Era uno de los caprichos de Elena para hacer ejercicio en casa aunque normalmente acudía a uno de los gimnasios más lujosos y caros de la ciudad.

A papá no le importaba gastar dinero para tener cierta paz conyugal. Seguramente había comprado las máquinas del pequeño gimnasio para hacerse perdonar alguna de sus infidelidades. Estaba muy bien equipado: una cinta de correr, una bicicleta estática, varias máquinas para ejercitar los distintos músculos del cuerpo, pesas,…

Yo, como recordaran un adolescente tímido, gordito y virgen, estaba decidido a intentar solucionar al menos dos de aquellas cosas y creía que ponerme en forma sería la mejor solución para adelgazar y tener más éxito con las mujeres. Llevaba ya algunas semanas usando el gimnasio, aunque con pocas ganas y luchando contra la pereza.

Estaba ya en las escaleras que llevaban a la planta baja y al gimnasio cuando escuché un coche que entraba en el garaje del chalet. Era Elena. Iba vestida con unos vaqueros ajustados y una sencilla camiseta.

-Veo que vas a hacer un poco de ejercicio,… tal vez me anime y me venga contigo. – Dijo al verme vestido con la ropa deportiva.

Balbuceé una respuesta inconexa. Elena me ponía demasiado nervioso, sobre todo con aquella seductora actitud de los últimos días. No estaba preparado para enfrentarme con aquella mujer que me doblaba la edad y que desde mi despertar sexual había sido mi objeto de deseo.

Bajé al gimnasio y me puse a trotar en la máquina de correr. Aun hoy no sé si quería que Elena bajara o no, sin saber qué hacer ni cómo actuar. Apareció a los cinco minutos y apenas puede decirse que iba vestida. Llevaba un top corto que le iba pequeño. Poco más grande que un sujetador era incapaz de contener sus pechos talla 100, redondos y turgentes. Debajo vestía una malla de atletismo en forma de bragas. Sus muslos torneados y largas piernas estaban completamente desnudos. Al darle un segundo vistazo me fijé que debajo no llevaba nada más y la malla le iba tan ajustada que incluso la rajita de su sexo se marcaba.

Me puse rojo como un tomate, sin saber dónde mirar. Ella actuó de manera normal, como si ir vestida de aquella manera fuera lo más lógico para hacer deporte con su hijastro. Se recogió el pelo, liso, largo y negro, en una coleta y echó un vistazo al gimnasio, como si dudara de cómo empezar el ejercicio.

La bicicleta estática estaba justo delante de la cinta de correr donde estaba yo. Elena caminó hasta allí parsimoniosamente, exhibiendo su cuerpo. A eso iba, pues se subió en la bici y empezó a pedalear. Al principio fue más o menos normal pero a los pocos minutos levantó las nalgas del sillín, dándome la perfecta visión de su culito duro, algo salidito y con forma de corazón. La ropa de licra, con el sudor, empezó a pegarse más a su piel y su vulva se dibujó perfectamente a través de la malla.

Tuve que bajar la velocidad de la máquina de correr a un ligero paso para no trastabillar y caer. Mi pene se empalmó en un segundo, aumentando la dificultad de mantener el equilibrio sobre la cinta. A pesar de la presión de la ropa interior y el pantalón corto un bulto evidente apareció en mi entrepierna.

Continuó bamboleando su trasero provocativamente detrás de mí, moviendo las nalgas con cada pedalada. Me vi asaltado por las dudas, no sabía si quedarme, si marcharme, si decirle algo,… y que decirle; que quería que me follara allí mismo o que parara de hacer eso, pues era mi madrastra y aunque no estábamos emparentados por sangre cualquier cosa que pasara entre nosotros estaría mal. Peor que eso, era totalmente inmoral.

No sé cuánto rato estuve así, embobado mirando su grupa y sumido en un caótico mar de confusos pensamientos. Me sentía mal, culpable, pero también excitadísimo y no podía apartar la mirada de su trasero. De repente se bajó de la bici y empezó a estirar, de nuevo dándome una perfecta visión de su culo, de sus interminables piernas y de sus labios vaginales marcándose en la malla. Estaba muerto de vergüenza por mi erección e intenté esconder, sin demasiado éxito, el pene entre la ropa interior, el pantalón y la camiseta.

Elena se dio la vuelta y cubrió con dos pasos la distancia que nos separaba. Se apoyó en la máquina de correr, inclinándose para darme ahora una perfecta vista de su explosivo escote. El canalillo entre ambos senos estaba perlado de gotitas de sudor. Haciendo un esfuerzo supremo de autocontrol aparté la mirada de sus tetas.

-Hace mucho calor aquí,… creo que dejaré el deporte por hoy y me iré a tomar una ducha… fría… a no ser que quieras que te ayude con algún ejercicio. – Remarcó las últimas palabras pero parecía que estaba diciendo otra cosa.

Me atoré… ¿Mi madrastra se me estaba insinuando? Mi cabeza se inundó de respuestas y fui incapaz de articular nada coherente. Ella esperó, mirándome fijamente con sus ojos oscuros y rasgados.

-Yo… yo… - Tartamudeé.

-Se te ha comido la lengua el gato. – Sonrió. –Pues nada... si necesitas algo ya sabes dónde estoy.

Se marchó, andando lentamente, dejándome con la palabra en la boca.

(…)

Los siguientes días apenas estuve en casa. Evitaba a Elena, temiendo volver a encontrarme a solas con ella. Por las mañanas me marchaba pronto a la escuela, sin apenas desayunar y regresaba tarde, a veces incluso hasta después de cenar. Me quedaba en la biblioteca estudiando o pasaba la tarde con alguno de mis pocos amigos.

Uno de esos días llegué a casa ya siendo de noche. Mi padre estaba durmiendo pero Elena me esperaba en el salón, tomándose una copa de vino y fumando un cigarrillo. Su vestimenta, como siempre, era de lo más sugerente. Llevaba unos vaqueros ajustados que se le arrapaban a las piernas como una segunda piel. La camiseta, también demasiado ajustada, era de color blanco y de escote generoso. La melena negra la llevaba recogida con una coleta detrás de la espalda y algunos mechones de pelo le caían sueltos por la frente. Estaba preciosa.

-Hace días que no se te ve el pelo, estudias demasiado. – Me dijo nada más pasé por el salón.

-Es que… los… los exámenes… están cerca. – Me excusé intentando tartamudear lo menos posible sin demasiado éxito.

-Eres un chico muy responsable pero también tienes que relajarte. ¿Por qué no te tomas una copa de vino conmigo?

-Yo…yo... ma… mañana… tengo clase… es… es... tarde… -Intenté excusarme.

-Tonterías. Una copa de vino no te hará daño y encima te ayudará a dormir y relajarte. Últimamente estás muy nervioso.

Sin darme la posibilidad de negarme se levantó y sirvió dos copas de vino. Ella apenas se puso un par de dedos pero la copa que me tendió a mi estaba bien cargada del líquido oscuro y rojizo.

-Yo ya me he bebido una, así nos ponemos a la par. – Dijo como excusa guiñándome un ojo de manera cómplice.

Nos sentamos ambos en el sofá y empezamos a charlar. Para ser sinceros fue Elena la que llevó el peso de la conversación. Me preguntaba por mis estudios, por mis amigos y por mi vida en general mientras me animaba a que bebiera. Yo no estaba acostumbrado al alcohol y cuando llevaba más o menos la mitad de la copa sentí que el vino ayudaba a relajarme un poco y templaba los nervios que me provocaba tenerla tan cerca. Ella continuó hablando, explicándome cosas de su vida. Por el momento había dejado de lado sus insinuaciones sexuales y los dobles sentidos subidos de tono.

-Debo estar aburriéndote muchísimo hablándote de mi vida. – Dijo de repente.

-No, está bien que podamos charlar. – Respondí automáticamente. El vino había acabado con mis nervios y estos con los tartamudeos

-Eres muy bueno, un auténtico sol. Te has convertido en todo un hombre. Pronto te irás a la universidad, sólo lo que queda de este curso y el siguiente y ya estarás allí. Me acuerdo cuando estudié yo… todas las locuras que hice. Era un poco golfilla. – Añadió con una sonrisa.

-Yo… - Intenté responder algo, pero las palabras se me cruzaron en la garganta. Me ignoró y continuó hablando.

-Tuve unos cuantos,… amigos. – Buscó la palabra exacta. - La verdad es que me lo pasé muy bien y tuve una época alocada. Siempre he sido una mujer muy fogosa y abierta en cuanto al sexo. Incluso tuve mis experiencias lésbicas... -Dejó las últimas palabras en el aire.

Mientras decía aquello me la imagine con otras mujeres,… y mi pene reaccionó creciendo por debajo del pantalón. Sentí la presión de la carne contra la tela mientras ella continuaba hablando. Bebí un sorbo de vino, intentando no atragantarme.

-Para ser sinceros siempre he sido un poco guarrilla en la cama. Me encanta el sexo… pero tu padre hace más de un año que no me toca. – Me quede en silencio, sin saber que decirle. Entre nosotros se hizo un incómodo silencio que rompió ella. – Supongo que habré perdido encanto.

-Eso no es verdad. – Me sorprendí a mí mismo respondiendo. – Eres la mujer más guapa y atractiva que conozco. – Dije de carrerilla, escupiendo las palabras con firme rotundidad. Solo un segundo después me di cuenta que ella misma había provocado el piropo, llevándome a su terreno.

-Eres muy dulce. Me gusta mucho que me digas que soy guapa, aunque no sé si me mientes – Elena volvió a manipularme, jugando conmigo y con las palabras.

-Yo… si… te lo digo de verdad. Eres guapísima,… Seguro que aun estando casada tienes a un montón de buitres a tu alrededor. Cuando entras en una habitación todos los hombres se giran para mirarte. –El alcohol me había dado valor y hacía que mis palabras salieran con más facilidad. – Yo… a veces…

-Gracias. De vez en cuando una mujer necesita que le digan que es guapa. – Me interrumpió.

Entonces me besó. Acercó su rostro a escasos centímetros del mío y sus labios, muy dulcemente, se posaron sobre los míos. Noté como me subía la temperatura y un deseo primario se apoderaba de mí. Se apartó, mirándome a los ojos, esperando mi reacción. Pero como en una mala película todo se vino abajo cuando escuché ruidos arriba. Era papá, que se había despertado y bajaba a la cocina a por un vaso de agua. Tanto Elena como yo nos separamos y ella me soltó una mirada cómplice y tranquilizadora al ver el miedo en mis ojos.

-No le des vino, que no ves que Raúl es solo un crio. – Le recriminó papá a Elena al ver las dos copas vacías.

-Solo han sido dos sorbos. – Respondió mi madrastra. – Lleva todo el día estudiando y he pensado que le iría bien relajarse. Además, ya es todo un hombre.

-Ni él es un hombre ni a ti se te da bien pensar. – Le respondió con desdén. - ¿Y tú, no tienes clase mañana?

-Ya nos íbamos a dormir. – Respondió Elena por mí. – Buenas noches guapo. – Añadió para mí, guiñándome un ojo. – Que tengas unos dulces sueños.

(…)

Después de besar a Elena la evité todo lo que pude durante algunos días más. No puede decirse que fuera un gran beso, apenas había sido un piquito, un leve roce de nuestros labios, pero me hacía sentir terriblemente culpable y volver a quedarme a solas con ella me aterraba.

Ella no dijo nada del beso, como si no hubiera ocurrido, pero seguía teniendo la sensación que el poco tiempo que estaba en casa siempre andaba detrás de mí. Continuaba coqueteando continuamente de manera sutil, provocándome con su cuerpazo,… Incluso cuando seguí regresando por la noche a casa me esperaba y me ofrecía tomarme una nueva copa de vino con ella. Yo, como un imbécil, la rechazaba balbuceando cualquier excusa para encerrarme en mi cuarto.

Pero Elena no iba a dejarlo pasar y sabía que tarde o temprano yo caería en sus redes. Tuvo la oportunidad perfecta una tarde de viernes. Llegué más pronto de lo habitual pues no tenía ganas de quedarme en la biblioteca o de irme por ahí con mis amigos. No esperaba encontrarla en casa, pensando que tal vez estaría por con alguna de sus amigas o en el centro de belleza.

Aunque estábamos en primavera el calor había empezado a apretar fuerte aquel año por lo que decidí que un baño en la piscina sería ideal para pasar la tarde. Con el bañador puesto y una toalla salí al jardín. Allí estaba Elena, tomando el sol, tumbada en una de las tumbonas. Me echó una larga mirada a través de las gafas de sol mientras yo también la observaba a ella. Llevaba un minúsculo bikini rojo que dejaba muy poco a la imaginación. La parte de arriba estaba compuesta de dos triangulitos que apenas tapaban sus pechos, solo una pequeña parte alrededor de las areolas y los pezones y estos se marcaban perfectamente a través de la tela. La parte de abajo era un tanga de hilo que tampoco cubría excesivamente su monte de Venus y dejaba sus nalgas completamente desnudas.

-Hola Raúl. Me alegro de verte, últimamente parece que me estás evitando. – Dijo con una sonrisa.

-Yo… no... ya sabes… los exámenes… las clases... – Respondí intentando excusarme. Aparté la mirada, luchando conmigo para no quedarme embobado y babeando ante la visión de su cuerpo.

-Me vienes perfecto. ¿Te importaría ponerme un poco de crema en la espalda? -Sus labios dibujaban una sonrisa picarona.

Sin esperar respuesta se dio la vuelta, tumbándose bocabajo. Se desató el nudo del bikini para dejar la espalda completamente desnuda. Pude ver perfectamente los laterales de sus pechos redondos aplastándose contra la tumbona mientras me tendía un bote de crema bronceadora.

Me arrodillé al lado de la tumbona y me puse en la mano un poco del bronceador. Muy suavemente esparcí la crema por la espalda. Apenas la rozaba con los dedos y aun así aquel contacto era electrizante. Decir que su piel era sedosa sería quedarse corto y al tacto transmitía el calor de su cuerpo. No era el primer día que tomaba el sol y la piel tenía sutil tono moreno.

-Pon también por el culito,… no quiero que se me queme por el sol. –Dijo juguetona.

-No… se...se … si debería. – Tartamudeé.

-No seas bobo, solo es un poco de crema. –Contestó como quitándole importancia.

Así pues, con dedos temblorosos, le puse crema bronceadora en el culo. Era duro, con forma de corazón y la piel era terriblemente suave. A estas alturas agradecí mi madrastra estuviera tumbada bocabajo y no pudiera ver la erección que asomaba por el bañador.

-Un poco por los lados. – Me dijo.

Al principio no lo entendí, pero al cabo de un instante me di cuenta que quería que no solo embadurnara su espalda y su culo. Me puse más crema en la mano y deslicé mis dedos a los laterales de su torso. Sentí las costillas a través de la piel mientras recorría desde sus caderas hasta el pecho, sin llegar a tocarlo.

-Un poco más arriba,… por el lado…- Las instrucciones de Elena me guiaban directamente hasta su seno.

Al ver que yo no me atrevía a tocar aquel esférico globo ella misma se deslizó un poco por la tumbona, moviéndose de tal manera que lo quisiera yo o no, mis dedos acabaron acariciando el lateral de su teta.

-Justo aquí. – Dijo con una sonrisa divertida.

En aquel momento sólo lo podía intuir, pero mucho más tarde Elena me confesó lo que le divertía verme atorado y nervioso cuando jugaba conmigo de aquella manera. Le encantaba verme tan incómodo y aquella tarde había superado mi límite. Me levanté, apartando la mano de su cuerpo.

-Tengo… que… irme… -Balbuceé intentando tapar con las manos el bulto del bañador.

Me marché corriendo a mi cuarto. Elena dijo algo, pero ni siquiera la escuché. Entré en la casa, subí las escaleras y me metí en mi habitación. Me senté en la cama, confuso y excitadísimo. Una paja era la única manera de aliviar toda aquella tensión. Me bajé el bañador, cogí mi pene y empecé a masturbarme frenéticamente. Estaba tan concentrado que apenas me percaté que Elena entraba en mi cuarto.

-Por eso tenías tanta prisa… - Me asustó y di un bote encima de la cama, intentando tapar mi pene. Llevaba el bikini puesto y me miraba, coqueta, divertida y con un brillo de lujuria en sus ojos marrones. - … si quieres puedo ayudarte con eso.

Continuará…