Los Juegos de Elena 19 Te dejaré seco 2

La noche no había acabado...

-Tres. Descansa un poco… que iremos a por el cuarto.

Elena contaba los preservativos llenos de mi semilla. El tercero lo acababa de dejar en la mesita de al lado de mi cama. Aquella noche había planeado dejarme seco, hacerme correr cuantas veces pudiera y guardaba los preservativos usados como si necesitara un recuento. Me había dado dos pastillas para la impotencia que en mi joven cuerpo de adolescente casi virgen producían un efecto aumentado. Después de tres orgasmos mi pene seguía duro como una roca.

Para aquella fiesta sexual se había disfrazado. La blusa de colegiala; pequeña, completamente empapada de sudor y anudada a su vientre para dejarlo desnudo; era la misma que la del uniforme de mi escuela privada. El sujetador rojo, con una copa bajada y el pecho al aire, era perfectamente visible. La falda a cuadros no era la reglamentaria, era demasiado corta para ello y no podía esconder el tanga, rojo y apartado a un lado después de llevar ya un buen rato follando. Las medias negras hasta la mitad de sus muslos, los zapatos de talón y las coletas a cada lado de la cabeza que recogían su espesa morena negra eran los detalles finales de su sensual disfraz.

Por fin me desató y pude levantarme de la cama para desentumecer los brazos. En aquellos escasos cinco minutos de descanso ambos bebimos agua, recuperando los fluidos perdidos. Ella se fumó un cigarrillo, de pie, apoyada en la mesa de mi escritorio. Yo la observaba, sentando en la cama, bebiéndome la belleza de aquella Diosa del sexo. Seguía excitado a pesar de haber gozado ya de tres orgasmos. La medicación que Elena me había dado mantenía mi pene duro y caliente por lo que mi cabeza no se enfrió en ningún momento. Además, antes de aquella noche me había tenido cinco días sin sus juegos y me había hecho prometer que no me masturbaría, cosa que hice. Mis testículos aún guardaban una buena cantidad de semen que expulsar.

-Ven aquí. – Elena apagó el cigarrillo.

Me levanté de la cama y caminé hasta ella. Me recibió con los brazos abiertos, abrazándome y besándome. Yo también la estreché contra mí y sentí mi pene erecto rozándose con sus muslos. Casi le arrancó la blusita de colegiala cuando se la quité, pegajosa de sudor. Un sudor que lamí de su pecho sin importarme su sabor fuerte y salado, al contrario. Ella misma, para que pudiera chuparle las tetas a gusto, se quitó el sujetador. Después de algunos besos y lengüetazos por los pechos me arrodillé para hacer lo mismo con el vientre. Le metí la lengua en el ombligo. Ella rio, pero en su risa también había excitación. Le bajé la faldita, dejándola solo con el tanga, las medias y los zapatos. Estos últimos se los quitó ella misma después de obligarme a levantarme para besarnos.

Fuimos hasta la cama, donde nos tumbamos cubriéndonos a besos. Después de estar atado la exploración de mis manos por el cuerpo de Elena era ansiosa, urgente. Acaricié sus muslos, su culito respingón y sobre todo me centré en sus pechazos. Supongo que es algo casi atávico y común en la mayoría de hombres heterosexuales y las mujeres lesbianas o bisexuales. Pocas cosas hay más placenteras que amorrarse a un pecho y succionar del pezón como si mamaras. Allí estaba yo, indeciso unos instantes sin saber cuál de sus tetas escoger antes de abalanzarme sobre una y chupársela con avidez. Elena, viéndome tan concentrado y disfrutando de su teta, levantó una mano para coger de la mesita de noche el bote de lubricante erótico que había traído junto con la caja de preservativos. Dejó caer un buen chorro en la palma de su mano y agarró mi pene. La ligera irritación después del buen rato que llevábamos de sexo desapareció al instante y sentí un nuevo frescor. Elena esparció bien el lubricante sacudiéndome el falo y masturbándolo. Me apartó de su pecho para poder ponerme un preservativo y se tumbó en la cama boca arriba. Yo me coloqué de rodillas enfrente de ella.

-Venga,… métemela ya… fóllame… -Me incitó poniéndome uno de sus pies en el pecho.

Aparté la tela del tanga y la penetré, poco a poco, introduciéndome en su sexo y gozándolo centímetro a centímetro. El pie de Elena en mi pecho me frotaba el pezón. La media negra era muy suave y el contacto era más que agradable. Para cuando se la metí toda y empecé el mete saca mi pezón se había empitonado. Ella, al sentirse llena de falo, se retorció como una anguila y gimió con las primeras embestidas. Subió con el pie, acariciándome el pecho y poniéndomelo en la boca. Lo chupé y con él la suave media negra. Pareció gustarle aquella pervertida versión de su hijastro que se la follaba, le comía el pie, alargaba una mano para tocarle las tetas,…

-Vamos… más… dame duro… sí… - Yo no podía contestarle con su pie en mi boca. El otro lo había sustituido y con él apoyado en mi pecho me acariciaba y restregaba los pezones. – Venga… más… fóllame… fóllate a tu jodida madrastra… es lo que siempre… has querido…

Los pechos de Elena botando cada vez que chocábamos eran una gozada para la vista. Verla morderse los labios, abriendo la boca para gemir, con los ojos grandes y oscuros entrecerrados, las coletas de colegiala desparramas por la cama,… todo eran pistas para adivinar que su clímax se acercaba. Al llegar su orgasmo arqueó todo el cuerpo. Durante unos segundos dejó de hablar, solo jadeó incapaz de articular ninguna palabra. Yo paré mis embestidas sin sacarle el pene, simplemente la observaba estremecerse de placer. Su locuacidad no tardó en reaparecer.

-Venga, continua follándome, no te he dado permiso para parar. -Su voz era autoritaria, me obligaba a continuar. No podía negárselo y obedecí como el buen chico que era. Volví a embestirla, una y otra vez, intentando mantener un ritmo constante. A veces lo hacía de manera torpe debido a mi poca experiencia y el pene salía de su cueva por darle con demasiado vigor. – Vuelve a meterla… clávamela… hasta el fondo…

A medida que la follaba las piernas fueron cayéndole hacía delante, levantándose. La apoyó en mi hombros y yo apoyaba mi peso en su cuerpo. Intentaba horadarla lo más profundo posible, empujando y volviendo a empujar sin parar. Mi cabeza solo estaba concentrada en lo que estaba haciendo, en el aliento de Elena bañando mi rostro con cada exhalación de su agitada respiración, en sus labios carnosos, en sus ojazos,… Y llegué. Mi cuarta corrida, el cuarto trofeo de Elena. Gruñí y me quedé quieto mientras su vagina exprimía mi pene.

-Cuatro. – No esperó a que saliera de encima para hacer su pequeño recuento personal.

Cuatro orgasmos para mí y dos para ella, pensé cuando me tumbé a su lado. Me quitó el preservativo, hizo un nudo y lo dejó al lado de los otros. Apenas me dejó unos segundos de recuperación y antes de que mi sexo perdiera un ápice de dureza le dejó caer una buena dosis del refrescante y revitalizador lubricante. Lo embadurnó con la mano y añadió más frescura empezando a lamerme el falo. El lubricante era comestible y parecía estar delicioso, por la manera en que Elena me mamaba la polla. Lametones de la base a la punta, chupadas con los mullidos labios, húmedos besos en el glande,… Se la tragó toda, clavándosela en la garganta. La medicación contra la impotencia y la mamada me mantuvieron dispuesto a continuar.

-Ahora vas a follarme a cuatro patas. – Dijo sin soltarme el pene. – Me vas a follar como a la perra guarra soy… Repítelo.

-Voy a follarte a cuatro patas como la perra guarra que eres. – Le contesté mirándola a los ojos.

-¿Vas darme duro? – Preguntó entre lametón y mamada. - ¿Vas a darme unos buenos azotes por ser una niña mala?

-Si… Si… - Le respondí.

Cogió un preservativo y me lo colocó con rapidez para no perder ni un instante. Se quitó el tanga antes de ponerse a cuatro patas sobre la cama, con la cabeza apoyada en la almohada y el culo en pompa. Me arrodillé detrás de ella. Froté el glande por toda su rajita antes de penetrarla. Ella, más ansiosa que yo, me cogió el pene para encararlo en su entrada y cuando sintió que la punta estaba dentro movió las caderas hacia atrás, enterrandose ella misma el miembro. Puse ambas manos en su cintura y empujé. Se la saqué casi toda, dejando solo la punta dentro y volví a empujar con un golpe seco. Lo repetí, varias veces. Decidí aumentar el ritmo, dando cortas y rápidas embestidas.

-Azótame… soy una niña mala… - La escuché con la voz apagada por la almohada que estaba mordiendo.

Cuando la palma de mi mano azotó su culo la nalga respingona y dura vibró y un par de mis dedos quedaron marcados en la piel. Pidió más. Así que mientras la percutía le golpeé las nalgas varias veces hasta todo el culito mostraba un color enrojecido.

-Tírame, de las coletas… fóllame tirándome… -Antes de que acabara la frase la entendí perfectamente.

Empecé con una. Agarré la larga coleta de suave pelo negro y tiré. Al principio no fue muy fuerte pero Elena me pidió que tirara sin miedo.

-Tira fuerte… no seas nenaza… -Me provocó.

Lo hice y levantó la cabeza automáticamente. Gritó y por un momento pensé que me había pasado. Todo lo contrario. El dolor pareció espolear su placer así que continué empujando, disfrutando de como mi pene parecía chapotear en sus flujos, como era estrujado con las paredes de su vagina, de cómo se deslizaba entre los hinchados labios,… Cogí la segunda coleta y tiré. Parecía que llevara una moto. Elena, con la cabeza alta, el cuello estirado y la espalda arqueada, gemía como una poseída y continuaba pidiendo más.

Perdí la noción del tiempo. Para mí solo existía Elena, su cuerpo y la fricción de nuestros sexos. Hasta que al cabo de no sé cuánto tiempo me corrí por quinta vez consecutiva en lo que sin duda era una proeza sexual de la que horas antes no me hubiera considerado capaz. No me extrañaba que los hombres mayores usaran ese tipo de pastillas, eran milagrosas. Al acabar me tiré en la cama. Estaba completamente exhausto y sentía el pene irritado, aunque no empequeñeció. Perdió algo de su dureza y se quedó a medias, no completamente erecta, no completamente flácida.

-Cinco.- Elena retiró el condón y lo puso con los otros. Intenté decirle que yo ya no podía más pero me faltaba el aliento.

Bebió de la botella de agua y me la tendió. Bebí con sed, recuperando líquidos. Ambos estábamos empapados de sudor. Mi respiración se normalizó y la miré. En sus manos ya había otro condón y el bote de lubricante.

-No puedo más. Estoy agotado. – Confesé. Me miró enfadada, casi furiosa y dejó el condón y el lubricante en la cama y se sentó a horcajadas sobre mí, agarrándome las muñecas y manteniéndome clavado a la cama.

-¿No vas a follarme otra vez? – Levantó las manos y las llevó hasta ambas tetas. El instinto hizo que las abriera para intentar abarcarlas. - ¿Acaso no estoy buena? ¿No me merezco que me folles otra vez? – Bajó las manos obligándome a recorrer el torso hasta la cintura. – Pensaba que eras más hombre…. – Hasta un chavalín de 16 años como yo sabía lo que estaba haciendo. Apelaba no solo a mi deseo, si no a mi orgullo. Quería picarme y por muy evidente que fuera lo consiguió.

Me levanté para besarla con fuerza, casi con violencia. Al separarnos ella sonreía. Reptó por mi cuerpo hasta quedarse a la altura de mi entrepierna. Cogió mi semiflácido pene y se lo puso en la boca sin importarle lo más mínimo los restos de semen. Debía oler fuerte pero a esa guarrísima versión de Elena eso solo podía ponerla más cachonda. El súcubo que en ella habitaba se alimentaba de mi esperma, de mi juventud y de mi vitalidad.

No le costó demasiado tenerme duro de nuevo. Era demasiado buena mamando y las drogas contra la impotencia eran una inestimable ayuda después de cinco orgasmos. Cuando consiguió tenerme bien empalmado volvió a aplicarme una buena dosis de lubricante. Me puso el condón, con la boca, mirándome a los ojos. Por encima del preservativo dejó caer más lubricante y se levantó. Caminó hasta mi escritorio, apartó los papeles y se sentó en la punta con las piernas bien abiertas y el coño hinchado y chorreando.

-Ven aquí y fóllame como me merezco. – Exigió.

Me levanté de la cama. Me puse delante de ella, de pie. Me cogió la polla con agresividad y me ayudó a metérsela. Ambos empezamos a movernos, acompasando nuestras embestidas poco a poco. Elena me cogió por la nuca y me atrajo hacia ella. Me besó y mordió. Su otra mano estaba en mi culo y espalda y me clavaba las uñas en la carne. Me empujaba hacía ella, marcándome el ritmo. Yo, entre nuestros cuerpos, colé una mano para amasarle la teta. Sus muslos se apretaron contra mi cuerpo y no pude evitar pensar lo bien que se sentía estar entre ellos. A pesar de que la irritación del pene se había convertido en un dolorcillo constante no podía parar. Elena, espatarrada en mi escritorio con las piernas abiertas, era un bocado demasiado apetecible. Ambos coordinamos los movimientos para que nuestros genitales siguieran en una constante y mecánica fricción. Nos mirábamos a los ojos y los de Elena eran desafiantes y apelaban a mi resistencia y hombría.

-Va… dame más… fóllame como me merezco… toda la vida esperándolo… venga…

Entrecerró los ojos, dejando la caer la cabeza en mi cuello. Me mordió, me chupó la piel succionándola con fuerza y cuando se corrió dejó escapar la presa para suspirar.

-Oh… sí…Dios… así…- . El tercer orgasmo de Elena. Cinco a tres, conté. Seguía ganando y me parecía imposible igualar el marcador.

El orgasmo no la detuvo. Pasó una pierna por delante de mi cuerpo y se tumbó, con el tronco apoyado en el escritorio boca abajo. Lo hizo de tal manera que mi pene no abandonó su interior. Afianzó los pies y con voz ronca me ordenó seguir.

-… no te quedes quieto…

La agarré por el torso, sintiendo las costillas en las palmas de mis manos y continué. Acaricié la larga espalda mientras la percutía. La piel estaba mojada por el sudor y la carne temblaba con cada golpe de mi pene. Ella seguía en estado de frenético trance sexual y no paraba de pedir más y más. Incluso vi como escondía una mano entre sus piernas y se tocaba mientras yo la penetraba.

Me incliné sobre su espalda, apoyando parte de mi peso en su cuerpo. La besé, lamí el sudor, mordisqueé su cuello,… y nos corrimos los dos, casi al unísono. Su orgasmo, con mi miembro dentro y dos de sus dedos acariciándose el clítoris, la obligó a apoyar la cabeza en el escritorio y a resoplar con fuerza. Todo su cuerpo se estremeció y las contracciones de sus paredes vaginales me asfixiaron el pene, completamente enterrado en su carne. No pude soportar la presión e instantes después experimenté un sexto orgasmo. No tan intenso como los primeros pero igualmente placentero. Me quedé unos segundos apoyado en su espalda, recuperándome. Salí de su interior y la dejé, sin decir nada, quitarme el preservativo y dejarlo con los otros.

-Seis. –

Supuse que por fin Elena estaría satisfecha. Me dolía todo el cuerpo de agotamiento y sobre todo era más que consciente de la irritación de mi pene. Las pastillas parecieron perder algo de su efecto y menguó en tamaño y sangre. Pero no del todo, era imposible con el estímulo de tener a Elena a mi lado. Además, el olor a sexo del cuarto mantenía cierta excitación latente en mi subconsciente. Bebí más agua y me tiré en la cama. Elena se quedó de pie, también bebiendo y encendiendo un cigarrillo. Me miraba, fumando, en completo silencio. Cuando se terminó el cigarrillo se tumbó a mi lado, con la cabeza apoyada en mi hombro y una mano acariciando distraídamente mi pecho. Estábamos callados, yo recuperando en resuello y Elena planeando como revitalizarme una vez más. Quería un último trofeo.

Empezó dándome besos en el cuello y detrás de la oreja. La mano en mi pecho empezó a ser más activa, haciéndome sugerentes cosquillas con las uñas y jugando con mi pezón. Cuando intenté protestar me silenció con un dedo en la boca antes de besarla. Se subió encima de mí y continuó besándome largos minutos. Ya no había agresividad por su parte. Ahora se tomaba las cosas con mucha calma, poco a poco, echando unas últimas ascuas a la hoguera para que ardiera un poco más. Dejó mi boca y bajó hasta mi pecho. Al igual que había hecho yo con sus pezones succionó los míos. Los labios se cerraron en torno a él y mamó. Lo lamió varias veces, pasando toda la lengua por él antes de cambiar al siguiente. Bajó por el obligo, donde metió la lengua. La movió circularmente, haciéndome estremecer. Y llegó hasta los genitales. Después del buen rato que se había pasado lamiéndome el cuerpo había recuperado parte de su dureza, pero no del todo. Nada que no fuera una polla completamente empalmada era tolerable para Elena. Terminó de endurecerme con la boca, con una de sus lentísimas mamadas. Trataba a mi pene como si fuera un helado. Lo lamía y lo chupaba como si pudiera deshacer el hielo y saborear la dulzura. Gozaba con cada chupada. Agradecí la humedad de su boca, sobre todo por la abundancia de saliva que usó. Incluso escupió sobre el pene varias veces, dejando caer grandes goterones de saliva. Eso menguó mi irritación considerablemente y cuando se ayudó de la mano para pajearme lentamente solo sentí placer.

-Para la última voy a follarte a pelo, sin condón, pero tienes que avisarme antes de correrte. –Asentí y ella apuntó mi pene y lo encaró dentro de ella. Se dejó caer muy lentamente. Ví como mi sexo iba desapareciendo dentro del suyo. Y sobre todo lo sentí.

Elena, aparte de la práctica, me dio una gran educación sexual y me enseñó la importancia de usar condones para tener un sexo sano y seguro. Pero se pierde parte de la gracia. Penetrar una vagina sin ninguna barrera es una experiencia sublime. Sentir todo ese calor y toda esa humedad, gozar del roce del glande con las paredes vaginales, experimentar toda aquella carne rodeándole a uno,… es sencillamente una de las mejores experiencias de la vida.

-Joder… -La sonrisa de mi madrastra se ensanchó.

-¿Te gusta? – Dijo cuándo desplazó las caderas de lado a lado. –Ya sabía yo que ibas a querer follarme otra vez.

Paulatinamente incrementó el ritmo hasta que ya estaba batiéndome el sexo en lo que era una de sus mejores tretas. La cintura se movía dibujando una redonda perfecta por lo que mi pene también lo hacía en su interior. No hace falta mucha imaginación para saber la reacción que eso provocaba, el roce y estrangulamiento constante. Lo repitió varias veces antes de cambiar y cabalgar propiamente dicho. Mi pene salía, entraba, salía, entraba, salía, entraba,… cada vez más rápido hasta que el zarandeo que provocaba en mis testículos los hacía rebotar contra su culito. Paró unos segundos y se inclinó sobre mí, clavándome las tetas y los pezones en el pecho. Ambas bocas se juntaron, pegándose los labios y enroscándose las lenguas. Cuando separamos las bocas entre ellas quedaron hilillos de saliva.

Elena irguió la espalda para continuar bailando. Eso era, una bailarina, moviendo el cuerpo para que toda la energía se concentrara en una parte muy concreta de la anatomía, la entrepierna. Consecuentemente eso también afectaba a la mía, haciendo que las seis corridas parecieran desaparecer y las sensaciones fueran tan intensas como al principio.

-Elena… Elena… - Me había dicho muchas veces lo que le ponía escuchar su nombre entre gemidos saliendo de mis labios. No lo forzaba.

No se cómo mis manos acabaron posadas en su cuerpo. Una en su muslo y cintura, la otra en su pecho. La piel transmitía calor, estaba empapada de sudor y era suave como la seda. Sobre todo la de su teta salvo por una excepción: el durísimo pezón, respingón y rosado, que estaba entre mis dedos. Lo pellizqué suavemente y eso pareció iniciar una reacción en cadena en el cuerpo de mi madrastra que acabó con una explosión en su vagina. El orgasmo la hizo estirar la espalda y levantar el cuello para gemir a gusto, para dejarse ir y disfrutar de todo el placer acumulado en unos pocos segundos mágicos. Se levantó, dejando mi pene brillante de sus flujos. Apuntaba hacia arriba, cansando, rojo, irritado,… pero aún en pie para una última salva. Me besó y sus ojos oscuros también brillaban, pero de una lujuria no del todo saciada.

-Me has follado muy bien. Esta noche te has portado como un hombre,… - Se levantó de la cama, arrodillándose a los pies. -… ahora levántate.

Me levanté, poniéndome de pie enfrente de ella. Antes de cogerme el pene se la lamió la mano y escupió un abundante chorro de saliva. Me pajeó, con fuerza, mientras hundía la cabeza en mis testículos, lamiéndolos.

-…Córrete en mi cara… mánchamela… de esa lechecita caliente tan rica… - Intercalaba las palabras poniéndose mi huevo en la boca y succionándolo. –

Se apartó de mis testículos, frotándose en glande en la cara: en los mullidos labios, en las mejillas, en la nariz,… No sé cómo podía conservar energía para sacudirme el pene con aquella fuerza y rapidez. Tanta que finalmente estallé. La corrida, no muy copiosa debido a las anteriores, se estrelló en su precioso rostro, manchándolo todo de blanco. Los goterones acabaron en sus mejillas y en sus labios, resbalando por la piel.

-Siete. – Dijo en voz alta. – Todo un récord. - Sonreía, con la cara hecha un cuadro.

Siete a cuatro, pensé. Elena me había ganado por goleada aunque eso no parecía importarle. En cuanto al récord les aventuraré que nunca pude superarlo. Aunque repetimos en alguna ocasión especial una maratón de sexo como aquella jamás me corrí más de siete veces. De hecho solo lo igualé una vez, pero eso tal vez se lo cuente mucho más adelante.

Elena se levantó mientras yo volvía a sentarme. Cogió los seis preservativos y su teléfono móvil. Sosteniendo los condones y con la cara manchada de lefa se hizo una foto. La miré, extrañado.

-Así me acordaré de la noche en que te hice correr siete veces. – Contestó con una sonrisa entre pícara y orgullosa por la proeza. -Cógete el pijama y ven conmigo a la ducha. No creo que quieras dormir aquí. – Dijo señalando a la cama.

Era verdad. Mi cama, todo mi cuarto, apestaba a sudor, a flujos y a sexo. Mientras yo cogía un pantalón y una camiseta ella tiró a la basura los condones. Cogió su ropa, esparcida por el suelo y la seguí hasta su cuarto. Nos fuimos a la ducha y nos refrescamos. Elena se vistió con un camisón y se tumbó en la cama, a mi lado. Ya amanecía. Habíamos estado follando toda la noche y apenas puse la cabeza contra la almohada mis ojos se cerraron. Mi último pensamiento consciente fue para Elena. Cuando empezó a jugar conmigo me prometió tirarme a mi cama, volverme loco y dejarme literalmente seco. Sonreí, ya casi durmiendo, con la certeza que Elena siempre cumplía sus promesas.

Continuará…