Los Juegos de Elena 18 Te dejaré seco

Cuando Elena había empezado con sus juegos me prometió que me tiraría a la cama y me dejaría seco. Había llegado la hora de cumplir esa promesa

Después de la noche en que Elena me había desvirgado estuve varios días en completa abstinencia sexual. Permitan que me explique. Para el fin de semana mi padre tenía planeada una cacería con sus amigos. Se iban a una aislada finca donde la caza era solo una excusa para estar de fiesta y encerrarse con prostitutas en largas juergas. El problema es que debía esperar toda la semana para quedarme a solas con mi madrastra.

-Ya verás que bien nos lo pasaremos… tengo reservada una sorpresita especial. -Me dijo Elena.

Pero disfrutar de su sorpresa tenía una condición, no más juegos durante toda la semana, hasta que papá se marchara. Incluso me hizo prometer que no me masturbaría. Según sus palabras textuales quería toda mi rica lechecita para ella. A pesar de las tentaciones de un muchacho que acaba de descubrir el sexo me aguanté. A algunos puede parecerles un esfuerzo menor, no para mí, pues Elena me despertaba un deseo urgente y adictivo. En sólo dos días ya iba cachondo perdido.

Pasé la semana intentando distraerme: nadando en la piscina, haciendo deporte en el gimnasio, jugando a videojuegos, quedando con amigos,… hasta que por fin, el viernes por la tarde, mi padre desapareció. Esperaba que Elena se me tirara encima nada más escuchar el coche salir del garaje pero aun tuve que aguantar un poco más.

-Vendré después de cenar. Voy a buscarte una sorpresita especial y después he quedado con unas amigas. – Debió ver mi cara de decepción y añadió. – No te preocupes, no llegaré tarde. Ten un poquito más de paciencia.

Me dio uno de sus enroscados y húmedos besos con lengua y me dejó con los genitales a punto de reventar.

(…)

Cuando Elena regresó, bastante pronto, yo estaba en mi cuarto. Llevaba en la mano una bolsita con lo que adiviné era parte de mi sorpresa. De dentro sacó una cajita, la abrió, dejó caer dos pastillas azules en la palma de su mano y me las tendió.

-¿Qué es esto?- Pregunté con las dos pastillas en la mano.

-Es una medicina especial. Los hombres mayores la toman para poder tener erecciones. –Sus ojos brillaban de pura picardía. – Tú no tienes problemas, por lo que el efecto será mucho más potente. Con esto puedo follarte sin parar toda la noche y te mantendrá la polla dura por muchas veces que te corras.

Me quedé sin palabras y sin acabar de entenderla. No sé si alguna vez han tomado algún tipo de medicación contra la impotencia, pero el efecto que tuvo en mí durante la noche que les relataré a continuación fue la anticipada por Elena. Un pene completamente duro a pesar de los muchos orgasmos.

-Te prometí un día que te tiraría a esta cama. – Señaló la cama de mi cuarto. – Y te dejaría seco… y esto es lo que pretendo. Voy a vaciarte las pelotas, voy a hacerte correr todas la veces que pueda: cinco, seis,… las que sean, seguidas y sin parar. –Añadió con su voz más lasciva. -Ahora tómatelas.

Engullí las dos pastillas sin pensármelo dos veces. Mientras la medicación hacía efecto me hizo esperar un rato más y ella se fue a su cuarto con la misteriosa bolsa con intención de cambiarse de ropa. Tardó unos minutos que se me hicieron eternos. No sé si fue por autosugestión pero empecé a sentir un extraño cosquilleo en la entrepierna. Cuando por fin regresó a mi habitación el cosquilleo se convirtió en una casi instantánea erección.

Iba disfrazada de colegiala. Llevaba la blusa blanca del uniforme femenino de mi exclusiva escuela privada. No sé de donde la había sacado y tampoco era de su talla. Sus tetas parecían a punto de hacer explotar los botones de la prenda. Las aperturas entre ellos mostraban un escueto sujetador de color rojo. Tenía los faldones de la blusa desabrochados y anudados por encima de su plano y esculpido vientre, dejando desnudo el gracioso ombliguito. La falda no era la reglamentaria. De cuadros, verdes y rojos, casi no merecía el nombre de falda de lo corta que era. Apenas le cubría los muslos, tersos, fuertes, interminables,… las medias le llegaban hasta la mitad de esos mismos muslos y eran de seda negra. Los zapatos de tacón alto le estilizaban la ya de por si exuberante figura. Completaba el disfraz con maquillaje, sobre todo concentrado en unos rojísimos labios, y con el peinado. La melena negra estaba recogida en dos coletas que caían por sus pechos. En sus manos había una caja de preservativos y un bote de lubricante.

-Me he vestido así porque voy a ser una niña muy mala… - Se acercó a mí, tiró los preservativos y el lubricante a la cama y me empujó hasta la pared. La mano la llevó a mi entrepierna y presionó con fuerza, aplastándome la erección. - … muy muy mala…

Normalmente era agresiva en sus arrebatos de pasión, pero esta vez parecía querer superar el límite. En un santiamén me quitó la camiseta y los pantalones, dejándome tan solo con los calzoncillos puestos. Yo seguía de pie, apoyado en la pared, mientras ella continuaba frotando la mano en el paquete. No solo me besó, su lengua profanó mi boca como un ariete en las puertas de un castillo. Me sobó el cuerpo, acariciándome con manos bruscas y urgentes.

-

Voy a enseñarte

lo guarra que puedo llegar a ser. –

Me empujó, tirándome en la cama y advirtiéndome que no me moviera. Rebuscó en mi armario para sacar de allí una corbata. Se tiró sobre mí, me cogió las manos y empezó a atarme. Lo hizo con las muñecas bien juntas y amarrándome también al cabezal de la cama. Teniéndome inmóvil pareció calmarse un poco y se sentó sobre uno de mis muslos. Con su mejor cara de niña traviesa empezó a jugar con el bulto de los calzoncillos. Mi pene se marcaba perfectamente en la tensa tela.

-Que dura la tienes… - Se mordió el labio inferior mientras presionaba la protuberancia con un sólo dedo. - … ¿Te pone cachondo mi disfraz? – Susurró.

Asentí y ella, muy poco a poco, pellizcándola con los dedos, bajó la costura de los calzoncillos. Presionaba de tal manera que también retiró la piel del prepucio, quedando mi glande aprisionado entre el borde de la ropa interior y mi vientre. Zarandeó, arriba y abajo, pajeándome con mis propios calzoncillos. Para lubricar dejó caer un espeso salivazo que se estrelló en el enrojecido capullo. Me masturbó de esta manera, sonriendo perversa. Lo único que pude hacer fue gemir y estirar los brazos inútilmente, bien atados a la cama. Me sentí indefenso, en sus manos. Ella también lo sintió y lo estaba disfrutando.

-Bien cachondo… como a mí gusta… - Para no estarlo después de los días pasados sin orgasmos y su sexy disfraz de colegiala.

Por fin terminó de quitarme los calzoncillos. Mi pene, completamente erecto, la saludó rebotando cuando la ropa interior cedió su presión. Ella se puso de rodillas sobre la cama e inclinó la cabeza hasta mi entrepierna. Pareció observarla, valorarla e incluso olisquearla. Abrió la boca, sacó la lengua y la cubrió con un solo lametón. La saliva estaba fresca, en contraste con el calor que desprendía mi falo. Lamió de nuevo, varias veces.

-… Elena… - Gemí.

El tiempo de abstinencia había destruido cualquier resistencia que pudiera ofrecer. La saliva de Elena ya no refrescaba, era ardiente lava en un volcán que estaba a punto de explotar. Ella controló esa ansiedad. Cuando encerró el glande entre los gruesos labios apenas mamó, solo lo suficiente para que volviera a repetir su nombre entre gemidos. No lo suficiente para que la erupción del volcán explotara aún.

-Pobrecito, que cachondo estás. – Afirmó, mirándome a los ojos. - ¿Quieres correrte en mi boca?

-Si, por favor. – Más que quererlo, lo necesitaba.

-No lo sé,… ya te he dicho que soy una niña traviesa. – El escueto disfraz de colegiala le sentaba como anillo al dedo a la definición de niña traviesa.

-Por favor Elena, no puedo más. – Mi voz sonaba desesperada.

-Me encantaría tenerte así un buen rato, pero como eres un chico tan educado y lo pides por favor... – Respondió con una sonrisa. -… además, a las niñas malas como yo lo que más nos gusta es pervertir a los chicos buenos como tú…

Se comió mi pene de golpe. Empezó a mamar, lentamente, haciéndome disfrutar del mullido tacto de sus labios, del calor de su saliva y de su lengua juguetona dentro de la boca. Subía y bajaba la cabeza mientras chupaba, no dejando ni una porción de falo sin cubrir. Mamaba con una viciosa determinación, levantando la vista y mirándome con lujuria directamente a los ojos.

Elena se dio cuenta que mi orgasmo era inminente. No hizo nada más que seguir mamando y dejó que la corrida explotara en su boca. Después de cinco días mis testículos estaban bastante cargados y la cantidad de semen que se estrelló en su garganta y paladar fue de récord. Por fin algo de la presión de mi bajo vientre se alivió, aunque no sé si fue por las pastillas o por el deseo acumulado necesitaba mucho más.

Cuando terminé de correrme Elena cogió de la caja un preservativo, lo abrió y se lo puso en la boca, soplando y escupiendo la ingente cantidad de semen dentro. Lo observó unos segundos con una mirada lasciva.

-Una. – Contó la primera de mis corridas de la noche.

Ató el preservativo y lo dejó en la mesita, al lado de la cama. Aquella noche los condones usados iban a ser una especie de trofeo,

una

prueba fehaciente de cada uno de mis orgasmos. Apenas tuve tiempo de fijarme ni de pensar en ello pues ya estaba cogiendo otro condón, abriéndolo y poniéndomelo.

-Vamos a por la segunda. – Dijo con su voz de perversa sexual.

No necesitó subirse la falda de colegiala de lo corta que era. Simplemente desplazó el tanga a un lado, mostrándome que la mamada, tenerme atado a la cama y cachondo perdido también la habían excitado. El dulce coñito de Elena estaba hinchado y brillaba. No tuve mucho tiempo para contemplarlo pues cogió mi pene y se lo metió dentro, de un simple golpe. Sentí el falo rodeado de estrecha carne que aun a través del preservativo me transmitía una acogedora calidez. Se apoyó con los pies en la cama, casi de cuclillas, sin importarle tener los zapatos de talón alto encima de las sabanas. Las manos las apoyó también en la cama y empezó a moverse. La cabalgada comenzó poco a poco, con un ritmo creciente. Se inclinó para besarme, metiéndome la lengua lo más hondo y bailando con la mía.

-Te dejaré seco… voy a dejarte la polla en carne viva de tanto follarte…- Me decía tirándome el aliento en la cara.

Puso la espalda recta y con la fuerza de sus piernas continuó cabalgándome, cada vez más furiosa y frenética. De nuevo intenté zafarme de las ataduras pero Elena había hecho unos nudos fuertes que me mantenían bien amarrado a la cama. Movió las caderas circularmente, haciéndome la batidora, la que parecía ser una de sus especialidades. Mi polla se movía dibujando redondas dentro su cueva. Cambió para moverse hacia delante y hacia detrás, cogiéndome de los hombros para hacer más fuerza. Las bajó en una caricia por todo mi pecho, sobándome.

-Córrete… córrete para mí… vamos… - Jadeó.

Ahora botaba sobre mi polla. Subía, dejando el pene casi totalmente fuera. Bajaba, de un golpe, tragándoselo. Nuestros cuerpos chocaban con un ruido seco que se iba haciendo más seguido a medida que aumentaba la velocidad.

Se movía con un único y sencillo objetivo: Hacerme correr lo más rápido posible. Lo consiguió pronto. Elena me abrumaba, era capaz de destrozarme sexualmente hablando y me lo demostró. No pude aguantar y me corrí. Fue casi tan intenso como la primera vez y solo entonces empecé a deshacerme de la urgencia y ansiedad que me había consumido durante los días de abstinencia. Noté como llenaba el preservativo de semen mientras ella bajaba el ritmo al ver como mi rostro se crispaba por el fuerte placer. Se sacó el pene y se arrodilló a mi lado. Me quitó el condón, le hizo un nudo y le dejó, con cuidado, al lado del otro.

-Dos. – El segundo de sus trofeos.

Creí que después del violento sexo que acababa de practicarme no podría más pero había dos factores que hicieron que mi pene siguiera empalmado, sin perder nada de su dureza. La primera eran las pastillas para la impotencia que me había dado, con su efecto aumentado por mi cuerpo sano y joven. La segunda razón fue que Elena se arrodilló entre mis piernas abiertas y empezó a jugar con sus siempre diabólicos dedos.

-Que polla tan dura, como me gusta. – La presionó y aplastó contra mi vientre y al soltarla el resorte que la hacía saltar se accionó, volviendo a ponerla bien derecha y apuntando al techo. – Bien empalmada.

A continuación me hizo levantar las piernas, bien abiertas y separadas. Mi trasero quedo ligeramente levantado y ese parecía el siguiente objetivo de Elena. Solo con la uña recorrió la raja de mi culo, llegando hasta los testículos y siguiendo hasta el glande. Eran unas más que agradables cosquillas. Repitió el mismo gesto y un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, dando un pequeño respingo. Elena se rio de la reacción y continuó.

Acercó la boca a los testículos y el escalofrío se convirtió en placer. Se puso uno de los huevos entre los labios y succionó a la par que lamía la piel. Las manos no estaban quietas y seguían haciéndome cosquillas en el culito y en el pene. Se cansó del trasero y cogió este último para pajearme mientras seguía comiéndome los testículos. Estuvo un rato así, asegurándose que mi pene no iba a desfallecer. Al comprobarlo cogió un nuevo condón. Rasgó el envoltorio con la boca y lo encaró en mi glande, pero esta vez no lo puso con la mano, si no con la boca. Rodeó con los labios el profiláctico y enfundó en el pene empujándolo. En ningún momento dejó de mirarme a los ojos.

-Vamos a follar un poquito más…

Con el condón ya puesto se levantó, poniéndose de pie sobre la cama. A mí me obligó a mantener las piernas abiertas, levantadas y separadas. Ella también abrió las piernas, me cogió el pene y se lo metió. Quedó de cuclillas, apoyando todo su peso en mis muslos levantados. Debo reconocer que la postura era incomoda pero terriblemente morbosa. Más tarde supe que era conocida como la de la Amazona.

Así que de nuevo, con ella al control, empezó a follarme buscando la tercera corrida de la noche. Con aquella original postura podía volver a cabalgarme a su antojo, dejándome a mí el papel de sujeto pasivo. Aquella noche Elena solo quería una cosa de mí: mis corridas, mis orgasmos y los trofeos en forma de preservativo lleno de semen. Para ello se movía, adelante y atrás, cimbreando el vientre plano. En su interior mi pene era sacudido sistemáticamente. Este empezaba a dolerme un poco, irritado después de tanta acción. Aun así el placer era superior, más intenso que cualquier molestia. Sin contar con el soberbio espectáculo de ver a Elena de cuclillas botando encima de mi cuerpo con su atuendo de colegiala porno.

Se acomodó mejor, dejando las cuclillas para apoyarse en la cama con las rodillas y las piernas más abiertas. Con mejor acomodo y apoyo el ritmo de la follada se volvió mucho más rápido y fuerte. Las manos sujetaban mis tobillos, manteniéndome las piernas levantadas.

-Sí… vas a ver… lo que es bueno… voy a exprimirte…- Me decía gimiendo pues aunque eran mis orgasmos, seguidos y casi sin descanso, su objetivo, ella también estaba gozando de lindo.

Volvió a aumentar el ritmo, haciéndolo brutal, casi incapaz de soportar. La sudada piel de nuestros muslos se pegaba como un velcro con cada una de sus embestidas. Estuvo unos minutos así, cabalgándome a lo amazona con la misma habilidad de una jinete. De repente se le enturbiaron los ojos y tuvo que soltarme las piernas. Estiró la espalda hacía atrás, apoyando las manos en la cama y exhaló un largo gemido. Los estertores de su cuerpo me hicieron saber que mi madrastra acababa de tener su primer orgasmo de la noche. 2 a 1, pensé en un momento de lucidez, contando también el marcador.

El orgasmo de Elena no la aplacó. Me dejó tumbar las piernas cuando se sacó, solo momentáneamente, mi pene de dentro. De nuevo quiso cabalgarme, pero con la novedad de hacerlo dándome la espalda. Se clavó el falo de nuevo y empezó a moverse. La cortísima faldita de cuadros apenas cubría el vaivén de las nalgas respingonas rebotando contra mi vientre. Me quedé hipnotizado viéndole el culo: arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo,… cada vez más rápido. El hilo del tanga estaba mal puesto después de tanto ajetreó y cruzaba una de sus nalgas morenas como una herida roja. Maldije de nuevo estar atado pues en aquel momento me hubiera encantado cogerla de la cintura, amasarle el culo, acariciarle los torneados muslos,... Al rato me privó de la privilegiada visión de sus soberbias nalgas. Sin sacarse el pene se dio la vuelta, quedándose cara a mí. Lo que quería era ver mi expresión de deseo, ver como mi rostro se crispaba cuando me hacía sufrir de placer. No dejó de moverse, de follarme, cuando se inclinó. Hubo más besos lascivos y húmedos, con su hábil y diabólica lengua dentro de mí boca. Cuando se separó esta quedó entreabierta y Elena lo aprovechó para escupir su saliva dentro de ella. Era una guarrada, lo sé, pero de eso se trataba, de sexo guarro y sucio.

Con la espalda enderezada se acarició un pecho, apartando la copa del sujetador y liberando la esférica teta. Se pellizcó el pezón, jugando con él como si fuera un sintonizador de radio. Se mordía el labio inferior, se lo lamía,… siempre mirándome a los ojos. Todo era parte del show para incitarme, calentarme y hacerme correr por tercera vez seguida. Alargó la mano hasta las mías y me desató solo una, dejando la otra bien amarrada a la cama. No la liberó, simplemente la cogió y la llevó hasta su pecho, sin más opción. Al sentir la piel del seno mis dedos reaccionaron al instante, presionándolo, recorriéndolo, amasándolo,…

-Venga,… vamos… córrete… córrete para… mí… - Jadeaba.

Debía estar exhausta de tanto montarme. Hasta mi nariz llegaba el aroma de su sudor. No era un olor desagradable, todo lo contrario. Era un aroma a hembra y a sexo que me llegaba hasta el cerebro, me emborrachaba de deseo y ayudaba a las drogas a tenerme erecto como una roca. Por su parte tuvo suerte y pudo descansar cuando por fin, consiguió su tercer trofeo. Llené el preservativo de semen, gritando su nombre en el momento del clímax. Era para mí ya una costumbre y una plegaría a aquella Diosa del placer.

Se levantó y me quitó el condón. Lo anudó con cuidado y me lo mostró. Lo agitó enfrente de mis ojos, como una gata que caza un animalito y los deja a los pies de su dueño. A riesgo de repetirme los condones usados eran sus trofeos, sus medallas para aquella maratón de sexo.

-Tres. – Dijo dejándolo en la mesita de noche. – Descansa un poco… que iremos a por el cuarto.

Continuará…