Los Juegos de Elena 17 En el Hotel 2

Continua la noche en el hotel donde por fin Elena me había desvirgado.

Elena y yo estábamos en la gran bañera de la habitación de hotel donde acabamos de acostarnos por primera vez. Ella apoyaba la espalda en mi pecho, con el pelo negro recogido para no mojarlo. El agua y la espuma cubrían nuestros cuerpos, ya limpios después de la sesión de sexo. En nuestras manos sosteníamos las copas con los últimos restos de la botella de champagne que habíamos compartido. El descanso que me había dado Elena después de dos corridas no iba a durar demasiado y pronto sentí como se movía para deslizar la mano libre a mi entrepierna. Agarró mi pene, dándole caricias con los dedos, intentando revivirlo después de dos asaltos.

Mi juventud y el deseo que despertaba mi madrastra en mí la ayudaron a volver a empalmar el falo. Saberla desnuda por debajo del agua, notar su cuerpo pegado al mío y ver como sus dos senos parecían flotar entre el agua jabonosa era muy morboso y sus hábiles caricias reiniciaron mi excitación. La rodeé con el brazo para agarrar una de las tetas. La estrujé suavemente, apretando el pezón entre mis dedos.

-Vaya, vaya,… alguien sigue cachondo. – Dijo al notar que la verga crecía en la palma de su mano.

La soltó sólo para quitarme la copa de la mano y dejarla junto a la suya en el borde de la bañera. Se dio la vuelta y nos fundimos en un largo beso. Como siempre ella llevaba la iniciativa y me metió la lengua en la boca, estrangulando la mía y moviéndola de la una manera que parecía desafiar las leyes de la física. La pasión del beso terminó de endurecerme y excitarme. A los 16 años uno tiene una libido insaciable y una capacidad de recuperación increíble. Para ser justos Elena era la principal culpable. Mis erecciones eran un homenaje a su belleza, a su sensualidad y a su erotismo.

-Vamos a calentar un poquito…

Se sentó en la bañera, con mis dos piernas a cada lado de su cuerpo. Mi torso quedó levantado y enfrente de sus tetas, sobresaliendo de la linde del agua como una estaca, estaba mi pene. Lo aprovechó para cogerlo y meterlo entre sus dos senos. Me rodeaba el falo con ambos y los apretaba, enterrándolo en la carne. Sacudió las tetazas, pajeándome con ellas. El chapoteo del agua se mezcló con los gruñidos que brotaban de mi garganta. No dejaba de mirarme a los ojos, incitándome con la lujuriosa mirada.

  • Lo que te llegan a gustar mis tetas… disfrútalas… - Dijo al ver mi rostro congestionado por el placer.

Solo el glande sobresalía en el espacio entre ambos balones. Inclinó un poco el cuello para llegar a él con la lengua. Lo lamió antes de encerrarlo entre los labios. Mi pene desapareció entre los pechos y la boca. Me pajeaba y mamaba a la vez llevándome de nuevo a las más altas cotas de éxtasis. Por suerte, después de dos corridas, mi resistencia había aumentado notablemente.

Mamó y pajeó con las tetas un rato más hasta que finalmente soltó el pene, liberándolo de la cárcel de su carne y labios. Se levantó de la bañera y el agua se deslizó por su cuerpazo, por su piel morena y tersa, por sus pechazos redondos, por su vientre plano y sus inacabables piernas. Las gotas le empapaban el triángulo de vello púbico y debajo de él la ligera hinchazón del sexo demostraba que también estaba excitada.

-Vamos a la cama que quiero follarte otra vez…

Salió de la bañera y la seguí. Nos secamos en un segundo, aprovechando para tocarnos y acariciarnos mientras nos pasábamos la toalla el uno al otro. Las dejamos en el suelo antes de irnos hasta la cama entre besos. Aproveché para soltarle la melena negra. Ella me sujetaba el pene, como si no quisiera soltarlo en ningún momento. Nos tumbamos en la cama con más caricias y más besos.

Llevé la mano hasta su sexo. Unas pocas caricias de las que me había enseñado fueron suficientes para conseguir una abundante secreción de flujos. La falange de mi dedo penetró y buscó el punto débil de Elena, las paredes superiores de su vagina. Froté un poquito y gimió, retorciéndose de placer.

-Te quiero dentro… - No se refería a mi dedo, quería algo más grande y grueso.

Se tumbó bocarriba con las piernas abiertas y me invitó a que me tendiera sobre ella. Guió mi pene hasta su sexo y se abrió los labios vaginales con los dedos de la otra. Empujé un poco, algo torpe por la inexperiencia. Le introduje el miembro dentro de la cueva. Ella apartó las manos para cogerme por las nalgas, apretándolas y clavándome ligeramente las uñas en la carne. También empujaba, marcándome el ritmo de las embestidas.

Aquella segunda vez que estuve dentro de ella las sensaciones fueron similares a la primera, terriblemente placenteras. Sentir el calor húmedo de sus paredes vaginales estrujándome el miembro era sublime, casi divino.

-… si… así… no pares… - Jadeaba.

Me apoyé en las rodillas para embestirla. Me costó un poco, recuerden que era la segunda vez que penetraba a una mujer, pero conseguí un ritmo regular, lento pero profundo. Me pene entraba y salía de su coñito, deslizándose con facilidad. Nuestros cuerpos estaban pegados y sentía los senos y los pezoncitos de Elena clavándose en mi pecho. Me rodeó con las piernas, estrechándome aún más contra su cuerpo. Me besó, en los labios y en cuello. También mordisqueó y chupó el lóbulo de la oreja, intercalándolos con gemidos en mi oído.

-Si… que rico...que bien se siente… tu polla dentro… fóllame… -

Y yo la percutía con la susodicha polla, acompañándome de todo el cuerpo. Estaba concentrado, intentando no dejarme llevar por mi placer para conseguir el suyo. Mi falta de práctica se vio suplida por el entusiasmo y la propia excitación de Elena. Parecía gozar de la misma manera que yo.

-Quiero que me folles a cuatro patas… - Me apartó de su sexo.

Se colocó a cuatro patas encima de la cama. Apoyada con las manos y las rodillas en el colchón. Me puse detrás de ella, de rodillas. Antes de penetrarla acaricié su trasero. En esa postura se marcaba aún más: salidito, respingón, con perfecta forma de corazón. Busqué la entrada de la gruta con el glande y cuando la encontré, empujé para hacer desparecer el resto del pene. Una de mis manos la agarró de la cintura mientras que la otra acariciaba su espalda. Empecé a moverme, ayudándome del apoyo de la mano, incrementando el ritmo poco a poco. Ella tenía la melena negra desparramada por la espalda, mojada y brillante.

-Dame unos azotes... en el culito. – La escuché. Lo hice, dándole una suave cachetada que dejó la respingona nalga rebotando. – Un poco más… fuerte… - Jadeó.

Volví a golpear, no con fuerza pero si con más determinación y continué embistiendo su grupa. Gimió, dándome a entender que no lo estaba haciendo mal. Dejó de apoyar las manos para enterrar la cabeza en la almohada.

-Fóllame… Raúl… no pares… sigue… más…-

La cogí por ambas caderas para ayudarme y la embestí, con todas mis fuerzas, una y otra vez. Las señales de su cuerpo se hicieron más evidentes. La piel de la espalda se puso de gallina. Los muslos se tensaron. Los pequeños espasmos de su sexo eran cada vez más violentos. Mordía la almohada para ahogar los aullidos de placer. Elena llevaba mucho tiempo sin estar realmente con un hombre. Durante unas semanas había jugado conmigo, pero eso solo había aumentado su deseo de sexo. La jovencita fogosa que me había confesado que había sido estaba renaciendo con cada uno de los empujones. Las sensaciones casi olvidadas renacían en su cuerpo, acumulando una excitación que finalmente explotó en un orgasmo. Llegó a un rápido e intenso clímax que la dejó jadeante encima de la cama.

No tardó en recuperarse. La fiera que llevaba dentro, la tigresa, con la ansiedad de alguien que ha pasado demasiado tiempo sin sexo, necesitaba mucho más. Verla de presa de este frenesí sexual me intimidó y pensé que nunca podría estar a la altura de aquella mujer. Pero ella pensaba de otra manera y como mínimo planeaba exprimirme, aprovecharse de toda la energía de un joven adolescente. Me tiró sobre la cama, tumbándome y se sentó sobre mi pene, empalándose ella misma. Volvía a estar ella encima, cabalgándome. Apoyaba las manos en mi pecho y mi vientre, moviendo la cintura en círculos. Literalmente batía mi sexo con el suyo. Cual consumada amazona me montaba. Como exótica bailarina, danzaba conmigo en su interior. De lado a lado, de arriba abajo, hacia delante y atrás y de nuevo en círculos. De repente se inclinó, pegando su cuerpo al mío, besándome, mordiéndome. El súcubo estaba totalmente liberado y me follaba con todo su ser y energía.

-Dios,… que bien… que gozada…. – Gemía.

Pero yo apenas la escuchaba, demasiado concentrado en todas las placenteras reacciones de mi cuerpo, en el torrente eléctrico que nacía de mi pene y se esparcía por todo mi cuerpo. Volvió a incorporarse, apartándose el pelo de la cara para seguir cabalgando y cabalgando.

-Si… di mi nombre… dilo… - Me dijo desde lo más hondo de su ser.

-Elena… Elena… Elena… - Repetí entre gemidos una y otra vez. – Elena… -Con la última se corrió de nuevo. Arqueó la espalda en el momento de máximo placer y gimió también mi nombre.

-Oh… Raúl… Sí… -

Se dejó caer sobre mi pecho durante unos segundos mientras yo seguía duro dentro de ella. Si no hubiera llegado al orgasmo ella antes yo no hubiera tardado mucho. De momento se quedó así, tumbada sobre mí, respirando entrecortadamente. Noté como se le calmaba el aliento y los labios empezaban a besarme el cuello. Sacó la lengua y la pasó por allí antes de levantarse, sacándose mi pene de dentro. Estaba durísimo y brillaba, cubierto de las secreciones vaginales. No le importó y antes de que pudiera darme cuenta ya estaba amorrada a la entrepierna. La lengua de Elena limpió mi ardiente falo de sus flujos, cambiándolos por abundante saliva. Se lo puso en la boca y empezó a mamar. Gemí, dándole a entender que yo no iba a durar mucho. Abrió la boca, con la lengua a fuera, y empezó a pajearme brutalmente. La lengua se rozaba con mi glande con cada una de sus sacudidas, de las cuales no aguanté muchas. Me corrí. Era la tercera de la noche por lo que no hubo una abundante cantidad de semen, pero si la suficiente para estrellar un buen chorro contra su paladar, otro contra su cara y un tercero que recubrió todos los carnosos labios. Ella celebró la corrida, degustándola y saboreándola.

Me quedé en la cama mientras ella se limpiaba, aunque parte del esperma acabó garganta abajo. A Elena le gustaba mi semilla y no desaprovechaba la ocasión de gozar con ella. Se encendió un cigarrillo y me tendió otro, aunque esta vez lo rechacé. Tenía la garganta seca, estaba sudado, exhausto y sediento. Bebí agua fresca, recuperando todo el líquido perdido mientras ella fumaba, desnuda y sentada sobre la cama.

-Ha sido… joder… - Dije.

-Sí, ha estado muy bien. – Fue la contestación de mi madrastra.

Con mis testículos completamente vacíos y mi ser colmado sexualmente empecé a pensar y a poder hablar, sin ningún rastro de tartamudeo. Le pregunté si no tendríamos que haber usado preservativo, pero me repitió que había tomado precauciones para esta primera vez. Aunque también me dijo que la próxima vez lo usaríamos.

Cuando se terminó el cigarrillo volvimos al baño para ducharnos, quitándonos el sudor y los restos del sexo de nuestras pieles. Al terminar nos tumbamos en la cama, desnudos. Charlamos un rato, de cosas sin importancia, hasta que finalmente me quedé dormido profundamente.

(…)

Supongo que las emociones fuertes vividas durante la noche hicieron que cayera en un pesado sueño del que no desperté hasta media mañana. Dormía tan bien que ni siquiera me enteré cuando Elena pidió el desayuno al servicio de habitaciones y uno de los empleados dejó el carrito a fuera de nuestra habitación. Cuando por fin abrí los ojos ella ya desayunaba vestida con una corta bata blanca perteneciente al hotel.

-Buenos días dormilón.

-Hola,… buenos días… ¿Qué hora es?

-Tranquilo, aún nos queda un rato para tener que dejar la habitación. He pedido el desayuno, debes estar hambriento.

Me levanté y me puse los calzoncillos de la noche anterior que aún estaban en el suelo. Fui al baño y salí cinco minutos después ya más despejado. Elena tenía razón, estaba hambriento. Me abalancé sobre los croissants como un león, devorando con apetito. Ella me dejó comer y beber hasta que quedé saciado. Al terminar se levantó, se desató el cinturón de la bata y la dejó caer en el suelo, quedándose completamente desnuda.

-Yo también tengo hambre,… pero de otras cosas.

Yo estaba en uno de los sillones y se sentó sobre mí, abrazándome y besándome. Yo la acaricié, subiendo por el sedoso muslo y llegando al respingón y redondo culito. El cuerpo de Elena, pegado y apoyado en mí, desprendía un aura que resplandecía de deseo. Continuó besándome hasta que se separó un poco, me cogió la mano y la llevó hasta la entrepierna. No necesitó decirme nada y empecé a acariciar con sutileza el tesoro escondido de su sexo. Apoyó los brazos en mis hombros y se concentró en disfrutar de mis delicadas atenciones. Reseguí, con la yema del dedo, la rajita, presionando suavemente y abriéndola un poco. Sentí una naciente humedad a medida que iba hinchándose.

Me cogió la muñeca y me apartó la mano de su vagina. Se puso el mismo dedo que había estado en su sexo en la boca. Lo chupó al igual que el resto de mis dedos, llenándolos de saliva e incluso escupió un poco, lubricándolos. De nuevo bajó mi mano hasta su sexo y continué tocándola. Se hinchó y humedeció más y más a medida que mis dedos acariciaban y exploraban.

-Méteme dos dedos dentro… - Susurró en mi oreja.

No me costó mucho ayudado por la lubricación de la saliva y la que emanaba de su cuerpo. Los dos dedos la penetraron y buscaron la parte la parte superior de sus paredes vaginales. Allí acaricié, haciendo que mi madrastra diera un respingo de placer. Ella misma se abrió un poco los labios y me pidió que usara el pulgar para frotarle, muy suavemente, el botoncito rosado que coronaba la vagina. Cuando el dedo rozó el clítoris dejó escapar un largo gemido que salió de lo más hondo de su garganta. Continué tocándola como me pedía y ella reaccionó con más jadeos, retorciéndose en mi falda a media que acertaba a sus centros de placer y los estimulaba. Cada vez más seguro de lo que estaba haciendo seguí masturbándola hasta que ella misma me apartó de nuevo la mano de su interior.

-Te quiero follar… quiero esta polla tan rica dentro… - Apretó suavemente mis genitales.

Se levantó, pidiéndome que yo me quedara sentado. Buscó entre sus cosas y volvió a mí con un preservativo en la mano. Se arrodilló entre mis piernas y casi me arranca los calzoncillos. Mi pene era un mástil, durísimo y estaba justo enfrente de su cara. Abrió el preservativo y lo sacó. Se lo puso en la boca y se acercó a mi pene. Así, con la boca y con ayuda de una mano, me enfundó el condón. Lo hizo mirándome a los ojos con una de aquellas miradas incitadoras, pícaras y terriblemente lascivas. Volvió a sentarse sobre mi falda, pero está vez agarrando el falo y encarándolo hasta la entrada de su sexo. Se dejó caer, sentándose de golpe. En el mismo instante me besó y me abrazó a la vez que empezaba a cabalgarme. El preservativo limitó un poco mi sensibilidad y aumentó mi resistencia, cosa que les aseguró que agradecí. Empezó a moverse hábilmente, haciendo que las caderas centrifugaran mi sexo. No dejaba de besarme, lamiéndome los labios, chupándolos y mordiéndolos. La rodeé con un brazo para poder acariciarle el culito, sujetándolo y acompañándola en su movimiento. Sus pezones estaban tan duros que parecían rasgar la piel de mi pecho.

-Más… más…más… -La escuchaba decir entre cada resoplido.

Pronto, más que moverse, botaba encima de mí. Presa del frenesí se levantaba y se dejaba caer y su sexo se tragaba el mío con pura glotonería. Ahogué mis gemidos besándola, haciéndome con aquellos mullidísimos labios e intentando entrelazar mi lengua con la suya. Elena se dio cuenta que por mucho preservativo yo no podría aguantar mucho más tiempo aquella furia sexual. Por eso bajó el ritmo hasta quedarse quieta. Se levantó, separando nuestros sexos y me pidió que la acompañara a la cama. Se tumbó, boca arriba. Una de las piernas la levantó con una mano y la otra la dejó estirada. Yo me arrodillé sobre la cama, justo en la posición perfecta para penetrarla. Al hacerlo apoyé mi pecho y parte de mi hombro en la pierna que Elena mantenía levantada. Era un tope y un soporte para empezar a embestirla. Los empujones eran cortos, seguidos y rítmicos. Alargué la mano, buscándole los pechos. Estos se mecían y rebotaban como dos montañas en un terremoto. Agarré uno para acariciarlo. Elena se tocaba, acariciándose el sexo y buscando su clítoris para frotarlo mientras la penetraba.

Doblemente estimulada, por su mano y mi pene, llegó al clímax. Lo sentí en su cuerpo. Durante un instante parecía a punto de estallar de tan tenso y al siguiente se relajó, deshinchándose como un globo. Cerró los ojos y se mordió el labio, apagando los jadeos. También sentí como las contracciones de las paredes vaginales estrangularon mi falo. Aquella reacción de su cuerpo me fascinaba a la par que me dejaba quieto, incapaz de sentir otra cosa que el placer de mi estrujado pene. El orgasmo la dejó satisfecha y me apartó suavemente, tendiéndome a mí ahora en la cama. Me quitó el preservativo y me cogió el pene. Lo pajeó, sacudiéndolo de arriba abajo con un movimiento lento pero fuerte. No pude más y mientras me daba un último y pasional beso yo también tuve mi orgasmo. El semen salió disparado, manchándonos a ambos. A ninguno de los dos nos importó, ahítos de tanto placer.

(…)

Media hora más tarde Elena y yo salimos del hotel, duchados y vestidos. Cogimos el coche y Elena condujo hasta casa. Mi padre, trabajando, ni se enteró que no había pasado la noche en casa. De su mujer ya se lo esperaba después de la discusión de la tarde anterior.

Durante aquel día me sentí extraño. Estaba feliz, flotando. Me sentía mayor, más hombre y menos niño después de haber sido iniciado en el sexo, de estar finalmente dentro de una mujer. Aun me quedaba muchísimo que aprender y sobre todo, muchísimo que disfrutar al lado de Elena.

Continuará…