Los Juegos de Elena 16 En el Hotel
Una noche mágica con Elena
Papá y Elena discutían y en cierta manera era por mi culpa. Cada año, después de la entrega de notas, mi exclusivo colegio privado organizaba una fiesta de fin de curso para los alumnos y sus familias. Papá se había negado a ir y Elena le achacaba el poco interés que mostraba en mí. A mí tener un padre ausente me afectaba más bien poco e incluso prefería que no fuera. Ni yo tenía muchas ganas de ir. Ya habían empezado las vacaciones y todo lo relacionado con el colegio me daba urticaria. Pero Elena estaba decidida a acompañarme a la dichosa fiesta y bastante furiosa con mi padre.
-No te preocupes, ya iré yo con Raúl. – La escuché gritar a través de las paredes. – No hace falta que me esperes…
Cuando las discusiones de Elena y papá subían de tono ella se marchaba a casa de sus padres. A mí progenitor no le importaba mucho aunque le preocupaban las apariencias debido a su carrera política. Por eso se hacía perdonar aumentando el límite de la tarjeta de crédito de Elena, pagándole unas lujosas vacaciones o permitiéndole algún otro de sus carísimos caprichos.
(…)
Elena pasó toda en la peluquería y en el centro de belleza. El resultado era deslumbrante. La larga melena negra había sido ligeramente ondulada y recogida en un bonito peinado, con dos mechones cayéndole a ambos lados de la frente. El maquillaje era sutil pero perfecto: acentuando los ojos grandes y rasgados y destacando los mullidos labios con un carmín rojo intenso.
Llevaba un elegante vestido negro que le sentaba como un guante, revelando e insinuando su voluptuosa figura. Le llegaba hasta algo más allá de las rodillas pero un estudiado corte descubría una de las interminables piernas y el muslo con cada paso. El escote era más bien rectado, seguramente pensando en no ir provocando infartos entre mis profesores o atraer las miradas de mis compañeros de clase, muchachos rebosantes de hormonas.
-Estás guapísimo. – Yo también me había vestido para la ocasión, con traje y corbata oscuros y peinado y perfumado. Me sentía totalmente disfrazado pero a Elena parecía gustarle verme tan arreglado.
-Tú… estás… joder… espectacular. – Al verla aparecer por el salón me quedé con la boca abierta. Lo quisiera o no iba atraer a todas las miradas masculinas.
Sonrió divertida, me cogió del brazo y fuimos hasta el coche para ir a la fiesta.
(…)
La cena fue un auténtico tedio. Los padres y los profesores mantenían conversaciones educadas mientras que los alumnos nos sentíamos un poco cohibidos para divertirnos delante de los adultos. Elena, acostumbrada a todo tipo de eventos sociales, era simpática, divertida y agradable mientras excusaba la presencia de mi padre diciendo que no se encontraba bien.
Aquella parte era la peor pero la tradición de aquellas fiestas dictaba que después de la cena los alumnos nos íbamos a alguna discoteca, ya libres de supervisión. La idea era celebrar el fin de curso y despedirnos hasta después del verano. Yo iba a ir con mis pocos amigos, pero mi madrastra tenía otros planes.
-Puedes irte con tus amigos. – Me dijo en un aparte para que nadie nos escuchara. – Pero tengo reservada una habitación de hotel. He pensado que ya que has sacado tan buenas notas te mereces un premio. Además ya eres todo un hombre… y esta noche quiero tratarte como tal. ¿Qué decides: yo o tus amigos?
Dudé durante unos segundos. Obviamente iba a ir con ella. La duda radicaba si la había entendido bien y si de verdad acababa de insinuar que aquella noche, por fin, tendríamos sexo completo, que en cierta manera nuestros juegos acababan para arrebatarme la virginidad. Ella misma disipó la duda al ver mi cara de estupefacción.
-Sí… vamos a follar. – Me guiñó el ojo y curvó la boca en una de sus seductoras sonrisas.
Apenas me despedí de mis amigos excusándome vagamente por no ir a la discoteca con ellos. Elena y yo nos fuimos y me subí en el asiento del copiloto, nervioso y con un nudo en la garganta. A pesar de todo lo ocurrido ya con mi madrastra no podía evitar sentirme así sabiendo que había llegado el momento de la verdad.
Ella conducía en silencio. De repente sentí su mano en mi rodilla y como iba subiendo poco hasta llegar a la entrepierna. En un segundo mi pene reaccionó creciendo, llenándose de sangre. Cuando la miré sonreía. Como tantas otras veces aquella era una sonrisa de satisfacción, la de una tigresa que juega con su presa antes de comérsela.
(…)
Esperé en el vestíbulo del hotel mientras ella recogía la llave de la habitación. Subimos por el ascensor en silencio. Elena parecía alimentarse tanto del deseo como del nerviosismo que me consumía. Me observaba, como si planeara todas las cosas que me haría.
Llegamos a la habitación. La suite que había escogido mi madrastra era grande y estaba equipada con todo tipo de lujos. También había pedido una botella de champagne que nos esperaba enfriándose en una cubitera. Llevaba una bolsa de ropa del maletero del coche y la dejó sobre la amplia cama de matrimonio. Descorchó la botella, sirviendo dos copas y tendiéndome una.
-Bebe, te ayudará con los nervios. –Di un tímido sorbo. El champagne era delicioso: suave, fresco y burbujeante. – De un trago. –Insistió Elena al ver que apenas me había mojado los labios.
Apuré la copa. Sentí el leve ardor del alcohol deslizándose garganta abajo. Elena volvió a llenar la copa y me pidió que bebiera, aunque esta vez se conformó con un sorbo. Ella también se llevó la copa a los labios y bebió. Caminó hasta a mí, quedándonos los dos frente a frente. Me besó, rodeándome con la mano que no sujetaba la copa y estrechándome contra ella. No sé qué me dejó más aturdido, si el beso o la copa que me había bebido de un solo trago. El pene no estaba aturdido, al contrario, si no que presionaba el pantalón con su erección.
Elena, sin dejar de besarme, me ayudó a quitarme la americana del traje y aflojó el nudo de la corbata, desabrochándome también el último botón de la camisa. Lo agradecí pues sentía un nudo de nervios en la garganta.
-Voy al baño un momento. Siéntate y acábate la copa, relájate. – Dijo separándose de mí, cogiendo la bolsa que había dejado encima de la cama y desapareciendo por la puerta del baño.
Me senté en uno de los sillones y di un sorbo de mi copa. De hecho me la terminé, sin saber qué hacer con las manos debido a los nervios de la espera. Fueron los 10 minutos más largos de mi vida, pero valieron la pena. Cuando Elena abrió la puerta del baño tuve que tragar saliva y la copa vacía casi me cae de las manos.
La lencería era de encaje, blanca. Sujetador, tanguita y un ligero por encima que sujetaba las medias, también blancas y semitransparentes. Calzaba zapatos de vertiginoso tacón. Me quedé clavado a la silla y apenas pude articular:
-… estás preciosa… -Se quedó unos segundos allí plantada, dejándome que admirara aquel cuerpazo. Sonreía al ver como mis ojos la devoraban.
Se acercó a mí, sentándose a horcajadas en mi falda y quitándome la copa de las manos. Sentí sus esféricos senos aplastándose contra mi pecho y me embriagué con la mezcla del aroma de su perfume y su cuerpo. Me quitó la corbata por encima de la cabeza y la tiró sobre la cama. Empezó a desabrocharme, uno a uno, los botones de la camisa. Sus dedos se colaban por la abertura, acariciándome el pecho.
Ya sin camisa me besó el cuello mientras bajaba las manos a mi entrepierna. Una me frotaba el paquete por encima del pantalón y la otra luchaba con el cinturón. Ganó, desabrochó el botón y la bragueta y coló la mano por debajo de la ropa interior. Me agarró el pene, durísimo. Gemí al sentir el calor de la mano acariciándome el sexo. Ella apagó los gemidos abandonando mi cuello para sellarme los labios con los suyos y enroscando su lengua con la mía.
Se deslizó, bajando por mi cuerpo con la boca. Volvió al cuello, pasó por el pecho, distrayéndose en los pezones, lamiéndolos y mordisqueándolos con picardía. Continuó por el vientre, quedándose de rodillas entre mis piernas. Terminó de desnudarme, quitándome los zapatos, los calcetines y tirando de los pantalones y la ropa interior. Su cara quedó a pocos centímetros de mi sexo y sentí su aliento sobre el sensible y duro falo. Lo miró unos segundos antes de abrir la boca, sacar la lengua y usar la punta contra mi piel.
-Oh… - Gemí al sentir aquel simple pero electrizante y húmedo contacto.
-Primero una mamadita… así disfrutaremos más después. Tenemos toda la noche… - Su voz era un ronco susurro cargado de promesas de placer.
Lamió el glande, sólo con la punta de la lengua. Las manos las tenía sobre cada uno de mis muslos y alternaba sus lujuriosos ojos entre mis ojos y el pene. Sus lametones se transformaron, usando toda la lengua para acariciarme con ella desde la base hasta la punta del falo. Pronto fueron los labios los que se apoderaron del sexo, encerrándolo entre ellos y mamando. Se lo tragaba todo, haciéndolo desaparecer completamente. Ni siquiera necesitaba las manos y estas seguían acariciándome los muslos, las ingles y los testículos.
Estuvo largos minutos mamándome el pene. Chupaba, besaba, lamía,… sin necesidad de hacerlo rápido o brusco. Sabía que tarde o temprano acabaría estallando en su boca. Continuó chupando el falo como si fuera un caramelo hasta que me derramé en el interior de su boca. Ella no paró de mamar hasta que terminé de correrme. Me aferré a los respaldos del sillón, sintiendo una intensa oleada de placer que me recorrió el cuerpo desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza.
Elena, golosa de mi semilla, se relamió mientras se tragaba la corrida. Poco a poco me recuperé mientras ella se levantaba y volvía al baño. Quería que la noche fuera perfecta, por eso se cepilló los dientes, limpiándose la boca para que los nuevos besos fueran frescos. Cuando regresó yo seguía sentando. Me sonrió.
-Vamos a la cama. – Elena estaba ansiosa para empezar el segundo asalto de la noche.
La seguí hasta a la cama, donde Elena me tumbó boca arriba. Ella se colocó a horcajadas sobre mí, besándome y acariciándome. Mis manos, sedientas de su cuerpo, cobraron vida y busqué su durísimo trasero, sus muslos tersos y morenos y una de sus magníficas tetas. El sujetador me molestaba. La rodeé con los brazos para desabrochar la prenda. Ya liberado del cierre cayó sobre mi pecho, dejando los senos desnudos. Elena dejó de besarme para incorporar la espalda y dejarme disfrutar de las tetazas que tanto me gustaban.
Empecé rozando la piel con los dos dedos, alrededor de las areolas. Apreté, muy suavemente, clavando los dedos. Usé las yemas para acariciar los pezones, notando como aquellos puntiagudos apéndices se endurecían y empitonaban. Los signos de excitación en mi madrastra hicieron que mi pene, que no había muerto del todo, volviera a crecer y a mostrarse en todo su esplendor.
-Cómeme… - La escuché susurrar entre jadeos. No era la primera vez que me lo pedía y yo ya conocía el camino.
Nos dimos la vuelta y esta vez quedé yo tendido encima de ella. Ansioso busqué sus labios para morderlos. Me hundí en su sedoso cuello par lamerlo. Me apreté contra ella para sentir como los pezones se me clavaban en el pecho,… Seguí bajando hasta llegar a mis favoritos. Cubrí de dulces besos los pechos. Pasé la lengua por su pezón, varias veces, haciéndolo rebotar de lo durito que estaba. Chupé la carne, trémula y caliente, poniéndole la piel gallina a mi paso.
Volví a bajar. El vientre era planísimo, duro, y en medio tenía un sensual ombliguito. Allí metí la lengua, haciéndole cosquillas. Dejó escapar una sonrisita. Recordé las lecciones recibidas sobre anatomía femenina y acaricié su sexo por encima del tanga. La risita dio paso a un jadeo. Besé los muslos, los lamí y le di un pequeño y calculado mordisquito. Reseguí, con la punta de la lengua, la hendidura del sexo por encima de la tela blanca del tanga. Aquello pareció acabarle la paciencia.
-Quítame el tanga… quiero follarte de una vez… te quiero dentro.
Lo hice, desprendiéndome de la prenda lentamente. Su vagina estaba hinchada, húmeda y pegajosa. Elena me apartó de ella, tumbándome en la cama boca arriba. Se puso encima, con las rodillas apoyadas en la cama a cada lado de mi cuerpo. Me agarró el pene y frotó el glande por la rajita, lubricándolo con sus flujos.
-Voy a follarte a pelo. Sin condón. –Dijo con voz ronca y excitada. – Quiero sentirte… quiero que la primera vez lo sientas todo…
Encaró la punta del falo en la entrada de su cueva. Se dejó caer, poco a poco, centímetro a centímetro. Sentí como el pene entraba y era acogido con una calidez indescriptible. El interior era estrecho pero aun así penetré con facilidad gracias a la humedad. Finalmente todo el falo desapareció, completamente tragado.
-Oh… joder… - Gemí.
Estar por primera vez dentro de una mujer es una sensación difícil de explicar. Es algo místico y así me sentía yo, embargado por un trance cercano a lo religioso. El calor, la humedad, aquella carne trémula rodeando y rozando mi pene. Cuando Elena se movió un poco sentí como si un millar de agujas de placer se clavaran en mi sexo.
-Elena… -
- … que rico se siente tenerte dentro…
-…Elena… - Repetí su nombre gimiendo.
Se inclinó y me besó, con lengua, durante unos largos instantes. Se separó, incorporándose de nuevo para mostrarme su perfecto torso y sus soberbios pechos. Se desanudó el recogido del pelo, dejándolo caer en un cascada negra y brillante. Me cogió la mano, entrelazando los dedos con los míos, apoyo la otra en mi pecho y empezó a moverse, muy a poco a poco. Entendí, en un momentáneo instante de lucidez, la razón que la había llevado a hacerme una mamada primero. Si no fuera por eso ya me habría corrido, apenas habría podido aguantar la avalancha de sensaciones. Lo que sentí cuando inició aquella suave cabalgada es de nuevo casi imposible de explicar. Las paredes de su sexo estrujaban el mío, adaptándose como un guante, apretándome, estrangulándome,…
La miré, observando como los pechos se mecían con el movimiento de las caderas. Suspiraba, con los carnosos labios entreabiertos dejando escapar el aire. La melena suelta tapaba uno de sus pezones, pero el otro estaba tan duro como mi pene en su interior. Y ella también miraba. Los grandes ojos marrones estaban clavados en los míos. El brillo especial que emitían decía que ella también estaba gozando de lo lindo, satisfecha de por fin desvirgarme, de tenerme dentro, de follarme, porque ella era la que lo hacía. Llevaba la iniciativa, dándome la bienvenida al mundo de los adultos y me convertía no solo en su juguete, también en su amante.
Las caderas de Elena se movían hacia delante y atrás y poco a poco aumentaron el ritmo. Al hacerlo mi pene salió un poco para volver a desaparecer un segundo después. También sus tetas empezaron a bambolearse a cada embestida. Dejó de mover la cadera para levantar todo el cuerpo y dejarse caer. Con esto mostraba la mitad de mi pene, brillando de secreciones vaginales, antes de volver a esconderse en la cueva. La mano que apoyaba en mi vientre agarró la mía y la llevó hasta uno de sus pechos. Lo acaricié, sopesándolo, gozando de su firmeza. El pulgar acabó rozando su pezón.
-oh… Elena… - Apenas podía hablar y su nombre era lo único coherente que acudía a mí mente –
-Si… córrete… dentro de mí… - Viéndome gemir de aquella manera, la tensión de mi cuerpo, mi rostro crispado; anticipó lo que iba a ocurrir.
Fue una explosión, en todos los sentidos. El estallido de placer me dejó catártico. El estallido físico hizo que los chorros de esperma la inundaran. Elena continuó cabalgando, sintiendo como cada vez que se movía un nuevo grumo de semen caliente chocaba con las paredes de su vagina. Cabalgó hasta que por fin de mi pene no brotó nada y hasta que ella también llegó al clímax. Sentirse llena de mi ardiente semilla, el morbo de tenerme dentro, de desvirgarme, hizo que también tuviera un intenso orgasmo. No tan brutal como el mío pero que igualmente la dejó jadeante. Se tumbó a mi lado, separando nuestros sexos pegajosos de ambas corridas. Se quedó mirándome, en silencio hasta que al fin me recuperé un poco, volviendo al mundo real.
-¿Te ha gustado? – Preguntó aun sabiendo la respuesta.
-Elena,… nunca hubiera imaginado,… ha sido… Gracias. – Me faltaban las palabras.
-De nada. – Me besó, tierna y lujuriosa a la vez, buscando mí lengua.
Se levantó de la cama y fue al baño. Me quedé tumbado, asimilando poco a poco lo que acababa de pasar, intentado grabarlo en la memoria para no olvidar ningún detalle. Oí como abría los grifos de la gran bañera y regresaba a la habitación. Cogió su paquete de cigarrillos y sacó dos, tendiéndome uno y sentándose en la cama apoyada en el cabezal. Hice lo mismo y me encendió el cigarrillo.
Como muchos chavales de mi edad había fumado alguna vez, más como una travesura y manera de creerse que uno es mayor. Nunca me había gustado demasiado pero aquel cigarrillo fue el colofón perfecto. Parece un tópico, pero fumar después del sexo me ayudó a acabar de relajarme. Nos terminamos el cigarrillo y ahora si pude hablar más con mi madrastra y con algo más de elocuencia. Volví a agradecerle el regalo que acaba de hacerme y le pregunté, cohibido, si a ella también le había gustado. Calmó mis inseguridades infantiles con un nuevo beso y nos terminamos el cigarrillo. Se levantó y empezó a quitarse las medias.
-La bañera ya estará llena,… ven conmigo. No creas que voy a dejarte ir a dormir hasta follarte otra vez…
Continuará…