Los Juegos de Elena 15 Merienda

Otra práctica de anatomía femenina con mi madrastra.

Elena estaba desatada. Hasta yo me daba cuenta que cada día parecía más excitada durante nuestros encuentros. En el cine, cuando habíamos llegado a casa, la tarde que me había hecho ganar mi orgasmo masturbándola, masturbándose ella misma conmigo atado a su cama… Incluso su último juego, cuando la mañana anterior me había compartido con una de sus amigas, había podido fijarme en las reacciones de su cuerpo. Cuando ella y Cristina se marcharon capté cierta frustración y excitación no satisfecha en sus gestos y expresiones.

Por eso, cuando la tarde siguiente escuché que mi padre cogía el coche y se marchaba de casa no me extrañó que Elena abriera la puerta de mi cuarto. Iba con una bata de seda roja como única vestimenta, hasta las rodillas. La melena la llevaba recogida en una coleta detrás de la cabeza.

-Tú, a mi cuarto, ahora. – Dijo con voz autoritaria, dándose la vuelta y caminando sin darse la vuelta para asegurarse que la seguía.

No le hacía falta. Apagué la videoconsola y la seguí. Entré en su habitación y cerré la puerta tras de mí. Elena se lanzó sobre mi cuerpo. Me aplastó contra la puerta, besándome y acariciándome con una pasión necesitada. La lengua se metió en mi boca con violencia, me mordió los labios, me metió mano de manera desbocada. Tenía querencia por mi paquete y lo frotó con vicio y con fuerza, hasta que lo sintió crecer por debajo del pantalón y la ropa interior. Solo cuando estuve bien duro, apenas unos segundos tardó, se separó un poco, abriéndose la bata sensualmente.

La seda se deslizó por los pechos redondos y me mostró unos pezones que si ya de por si eran salidos ahora parecían a punto de salir disparados como misiles. La piel de su perfecto y plano vientre estaba erizada y se agitaba con una respiración entrecortada. Llevaba unas braguitas blancas, sencillas, de algodón, que contrastaban con el tono tostado de su piel. Mis ojos se perdieron en sus muslos tersos y en sus interminables piernas.

-Es hora de merendar… – Dijo acariciándose el vientre y el sexo por encima de las braguitas. - … y esta es tu merienda. Quiero que me comas entera.

Aunque estaba un poco intimidado por aquel estallido de pasión no dudé en complacerla. Empecé por los labios. Recordé lo que ya había aprendido del cuerpo de mi madrastra. Nos besamos mientras mis manos la rodeaban por debajo de la bata. Acaricie su culo, apretándolo suavemente. Recorrí su espalda, lentamente, regodeándome en la perfección de su piel. Llevé la mano hasta el abdomen, sintiendo sus costillas, su respiración,… y sin querer evitarlo acabé en el pecho. Lo sostuve, lo acaricié y rocé el pezoncito con la yema de un dedo. Ella me quitó la camiseta y empezó a desabrocharme el cinturón de los pantalones. Estos los dejó caer hasta los tobillos, dejándome solo con uno de aquellos calzoncillos ajustados que tanto le gustaban y por donde se percibía una dura erección. También se quitó la bata tirándola al lado de mis pantalones y camiseta.

-Ven aquí… -Retrocedió hasta la cama señalándome con el dedo e indicándome que me acercara.

Se tumbó en la cama con las piernas abiertas. Me recosté sobre ella e inconscientemente froté mi cuerpo contra el suyo, en concreto las entrepiernas a través de la ropa interior. Nos besamos. Su lengua actuaba con sensual habilidad. La mía con entusiasta inexperiencia, haciendo la mezcla explosiva y pasional. Me acarició la espalda y el culo. Este último no dudó en apretarlo, clavando sus dedos en los calzoncillos.

-Cómeme… - Susurró en un ronco jadeo un instante en que se separaron nuestros labios. –

Su cuello largo y estilizado fue el primer objetivo. Enterré los labios en él, bajando y sintiendo como la piel se le ponía de gallina a mí paso. No pude contenerme y lo lamí, solo con la punta de lengua, dejando un rastro de saliva. Elena tembló. Era irremediablemente consciente de su cuerpo debajo del mío como creo que ella lo era del mío encima del suyo. Mi mano se coló entre sus piernas palpando su pubis. Lo acaricié, presionando un poquito para que sintiera la caricia.

-Oh… así... me gusta… que me toques… que me metas mano.

No sólo le metía mano, mi boca también continuaba con el recorrido por su piel. Le besé un pecho pero no pude contener y acabé dándole un largo lametón en el pezoncito, desplazándolo con la lengua. Mi mano seguía en su entrepierna, tocándola con suavidad en lentas caricias.

De repente me puso una mano en un hombro y otra en la cabeza y me empujó hacia abajo. Me ví con la cara entre sus piernas. Le besé el muslo, subiendo por la ingle. Llegué hasta las braguitas blancas. Apreté un poco con los labios sintiendo como el algodón se humedecía con mi saliva. El aroma de su sexo lo traspasaba y llegaba hasta mi nariz, espoleándome para seguir.

-Bésame, muérdeme,… chúpame…

Que iba hacer si no seguir sus instrucciones dichas entre suspiros. Lamí su ingle, mordí la piel del muslo, volví al pubis para lamerlo por encima de la ropa interior. Alargué una mano y la llevé hasta su pecho. Elena me la cogió, apretándomela contra el seno. La carne cedió a la presión de mis dedos. Sentí el pezón encajonado entre ellos.

-Quítame las bragas… con la boca… - Sonrió levantando la cabeza para verme hacerlo.

Le devolví la mirada. Su expresión era la traviesa pero sus ojos castaños estaban demasiado turbios para negar la creciente excitación. Mordí la costura de las braguitas y empujé con el cuello. Ella cerró un poco las piernas para ayudarme con la tarea. La prenda cedió, poco a poco. Lo primero que apareció ante mis ojos fue su triangulo recortado de vello púbico. Lo siguiente el nacimiento de su raja. Cuando llegué a los labios estaban hinchados y mostraban aquel típico brillo de la naciente humedad. Por fin las braguitas llegaron hasta los muslos y ahora sí que me valí de la mano para terminar de quitárselas. Abrió de nuevo las piernas dejándome lícito camino a la entrepierna.

Acaricié la cara interna del muslo, subiendo poco a poco. Al llegar la vagina palpé suavemente los labios. Temblaron al paso de mis dedos, respondiendo a la caricia. Los abrí un poco descubriendo la carne rosada que tapaban. Acaricié allí, también solo con la yema del dedo, causándole un escalofrío y un gemido.

-Ohg… ahora con la boca… hazlo igual que con los dedos, poco a poco y con mucha saliva. -

Ante mis ojos tenía el jugoso y apetecible coñito de mi madrastra. Acomodé la cabeza entre sus muslos y besé la cara interna de uno. Subí hasta la ingle y finalmente le puse la boca encima del sexo. Besé de nuevo, pero esta vez los hinchados labios vaginales. Saqué la lengua y recorrí su rajita, desde abajo hasta arriba. Mis papilas gustativas se vieron sobrepasadas por el fuerte, intenso y embriagador sabor. Volví a lamer, sediento de aquel néctar, pero ahora penetrando por dentro de la hendidura de su sexo.

-Así… - Aunque Elena estaba bien mojada acabó de empaparse con mi saliva. -… chúpame los labios… estíralos suavemente…

Encerré su labio mayor con los de mi boca, apretando suavemente. Tiré apenas unos milímetros, estirando la carne y viendo como ella se estremecía. Lo repetí varias veces.

-Separa los labios… con los dedos… y lame por dentro…- Eso hice y mi lengua se paseó por aquella trémula y caliente del interior de la vulva. Estaba deliciosa y mojada. -Oh… sí… así… buen chico… Levanta los ojos,… mírame… - La mirada de Elena estaba completamente turbia. De vez en cuando cerraba los ojos cuando mis movimientos acertaban sus centros de placer. – el clítoris… solo con… la punta…

No dejé que terminara y rocé con la lengua su clítoris. Dio un respingo y exhaló todo el aire de los pulmones. No continué. Hice lo que ella me hacía a mí. Retirarme, besar sus muslos alejándome del centro de su sexo. Ella me regaló una sonrisa afilada, entre frustrada por que no hubiera continuado a orgullosa por lo rápido que aprendía. Para su suerte no podía estar demasiado lejos de la vagina y volví a los labios, a la carne rosada de la vulva, al clítoris,… Lamí los labios, los mantuve separados y besé el botoncito palpitante. Ella me puso las manos en la cabeza, revolviéndome el pelo y manteniéndome sujeto para que no me atreviera a separarme de nuevo. Sus dedos se crispaban, tensos, con cada arremetida de mi boca.

-Oh… así… si… chico listo… que boquita… más sucia… que tienes… -

Nos mirábamos a los ojos. Yo hundido en su vagina, ella apoyada en el cojín con el cuerpo cada vez más tenso. Su orgasmo iba acercándose. Las pistas eran evidentes incluso para mí. Los ojos entrecerrados, luchando por no interrumpir el contacto visual; la boca entreabierta, suspirando y jadeando; los pezones puntiagudos, mirando al cielo; el temblor de sus muslos, rodeando mi cabeza,…

-Voy a correrme… en tu dulce boquita…

Apenas asentí con un movimiento leve de cabeza. Tenía la boca demasiado ocupada para responder. Mis labios estaban cerrados en su clítoris, chupándolo como su fuera un caramelito dulce y delicioso. Entonces sentí los espasmos, las pequeñas contracciones y finalmente un renovado torrente de flujos. Elena agarró entre los dedos un mechón de mi cabello y tiró de él. Me hizo daño pero no me importó, continué comiendo coño mientras ella gozaba del orgasmo.

-Si… oh… Raúl… sí… Dios…

Saboreé su corrida sin ningún asco, todo lo contrario. Solo me aparté de su entrepierna cuando ella me empujó suavemente la cabeza, sacándola de entre sus piernas. Se tumbó de lado y me miró, sonriente de satisfacción. Me recordó a una gata ronroneando.

-Eres bueno, has superado todas mis expectativas. Aunque aún te falta mucho por practicar…

Las últimas palabras no eran un reproche a mi inexperiencia, eran una promesa. Adiviné que no tardaría a volver tener la cabeza entre sus muslos. No veía el momento. Mientras yo tenía ese pensamiento ella alargó la pierna y rozo, con el dorso del pie, mi abultada ropa interior.

-¿Que podemos hacer con esto? – Se preguntó Elena sin dejar de frotar en pie en mi paquete. – mmm… déjame pensar…

El orgasmo no había apagado esa vena provocativa, sensual y juguetona de Elena. Me pidió que me tumbara boca arriba sobre la cama mientras ella se quedaba de lado, también tumbada. Empezó a acariciarme con las puntas de las uñas, enredándolas en los pelitos del pecho y el vientre.

-Vamos a ver que tenemos por aquí…

Apenas bajó un poquito el borde del calzoncillo, dejando el glande atrapado pero al descubierto. Se chupó dos dedos, sin dejarme de mirarme de forma provocativa. Los llevó hasta mi pene y frotó suavemente, en círculos, el capullo. Me revolví en la cama.

-Será que mejor que nos desprendamos de esto. – Se sentó sobre la cama y me quitó la ropa interior de un golpe.

Mi pene, liberado de su prisión, salió disparado hacia arriba. Elena se colocó entre mis piernas y me obligó a separarlas con las rodillas flexionadas. Ella se arrodilló y me hizo apoyar la parte baja de la espalda en sus muslos por lo que mi pene quedó a la altura de sus pechos. Pensé que se lo pondría entre ellos pero solo lo aplastó cuando llevó la boca hasta uno de mis pezones. Primero lo lamió, después lo chupó y finalmente lo mordió, estirando la tetilla.

-Agh…- Mi quejido solo hizo que serrara los dientes con algo más de fuerza.

La mezcla del dolor de la tetilla con la del placer del pene aplastado entre las tetas de Elena era sublime. Continuó restregándolas a la par que seguía con la boca en mis pezones, alternando el uno y el otro. La malicia de mi madrastra solo era comparable a su sensualidad. Por eso continuó un buen rato torturando a mis pezones con más mordiscos y algunos pellizcos. Fueron unos minutos eternos y sentía como ya no podía bombear más sangre al pene, al máximo de su capacidad.

Por fin se incorporó. Se escupió en el canalillo, dejando caer la saliva entre los senos. Se la esparció con la mano, dejando el pecho lubricado y brillante. Se lamió la mano antes de agarrarme el pene y pajear. Más fresca lubricación para mi miembro. Lo soltó para separarse los pechos y volvió a cerrarlos con el caliente falo en medio. Desapareció al instante, engullido por aquella carne. Apenas sobresalía el glande, ahogado. Empezó a sacudirse los pechos, apretando con ambas manos.

-Dios mío… Elena… - Gemí. No podía resistirme a las tetas de mi madrastra.

-Pervertido. Seguro que solo puedes pensar en correrte entre mis tetas.

-Si…

-Quiero oírte suplicar. – Elena no dejaba de mover los senos, arriba y abajo. No iba demasiado rápido pero lo suficiente para hacerme gemir.

-Por favor… Elena… te lo suplico… quiero correrme… en tus tetas…

-Si… y manchármelas bien de semen… imagínatelo… tu caliente y deliciosa leche deslizándose por mi piel… - El contraste era delicioso, su piel morena y mi blanca semilla derramada en ellas. Pero para conseguirlo tenía que seguir agitando el envase.

Volvió a escupir, bañándome el glande de saliva. También aumentó el ritmo de sus sacudidas haciéndome retorcer en la cama. Las piernas me temblaban. Sentí el orgasmo llegar y de repente paró, aflojando la presión de sus senos sobre mi sexo. Me sentí frustrado, alejado del orgasmo en el último instante. Cuando la miré su expresión era de la niña mala.

-Vuelve a suplicar. –

-Por favor, te lo suplico. –Dije con firmeza.

-No puedo resistirme… - Se mordió el labio inferior en aquel gesto tan característico suyo y que a mí me excitaba tanto.

Volvió a cerrar la presa. Apretó los senos con fuerza y mi polla quedó enterrada entre ellos. La carne caliente y la piel suave abrazaron mi sexo rodeándolo por completo. Sacudió pero con un ritmo lento, calculado y exasperante. Poco a poco, con mucha más parsimonia de lo que yo hubiera deseado. Bajó la cabeza, abrió la boca y sacó la lengua para lamer el glande que sobresalía de entre su carne.

Fue aumentando el ritmo con que se sacudía los pechos hasta convertirlo en una machacona paja con las tetas. Entre eso y las diabluras de su lengua en la punta de mi pene el estallido era inminente.

-¿Vas a correrte? ¿Vas a dejarme las tetas bien sucias como a mi gusta? – Elena sintió mi orgasmo casi antes que yo.

El primer chorro de semen acertó en su barbilla. El segundo en su cuello. El tercero describió un arco y cayó sobre su teta. A partir de ahí el esperma simplemente brotó, manchándole el espacio entre los pechos. El orgasmo me dejó tirado en la cama y necesite unos segundos para recobrarme. Ella lo aprovechó para recoger un enorme goterón blanco que se deslizaba por su cuello y se lo llevó a los labios, lamiéndolo lánguidamente mientras me observaba. La miré. Empezaba a conocer esa sonrisa de satisfacción. La producía el orgullo que le provocaba ser capaz de dejarme medio muerto, con la respiración entrecortada y un subidón de endorfinas que mi cerebro apenas era capaz de asimilar. Elena era la más adictiva de las drogas y ella lo sabía.

Se levantó para coger pañuelos y limpiar los restos de semen de ambas pieles. Volvió a ponerse la bata y me tiró mi ropa. Me vestí, en silencio, observado por Elena mientras se fumaba un cigarrillo.

Continuará…