Los Juegos de Elena 14 Amigas

Las buenas amigas lo comparten todo.

Una de las ventajas que de las vacaciones de verano cuando eres estudiante es que no tienes que madrugar. No me levantaba tarde pero si que me encantaba remolonear en la cama hasta que me entraba el hambre del desayuno. Un par de mañanas después de que Elena me llevara al cine y me requisara la ropa interior me levanté a media mañana y me dirigí a la cocina.

Mi padre ya se había marchado a trabajar y la asistenta tenía la mañana libre. Elena estaba en casa pero no estaba sola. Me la encontré tomándose un café con una de sus mejores amigas. Yo ya conocía a Cristina de otras veces y estaba casi tan buena como Elena. Debía de ser algunos años más joven que mi madrastra, sobre los 27 o 28. Su figura no era tan exuberante, más delgada y fina, pero con un cuerpo que poco tenía que envidiar al de Elena. Más bajita, pechitos pequeños pero bien puestos, culito respingón y también pequeñito,… Lo más atractivo de ella, al menos para mí, era una frondosa melena pelirroja que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Eso, combinado con un rostro de tez clara cubierta de pequeñas pecas, rasgos algo aniñados y unos grandes ojos verdes la hacían una mujer preciosa.

-Hola Raúl, cuanto tiempo sin verte. Elena no me había dicho lo guapo que te has puesto. – La chica se acercó a mí para saludarme con dos besos. Aspiré el perfume floral de melena pelirroja.

-Ho… hola. – Empecé a tartamudear inconscientemente. Con Elena estaba perdiendo, poco a poco, ese hábito, pero aún me quedaba mucho para deshacerme completamente de él. Con la intimidante belleza de mi madrastra y su amiga me sentía doblemente turbado y había vuelto la tartamudez.

Observé a Cristina unos segundos. Llevaba una faldita corta a cuadros hasta la mitad de los muslos y una ajustada camiseta escotada que mostraba parte de unas tetitas duras como melocotones verdes. Los tirantes no podían esconder todo el sujetador, de color rojo. Elena sonreía al ver como el rubor empezaba a arder en mis mejillas. Ella llevaba un vestido en tonos cremas, de tirantes, que se ajustaba a su espectacular figura revelando las curvas pronunciadas de sus pechos, sus caderas y sus muslos. Le melena negra le caía suelta, derramada por los hombros y la espalda.

Intenté no ponerme rojo, otra de las incomodas reacciones de mi vergüenza, y me preparé el desayuno mientras ellas seguían charlando. Elena se levantó para servirse más café y en lugar de sentarse donde estaba, al lado de Cristina, lo hizo al mío. La pelirroja también se acercó y acabé desayunando en la mesa de la cocina entre aquellas dos mujeres. Apenas llevaba un par de cucharadas de mi leche con cereales y sentí la mano de mi madrastra acercarse a mi entrepierna.

-… ¡Cof… ¡Cof! … - Me atragante con la leche. Las dos mujeres estallaron en risas y miré a Elena, alarmado. Iba a meterme mano delante de su amiga como si estuviéramos solos.

-Ya verás lo dura que se le pone en un segundo. – Elena ignoró mi alarmada mirada y parecía presumir de la rapidez de mis erecciones. – Mira, ya la tenemos aquí.

Con la tos ni me di cuenta como mi pene reaccionaba al par de caricias de Elena y un bulto en el pantalón del pijama me delató. Ahora sí que no pude reprimir ponerme rojo como un tomate, sobre todo al girar la vista y ver clavados en mi erección los verdes ojos de Cristina. Su expresión era parecida a las de Elena: de niña mala, traviesa, lasciva,…

-Ya lo veo. – Dijo Cristina.

Elena me cogió la cara y me plantó en los morros uno de sus besos largos, lentos y húmedos donde su lengua se paseaba por mi boca como si fuera de su propiedad. Cuando se separó busqué en sus ojos alguna explicación de lo que estaba pasando. Su mano seguía en mi sexo, rodeándolo y marcándolo en el escueto pantaloncito del pijama.

-No tengo secretos para Cris y le he estado contando algunas de las cositas con las que nos divertimos tú y yo. Somos buenas amigas y las amigas lo comparten todo… -

No pude responder pues Elena me giró la cara y se la cedió a su amiga. El beso de Cristina fue más tierno que el de Elena, más tímido al principio, pero igualmente su lengua buscó la mía para hacerle cosas casi indescriptibles.

-Elena va a dejarme jugar un ratito contigo y con esto. – Posó su mano encima de la de Elena y estrujó suavemente mi pene.

-Las dos vamos a jugar un ratito contigo. – Me giré para mirar a Elena. Su sonrisa era de sensual malicia. –Y tú ten cuidado, es de disparo rápido. – Le dijo a Cristina en tono burleta y un poco condescendiente. La pulla me hirió un poco a la hombría, pero estaba demasiado caliente para que me afectara, sin contar con lo que le gustaba que me excitara con ella de tal manera que no podía controlar mis eyaculaciones.

-A mí me encanta tener chicos tan guapos como él bien cachondos… tranquila, tendré cuidado. – Le contestó a Elena y añadió, para mí. – Ahora, sé un buen chico y enséñame tu habitación.

Soltaron mi pene y sin mirarlas demasiado, aun muerto de vergüenza pero guiado por la cabeza de mi sexo, subí las escaleras con ellas. Entramos en mi cuarto y cerraron la puerta. Me sentaron en la cama, con una cada a lado, recostadas. Elena empezó a frotarme suavemente el pezón por encima de la camiseta del pijama. También frotó sus tetas por mi brazo, asegurándose de que las sintiera. Cristina apoyó su barbilla en mi hombro. Sentí su cálido aliento en mi oreja y su mano acariciándome el muslo.

-¿No te gusta estar aquí con dos mujeres tan guapas?

-Si… si… - Tartamudeé.

-No te pongas nervioso, ya verás cómo nos lo pasaremos bien los tres. – Me lamió el lóbulo de la oreja.

Subió la mano, apenas rozándola por la entrepierna y la metió por debajo de la camiseta para frotar el pezón directamente. Cristina parecía tan hábil como mi madrastra en esto de ponerme enfermo.

-Estás sudando, será mejor que quitarte esta camiseta. – Elena decía la verdad, la temperatura de mi cuerpo había subido algunos grados. Estaba más que acalorado.

Entre las dos me desprendieron de la camiseta. Ambas, como buenas amigas, se repartieron mis pezones. Cristina se lamió el dedo para frotarlo. Elena lo pellizcó suavemente mientras me comía el cuello. Ambas me acariciaban la espalda y sentir aquellas cuatro manos sobre mi cuerpo era demasiado. Gemí. El pantalón del pijama parecía a punto de reventar.

-Ven, ponte más cómodo. – La misma Elena me ayudo a recostarme en medio de la cama con la cabeza apoyada en su regazo y los hombros en sus muslos.

Cristina se quedó entre mis piernas abiertas, sentada. Su falda era demasiado corta para esconder la ropa interior, un tanga rojo. Me acarició el muslo, metiendo la mano por debajo de la pernera del pantalón del pijama. Sus dedos llegaron hasta las ingles y sentí las puntas haciendo cosquillas en mis testículos. La otra mano la posó encima del bulto, definiendo mi pene a través de la tela. A estas alturas ya se pueden imaginar mi estado de excitación por lo les extrañara si les cuento que me estremecí, jadeé, mi respiración se aceleró,…

-Tranquilo. –Elena me acariciaba el pecho y observaba como su amiga seguía con aquellas sutiles caricias.

-Creo que tendríamos que quitarle esto. – Cristina se refería al pantalón de mi pijama. Lo agarró y me lo bajó sin ningún reparo. Me vi invadido de una ola de vergüenza irracional y repentina e intente cubrirme, sin demasiado éxito, tapándome la erección con las manos.

-Pensaba que habíamos empezado a curar esta timidez. – Escuché a Elena. - Nada de manos. –Añadió, cogiéndolas y apartándolas del pene. Este, ya libre y desnudo, saludó a Cristina quedándose parado frente a ella, apuntando al techo.

Aguanté la escrutadora mirada de Cristina. Tenía sus verdes ojos clavados en mi virilidad, en mi ensortijado vello púbico, en mi palpitante erección,… A estas alturas el calentón le ganó la batalla a la timidez y la vergüenza. Solo podía pensar en que me tocaran, en que me hicieran todo lo que quisieran. Mi pene había llegado a aquel punto en que casi dolía de lo tenso y duro que estaba.

-¿Qué tenemos aquí? – Cristina dejó las palabras en el aire mientras me cogía el pene. Sentí su mano como fuego cuando lo agarró. –Que polla tan bonita. – Su tono era turbio y sensual. Sacudió la mano, muy lentamente, masturbándome. Jadeé y me revolví un poco como manera de dejar escapar parte de aquella tensión que sentía mi cuerpo. - ¿Te gusta?

-Si… - Susurré sin apenas aliento de lo excitado que estaba.

-¿Quieres que continúe? –Dejó de masturbar pero no soltó el pene. –

-… por favor… - mi voz era apenas audible.

-¿Tú has escuchado algo? – Le preguntó a Elena, burlándose de mí. Mi madrastra seguía detrás de mí, con su regazo haciéndome de cojín para que pudiera ver todo lo que me hacía y me iba a hacer Cristina. Jugaba con mi pezón, frotándolo con un dedo.

-Pues no, la verdad. – Elena se unió a su amiga.

-Por favor, si, continua.- Pude decir con voz más alta.

-Tenías razón, es muy mono. Incluso cachondo perdido pide las cosas por favor. – Le dijo Cristina a Elena. Obviamente habían hablado mucho de mí.

-Te lo dije. Tengo un hijastro muy educado. Yo solo le estoy enseñando… - Dudó unos instantes como seguir. - … otras cosas. – Acabó con picardía.

-Ya lo veo. – Sonrió Cristina volviendo a mover la mano, a pajearme con exasperante lentitud. – Ya empiezo a entender muchas cosas…

Yo no entendía nada. Ni la actitud en general de mi madrastra o por qué había decidido regalarme aquella experiencia con Cristina. Yo solo sentía. Las manos de Elena, en mi pecho, retorciendo suavemente mi pezón. Las de Cristina, una en mi muslo y otra en mi pene, masturbándome. También veía. El brillo de los ojos castaños de Elena, observando tanto a Cristina como las reacciones de mi cuerpo y de mi cara crispada por el placer. Los ojos de Cristina también brillaban con una chispa de malicia y diversión. La melena pelirroja le caía por los hombros y tapaba solo parte del escote. Las dos se percataron al instante de donde se había clavado mi mirada.

-Sí que es cierto que le gustan las tetas… me las mira con un vicio. – Se dirigió a Elena para después hacerlo a mí. -¿Te gustaría vérmelas?

-Si… por favor. -

-No lo sé. –Contestó con tono burleta. – Aunque creo que si me puedo quitar la camiseta.

Se incorporó, apartándose el pelo y quitándose la camiseta con un gesto fluido. Sus pechitos eran más pequeños que los de Elena, una talla 85 adiviné. Pero aún con el sujetador puesto parecían duritos, apetecibles, en su sitio,… toda su piel era clara, blanquecina, y estaba cubierta de sexys pecas rojizas. Los senos no eran una excepción. Los exhibió, estirando la espalda y sacando pecho. Otra vez tuve una pista de lo que habían estado hablando de mí cuando Cristina hizo una de las cosas típicas de Elena, retirando la piel de mi glande con dos dedos y frotándolo con la yema de un tercero. Eso me provocaba unos escalofríos que recorrían todo el cuerpo. Me hundí en la cama, en el regazo de Elena, soportando aquel placentero ataque.

-Elena me ha dicho que siempre le dices que lo buena que está,… ¿Yo también estoy buena?-

-Si… estás muy buena… - Apenas pude responder, demasiado extasiado, flotando.

Durante un instante pensé que iba a preguntarme si estaba más buena ella o mi madrastra pero por suerte no me pusieron en ese aprieto. Simplemente Cristina sonrió satisfecha y se desabrochó el sujetador como premio a mi piropo. Se lo quitó lentamente, escatimándome la visión de sus senos unos últimos segundos. Por fin, con la prenda fuera, pude verle las tetas. Sus pezones eran de un tono rosa muy clarito, grandes y amplios y rodeados de generosas areolas. El resto de las tetas parecían peritas, respingonas y erguidas.

-¿Quieres tocarlas?

-...si…

Cristina me soltó el pene y Elena me levantó la espalda, incorporándome sobre la cama. La pelirroja me cogió las manos y me las llevó hasta los pechos. La piel se le erizó al sentir mis dedos acariciándolos, explorando las segundas tetas que había visto en la vida, al menos al natural. La sopesé cuidadosamente, perdiéndome en su turgencia.

-Las mías están celosas…

Me di la vuelta. Elena se había bajado los tirantes del vestido y no llevaba sujetador. Me cogió una de las manos y me la llevó hasta uno de sus pechos. Mi mente, mis ojos y mis manos las compararon. Las de Elena grandes, redondas, con los pezones pequeños y salidos,… Las de Cristina respingonas, como peritas, cubiertas de pecas y de pezones más anchos y claros…

Me encontré con un enorme problema de logística. Cuatro tetas para dos manos. Aun así me las arreglé para intercalar mis manos entre ellas. Froté suavemente pezones, palpé carne, acaricié sin disimulo y sin ninguna vergüenza,… Las manos de ellas tampoco estuvieron quietas. Cristina no soltó mi falo, pajeándolo poco a poco. Elena jugaba con los testículos, haciéndome cosquillas con las uñas.

-Ya he comprobado que te gustan mis tetas, ahora veamos si te gusta mi culito.

Cristina se levantó y se quitó la falda, quedándose tan solo con el minúsculo tanga rojo. Se dio la vuelta, modelando para mí en aquella escueta vestimenta. Aquella delgada muchacha tenía un cuerpo juvenil y grácil. No despertaba el deseo primario que si hacía el de Elena pero sus formas sutiles no dejaban de ser femeninas y atractivas. Su belleza no era tan exuberante y desbordante pero a cambio era más delicada y dulce. Además, la manera en que se movía y en que me miraba era sensual y provocativa. Cuando se dio la vuelta para que pudiera acariciarle el durito trasero lo hizo deliberadamente lento y lascivo.

-Pues sí que te gusta… -Dijo al sentir mis manos sobre sus nalgas. -… tócalo bien…

El tanga era tan minúsculo que no se veía por detrás, con el hilo hundido en la raja entre las nalgas. La piel era muy suave y muy blanca y como he dicho ya la carne era durísima y prieta. Apreté, sobé y acaricié a voluntad ese culito hasta que Elena volvió a reclamar mi atención. Se levantó, terminando de quitarse el vestido y quedándose tan solo con unas sencillas braguitas negras.

-Túmbate, entre las dos. – La calentura me tenía tan paralizado que tuvieron que ayudarme entre las dos.

Me tumbaron y se tumbaron una a cada lado. Estar en mi cama con aquellos dos bellezones semidesnudos a mi lado era mejor que cualquier fantasía erótica que hubiera podido imaginarme. Las cuatro tetas se rozaban en mis brazos, las piernas de ambas se apoyaban en las mías, sus bocas no pararon de besarme. Lo hacían en la boca, pasándome la una a la otra sin ninguna avaricia. Lo hacían en el cuello, dejándomelo empapado de saliva. Lo hacían en los oídos, mordiéndome la oreja sensualmente y metiéndome la lengua hasta el tímpano. Lo hacían en mis pechos, succionando y lamiendo mis pezones. Pero eran las manos las que más placer daban. Las dos sujetaban mi polla y habían acompasado el movimiento en una sempiterna paja. Poco a poco, parando cuando veían que yo me iba a correr.

-Que hijastro tan guapo tienes Elena… cuando decidas desvirgarlo… me tienes que prometer… que me dejaras follármelo bien a gusto… -Decía Cristina alternando lametones y besos.

-No te preocupes… te lo prometo… lo dejaremos seco… - Contestaba Elena también con la boca ocupada en mis labios, en mi cuello y en mi pecho. De repente se separó un poco de mi cuerpo y me miró fijamente. –Seguro que te gustaría acabar con una doble mamada.

No me dejó responder. Cruzaron una mirada cómplice y bajaron por mi cuerpo, cubriéndolo de saliva. Llegaron a mi sexo y se abalanzaron sobre él como lobas hambrientas. Dos bocas sobre mi polla. Increíble, espectacular, soberbio,… me faltan los adjetivos. Una orgía de dos lenguas, cuatro labios y un solo pene. Si Elena se ponía en mi glande en la boca y mamaba Cristina se ponía uno de los testículos, succionándolo y lamiéndolo. Si Elena encerraba el tronco entre sus labios Cristina le quitaba el sitio en el glande. Si Cristina lamía, de la base hasta la punta, un lateral del miembro Elena la seguía por el otro lado. Si me veían a punto de estallar dejaban el mástil y se dedicaban a cubrir de besos mis muslos, a chupar mis testículos o a lamerme directamente las ingles. Entonces volvían a la carga.

-Ya hemos jugado un buen rato con él. Creo que no puede más. Míralo como está. – Elena ya me había visto en este estado, con la respiración agitadísima, los ojos entrecerrados y todo el cuerpo tenso y agarrotado.

-Es verdad, va a darle algo como no le demos un alivio. –Respondió Cristina, fascinada por mi extrema excitación.

Otra mirada cómplice entre ellas y de nuevo sus bocas estuvieron en mi sexo. Esta vez pusieron ambos labios en el tronco, juntos, casi como si se besaran pero con mi pene en medio. La saliva se sentía fresca pero las bocas estaban muy calientes, en un contraste que me derretía. Sus labios se sentían muy suaves en mi piel. Y entonces empezaron a moverse, lentamente pero ahora no habría parada, no iban a detenerse. Durante unos segundos pareció que las bocas se peleaban. Las lenguas colisionaban, los labios se pegaban,… pero siempre encima de mi sexo, en total contacto.

Me corrí en muy poco tiempo. El orgasmo no las detuvo y siguieron haciéndome la mamada viendo como los chorros de semen salían disparados hacia arriba. Algunos se estrellaban en sus labios, en sus mejillas o directamente en sus bocas. Pero continuaban. La cantidad de esperma que salió fue de récord. Como si toda la excitación acumulada se hubiera convertido en semen. Brotó y brotó en un largo orgasmo. Unos instantes que se me hicieron eternos, sumido en un intenso clímax que pensé que me haría desfallecer.

Sus caras acabaron manchadas de espesos goterones. Elena en el cuello, en los gruesos labios y en la cara. Cristina había salido más perjudicada. Aunque en su tez blanca mi semen no contrastaba tanto como en la piel morena de mi madrastra su rostro estaba completamente embarrado. La frente, las mejillas, la barbilla,… incluso un chorro cruzaba su melena pelirroja como un relámpago.

-joder, creo que nunca he visto correrse a un tío de esta manera.- Cristina parecía sorprendida y perversamente complacida. -Increíble. –Sentenció.

-Estalla como un volcán,… supongo que ahora entiendes porque me gusta tanto hacer que se corra. –Elena había visto explosiones parecidas, aunque aquella era asombrosa.

Continuaron charlando, hablando de mi pene, de las violentas reacciones de mi cuerpo sin ningún pudor. Yo apenas me había recuperado del orgasmo cuando cogieron pañuelos para limpiarse. También lo hicieron conmigo antes de que se vistieran de nuevo.

-Será mejor que te vistas. – Me dijo Elena al ver que yo seguía desnudo, tumbado, observándolas en silencio. – Nosotras nos vamos.

-Adiós guapo. – Me senté sobre la cama para que Cristina me diera dos largos besos en las mejillas, inclinándose y dándome una última visión de su escote. –No sabes las ganas que tengo de que volvamos a vernos… supongo que Elena ya te habrá follado, así que jugaremos a otras cosas…

Se marcharon de mi cuarto después que Elena también me diera dos besos aún más largos y húmedos que los de Cristina. Mi madrastra me guiñó un ojo como única explicación de lo que acababa de ocurrir.

(…)

Tardé algún tiempo en volver a ver Cristina. Elena estaba dispuesta a compartir, de vez en cuando, a su juguete, pero eso no quería decir que quisiera convertirlo en un hábito.

Aunque las semanas siguientes recordé varias veces la promesa de Cristina no puedo decir que lo esperaba con ansia. La razón no era otra que Elena sola se bastaba y sobraba para mantenerme excitado y satisfecho. Guardaba aún una amplia reserva de trucos y no me había demostrado todo lo que su perversa mente podía ofrecer.

Continuará….