Los Juegos de Elena 12 Regreso

Estar de nuevo al lado de Elena después de tantos días era embriagador y como siempre terriblemente placentero, aunque primero quiso hacerme sufrir un poco...

-No te preocupes, cuando lleguemos a casa jugaremos un rato con esta polla tan dura…

Elena conducía con una mano en el volante y otra en mi paquete, al que sobaba por encima del pantalón azul de mi uniforme escolar. Allí palpaba y apretaba el doloroso bulto de la erección. Después de unos días que se me habían hecho eternos me reencontraba con mi madrastra. Nada más verla me había sumido en un estado de excitación primaria y urgente que se traducía en la reacción de mi pene. Para mí era una diosa de la belleza y la lujuria. La miraba, embobado como siempre, con su fino y ajustado vestido blanco con estampados rosados a juego con los labios y las uñas pintadas. El vestido no tenía tirantes y el escote dejaba entrever parte de aquellos dos senos redondeados, grandes como balones.

Apartó la mano de mi paquete para cambiar de marchas. No volvió a ponerla allí, concentrándose en la conducción. Supongo que mi erección también la distraía de la carretera. Intentó cambiar de tema, preguntándome por los exámenes recién terminados. A mí me costó seguir la conversación, aun empalmado y con aquel creciente calor que emanaba de lo más profundo de mi vientre.

-Sabes una cosa. – Dijo cuando ya estábamos cerca de casa. – Me he adelantado un poco a tu padre, el no vendrá hasta esta noche. Tenemos la casa para nosotros solos…

Elena aceleró y condujo

al límite

de la seguridad vial. Parecía más ansiosa de llegar que yo y cuando por fin dejó el coche en el garaje de casa se me lanzó encima. Sus besos eran tan húmedos y tórridos que me dejaban intoxicado, casi sin aire. Pegaba los labios a los míos, los separaba y metía la lengua a fondo, buscando la mía que apenas era capaz de reaccionar a aquella violencia.

-Mejor vamos dentro. – A sus palabras añadió un apretón de mi entrepierna.

Salimos del garaje y por fin entramos en casa. La habitación más cercana era el salón. Allí Elena tiró mis cosas al suelo, impaciente por desnudarme. Casi me arranca la camisa. El cinturón acabó en el suelo, al igual que los pantalones y los calzoncillos. Ella misma se arrodilló para desprenderse también de zapatos y calcetines, dejándome tal y dios me trajo al mundo y con una rampante erección. Elena me acarició el pene, por debajo, desde los testículos hasta la punta con las yemas de los dedos. El miembro dio un pequeño respingo al volver a sentir las manos de mi madrastra después de tantos días.

-No te haces a la idea de las ganas que tenía de jugar con esto. – Dijo dándole un empujoncito hacia abajo. Rebotó. –Muchas ganas. – Añadió mordiéndose el labio inferior.

Me soltó el pene para poder desabrocharse la cremallera del vestido. Cayó al suelo y comprobé que la ropa interior de Elena iba acorde con el tono rosado que dominaba su atuendo. Un sujetador sin tirantes y unas preciosas braguitas de encaje rosa le sentaban de miedo. Miré las tetas bien prietas, subidas sin necesidad pues ya las tenía firmes y turgentes. El vientre y los muslos desnudos eran una visión sumamente erótica.

-¿Y tú, tienes ganas de jugar con estas? – Dijo sujetándose las tetas.

-Cla…Claro que sí… - Contesté.

Se desabrochó el sujetador, dejándolo caer y liberando los dos perfectos senos. Mis manos, movidas por un resorte interno, fueron hasta ellos. Maldije mi ansiedad cuando Elena dejó escapar un pequeño quejido debido a la presión y fuerza con las que la tocaba. Respiré hondo, tranquilizándome un poco para adorar aquellos senos tal y como se merecían. Acaricié con los dedos y busqué, con los pulgares, aquellos pezoncitos respingones que coronaban los pechos de mi madrastra. Sentí como empezaban a endurecerse con el frote de mis pulgares. Mientras yo lo hacía ella había vuelto a posar las manos sobre mi pene, acariciándolo superficialmente. Aun así, por mucho que solo usara las puntas de los dedos, me sentía a punto de estallar.

-Te veo muy ansioso,… vamos a mi cuarto que tengo una idea. – Me guiñó el ojo, me cogió de la mano y la seguí por las escaleras.

Subí detrás de ella por lo que tuve una visión perfecta de su culito duro, salido y con forma de corazón. Las braguitas se colaban en su rajita, marcando las nalgas. Mi mirada seguía el suave bamboleo de las caderas mientras subía. Llegamos al cuarto después de cruzar el pasillo.

-Espera un segundo. – Elena me empujó contra la cama

y se inclinó para

buscar algo en sus cajones. Sacó cuatro pañuelos, de seda, bastante largos. En su mirada brillaba la malicia mezclada con la lujuria. La observé mientras caminaba hasta mí. – Creo que tendré que atarte para que estés más tranquilito.

Elena se inclinó, dejándome las tetas a la altura de la cara. Por eso no me fijé, solo sentí, como me cogía la mano y me ataba con fuerza al cabezal de la cama. Repitió la operación con la segunda mano. Yo no hice nada, simplemente me deje atar. Ella continuó, con rapidez y habilidad, amarrándome los tobillos a los pies de la cama. Cuando me tuvo completamente inmóvil se recostó a mi lado y empezó a acariciarme el vientre, enrollando sus dedos en mi escaso vello.

-Que guapo estás todo atadito y empalmado en mi cama. – Suspiró.

Se inclinó, llegando hasta mi sexo. Escupió en él, dejando caer un reguero de saliva. La fresca saliva se calentó al instante en contacto con mi dura barra de carne. Elena la agarró, casi sin pajear, masajeando con el pulgar el glande. Esa caricia me hizo gemir, retorcerme entre los pañuelos que me tenían atado a su cama.

-Tan pronto quieres correrte… pero si podemos divertirnos un buen rato.

Elena estaba más juguetona que nunca y tenía ganas de experimentar con mi deseo y desesperación. Para eso me había atado, dejándome más indefenso de lo habitual. Soltó el pene pero solo para acariciarlo con el dorso de un dedo, arriba y abajo. Podría decirse que me masturbaba, pero de una manera tan sutil que solo servía para calentarme más sin dejarme explotar en ningún momento. Ella no se aplicaba estas restricciones pues hundió la otra mano por debajo de sus braguitas rosas y empezó a acariciarse sin ningún disimulo. Conmigo seguía siendo delicada, retirando con dos dedos la piel del glande, dejando el capullo rojo y palpitante al aire. Lo frotó suavemente, haciéndome jadear de nuevo consumido por la ansiosa necesidad de descargar. Después de tantos días con solo verla a distancia a través de la pantalla del teléfono mi cuerpo reaccionaba a su presencia de manera exagerada y ultra sensible.

-Esta polla tan dura me está poniendo enferma. – Jadeó en mi oreja.

Cesaron las atenciones a mi sexo para concentrarse en el suyo. Se tumbó del todo, a mi lado, con la mano bien hundida en sus braguitas. Sus pezones estaban empitonados, arqueaba el cuerpo y se le marcaban las costillas, separaba las piernas y el bulto que formaba su mano dentro de la ropa interior se agitaba repetidamente. Respiraba pesadamente, gimiendo. Cerró los ojos y la escuché suspirar, aullar casi, cuando llegó al orgasmo. Su cuerpo se estremeció a mi lado, temblando y retorciéndose.

Elena se calmó un poco ya más relajada por el orgasmo. Se sacó la mano de dentro de las braguitas y vi que sus dedos brillaban de un flujo pegajoso. Sin darme tiempo a reaccionar me metió aquellos dedos en la boca. El sabor era muy fuerte. Se apoderó de toda mi boca, de mi nariz, inundándome de aquel néctar femenino. Chupé y lamí esos dedos pues el sabor se iba haciendo más y más agradable y excitante. El gusto a hembra añadió más leña al fuego que me consumía.

-¿Te gusta? – Preguntó Elena sin esperar respuesta mientras yo relamía sus dedos. – Que chico tan pervertido… - Bromeó. -… casi tanto como yo.

Apartó los dedos de mi boca, se tumbó encima de mí y me cogió la cara para besarme. Sus dedos apretaron mis mejillas y su lengua se me metió hasta la garganta. Mi pene quedó aplastado con su vientre. Aprovechó esta circunstancia para refrotarse con él. Lamió de mis labios el sabor de su propio orgasmo. Deslizó la mano por debajo de su cuerpo para cogerme el pene, agarrándolo con fuerza. Cuando se separó de mis labios sonreía más perversa que nunca. Yo solo pude volver a gemir, sintiendo como empezaba a masturbarme lentamente.

-¿Quieres te haga correr? -

-Si, por favor. – Lo necesitaba.

-Pero yo aún quiero jugar un ratito. – Dijo con un mohín de niña traviesa.

Se incorporó un poco, lo suficiente para quitarse las braguitas. La prenda, rosa y de encaje, acabó en su mano y la balanceó suavemente alrededor de mi cara. Ambos ya estábamos desnudos pero no igualados, yo seguía atado. Estaba tan caliente que mis manos hubieran olvidado su habitual timidez para recorrer las tetazas de Elena, su culito, sus muslos,… este pensamiento se vio interrumpido cuando con los dedos volvió a apretarme la mejilla para abrir la boca. Allí colocó sus braguitas. El sabor y el aroma no eran tan fuertes

como

cuando me había puesto los dedos, pero aun así sentí los restos de su feminidad picando en mi lengua.

-

Guardalas

. – Guiñó el ojo, dejándome amordazado con su propia ropa interior. Se deslizó por mi cuerpo, descendiendo la cara hasta el pecho.

Casi puedo decir que maltrató mi pecho. Primero lamió el pezón, varias veces, dejándolo empapado de saliva. Después lo chupó y lo succionó con fuerza, haciéndome daño. Mi quejido se vio apagado por las bragas en mi boca. El dolor de verdad llegó más tarde, cuando serró los dientes en torno a la carne de alrededor del pezón y mordió.

-Afgpggg…- Mordí las bragas con la misma fuerza que con la que ella me había mordido la tetilla.

Mis ahogadas quejas no le importaron, al contrario. Siguió mordiendo, no solo el pecho, también la barriguita. Por suerte no todo era violencia, también lamía y besaba mi piel, provocando unos dulces escalofríos. En el ombligo metió la lengua, ahora haciéndome cosquillas. Cuando por fin llegó a la entrepierna yo ya no podía más y la durísima erección se había convertido en dolorosa. Se lamió un dedo y lo pasó por el glande, bajándolo lentamente.

-Veamos qué pasa si hago esto. – Dijo mientras acariciaba de aquella sutil manera.

-Agpggg…- Gemí a través de las braguitas que me amordazaban y todo mi cuerpo dio un respingo, arqueándose y tensando los pañuelos que me ataban a la cama.

-Jajaja… que sensible… -Elena retiró la piel del glande y lo acarició con la yema del dedo.

Más gemidos apagados, más estremecimientos de mi atado cuerpo. Ella disfrutaba con mi estado e iba a provocarme aún más cuando en lugar del dedo fue la lengua la que se paseó por mi sexo. Encerró el capullo entre los labios y succionó un poquito, siguiendo con la tónica de sutileza de la tarde.

-No te corras aún… - Agarró la base de mi pene, fijándolo. Lo lamió de arriba abajo.

Me miraba directamente a los ojos. Lo hacía de aquella manera incitante, provocadora y sensual. Aquellos ojos oscuros, grandes y algo rasgados me hipnotizaban, clavados en mí mientras mamaba lentamente. Tenía el capullo encerrado entre los labios y bajaba y subía, sacando la lengua a veces para un lametón; todo con una lentitud exasperante. Me mantenía cada vez más cachondo pero no me dejaba descargar. Apretaba los labios para recorrer todo el tronco, volvía a lamer después, encerraba el glande,… Se tragó todo el falo, hasta la mano que sujetaba la base, para volver a retirarse dejándome la marca de sus labios en la piel.

Era como si yo estuviera sufriendo la mamada y ella disfrutándola. Pero mi sufrimiento era de tanto placer, de tanto deseo,…

-Voy a hacerte correr solo con la lengua. – Lanzó su desafío.

Con la mano mantenía la piel del glande bajada y con la lengua lamía en la zona de frenillo, una y otra vez, sin parar. El ritmo era constante y la punta de su lengua, cada vez que tocaba aquella sensible parte de mi anatomía, parecía cubierta de lava. No aguanté mucho y me corrí mientras ella seguía lamiendo y lamiendo y volviendo a lamer. El semen salió disparado hacia arriba en una abundante corrida. Los chorros se elevaron hasta que la gravedad los hizo caer sobre mi pecho, sobre mi vientre y sobre mi pubis. Unas últimas gotas se deslizaron por el tronco y quedaron en el glande. Ella las sorbió, degustando mi semilla después de no poder hacerlo durante todos aquellos días. Hizo lo mismo con todo el semen que me manchaba, recogiéndolo con los labios y con la lengua y tragándoselo. Si mi pene era su caramelo el semen era el zumo dulce que muchos guardan en su interior, dejando la parte más rica para el final.

Mientras ella me limpiaba con la boca yo me recuperé un poco. Aquel intensísimo orgasmo, atrasado al máximo, me había dejado en un estado medio catatónico. Al fin recuperé algo de lucidez cuando Elena, dejándome el pecho y el vientre relucientes de saliva, se recostó a mi lado y se encendió un cigarrillo.

-La espera ha valido la pena ¿Verdad?- Mostraba su expresión divertida y satisfecha.

-Sí. – Apenas fui capaz de susurrar.

Me desató las manos y dejó que yo hiciera lo mismo con los pies. Se terminó el cigarrillo y se cubrió con una de sus batas de estar por casa. Fuimos al comedor a recoger la ropa que allí habíamos dejado tirada y pedimos algo de cenar. Mi padre llegó y cenó con nosotros. Su actitud era la de siempre, ignorándonos a ambos mientras veía la televisión. No se dio cuenta de ninguna de las miradas que Elena y yo nos cruzábamos constantemente.

(…)

Durante un par de días no tuve la oportunidad de estar a solas con Elena. Papá se quedó en casa para descansar y ella pasó algún tiempo con su familia y amistades después del viaje. En este lapso de tiempo llegaron mis notas. Fueron excelentes, como siempre. No quiero pecar de soberbia pero hay que reconocer que mi extrema timidez enmascaraba a un chico más listo de lo que aparentaba. Una timidez, por cierto, que poco a poco se iba moderando gracias a la relación con mi madrastra. No perdí mi vergüenza, pero ser el juguete sexual de una mujer de bandera como Elena subía la autoestima a cualquiera. Además, mi recién adquirido gusto por hacer algo de deporte cada día me había hecho perder algunos kilos. Seguía siento un chico corpulento para la grasa estaba abandonando mi vientre a marchas forzadas y mi cuerpo iba tonificándose.

Volviendo a mis notas escolares lo primero que hice fue mandarle un mensaje a Elena con los magníficos resultados. Mi madrastra había salido con unas amigas y me llamó al instante, felicitándome contentísima y recordándome que me había puesto nervioso por nada. Después de hablar un rato por teléfono fui a buscar a mi padre.

Estaba en el despacho de casa, trabajando. Al contrario que mi madrastra apenas prestó atención a mis resultados, casi dándolos por hechos y con su pasota actitud habitual. En cambio, antes de que me fuera de su despacho, me interrumpió.

-Últimamente pasas mucho tiempo con Elena. – Me quedé helado aunque en su voz no parecía haber sospecha o reproche.

-Si… Me ha ayudado a estudiar y hablamos… me está ayudando a superar mi timidez con las chicas. – Las mejores mentiras tienen algo de verdad. A mi padre pareció satisfacerle

la

respuesta pues sabía de inoperancia con las mujeres y me tenía de menos por eso. Él era todo un mujeriego aunque en el honor a la verdad pagaba a más de la mitad de sus conquistas.

-¿No has notado nada raro en ella? Hace unas semanas que la veo diferente,… más contenta, más alegre.

-No. – Contesté monosilábicamente, intentado acortar la incómoda conversación.

-Bueno,… no creo que me esté siendo infiel, pero échale un ojo por si acaso. Este verano tendré mucho trabajo, si a final de año entro definitivamente en política tengo que cerrar algunos negocios y no podré estar muy atento. Si tuviera un amante sería un escándalo que mi carrera política no se puede permitir. Vigílala disimuladamente y se ves algo raro dímelo.

Pensé en lo hipócrita de sus palabras. Él no solo tenía amantes si no que se gastaba una pequeña fortuna en prostitutas de lujo. Mi padre y su mundo era el de los hipócritas que juzgaban diferente a los hombres y las mujeres, por un rasero totalmente distinto.

Cuando llegó Elena lo primero que hice fue contarle la conversación con mi padre. Al contrario que yo no se alarmó ni se asustó. Lo cierto es que se lo tomó con cierto humor.

-Así que tienes que echarme un ojo. Creo que lo estás haciendo muy bien. – Dijo con ironía. – Me apetece ir al cine… y tienes que vigilarme así que vístete y vamos.

A mi padre le pareció perfecto que Elena me llevara al cine, como si yo fuera el responsable de esa idea y así la tuviera bien vigilada. Pero los planes de mi madrastra iban lejos de ver una película tranquilamente.

Continuará…