Los Juegos de Elena 11 Partida
Elena y papá se marchaban de viaje y coincida con el inició de mis exámenes. Mi madrastra se despidió a su manera y se las ingenió para seguir jugando conmigo pese a la distancia.
Papá y Elena se marchaban de viaje. Mi padre, con sus ambiciones políticas en la cabeza y aconsejado por sus asesores había planeado una gira por las distintas sedes del partido para ganarse apoyos, crear relaciones y cobrarse favores. Para dar una imagen familiar Elena viajó con él, pues además era una relaciones públicas excelente. Yo también hubiera ido si no fuera porque empezaba, por fin, mis exámenes. Tanto que el mismo día de su partida coincidía con el primero de ellos. La única despedida de mi padre, sin ni siquiera desearme suerte para dichos exámenes, fue la advertencia de que ni se me ocurriera dar alguna fiesta en su ausencia.
Elena insistió en llevarme a la escuela en su coche. Papá protestó, diciéndole que tenían que irse pero Elena replicó que tenían tiempo. Refunfuñó algo pero dejó que mi madrastra me llevara a la escuela. Iba vestida con unos vaqueros y una camiseta sencilla, de manga corta y ligeramente escotada. Como la mayoría de su ropa las prendas le iban algo ajustadas, arrapándose a su exuberante cuerpo y resaltando sus curvas. La melena negra se la había peinado con una trenza que le caía por un hombro. Con aquel sencillo atuendo, sin maquillajes, joyas caras o ropa a la última moda, seguía estando preciosa, tal vez incluso me gustaba más así. La belleza y feminidad siempre estaban a flor de piel en aquella sensual mujer.
-Odio tener que marcharme con tu padre. – Dijo de repente, con rictus serio, rompiendo el silencio del coche. Conducía mirando al frente.
Era algo que yo ya sabía y no terminaba de entenderlo. Elena cada vez soportaba menos a su marido y tener que irse con él de viaje para aguantar a hipócritas políticos y corruptos empresarios era un pequeño suplicio. Supongo que era el precio que tenía que pagar por su lujosa vida, convirtiéndose en un caro complemento para mi padre y sus ambiciones.
-No vayas. – Dije.
-Tengo que ir… tú no lo entiendes. Solo eres un niño…
Odié las palabras de Elena. Las cosas que me había hecho no eran las cosas que se le hacen a un niño, si no a un hombre. Por mucho que me doblara la edad yo me consideraba un adulto, o casi. Un estúpido orgullo adolescente nació en mí interior. Iba a contestarle de malas maneras, pero Elena continuó hablando.
-Perdona, no eres un niño,… pero es complicado. Además, me gustaría estar aquí para ayudarte con los exámenes. – Parecía sincera y la respuesta pensada desapareció de mi mente y en su lugar dije otra cosa.
-Ya me has ayudado. – Elena se había pasado días estudiando conmigo, sin olvidar sus sesiones posteriores de “relajación”. Solo de recordarlo el calor despertaba en mi bajo vientre.
En ese momento, rememorando en mi cabeza algunas de los últimos encuentros con ella, no me di cuenta que giraba en una esquina que nos alejaba del colegio. De hecho tardé bastante en percatarme en que las calles no eran las de siempre. Al hacerlo Elena simplemente me puso una mano en el muslo y dijo:
-Tenemos unos minutos, vamos a dar un pequeño rodeo, que te veo muy nervioso para hacer el examen. – Me guiñó el ojo de manera cómplice y continuó conduciendo.
Paró en un pequeño y desierto callejón. Aparcó y se desabrochó el cinturón de seguridad. Se acomodó en el sillón, mirando en mi dirección. Sus ojos mostraban una determinación lujuriosa y decidida. Sin decir nada me cogió la mano y la llevó hasta su pecho. De manera automática empecé a sobetearle la teta, presionando suavemente. Era casi imposible abarcarla con la mano y los dedos extendidos. Aun así lo intenté, gozando de aquella esfera de carne por encima de la camiseta y el sujetador talla cien. El calor que transmitía el seno pasó por mi cuerpo como una corriente y llegó a mi entrepierna. La reacción de mi pene fue instantánea, creciendo y empalmándose.
Elena clavó la mirada en el bulto del pantalón. Sin perder un segundo llevó las manos a mi entrepierna y con dedos hábiles me desabrochó el cinturón, el botón del pantalón y me bajó la bragueta. Un par de movimientos después y tenía el pantalón y la ropa interior en las rodillas. Mi pene salió disparado apuntando al techo del coche.
-Vamos allá, que no quiero que llegues tarde al examen por mi culpa.
Se chupó bien un dedo, poniéndose en la boca y sacándolo lentamente bien cubierto de saliva. Lo posó en la base y recorrió el pene de abajo hasta arriba. Sentí el frescor de la saliva en contraste con la temperatura de mi miembro. Aquellos preliminares a la acción me ponían enfermo de deseo y ella lo sabía. Retiró cuidadosamente la piel del glande y acarició el capullo con el mismo dedo lleno de saliva. Me estremecí, hundiéndome en el sillón del coche.
Me cogió el pene, por la base, y se inclinó. Aquellos carnosos y mullidos labios se cerraron en torno a mi capullo, haciéndolo desaparecer. Dio unas primeras chupadas, como si estuviera deshaciendo la capa externa de un helado para fundirla y saborearla en la boca. Su principal objetivo era el glande, donde apretaba con los labios. Cuando se retiraba dejaba su saliva allí, dejándolo reluciente. También lamió la cepa del duro poste. Yo la sentía caliente, envolviendo mi piel, provocándome escalofríos. Me escuché gemir.
-Ohg… Joder…Elena… -
Y eso que casi ni había empezado. Ya me había puesto enfermo, cachondo perdido,… y ahora tocaba la hora de la verdad. Los mejores adjetivos con los que puedo calificar aquella mamada es que fue rápida y brutal. Pajeó con la mano, movió el cuello y la cabeza, succionó con los labios, lamió con la lengua,… Todo con una violenta pasión. Su objetivo era hacerme correr lo más pronto posible, vaciar mis testículos de la manera más veloz y eficiente. Elena normalmente luchaba para prolongar mi orgasmo. Sabía lo que provocaba en mí: un estado de excitación tal que me ponía al borde del clímax con apenas unas caricias. Normalmente iba con cuidado de no hacerme estallar demasiado pronto y jugaba con mi deseo. Leía las señales de mi cuerpo cuando la corrida era inminente para parar y volver a empezar antes de que ocurriera. Ahora fue completamente al revés. Solo quería mi corrida y como más rápido mejor.
Toda la resistencia adquirida aquellos días de juegos con Elena se desvaneció. No creo que durara más de tres de minutos de aquella intensa mamada. Era demasiado para mí.
-Elena… me… corro… -
No paró de mamar. Chupó, moviendo la cabeza y la mano con el vertiginoso ritmo hasta que estallé. Mi semilla empezó a derramarse en el interior de su boca y ella la recibió sin moverse, asegurándose de que no se desperdiciaba ni una gota. Toda acabó garganta abajo y ella se relamió, encantada después de beberse mi leche caliente y espesa. Cuando se incorporó, pasándose una mano en los labios para retirar el exceso de saliva, sonreía, más que satisfecha.
-Súbete el pantalón. – Me dijo al ver que no reaccionaba, aun aturdido por la violenta, rápida e inesperada mamada.
Me vestí a toda prisa. Elena se abrochó el cinturón y encendió el coche. Empezó a conducir mientras masticaba un chicle, según ella y bromeando, para no ir por el mundo con el aliento oliendo a la polla de su hijastro.
Al llegar a la escuela nos despedimos. Como había muchos de mis compañeros por allí solo me besó en la mejilla, aunque fue un beso lento, prolongado y muy cerca de la comisura de los labios. Al salir del coche pensé en lo que iba a echar en falta a Elena durante los días que estaría fuera con papá. Al menos me llevaba una soberbia mamada de despedida que les aseguro me dejó más que relajado para hacer el examen. Tanto que saqué un 10.
(…)
Me quedé solo en casa. La doncella venía a limpiar y me dejaba la comida y la cena preparadas, pero por lo demás tenía todo el chalet para mí. Ya he comentado anteriormente que era un muchacho muy responsable. No monté ninguna fiesta ni nada por estilo, como mucho un par de amigos para estudiar, pasar el rato con los videojuegos o refrescarnos del calor del fin de la primavera en la piscina.
Hablaba con Elena cada día. Me mandaba mensajes preguntándome por los exámenes o me llamaba para que charláramos un rato. Se aburría con papá y los constantes compromisos sociales, negociaciones políticas y pedantes cenas. Parecía echar de menos nuestros encuentros por lo que no es de extrañar que siguiera ingeniándoselas para volverme loco a pesar de la distancia.
(…)
Era de noche y estaba a punto de irme a dormir. Iba ya con el pijama de manga corta y acababa de lavarme los dientes cuando escuché mi teléfono. Era una videollamada, de Elena. Me senté en la cama y la cogí.
-Hola guapo. – Me saludó. En la pantalla del teléfono reflejaba su rostro: Ojos oscuros, rasgados y grandes, facciones de belleza clásica enmarcadas en el liso cabello negro y los gruesos labios que tanto placer me daban cuando besaban, lamían o chupaban cualquier parte de mi cuerpo.
-Hola. – Respondí.
-Tengo un rato y he pensado que tal vez echarías en falta esto… -Su voz era seductora y sensual.
Elena movió el teléfono para darme un plano de su cuerpo. Estaba completamente desnuda. Que buena estaba: La piel era suave, algo tostada por el sol y que le daba un aire casi dorado. Las piernas eran larguísimas, inacabables y estilizadas. Los muslos eran torneados, y al igual que el resto del cuerpo, estaban esculpidos por las horas de gimnasio. Esas mismas le daban un vientre plano, sin ningún resto de grasa, duro pero sin perder la una feminidad acentuada por unas caderas pronunciadas. Su sexo, depilado excepto por el triangulito recortado de vello oscuro, me atraía de una manera primaria e instintiva. Mi mirada tampoco pudo obviar las dos tetazas. Eran soberbias, redondas, turgentes y tenían unos pezoncitos puntiagudos que siempre apuntaban hacia arriba. Nada más verla sentí como mi falo cobraba vida debajo de los pantalones del pijama.
-Yo también quiero verte.
Dejé el teléfono sobre la cama para desnudarme. En cierta manera me sentí ridículo cuando enfoqué la cámara hacia mi pene. Este no tenía ninguna vergüenza y estaba completamente empalmado, como si también viera a Elena a través de la pantalla. Esa mujer me ponía tan cachondo que aun a cientos de kilómetros podía provocarme aquellas violentas erecciones.
-Que durita está. – Elena, con la mano libre, estaba acariciándose uno de los senos. Su voz era turbia, excitada por el deseo. – Hazte una paja para mí.
Empecé a masturbarme mientras la miraba a través de la pantalla. Se recostó sobre la cama del hotel sin dejar de enfocarse el cuerpo. Seguía tocándose el pecho, frotándose y pellizcándose uno de los pezones. Este, ya de habitual respingón y salidito, parecía duro y empitonado por la excitación.
-¿Quieres que yo también me haga una pajita? – Dijo provocativa.
-Si. - Respondí sin dejar de tocarme.
La mano de Elena abandonó el seno para deslizar la mano por el vientre hasta que llegó a la entrepierna. Se acarició a sí misma, estimulándose con la punta de los dedos. La pantalla tenía una gran definición y no era difícil percibir la hinchazón de los labios y el brillo de su humedad.
-Si así… pajéate… bien fuerte… - La escuché
El dedo de Elena resiguió la raja de su feminidad. Vi como poco a poco iba haciendo sus caricias más audaces y las reacciones que eso provocaba a su cuerpo. Los pezones parecían a punto de salir disparados, la piel estaba erizada, los ojos entrecerrados, sus muslos y vientre transmitían una ansiosa tensión,…
-Mírame… quiero que me veas bien… - Su voz era entrecortada por los jadeos. –
Las yemas de sus dedos se concentraron en la zona de su clítoris y empezó a moverlos en círculos cada vez más rápidos. Acercó el teléfono a la entrepierna para que pudiera disfrutar de un primer plano de la vagina. Los labios se veían gruesos y la humedad era evidente. El movimiento de su mano era ya furioso y urgente. Yo no había dejado de pajearme en ningún momento y parecía una competición para ver quien llegaba primero al orgasmo.
-… quiero ver… como te corres… córrete para… mí… - La escuché decir entre gemidos.
Volvió a mover su teléfono, sosteniéndolo en alto con la mano. La pantalla me mostraba a Elena tumbada en la cama, con las piernas abiertas y la otra mano bien hundida en su vagina. Se retorcía, temblaba, jadeaba,… Su pelo negro, suelto y liso, estaba esparcido por la cama. Se mordía los labios, con los ojos turbios, a medida que el clímax se acercaba.
Yo me corrí primero. El machacón ritmo de la paja mientras la escuchaba incitarme, jadeando, pidiéndome, ordenándome casi, que me corriera fueron suficientes para hacerme estallar en un intenso orgasmo. El semen broto como un volcán, saliendo disparado de mi glande con fuerza.
-Que rica… toda esa… lechecita caliente… que ganas… de probarla… otra vez… - La escuché mientras experimentaba los últimos coletazos del orgasmo.
Ella siguió tocándose, sin aguantar mucho más antes de llegar al clímax. Sus gemidos se hicieron más roncos, arqueó el cuerpo y dejó escapar toda la tensión acumulada de golpe. Se quedó en la cama, con los ojos cerrados, durante unos instantes.
-Parece que si echabas de menos esto. – Dijo sonriente, acariciándose el cuerpo aún tumbada en la cama.
-Yo… sí… te echo de menos… -Elena, al escucharme, ensanchó su sonrisa.
-No te preocupes, volveré pronto y esto será todo para ti. – Añadió picarona volviéndose a referir a su cuerpo. – Ahora vete a dormir, que es tarde. Buenas noches.
Me mandó uno de sus húmedos besos a través de la pantalla antes de cerrar la comunicación. A pesar de la paja la promesa de Elena me dejó con el bajo vientre insatisfecho. No veía la hora de volver a reencontrarme con ella.
(…)
-Cinco minutos para terminar. – La voz de mi profesor de lengua nos avisaba del fin del último examen.
A mí me había sobrado tiempo y ya había repasado las respuestas dos veces. Me levanté, lo entregué y salí de la clase habiéndome sacado un peso de encima. Por fin vacaciones. Un largo verano sin madrugar, sin deberes, sin trabajos,… Al cruzar la puerta de la escuela estaba sonriendo de felicidad. Allí, en el parking, apoyada en su coche, estaba Elena. Yo esperaba que aun estuvieran aún un par de días fuera por lo que me quedé sorprendido. Un cosquilleo insistente y molesto nació en mi entrepierna nada más verla. Estaba guapísima. La melena negra, suelta, brillaba por el sol. Los ojos castaños eran invisibles tras unas grandes gafas oscuras. Sus gruesos labios estaban pintados de carmín de un color rosa a juego con el vaporoso vestido veraniego. Este era blanco con estampados florales, sin tirantes, solo un sugerente escote palabra de honor. Un cinturón lo ajustaba a su fino talle. La falda le cubría hasta las rodillas, ocultándome los muslos tersos pero marcando igualmente aquellas interminables piernas. Calzaba sandalias, de talón. Al acercarme a ella me fijé que como siempre su aspecto era impecable y llevaba las uñas, tanto de manos y pies, perfectas y también pintadas de aquel tono rosa a juego. Fumaba, sosteniendo entre los labios el cigarrillo de una manera felina. Casi me había olvidado de que la presencia de su cuerpo irradiaba un aura de sensualidad. Cada gesto, cada sonrisa, cada mirada,… provocaban.
-Hola guapo. – Sonrió, dándome dos largos besos en cada una de mis mejillas. Usó aquella voz grave, un punto ronca, que tanto me turbaba.
Aspiré su perfume, su aroma. No puedo decir que tuviera una erección repentina, pero casi. La sangre empezó a bombearse hasta mis genitales, concentrándose lentamente. Sentí como me subía la temperatura e incluso me puse un poco rojo y con la frente perlada de sudor. Elena se percató al instante de la reacción de mi cuerpo. Eso le encantaba.
-Vaya, vaya,… parece que te alegras de verme.-Dijo cuándo subimos al coche.
Arrancó el coche y salió del parking de la escuela. Apenas estuvimos fuera mi posó una mano en mi muslo, subiendo hasta la ingle. Sin dejar ni de conducir ni de sonreír dejó la mano allí, acariciándome suavemente. Mi pene ahora sí que se empalmó completamente. Elena palpó la erección por encima del pantalón.
-Y veo que esta también se alegra de verme. Casi me había olvidado de lo cachondo que te pongo. – Parecía más que satisfecha de esa irracional excitación que me provocaba. – No te preocupes, cuando lleguemos a casa jugaremos un rato con esta polla tan dura…
Continuará…