Los Juegos de Elena 10 Clases prácticas

Elena decidió que ya era hora que recibiera algunas lecciones sobre la anatomía femenina.

Como expliqué en el capítulo anterior Elena y yo pasábamos mucho tiempo juntos. No siempre era para convertirme en su juguete, sino que también charlábamos y me ayudaba a preparar los exámenes de la escuela. Mi madrastra era una mujer culta y con inquietudes intelectuales y estudiar con ella me era de gran ayuda. Elena se preocupó mucho de mi educación en general y de ella adquirí cierto gusto por el arte, la literatura, el cine clásico,… También me aconsejó en cuanto a escoger una carrera universitaria y en otras muchísimas cosas que acabaron de formar aquel adolescente vergonzoso y acomplejado hasta convertirlo en un hombre adulto y seguro de sí mismo.

En cuanto a educación se refiere mi madrastra decidió que ya era hora de enseñarme un par de cosas muy útiles sobre la anatomía femenina y como tratarla. Hasta ahora yo había sido un sujeto pasivo en nuestros encuentros. A veces hasta casi me daba miedo tocarla. Pero ella estaba dispuesta a cambiar eso.

(…)

Llegué a casa de la escuela. El coche de Elena estaba en el garaje, pero no vi ni el de mi padre ni el de la asistenta. No hacía falta ser muy listo para saber lo que eso significaba. Elena siempre le sacaba partido a los momentos en que estábamos solos en casa. Que a veces no le importara que papá o la sirvienta estuvieran o que incluso le diera más morbo aún, no quería decir que dejara escapar la oportunidad de jugar tranquilamente.

-¡Hola!- Grité al entrar por el recibidor.

-Hola Raúl. – La voz de Elena venía del salón.

Me esperaba sentada en el sofá y fumando. Apagó el cigarrillo y caminó hasta a mí. Aquella mañana debía de haber estado en el centro de belleza y la peluquería. La brillante melena negra estaba recostada sobre su hombro y pecho, toda tirada hacía un solo lado. Apenas necesitaba maquillaje, solo algunos retoques para resaltar su belleza natural y estaba realizado a la perfección. Llevaba incluso una impecable manicura. El vestido era de manga corta, ligeramente escotado, sencillo y de color azul. Le llegaba hasta las rodillas y un cinturón lo ajustaba a la figura. Así podía adivinarse la sensual curva de las caderas. La expresión de sus ojos y su sonrisa pícara clamaban sus intenciones a los cuatro vientos. Me quedé quieto, esperándola y mirando aquella espectacular mujer. Nunca terminé de creerme que tal bellezón se hubiera fijado en mí.

Me cogió por la nuca, estrechándome contra ella y me besó. La experta y descarada lengua de mi madrastra se enroscó con la mía. Su otra mano fue directa a mi entrepierna, tal y como acostumbraba, para frotar el pene. Unos segundos después toda la sangre de mi cuerpo fluyó en un solo punto, provocando una erección instantánea.

-¿Cómo ha ido la escuela? – Dijo separándose unos centímetros con un tono divertido.

-Bi... Bien. – Apenas fui capaz de responder.

Me bajó la bragueta del pantalón y luchó unos segundos con la ropa interior para que por allí asomara mi pene. Quedó duro, sobresaliendo por los pantalones. Lo agarró, sujetándolo con la palma de la mano y cerrando los dedos con fuerza. Machacó un par de veces, pajeándome.

-Me encanta que ya estés cachondo perdido… – Ya conocía esa obsesión de Elena por mis repentinas e instantáneas erecciones. Le gustaba saber que ella la culpable de esta reacción, como si estuviera orgullosa de ello. – Yo también estoy muy caliente… -

Dejó las palabras al aire para volver a darme uno de aquellos húmedos besos con lengua que me intoxicaban de deseo. Me soltó el pene y me cogió de ambas nalgas, apretándome el culo y estrechándome contra ella. Las tetas se me clavaron en el pecho. Refrotó la cintura en mi pene, aplastándomelo, obligándome a sentir su cuerpo. Transmitía un tipo de necesidad que hasta ahora yo apenas había aprendido a percibir. La urgencia de sus manos, de su boca, de sus caderas,… parecía indicar que era cierto, Elena estaba más excitada de lo habitual.

  • Llevo un rato esperándote y he pensado que hoy vas a tener que ganarte que me ocupe de esto. – Elena se separó lo justo para poder liberar mi pene y darle un golpecito con el dedo. Lo dejó rebotando.

-No te… entiendo. –

-Hoy tú vas a ser el que primero me haga cositas a mí si quieres que después te haga cositas a ti. – Respondió dándome un par de golpecitos más en el pene.

  • … yo… no sé… -Balbuceé.

Me moría de ganas de hacerle cosas a ella, de devolverle parte del placer que ella me había provocado. El problema no era la falta de ganas si no que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Me frustraba saber que ella misma tenía que aliviarse de los calentones a solas después de jugar conmigo. Ahora debía ocuparme yo de ella pero no me sentía capaz. A su lado siempre me sentía torpe, hosco,…

-No te preocupes por eso, yo te enseñaré. Digamos que hoy voy a darte una clase muy especial… una clase práctica.

Me cogió por el pene que asomaba por mi bragueta y tirando suavemente de él me obligó a seguirla. Subimos al piso de arriba y fuimos hasta su habitación. Allí cerró la puerta y se apartó de mí un par de metros para quitarse el vestido. Bajó la cremallera y con un par de tirones y contoneos de cuerpo la prenda se deslizó hasta el suelo. El sujetador era negro con líneas transversales muy finas de color blanco. En la juntura de las dos tetas que lo colmaban había un lacito rojo. Igual lacito adornaba el tanguita a juego. Jamás me acostumbré a la visión de Elena semidesnuda enfundada en lencería. Me aturdía. Era una Diosa que irradiaba una luz hecha de sensualidad.

-¿Te gusta? Me lo compré para ti… - Recordé la tarde de compras y su guiño cómplice cuando me hizo esperar fuera de la tienda de lencería.

-Es… muy bonito… Tú eres muy bonita. –Añadí la última frase de un tirón. Mis simples pero sinceros piropos la hacían sonreír. Mientras lo hacía se mordió el grueso labio inferior con un deje de perversión.

Caminó hasta mí y empezó a desnudarme. Desabrochó los botones de la camisa, el cinturón y el botón del pantalón de manera rápida y precisa. Acarició con la palma de la mano mi sexo, presionando suavemente con los dedos antes de que con su expresión más traviesa volviera a tapármelo con el calzoncillo.

-Ya te lo he dicho,… de esto me ocuparé luego.

Le dio un último frote, dejándome con el calentón cuyo alivio tenía ganarme. Tragué saliva. No sabía ni cómo empezar con el cuerpo de Elena, pero por suerte ella tenía una gran vocación de enseñanza. Me cogió la muñeca y me llevó la mano hasta su pecho.

-Tócalo, masajéalo, apriétalo pero con cuidado. -La palma de mi mano sopesó el perfecto seno por encima del sujetador, siguiendo sus instrucciones. – Quítame el sujetador. – Se dio la vuelta, separando mi mano de su teta.

Batallé con el cierre. Era bastante sencillo y el sujetador cayó al suelo. Elena volvió a darse la vuelta. No necesitó de cogerme las manos pues ambas fueron a sendos pechos. Los acaricié primero con las puntas de los dedos. Froté el salidito pezón con el pulgar y noté como se endurecía casi tanto como el prominente bulto de mi ropa interior.

-Vamos a la cama. – La voz de Elena era ligeramente más ronca y turbia. Nos sentamos en el borde, uno al lado del otro. Separó las piernas. – No tienes que pedir permiso para tocarme… - Añadió.

Automáticamente maldecí mentalmente mi timidez y posé mi mano en un su rodilla. Lo más natural parecía subirla por el muslo, bien extendida para abarcar la máxima cantidad de aquella sedosa piel. En unos instantes llegué hasta la ingle y allí me quedé quieto, esperando nuevas instrucciones.

-Eres delicado, eso es bueno. Ahora acaríciame por encima del tanga. Tienes que palpar sin presionar demasiado, sin apretar. –

Mi mano recorrió el ínfimo tramo que separa la ingle del pubis. Los dedos exploraron, presionando suavemente tal y como había dicho. Mis dedos sintieron los labios vaginales y la rajita que los partía. Me dejé llevar por el ansia y apreté demasiado.

-No tanto… más delicado. – Elena me reprendió pero al instante me dio un beso y me pidió que continuara.

De nuevo mis dedos, con renovado cuidado, palparon su sexo. La yema de mi dedo siguió su rajita. El pulgar apretó levemente. Acaricié con la palma toda la extensión del minúsculo tanga. Elena resopló, cerrando los ojos. Se mordió el labio y sentí como su cuerpo, pegado al mío, se estremecía.

-Así… muy bien… - La voz era entrecortada. – Tienes que ir alternando las caricias, no solo en el coño, también en los muslos, en los pechos, la espalda,… También tienes que besarme, por ejempló aquí. – Señaló la delicada piel de detrás de la oreja.

Lo hice. Mi mano regresó a la cara interna del muslo en una lánguida caricia y besé aquel erógeno lugar que me había señalado. La punta de mi lengua dio un pequeño lametón que hizo que la piel se le pusiera de gallina.

-Aquí. – Vi cómo se señalaba la garganta.

Intenté imitar lo que ella me hacía a mí. Alterné dulces besos con pequeños lametones. Cerré los labios en torno a una minúscula porción de piel para chuparla. La mano había vuelto a la entrepierna. Se detuvo allí un instante, elevando la caricia por el vientre plano hasta llegar al seno. Apenas lo sopesé y cosquilleé con los dedos.

-Aquí.- Esta vez se señaló la clavícula, en el pequeño huequecito del hombro.

Allí dirigí mis labios, besando la piel, rozando con mis labios. La mano que tenía en su pecho continuó con su labor exploratoria. Mis dedos intentaron repasar todo el volumen del seno. Lo masajeé con suavidad.

-Bésame el pecho… lámeme el pezón… - El aliento de Elena era más entrecortado y el volumen de su voz era grave. Apenas susurraba.

Incliné la cabeza para llegar al seno. Cubrí el diámetro de la areola con mis labios antes de sacar la lengua y repasar todo el pezón con ella. Lo dejé duro y brillante por la cantidad de saliva. Una de mis manos acarició su espalda, recorriéndola desde la nuca hasta la nalga. La otra había vuelto a su pubis y lo exploraba con dedos tímidos, delicados. Pero ella los sentía y por las reacciones de su cuerpo diría que le gustaban. Había dejado escapar un gemidito y seguía respirando pesadamente. Continué con la cabeza enterrada en su pecho y la mano en la entrepierna.

-Espera… voy a ponerme más cómoda.

Elena se recostó en la cama. Apoyó la espalda, algo inclinada, en el cabezal. Dobló y separó las piernas. A mí me pidió que volviera a colocarme a su lado y que continuara con lo que estaba haciendo. Sin dudarlo hundí la cabeza en su cuello, besándolo y deslizcé la mano entre sus muslos para palpar delicadamente su sexo.

-Quítame el tanga.

Deslicé los dedos por el borde de la prenda y empecé a bajársela. Elena me ayudó juntando y levantado las piernas momentáneamente para volver a espatarrarse una vez estuvo desnuda. Ante mí su misterioso sexo. Los labios vaginales estaban algo hinchados y brillaban con un resto de humedad. El monte de venus estaba cubierto de un triángulo recortado de un vello tan negro como el de su preciosa melena. Volví a recostarme en el cabezal, a su lado, con la mano en su muslo, cerca de la ingle.

Me cogió la muñeca pero en lugar de llevarla hasta su sexo, como yo esperaba, la levantó hasta su rostro. Se metió mis dedos en la boca, uno a uno, chupándolos y humedeciéndolos de saliva. Por fin, cuando pareció contenta con la lubricación, me bajó la mano hasta la entrepierna. Me sorprendió lo mojados y calientes que estaban los labios vaginales.

-Con el dedo resigue la rajita, recuerda, presionando muy suavemente, sin apretar. – Actué como pedía y la yema mí dedo separó los labios, introduciéndose tan solo unos milímetros. – Agh… así… - Dio un pequeño respingo y cerró los ojos. – Ponte allí…

Me señalaba el espacio de cama entre sus piernas. Me puse allí, medio recostado. Me fije como sus labios se habían hinchado mucho más. Se los separó con la mano, mostrándome una carne rosada, un botoncito prominente y la entrada oscura de su cueva.

-Pon un dedo dentro… -

Cerré el puño salvo por un dedo. Este lo llevé hasta la entrada de su cueva y al ver mis dudas volvió a cogerme la mano y sin titubear empujó, llevándome hasta su interior. Me sorprendió la facilidad con la que el dedo entró y sobre todo como una carne trémula, muy caliente y pegajosa lo rodeó. El cuerpo de Elena tembló un instante y respiró hondo, cogiendo aliento.

-Muévelo, poco a poco. – El dedo, curioso, empezó su espeleológica exploración. –Oh… - Elena gimió. - … con la yema… haz como si rascaras… por arriba…

Seguí las indicaciones. Mi destino era su placer y ella misma me iba leyendo el mapa para llegar a él. Rasqué, acariciando, la parte superior del interior de su sexo. Ella se retorció, cerró los ojos y con la mano con la mano libre se tocó un seno, frotándose el que era un empinadísimo pezón. Ya no respiraba agitadamente, jadeaba.

-Otro dedo. – No fue un grito pero casi. Era una orden, una necesidad para ella.

Se lo metí y lo uní al otro. Elena gimió. Su cuerpo transmitía una tensión acuciante. Estiró el cuello, dejando escapar el aire. Lo del interior de su vagina era otra cosa: un continuo de espasmos que hacían sentir mis dedos enterrados en un alud de carne. Cada vez que las yemas frotaban aquel punto superior de su interior pequeñas contracciones le atravesaban el vientre.

-Con… la otra mano… un dedo… muy suave… clítoris… botoncito… - Casi no podía hablar.

Aún seguía separándose los labios por lo que no me fue difícil encontrar el clítoris. Apenas lo rocé con un dedo pero los efectos de tal caricia se hicieron sentir. Un ronco y apagado aullido salió de la garganta de Elena. Un nuevo estremecimiento recorrió su cuerpo. Lo repetí de nuevo, pero esta vez dejé el dedo sobre el botoncito, en un ligero pero permanente contacto. Lo acariciaba, muy suavemente. Pero lo suficiente para que Elena llegara al tal ansiado orgasmo. La tensión del cuerpo se aflojó como en un globo pinchado. Los espasmos del interior fueron más violentos y un torrente de humedad me cubrió los dedos.

-Ogh… sí… así… buen… chico… - Gimió.

Para ella había sido una liberación física, para mí lo fue mental. Haber logrado que Elena se corriera en el primer orgasmo que le provocaba a una mujer me llenó de orgullo. Por un instante no me sentí ni torpe ni tosco, todo lo contrario.

Después del orgasmo de Elena fui consciente de mi propia excitación. El bulto de mis calzoncillos no había menguado lo más mínimo. Toda mi atención había estado puesta en Elena, en su cuerpo y sus instrucciones. De repente, con el objetivo cumplido, me di cuenta que masturbarla me había puesto aún más caliente. El pene casi dolía, apretado contra la ropa interior.

Elena se dio cuenta. Recuperada del orgasmo me apartó las manos de su sexo. Los dos dedos que habían estado dentro estaban cubiertos de un fluido pegajoso. Hasta la nariz me llegaba un aroma fuerte pero no por eso desagradable. Elena se quedó mirando aquellos dedos y sin mediar palabra se los llevó a la boca, saboreando su propio orgasmo. Me los chupó con lascivia, encerrando sus labios y succionando, lamiendo. Sus ojos estaban fijos en mí, provocativos y sensuales.

-Mnnn… tienes unos deditos muy buenos, lo has hecho muy bien. – Dijo soltándome la mano. – Aunque tendremos que practicar mucho más. – Añadió pícara, empujándome sobre la cama y tumbándome boca arriba. Ella se puso encima, sentada a horcajadas sobre mi sexo. A través de la ropa interior sentí en calor de aun transmitía su sexo. – Otro día te enseñaré como comerme el coñito… ¿Te gustaría comerme el coño? – Preguntó.

-Sí. –

-Pero ahora, si no recuerdo mal, te he prometido que me ocuparía de esto. – Mientras lo decía aprisiono mi sexo con dedos por encima de los calzoncillos. – Y yo siempre cumplo mis promesas.

Reptó por mi cuerpo hasta que su cara quedó a escasos centímetros de mi sexo. Poco a poco, prolongando el momento para mi sufrimiento, me bajó los calzoncillos. Al ceder la ropa mi pene saltó, quedándose mirando al techo. Elena terminó de bajarme la prenda y la tiró a un lado.

-Que dura la tienes. Seguro que hasta debe dolerte. Pero te preocupes que tu madrastra se encargará…. – Su expresión era maliciosa y juguetona.

Escupió sobre mi pene antes de cogerlo y retirar la piel del glande, dejando el capullo enrojecido al aire. Sin soltarme empezó a lamerlo. La lengua discurría, perezosa, primero solo por el desnudo capullo, después por el tronco, llenándome de saliva. Se tragó el sexo hasta donde estaba su mano y cerrando los labios lo recorrió entero. Al llegar al glande me estremecí, prisionero de la mullida carne. Lamenté el instante en que su boca que se retiró.

-Seguro que te encantaría correrte en mi boquita, pero ya sabes las normas. – A Elena parecía encantarle a obligarme pedirle las cosas.

-Elena… por favor… quiero correrme en tu boca. -

-No sabes la suerte que tienes al tener una madrastra tan sucia y cachonda como yo. Me encanta que te corras en mi boca… - Dijo antes de volver a mamar.

Chupó, lentamente, sin prisas. Lamía, mamaba, besaba,… Todo sin dejar de mirarme a los ojos con los suyos: grandes, algo rasgados, castaños, misteriosos, sensuales, provocativos,… Elena parecía disfrutar mamándome la polla de la misma manera que hacía yo. A mí me tenía extasiado, gimiendo y hundiéndome en cama para gozar todas aquellas sensaciones producidas por sus labios, su boca y su lengua.

-Elena… no puedo… más…

Ella, sabiendo ya que mi corrida era inminente, cerró los labios en torno a l capullo para que en el momento de estallar recibiera todo el jugo en la boca. Así fue y los chorros de esperma se estrellaron contra la cara interna de sus mejillas, contra su paladar y contra su lengua. Mamó sin dejar escapar una gota mientras yo gozaba del orgasmo. Solo se retiró cuando terminé. Ni siquiera vi la corrida pues se la tragó instantáneamente, golosa como ella sola.

-Deliciosa, como siempre. – Dijo relamiéndose después de beberse mi corrida.

Elena me mandó coger la ropa del suelo e irme a mi cuarto a cambiarme mientras ella hacía lo propio. Al cabo de cinco minutos apareció por allí, vestida con un sencillo pantalón y una camiseta de estar por casa. Venía a ayudarme a estudiar, aunque esta lección no fue tan divertida como la primera de la tarde.

Continuará…