Los juegos arriesgados de Verónica

Verónica, joven, fría y egoista se ve envuelta en un juego arriesgado, del que ni quiere ni puede escapar.

LOS JUEGOS ARRIESGADOS DE VERÓNICA

Verónica caminaba aquel viernes por la noche por las calles de su ciudad. Era una chica de 23 años, estudiante de derecho, bajita y menuda. Medía 1,58, pesaba 43 kilos y era rubia, con una media melena lisa sobre los hombros. Tenía los ojos claros, herencia de su familia materna. Su cuerpo era ligero y sus formas parecían estar hechas a escala reducida. El pecho era pequeño, pero bonito y rotundo. La cintura, finísima. Las caderas, sugerentes. El culo, redondito y firme. Sin llegar a ser una belleza, se sabía atractiva.

Aquel día Verónica vestía unos vaqueros negros muy ajustados, botas negras con un poco de tacón, camisa blanca y chaqueta de cuero color tabaco con cinturón. Debajo de todo, un conjunto de sujetador y tanga, color crema. Se había maquillado un poco, aunque no solía hacerlo. El pelo lo llevaba suelto y brillante, perfectamente peinado. Unas gotas de perfume en sus muñecas, cuello y canalillo remataban el atractivo conjunto.

Ella era consciente de sus armas. Además era lo suficientemente inteligente para saber utilizarlas. Tenía la certeza de que al menos tres chicos estarían dispuestos a dejarlo todo por ella. Dos de ellos, compañeros de la Facultad. El tercero, el camarero de uno de los bares que solía frecuentar. Pero ahora todo eso no importaba lo más mínimo. Ella tenía una misión que cumplir esa noche y la cumpliría. Mientras sus pies se encaminaban al lugar en el que todo debía desarrollarse, iba pensando en como las cosas habían llegado hasta ese punto.

Desde que perdió la virginidad, a los 17 años, su vida sexual había sido normal. Disfrutó haciendo el amor con los chicos por los que sentía atracción, pero procuró no complicarse con noviazgos incómodos y aburridos. Con 19 años fue el regalo de cumpleaños para el novio de una amiga. Se lo montaron los tres y ella descubrió que las caricias, besos, toqueteos y lamidas de su amiga le gustaron. Desde ese momento, aunque seguía prefiriendo a los chicos, no desperdició las ocasiones que se le presentaron de estar con chicas, de disfrutar de momentos de intimidad con un cuerpo similar al suyo. Precisamente a ello iba aquella fresca noche de viernes.

Pero ahora las cosas eran diferentes, muy diferentes. La excitación y el deseo no venían solo del hecho de acostarse con alguna lesbiana ardiente. En realidad, iba de caza, pero no porque ella quisiera, sino por encargo. Por encargo de aquella misteriosa mujer del chat, de la que no sabía nada más que su nick (AMA) y su edad (30 años). Más por aburrimiento que por otra cosa, Verónica había empezado a entrar en aquellos chats de sexo. Se decidió por un nick provocador (Vero23), descubriendo que tenía un gran éxito con los chicos. Cuando entraba en la sala de sexo siempre la recibían con un auténtico aluvión de privados. Montones de chicos jóvenes, de hombres maduros y de solitarios querían compartir unos minutos de intimidad con Vero23. Algunos de ellos eran brutos y directos, otros educados y correctos, otros románticos. Cuando alguno de ellos le parecía interesante, Vero cerraba el resto de ventanas y se quedaba con él. Se calentaban mutuamente por el chat. A ellos les gustaba la descripción precisa que ella hacía de su cuerpo, en la que nunca se olvidaba de mencionar sus pezoncitos rosados y su chochito cubierto de pelo suave y recortado.

Al final ellos acababan masturbándose, ante las mamadas virtuales de Vero, que era una experta en chupar miembros masculinos, tanto en el mundo real, como en el mundo virtual. Ella se excitaba, pero no solía masturbarse con el cibersexo, salvo que su acompañante fuese muy experto y conociese muy bien a las mujeres, cosa poco frecuente, por otra parte. Lo cierto es que a ella le encantaba el sexo, no solo la práctica real, sino también la lectura de relatos eróticos o de novelas rosa. En su vida cotidiana era una chica ordenada, buena estudiante, responsable y puntual. De vez en cuando salía sola, dispuesta a darse un revolcón con un chico o una chica. Digamos que esta era su cara oculta, desconocida para todos. Ella nunca permitió que esas dos caras de la misma moneda se mezclasen, por lo que nunca se enrolló con compañeros de clase, con amigos o amigas del pueblo donde veraneaba o, en fin, con gente conocida.

Para su vida habitual mostraba su carita de niña buena, casi angelical, mientras que solo en ocasiones especiales dejaba aflorar sus instintos más primarios. Esas eran las reglas de su vida y hasta ahora habían funcionado. El problema es que ahora esas reglas empezaban a cambiar, sin que ella pudiese o quisiese evitarlo. Estaba jugando a un juego con unas normas diferentes, pero la excitación era superior a su deseo de no cambiar nada.

Mientras callejeaba se puso a pensar en como había empezado todo aquello. Una de esas noches en el chat, mientras trataba de consolar a un pobre chico al que su novia "literalmente le dejó por otro", vio abrirse una ventana en la pantalla. Era AMA. Empezó a charlar con ella, más que nada por curiosidad, y también porque las desventuras de aquel muchacho le estaban produciendo sueño. Verónica no era ninguna ingenua, tenía muchas horas de vuelo, pero a los quince minutos había sucumbido totalmente. Aquella mujer escribía en mayúsculas y se expresaba con tal energía e imperatividad que ella se convirtió en su esclava sin darse cuenta. Se vio bombardeada por las órdenes de ella que, lejos de humillarla, le produjeron una profunda excitación. Se corrió tres veces aquella misma noche, totalmente entregada a los juegos de AMA.

Pero aquellos juegos no acababan ahí. Su nueva amiga propuso otros, que Verónica debía realizar fuera del chat. El primero de ellos fue sencillo, pero rompió los esquemas prefijados que ella tenía. Se trataba de que sedujese a un chico, que le arrinconase en cualquier parte y que le hiciese una buena mamada. Vero eligió a uno de los compañeros de clase que estaban colados por sus huesos (y por el resto de su cuerpo). Fue fácil calentarle, para acto seguido acabar en los servicios de la Facultad, donde ella se la chupó. Pero había más reglas. Ella no podía correrse, ni él podía hacerle nada. Su compañero se corrió en su boca, ella tragó todo aquel semen pegajoso y caliente, limpió bien la polla de él y allí se acabó aquella aventura, ante la cara de perplejidad del muchacho.

Aquella misma noche Verónica fue al chat y contó a AMA todo lo sucedido, sin omitir detalles. Fue recompensada con un placentero orgasmo, pero también fue castigada por no haberlo hecho en casa de él, tal como aquella mujer dominante había ordenado. Al final de la noche, después de haber sido humillada y de haberse corrido de nuevo por la excitación de sentirse dominada, Vero recibió instrucciones de lo siguiente que tendría que hacer. Esto ya no sería tan fácil. Se trataba de seducir a una chica, llevársela al piso y hacer todo tipo de prácticas sexuales con ella. Era evidente que las chicas con las que Vero había estado no eran de su círculo habitual. Se trataba de chicas a las que acababa de conocer y entre ellas había surgido una irresistible atracción física. Después del revolcón se olvidaba de ellas y no las volvía a ver nunca más. No iba a resultar sencillo cumplir aquella misión, pero AMA lo había ordenado y, sin saber muy bien por qué, ella estaba decidida a obedecer.

Aquel viernes por la tarde sus padres se habían ido al pueblo. Tenía todo el fin de semana para intentar ligarse a alguna lesbiana, por lo que el viernes por la noche tendría su primera oportunidad. Si salía mal, siempre podría repetir el sábado por la noche, a ver si tenía más suerte.

Justo cuando acababa de recordar todas estas cosas, Verónica llegó a la puerta del Testarossa. Sabía, por una de las chicas con las que se había acostado meses atrás, que en ese bar se daban cita un buen número de chicas que buscaban relaciones con otras chicas. Respiró hondo un par de veces, empujó la puerta y entró con decisión. Fue hacia la barra, sin mirar para los lados. Una vez allí se sentó en un taburete alto y echó una discreta ojeada al lugar. Era un local bastante grande, pero no había demasiada gente allí. Eso sí, todo chicas. El sexo masculino no estaba representado nada más que por un camarero con pinta de marica, que estaba llenando de cervezas una de las cámaras. La otra camarera, una chica de veintimuchos años con expresión seria y seca, le preguntó si quería tomar algo. Vero no solía beber, pero aquella noche hizo una excepción y pidió un vodka con naranja. Sospechaba que iba a necesitar estar desinhibida para salir airosa de aquel juego peligroso. Tan pronto como se lo sirvieron bebió un largo trago, sintiendo el relajante calorcito del alcohol por todo el cuerpo.

Más tranquila, se acomodó en el taburete, desabrochándose la chaqueta y cruzando las piernas. Pasó una mirada más detenida por el local. Habría una quince chicas, divididas en varios grupos, que charlaban bailaban y bebían cerveza. En el rincón de la derecha había dos que se besaban sin ningún tipo de recato. Desde luego, estaba en el sitio adecuado. Ahora solo faltaba que apareciese la persona adecuada. Acabó su primer cubata y pidió otro. Entretanto habían entrado en el bar nuevas chicas. Las había muy jóvenes y no tan jóvenes, femeninas y poco femeninas, clásicas y modernas. De lo que no cabía duda era de que Vero era la que menos pinta tenía de lesbiana de todas. Incluso parecía una chica que se había confundido de sitio, ya que se notaba que no estaba en su medio natural.

Pero ella era una chica fría y paciente, acostumbrada a preparar los exámenes de derecho con varios meses de antelación, sin tener que correr o precipitarse en la última semana. Por ello sabía que era bueno tomarse las cosas con calma. Además ya se había dado cuenta de que al otro lado de la barra había una chica que la miraba fijamente. No sabía si miraba simplemente extrañada por ver a una muñequita con cara de buena en aquel lugar, pero de todos modos le devolvió la mirada, acompañada de una sonrisa. Vero volvió a centrar su atención a la puerta del local, cuando de pronto oyó una voz a su lado, que decía:

No vienes mucho por aquí, ¿verdad?

No necesitó mirar para saber que se trataba de la chica que la miraba. Se giró en el taburete y la vio, apoyada en la barra, mientras esperaba que la camarera le sirviese otra cerveza.

No, la verdad es que no vengo demasiado.

Si vinieses a menudo me acordaría de tu cara. Me llamo Rebeca, ¿y tú?

Yo soy Verónica, encantada conocerte.

Se besaron levemente en las mejillas. La calculadora Verónica empezó rápidamente a hacer un inventario de las cualidades de su nueva amiga. Rebeca era morena, con el pelo negrísimo y brillante, un poco más corto que el de ella. Tenía cara de ser joven, con unas facciones suaves, regulares y delicadas. La nariz algo chata, los pómulos marcados, los labios finos y unos ojos oscuros y grandes. Era alta, alrededor de 1,75 calculó Vero, y con una espalda ancha. Pero no era ninguna machorra. Pese a su vestimenta dura y poco elegante, se trataba de una chica femenina. Vestía pantalones negros de malla, ajustadísimos, marcando una piernas largas y deseables, camiseta morada con dibujos, botas militares negras y una cazadora heavy también negra, llena de remaches y chinchetas. Sus pechos eran generosos, llenaban bien su camiseta. El estómago lo tenía plano y el culo un poco respingón, pero muy atractivo.

Vero sonrió satisfecha. Las órdenes de AMA eran liarse con una chica, pero ella no pensaba liarse con una que no le gustase lo más mínimo. Siempre había sido exigente en sus conquistas y no pensaba dejar de serlo, al menos de momento. Ahora tocaba examinar discretamente a la chica, es decir, ver como respiraba. En eso Verónica era una experta, ya se tratase de chicas o de chicos. Siempre sabía descubrir lo que quería de la gente, por medio de una serie de preguntas de apariencia inocente. Lo primero era saber que edad tenía ella:

Tengo 23 años ¿y tú? –preguntó Vero.

Yo tengo 19 –respondió Rebeca con rapidez-. ¿A que te dedicas Vero?

Estudio derecho. ¿Qué haces tú?

Dejé de estudiar el año pasado. Trabajo de camarera, pero hoy libro –dijo Rebeca, con una sonrisa en los labios.

La cosa pintaba bien, pensó Vero. Era una chica más joven, con menos horas de vuelo. Ahora se trataba de obrar con suavidad, hasta conseguir llevarla al huerto. Lo cierto es que aquello resultaba excitante, estimulante, mucho más que si ella hubiese salido a ligar por su cuenta. Una vez más, AMA tenía razón. El morbo que producía cumplir aquellas retorcidas órdenes era sencillamente sensacional. Ya que Rebeca había dado el primer paso y se había acercado a hablar con ella, Verónica decidió que sería ella quien empezase a calentar la conversación y tal efecto dijo lo siguiente:

Eres muy joven y muy guapa. Me imagino que tendrás que quitarte a los chicos de encima.

Bueno, alguna cosa me dicen –contestó Rebeca, casi ruborizándose-. Pero la verdad es que me atraen más las chicas.

¿Cómo te gustan las chicas?

No sabría decirte, no tengo nada preestablecido –respondió Rebeca.

Pues a mí me gustan morenas y altas, como tú –añadió Vero, sonriendo provocativamente.

Cruzó sus piernas, para que su amiga apreciase sus apetitosos muslos. Siguieron charlando y bebiendo, mientras Verónica pensaba en como invitar a aquella chica a su casa. Ante todo no quería ir demasiado deprisa, no la fuese a espantar. Pero tampoco quería que las cosas fuesen demasiado despacio, ya que Rebeca frecuentaba aquel bar y en cualquier momento podía llegar alguna amiga suya, dando al trate con todo. Sin embargo fue aquella morena explosiva quien puso fin a sus dudas. A su lado, apoyadas en la barra, se habían acomodado otras tres chicas, por lo que Rebeca dijo:

Déjame decirte algo al oído, no quiero que me escuchen.

Vero asintió con la cabeza, mientras Rebeca acercó su boca a su oreja derecha. Sintió un escalofrío delicioso cuando notó que la lengua de ella le rozaba la oreja. Era una lengua cálida y suave, que se desplazaba despacio por toda su oreja. Verónica cerró los ojos y disfrutó de la caricia de aquella lengua. De repente algo duro y metálico se deslizó por su orejita, provocando otro estremecimiento en ella. Con mucho disimulo Vero tocó el brazo de la morena, como animándola a que siguiese con su deliciosa lamida. Rebeca continuó así unos minutos. Cuando se separó, ambas se miraron fijamente a los ojos y Vero dijo:

¡Llevas un piercing en la lengua!

Tengo otros cuatro. ¿Te gustaría verlos? –propuso Rebeca.

Claro que sí. Vámonos, que en mi casa no hay nadie.

Verónica pagó la última ronda, antes de que saliesen de aquel bar. La primera maniobra había sido exacta, rápida, deliciosa. Realmente lo más difícil ya estaba hecho. Para es resto, Vero sabía que no habría más que dejarse llevar por la excitación y dar rienda suelta a sus deseos. Charlaron animadamente durante los quince minutos que había del bar a la casa de ella. Una vez dentro, ninguna de las dos quiso perder el tiempo. Se besaron en los labios nada más entrar, pero Vero no quería que las cosas fuesen demasiado deprisa. Su objetivo ya podía darse por cumplido, por lo que podía permitirse el lujo de alargar el placer. A tal efecto dijo:

Un momentito, cariño. Me voy a dar una ducha, que estoy sudando.

Ofreció a su amiga una lata de cerveza y la dejó sentada en la cama, mientras ella entraba en el baño. Se desnudó y se colocó bajo la ducha, sintiendo de inmediato el agua sobre su piel. Cuando salió, pudo ver a Rebeca, totalmente desnuda, esperando su turno de ducha:

A mí también me apetece una buena ducha, ¿me dejas?

Antes de contestar, Verónica examinó aquel cuerpo desnudo que tenía delante. Las piernas eran inmensas, pero delgadas. La cintura, normal. Los pechos redondos, generosos, con dos grandes pezones casi negros. Las nalgas redondas, firmes, deseables. Pudo ver los cuatro piercings, que antes estaban ocultos bajo la ropa. Dos de ellos, en forma de diminutos arillos, coronaban cada uno de los pezones. Otro estaba en el ombligo. El cuarto se veía brillar en el clítoris, ya que Rebeca tenía las piernas separadas y lo mostraba orgullosamente. Tenía el coño depilado, excepto en el monte de Venus, donde se podía ver un gracioso mechón de pelo negro rizado. Se giró despacio, para mostrar dos tatuajes. Al final de la espalda se podía ver una especie de seta. En el omóplato derecho llevaba tatuado un dragón. Aquella figura era imponente, tanto que el cuerpecito de Vero, a su lado, parecía frágil e insignificante.

Por supuesto, la ducha es tuya, como si estuvieses en tu casa –respondió Vero, al fin.

Rebeca se metió en la ducha, mientras Vero se secaba con una toalla. Colocó otra en el toallero, para que su amiga pudiese usarla y, envuelta en la suya, se fue a sentar en su cama. Desde luego la noche prometía, pensó, mientras ponía algo de música. Tres minutos más tarde apareció su amiga, enfundada en una toalla blanca que, dada su estatura, solo la cubría desde el pecho hasta donde empezaban sus muslos. Aquel cuerpo casi desnudo y brillante casi quita el aliento a Vero. Se sentó en la cama y dijo:

Ven....

Rebeca obedeció, moviéndose con gracia, y se colocó frente a ella. Se soltó la toalla, que cayó al suelo, y ofreció su estupendo coñito. La lengua de Vero se pegó a él de inmediato, lamiendo en todos sus rincones. Aún quedaba un poco de agua en los pliegues de aquellos labios vaginales, pero Vero no tardo en secarlo con su lengua. En lugar de agua, el sexo de Rebeca empezó a rezumar de unos deliciosos jugos.

Las dos chicas cayeron sobre la cama, entrelazando sus lenguas y frotando sus cuerpos con verdadera ansiedad. Dada la diferencia de tamaño parecía un combate desigual. De un lado el cuerpecito pequeño, frágil y delicado de Vero. Del otro, el cuerpo alto y fuerte de Rebeca. Pero Verónica sabía que en estos combates cuerpo a cuerpo el tamaño no era lo más importante. Del mismo modo que a lo largo de la historia pequeños, pero bien entrenados, ejércitos han derrotado a enemigos más numerosos, ella tenía claro que su mayor edad iba a ser decisiva.

Así que pasó la lengua por aquellos pezones coronados por los aritos metálicos, arrancando un gemido de placer. Repitió la operación hasta que vio que su amiga morena estaba totalmente entregada. Después fue bajando hasta el centro de los deseos de Rebeca, haciéndolo de un modo lento y torturante, deteniéndose en cada uno de los recovecos de su cuerpo, no dejando nada por lamer. Al cabo de unos minutos llegó hasta el mojado sexo, dispuesta a darse un buen banquete con él. Parecía una pequeña fierecilla carnívora, dispuesta a devorar a un herbívoro de mayor tamaño, pero indefenso. Besó, lamió y chupó con deleite aquel tentador coño, haciendo gemir de placer a su amiga.

Sus deditos eran pequeños, pero eficaces. Empezó a meterlos en aquel caliente y empapado coño, mientras con la punta de la lengua se dedicaba a rozar el piercing que había en el clítoris. Rebeca gemía, se retorcía y, desde luego, disfrutaba:

Uuuuuummmmmmmmm, aaaaaaaahhhhhhhhhhh, sigue, sigueeeeeeeeeeeeee.

Vero estaba encantada de lo que estaba disfrutando su amiga. La excitación aumentaba dentro de ella y se volvió más voraz, si cabe, follándola con más rapidez. Cuando vio que el orgasmo era inminente, clavó sus deditos con fuerza y lamió el tieso clítoris con mayor intensidad. Notó que los jugos afluían en mayor cantidad, mientras Rebeca gritaba y sus caderas temblaban:

Yaaaaaaaaaaaaaa, me corroooooooooooooooooooooooo, mmmmmmmmmmmmmmmmmm.

Lamió un poco más aquellos ricos jugos, disfrutando de su sabor y abundancia. Cuando acabó de relamerse, alzó la cabeza, miró a los ojos de su amiga y preguntó sonriendo:

¿Te ha gustado?

Ufffffffff, vaya si me ha gustado –respondió Rebeca-. Pero ahora me toca a mí.

Rebeca se incorporó en la cama y con un ligero empujón tumbó en ella a Vero, la cual no opuso resistencia, sino que se dispuso a disfrutar. Empezó chupándole las tetas, aquellas tetas pequeñas y bonitas. Se sorprendió al ver que casi cabían enteras en la boca de su amiga, la cual las succionaba con pasión. Mordió suavemente sus pezoncitos rosados, haciéndole ver unas deliciosas estrellas de placer.

Mmmmmmmmmmm, que tetitas mas ricas tienes, me las voy a comer todas.

Todas para ti preciosa –respondió Vero.

Mientras seguía comiendo sus tetas, por sorpresa, metió su dedo corazón en el coño, de un solo golpe. Vero emitió un suave quejido, que se transformó en gemido prolongado cuando su amiga empezó a mover el dedo dentro de su sexo. Sus sensaciones se elevaron al cuadrado cuando la lengua de Rebeca descendió hasta su entrepierna. Sintió el piercing de la lengua rozar su clítoris, jugar con él. Desde luego, pensó Vero durante un instante, las órdenes de SEÑORA eran de lo más agradable de cumplir. Estaba muy cachonda, tenía la respiración entrecortada y solo deseaba sumergirse en el placer absoluto. No tardó en correrse, sintiendo aquel delicioso piercing moverse en su clítoris, mientras unos dedos ágiles entraban y salían de su coño sin tregua.

Ayyyyyyyyyy, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii –exclamó Vero, mientras sentía el latigazo del orgasmo por todo el cuerpo.

La verdad es que aquella chica a la que acababa de conocer era una verdadera experta en comer coños. Se tumbaron juntas en la cama, al objeto de recuperarse de aquel primer asalto. Se abrazaron y la cabeza de Vero se apoyó en el pecho de Rebeca. Notó la agradable fragancia que desprendía el cuerpo de su amiga. Esta era una de las cosas que más gustaban a Vero. Los tíos olían todos igual, pero cada chica tenía un olor y un sabor diferentes, personales, irrepetibles. Al cabo de un rato, recuperadas ambas de sus anteriores orgasmos, volvieron a acariciarse, de modo casi reflejo. La mano de Rebeca recorría la espalda y las nalgas de Vero, mientras que ésta se dedicaba a acariciar el ombligo en suaves círculos.

Veo que tienes ganas de jugar un poco más –dijo Rebeca de repente.

Sí, soy muy juguetona –respondió Vero con cara pícara.

Pues tengo algo para jugar contigo....

Rebeca se levantó y fue hasta su cazadora. De un bolsillo interior sacó algo. Se sentó en la cama y mostró a una sorprendida Vero aquel "juguetito". Era un pequeño consolador, de no más de 12 centímetros de largo y no demasiado grueso. Vero tocó aquel pequeño pene, de color negro, sintiendo el suave tacto del látex en sus dedos, y preguntó:

¿Llevas siempre encima estas cosas?

De vez en cuando. Nunca se sabe –respondió Rebeca-. Ponte de rodillas, que vamos a jugar un poco, ya verás que bien funciona.

Vero se apoyó sobre las manos y las rodillas, con su amiga debajo, en la postura del 69. Notó como la lengua de su amiga se deslizaba por todo su coño, mojado de nuevo. Ella nunca había usado consoladores, por lo que la novedad del momento aumentaba su excitación. Lo siguiente que sintió fue un dedo entrar en su coño y moverse dentro. Empezó a gemir, mientras su amiga preparaba tranquilamente su sexo. A los pocos minutos empezó a introducir el consolador, despacio, sin precipitarse. La verdad es que entró sin ninguna dificultad, como un cuchillo en la mantequilla. Se puso recta al notarse follada por aquel juguetito y jadeó sin ningún reparo. La humedad de su coño aumentaba gradualmente. Cuando lo tuvo metido entero disfrutó de la doble sensación de sentirse follada y de la lengua de su amiga moverse sobre su clítoris.

Entonces Rebeca se colocó un poco más atrás, abrió sus nalgas y pasó la lengua por toda la rajita del culo, provocando un estremecimiento en el cuerpo de Vero. Después notó como su amiga pasaba un dedo húmedo por su rugoso ano. Ella no podía verlo, pero podía sentirlo todo. El consolador entraba y salía de su coño, con movimientos lentos, cuando notó que el dedo apretaba su ano, haciendo que éste se venciese con facilidad. No pudo más y se corrió gritando, notando como sus jugos resbalaban ligeramente por sus muslos. Trataba de recuperar la respiración, pero se dio cuenta de que su morena amiga no pensaba darle tregua en aquel asalto. Acabó de meter el dedo en su ano, moviéndolo en círculos.

Sacó el consolador de su coño y el dedo de su ano, dispuesta a cambiar los papeles. Sintió por un instante como la punta del consolador se apoyó sobre su ano. Debía estar empapado de sus propios jugos, por lo que cuando Rebeca empujó, sintió que empezaba a penetrar por aquel agujerito. Vero había practicado alguna vez el sexo anal, pero las experiencias al respecto no habían sido demasiado satisfactorias. Ahora era diferente. Estaba muy excitada y deseaba que aquel pequeño aparato entrase totalmente en su culito.

Uuuuuuuuummmmmmmmmmmmm, me gusta, me gustaaaaaaaaa –dijo, entre jadeos.

Ya veo que te gusta, relájate y disfruta –respondió Rebeca, sin dejar de empujar el consolador.

Después de un minuto, que a Vero le pareció una eternidad, acabó de meterlo entero en su ano. Era una delicia sentirse empalada por aquel consolador, mientras un dedito de Rebeca cosquilleaba en la entrada de su coño.

Ahora verás lo que es bueno –dijo Rebeca, al tiempo que apretaba un botón del consolador.

El artefacto se puso a vibrar dentro del ano de Verónica. Ésta sintió una sensación increíble, muy placentera. Todo su interior se vio inundado por oleadas de placer, que se incrementó cuando su amiga empezó a follarle el coñito con dos dedos. Vero intentó bajar la cabeza, para lamer un poco de coño, pero no pudo. Las fuerzas se le escapaban de su menudo cuerpo, a los impulsos de la suave vibración que sentía en su interior. Se corrió casi sin darse cuenta, emitiendo un grito apagado, que se escapó por su boca entreabierta de forma involuntaria. Rebeca, golosa, lamía los abundantes jugos que resbalaban por su coño.

Acto seguido metió la cabeza entre los muslos de Vero, hasta llegar a su clítoris. El consolador seguía con sus pausada labor en el interior de su ano. Cuando sintió el piercing de la lengua de su amiga en el clítoris, una especie de corriente eléctrica ascendió por su columna vertebral. Emitió un suspiro ronco y volvió a correrse. Vero no recordaba haberse corrido nunca dos veces seguidas, pero aquella noche tampoco era como otras. Acto seguido se derrumbó sobre el cuerpo de su amiga, besando sus rodillas. Rebeca se apiadó de su agotamiento y desconectó el vibrador, sacándolo después de su ano. Acto seguido se levantó de la cama y dijo:

Voy a lavarlo un poco, es conveniente hacerlo después de esto.

Vero no contestó. Se quedó tumbada en la cama boca abajo, disfrutando de la prolongación del intenso placer que acababa de experimentar. Sentía un hormigueo delicioso por todo el cuerpo, especialmente en el ano. Su mente flotaba y se sentía más relajada de lo que podía recordar. Desde luego aquella chica joven había resultado ser una bomba con espoleta retardada. Apenas hacía dos horas que se habían conocido en aquel bar de lesbianas, pero daba la impresión de que había pasado muchísimo más tiempo. Una mano se apoyó sobre una de sus nalgas y oyó:

¿Qué te ha parecido mi juguetito?

Genial, nunca lo había probado, pero creo que a partir de ahora lo tendré en cuenta –respondió Vero, con voz débil.

Yo lo uso muchas veces, para masturbarme ¿sabes? Es muy cómodo y placentero.

A Verónica le resultaba muy agradable la compañía de Rebeca, pero lo cierto es que se estaba sumiendo en una deliciosa somnolencia. Entre los tres orgasmos y los tres cubatas, estaba agotada. Desnuda sobre la cama se fue quedando dormida plácidamente.

Despertó al cabo de un buen rato. El reloj de la mesita marcaba las cuatro de la madrugada. Abrazada a ella estaba Rebeca, dormida con un dedo en la boca. A los pies de la cama estaba el consolador. Se levantó con cuidado, para no despertar a su amiga. Después de pasar por el baño, fue a la cocina. Estaba sedienta, por lo que bebió con avidez dos vasos de agua. Aún sentía un agradable cosquilleo en el ano. Cuando volvió a la cama, Rebeca ya estaba despierta, tumbada de medio lado sobre la cama, chupando el consolador. La verdad es que lo hacía muy bien, lamiendo la punta con la lengua, para después introducirlo poco a poco en su boca.

Me he quedado con las ganas de probarlo –comentó, mirando para Vero.

No te quedes con las ganas, que yo te ayudo.

Se sentaron ambas en la cama y la lengua de Vero empezó de nuevo a recorrer sus pezones, demorándose en aquellos aritos que tanto le gustaban. Hizo que su amiga se tumbase de espaldas y separó aquellas largas piernas, lamiendo los muslos. Cuando se puso a lamer el coño, notó que ya estaba mojado. Metió los dedos con cuidado, preparando el terreno, mientras Rebeca seguía chupando el consolador y gimiendo. Al cabo de unos minutos le quitó el consolador de las manos y empezó a metérselo en el sexo mojado. Entró sin ninguna dificultad. Lo sacó del todo y decidió aplicarlo sobre el clítoris de su amiga. Lo colocó justo en el centro de ese sensible órgano y apretó el botón que había en la base, al tiempo que con la lengua seguía jugando con sus tiesos pezones. La espalda de Rebeca se arqueó, ante la doble sensación. La lengua de Vero seguía trabajando sobre las estupendas tetas de ella, mientras que en su manita notaba la suave vibración de aquel diabólico aparato. Los gemidos de Rebeca se volvieron más altos, más rápidos, más contundentes. Entonces ella apagó el vibrador, para volver a metérselo en el coño. Folló a su amiga un par de veces, para acabar clavándoselo totalmente. Entonces volvió a apretar el botón que hacía vibrar al consolador.

Con la lengua bajó hasta su clítoris, acariciando con la punta el piercing que allí había. Sus pulgares acariciaban con cuidado los pezones. Miró para la cara de Rebeca. Era una cara de evidente placer: los ojos entornados, el labio inferior ligeramente mordido y la cabeza echada un poco atrás. Movía las caderas y agitaba las piernas, hasta que de su boca salió un prolongado gemido. Se corrió sin decir nada. Vero sacó el consolador del coño, después de apagarlo. Lo metió en la boca, chupando con evidente agrado los abundantes jugos que lo empapaban. Después se tumbó sobre el cuerpazo de Rebeca, metiendo su lengua en la boca de ella. A través de sus pequeñas tetas podía notar los fuertes latidos del corazón de su amiga.

Durmieron una cuantas horas, hasta poco antes de las ocho. A esa hora Rebeca se vistió y se fue. Quedaron para verse otro día en el Testarossa. Verónica se quedó sola, cosa que aprovechó para ducharse y para desayunar algo. Tenía un ligero dolor de cabeza, por lo que tomó una aspirina y volvió a acostarse. Dedicó a estudiar el resto del fin de semana, hasta que el domingo por la noche volvió a entrar en el chat. Al cabo de un rato se encontró con AMA, quien le preguntó de inmediato si había cumplido sus órdenes. Verónica se lo contó, con todo lujo de detalles. Fue felicitada por su ama, pero cuando Vero respondió afirmativamente a la pregunta de que si habían vuelto a quedar, las cosas cambiaron. AMA se enfadó, tal vez sintiéndose celosa y despreciada, por lo que decidió castigar con dureza a su sumisa.

Aquella noche Verónica tuvo que desnudarse y azotarse las nalgas y la espalda con un cinturón. Después el castigo llegó a pellizcos en los pezones y en el clítoris. Se acabaron corriendo las dos, excitadas por el perverso juego de dominación. La última advertencia que Vero recibió por el chat, antes de acostarse, fue: "la próxima prueba no será tan fácil, pero más te vale cumplirla bien, zorrita". Desde luego era un juego arriesgado, pero una vez metida en él no pensaba renunciar a aquella especial excitación. Sólo pensar lo que la retorcida mente de AMA pudiese ordenarle ya era suficiente para poner de gallina la suave piel de Verónica.