Los intrincados caminos de un amor (01)

Los intrincados caminos de un amor Prólogo y Capítulo 1

Los intrincados caminos de un amor

Prólogo

Esta es una historia narrada a dos voces, las de sus protagonistas Patricia y Pablo. Distintos momentos de sus vidas, sus alegrías, sus tristezas, sus errores, sus decepciones, sus dolores.

El pasado que se entremezcla en el presente, para llenar de  incertidumbre el futuro de ambos.

Su amor puesto a prueba en situaciones límites, situaciones nunca vividas que no hacen sino interpelar el curso de su relación.

El devenir de los hechos en una porción de sus vidas, los llenará de felicidad, de placer, pero también de caídas, de nuevos comienzos, de amarguras, de dolores insalvables y de terceras personas que se cruzarán en sus vidas para desvirtuar su mundo y su futuro.

¿Puede el amor estar por sobre todas estas cosas? ¿Hasta dónde son capaces de luchar Patricia y Pablo por el amor que se tienen? ¿Hasta dónde afecta en su relación, por lo que ambos pasan en sus vivencias personales?

Una historia de amor, de decepción, de finales y de comienzos, de dolores pero por sobre todas las cosas una historia de amor, pero a la vista de los hechos, con un futuro incierto.

Capítulo 1

Patricia

Me despierto como siempre completamente aturdida, sin saber donde estoy, sin saber qué es lo que me pasó y sin saber ni siquiera, cuánto tiempo pasó. En la mayoría de las veces desorientada, sin tener idea del día ni de la hora, con un terrible dolor de cuerpo, de brazos, de piernas, como si hubiera corrido una maratón, en ocasiones, sin conocer a nadie al despertar y muchas veces con un terrible dolor de cabeza y con las mandíbulas rígidas, como acalambradas.

Esta vez, fue en una camilla en lo que suponía un hospital, con una venda en el brazo derecho y un apósito sobre la frente, casi llegando a la sien.

Al verme despierta, un médico me pregunta:

-MEDICO: ¿Cómo se siente señora? ¿Recuerda usted su nombre?

-PATRICIA: Patricia, Patricia Miralles, ¿Me podría decir dónde estoy doctor?

-MEDICO: Está usted en la guardia de la clínica Pueyrredón. ¿Sabe decirme que día es hoy?

-PATRICIA: Miércoles!

-MEDICO: ¿Miércoles qué?

-PATRICIA: Miércoles tres de mayo de dos mil diecisiete! Creo…!

-MEDICO: Muy bien ¿Recuerda lo que pasó?

-PATRICIA: No muy bien, lo último que recuerdo es estar saliendo del jardín y caminar hacia la parada de colectivo para volver a casa, después de eso, ya no recuerdo más nada.

-MEDICO: Por su pulsera, supimos lo que le pasó, ¿Está usted tomando su medicación?

-PATRICIA: Religiosamente, como siempre!

-MEDICO: ¿Recuerda lo que toma?

-PATRICIA: Valproato de sodio quinientos miligramos a la mañana desde hace unos meses, antes tomaba setecientos cincuenta y cuando inicié el tratamiento, un gramo.

-MEDICO: Muy bien. Nos tomamos el atrevimiento de ver su teléfono y llamar a su primer contacto, su esposo no debe tardar en llegar.

-PATRICIA: ¿Sabe usted que pasó?

-MEDICO: Tuvo una crisis en el colectivo en que viajaba, cayó al piso, y fue traída por el colectivero hasta aquí. Afortunadamente, solo fue un raspón en el brazo y un golpe en la cabeza con el pasamano del colectivo al caer, tuvimos que darle un par de puntos de sutura, que seguramente podrá ocultar con el cabello. Le haremos una tomografía, un electroencefalograma y análisis para corroborar los niveles de la droga en su sangre.

-PATRICIA: Gracias doctor, ¿Qué hora es?

-MEDICO: Casi las cuatro de la tarde. Por favor descanse, cuando llegue su esposo, le permitiremos verla y si todo está bien, le daremos el alta cuando pueda levantarse y hayamos terminado los estudios.

-PATRICIA: ¿Le puedo preguntar algo?

-MEDICO: Si claro.

-PATRICIA: ¿Me hice pis?

-MEDICO: Aparentemente no, me hubiera dado cuenta, su ropa está seca. ¿Le suele pasar?

-PATRICIA: No siempre, solo me pasó algunas veces, creo que cuando los episodios son más severos.

-MEDICO: Es probable, bueno ahora descanse por favor.

-PATRICIA: Gracias doctor.

Me volví a dormir y cuando desperté, Pablo estaba a mi lado, tomándome de la mano, mirándome con esa cara de preocupación que tanto conozco.

-PABLO: ¿Cómo estás?

-PATRICIA: Como siempre amor, me duele todo.

-PABLO: Me dijo el médico que fue en el colectivo, ¿te acordás de algo?

-PATRICIA: No, lo último que me acuerdo, es salir del jardín para la parada del colectivo, después no recuerdo más nada.

-PABLO: Por suerte el golpe no fue fuerte, te hacen la TAC y nos vamos.

-PATRICIA: Por favor, ya me quiero ir a casa.

-PABLO: Si, ya nos vamos, tenés que descansar, y ya iremos a ver a la doctora para ver si te tiene que ajustar la medicación

-PATRICIA: Ya después veremos!

Volvió el médico para hacerme la tomografía, me senté en la camilla un momento, antes de bajar a la silla de ruedas que me esperaba para llevarme al tomógrafo.

De camino al estudio, el médico me dijo:

-MEDICO: Los estudios están bien, pero en su estado tendría que ver a su neurólogo para que los controles durante el embarazo, sean más estrictos, por su bien y por el del bebé.

Un balde agua helada, me cayó encima!

-PATRICIA: ¿Cómo que embarazada?

-MEDICO: El examen, dio positivo, tuvimos que hacerlo para saber si podíamos irradiarla, pero aparentemente, todo está bien.

-PATRICIA: No sabía que estaba embarazada! Soy algo irregular y no me sorprendió la falta, ¿de cuánto si se puede saber?

-MEDICO: De entre cinco y siete semanas aproximadamente. Yo le recomendaría que ponga a su ginecólogo y a su neurólogo en contacto para coordinar su tratamiento durante los meses de gestación.

Un sin fin de sentimientos, se me vinieron encima, y lo primero fue recordar mi primer embarazo, perdido a los seis meses por las complicaciones tras una caída en el baño de casa, cuando aún vivía con Mariano, mi anterior pareja, tras lo cual nuestra relación se fue deteriorando hasta separarnos, y aunque nunca me lo dijo, creo que me culpaba por la pérdida de nuestro hijo.

Cuando terminó el estudio, y mientras volvíamos a la guardia, le pedí al médico que no le dijera nada del embarazo a mi esposo, que quería ser yo quien le diera la noticia cuando estuviésemos en casa.

Me dijo que no había problema, pero que me tenía que cuidar mucho, y le dije que así lo haría.


Pablo

Estaba en ese momento trabajando solo en mi oficina, rondándome el tema en la cabeza, buscando el momento, buscando la forma, imaginando las consecuencias… Estos últimos meses de mi vida, habían sido muy complicados.

Desde hace más de tres años que me encargo de los trabajos administrativos y contables de una empresa pesquera que manufactura y comercializa productos marítimos enlatados y frescos en la ciudad de Mar del Plata.

Sonó mi teléfono, era mi esposa, pero al atender, una voz masculina me preguntó si yo era Pablo, el esposo de Patricia y rápidamente supe que le había pasado algo, mientras hablaba por teléfono y me decían donde estaba, fui recogiendo mis cosas y salí de la empresa en busca de mi auto.

Por la distancia y el tráfico, tardé casi media hora en llegar a aquella clínica, cómo en las veces anteriores iba pidiéndole a Dios y al universo, que nada le hubiera pasado, que solo haya sido un episodio sin consecuencias.

Al llegar a la clínica pregunté por ella en la guardia médica y me dijeron que esperara un momento. Se me acercó un médico y me contó lo que había ocurrido y me tranquilizó diciéndome que Patricia estaba bien, que había sido una caída en el colectivo y que tenía un raspón y un pequeño golpe en la cabeza, me dijo de los exámenes que le harían y que luego nos podríamos ir a casa.

Cuando entré estaba dormida, me senté a su lado y no pude dejar de pensar en lo que nos depararía cuando lo supiera. Le tomé su mano, hasta que un rato después despertó.

Luego de todas las pruebas y estudios que le hicieron, nos fuimos para casa.

Se desde hace años como se siente Pato después de cada crisis, molida, angustiada, perdida y muchas veces de mal humor. Solo trato de estar a su lado hasta que se recupera, sobre todo de su estado anímico, de que se sienta contenida, entendida y por sobre todo querida, tengo todo eso para ofrecerle, porque sí,  porque la amo con locura, aunque haya pasado lo que pasó, la amo con locura.

Desde que la conozco, sé lo que padece y he aprendido a manejarme perfectamente en esas situaciones, lo que me preocupa es no estar a su lado cuando ocurren los episodios, y mi temor latente porque algo le pase, y que tenga consecuencias.

He presenciado muchos episodios en los cuales pude sostenerla para evitar las caídas. Las crisis no suelen durar mucho tiempo, pero pierde el conocimiento, como si de repente se desconectara algo en su cerebro. Un par de veces en que duraron un poco más y que fueron más severas, hasta ha llegado a hacerse pis encima sin poder controlarlo, y al despertar se ha sentido peor aún, mas avergonzada todavía.


Patricia

Ya en casa, recostada en la cama mientras Pablo prepara la cena, no puedo dejar de pensar y de estar desesperada por lo que me enterara hace apenas un par de horas, no podía evitar las lágrimas, un embarazo! No me lo esperaba, y menos en este momento! No en este momento! No en estas circunstancias! Me atormenta el tener que enfrentarlo! Y la incertidumbre me invadió!

Soy Patricia Anabel Miralles, Pato, nacida y criada en Mar del Plata, tengo treinta y dos años, soy licenciada en ciencias de la educación y maestra jardinera. Trabajo en un Jardín de Infantes desde los veintiséis años, fui delegada sindical del jardín desde hace poco más de un año y sí…, la epilepsia está en mi vida desde mis doce años.

Mi primer novio lo tuve a los diecisiete años, aunque la relación no duró más de cuatro meses, y luego tuve un par de relaciones fugaces.

Mi primera pareja estable fue Mariano, con él convivimos casi tres años, desde mis veintidós años hasta los veinticinco.

Nos conocimos en el cumpleaños del novio de una amiga, aquella noche en esa casa había un montón de gente, mucha que yo ni siquiera conocía, pasaban las horas y el alcohol, todos estaban ya bastantes tomados, incluso la marihuana iba y venía. En cierto momento tuve que salir al patio a tomar un poco de aire. Por estar en tratamiento con medicamentos, no podía tomar alcohol, y me sentía un poco perdida. Estaba en el patio, cuando alguien me habla desde atrás, después de presentarnos me dijo:

-MARIANO: ¿Tampoco tomás alcohol?

-PATRICIA: No puedo tomar alcohol, tomo una medicación y no puedo, puede ser peligroso si el alcohol me altera el efecto del remedio.

-MARIANO: ¿Puedo preguntar por tu problema de salud?

-PATRICIA: En general trato de no decirlo, el saberlo genera en algunas personas, cierto rechazo o distancia, creo que por algún preconcepto o desinformación o… , no sé…! Que sé yo…!

-MARIANO: Creo que te puedo entender, tenía una prima un par de años más grande que yo, que tenía epilepsia y en muchas situaciones sentía lo mismo que vos.

-PATRICIA: ¿Tenías?

-MARIANO: Desgraciadamente sí, aunque nada tuvo que ver con la epilepsia, falleció en un accidente de tránsito, una camioneta la llevó por delante cuando iba en su bicicleta y un par de horas después, falleció por la gravedad de las heridas.

-PATRICIA: Cuanto lo lamento! Yo también tengo epilepsia, desde los doce años.

-MARIANO: Me lo imaginé cuando no me lo dijiste de una.

-PATRICIA: Es que cuando la gente lo sabe, inmediatamente te mira de otra manera, se aleja o deja de relacionarse, y eso te hace sentir para la mierda.

-MARIANO: Te entiendo!

Seguimos charlando un rato más y cerca de la una de la mañana, me dijo si no quería que nos fuéramos a tomar un café por ahí. Entramos a la casa y la gente estaba tan “alterada” digamos, que casi nadie se dio cuenta que nos íbamos, solo saludé a mi amiga que ya estaba bastante borracha y nos fuimos.

Tomamos un café en un bar, y una hora y media después le dije que me iba, que trasnochar me podía poner en riesgo. Mariano lo entendió perfectamente y me llevó hasta casa en su auto.

Antes de bajar, me preguntó si podía llamarme algún otro día para tomar otro café, le dije que si, y nos pasamos los números de teléfono.

Me pareció un chico lindo, súper educado y considerado. Tres días después me llamó para encontrarnos en un bar a las cinco de la tarde.

A partir de ese día nos empezamos a ver cada vez más seguido, esperaba que me llamara para vernos, me encantaba pasar tiempo con él.

Casi tres meses después empezamos una hermosa relación, él siempre fue muy considerado con mi situación y nunca me hizo sentir distinta, nunca  me hizo ninguna propuesta que pudiera causarme algún problema con la epilepsia.

Yo había perdido la virginidad a los diecisiete con es noviete que me duró poco más de cuatro meses, hasta que lo encontré con otra en su casa.

Pero con Mariano supe lo que era hacer el amor, con él empecé a disfrutar de mi cuerpo, siempre fue muy paciente, muy dulce, muy considerado en nuestras relaciones, siempre cuidando de no provocar situaciones que me pudieran llevar a una crisis.

Con él aprendí muchas cosas sobre sexo, nunca había dado ni recibido sexo oral, y con él se puede decir que lo aprendí. Me encantaba que Mariano se dedicara a darme tanto placer con la lengua. Cada vez que hacíamos el amor, nos desnudábamos entre besos y caricias, y lo primero que hacía era besar, lamer, chupar y mordisquear toda mi conchita, hasta sacarme el primero orgasmo. Después era yo la que me ocupaba de su hermosa pija, normal, en la media, pero que me volvía loca. Nuestras sesiones sexuales eran cada vez más alucinantes, cada vez más placenteras y cada vez mas seguidas. Siempre arrancábamos temprano, para no dormirnos tan tarde y cumplir con mis horas de sueño.

Casi al año de conocernos, Mariano me propuso irnos a vivir juntos, por supuesto que acepté, estaba  enamorada de él.

Y a partir de ahí, nuestra sexualidad fue para mejor, había fines de semana que ni salíamos de casa, sobretodo en invierno, comprábamos lo necesario el viernes y teníamos todo el fin de semana para disfrutarnos sexualmente, a él le encantaba que yo anduviera sin ropa en casa, me decía que mi cuerpo le encantaba, aunque no tengo nada mas allá de lo normal, vamos, que no soy ninguna diosa, pero él así me hacía sentir. Había días que estábamos desnudos los dos desde que nos levantábamos en la mañana hasta la hora de irnos a dormir por la noche.

Amaba pasar tiempo con él, nos entendíamos a la perfección y habíamos aprendido a darnos tanto placer, no hacía falta decir nada para saber que estábamos deseosos de encontrarnos en la cama, aunque no siempre era en la cama. Fueron años muy felices para mí, aunque como en otros momentos de  mi vida, los nubarrones aparecen y las tormentas lo complican todo.

Quedé embarazada a los veinticuatro, Mariano tenía muchas ganas de que tuviéramos un hijo, yo tenía un poco de miedo, porque al quedar embarazada, tenía que dejar de tomar la medicación. Pero después de hablarlo mucho, decidimos buscarlo, y a los dos meses, el test me dio positivo.

Cómo el embarazo era de riesgo, estuve con licencia médica, en el trabajo que tenía en ese entonces como preceptora en una escuela secundaria. Estaba casi todo el día en casa, solo salía a hacer alguna compra por el barrio.

Entrando en el sexto mes de embarazo, tuve una crisis epiléptica en casa, estaba sola y al caer en el baño, me golpeé con el inodoro. Cuando llegó Mariano, aún estaba tirada en el piso, llorando, con un hilo de sangre que me recorría la cara y dolor en todo el cuerpo.

Mariano me llevó rápidamente a la clínica, me internaron y dos días después me dieron la peor noticia de mi vida. Había perdido el embarazo, y tuvieron que operarme, estuve internada casi una semana, pero ese inmenso dolor me acompaña siempre.

Luego de perder a mi hijo por esa maldita caída, nuestra relación se vino a pique, yo me vine abajo, quedé muy mal, muy enojada con la vida, con mi enfermedad, con mi suerte y con todo lo que se pusiera delante.

Mariano al principio, trataba de consolarme y de remontar aquel dolor, pero yo estaba tan mal, que ni siquiera dejaba que se acercara, yo casi no le hablaba, en ese momento no pude ver su dolor, estaba tan ahogada en el mío que no podía salir, no podía con mi alma, menos podría con la de él. Ni siquiera nos podíamos encontrar sexualmente, yo no quería que me toque, estaba como bloqueada.

Pasaron los meses y entre tantas discusiones, depresiones, distancias e incomunicación, nuestra relación tocó fondo. En ese momento, no me importó que me dejara, ni siquiera tenía voluntad para pelear por lo nuestro, no podía arrastrarlo en mi caída, viendo ese momento a la distancia, realmente me quería morir.

Mi tabla de salvación en ese tiempo fue mi amiga Valeria, más que una hermana para mí, también maestra jardinera, nos habíamos conocido estudiando el magisterio y nos hicimos amigas. Por ella fue que salí del pozo, se vino a vivir conmigo casi un año y gracias a su compañía, su forma de ser tan positiva, tan alegre, tan decidida y por sobre todo tan paciente conmigo, es que pude levantar cabeza.

Casi que me obligó a comer, a bañarme, a salir a caminar, a empezar terapia, me acompañaba los primeros tiempos y me esperaba hasta que salía de las sesiones, casi siempre llorando, me llevaba al psiquiatra, al neurólogo y se ocupaba de que tomara mis medicaciones.

El departamento en que vivía, era de mis padres, y me quedó después de que ambos fallecieron con meses de diferencia, hace ya casi cuatro años. Soy hija única y mi única familia, es una hermana de mi madre que quedó viuda y mis dos primas, hijas de ésta, que viven con sus familias en Bahía Blanca.

Estuve muchos meses sin trabajar, me solventé con algunos ahorros y con la venta del auto y un terreno que habíamos comprado con Mariano.

Casi un año después, volví a trabajar, conseguí una suplencia como maestra jardinera por tres meses, luego algunas suplencias más cortas y después, un cargo como provisional durante dos años, el cual pude titularizar, y es al día de hoy mi trabajo, el que me llena de satisfacciones.


Pablo

Mientras preparo la cena, no puedo dejar de pensar en estos últimos tiempos, se que Pato toma sus medicaciones, pero sé también que son importantes, sus necesarias horas de descanso, y en los últimos tiempos, de eso no puedo estar seguro.

Trabajando los dos en la misma ciudad, sé que puedo estar cerca ante cualquier cosa que pueda pasar, en varias ocasiones he tenido que salir del trabajo para ir a buscarla porque no se sentía bien, otras para acercarle su medicación olvidada y otras a buscarla a algún hospital luego de una crisis. Trataba siempre de estar pendiente de ella, de sus horarios, de sus movimientos, no con intención de controlarla, sino para saber, en caso de que algo pudiera pasarle, el saber donde estaba, pero cuando comenzaron las reuniones y los viajes, se me hacía imposible y solo estábamos en contacto por teléfono. Cada vez que se iba para la Ciudad de Buenos Aires o a alguna otra ciudad, le pedía por favor que me tuviera al tanto de su estado, la llamaba o le mandaba mensajes todo el tiempo, la verdad cada vez que se iba, cortaba clavos con los dientes, pensando que si algo le pasaba, yo no podría estar cerca.

Al principio, nuestra comunicación era, digamos que excesiva, por supuesto de mi parte, varias llamadas al día y un montón de mensajes, yo estaba todo el tiempo pensando en si estaría bien. Pero después de un tiempo, ya no eran tan seguidas, llamadas no atendidas, mensajes respondidos horas después, me hicieron dar cuenta que estaba siendo bastante denso, fue entonces cuando le pedí que fuera ella la que me llamara o mensajeara si necesitaba algo, que solo la llamaría por las noches, para hablar un rato de cómo habían sido nuestros días.

¿Si me sentía celoso? En realidad no eran celos de pareja, esos celos que te hacen pensar que tu mujer está con otro, sino por el hecho de que compartíamos mucho menos, estábamos menos tiempo juntos. Llegar a casa y que no esté, me hacía sentir un vacio enorme, me había acostumbrado tanto a estar pendiente de ella, que esos momentos de soledad, me resultaban interminables. Los viajes no eran muy largos, en la mayoría de las veces de dos o tres días, en ocasiones una semana. La mayoría de las veces a la ciudad de Buenos Aires, pero también a La Plata y a otras localidades del interior de la provincia y también el viaje a ese congreso en Brasil.

Me acostumbré a no vernos tanto, a no compartir tanto, a no tener momentos sin una obligación de por medio, aunque cuando estamos juntos, la pasamos genial, nos amamos el uno al otro y eso es lo que nos mantiene tan unidos. Al menos yo lo siento así. Al menos hasta hace un tiempo, aunque aquello haya terminado, había dejado huellas. Y sobre llovido mojado, lo de mi hermano, terminó por desarmarme.

Pero en estos momentos otros sentimientos me atormentan! Una vez tras otra buscando la forma de y el momento de encarar una situación que sé que será por demás complicada y que seguramente, no tendrá un buen resultado, pero esta nueva situación, vuelve a retrasar ese momento.


Patricia

Siempre lo supe, desde chiquita quería ser maestra, no sé por qué, pero siempre lo supe.

Cuando a los doce años después de varios episodios y muchos estudios me dijeron que tenía epilepsia, la vida se me vino abajo, pensaba entonces que no podría ser una chica normal, que se yo…, salir, ir a bailar, hacer deportes, tener novio, estudiar, en fin tantas cosas que pensaba que en un futuro no muy lejano tendría que vivir y no sabía si podría hacerlo.

Me deprimí bastante, me cerré, me daba vergüenza, no quería que nadie lo supiera, no quería ser señalada como “la epiléptica” ese estigma que te hace ver como un bicho raro, como un ser que no puede vivir como los demás, al que mejor no acercarse, por las dudas, no sea cosa que le dé un ataque y “se trague la lengua” que boludez! Cuanta ignorancia en la gente, cuanta falta de empatía, cuanta falta de información, parecía que hasta para caerte en la calle eras distinta, si alguien se desmayaba por un bajón de presión, todo el mundo corre a ayudar, pero cuando cae una persona con epilepsia, y se empieza a sacudir, la gente no se acerca. Y si en medio de la crisis, te hacés pis porque en ese momento no lo podés controlar, peor todavía. Que estigmatizante! No nos tragamos la lengua, no mordemos a nadie, no nos morimos con los sacudones, nos ponemos morados porque por un momento no respiramos, pero después sí, y cuando todo pasa, quedamos ahí, inconscientes, sin saber, ni entender nada, como desconectados del mundo.

Me costó mucho tiempo, muchas lágrimas, muchas decepciones, muchas soledades, mucho encierro para poder entender que la epilepsia no me definía, que tendría que convivir con ella toda la vida y que mejor que conocerla a fondo para poder hacernos amigas.

Por suerte tuve un pilar fundamental, mi madre, por ella fue que pude afrontarlo, nunca me dejó sola, nunca me permitió que me cayera, siempre me hizo mirar para adelante y entender que a pesar de la enfermedad, yo tenía que hacer lo que quisiera, que tenía toda una vida por vivir y que no me tenía que dar por vencida nunca. Ella siempre estuvo para mí, y su muerte fue otro de los momentos duros de mi vida.

Mi época de secundaria tuvo momentos buenos y momentos terribles, gente que entendió, y gente que no entendió nada… o no quiso entender.

Dos amigas de fierro, que me hicieron sentir parte, que me bancaron, que sacaron la cara por mí, que se enfrentaron incluso con profesores y compañeros que me miraban como si fuera una extraterrestre, que me ayudaron cuando tuve alguna crisis y que nunca, nunca!, me dejaron sola. Laura y Martina, mis ángeles guardianes en aquellos tiempos, mis otros dos soles, juro que por ellas mataría si fuera necesario.

Al día de hoy seguimos en contacto, aunque ya no viven en Mar del Plata, Laura se casó con un ingeniero en electrónica y vive en Holanda con sus dos pequeñas hijas, y Martina, un poco mas volada, la más bohemia de las tres, se fue primero a la ciudad de Buenos Aires y desde hace poco más de tres años, vive en Rio de Janeiro con Felipe, un empresario del rubro de turismo que conoció en una convención, en un hotel de la Capital Federal.


Pablo

Mientras se cocina la carne, pienso en este complicado presente, pero me viene ese recuerdo que llevo aún marcado en el alma, esa primera daga que me atravesó el pecho y que al día de hoy, no he podido olvidar.

Pablo Barrientos! Exclamó en ese entonces la voz de aquella secretaria anunciando mi turno para entrar en aquel despacho. Hora y media después, salía de aquellas oficinas con cierta esperanza.

Después de dos años de novios y casi otros dos de convivencia con Marianela, por esos fortuitos designios del destino, la vida me puso en aquel barrio, en aquella cuadra, a esa hora, saliendo de un kiosco luego de haber comprado un atado de cigarrillos.

Acababa de salir de aquella entrevista laboral, a la que había ido intentando conseguir un mejor trabajo, estaba en el último año de la carrera de Administración de Empresas y desde hacía un tiempo, trabajaba en un estudio contable desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, luego me iba a la facultad a cursar hasta las ocho  algunos días y hasta las diez de la noche otros, quería terminar la carrera ese año.

En un aviso clasificado de un diario de la ciudad, me encontré con que solicitaban un estudiante avanzado en mi carrera para cubrir una vacante de consultor junior en una empresa consultora importante de la ciudad, y con sucursales en varias provincias.

Esa mañana al despedirnos, le dije a Marianela que al salir del estudio, no pasaría por casa, a las quince tenía concertada una entrevista de trabajo y luego me iría directamente a la facultad y que nos veríamos por la noche, a la hora de cenar.

Pasadas las cuatro y media de la tarde, salía de aquel kiosco abriendo el atado de Lucky Strike de diez, cuando veo pasar un Ford Focus negro, conducido por un hombre y mi mujer en el asiento del acompañante. ¿Qué hacía por ahí? ¿Quién era ese hombre? Caminé en el sentido que llevaba el auto y unos cincuenta o sesenta metros más adelante, estaba la respuesta. Aquel auto con mi mujer dentro, entró en un edificio, que no supe que era hasta caminar la distancia que me separaba de aquella entrada. Me cago en la puta madre! Aquel edificio era “El Danubio”, un hotel alojamiento!

¿Habría visto bien? ¿Sería realmente mi mujer? ¿O me habría equivocado con alguna mujer muy parecida? ¿Cómo comprobarlo?

Saqué el teléfono de la mochila, marque su contacto en una llamada, sonó tres veces y me atendió:

-MARIANELA: Hola amor! ¿Cómo te fue en la entrevista?

-PABLO: Hola Mari! Creo que bien, pero no me dijeron nada, cuando terminen de entrevistar a todos los postulantes nos van a comunicar los resultados.

-MARIANELA: Ojalá tengas suerte, estoy segura que sí, sos re capaz y te lo mereces.

-PABLO: ¿Vos ya en casa?

-MARIANELA: En un rato, me vine a lo de Analía a tomar unos mates, después voy para casa.

-PABLO: Buenísimo, yo me estoy yendo a la facu, acordate, hoy salgo a las diez.

-MARIANELA: Si mi amor, te espero para cenar!

-PABLO: Dale, nos vemos, te mando un beso! Saludos a Analía!

-MARIANELA: Te amo mi amor! Otro!

Corté la llamada y no sabía qué hacer ni como sentirme, ¿me habría equivocado y no era ella? ¿Estaba realmente con Analía? ¿O me estaba mintiendo descaradamente?

Si me iba a la facu nunca lo sabría. Me quedé unos metros más adelante en la entrada de unos locales comerciales que estaban desocupados, fumando y mirando el teléfono para hacer tiempo, si habían entrado hace unos minutos tendría como mínimo un par de horas de espera.

Recorrí los alrededores para saber si la salida de los vehículos del hotel era por donde habían entrado o por algún otro lugar. Confirmé que los autos salían por el mismo lugar por el que habían entrado, al ver salir otros autos, y decidí seguir esperando.

Pasadas las siete y media de la tarde, aquel auto se asomó por la salida del hotel, paró en el cordón hasta poder salir cuando el tránsito de aquella calle se lo permitiera.

Y sí…! Definitivamente era ella, en esos momentos que el auto estuvo detenido, pude verla sonriendo, reconocí el tatuaje que arranca en su espalda y termina con una hilera de pétalos y pequeñas estrellas casi en su nuca, visible solo si lleva el pelo recogido cómo en esta oportunidad y puestos, llevaba los aros que yo le había regalado, hasta tuve la oportunidad de hacer un par de fotos sin que ella me viese.

El auto finalmente pudo tomar la calle y en ese momento, mi vida se vino abajo, todos nuestros proyectos se fueron a la mierda en ese instante, ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué me hacía esto?

No pude ir a cursar, no tenía cabeza. Di vueltas sin rumbo el resto de la tarde, entré en un bar cerca de las nueve de la noche y me tomé un par de cervezas. No sabía qué hacer, ¿volver y montarle una escena? ¿No volver y que se quede con el del auto negro? Hacerme el boludo como si nada pasara no era mi forma de ser, quizás hablaría con ella para escuchar las razones, saber por qué y desde cuándo y luego irme, irme bien lejos.

Tomando el tercer vaso de cerveza, imaginaba sus palabras: “no sé lo que me pasó”, “dejame que te explique”, “no es lo que vos creés”, “no es lo que parece”, todo ese repertorio de clichés de los que se saben descubiertos.

Me dolía la traición, puedo entender que deje de quererme, que la relación se vaya desgastando, que se haya enamorado de otro, pero la traición no entra en mi vocabulario y en el momento que estuviéramos cara a cara lo sabría.

Pasaban de las diez de la noche, hora en que supuestamente saldría de la facultad.

Estaba en un bar a unas diez cuadras de casa y no sabía qué hacer. Decidí esperar un rato más y ver su reacción.

Pasadas las once y yendo por la quinta cerveza, me llegó un mensaje suyo: “¿Todo bien amor? Estoy preocupada!” No lo contesté, pasadas las once y media cuando ya estaba en camino, me llegó otro: “Mi vida ¿pasó algo?, decime si estás bien!” Mi vida me decía! ¿Quería saber si estaba bien?, o lo que seguramente quiso preguntar y no se animó, fue si me dolían los cuernos que me habían salido o si me los había golpeado al pasar por alguna puerta.

Mi única respuesta casi llegando a las doce de la noche fue: “Estoy llegando”

Vivíamos en el departamento que yo alquilaba hacía varios años, incluso antes de arrancar con ella, después de dos años se vino a vivir conmigo y ahí habían empezado nuestros proyectos de familia, de casamiento, de hijos, de una casa, de viajes y tantos más!

Antes de llegar llamé por teléfono a Miguel, mi amigo para pedirle si esa noche podría dormir en su casa, le conté por arriba lo que me había enterado y me dijo que no había problema, que me esperaba hasta la hora que fuera y le dije que iba a ser muy rápido, que a más tardar en una hora estaba en su casa.

Llegué pasadas las doce de la noche, abrí tranquilo la puerta, no iba a hacer ningún escándalo, ni gritar, ni enloquecerme. Entré con mi mochila colgada, aquello iba a ser un momento nada más.

Al sentir la puerta, la vi aparecer, caminó apurada hasta mí y me abrazó, yo no le correspondí el abrazo, ni siquiera me descolgué la mochila

-MARIANELA: ¿Qué pasó mi amor? Estaba muy preocupada! Nunca llegás tan tarde!

-PABLO: No sé, decime vos que pasó!

-MARIANELA: ¿Por qué amor? ¿Qué te pasa? Estás raro!

-PABLO: Más que raro, yo diría que… que me siento un pelotudo!

-MARIANELA: ¿Por qué amor? ¿Qué pasó?

-PABLO: Vuelvo a preguntarte, decime vos que pasó!

-MARIANELA: No se qué pasó! No te entiendo!

-PABLO: Bueno! En eso estamos iguales, yo tampoco entiendo!

-MARIANELA: Ay amor! Decime que pasa!

-PABLO: Esta tarde cuando hablamos por teléfono, ¿estabas en lo de Analía?

La cara se le transformó, hasta juraría que tragó saliva antes de contestar, en el fondo esperaba que se diera cuenta, y me dijera la verdad. Pero no! Decidió seguir mintiendo.

-MARIANELA: Si, claro! Es más, te mandó saludos!

-PABLO: ¿Por qué Marianela?

- MARIANELA: ¿Por qué que amor?

-PABLO: Marianela somos grandes! No está bueno que me mientas en la cara y que te hagas la boluda, cómo si no supieras de qué te estoy hablando! Te estoy dando la oportunidad de ser sincera antes de irme!

-MARIANELA: ¿Cómo irte? ¿Por qué irte?

-PABLO: ¿Lo tengo que decir yo Marianela?... bueno, si así lo preferís, así será!

Y sus lágrimas empezaron a salir, tenía sus manos en su cara y no me miraba a los ojos, más claro echale agua!

-PABLO: Justamente cuando salía de un kiosco, un auto negro entraba en “El Danubio” y salía unas horas después, ¿qué justo no? Qué cosas tiene la vida! Justo después de esa entrevista, pensando en cambiar de trabajo para poder estar mejor y poder proyectar cosas juntos. ¿Por qué?

Ella no paraba de llorar, intentó acercarse pero no se lo permití dando un paso hacia atrás.

-MARIANELA: Perdón Pablo! No tengo justificativo! Me dejé llevar y no supe pararlo, perdón!

Te juro que no siento nada por él, no sé, se dio. Perdón! Perdón Pablo! Por favor perdoname!

-PABLO: En estos días, cuando estés en el trabajo, voy a venir a buscar mis cosas.

-MARIANELA: No Pablo! Por favor, escuchame! No te vayas! Fue una estupidez! Te juro que no fue nada! Te juro que no va a volver a pasar! Por favor no te vayas! Por favor no me dejes!

-PABLO: La verdad, lo lamento! Pero lo lamento por vos! No sé si vas a encontrar a alguien que te quiera como te quiero yo!

Y sin darle tiempo a hacer, ni a decir nada más, di media vuelta y me fui caminando para la casa de Miguel.

La escuchaba llamarme, incluso a los gritos pidiendo perdón.

¿Si me sentía mal? Por supuesto, tenía un terrible dolor en el pecho, pero más me dolía el alma.

Dos días después llamé por teléfono a Analía, su amiga, para pedirle que le avisara a Marianela que iría a buscar mis cosas al otro día entre las doce y las catorce, más que nada para que no estuviera, no quería verla ni hablar con ella, al menos de momento.

Fui hasta el departamento con Miguel en la camioneta de su padre, por ahora solo me llevaría toda mi ropa, mi televisor y mi cama de cuando aún vivía solo. Conseguí un monoambiente con heladera y cocina y con eso me bastaría por el momento.

Llegamos a la que fuera mi casa, puse toda mi ropa, mis libros, los apuntes y demás cosas personales en bolsas y las bajamos con Miguel, luego bajamos la cama y el televisor. Miguel se quedó abajo con las cosas y yo subí a cerrar la casa y dejarle las llaves.

Di una última recorrida a esa casa en la que había vivido tantos años, a la que sentía como mía, en la que había pasado momentos felices y en la que me había atrevido a proyectar un futuro. Mirando cada rincón, recordando mil cosas, sin saber en ese momento que era la última vez que la pisaría.

Al dejar las llaves sobre la mesa del comedor, vi un sobre con mi nombre. Era una carta de Marianela:

“Pablo:

Perdón amor, lo único que quiero es pedirte perdón, se que te decepcioné, se que te mentí y te traicioné y me arrepiento terriblemente. Nunca fue mi intención hacerte daño, aunque sé que te lo hice y no me lo voy a perdonar nunca. Aunque no lo creas, te sigo amando como siempre, pero me equivoqué, lo sé, me dejé llevar por esa estúpida sensación de sentirme alagada, deseada, y no tengo excusa, también lo sé. Espero que algún día puedas perdonarme y aunque no quieras verme, te voy a seguir amando y me voy a arrepentir de lo que te hice por el resto de mi vida.

Sé que quizás estos detalles no te hagan falta, pero quiero ser sincera con vos, al menos si es esta última vez. Lo conocí en una operación de la inmobiliaria, quería comprar un departamento y le mostré varios que estaban en venta. Palabras van, palabras vienen, un café, otro, una cerveza y después me dejé llevar. Fueron tres las veces. Y para que lo sepas, no es mejor amante que vos, aunque pienses que fue por eso, el tema es que yo fui la mas boluda que entré en su juego.

Perdón!

Te sigo amando.

Marianela”

No entendí si aquella carta tenía como fin pedirme perdón o explicarse, pero nada de lo que allí decía me cambiaba la ecuación. Decidí dejarle también una nota junto a las llaves.

“Marianela:

No pretendo juzgarte…, ya no.

Somos grandes y somos conscientes de nuestras decisiones y nuestros actos. Quizás podría entender que en una salida con amigas, alcohol de por medio, joda, complicidad, seducción, cachondeo, un tipo que te calienta, y terminás echando un polvo, una cañita al aire llamale.

Aunque eso igual lastima, lastima la confianza y el respeto.

¿Creés que desde que estamos juntos no he tenido oportunidades de estar con otra mujer? ¿Qué no se me han insinuado? Pero por respeto a vos, es que no me cogí a ninguna otra.

¿Pero tres veces Marianela? La primera puede ser equivocación, pero las que siguen son premeditación, son actos acordados, falta de consideración, de respeto y si te lo digo en criollo, eso es cagarse en el otro, al menos yo lo siento así. ¿Qué hubiera pasado si no te hubiera visto? ¿Hubiera sido la última? ¿En esos encuentros, te acordabas que yo existía? Hasta hablaste por teléfono conmigo estando con otro tipo en el hotel, y me dijiste que me amabas,… no sé fijate…

Y por último… ¿Cómo te sentirías si el que se hubiera garchado tres veces a otra hubiera sido yo?

No sé…, pensalo. Para tu próxima relación digo…

Pablo”

Pretendí ser duro con aquellas líneas, quizás el dolor habló por mí, pero fui honesto con mi sentir.

¿No la amaba tanto como para perdonarla? Quizás se pueda ver así, pero todo cuanto sentía por ella, todo cuanto había imaginado, todo cuanto habíamos proyectado, se había desvanecido ante su sonrisa dentro de ese auto, con otro hombre, saliendo de un hotel. ¿Orgullo de macho herido? No, de eso nada, a mi ver, la mentira y la traición duelen más que una trompada y después de eso ¿cómo se vuelve a confiar? ¿Cómo hacés para volver a estar bien con la persona que amás? Al menos yo no puedo.

El tiempo me dará la razón, me hará ver, me hará entender y sentir las cosas que me pasan de otra manera… o quizás no!...


Patricia

Desde que comenzaron a tratarme la epilepsia, he pasado por diferentes etapas en la contención de las crisis. En varias oportunidades, los medicamentos fueron perdiendo la eficacia y los médicos debían aumentar las dosis o cambiar los tratamientos para poder controlar las crisis.

En otras oportunidades, me cambiaban los tratamientos, porque aparecían nuevas drogas con mejores resultados y menos efectos adversos.

Para los epilépticos, cambiar de medicación no es de un día para el otro, es un proceso que de acuerdo al medicamento puede durar semanas o meses.

El medicamento que se pretende retirar, se tiene que ir dejando de a poco, bajando paulatinamente la dosis a la vez que el medicamento nuevo, se va incorporando de la misma forma, aumentando las dosis y las frecuencias semana tras semana. Todo esto, para que durante ese proceso, se minimicen las posibilidades de aparición de los episodios.

Algunas veces funcionó perfectamente, en otras, las crisis aparecían y se repetían durante ese lapso, hasta que el cuerpo, respondía a las dosis correctas.

Desde que comencé a trabajar como maestra jardinera, tuve que atravesar esos cambios en tres oportunidades, para los cuales, tomaba licencias médicas durante el tiempo que me indicaban los médicos. Tenían razón, tener una crisis en la escuela, delante de los niños, podría generar mucha angustia en ellos y preocupación y desconcierto en el resto del personal, y por supuesto un riesgo para mi salud ante una eventual caída.

Cuando los procesos eran más largos, algunos duraron casi dos meses, la licencia médica ordinaria se consumía, y tomaba días de la licencia extraordinaria, que también tenía un límite para toda mi carrera docente, y al agotarse esos días, ya no cobraría mi salario durante las licencias.

Las compañeras de trabajo, especialmente, Ángeles, una compañera con la que nos habíamos hecho amigas, me decían que averiguara en el sindicato para saber si existía alguna forma de disponer de las licencias sin perder mis ingresos.

Una tarde, luego de salir del jardín, me fui para el sindicato al que estaba afiliada desde hacía más de tres años.

Me recibió una mujer de más o menos mi edad, le comenté mi inquietud y la información que necesitaba, luego de escucharme y tomar nota de mi relato, habló por teléfono con alguien y salió de la oficina, diciéndome que esperara un momento.

Volvió acompañada de otra mujer de unos cincuenta años, me presenté y al tanto de mi caso me propuso, en una primera instancia, hacer una nota donde constaran todos mis datos personales, datos de contacto, la escuela en la que trabajaba y el relato de mi problema en no más de una carilla, para que se convierta en un caso formal a tratar en asamblea, y que luego me pondrían en contacto con el encargado de la comisión de salud del sindicato para derivarle el tratamiento del caso.

Salí de allí conforme con el trato y la respuesta, ya me informarían por teléfono, cuando podría ser recibida en la comisión de salud, por el secretario o algún colaborador.

Unos diez días después de eso, me citaron en la sede del sindicato para reunirme con la gente de la comisión de salud, para poder explicarles mi situación.

Me recibió una mujer de unos cuarenta y pico de años, quizás cincuenta, me explicó que ese día me recibiría el secretario de salud, pero por una reunión de última hora, había tenido que viajar a Buenos Aires.

Le conté mi situación a María Marta, aquella mujer tan agradable. Luego de charlar poco más de una hora, me dijo que ella misma se ocuparía de que, cuando el doctor Carlos Morales volviera a la ciudad, me avisarían el día y la hora en que me podría recibir. Me fui del sindicato conforme con el trato que le venían dando a mi caso, tanto que el doctor encargado de la comisión de salud, me iba a recibir…