Los inicios de Bea (2)

Erase una vez en la biblioteca.

LOS INICIOS DE BEA (2)

Ya hacía dos meses que mi vida se había vuelto monótona y cotidiana, y mis primeros pasos en la facultad poco habían satisfecho mi necesidad de vida social. La semana me la pasaba estudiando y los fines de semana trataba de aprovechar el tiempo, pero algo no funcionaba. La gente de mi grupo se había disuelto y siempre es duro tener que hacer nuevas amistades. Durante aquellos pasos iniciales e inestables con gente que solo conocía de un par horas, mi verdadero yo renacido aquel verano parecía hibernar en nuestras breves salidas de marcha.

El frío era intenso, ese frío de los primeros atisbos de invierno con los que nos saluda el mes de noviembre. Fue en estas fechas cuando le vi por primera vez. Fue en un pub donde ponían música salsa y pop. La gente bailaba hasta altas horas de la noche con apenas espacio para tan si quiera respirar y los cuerpos calientes y sudorosos seguían animados el compás de la música.

Eran las cuatro de la mañana y los efectos del alcohol habían hecho mella en mi consciencia, haciendo que bailara como una posesa encima de una mesa meciendo mi pelo al compás de una larga canción bacalaera. Cuando esta terminó, retiré el pelo de mi cara con un solo y seco movimiento y, al levantar la vista mis ojos quedaron clavados en él. Nuestras miradas quedaron enlazadas en un eterno instante en el que cada segundo que pasaba hacía que la realidad de nuestro alrededor se fundiera en un todo, desapareciendo. Una subversiva mano surgió por detrás suyo cogiéndolo y tirando con insistencia de él.

Un reflejo de desilusión brilló en sus pupilas antes de desaparecer entre la muchedumbre. Me quedé allí de pie, reflexiva y dudosa, durante unos segundos, mecida únicamente por el ligero compás de la música. Tras esto bajé y me salí afuera a tomar el fresco, y vaya sí hacía fresco. Al salir vi a Raquel sentada en un portal cercano. Parecía que no lo llevaba muy bien. Hacía una semana que su último novio la había dejado no sin despedirse con unos bonitos cuernos. Habíamos salido las dos solas de marcha como en los viejos tiempos, aunque aquella noche el alcohol no había logrado disimular la oculta frustración de ambas. Me senté a su lado, buscando algo de calor humano y comencé a hablar.

  • Acabo de ver a un tío, que por cierto me recordaba a no sé quién, y ¿sabes qué? Nos hemos quedado los dos mirándonos como un par de tontos.
  • ¿No será uno moreno, alto y con melenitas? -me preguntó.
  • Sí -contesté- ¿Le conoces?
  • Sí, tonta -exclamó- De tu clase de economía. Le vi salir un día de tu clase y me quedé prendada de él.
  • Claro, ahora caigo -proseguí- Ya sabía yo que de algo debía conocerle.
  • ¿Sí? Pues hoy se ha ido calentito a casa -me dijo en voz baja- Ha tenido una bronca gorda con la novia nada más salir. No habrás tenido tu la culpa de ello, ¿eh, golfona?
  • Pues, no sé -dije- Creo que sí...
  • ¡No fastidies! -exclamó- Bueno, pues a ver si se te pasa el muermo y me lo presentas un día que vaya por tu facultad, ¿eh?

Aquella noche no dio más de sí. Volví a verle varias veces en clase, con algún que otro cruce de miradas, pero yo, inexplicablemente, siempre desviaba la vista. Me sentía culpable y, de alguna manera, martirizaba mi cuerpo con un castigo maligno como represalia a aquellos sueños esporádicos que me perseguían. No tenía derecho a fijarme en él. Me sentía como una obsesa deseando algo más que un fútil encuentro.

La Navidad pasó casi inadvertida debido a la cercanía de los exámenes parciales y, salvo un par de novietes de una noche, mi vida social seguía siendo una cruz. Pero esto hacía que por lo menos tuviese más tiempo para empollar. Así que acostumbraba a pasar alguna que otra noche del fin de semana estudiando en la biblioteca nocturna. Allí el único tío de buen ver era Pepe, uno de los guardias jurado, con el que a veces, y si aquella noche le tocaba el turno, pasaba un rato agradable hablando. Era simpático y muy sociable, y hacía que me relajara un poco de la tensión del estudio continuado. Pepe solía hacer rondas por la facultad cada hora, aunque la mayor parte del tiempo lo pasaba junto a la secretaría donde había una pequeña radio que ponía bajito, mientras esperaba que algún tardío estudiante llamase al timbre de la puerta con el carnet en la boca.

Aquella noche todo parecía de lo más normal. Era apenas media noche cuando Pepe me abrió la puerta con un saludo. Me dirigí a la sala de estudio como siempre y saqué mis apuntes dejándolos sobre una mesa de las del medio. Había allí más gente de lo acostumbrado, y ni aun así superábamos la veintena en un aula pensada para albergar a cientos de estudiantes. Había tanto sitio libre que todo el mundo estaba esparcido y totalmente ensimismado en sus textos, pasando de todo aquello que les rodeaba.

No llevaba ni media hora allí cuando sonó el timbre al fondo del pasillo. Pepe abrió la puerta y oí unos pasos acercarse. La curiosidad me hizo levantar la vista de mis libros. Era él, allí parado mirando desde aquellas alturas buscando algo, como perdido. Me perdí en aquellos ojos grises...  Su mirada se cruzó una vez más con la mía y la mantuvo fija mientras avanzaba en mi dirección sin apartarla ni el más mínimo ápice. Me sentí turbada. No tenía vergënza a nada y eso me gustaba. Al llegar a mi altura se inclinó ligeramente.

  • Hola -dijo- Creo que estamos en la misma clase, ¿no?
  • Sí... -fue el único sonido que emití lentamente por mi sorprendida boca.
  • He venido a estudiar para el parcial de la semana que viene -comenzó- Al verte, he pensado que, ya que tengo que pasar toda la noche estudiando prefiero pasarla junto a alguien que al menos conozco de vista, en vez de quedarme solo en una esquina como si estuviera castigado...
  • Sí, claro -dije con una leve sonrisa, al tiempo que quitaba los apuntes que estaban al otro lado de la mesa, en la silla de enfrente- Siéntate aquí, si quieres.
  • Lo siento -dijo, una vez se hubo sentado- No me he presentado. Me llamo Sergio. ¿Y tú?
  • Beatriz -le contesté- Pero todos me llaman Bea. Así que escoge el nombre que quieras. ¿Cómo llevas este parcial?
  • Bastante mal -respondió con una mueca de disgusto- Pero espero que me dé tiempo aún de ponerme al día, aunque eso signifique no salir durante un cierto tiempo. Total, mi novia y yo cortamos hace nada, justo antes de los parciales, por lo que, en parte, la cosa me ha dejado más tiempo libre.

Aquella ultima frase llamó mi atención. No es normal que alguien suelte algo así si no es como una indirecta. La charla continuó un rato, mientras sacaba sus apuntes y los iba disponiendo sobre la mesa. Le aconsejé por dónde debía empezar, qué podía pasar por alto y cosas por el estilo. Después de esto callamos y ambos hicimos (al menos eso intenté) como si estuviéramos sumidos en nuestros apuntes. Lo digo, por que eran frecuentes las elevaciones de la mirada en busca del otro.

Un suave calor recorría mi cuerpo, hacía que me sintiera intensamente húmeda. No sabía qué me sucedía, y lo peor era que aquella sensación de tímida atracción no parecía pasar desapercibida ante sus ojos. Ante aquellos ojos que me hipnotizaban y que me habían capturado con su movimiento, recorriendo las líneas escritas. Aquellos ojos, fríos y sabios, ya no daban tregua a mi mente, parecían hablar por sí mismos.

El calor era sofocante. La calefacción templaba la temperatura del aula, pero a pesar de eso siempre acusaba el llevar algo de abrigo de encima. El calor iba subiendo lentamente. Cogí una goma del pelo que llevaba alrededor de mi muñeca y, con ambos manos, tomé mi larga cabellera dispuesta sobre mi espalda para hacerme un moño. Al pasarme las manos por la cara noté que la tenía caliente y seguramente sonrojada. Me quité el jersey que llevaba, quedándome con una amplia camiseta que solía usar para dormir cubriendo el sujetador blanco de algodón que me ponía en aquellas noche de frío intenso. Pero el calor seguía creciendo. Cada vez sentía más calor y cada vez me sentía más húmeda. Casi podía sentir como mis braguitas se me pegaban a la piel por la humedad. Resoplé levemente varias veces, pareciendo casi como si jadease.

Naturalmente, no era así, todo sucedía en mi mente. Aún así algunas muestras de mi estado debieron aparecer en el exterior, pues no pasaron desapercibidas para Sergio. Hinqué los codos en la mesa y apoyé las manos sobre mi frente, intentando ocultar mi sonrojado rostro. Al hacerlo, noté cómo una fina película de sudor la cubría. De repente, sentí cómo algo se deslizaba oculto por mis pies, haciendo que mis piernas se fueran separando lentamente. Era él que, dándose cuenta de la situación, quería echar más leña al fuego y con sus piernas abría un imaginario camino para llegar a mí. Sin pensar, bajé rápidamente la mano hasta mi entrepierna como intentando detener aquello que quería abrirse paso hasta mí, entre mis piernas, para entrar en mí. Entonces, me levanté, sin poder aguantar más. Le miré a la cara y pude ver reflejada una cierta malicia en su rostro como resultado de aquel juego en el que ambos habíamos caído.

  • Voy al servicio -le dije, algo mareada- No me encuentro bien...

Llegué al servicio con la imagen de Sergio mostrando en su cara una extraña satisfacción clavada en lo más hondo de mi mente. El servicio olía a desinfectante. Las limpiadoras del turno de noche lo habían limpiado ya para el día siguiente. Me acerqué al lavabo, mirando mi rostro alterado y ligeramente sonrojado, mientras abría los grifos de agua y ponía el tapón en el desagüe. Una vez lleno el lavabo hasta la mitad, cerré el grifo  e introduje la cabeza en la fría agua. El frío recorrió mi cara sonrojada por el calor. Refresqué mi nuca y mi cuello con el agua de la superficie antes de volver a levantar mi cara a la verticalidad. Las gotas de agua me recorrían el rostro y el cuello.

El agua siguió bajando hasta mojar el borde de la camiseta y penetrar por esta hasta llegar al sujetador. Allí, se introdujo por mi caliente canalillo. Metí de nuevo las manos en el lavabo, cogiendo agua con ellas y  llevándola toda hasta mi cuello. El agua cayó sobre mi ropa, salpicándome los pies. La empapada camiseta mostraba claramente las curvas de mis pechos, ocultos debajo de esta. Me la quité suavemente y me quedé en sujetador. Cientos de pequeñas gotas cubrían mi piel como el rocío, cayendo lentamente, trazando trayectorias aleatorias y juntándose unas con otras por el valle que formaban mis grandes pechos. Hacía frío y la piel se me estaba poniendo de gallina. Aun después de aquello, seguía sintiendo aquel pegajoso e implacable calor.

Me deslicé una mano por el cuello, llevándola lentamente por los lugares donde aún había pequeñas gotas de agua negándose a someterse a la gravedad. Solo había una manera de que mi cuerpo expulsara todo aquel calor que contenía. Me lamí lentamente un par de dedos, los cuales llevé hacia el sujetador. Metí la mano por debajo de este, mientras la otra recorría como una serpiente mi vientre hasta llegar al mi pantalón. Fui quitando uno a uno los botones que daban cerrojo a mi oculto tesoro.

Mientras jugueteaba con mis dedos ligeramente tibios por mi saliva con mis pezones, estos se endurecieron confusos por el tacto frío del mojado sujetador y de los dedos cálidos que jugaban con ellos. Mientras, mi otra mano ya se hallaba dentro del pantalón. Una cálida humedad la recibía en contraste con la fría mano que llegaba. Esta tomó pronto la temperatura que le rodeaba y fue entrando suavemente por debajo del borde de las braguitas, peinando el suave vello de mi pubis que rezumaba pequeñas gotas de sudor. La postura, de pie, no era lo suficientemente cómoda por lo que me senté sobre el poyete donde se hallaban fijados los lavabos y el espejo. Con mi espalda apoyada y allí sentada me bajé los pantalones dejándolos a la altura de mis tobillos.

Abrí las piernas hasta que una de mis rodillas se posó contra el espejo dejando así los protuberantes labios de mi sexo más "a mano" ante la posibilidad de posibles juegos. Mis ojos se cerraron y mi imaginación comenzó a volar. Levanté mi sujetador dejando mis pechos, duros como rocas, más al alcance de mi mano. Empecé a masajearlos y a dar pequeños pellizcos en los pezones con las puntas de los dedos. Mientras, mi otra mano buscaba la perla oculta de mi centro de azúcar. Dedos furtivos corrieron ocultos por debajo de mis braguitas hasta llegar allí donde estaba el centro del infierno.

Mis dedos, mojados ya por mis propios fluidos, comenzaron a juguetear con mi engordado clítoris que, ya muy duro, se dejaba notar entre mis labios menores. Dos de estos dedos siguieron bajando hasta entrar en mi cálida caverna. Con un movimiento síncrono y repetitivo, empezaron a entrar y salir de esta. Mi respiración entrecortada iba marcando el ritmo de la acción. Leves gemidos iban saliendo de mi boca, fruto de lo que veía en mi mente, que era completamente diferente a lo que en realidad estaba sucediendo. Me veía a mí misma de nuevo en la playa con David. Pero no era David el que mostraba mi mente. Era Sergio quien me mecía al compás de nuestro deseo con nuestros cuerpos unidos al unísono. Mi cuerpo titiritaba por el frío y el placer que lo recorría. Ya casi estaba alcanzando el punto culmen cuando...

  • ¿Estás bien? -sonó repentinamente una voz desde fuera, destruyendo en un solo segundo mi sueño y trayéndome de vuelta a la realidad, allí sentada sobre el frío mármol y con mis manos más que ocupadas.
  • ¿Qué...? -pregunté aturdida- ¿Quién es?
  • Soy yo, Sergio -dijo la voz- Como tardabas pensé que te había pasado algo. ¿Puedo pasar?

Mi cuerpo, que pedía a gritos acabar lo que había ya empezado, quiso dar respuesta afirmativa a aquella pregunta, pero lo ridículo de mi situación hizo que tomara una postura intermedia.

  • Sí -contesté- Pero espera un segundo.

Puse mis pies sobre el suelo, me subí los pantalones y me puse bien el sujetador mientras mi mente buscaba una solución a aquel problema. La camiseta estaba empapada por lo que tomé una decisión. Me senté sobre el poyete de nuevo.

  • ¡Ya puedes entrar! -exclamé.
  • ¿Qué te ha pasado? -dijo nada más entrar.
  • El grifo estaba roto y ha dejado empapada mi camiseta -inventé.
  • Vas a coger frío -dijo, y quitándose la gruesa sudadera me la dio, desviando caballerosamente la mirada de mi sujetador que dibujaba claramente no solo mi amplio escote sino también mis pezones.
  • Gracias -dije en voz baja.

La tomé y me la puse. Una cálida sensación recorrió mi cuerpo allí por donde la sudadera iba pasando. Tras esto quedamos ambos callados uno frente al otro mirándonos, esperando que el otro diera el primer paso. Su camiseta, única prenda que tapaba la parte superior de su cuerpo, dibujaba un amplio y fornido pecho que no parecía pertenecer a un chico de 19 tacos solamente.

  • No puedo más -dijo, más para sí mismo que para mí, y avanzó resueltamente en mi dirección.

Sus labios fueron al encuentro de los míos en un mutuo cruce de sensaciones acumuladas, creo que por ambas partes, durante un largo tiempo. Sus labios se afanaban en entrecuzarse con lo míos mientras sus manos iban tomando mis dos rodillas para poder así avanzar hasta llegar justo al borde del poyete.  Luego me rodeó la espalda con sus brazos y me dio un largo y cálido abrazo mientras nuestros labios seguían buscando ansiosos el cruce continuo con los del otro. Su suave cabello caía sobre mis mejillas acariciándolas involuntariamente.

Mis manos recorrían su ancha espalda aferrándose fuertemente. Su boca fue bajando por mi cuello a la vez que sus manos buscaban ahora desde abajo la forma de quitarme la sudadera. Pero no le di la oportunidad de hacerlo. Me gustaba tenerla puesta, aquel cálido tacto me satisfacía. Así que para no contrariarle totalmente me desabroché el sujetador, me bajé un tirante, luego el otro, y me lo saqué por una de las mangas.

Metió su cabeza por debajo de la amplia sudadera. Su caliente respiración acentuada por el efecto de la sudadera secaba mi piel mientras su lengua intentaba lo contrario, ascendiendo lentamente en busca de la cumbre de las oscuras colinas. La verdad es que la sudadera no daba mucho de sí y no podía pasar de la mitad, así que me la subí por encima de mis pechos. Sus ardientes labios fueron rápidamente a su encuentro para darles aquella cálida bienvenida que a mí tanto me gustaba. Mientras, mis manos fueron subiendo desde atrás, subiendo su camiseta y descubriéndome unas amplias espaldas curradas claramente en un gimnasio. En los breves instantes en que se irguió buscando con su boca el néctar que calmara su sed, pude ver su poderoso pecho, tenso y brillante por la excitación. Le empujé levemente y se apartó un momento de mí.

Salté al suelo y me quité los zapatos. Él siguió mi ejemplo, pero fue más allá, quitándose también su ya medio quitada camiseta y bajándose veloz los pantalones, quedándose en calzoncillos con aquella "cosa" enorme asomándole por una de las perneras.

No es que hubiera visto muchas pollas por aquel entonces, pero desde luego se salía ampliamente de la media. Mientras se ponía un condón que había sacado de la cartera antes de quitarse los pantalones, yo me quitaba la amplia sudadera y poco después los pantalones. Me eché boca abajo sobre el frío y mojado poyete que, al contacto con mis ardientes pechos y vientre, produjo que un escalofrío recorriese mi cuerpo. Quedé allí pues con el culo en pompa, esperando con anhelo sentir en mi interior aquella belleza .

Su labios recorrieron mi culo allí por donde mis braguitas no lo cubrían. Acariciando mis nalgas se acercó suavemente hasta la goma de mi prenda íntima y de repente, con un rápido movimiento, tiró bruscamente de ellas de tal forma que la fina tela cedió por ambos lados, dejando mi sexo completamente desnudo y mis destrozadas bragas en su mano. Debían estar cálidas y húmedas al tacto, cosa que le excitó aun más, haciendo crecer aquella monstruosidad hasta limites insospechados. Yo estaba a tope de excitación, solo con la idea de que aquello entrara en mí. Llevé mis manos hasta mi culo, separando ligeramente mis nalgas con ellas, dejando mi coño a la vista. Empecé a mover lentamente mis piernas, haciendo que aquellos enormes labios rezumantes de fluidos se abrieran y cerraran pidiendo a gritos que los penetraran. La espera se hacía eterna y mis gemidos parecían no tener respuesta, tomando estos un tono de desesperación. Entonces lo noté justo ante el umbral. Al poco sentí cómo me iba penetrando lentamente.

Su miembro era enorme y mi vagina apenas daba de sí para abarcarlo. El gozo era bestial, y cada vez mayor cuanto más iba entrando aquello. Si no lo hubiera hecho tan lentamente seguramente me podría haber hecho algún desgarro. Aquello parecía no tener fin, entraba y entraba, llegando hasta lugares jamás alcanzados. De repente, al llegar al final de aquel túnel del amor se detuvo y ese fue el comienzo del fin.

Primero muy lentamente, acelerando muy poco a poco, como una locomotora, hasta alcanzar una velocidad constante, entrando y saliendo rápidamente, haciendo que todo mi cuerpo se resbalara en cada embestida por el frío mármol mojado, aumentando el frío tacto de la roca todas las sensaciones de placer que me embargaban. Me sentía llena, a punto de estallar... y por fin estallé. Sentí cómo me corría y todo un oleaje de sensaciones de placer recorrió mi cuerpo arrasando con todo, produciendo pequeñas convulsiones y leves temblores. Quedé allí tendida mientras mi cuerpo cedía poco a poco de su tensión, relajándose.

Pero él todavía no había terminado. Su resistencia había hecho que ambos no alcanzáramos el orgasmo a la par, así que llevé mis manos hasta sus nalgas ayudándole en sus continuos embates, arañando su piel y dándole pie a que se corriera también el ya. Por fin, dio dos fuertes sacudidas y todos sus músculos se tensaron ante la llegada del orgasmo para relajarse súbitamente una vez alcanzado el éxtasis, dejándose caer sobre mi espalda. Besó suavemente mi nuca antes de volver a incorporarse, para retirar aquella espada que salía lentamente de mi interior rezumante de mis flujos y haciendo que un suave halo de vapor apareciese entre el frío y cortante aire. Bajé del poyete y nos unimos en un largo y cálido abrazo. Sus grandes brazos me rodearon en postura protectora, dándome el calor que ahora pedía mi cuerpo en aquel frío lavabo.

De vuelta a la biblioteca, nos cruzamos con Pepe por el pasillo el cual empezaba una ronda por las clases. Al vernos abrazados por la cintura, su saludo fue acompañado por una leve sonrisa de complicidad, adivinando lo que podría haber sucedido en aquel cuarto de baño...