Los inicios de Bea (1)
Erase una vez en la playa...
LOS INICIOS DE BEA (1)
Era uno de los últimos días buenos del verano. Aunque de día el calor era tórrido, las noches eran sugerentemente cálidas. El fin de las vacaciones se aproximaba y yo, a mis 18 años, aún seguía siendo virgen. Aún no había sido tocada por un hombre y algo en mi interior me impulsaba a buscar a uno dispuesto a romper estas viejas cadenas y que me liberara de esa etiqueta cuanto antes.
Eran las cinco de la tarde, caminaba por el paseo marítimo acompañada de mi íntima amiga Raquel. Observábamos los pocos turistas que quedaban en la playa. En la lejanía, un pequeño grupo de chicos jugaban fogosamente al fútbol con un viejo balón. Los brillos de sus cuerpos trabajando llamaron mi atención. De forma inconsciente, me fui acercando hasta poder ver aquellos músculos en tensión, que hacían que algo en mi interior se turbara. Miré a Raquel y pude ver en su mirada que sentía algo parecido.
Descendimos a la playa por la escalera que estaba justo enfrente de donde ellos estaban situados. Mientras nos dirigíamos hacia la orilla para resfrescarnos un poco, pude observar los ocultos objetos de mi deseo en aquellos cortos pantalones. Tras dejar sobre la arena nuestras cosas, Raquel fue a pedir fuego a unos turistas que había al lado nuestro. Mientras, yo comencé a quitarme la ropa. No sin cuidado, pero sí con rápida avidez, me quité la ancha camiseta que protegía de miradas indiscretas mis grandes pechos. A continuación, bajé mis manos delineando mis redondas caderas y desaté el nudo del pareo, que cayó lentamente acariciando mi piel morena. Llevé mis manos, por ultimo, hasta la parte más alta de mi cabeza y solté la goma que apresaba mi melena. A la vez que me mecía ligeramente, mi pelo se iba descolgando por mis hombros y cuello hasta que el ultimo mechón quedo atrapado en el valle que formaba mi ajustado bikini. Toda esta exhibición no pasó desapercibida al grupo, que disimuladamente no dejaban de mirar. Raquel llegaba, algo seria pues esta vez yo le había tomado la delantera.
- Guau, ¿qué rápida, no? ¿Tanto calor tienes? -comento Raquel irónicamente.
Yo solo hice un gesto, pero ella seguía molesta y otra vez lanzó puyaditas.
- Y además, con todos esos tíos comiéndote con la mirada.
- Que miren, a ver si se acerca uno y me alegra un poco el día, que estoy la mar de aburrida.
Raquel se sentó a la par que yo sobre la caliente arena y charlamos un buen rato mientras ella fumaba lentamente. El calor era sofocante, el sudor recorría lentamente mi pecho hasta esconderse fugitivamente en mi ombligo. En ese momento, el balón aterrizó junto a nosotras. ¡Por Dios, qué truco más viejo! Este siguió rodando fruto de la casualidad hasta quedar debajo de mis rodillas, las cuales tenía ligeramente arqueadas. Detrás del balón, como era de esperar, llegó el correspondiente espabilao de turno. Debido al sol que nos daba en la cara no pude verlo claramente hasta que no estuvo lo bastante cerca de nosotras. Era un chico bastante mono y rondaría los 20 tacos. Su cara morena por el sol brillaba en sus contornos por la fina capa de sudor que cubría su piel. Con una mueca descarada y tras un par de resoplidos se decidió a hablar.
- Perdón, ¿me puedes echar el balón? -lo dijo lo más educadamente que pudo.
- Cógelo tu mismo -le comente, guiñándole un ojo.
Raquel se quedó sorprendida, nunca me había visto tan atrevida. Él captó el mensaje y se acercó lentamente. Su cuerpo emitía oleadas de calor cuanto más se acercaba al mío, haciéndome estremecerme aún más. Aquel cuerpo masculino empapado de sudor me atraía. Empecé a sentirme húmeda. Era una sensación que me gustaba, no era nueva, pero sí era diferente esta vez. De repente, sentí cómo su antebrazo acariciaba desintencionadamente mi pierna. Bueno, al menos eso era lo que pensaba en aquel momento... Las sensaciones que en aquellos momentos me invadían no me dejaban pensar en lo que estaba haciendo, en si aquello estaba bien o mal. Aunque, alguna vez en la vida tiene una derecho a pensar en sexo...
Tomó el balón y con un 'gracias' se alejó rápidamente. Yo quedé allí, con mis ilusiones, turbada y húmeda. Decidí quitarme todas esas sensaciones sumergiéndome en la fresca agua que me llamaba desde la orilla. En todo momento, Raquel había quedado extrañada, callada y sin saber cómo actuar. Se limitaba a fumar y a mirarme curiosa.
Una ola mojó mis tobillos y lentamente fui entrando, hasta que el agua llegó allí donde más falta me hacia. Me estremecí y mi mente no podía dejar de pensar en hombres. Hombres de todas clases, cualquiera me servía. Yo solo quería dejar de ser virgen. ¡SÍ! ¡QUERÍA FOLLAR hasta la extenuación, hasta caerme muerta! Dejé caer mi cuerpo sobre la fría agua. Raquel gritó algo y me trajo de vuelta a este mundo, pero en mi mente toda esa serie de pensamientos seguían arremolinándose. Al llamarme por mi nombre quiso avisarme de que se iba. Solo me dio tiempo a ver cómo se levantaba a la vez que me señalaba el reloj. Tras esto se fue.
Decidí meterme más adentro para relajarme. Pasé un rato mirando el cielo cuando, de repente, algo me agarró por la espalda. Giré levemente la cabeza. Era el chico de antes, parecía buscar algo. El estómago me dio un brinco.
- No deberías estar aquí sola -dijo con voz suave y acaramelada.
Yo ya no era dueña de mis actos, mis deseos se habían hecho con el mando de este cuerpo que ansiaba su tempestad carnal. Estaba ansiosa y no podía aguantar más.
- ¡Tómame! -fue la respuesta casi inconsciente que emitió mi boca.
No había terminado de decírselo cuando el brazo con el que me había cogido aumento su presión haciendo que nuestros cuerpos se acercaran mutuamente. Con la otra mano retiró el pelo de mi nuca y empezó a besarme el cuello. Su aliento en mi húmeda piel hacía que las llamas de mi interior resurgieran. Redujo ligeramente su presión y su mano se deslizó por mi espalda hasta llegar al cierre de mi bikini. No era la primera vez que quitaba uno, quedando este solo colgado de mi cuello. Mis senos restallaron al verse liberados de su opresión. Él iba directo al grano y, aumentando de nuevo la presión del brazo opresor, deslizó su mano por mi vientre. Lentamente, comenzó a ascender hasta mi pecho. Empezó a juguetear con mis pezones y estos se me pusieron duros. Durante unos instantes siguió pellizcando y acariciando aquellas perlas que se endurecían como nunca. Estaba a cien y me gustaba. Empezó a darme la vuelta y cuando me encontré frente a él, su lengua se deslizó en busca de la mía, cruzándose acompañadas de aquel néctar que calmaba mi sed. Deslizó sus labios hacia abajo para ir en busca de mis pechos, con mi respiración entrecortada instigándole a seguir. El nivel de excitación subía a cotas inalcanzables y él no parecía quedar satisfecho. Mientras su boca aún jugueteaba con mis pezones, sus manos descendían y empezaba a acariciarme la cara interna de mis muslos por debajo del agua, cada vez más cerca de mi centro de azúcar. Era un fresco, pero yo estaba tan fuera de mí que disfrutaba al máximo con ello. Poco a poco introdujo su mano por debajo del bañador, muy suavemente. Yo tenía echada la cabeza hacia atrás y mis manos acariciaban su cuello. Tenía el pulso acelerado, la respiración jadeante. Por fin llegó a mis labios inferiores, templados y húmedos por el agua (o por mí), buscando con sus dedos la joya de su interior. Con un suave movimiento armónico acariciaba mi clítoris, pero yo ya estaba demasiado caliente y solo quería sentirlo en lo más profundo de mí. Él pareció leerme el pensamiento y bajó su dedo hasta mis labios interiores. Poco a poco comenzó a introducir su dedo. ¡Mmmmm! La sensación no tenía nada que ver con lo que había probado antes, ninguna masturbación anterior me había dado tanto placer, me sentía llena por completo. De repente, justo antes de que me sintiera ya ir, se detuvo. Su boca buscó la mía y tras un largo beso la dirigió a mi oído. ¿Qué iría a hacer?
- Confía en mí -me susurró.
Tras esto, descendió clavando la rodilla como un caballero de la tabla redonda. Yo capté el mensaje y me senté sobre su pierna expuesta, apoyada tan solo en mi muslo derecho. Pensé que la postura era un tanto rara (tenía el agua casi al cuello), pero pronto me di cuenta de la razón. Separé las piernas y me dejé hacer. Apartó el bañador con una mano mientras con la otra me hacía agarrarme a sus hombros. Mientras, seguía jugando con mis pechos que habían quedado ante su cara. Él ya hacía rato que estaba preparado. Nuestros sexos se hallaban muy cercanos pero a distintas alturas, cosa a la que él supo sacarle mucho juego. Con su glande empezó a acariciar el vello de mi coño, descubierto ahora y disimulado por el agua, y lo fue deslizando lentamente por el pliegue de mis labios. Luego, se alejó de los labios mayores y fue en busca del clítoris. Tras esto lo condujo finalmente hasta la entrada de mi coño. De pronto, me agarró fuertemente con ambos brazos por detrás de mi espalda y se irguió, quedando nuestros cuerpos unidos y con mis piernas ancladas en su cintura. Aquella repentina penetración produjo que toda una oleada de sensaciones de placer recorriesen mi cuerpo. Esto hizo que recobrara la consciencia. Al darme cuenta que de que iba sin protección, el miedo me invadió y sin pensarlo le empujé ligeramente.
- No, por favor... -gemí.
Me soltó sorprendido y se alejó levemente. Quedamos en un silencio que duró unos eternos segundos. Mirándole, sonreí ligeramente. Y es que la postal era como mínimo para eso: aquel chico allí, con cara de imbécil y con el pene erecto dibujado a través de la traslúcida agua.
- ¿Qué? -exclamó él- ¡Pensé que lo deseabas tanto como yo!
- No es eso -respondí- Es que me da miedo. Sin protección no estoy cómoda...
Soltando un resoplido dejó caer pesadamente su cuerpo al agua y se ajustó el caído bañador. Yo hice lo mismo. Sentí cómo todo el agua fría que me envolvía relajaba y apaciguaba mi ardiente cuerpo.
- Tienes razón. Debía haber llevado algo preparado, pero tampoco pensé que me ocurriría algo así al salir hoy de mi casa... -y cambió su cara desilusionada por una sonrisa.
- ¡Ni yo! -dije riendo.
- Por cierto -dijo- Me llamo David. Y a ti te llaman Bea. De Beatriz, ¿no?.
- ¿Cómo sabes mi nombre? -pregunté extrañada.
- Tu amiga lo dijo en voz alta -confesó- Además, ya hacía tiempo que me gustabas mucho y siempre que venía a la playa intentaba situarme cerca de ti.
Entonces caí en que ya le había visto un par de veces, pero siempre cuando la playa estaba muy llena. Al rato decidimos dirigirnos a la orilla y fue entonces cuando me di cuenta que ya no quedaba nadie cerca de nosotros en la playa. Por lo que parecía, sus amigos ya se habían ido hace rato y había aprovechado el momento para llegar a mí. Pensé entonces en que quizás alguien nos había visto, pero supuse que, como todo había sucedido bajo el agua, aquello habría parecido un simple y típico morreo de unos novios en el agua. Tras charlar un buen rato quedamos en vernos por la noche en una de las discotecas junto a la playa.
Aún un poco confusa, me dirigí a casa de Raquel para hablar con ella. Vivía muy cerca de allí, por eso no comprendía por qué se había ido tan pronto. Quizás el chico había hablado con ella preparando el terreno. No lo sabia, mi mente estaba algo aturdida haciéndose preguntas que ni yo misma podía responder.
Me abrió la puerta su hermano pequeño. Estaba bastante crecido para su edad pero no pasaba aún de ser un simple crío de 15 años. Imágenes lascivas pasaron como un rayo por mi mente pero logré controlarme.
- ¿Dónde está tu hermana? -medio balbuceé.
- Está en su cuarto -me respondió.
Subí las escaleras y me dirigí a su cuarto. Cuando entré estaba en bañador mirando la ropa que sacaba del armario y ponía sobre la cama. Escogía algo para aquella noche.
- Qué -empezó a decir- ¿Cómo te lo has pasado, tía salida?
- ¿Cómo? ¿Lo sabes? -dije, anonadada.
¿Que si sé el qué? -respondió- Yo solo sé que, al poco de irte tú, aquel chico del balón se me acercó a preguntar por ti. Le dije que no tenías novio. Luego me preguntó si quedábamos para salir esta noche y le contesté que solo si se llevaba un amigo.
¿Has planeado una cita? -le pregunté haciéndome la tonta
- Mejor eso que salir solas -dijo- Al menos les sacaremos la bebida gratis.
- Visto así, merece la pena -respondí.
Allí acabo aquella conversación. Luego seguimos discutiendo sobre lo que íbamos a ponernos por la noche. Una ligera brisa húmeda entraba por la ventana aventurando que la noche iba ser fría. Tras estar allí una media hora, me dirigí a mi casa para tomar algo de cena y prepararme para salir.
La noche era bastante fresca, más de lo que hubiera deseado. Al final me había decido por un vestido azul de una sola pieza, con unos finos tirantes y un insinuante escote que marcaba mi pecho sin sujetador. Pero el frío me obligó a esconderlo un poco con una fina chaquetita blanca de punto. Raquel llevaba puesto un traje blanco ajustado que brillaba sobre su piel morena. Era pronto cuando llegamos al pub junto a la playa. Como antes he dicho, había ya muy poca gente, y más al ser un día entre semana. Solo había unas cuantas parejas que charlaban tranquilamente. Al poco de esto, David y un amigo suyo aparecieron de entre la oscuridad de la arena. Llevaba puesto un ajustado pantalón vaquero blanco con una camisa de seda de manga larga de tono oscuro. Su pelo negro azabache, ágil y ligero, ondulaba bien peinado por su cabeza. Sus ojos verdes en aquel moreno y oscuro rostro eran como faros en una oscura noche. Tras un corto piquito me presentó a su amigo, Víctor, y le presentó a Raquel. Esta no podía quejarse, también era un chico muy guapo y agradable. Pedimos algo de beber. Los minutos pasaron furtivos en la noche, pero yo quería algo más, necesitaba apaciguar esos fuegos internos encendidos por la tarde. Entre mis pensamientos, de forma inconsciente, mis ojos se quedaron fijos durante minutos en los de David.
- Vámonos a dar una vuelta... solos -solté de repente.
- Vamos -respondió él.
Raquel ya estaba lo bastante acaramelada de Víctor para apenas darse cuenta de que nosotros dos nos íbamos. David me agarró por las caderas a la vez que buscó mi oído con su boca para susurrarme.
- ¿Dónde te apetece ir?
- Allá, a la arena -dije- Veamos la luna y la estrellas en la oscuridad.
Cuando llegamos a un buen lugar, suficientemente alejado de todo el mundo, nuestros ojos ya estaban acostumbrados a la oscuridad. Nos dejamos caer sobre la arena abrazados fuertemente mientras mis labios buscaban ya ardientemente los suyos. Sus manos recorrieron suavemente mis piernas, subiendo lentamente mi vestido.
- Un segundo -dije.
Busqué mi bolso que estaba cerca de mi y lo saqué. Y cuando me di la vuelta. Ambos nos quedamos sosteniendo cada uno un condón en la mano. Parecía que ya se había aprendido la lección.
- Más vale que sobre y no que falte... -bromeó.
Ambos nos quedamos mirándonos de pie uno enfrente del otro, como sabiendo la "lucha" que se iba a desatar. Empezamos a desnudarnos los dos. Un tirante, el otro y... ¡plas! Ya está. Él desabrochó su camisa, quitándosela rápidamente para posteriormente desabrocharse el pantalón y quedarse en calzoncillos. Nos abrazamos en un nuevo y largo beso y caímos de rodillas. Sin dejar de besarme, me cogió y me dejó reposar suavemente sobre el lecho de ropas que casualmente se había formado con nuestras vestimentas. Descendió su lengua desde mi cuello hasta mi pecho, bajando lentamente, recorriendo con suavidad mis pezones, mientras hacía pequeños dibujos con ella. Su lento descenso hacía que mi espalda se arqueara con lentas convulsiones, obligándome a emitir gemidos de placer. Mordisqueó el borde de mis bragas y fue tirando de ellas, deslizándose por mis suaves piernas que facilitaban su retirada. Me senté y separé completamente mis piernas, dejando mi tesoro totalmente al descubierto, húmedo y deseoso. Su lengua incansable ascendió por mis piernas, por las caras internas de mis muslos buscando aquel trofeo, muy suavemente, hasta que por fin llegó a su destino. Aquello hizo surgir escalofríos de lo más hondo de mi ser. No podía más. Dios mío, ¿cuánto placer es capaz de dar una lengua ardiente? Quise compartir aquellas sensaciones y decidí tomar un rato el mando. Le di a entender que se diese la vuelta, para ello tan solo tuve que chuparme dos dedos con malicia. Inmediatamente, se colocó en la postura adecuada. Aquello era algo nuevo para el, se le veía nervioso y sorprendido. Se dejaba hacer, yo llevaba el mando ahora. Empecé masajeando aquel abundante paquete que me regalaba. Crecía y crecía y parecía clamar por liberarse de su opresión. Le bajé los calzoncillos lentamente y se descubrió ante mi su mástil a toda vela. Empecé a acariciar su rosado glande, levanté la mirada y vi su cara de placer, que me impulsó a ir más lejos aún. Acerqué mi boca, y con mi lengua recorrí toda su superficie. Él comenzó a jadear. Poco a poco fui introduciéndola. Ya la tenía toda en mi boca. Me gustaba. Él se retorcía de placer. Moviendo mi cabeza repetidamente con su miembro dentro de mi boca conseguí excitarlo hasta el punto que soltó un pequeño alarido. Estaba tan excitado que no podía esperar ya. Yo por mi parte estaba muy húmeda, con un vacío interno deseando ser ocupado por ese tremendo nabo. Él quiso levantarse, pero yo no se lo permití. A aquí era yo la que mandaba, era mi primera vez y quería llevar las riendas.
Me senté sobre sus muslos buscando la mejor posición para iniciar este ultimo tramo de nuestro camino. Tomé el preservativo y tras abrirlo torpemente se lo coloqué (era mi primera vez y me llevó mi tiempo). Él, con su mano, mantenía su miembro en posición vertical, esperando ansiosamente el momento culmen. Ya estaba puesto. Me moví sobre él y empecé a descender. Lo sentía justo a las puertas del placer, lentamente se deslizó por la capas de su antesala y, cuando supe que ya estaba bien situada, dejé que la gravedad hiciera el resto. Noté perfectamente cómo me penetraba. Fue solo un momento pero dentro de mí se hizo eterno. Nuestros cuerpos se unieron al unísono en un movimiento sincronizado con nuestras respiraciones entrecortadas.
En cada impulso, mi ser completo se estremecía de placer pidiendo cada vez más. Ambos disfrutábamos con aquello de forma conjunta, pero yo mucho más. El placer era indescriptible, mi vida ya tenía sentido. A partir de ahora ya no podría pensar en otra cosa. Seguíamos con el frenético vaivén. Fue entonces cuando noté surgir algo de los más profundo de mi ser. Era algo completamente nuevo, oleadas de placer pedían sitio dentro de mí, y ya no tenía más. Iba a estallar, estallar de placer. Un placer húmedo y lascivo. Sí, sí, iba a correrme y era maravilloso. Había perdido toda conciencia, no sabía dónde estaba ni qué estaba haciendo, solo era consciente del tremendo placer que embargaba mi alma. De repente, él aumento el ritmo. Parecía listo para descargar toda la excitación acumulada. Sus músculos se tensaron y en un salto me abrazó fuertemente, fundiéndose nuestros cuerpos en aquella exhalación de sensaciones. Permanecimos unos segundos en aquella postura, con los cuerpos relajados. El tiempo parecía haberse parado, ahora disfrutábamos del momento.
Volvímos a la discoteca donde habíamos dejado a Raquel y Víctor. Doblamos la esquina y pudimos observar a Raquel sentada en el bordillo fumándose un cigarro. Víctor estaba inclinado en una esquina cercana. Se había emborrachado y no parecía llevarlo muy bien. Raquel nos vio. Pude apreciar en ella un claro mosqueo por la situación, pero supo contenerse al ver nuestras ropas arrugadas y nuestro pelo lleno de arena. David fue a ayudar a Víctor. Ya estaba algo mejor, así que nos fuimos.
Poco más dio de si aquel verano. Víctor y David se fueron al poco tiempo. Raquel y yo estuvimos algo más pero no ocurrió nada destacable. Pero mi nuevo 'yo' había irrumpido dentro de mi vida de forma predominante. Tenía hambre de hombres...
Continuará...