Los infortunios de Jelena 1

Jelena, una joven y frondosa yugoslava, nacida en Sudamérica, será casada y enviada por su madre a la capital para salvarla del pecado. Ahí descubrirá que la vida no es como pensaba. Tendrá que enfrentar los sucios designios de cuatro malvivientes, dueños de una deuda contraída por su marido.

LOS INFORTUNIOS DE JELENA 1

Con sus candorosos 18 añitos recién cumplidos, Jelena era un lujo de mujer recién desarrollada. La jovencita destilaba una natural esencia de hembra por cada uno de sus poros y a eso sumaba sus voluptuosas y curvilíneas formas, una media melena castaña clara que era el marco perfecto para aquellos ojazos negro-misteriosos, aquellos labios rojos y carnosos, y una perfecta nariz ligeramente larga y respingona.

Su carita resultaba algo exótica, ya que nació con los típicos rasgos femeninos de una autentica mujer eslava, como lo era ella, pues sus padres eran un par de yugoslavos locos que habían viajado a América, en donde llegaron y se instalaron en un pequeño pueblo sudamericano. El padre abandonó a su mujer en busca de panochas locales y así fue como la niña Jelena, la yugoslava, creció en un ambiente ruralmente distinto al de sus orígenes étnicos.

Su delicioso rostro de finas y marcadas facciones europeas sólo denotaba inocencia y pureza, y conforme a ello la estupenda chamaca fue creciendo y desarrollando su cuerpo en medio de aquellas humildes y amables gentes de campo. No faltó quien advirtiera a la mamá que la nena podía ser algo ingenua y si es que no la cuidaba como debía, se la podrían salir preñando.

La arquitectura de sus 1.72 era pura voluptuosidad y morbo: hermosos senos, casi excesivos, pero no grotescos; unas muy buenas piernas que nacían de unas exuberantes y amplias caderas, de unas espléndidas e impresionantes nalgas. Sus manos eran blancas y largas, como su delicada piel, de largos dedos y uñas muy bien cuidadas.

Ese cuerpo se hacía evidente por la forma en que vestía, como cualquier jovencita de su edad. Jelena era una mezcla de insinuación y coquetería innata y natural. Los vestidos, blusas, suéteres y faldas, no muy ajustados, a veces regalaban a la vista más de la cuenta. El “sube-baja” de sus portentosos glúteos, resaltados por la forma que sus piernas tomaban al andar, sacaba los ojos de las órbitas a más de uno, y ese balanceo del par de melones delanteros cuando caminaba no era para pasar inadvertido en ningún lugar.

Los hombres le decían cosas al pasar junto a ella, le miraban las piernas y los pechos en la calle. Por todo el pueblo se escuchaba: “¡Qué buenota está la Jelena!”.

La ingenua y apetecible chamaca de origen yugoslavo no imaginaba la cantidad de asquerosas chaquetas que se hacían los hombres en su honor; sin embargo, doña Olga, la mamá, se daba cuenta de que ese cuerpo, con ese coeficiente intelectual, casi el de una adolescente primeriza, no podía sino convertir a Jelena en la puta del pueblo, así que decidió casarla con Paco, un joven no muy listo pero sí muy trabajador y decente. Sería él quien se llevaría a Jelena a vivir a la Capital en busca de oportunidades.

El día que la pareja salió en el autobús, parecía que todos los hombres del pueblo despedían a un político. Su madre se despidió de ella después de largas semanas de aconsejarla y advertirle cómo sería la vida en la ciudad, de su comportamiento hacia las personas del sexo opuesto, de que ella sería una mujer casada, que recordara que ella era distinta a las demás y tenía que darse a respetar y blablablablá.

En la Capital, la pareja tuvo que llegar a vivir a una vecindad de mala muerte por los rumbos de La Merced. De inmediato, todos los malvivientes del lugar se fijaron en la espectacular joven Jelena, a quien pusieron como sobrenombre “la yugoslava”, aunque hubiera nacido en América y no tuviera acento al hablar.

Las cosas no estaban de la mejor manera para la joven pareja. Paco salía de madrugada a buscar trabajo, recorría todas las cuadras industriales y sólo le daban vanas esperanzas de que quizás en algún tiempo más, déjeme su documentación que le llamaremos, venga el próximo mes para ver si hay algo… ¡pero nada! Y lo que más le preocupaba a Paco era que ya casi se le estaban acabando los ahorros con los que hasta este momento estaba subsistiendo con su joven y bella esposa.

Por su parte, la joven Jelena, la hermosa eslava, se preocupaba de mantener todos los asuntos domésticos en orden. Su madre, desde muy pequeña, le había enseñado a dirigir y administrar una casa, así que la recién casada se esmeraba en mantener todo limpio, le encantaba ver a su esposo salir con toda su ropa limpia y bien planchada, como asimismo lo esperaba en las tardes con la cena lista, para que ambos pudieran compartir sus vivencias cotidianas.

Ya habían pasado como dos meses y la situación era la misma. Cada mañana en que Jelena salía a comprar los víveres para la semana, o cualquier otro tipo de artículo, se entretenía mirando las plazas y a las madres con sus niños jugando en ellas. Pensaba que ella ya quería tener un hijo con su esposo y, a pesar de que ellos mantenían relaciones íntimas dentro de los parámetros normales, esto aún no sucedía. Jelena pensaba que no habría nada más hermoso en la vida y para ella que su esposo la dejara embarazada.

El trayecto hasta el almacén no era largo para Jelena, sólo bastaban tres cuadras y ya estaba en condiciones para regresar con todo lo necesario, pero lo que incomodaba sobremanera a la tierna yugoslava era llegar hasta la esquina de su casa: cada vez que salía o llegaba, ahí estaba ese cuarteto de hombres viejos y panzones; según podía apreciar la joven recién llegada, uno de ellos era muy bajo de estatura, ancho y mofletudo, que se la pasaba encorvado el mayor tiempo. Desde que la veían aparecer, no le despegaban la mirada a sus apetecibles formas de hembra bien dotada.

En un principio ella se dio cuenta de que sólo la observaban, después de un pequeño pero no menor incidente que tuvo con ellos en uno de los primeros días que llevaba viviendo en esa villa de mala muerte. Pero a los pocos días notó que, aparte de la lujuriosa forma en que la desvestían con la mirada, decían asquerosas obscenidades que hacían referencias hacia su cuerpo, para luego oír como se reían y se vitoreaban por ver quién era el más pelado a la hora de insinuarle vulgaridades a la bella yugoslava. Definitivamente, esos hombres la ponían nerviosa.

También se percató, y lo sabía muy bien, que entre ellos había uno un poco más joven que los otros, de unos 45 años quizás. Éste era más bien delgado pero muy ancho de espaldas y moreno, con toda la pinta de ser un chulo drogadicto. Se dejaba un bigote desaliñado, siempre vestía con ropas sueltas y se caracterizaba por estar en cada momento mordiendo un palito de fósforo, que sólo se sacaba de su asquerosa boca para hablar con sus compinches o cuando le lanzaba alguna leperada de grueso calibre cuando ella pasaba por la vereda del frente, para luego volver a echárselo a la boca y mordisquearlo con sus amarillos dientes.

El cuarteto de indeseables estaba conformado por don Salvatore, un ex policía fornido y panzón, que había sido echado de la fuerza por corrupto y otros motivos ilegítimos; aun así, este hombre malviviente había podido burlar al sistema y vivía relajadamente de sus rentas.

Don Agapito, un viejo obeso y muy bajo de estatura, con una notoria protuberancia en su espalda, era un aprovechador y sinvergüenza. En el pobre y humilde barrio ya era conocido por molestar a las jovenzuelas cuando éstas venían o iban al colegio; también se rumoraba que este viejo verde y deformado ya había violado a más de alguna jovencita. Vivía de los dividendos que le dejaba un pequeño negocio de licores que era pura fachada, ya que en él se traficaba todo tipo de sustancias ilícitas.

Don Aquiles Baeza, el más ordinario y temido del grupo, era un mastodonte peludo de casi 2 metros de altura. Aparte de esto, lo caracterizaban sus sendas tapaduras de oro que brillaban llamativamente en su boca cuando reía o hablaba. En su ficha resaltaban continuas estancias en la cárcel por distintos motivos y delitos, entre ellos estafas y tráfico de drogas, y ahora se dedicaba a vivir como rey prostituyendo a jóvenes madres caídas en desgracia, y un no menor porcentaje de jovencitas que por un poco de dinero para comprarse ropa se acostaba con los amigos de don Aquiles o con quien él les dijera. Estos tres rondaban entre los 55 y 60 años.

Y por último, el negro Roque, el flaco con pinta de chulo y drogadicto, primerísimo ayudante de don Aquiles, era el encargado de recoger las ganancias y de apalear a las putas cuando éstas osaban quedarse con más dinero del que les correspondía en el negocio.

Fue en la cárcel donde se conoció este cuarteto de personajes: tres tras las rejas y el otro igual de delincuente que ellos, pero con uniforme y placa estatal.

La primera vez que el grupo de hombrones se percató de las voluptuosidades que se gastaba la bella Jelena, estos se quedaron sin habla. Mientras conversaban de sus oscuros asuntos vieron que desde la casa que hasta hace poco había estado deshabitada, hacia su aparición un pedazo de mujerón jamás visto por esos villorrios. Era una hembra alta y bien formada, de curvas diabólicamente alucinantes, una portentosa figura netamente femenina, exótica y lujuriosa, que parecía invitar a quien quisiera a la más pecaminosa transgresión prohibidamente carnal, y lo mejor, con una cara quinceañeramente angelical y europea que casi enloquecía a los hombres que tenían la dicha de verla pasar.

–¡Válgame Dios! ¿Qué es lo que estoy viendo?– dijo don Agapito cuando rápidamente se sacó sus lentes de gruesos cristales para limpiarlos y volverlos a su lugar para poder mirar más claramente a la joven chamaca eslava que inadvertidamente se acercaba hacia ellos. Traía su pelo castaño claro tomado en una simpática coleta, dejando su hermoso rostro de eslava totalmente despejado, además que llevaba puesto un ligero vestido negro que le llegaba hasta la mitad de sus torneados muslos de ensueño.

Los otros hombres que casualmente la veían pasar llegaban hasta a botar espuma por la boca, como unos verdaderos perros rabiosos, ante la espectacular imagen de la joven chamaca yugoslava.

–¿Pero por qué tanta alharaca al ver a una zorr…?–, fue lo único que alcanzó a decir don Aquiles cuando giró su cabeza para ver por qué tanto bochinche de su colega; asimismo, el negro Roque se quedó como petrificado y con la boca abierta. Ésta era la primera vez que su palito de fósforo se le caía de sus amarillentos dientes y ni siquiera se dio cuenta de ello.

Don Salvatore era el único que conservaba la calma, ya que hace algunos días ya había advertido la presencia de sus nuevos vecinos, un joven matrimonio recién llegado desde provincia, por lo que solamente se dedicó a deleitarse con el suave y acompasado vaivén de caderas que le estaba regalando aquella diosa venida desde lejanas tierras balcánicas.

Cuando Jelena pasó al lado del grupo, sus integrantes estaban paralizados. Don Salvatore fue el único que pudo murmurar para sus adentros y apenas audiblemente:

–¡Vaya culooo! ¡Vaya culooooo!

Una vez que la joven eslava se perdió de sus vistas, los cuatro se quedaron mirando. El primero que habló fue don Aquiles.

–¡Pero qué clase de zorra es la que acabamos de ver! ¿Y de dónde la han traído? ¡Esa puta está para darle verga hasta llenarla de críos!

–No seas tan mal hablado, Aquiles –dijo don Agapito una vez repuesto de tan maravillosa imagen–. Se nota que esa hembra no es una de tus putas, además se ve que es muy seriecita, así que anda olvidándote, viejo macaquero… ¡Jajajajajá!

–Yo no la había visto nunca por aquí, parece que es extranjera, pero tiene una cara de puta que no se la quita nadie, jejejejé– comentó el Roque una vez que se repuso y ya estaba con otro palo de fósforo en la boca.

–Es yugoslava, dijo por fin don Salvatore–. Yo ya la había visto, llegó hace un par de semanas…

–¡Yugoslava! – dijeron los otros tres en coro.

–Y dónde mierda queda eso –preguntó Aquiles. Los otros dos se quedaron mirando sin saber qué responder ante la difícil pregunta que hacía el más odioso del grupo.

–Pero cómo serán de ignorantes, ese país queda en Australia –dijo don Salvatore, poniéndose serio y con cara de profesor de historia, al notar que los otros tres eran tan incultos como él mismo, ya que cuando había ingresado a la policía lo había hecho con papeles falsos: bastó con que hubiera sabido poner su nombre y firmar la documentación necesaria y ya estuvo adentro de la fuerza.

–Y cómo lo sabes tú… si esa puta se nota que es nueva…

–Me lo dijo la vieja de las verduras… ¡y está ca-sa-daaa! –recalcó don Salvatore.

–¡Casada! ¡Jajajajajajá! –reía ahora el cuarteto completo.

–Sí –dijo por fin el ex policía–. El marido está sin trabajo, yo ya lo he visto, es uno con cara de idiota que sale todas las mañanas a ver cómo le va, pero hasta el momento no ha conseguido nada.

–Pues casada o soltera yo me la voy a coger igual –dijo don Aquiles, medio en serio y medio en broma.

–A ver, Aquito, parece que tenemos un problemita, jejejé –dijo el viejo Salvatore, siguiéndole la corriente a su amigo, al mismo tiempo que encendía un cigarrillo–. A la puta yo la vi primero, así que el primero que se la coge soy yo y hasta que me aburra; luego, y si se portan bien, capaz que se las presto…

–Hablan como si esa joven fuese una puta y se las fuera a dar así de fácil… Jajajá, sueñen viejos calientes, porque a las únicas que se follarán serán a las putitas del Aquiles, que a esta altura ya están llenas de infecciones… Igual que ustedes… ¡Jajajajá! –terció don Agapito.

–No creo que sea tan difícil –opinó el negro Roque, quien aún mantenía la mirada en la dirección en que se había perdido Jelena y mientras recambiaba otro de sus palitos.

–¿Qué? –exclamaron los otros tres.

–¡Eso! Que no creo que sea tan difícil violarla y que se quede calladita…

–Vuelve a repetir lo que estás diciendo, bigotudo desastrado –le dijo don Aquiles a su ayudante.

–Lo que ya escuchó, jefe…

–Que Roque no diga estupideces. ¿No ven que este caliente de mierda puede que agarre vuelo y la cague? –dijo don Salvatore–. Acuérdense que está firmando en el juzgado y si lo pillan en algo nos cae la poli, y el que más pierde serás tú, Aquiles, además de que nosotros nos quedaríamos sin las putas.

–Pero de qué violación me hablan… jajajá… Imagínense que nos la cogemos en su misma casa y en presencia del marido, o de alguna forma más o menos parecida, es sólo cuestión de pensar bien en cómo hacerlo.

–¡Mira negro, hijo de la grandísima puta! De sólo pensar en las mamadas que estás hablando ya estoy sufriendo una erección de verga: ya me estoy imaginando a esa yugoslava en la cama y con sus piernotas abiertas…

–A ver, inteligente, dinos tu plan para cagarnos de la risa –le solicitó don Agapito, mientras se empinaba un buen trago de la botellita que jamás le faltaba en uno de sus bolsillos.

–¡Un momento! –advirtió el viejo Salvatore–. ¡Ahí viene de vuelta!

Nuevamente el perverso cuarteto quedó embobado viendo cómo aquella casi adolescente diosa les regalaba el más suave de sus contoneos y cómo sus llamativas ubres se movían al compás de sus caderas.

–Aprendan –dijo el negro Roque cuando las curvilíneas formas de Jelena ya estaban muy cerca de ellos.

–Hola, reinita, jejejé, me presento… Yo soy el negro Roque para servirte –le dijo acercándose a la eslava–. ¿Necesitas ayuda con los mandados? Porque yo puedo ser tu burro ayudante.

El malviviente, mientras caminaba a su lado, le hablaba muy cerca de la cara y boca, y la seguía mientras le iba vociferando sus buenas intenciones. Jelena, por un momento, se asustó al ver que el ordinario hombre con apariencia de maleante invadía su espacio de un metro cuadrado, además de que sintió muy bien las hediondeces de la boca de éste en sus mismas fosas nasales.

–¡No, gracias! –le contestó la joven hembra balcánica muy secamente, acordándose de los consejos de su madre: que ella se supiera distinta pues era de origen yugoslavo, por lo tanto diferente y contraria al resto de la gente.

–Vamos, ricura… No te hagas… No es justo que vayas con todas estas cosotas tuyas y nadie te ayude con ellas, jejejé…

Jelena se detuvo en seco para luego, muy sutilmente, con una de sus delicadas manitas, separar de su cuerpo al ordinario hombre que la había abordado.

–Señor, le doy las gracias por su ofrecimiento, pero le pediré que por favor usted no me hable con tanta confianza porque yo no se la he dado… Y para que lo sepa, soy una mujer casada y muy distinta a la gente de su clase, ¿le queda claro? –le dijo esto último mirándolo de pies a cabeza y con un semblante de superioridad.

Al darse cuenta de la despectiva mirada con que le había hablado la chamaca, al negro Roque le dieron ganas de patearla ahí mismo, pero quiso seguir con la jugarreta, no sería prudente armar un escándalo de ese tipo con la joven mujer, ya que tal vez podría sacar otro tipo de provecho con aquella situación.

–¡No mames con que eres casada! Pero si tienes una cara de pendeja y de zorra que no te la quita nadie, además de que somos vecinos, así que nos veremos a diario y hasta podemos ser amigos y tu maridito no tendría que por qué enterarse, ¿qué me dices reinita? –le dijo esto último avanzando hacia ella, hasta que quedaron frente a frente, con Jelena de espaldas al muro y el negro Roque casi punteándola, con su asquerosa boca sólo a milímetros de la de ella.

La joven yugoslava hora sí que estaba asustada. Veía los bigotes del Roque muy cerca de su cara. La descascarada piel de su rostro, con unas feas cicatrices, denotaba una vida claramente delincuencial. El hombre podría haberle asestado un beso si él hubiese querido, pero solamente estaba tanteando el terreno. Su especialidad era asustar a las mujeres, así lo hacía con las putas de don Aquiles cuando se le ponían difíciles.

En el momento en que el rasposo hombre posó una de sus asquerosas manos en la marcada curva de sus caderas, Jelena cayó en pánico, empujándolo, y salió a paso apresurado en dirección a su casa. La pobre estaba muy asustada.

El Roque se quedó sin habla al notar lo fácil que podría ser todo esto, además de que ofrecerle tal bocado de origen internacional a su jefe lo dejaría muy bien parado ante él, y a lo mejor hasta le permitiría hacerse de algunas putas para iniciar su propio negocio sexual para él sólo.

–Ya ven, no será tan difícil –les dijo el Roque–. Esa pendeja no es de por aquí y por lo tanto el marido tampoco. Ahora veremos qué pasará mañana. Esperaré a que salga el marido y, si me dice algo, le digo que fue un mal entendido; si no me dice nada, significa que la muy estúpida está asustada y no le contó lo ocurrido; así, podríamos deducir que la mamasota sencillamente quiere que le den verga, es sólo cuestión de tiempo y les aseguro que la pendeja nos abrirá sus piernas a todos…

–¡Eres un maldito cabrón! –le dijo don Aquiles a su ayudante–. Yo estoy acostumbrado a darles órdenes a las putas del barrio, pero jamás se me hubiese ocurrido abordar a la rusa…

–¡Yugoslava! –lo corrigió don Salvatore.

–Bueno, lo que sea –continuó don Aquiles–. Muchachos, los invito a mi burdel para que nos saquemos las ganas con que nos dejó la ucraniana y para ver qué hacemos, si es que la pendeja no le dice nada a su marido.

Los demás apoyaron la idea de don Aquiles y así, muy amigos como eran, se fueron al tugurio de propiedad del cafiche del barrio, además de que le habían llegado unas nuevas contrataciones que tenían que probar.

Esa tarde, Jelena se la pasó aterrada y encerrada en su casa. Lo ocurrido al mediodía con ese grupo de hombres aprovechadores la había asustado sobremanera. Ella, a sus ya recién cumplidos 18 añitos, estaba acostumbrada a que los del sexo opuesto la galantearan, o que le dijeran cosas subidas de tono, pero lo ocurrido este día era distinto. Aquel hombre flaco y moreno había invadido su espacio y hasta la había tocado, además de que cuando lo tuvo frente a frente notó en la oscuridad de sus ojos algo totalmente siniestro, lejos de lo que para ella era una adulación. Pensó en que tenía que contárselo a Paco, su marido.

Cuando se dio cuenta de la llegada de Paco, se sintió segura y feliz. Mientras le preparaba la cena escuchaba las lamentosas explicaciones que le daba su joven esposo en cuanto a lo laboral. El pobre estaba desesperado al darse cuenta de que ya casi no les quedaba dinero y de que las nulas posibilidades de encontrar un trabajo les impedía tener algo para comer y pagar la renta.

Por un momento, Jelena se olvidó de la mala experiencia vivida con los viejos ordinarios. Lo que más le preocupaba era ver a su marido en tal estado y, en un instante en que ella pensó en contarle lo ocurrido, decidió que no lo haría, ya bastantes preocupaciones tenía el pobre como para darle otro tipo de problema. Pensó que bastaría con que ella evitara toparse nuevamente con esos hombres y que con eso sería suficiente.

Esa noche, la pareja de recién casados se acostó temprano. Era evidente que por la juventud de la hembra ésta sintiera deseos de ser tomada por su esposo. En la intimidad de su habitación, ya en la cama, se besaron apasionadamente. Jelena era la que más entusiasmo ponía para concretar el acto amatorio, pero luego de unos pocos minutos de escarceo amoroso, Paco la hizo a un lado muy delicadamente, diciéndole:

–Jelena, discúlpame, pero no puedo, de verdad que yo quiero hacerlo, me gustas mucho y siento que te amo, pero estoy muy preocupado, mañana debo salir nuevamente a ver si encuentro algo…

Jelena lo acalló con un tierno beso en los labios, un beso puro y verdadero. Si bien su matrimonio con el joven Paco había sido prematuro, típico en las familias provincianas, sabía que él era un hombre bueno y sin malas intenciones, además de que, si bien ella sentía la necesidad fisiológica del apareamiento sexual, su marido la había tomado virgen y era poca la experiencia de Jelena en esas lides, por lo tanto tampoco era lo más importante en su vida, ya tendrían otro momento para hacerlo, ella le había jurado lealtad y apoyarlo en las buenas y en las malas, así que no habría problema. Para otra ocasión no más tendría que ser, era lo que pensaba en ese momento la bella y septentrional hembra de origen europeo.

Pasaron algunos días en los que Jelena dio por superado el incidente con los viejos malvivientes, aunque era común para ella verlos a diario parados en la misma esquina en donde el negro Roque la había acosado, pero ella no les daba motivo ni la oportunidad para que la volvieran a abordar. Cuando los divisaba, se limitaba a cruzar la calle e ignorar el cargamento de leperadas de grueso calibre que le lanzaban apenas la miraban aparecer: todos ellos hacían menciones sobre su cuerpo y especialmente a la parte que ella tenía en medio de las piernas. Fue en esos días que se percató de que quien era notoriamente más bajo que los demás ¡era jorobado!

Por su parte, el cuarteto de delincuentes ya tenía un ritual en cuanto al horario en que la joven yugoslava salía de su casa para realizar las compras, además de que tenía claro que, al parecer, la hembra no le había contado a su marido el incidente en donde uno de ellos había sido el principal protagonista.

Ya habían pasado alrededor de dos semanas cuando el viejo Aquiles, que era el que estaba más deseoso de probar las bondades que podría disfrutar de aquel joven y voluptuoso cuerpo de origen eslavo, puso en conocimiento de sus secuaces:

–Yo ya no aguanto más, muchachos… Creo que cualquier día de estos me la voy a violar en el mismo callejón que está a la vuelta del negocio. Esa puta esta rebuenota y no estoy dispuesto a dejar pasar esta oportunidad. ¿Se imaginan si un día de estos les da por cambiarse de casa? Es por eso que ya pensé en algo…

–No seas estúpido, Aquiles, –lo interrumpió don Salvatore–. Apenas sepan que se han violado a una mujer todos nos echarán la culpa a nosotros. Acuérdate que este otro viejo caliente ya se tiró a la hija de doña Lupe, y casi lo meten preso por pedófilo…

–¿Qué? ¿Pedófilo yo? –se defendió el viejo Agapito–. ¿Van a seguir con eso? ¡Nunca, señores! Yo seré un delincuente feo y deformado, pero pedófilo, ¡jamás! Lo único que falta es que me digan que la hija de la Lupe es una niña inocente, porque les juro que por nada del mundo me la hubiera follado. Esa pendeja se viste como una vulgar puta y era ella quien se la vivía pidiéndome dinero para irse a bailar con sus otras amigas, tan putas como ella misma. Una noche me rogaron para que me las cogiera a las tres juntas, cosa que intenté pero no pude, jejejejé… Así que no me salgan con esas mamadas de la pedofilia, porque si yo llego a pillar a un maldito degenerado aprovechándose de alguna chica verdaderamente inocente, aparte de despachármelo al otro mundo les juro que yo mismo le cortaría la verga al puto malnacido para que se deje de andar haciendo sus cochinadas, pero la hija de la Lupe está lejos de ser inocente, con esas falditas cortitas que se pone enseñándole el culo a quien quiera verlo, o esas blusitas con que muestra casi todas sus tetas… ¿Me van a decir que esa fulana es inocente? Para mí, ésa es más puta que todas las putas del Aquiles reunidas, además de que ya había cumplido los 18… y además…

–Jajajajajá… Tranquilo, hombre, sí te creemos… –le cortó don Salvatore al ver que el jorobado Agapito ya hasta tenía los ojitos llorosos de la emoción–. Y nosotros pensamos igual que tú, es sólo que si queremos tirarnos a la yugoslava por las buenas o por las malas, no tenemos que hacer revuelo con el asunto…

–Pues hoy es su día de suerte, amigos míos –dijo de pronto el Roque–. Hace unos días le metí conversación al marido de la pendeja y ya me agarró confianza. Aún no ha encontrado trabajo y está un poco desesperado, así que esta misma mañana le ofrecí ayuda, ya que para eso estamos los amigos, jejejé, y ahora aquí con mi jefe ya tenemos algo pensado para sacarle buen provecho al cuerpo de la Jelena, que así se llama la checoslovaca…

–¡Yugoslava! ¡Yu-gos-la-vaaa! –corregía don Salvatore, con cara de enojado y moviendo su cabeza.

–El caso es que hoy quedamos de vernos en el Chupa Chups –continuó diciendo el negro Roque–. Ahí mismo, mi jefecito aquí presente le dará trabajo lavando vasos en el burdel, jejejejé… Y hasta le hará un adelantito de dinero, así el imbécil trabajará por las noches y nosotros podremos ir a su casa y pasarlo bien con su joven esposa, ¿qué les parece?

–¿Es verdad lo que está diciendo este negro de mierda? –le preguntó don Agapito a don Aquiles.

–Es la pura y santa verdad, amigos míos, y si nos va bien –terminó confirmando don Aquiles– capaz de que hasta lo convenzo para que su mujer acepte trabajar para mí. ¡Imagínense a esa hembra encuerándose en mi negocio, en el Chupa Chups! Y bailándonos desnuda, jejejé, para que luego nos atienda en el privado y bien empelotada, mientras su maridito nos lava los vasos…

–Uffff, eso sería brutal, Aquito. ¿Pero cómo le haremos para embaucarlos?

–¡Aceptándome el préstamo que le voy a ofrecer! Será él quien tendrá compromisos conmigo y no yo con él. Luego le prestaré otro poco… Y así hasta que ya no tenga opción de pagarme y es ahí en donde le empezaremos a cobrar a la eslovaca, además de que ya hablé con don Remigio, su casero. Este mes que viene les subirá la renta. Ese viejo me debe algunos favores, así que nos ayudará en lo que él pueda, y hasta a la vieja del almacén ya le di órdenes de que le suban los precios en los víveres, o si no su hijo que está en la cárcel saldrá vestido de mujer, ¡jajajajajajá! –terminó diciendo y riendo don Aquiles, mirando a sus colegas con una de sus más aborrecidas y brillosas sonrisas.

Don Salvatore, con sólo imaginar que todas aquellas maquinaciones surtirían efecto, ya sentía comezón en la verga y ya no le importaba cómo se referían sus amigotes a la nacionalidad de la joven Jelena, la yugoslava.

–Aceptará –dijo el Roque–, el pobre estúpido está desesperado por dinero.

Hasta que llegó la tarde fatal que marcaría el inicio del oscuro futuro que el destino le deparaba a la joven Jelena. El matrimonio veía televisión mientras el marido consultaba a cada instante el reloj mural de la pequeña salita de estar. La yugoslava notaba la ansiedad acumulada en la persona de su cónyuge, hasta que le preguntó:

– ¿Qué te pasa, Paco? Te noto un poquito nervioso –le dijo la joven eslava.

El marido miró con ternura el hermoso rostro de su esposa. Parecía una verdadera adolescente, pensaba para sus adentros: hermosa, inocentemente virginal, sensual y pecaminosa. Finalmente, decidió contárselo:

–Jelena, hoy me han ofrecido trabajo y en pocos minutos tengo que ir a entrevistarme con quien será mi jefe y hasta me han ofrecido un adelanto, ¿qué me dices?

Jelena, la yugoslava, no daba crédito a lo que escuchaba, casi no lo podía creer, ésta era la mejor noticia que le podían haber dado desde que llegaron a la ciudad. Por fin terminaban sus problemas económicos, ahora sí se podían dedicar a ser felices como ellos se lo merecían.

–¡Oh! ¡Paco! ¡Qué feliz me haces! Por fin podremos establecernos como corresponde. Y cuéntame, ¿dónde vas a trabajar? ¿Cómo diste con ese trabajo?

–Me lo ofreció un amigo que conocí y queda como a 10 minutos de aquí, es en un Club Nocturno, comenzaré lavando vasos y trapeando los pisos, pero tú ya sabes que uno tiene que comenzar desde abajo y lo más probable es que comience hoy.

A Jelena no le preocupó que su esposo comenzara en labores tan básicas como trapeador de pisos o lavando vasos, total el trabajo es trabajo, pero lo que le quedó dando vueltas en su cabeza era el lugar. Ella no sabía de la vida nocturna, pero la frase “club nocturno”… Ya era de suponer que su marido trabajaría por las noches pero, ¿qué clase de club sería ese?, se preguntaba.

–Paco, ¿estás seguro de ese trabajo? ¿De dónde es ese amigo que conociste?

–Es de por aquí, lo conocí hace como una semana… –la voz del marido fue interrumpida por el timbre de la puerta, para luego continuar–: debe ser él, quedamos en que pasaría a buscarme para ir con su jefe. Espera te lo presentaré.

Paco dejó a su joven esposa para abrir la puerta al negro Roque, su nuevo amigo. Los negros ojos de Jelena casi se desprendieron por el pánico que sintió al ver entrar a su propia casa a aquel mal nacido que todas las mañanas la molestaba junto a sus viejos y panzones amigotes, además de que era el mismo que hacía sólo unas semanas se había atrevido a arrinconarla en un muro para decirle peladeces mientras su marido se encontraba en busca de trabajo.

–Buenas tardes, seño… –saludó muy sonriente el negro Roque a Jelena, mientras ella veía claramente cómo este tipejo de piel oscuramente morena se reía de ella en su misma cara y en presencia de su marido, además de darse cuenta de lo hábil que era para mover el palo de cerillo en medio de todos sus apestosos dientes.

–Ehhh… Buenas tardes –lo saludó una asustada e indignada Jelena.

–Ella es mi esposa –le dijo Paco a su amigo.

–Es todo un gusto, amigo, creo que ya la había visto…

–¡Bien, nos vamos! –cortó Paco, ansioso por conocer a su nuevo jefe, además de que no quería dejar una mala impresión llegando tarde el primer día de trabajo.

–Tranquilo, Paquito, si hoy te daremos la bienvenida, acuérdate que ya te dije que el jefe trata muy bien a sus empleados y hasta les hace bienvenida el primer día de trabajo. ¿Por qué no invitas a tu esposa? Así lo pasaremos bien junto a los otros muchachos y muchachas que trabajan en el club…

El desprevenido Paco miró a Jelena y, sin pensarlo mucho, le dijo a su esposa:

–Jelena, ¿quieres acompañarnos?

La eslava, quien ya casi adivinaba quién podría ser el jefe del negro Roque, sólo atinó a decir:

–No, gracias… Paco, por favor, cuídate –le dijo la pobre chamaca a su inexperto marido, ya que ella, por muy joven y provinciana que fuese, ya sentía algo raro en todo este asunto del nuevo trabajo de su esposo.

Al momento de la despedida, el negro Roque aprovechó la oportunidad que se le ofrecía y se despidió de beso de la bella yugoslava, pero en el momento del ósculo y aprovechando que Paco estaba descolgando las llaves de la casa, le pasó asquerosamente la lengua por toda la cara. Jelena sintió pánico nuevamente por el atrevimiento que se permitía aquel ordinario tipejo de ciudad para con ella. Paco, ajeno a todo esto y ya con las llaves en sus bolsillos, le estampó un ligero beso en los labios y emprendió el rumbo para lo que sería su nuevo trabajo a partir de este día.

Jelena sólo atinó a dejarlos en la puerta antes de cerrar. Aún no entendía todo lo que estaba pasando. La brisa hizo que sintiera la humedad y el olor de la saliva del negro en su cara. Esperó por si su marido se volvía para mirarla: le haría señas para que regresara y advertirle que, tal vez, ese trabajo no era para él; pero quien volteó fue Roque quien, al darse cuenta de que la bella eslava los miraba, le cerró un ojo para luego tirarle un beso, además de sacarle y mostrarle toda su babosa y puntuda lengua moviéndola como si estuviera lamiendo algo. A Jelena se le revolvió el estómago ante tan grotesca escena.

Pepe no sabía nada de burdeles ni de putas, pero era hombre. Algo había escuchado de ese tipo de lugares, así que no le costó mucho entender de qué se trataba el famoso Club Nocturno Chupa Chups.

Cuando ingresó a las dependencias de éste, acompañado del negro Roque, le llamó la atención que en el gran privado del segundo piso del local, donde estaba la oficina de don Aquiles, hubiese una mesa de pool , un pequeño bar y, al fondo, una gran e imponente cama. Al parecer, el que iba a ser su jefe vivía ahí mismo, pensó el joven provinciano.

Casi estuvo por regresar a casa y desistir de aquel trabajo, pero ellos tenían necesidades, requería el dinero y, además, al conocer y comprobar lo bondadoso que era su nuevo jefe, terminó por aceptar la oferta laboral.

–No me des las gracias, chamaco, nosotros sólo queremos ayudarte. Eres nuestro vecino y tenemos el deber de ayudar a nuestros amigos –le dijo don Aquiles a Paco, quien aún mantenía el fajo de billetes en sus manos.

–¿De verdad, don Aquiles? Le estoy muy agradecido por ayudarme, ya verá que no se arrepentirá de haberme contratado y le juro que trabajaré duro para reunir el dinero que me acaba de prestar…

–No te preocupes, hijo, si necesitas más sólo vienes, me dices y yo te presto otro tanto; total, después veremos de qué manera nos arreglamos. Ahora ven, relájate y tómate un traguito conmigo y mis amigos. El viejo se levantó detrás del viejo escritorio, que estaba a sólo metros de la cama, e invitó al grupo de hombrones a que se sirvieran unos tragos para darle la bienvenida a Paco, su nuevo afanador.

El primer día de trabajo para el joven provinciano fue casi agradable. Luego de compartir unos tragos con su jefe y con sus ahora nuevos amigos, se dedicó a sus labores. Eran centenares de vasos los que tenía que lavar, además de que a la hora del cierre del burdel su misión era trapear todos los pisos del local, incluyendo los del baño y el escenario donde bailaban y se desvestían las putas.

Le llamó la atención un oscuro pasillo que se encontraba al bajar unas escaleras que daban al subterráneo. Estaba iluminado por unas pequeñas luces de color rojo con tres puertas a cada lado de los muros. No tardó en comprender que esas eran las dependencias en donde las meretrices atendían a los clientes, razón por la cual no aguantó la tentación de echar una mirada para saber cómo serian aquellas habitaciones donde se ejercía abiertamente el comercio sexual.

Al abrir una de las puertas, lo único que vio fue un pequeño catre de campaña con un viejo colchón tan sucio y gastado que parecía un pedazo de cartón. La habitación olía a orina y a cuerpo sin asear, ni siquiera había cobertores y era lógico que fuera así, qué más se podría necesitar para el destino de aquella pequeña habitación.

Cuando ya eran las 7 de la mañana y Paco se alistaba para retirarse a descansar, escuchó que su jefe lo llamaba desde el segundo piso. Subió casi corriendo las escaleras, hasta que llegó a la puerta del privado de don Aquiles. Lo encontró junto a una joven mujer que sólo vestía con un diminuto traje de baño color rojo. El viejo la tenía bien abrazada de la cintura y ella bebía licor desde una botella sostenida por una de sus manos.

–Paco, aquí están las copias de las llaves del local, deja bien cerrado y, bueno, tú ya sabes, tienes que ser el primero en llegar y abrir para que las muchachas se alisten.

A don Aquiles le llamó la atención la cara de absorto con que su joven trabajador miraba a la que iba a ser su compañera sexual de esa sórdida mañana.

–Y qué miras chamaco, ¿acaso nunca habías visto una puta? Ésta me llego hace sólo unos días, si quieres un día de estos te la presto, pero por ahora la estoy entrenando antes de mandarla a que putee en la calle, ya que los cupos en el local están llenos, jejejé…

–Eh, como usted diga, jefe… Aquí estaré puntual a la hora de apertura…

–Lo sé, lo sé… Ahora vete a descansar que hoy nos toca duro de nuevo…

Cuando Paco caminaba rumbo a su casa, vio al negro Roque y a sus otros dos acompañantes parados en la esquina. Lo saludaron con un ligero movimiento de cabeza notó que algo se decían entre ellos y que reían, pensó que estaban bromeando. Se preguntó a qué hora dormirían, si recordaba haberlos visto hasta tarde en el local, pero eso ya era su problema, lo importante en este momento para él era llagar a casa y con dinero en los bolsillos.

Al entrar a su casa vio que Jelena ya lo esperaba, levantada y despierta. La pobrecita casi no había dormido en la noche por la preocupación de haber visto marcharse a su marido junto a un horrendo hombre con aspecto de maleante.

–¡Paco! ¡Estaba preocupada por ti! ¿Cómo te fue? ¿Cómo es tu nuevo trabajo? –le preguntó una acongojada Jelena.

–Me fue bien, mi nuevo jefe es un hombre muy comprensivo. Mira, aparte de pagarme por adelantado, me ha hecho un préstamo para poder pagar la renta y las boletas de gastos que nos han llegado…

–¿Cómo es eso? ¿Un préstamo? –dijo la joven recién casada a su marido, no muy convencida de que él hubiera aceptado un préstamo–. Pero, Paco… ¿y cómo lo pagaremos si tu recién estás empezando en el trabajo? ¿No era suficiente con que te adelantaran un sueldo?

–Jelena, no te preocupes, don Aquiles es muy buena persona y, conociéndolo, tal vez ni me lo cobre…

–¡Pero, Paco!, ¿cómo dices eso si a ese hombre ni siquiera lo conocemos?

–¡Como sea! –cortó Paco, un poco molesto con su joven mujer por referirse de esa forma de la persona que los estaba ayudando–. El asunto es que el dinero lo necesitamos, ¿o se te olvida que llevamos pidiendo crédito desde hace una semana?

Jelena sabía que su esposo tenía razón, ellos necesitaban ese dinero, así que no les quedaba otra opción.

–¡Oh! Paco, discúlpame, soy una desconsiderada, te has matado trabajando de noche y yo haciéndote problemas, solucionaremos de alguna forma lo del dinero prestado y si es necesario yo misma te ayudaré a pagarlo.

(La joven mujer se refería, tal vez, a ahorrar; lo que nunca pensó ni se imaginó es que sería ella misma quien proféticamente terminaría pagando ese dinero y otro tipos de gastos que se le avecinaban de una manera muy distinta a como ella pensaba.)

Pasaron las semanas y todo parecía andar bien en el joven matrimonio de Paco y Jelena, la yugoslava. Los viejos malvivientes, por su parte, habían suspendido el ritual de molestar a Jelena. Sabían que ese exótico platillo de comida internacional se estaba cocinando a fuego lento pero seguro, sólo era cuestión de tiempo y se darían la mejor orgía de sus vidas a costas del joven e inocente cuerpo de esa balcánica diosa europea.

Pasó un mes y todo bien. Pasó otro y, poco a poco, las cosas empezaron a tomar un rumbo algo extraño para Paco. Los costos de vivir en la ciudad eran excesivos, además de que don Aquiles había tenido un extraño comportamiento hacia con él y su trabajo. Le había tenido que pedir otro préstamo de dinero y su patrón se lo había dado, pero desde hacía algunas semanas le hacía notar todo el tiempo lo mal que hacía su trabajo, que no se merecía el sueldo que le pagaba… El único que lo entendía en sus pesares era el negro Roque, quien cada mañana llegaba al sucio burdel para invitarle unos tragos, siempre acompañado de sus otros dos amigos, para ayudarlo a pasar las penas.

Jelena ya había notado un cambio en la personalidad de su marido. Cada día que pasaba éste llegaba más tarde a la casa, muchas veces en manifiesto estado de ebriedad, y en la tarde se levantaba en silencio para salir rumbo a su trabajo, además de que hacía mucho tiempo ya no la tocaba. Esta situación la tenía muy preocupada.

La eslava desconocía que Paco había tenido que pedir más dinero prestado para pagar los gastos y costos del día a día, pero había una preocupación aún más grande para la bella y joven eslava: a su madre, la señora Olga, la habían tenido que trasladar desde el hospital regional hasta la capital, ya que había padecido un severo ataque cardiovascular que la dejó postrada en una fría sala de hospital y conectada a diversas maquinas que le permitían mantenerla en forma estable y con vida. Obviamente, las boletas con los altos costos médicos comenzaron a llegar a nombre de Jelena. La yugoslava se atormentaba pensando en cómo haría para solventar aquel gasto.

Fue una mañana que, al terminar sus labores, Paco se dirigió a la oficina de su jefe. Era día de pago y había quedado con Jelena de ir al hospital, ya que de la administración los habían citado en forma urgente. El joven provinciano se había propuesto no quedarse a beber con el negro Roque y sus otros amigos. Al entrar en el mugriento despacho, don Aquiles quien le dijo:

–Lo siento, Paco, este mes has salido en cero, ya me debes mucho dinero. Tú comprenderás que esto es un negocio y me has salido demasiado caro. ¡Ten! Éste es el saldo de tu deuda –le dijo don Aquiles a Paco; el joven, al echarle una mirada al papel que le había entregado su jefe, no entendía como había llegado a deberle tal cantidad, lo que él había pedido era mucho menos, pero aun así no puso reparos en la cifra adeudada.

–Pero, don Aquiles, si usted mismo me dijo que no habría problema con que yo le pidiera más dinero…

–¡Sí, lo dije! –interrumpió el vividor­–, pero cuando uno pide dinero prestado éste se tiene que devolver y tú no me has devuelto nada. Agradece que te tengo trabajando, porque si fueses otro ya te hubiese mandado a la chingada, así que desaparece y hoy te quiero temprano, he notado que llegas más tarde abusando de la confianza que te he dado…

Paco se quedó sin habla. ¿Qué haría ahora, sin dinero y con cuentas que pagar? Ya casi adivinaba para qué los estaban llamando del hospital. Al salir del burdel, cabizbajo y triste por su desventurada situación, se encontró con los otros tres amigos que ahora tenía. Fue don Agapito quien le habló.

–¿Qué pasa, Paco? Por qué tan triste, hombre…

La última parte del plan ya estaba en marcha. El cuarteto de facinerosos ya se había puesto de acuerdo para hacer flaquear al marido de la yugoslava y manipularlo para que fuera él mismo quien les pusiese el joven cuerpo de su esposa a disposición de ellos. El tiempo se les había hecho largo, pero ya estaban por obtener el tan apreciado galardón femenino.

–Estoy acabado, don Agapito, es fin de mes y no he sacado nada de mi sueldo, no sé qué hacer y mi esposa me espera…

–Uf, qué mala onda, Paquito –dijo don Salvatore–, ¿pero cómo es eso que no has sacado dinero, si has trabajado todo el mes? Debe haber algún error, yo iré a hablar con Aquiles, de seguro que se ha equivocado con las cuentas…

–Lo que pasa es que le debo dinero y me lo ha cobrado– le soltó Paco a su amigo don Salvatore.

–¡Ya! Deja de llorar como una Magdalena y vámonos a tomar unos tragos –le dijo el negro Roque–, te aseguro que encontraremos una solución, no quiero ser yo el que te muela a palos para hacerte pagar.

Paco miró seriamente a su amigo, de seguro estaba bromeando, pero al momento de cruzar sus miradas notó un extraño brillo en los ojos del negro.

–Déjalo tranquilo –le dijo don Agapito–, ¿no ves que el hombre está pasando por un mal momento? Anda, Paco, sirvámonos unos tragos en mi casa y veremos cómo le hacemos para que este negro no tenga que hacer algo en contra de su voluntad.

Las palabras de aquel trío de hombres, que Paco consideraba de amigos suyos hasta ese momento, le sonaban algo intimidantes, pero pensó que era producto de su estado de preocupación y, olvidándose del compromiso que había adquirido con Jelena, se fue a beber con ellos a la casa de don Agapito.

Jelena, lo había estado esperando durante dos horas. La joven eslava, aburrida y preocupada, tomó algo de los escasos ahorros que guardaba y se fue al centro hospitalario a visitar su madre para ver de qué se trataba el citatorio que le había llegado por correo.

El trayecto de la joven recién casada hacia el hospital fue triste y silencioso. Iba vestida con un sencillo vestido azul de una sola pieza que se ajustaba exquisitamente a su estrecha cintura. Su manera de caminar, sin que ella quisiera hacerlo, era seductoramente provocativo: los pequeños zapatos de medio taco hacían lucir su rotundo trasero aún más apetitoso y parado de como ya lo tenía la tierna chamaca.

Al llegar a su destino encontró a doña Olga durmiendo. El joven asistente médico que la atendió, con cara de afeminado, le dijo que no se preocupara, que la señora estaba durmiendo y que necesitaba descansar, que mejor fuera a la administración pues necesitaban a algún familiar para ver un problema administrativo de la paciente.

Cuando Jelena entró al despacho de la funcionaria pública, caracterizada por atender muy bien a la gente, ésta le dijo de forma muy breve y clara que si la cuenta del hospital no se pagaba antes de 30 días, se fueran buscando a donde llevarse a doña Olga porque el Estado no era un entidad de beneficencia, ¡o se pagaba, o se pagaba! Y si no, chaito no más, que la camilla la necesitaban para otro que tuviera ganas de pagar, que qué se creían y…

Jelena quedo destrozada. ¿Qué iba a hacer ahora?, se preguntaba, ¿a dónde se llevaría a su madre, necesitada del tratamiento y de cuidados médicos?

Mientras estas tristezas afligían a la yugoslava, quien ya había llegado de vuelta a su hogar, en la casa de don Agapito, Paco era aconsejado por los tres calientes y malvivientes amigos que ahora tenía.

–Paco, ¿y por qué no le dices a tu esposa que trabaje? Es una chamaca muy joven, seguro que encontrará algo por ahí…

–Ya lo ha intentado y no la llaman de ningún lado –respondió Paco mientras se tomaba otro trago.

–Mmmmh… Tal vez… podría… –dijo don Salvatore, el ex policía, para llamar la atención del embriagado Paco.

–¿Qué me iba a decir don Salvatore? –apremió Paco al notar que el viejo callaba.

–¡No! Nada! Es una mala idea…

–¡Dígame! Tal vez Jelena podría trabajar en donde usted piensa…

–¿Tú crees? –preguntó el viejo sobándose sus largos bigotes y tanteando hasta dónde podría llegar con la idea que estaba a punto de soltarle al joven provinciano.

El jorobado y obeso don Agapito sudaba y temblaba, ya que él sabía el ofrecimiento que estaba, a punto de hacerle a su joven amigo. A pesar de ser feo y malviviente, le había tomado estima al muchacho, lo imaginaba como al hijo que nunca tuvo. Lamentaba estar involucrado en la canallada que le estaban haciendo, pero el solo recordar el cuerpo de diosa de la joven mujer de orígenes internacionales que el muchacho tenía por esposa, y el saber que el también tocaría parte de aquel diabólico botín de placer, suspiraba e intentaba pensar en otra cosa, ya que para él la calentura era más fuerte que la amistad.

–¡Sí! Jelena es muy trabajadora y sé que estará dispuesta a trabajar si yo se lo pido –Paco recordaba el día en que Jelena le había dicho que ella le ayudaría a pagar los préstamos que había adquirido.

–Pues podría trabajar en el Chupa Chups–, le soltó don Salvatore a un sorprendido y boquiabierto Paco cuando escuchó el tipo de trabajo que le estaban sugiriendo para su Jelena. El negro Roque ya se había comido sus tres palos de fósforo y se sobaba la verga disimuladamente al imaginarse a la Jelena desnuda y sirviéndoles trago en el privado de don Aquiles dentro del burdel.

Paco, tras unos segundos de digerir lo que había escuchado, contestó:

–No lo creo, pues ya hay una cajera en el local y el puesto de la guardarropía también está tomado…

–¡A ver! Parece que no me entiendes –abundó don Salvatore, intentando hablar sabiamente para embaucar al muchacho–. Si tu mujer trabajara de cajera o en la guardarropía, de seguro que se seguirán muriendo de hambre… Mira, tu esposa es joven y bonita y yo había pensado que tal vez deberías meterla a trabajar ¡de putaaa! Ganaría mucho dinero y así te ayudaría a pagar tus deudas, te has matado trabajando para ella y no es justo que toda la parte pesada la lleves tú, tienes que hacer que te ayude de alguna forma, ¿no lo crees?

El embriagado e inexperto joven escuchó detenidamente lo que su amigo le estaba proponiendo. Si hubiese estado sobrio, tal vez le hubiera asestado un feroz bofetón en el hocico, pero la desesperación y por el hecho de encontrarse en evidente estado etílico él tomó la sugerencia como si fuese una idea normal y sustentable.

–Es que no se si ella quiera hacer algo así…

–Es que no se trata de que si de que ella lo quiere o no, se trata de las deudas, recuérdalo… ¡las deu-das! –remachó el miserable a la vez que le volvía a llenar un vaso y lo instaba a seguir bebiendo.

–Piénsalo, carnal, a lo mejor no es tan mala idea– reforzó el negro Roque con el oscuro afán de convencer a Paco de que prostituyera a su joven esposa–. Además de que tú estarás ahí para vigilarla y nosotros también te ayudaríamos a cuidarla, jejejé…

–De verdad, chamaco, piénsala. ¡Ganarás mucho dinero!– le decía don Salvatore contraatacando el quebrantado temperamento del joven–.Y con todo el respeto que te mereces, pero tu mujer se gasta tremendo pedazo de culo, tiene un cuerpazo de campeonato, hecho a la perfección para el oficio, y de seguro no le faltarán clientes que vaciarán sus bolsillos para servirse un trago con ella o para cogérsela…

Luego de vaciar el vaso que le habían vuelto a llenar y con sus ojos bañados en lágrimas, Paco hizo la siguiente consulta:

–¿De verdad me ayudarían a cuidarla…?

–¡Pues no faltaba más, Paquito! Ahí estaremos nosotros, tus amigos, y cualquier cosa que necesite la put… ¡perdón!, la señora… nosotros se la daremos– le dijo don Agapito a un acongojado Pepe, que ya casi no reaccionaba frente a la manera como comenzaban a referirse sus amigos a Jelena. Estaba realmente desesperado, pensaba cómo le haría si lo corrían por no pagar la renta, con su suegra enferma en un hospital y sin los recursos necesarios como para regresar a su extrañado pueblo natal.

–Si quieres nosotros te acompañamos y te ayudamos a convencerla –sugirió el negro Roque al notar que Paco ya estaba que aceptaba. La verdad era que lo único que les estaba faltando era que si el joven aceptaba sería una delicia rico ver cómo se daban las cosas, pues si la yugoslava oponía resistencia sólo sería un detalle más de la morbosa situación.

–¡Vamos! –dijo Paco, de pronto–, ¡acompáñenme!, pero déjenme a mí, yo hablaré con ella.

El trío de maleantes se miró entre sí y lentamente se fueron poniendo de pie entre silenciosas sonrisas de complicidad. Acompañarían a aquel estúpido y ya casi alcohólico hombre que iría a pedirle a su mujer que saliera a putear solamente para solventar los difíciles momentos que estaban viviendo, producto de su propia ineptitud.

Jelena se encontraba en la seguridad de su hogar, estaba absorta en sus pensamientos, sabía que hoy le pagarían a Paco, así que una vez que él llegara y le pasara el dinero correspondiente de la casa, iría a comprar algunos víveres pues la despensa estaba casi vacía. En eso, sintió que la puerta de entrada se abría y se giró para ver en qué estado venía su marido. Intuía que se había quedado parrandeando con sus nuevos amigotes y se quedó casi paralizada cuando vio que en la sala de su propia casa estaba Paco acompañado por tres de aquellos viejos que desde el día que llegó a esa vecindad no dejaban de molestarla y decirle leperadas.

–Jelena, necesito que vengas para que hablemos– le dijo Paco con su pastosa voz de borracho.

–¡Paco! ¿Pero porque has venido a la casa con estas personas?– fue lo único que atinó a preguntar la joven yugoslava.

–Tenemos un problema grave y necesito que me ayudes, jajajá –le soltó Paco con una estúpida risa.

La eslava notó cómo se tambaleaba su marido y amenazaba con desplomarse y caer al suelo en cualquier momento.

–¿Pero de qué problema me hablas, Paco, por Dios? ¿Y por qué llegas así? Sniff… snifff… –comenzó a llorar Jelena por la pena que sentía al ver a su marido en semejante estado.

–Tu marido está en graves problemas, ricura –le soltó don Salvatore a Jelena.

–¿Pero qué ha hecho? ¿De qué problemas me hablan? Sniff… snifff –preguntó la curvilínea muchacha sin tomar en cuenta cómo la trataba aquel ordinario hombre.

–¡Se trata de que tendrás que trabajar de putaaa! ¡Jajajajá! –reía Paco por lo que le estaba solicitando a su mujer.

–¿Pero qué dices, Paco? ¡Por Diosss! –gritó una exaltada Jelena por lo que acababa de escuchar de los propios labios de su marido. Éste, limpiándose los mocos que ya se le caían, quiso continuar y, en el momento que empinaba su dedo índice para darle los motivos… ¡Plof! Se desplomó. Don Agapito lo alcanzó. A pesar de su deformidad se gastaba las fuerzas de un toro. Lo arrastró y lo acomodó en un sillón en estado total de inconciencia…

–Lo que decía Paquito es verdad, pendeja –continuó don Salvatore para ver qué decía la eslava y también por diversión: habían esperado tanto tiempo para disfrutar como lo estaban haciendo en estos momentos, que continuó–: tu marido está endeudado hasta las patas y si no le pagan lo que le deben al Aquiles, éste es capaz de mandarlo matar a palos. ¿Qué nos dices reinita, moverás ese culo para nosotros? Piénsalo, ganaras tanto dinero que hasta te alcanzará para comprarte unos buenos trapitos…

–¿Y qué se han imaginado ustedes, trío de viejos cerdos asquerosos? ¿Acaso me han visto cara de prostituta? –gritaba Jelena totalmente salida de sus cabales mientras pensaba que seguro de esos viejos de mierda habían obligado a Paco a beber con la única finalidad de poder venir a molestarla–. ¡Ahora, largo de mi casaaa!

Al ver que los viejos no se iban les volvió a gritar:

–¿No me escuchan? ¡Largoooo!

–¿Por qué no me esperan afuera, muchachos, jejejé –dijo el negro Roque–. Creo que me tendré que hacer cargo de la situación…

–Qué lastima que no entendiste por las buenas, mi niña, además de que hubieses ganado mucho dinero –fue lo único que atinó a decir el viejo Agapito, sabiendo lo que le esperaba a la bella yugoslava. Don Salvatore, por su parte, sólo atinó a salir de la casa. Le hubiese encantado ser él quien domara a esa fina y soberbia potranca, pero reconocía que el negro Roque era el especialista en ese tipo de labores.

Una vez que don Salvatore y don Agapito estuvieron afuera, el negro Roque cerró la puerta quedándose a solas con Jelena y el inconsciente Paco, que dormía a pata suelta su borrachera. La joven eslava quedó aterrada al verse a solas con el temible y ordinario sujeto.

–¡No se me acerqueee! –bufó la joven al ver que el negro Roque se le venía acercando a paso rápido. Jelena no supo en qué momento ocurrió el fuerte y certero ¡plaf! que le asestaron en pleno rostro, ni tampoco cómo fue tomada brutalmente de sus castaños cabellos para ser mechoneada violentamente por su agresor, hasta que fue el mismo negro Roque quien la arrinconó contra una pared y con todo el peso de su cuerpo comenzó a hablarle en sus orejas:

–Escúchame bien, maldita zorra asquerosa, lo diré sólo una vez y espero que te quede claro: desde este día pasas a ser propiedad de don Aquiles Baeza, ¿me escuchas? ¿Los motivos, te preguntaras? Te los digo… El alcohólico de tu marido a osado a pedir dinero prestado y no lo ha devuelto… O sea, nosotros lo hemos ayudado y él ha abusado de nuestra amistad, así que esta noche tú vas… te nos arreglas y partes a putear… ¿Te queda claro, perra?

–Yo nunca… haré eso… –jadeó Jelena, totalmente aterrada y temblorosa, pero aún en sus cabales.

–¡A ver, pedazo de puta! Parece que no has entendido –contraatacó el negro, sacando rápidamente un afilado cuchillo de sus mugrientas ropas y poniendo la hoja en pleno rostro de la chamaca antes de continuar–: ¡nadie te lo está pidiendo zorra! ¡Es una orden! ¡Una orden de don Aquiles Baezaaa! Y para que sepas y te vayas preparando… Esos dos viejitos que acabas de ver salir de tu casa están que se cortan por meterte la verga y tú los vas a atender como ellos se merecen. Desde hoy también te hago saber que pasas a ser mi mujer… ¡Vendré cuando yo quiera y a la hora que yo quiera! ¡Y te voy a coger como nunca nadie te ha follado antes de que salgas a prestar la zorra y me traigas ese dinero que le pertenece al jefe!

Cuando el negro termino de decir esto, rápidamente le metió una mano por debajo del vestido tomando posesión de su panocha por encima de su blanca pantaleta, demostrándole que desde ese mismo día la declaraba totalmente de su propiedad. Luego siguió hablando, sin dejar de manosear la vagina yugoslava:

–Escúchame, putita, ahora me voy a ir porque tengo que ir a atender a otras putas tan zorras como tú. Cuando tu maridito se despierte le contarás que ya trabajas para don Aquiles y si no te presentas hoy en la noche te juro que apenas veamos al imbécil de Paco nos lo despachamos… Y cuidadito con ir a la policía porque te estaremos siguiendo… Ahora, callada, que ya me retiro –al decir esto último, el negro retiró la mano de la juvenil entrepierna de Jelena, tomó fuertemente a la joven esposa de sus quijadas abriéndole la boca y le estampó un asqueroso beso con lengua que casi tocó las mismas amígdalas de la pobre yugoslava.

Cuando el negro Roque abandonó la casa y cerró la puerta Jelena, se dejó caer al piso y lloró desconsoladamente por la traumática situación por la que acababa de pasar. Se sentía sola y desprotegida, jamás nadie la había tocado en sus partes íntimas tan humillantemente y menos la habían golpeado como lo había hecho ese negro tipejo ordinario. Entre sollozos miraba a Paco. Al verlo en tal estado de embriaguez más lamentosos se transformaban sus sollozos. Lentamente se fue incorporando, como pudo llegó a la puerta de su casa y corrió el seguro antes de dejarse caer en un sillón frente a su alcoholizado marido, sin dejar de pensar en lo sucedido recientemente.

A los pocos minutos de lo ocurrido en la casa de la yugoslava, en el privado del sucio burdel, el cuarteto de malvivientes reía y bebía comentando la situación del joven matrimonio, ya que la realidad era que si ellos hubiesen querido habría sido tan simple como tomar a la joven eslava, violarla y someterla, pues ya sabían que los jóvenes estaban solos en la ciudad. No había nadie que pudiera hacer alguna demanda o reclamo por una mujer desaparecida y sus familiares perfectamente podrían pensar que tal vez la joven, aburrida de la vida cotidiana, se podría haber largado a putear por las calles sin decirle nada a nadie, como era común ver por aquellos barrios marginales en donde se estaban sucediendo los acontecimientos. Con todo, don Salvatore tenía sus dudas.

–Así es jefe, le aseguro que la puta vendrá hoy en la noche, la dejé muy asustada –le daba cuentas el negro Roque a don Aquiles–, además, la dejé bien vigilada por los drogadictos del sector, cualquier movimiento que se le ocurra hacer, me avisarán.

–¿Y qué pasa si no viene? –preguntó don Salvatore–. A esa hembra la vi muy segura de sí misma, además he notado un aire de superioridad que las chamacas de por aquí no tienen. Yo sé que tú eres un experto en extorsionar mujeres, pero esa perra no es como las de por aquí, que tienen a sus maridos en la cárcel, o están metidas en el vicio…

–¡Si no viene, les juro que se las traigo a patadas y la hago subir las escaleras en cuatro patas, como a las perras! –contestó el Roque, enojado porque sus amigos dudaban de sus técnicas.

–¡Jajajá! Es muy tentadora tu idea negrito –le dijo don Aquiles a su temible empleado–, además de que la chamaca está tan rebuenota que yo mismo la iría a buscar, pero lo que dice Salvatore es cierto, yo también he notado que la putita es medio estirada, por lo que le aplicaré una vieja estrategia de guerra que me recomendó alguna vez una muy estimada amiga…

–¿Y cuál es esa estrategia? –saltó de pronto don Agapito, a quien le encantaba estar metido en aquellas maquinaciones para hacer caer a la eslava.

–¡Le cortaremos los suministros! Hoy mismo hablaré personalmente con los almaceneros del barrio, les prohibiré que les vendan comestibles, lo mismo con lo de la renta. Remigio les irá a cobrar y los va a apurar con el cobro. Creo que ya están atrasados un mes, así que prepárense, esa puta vendrá solita a ofrecernos el culo, tal vez en unos días, pero lo hará. Y cuando lo haga la tendremos a nuestra total merced, ¡y sin ningún tipo de restricciones, jajajá!

–¡Jajajajá! –terminaron riendo los cuatro maleantes, sobándose sus vergas por la ansiedad que ya sentían por probar a la juvenil chamaca.

Cuando Paco se despertó de su borrachera, algo recordaba de lo sucedido hacía algunas horas, se sintió podrido y como un miserable, se preguntaba cómo había podido llegar a pedirle a su Jelena algo tan bajo y siniestro. Vio a su joven esposa sentada frente a él y con los ojos hinchados de tanto llorar. Como pudo se arrojó a las piernas de su tierna cónyuge, le pidió perdón y lloró amargamente por lo que había hecho. Jelena lo miraba con pena, tenía rabia por la situación que le había tocado vivir ese día por culpa suya, pero sabía que el arrepentimiento de Paco era verdadero, por lo que lentamente llevo una de sus manitas a los cabellos de su marido y lo comenzó a acariciar, para luego decirle:

–Pacoo, ¿y qué vamos a hacer ahora? Esos hombres han amenazado con matarte…

–¡Vámonos! –dijo Paco–, huyamos ahora mismo…

–¿Y mi madre? ¿Qué pasara con ella? –preguntó Jelena. Si no hubiese sido por el motivo que ella mencionaba, no hubiera dudado en intentar la escapatoria.

–¡En el hospital la cuidarán!

–¡No puedo, Paco! No puedo abandonarla, enferma como está, además de que hoy me dijeron que si no pagábamos las boletas la lanzarían a la calle… Snifff… snifff… Mejor pásame el dinero que te pagaron para ir a comprar algo y preparar la cena…

–Jelena, este mes no me han pagado nada, estoy muy endeudado, es por eso que me dejé llevar por mis amigos – en ese momento, Paco cayó en la cuenta de que, obviamente, esos hombres no eran sus amigos en lo más mínimo–, digo, me dejé llevar por esos miserables…

–¡Oh, Paco! –Jelena ya no sabía ni qué pensar, ni qué decir y. encima, no tenían dinero.

Efectivamente, Jelena no se presentó en el burdel como le había ordenado el negro Roque. La hembra, como buena administradora que era, tenía guardado algo de dinero sumado a otra escasa cantidad que le había dado su madre en una de sus últimas visitas.

Hacía días que Jelena no veía al cuarteto de hombres de sus pesadillas. Al parecer, estos sólo la habían ido a molestar aquel día. Tuvo la suerte de alcanzar a comprar algo de mercadería para una semana o dos, tal vez, pero no contaba con que a la semana siguiente les irían a a cobrar el mes atrasado de renta. Jelena estaba desesperada, ya que si seguían subsistiendo era por ella. Paco, desde el día en que no le pagaron su sueldo, no se aparecía por el burdel y en cada oportunidad que tenía le sacaba algo de dinero a Jelena para ir a comprar licor y ponerse a beber solo en su casa.

A las dos semanas de lo ocurrido con los tres malvivientes en la casa de Jelena, Paco, en un arranque de lucidez, salió muy temprano por la mañana a ver si encontraba algún trabajo. Transcurrió todo el día y este aún no llegaba, era tarde y Jelena se paseaba nerviosamente por la salita de estar esperando la llegada de su alcohólico marido. Tal vez encontró un trabajo, se decía la eslava. En eso, sintió un fuerte golpe en la puerta. Antes de abrir miró por la ventana y casi se desmayó cuando pudo ver que el ensangrentado y borracho hombre que estaba botado a las puertas de su casa era Paco… ¡su Paco!

Al pobre lo habían interceptado al medio día cuando volvía de su búsqueda laboral. Don Agapito fue quien lo engatusó y lo invitó a beber hasta que el hombre, ya casi perdido el conocimiento, se fue a duras penas hasta su casa. En el trayecto y al lado de un callejón, fue interceptado por seis delincuentes enviados por don Aquiles Baeza, le dieron la pateadura de su vida, casi lo mataron a golpes de pies y puños y le dijeron que don Aquiles aún estaba esperando a la zorra de su mujer para que fuera a presentarse ante él y, que si no lo hacía luego, le juraron que se fuera despidiendo de este mundo porque se lo despacharían.

Ahí estaba Jelena en su casa, con su marido tirado en una cama, todo magullado y con los dientes quebrados, con su madre en el hospital y casi sin nada de dinero.

A la mañana siguiente fue visitada por la misma mujer que la había atendido en la administración del hospital hacía ya tres semanas.

–Como le digo, jovencita, si usted no paga los tres meses que su madre lleva en el hospital, se la tendremos que traer mañana mismo. Debe entender que los médicos cobran sus honorarios –le decía tajantemente.

–Señora, de verdad que he intentado de reunir el dinero, o de buscar algún trabajo, pero no he encontrado nada, por favor deme más plazo, además que mi marido ha tenido algunos problemas y en este momento se encuentra enfermo, snif –sollozaba la tierna chamaca.

La vieja funcionaria y asistente social, ahora que veía la realidad en que vivía Jelena, sintió algo de lástima por ella. Notaba que a pesar de la humildad en que vivía aquel joven matrimonio era gente decente y limpia. A lo mejor, de verdad estaban pasando por un mal momento económico. Luego de recorrer la casa y ver el estado en que se encontraba el supuesto jefe de hogar, y al cabo de pensarlo por unos minutos, dijo:

–Mire, jovencita, haré los arreglos para tener a la señora por un mes más, pero usted también debe poner de su parte, yo la ayudo a usted pero usted también ayúdeme a mí, pues, ¿no ve que también tengo jefes y me piden explicaciones? Por lo menos intente buscar algo… O lo que sea. Esfuércese un poquito más, pero tiene una semana para ir a dar un adelanto porque si no ya no habrá nada en que yo pueda ayudarla. Si usted va y nos da un adelanto, yo podré hacer los arreglos para que el hospital no bote a su madre. Yo venía para constatar la dirección y traer a la paciente, así que ya sabe, una semana, y luego dentro del mes vemos como le hacemos…

–Gracias señora, snif, le juro que le llevaré el dinero… sniiff… snifff –lloraba Jelena en el momento en que despedía a la vieja pero maternal funcionaria pública…

Jelena, la tierna yugoslava de 18 añitos recién cumplidos, sola y sin tener a nadie a quien recurrir o pedir consejo, lo pensó y lo repensó. La vieja funcionaria hospitalaria había sido clara, la iba a ayudar con lo que respecta a su madre, pero también le dijo que ella tenía que poner de su parte en todo aquel asunto. ¿Ganaría tanto dinero sacándose la ropa, como le habían dicho esos hombres hace algunas semanas? ¿Y cuánto más ganaría si llegaba a tomar la decisión de acostarse con algún viejo desconocido? Pero el solo hecho de pensar en esto último le revolvía el estómago.

La tarde pasó lentamente para la desesperada eslava. Imaginaba a la vieja asistente social hablándole a sus jefes y haciendo los papeleos para tener por algún tiempo más a la señora Olga bajo los cuidados médicos que tanto necesitaba. Lentamente dejó en la mesita la taza de té que estaba tomando, se dirigió a su habitación y miró por algunos momentos a su casi inconsciente marido, que aún no se reponía de la golpiza que le habían dado. Casi como una zombi fue al armario para sacar uno de sus mejores vestidos y se fue con él hasta el baño. No quería reconocer los motivos por los cuales estaba haciendo todo aquello, tenía que cooperar, le habían dicho.

Se dio una larga y tranquilizadora ducha, secó su apetecible cuerpo casi inexplorado, maquilló suavemente su delicado y europeo cutis, eligió un tradicional conjunto de ropa interior color negro, que a pesar de no tener nada de insinuador ni erótico, en el potable cuerpo de la joven yugoslava se convertía en el más lujurioso de los conjuntos femeninos jamás vistos por algún macho de esos barriales ordinarios y marginales.

Consultó la hora en el pequeño reloj de pulsera que le había regalado su madre para el día de su casamiento en su querido pueblito natal, donde se había criado feliz y sin preocupación alguna. Lejanos estaban aquellos días en comparación con lo que ahora estaba a punto de sucederle, sumado a que era ella quien estaba tomando tan humillante y vil decisión.

Atendió a su marido y dejó todo a su alcance para lo que necesitara durante las horas que ella iba a ausentarse del hogar y, una vez todo listo, tomó las llaves de la puerta y salió a la calle. Muy lentamente se puso en dirección al burdel donde pediría trabajo, la decisión ya estaba tomada y no había vuelta atrás.

Aquiles, Salvatore y el negro Roque estaban encerrados en el privado del burdel. Éste ya había abierto sus puertas hacía una hora, los hombres estaban bebiendo y jugando a las cartas y eran atendidos por una joven y flaca joven mujer que trabajaba de puta para solventar sus vicios y los de su novio. De pronto, los tres amigos sintieron los típicos jadeos y bufidos de don Agapito quien, a pesar de su joroba, subía las escaleras corriendo, como si lo vinieran persiguiendo.

Una vez que entró donde estaban divirtiéndose sus amigotes, agarró a la puta que en esos momentos estaba sentada en las piernas de don Salvatore para casi arrojarla afuera del privado. Todos escucharon cómo la puta caía por las escaleras.

–¿Y a ti que te pasa, cojo de la grandísima puta, acaso te has vuelto loco? Ojalá que la perra no se haya matado porque tú correrás con los gastos –le decía un divertido Aquiles a su amigo el jorobado.

–¿Y a mí qué me importa que se mate esa drogadicta flacuchenta? ¡Miren quién viene caminando por la vereda de enfrente…! –dijo el pobre cojo Agapito, resoplando y tomando aire ya que, cuando estaba parado a las afueras del burdel, vio claramente y a lo lejos quién era la que se venía acercando hacia esos dominios, y no dudó en salir corriendo para avisar a sus camaradas.

Los tres incrédulos se quedaron mirando. Al principio no entendían el porqué de tanto alboroto, pero luego fue como si a los tres, al mismo tiempo, se les hubiera venido la misma idea a la mente.

–¡No mames, cojo mal parido!

–¡La húngara! –bufó el negro Roque, saliendo disparado a mirar por la ventana.

–¡Yugoslavaaa! ¡Por la misma mierda, yugoslavaaaa! –corrigió don Salvatore, quien fue el último en llegar a la ventana para mirar desde el segundo piso del burdel.

Y, en efecto, los cuatro calientes, degenerados y pervertidos maleantes vieron cómo Jelena movía exquisitamente las delineadas curvas de su cuerpo por la banqueta de enfrente: lo que estaba viendo el cuarteto de vejestorios era una verdadera deidad balcánica.

–¿Creen que venga hacia acá? –preguntó don Agapito a quien, por ser el más bajo de todos, le costaba mucho esfuerzo hacerse un espacio entre sus grandotes amigos.

–¡Esperen! Se ha detenido. ¡Ohhh, gracias al cielo, está cruzando la calle! –gimió de felicidad anticipada el viejo Aquiles antes de salir disparado para echarse un perfume que tenía en su escritorio.

–Cálmense un poco –sugirió el negro Roque–, primero tenemos que ver a qué mierda viene, no nos vaya a salir con alguna mamada…

–¡Pues a lo que venga, nos la violamos igual! Ojalá que quiera por las buenas, porque si no, peor para ella –dictaminó el viejo Aquiles, quien obtuvo la aprobación de todos sus amigos por lo que acababa de decir.

Jelena ya veía a lo lejos el letrero con llamativas luces rojas, en el cual ya lograba leer lo que este decía: “Night Club Chupa Chups, las mejores chicas, precios módicos, se aceptan tarjetas de crédito”. Sentía unas ganas tremendas de ponerse a llorar y regresar, pero imaginaba a su madre botada del hospital y a la vieja asistente social diciendo “esperen, hay un error porque la hija de la señora traerá el dinero uno de estos días”. Estos pensamientos la envalentonaban para continuar con la decisión que había tomado.

Detuvo su camino, aún estaba indecisa, bastaba con cruzar la calle y ya estaría en las puertas del burdel. En eso vio a un grupo de jóvenes mariguanos que, con tal de verla, se le estaban acercando para pedirle algo de dinero.

–¡Pero qué rebuenota estás, mamasota, qué tal si nos das tu dinero y te dejamos putear en la cuadra de al lado, claro que tendríamos que echarte una probadita, jajajajá! –le dijo el cabecilla de aquellos muchachones que merodeaban a esas horas por aquella callejuela de mala muerte.

Con esto último la joven yugoslava ya no tuvo nada que pensar: casi se desmayó al imaginarse violada por ese grupo de drogadictos. No se dio cuenta cuando cruzó la calle casi corriendo y ya estaba parada en la misma puerta del ordinario burdel, donde fue don Salvatore quien salió a darle la bienvenida.

–Buenas noches, pendeja, hasta que decidiste venir a trabajar con nosotros –le dijo el vejete mientras la recorría de pies a cabeza, comiéndosela con la mirada…

–Eh… Bueno… Sí… Es que yooo… Venía a hablar con su jefe –respondió Jelena, haciéndole ver que ella buscaba al que mandaba.

–Jejejejé, así que no quieres hablar conmigo, ¿eh? Pues anda y pásale, iremos a su oficina, ahí él te va a explicar cómo son las cosas por aquí; claro, siempre y cuando aceptes trabajar para nosotros…

Ya estaba metida en este asunto, por lo tanto ya no había nada más que hacer. Jelena, la apetecible yugoslava, ingresó al destartalado y bajo emporio de don Aquiles Baeza, el don de aquellos barrios bajos.

El burdel estaba ya funcionando con algunos 15 clientes aproximadamente. Era martes. Todo indicaba que, una vez que estos se retiraran, ya no habría nada más que cerrar, pero aún era temprano.

Cuando Jelena estuvo adentro de este submundo del comercio sexual, se sintió rara. Vio la barra donde se vendían los tragos y, al mismo tiempo, se ponía la música para que aquellas viles mujerzuelas se desvistieran y bailaran desnudas. La joven eslava aún no caía en la cuenta de que en pocos minutos ella tendría que hacer lo mismo. Vio que el bar era atendido por un enorme hombre calvo, lleno de tatuajes y aros que le perforaban sus narices y orejas.

Antes de subir al privado de don Aquiles, echó una ojeada al escenario lleno de espejos, donde había tres barras o caños. En ese momento había una mujer cuarentona, chica y gorda, que estaba a punto de sacarse algo que llevaba puesto y le cubría sus mórbidas y secretas carnes. Jelena ya no quiso ver más y sólo subió las escaleras.

–Bienvenida a mi negocio, chamaca, jejejé, cuéntanos como está Paquito y cuándo nos vendrá a pagar–. Jelena escuchaba y le llamaba la atención cómo don Aquiles insinuaba que su marido no sólo le debía dinero a él, sino también a los otros tres.

La yugoslava tomó un poco de aire antes de hablar. Los cuatro viejos estaban boquiabiertos esperando a ver que tenía que decir la soberbia y joven mujer que estaba a punto de comenzar a ser su puta personal.

–Señor, tengo un asunto que tratar con usted –dijo la eslava, mirando en forma despectiva a los otros tres hombres que acompañaban a don Aquiles, antes de terminar diciendo con toda dignidad–: y me gustaría hacerlo a solas.

Los cuatro hombres se quedaron mirando y no aguantaron las ganas de reírse en su cara.

–¡Jajajajajajaá! Pero qué güevadas dices, chamaca, estos de aquí son como mi familia. Está bien que el negocio sea mío, pero funciona con la ayuda de cada uno de ellos… aunque esas son cosas que tú no tienes que por qué saber –terminó diciendo don Aquiles–. Así que ya puedes ir diciéndonos a qué viniste, o dame el dinero que nos deben… Jejejé…

Jelena se quedó helada. Si ya era humillante haber venido a pedir que le dieran trabajo de puta, lo iba a ser más aún el tener que hacerlo delante de esos otros hombres. De pronto recordó las palabras del negro Roque el día en que la asaltó en su casa: “Y para que sepas y te vayas preparando… Esos dos viejitos que acabas de ver salir de tu casa están que se cortan por meterte la verga y tú los vas a atender como ellos se merecen. Desde hoy también te hago saber que pasas a ser mi mujer… ¡Vendré cuando yo quiera y a la hora que yo quiera! ¡Y te voy a coger como nunca nadie te ha follado antes de que salgas a prestar la zorra y me traigas ese dinero que le pertenece al jefe!”.

–¿Sabes? ¡Ya me estás aburriendo! Así que dinos a qué mierda viniste, o si no te mando a sacar a patadas, ¿me escuchaste maldita zorra? Además de que ya me tienes harto con esos aires de perra de casa grande que te has dado con nosotros. Vamos, ¡habla! Dinos a que viniste…

Jelena ya casi estaba quebrada, no sabía dónde meterse, ese hombre la estaba asustando demasiado y más con la sola presencia del negro Roque. A pesar de que no lo miraba, sentía cómo ese chulo ordinario no le quitaba la mirada a ninguna de sus apetecibles formas. Don Salvatore y don Agapito se mantenían expectantes, estaban que se lanzaban y se la llevaban a la gran cama situada detrás de ellos, tapada con unas gruesas cortinas. Los nervios de la yugoslava no le habían permitido poner atención a este importante detalle.

–Señor don Aquiles, este… yo… necesito trabajar… necesito dinero… y pensé que usted podría ayudarme…

–A ver, ricura, no está mal como vamos, pero te voy a pedir un favor. Si quieres trabajo, desde este mismo momento vas a empezar a hablar en plural, aquí somos cuatro y si alguno de mis amigos se opone no tendrás trabajo. Así que nos lo pides a todos… Vamos, yo sé que tú puedes…

La bella yugoslava ahora sí le encontró más lógica a lo dicho por el negro Roque en su casa: estaba cayendo en cuenta de que si aceptaba o, mejor dicho, la dejaban trabajar de puta en ese antro, lo más seguro era que tendría que convertirse en la mujer de todos ellos. Los miró de uno en uno y su espanto fue total cuando llegó a la diminuta figura de don Agapito, quien la miraba con una aborrecible sonrisa calenturienta, mostrándole una ensalada de dientes amarillentos y picados. Estuvo a punto de irse, pero recordó las palabras de la trabajadora social de la clínica: “Mire, jovencita, haré los arreglos para tener a la señora por otro mes, pero usted también debe poner de su parte; yo la ayudo a usted y usted también me ayuda, pues... Por lo menos intente buscar algo, lo que sea, esfuércese un poquito más…”.

Después de recordar esa escena, salieron las palabras de su garganta:

–Se-ño-resss, yooo necesito trabajar, necesito dinerooo y pensé que ustedes me podrían ayudar… Snifff –sollozó, porque prácticamente estaba a un paso de convertirse en puta.

–Por ahí nos estamos entendiendo, pendeja, pero aquí solo tenemos trabajo de puta. ¿Eso es lo que quieres para ti, ser una vulgar putaaa? Vamos, dilo, que te queremos escuchar para ver si realmente te mereces el trabajo y nuestra ayuda…

–Necesito trabajar de puta, señores. Snifff… Necesito dinero –les dijo, mirándolos a todos y con los ojos anegados en lágrimas.

–¡Bien! –dijo por fin don Aquiles–. Así nos gusta. Empezarás hoy mismo y si te esfuerzas y le pones ganas, en un par de meses tendrás pagada la deuda de tu marido.

–¡Señor! –lo cortó Jelena–. Es que hay algo más…

Los cuatro facinerosos no sabían cómo reaccionar ante lo que iban a oír. Se quedaron mirando. Esa diosa balcánica, a la que estaban a punto de poseer, necesitaba algo más.

–Pues dilo, putita, ahora somos tus jefes y no faltaba más… Cualquier cosa que necesites tú nos dices y la solucionamos.

–Tengo a mi madre en el hospital público –les confesó Jelena, limpiándose las lágrimas de los ojos con un pañuelo lleno de mocos secos que finamente le ofreció don Agapito.

Luego de escuchar atentamente lo que les decía la yugoslava, sentada en la silla de visitas, le dijeron:

–¿Y nos dices que son tres meses los que debes? –resumió don Agapito, que en su semblante mostraba que ya estaba sacando algunas cuentas.

–¡Sí! Y si no pago esta semana, la van a sacar del hospital… Snifff…

A don Agapito no le costó decidir cuál sería una solución para los problemas de tan suculenta chamaca, por lo que llamó a un rincón de la espaciosa oficina a sus otros amigos, a una reunión discreta, para que la yugoslava no escuchara lo que allí iban a tratar. Ésta se quedó sentada en la silla, con ese vestido que dejaba ver, exquisitamente, sus apetecibles y carnosos muslos de hembra, principiante de putilla.

–Muchachos, espero que me entiendan, jejejé. Ustedes ya saben que yo tengo un buen dinerito guardado en el banco y puedo correr solo con el gasto que nos pide esta chamaca del demonio, así que les pido un favor en nombre de nuestra larga amistad…

–Habla, jorobado de mierda, que ya me quiero violar a esa búlgara –apremió el negro Roque a su amigo, el feo y cojo jorobado–. Dinos cuál es ese favor que necesitas.

–Yo pago la deuda de la chamaca con la condición de que me dejen preñarla…

–¡Jajajajá! –sus tres amigos no paraban de reírse, hasta lágrimas les salían con la inusual solicitud de don Agapito.

–¿De que se ríen? Ustedes saben que siempre he querido tener un chamaco que corra por los rincones de mi casa para heredarle mi negocio y la platita que tanto me ha costado reunir…

–Pues tú tienes la culpa de no tenerlo por tan refeo que nos saliste, pero no te preocupes, ¡la preñarás! Primero la violamos hasta el cansancio, le daremos la pastilla y, cuando nos aburramos de ella, te la llevas a tu casa y la preñas… Igual te la dejaremos para ti solo –le concedió don Aquiles a su amigo.

–Pero, mientras tanto, la puta es de todos –enfatizó el negro Roque, poniendo sus condiciones.

–No tengo problema con eso –respondió don Agapito.

Así, una vez que acordaron el desdichado futuro de la eslava, le dijeron:

–Mira, chamaca, te seremos sinceros –dijo don Salvatore, haciéndola de vocero oficial–. Por lo general, no nos interesa hacer tratos con las putas, como tampoco nos interesan sus problemas personales, pero viendo el cuerpazo que te gastas y la cara de puta con la que has venido a pedir nuestra ayuda, nos has caído bien, así que hemos encontrado una solución para tus problemas: tendrás que trabajar de puta para pagar la deuda de tu marido y nos haremos cargo de tu cuenta en el hospital, con la condición de que serás la ramera oficial y personal de nosotros cuatro… y por las buenas. No queremos que nos hagas problemas porque, además de golpearte y de dejar de pagar el hospital, te vamos a violar. Queremos que nos digas si estás de acuerdo.

Jelena, a quien las palabras de aquel hombre grande y bigotudo le partieron el alma, pensaba en aquella caliente y casi demencial propuesta. Había una solución para sus problemas y, aunque ella ya había aceptado su triste destino en el momento de salir de su casa, lo que ahora le pedían era mucho más humillante: ni siquiera le pagarían por acostarse con todos y cada uno de ellos, casi tendría que hacerlo por gratitud. Nuevamente los miró uno a uno con espantada mirada. Se dio cuenta del extraño brillo que había en los ojos de sus inminentes violadores, pero aquel esperpento de la naturaleza, viejo, pequeño y jorobado que, al parecer, le llegaba a la altura del ombligo, parecía el más desesperado de todos.

–Só-looo lo haré con tresss –replicó Jelena muy bajito y mirando casi con repulsión al feo jorobado, ya que no se imaginaba, acostada y desnuda, con sus bellas piernas abiertas para que ese casi enano giboso mancillara sus esculturales carnes.

–¡Con los cuatro, te hemos dicho! Y dinos ahora mismo si aceptas, porque si no te violamos igual, no pagamos el hospital, matamos a tu marido y, encima, te echamos a patadas y desnuda a la calle, jajajajá. La policía no va a creer la violación de una puta que viene saliendo de un putero. Tenemos cámaras y ya estás grabada: entraste solita y nadie te obligó a venir aquí, así que danos tu aprobación o te vamos a culear igual, jajajajá –fueron las últimas palabras de don Salvatore.

Jelena estaba horrorizada por las palabras de uno de sus aprovechadores dueños. Se preguntaba por qué y cómo había llegado a esta situación. Recordaba todas las veces que le había dicho a Paco que no se vinieran a la ciudad, sumado a que todo esto le estaba pasando por culpa de él, pero no le quedaba otra opción: si no aceptaba, la violarían y encima quedaría con todos sus problemas económicos sin resolver.

–¡Es-tá bi-en…! ¡Lo ha-ré… con los cua-troooo! Snifff… snifff… –comenzó a llorar la bella eslava. Por el acuerdo que acababa de aceptar, tendría que ser el juguete sexual de esos cuatro malvivientes que la ayudarían con los costos médicos de la enfermedad de su querida madre.

–¡Jejejejejé! ¡Así nos gusta, mamitaaa! A ver, vamos sacándonos esa ropita, que queremos deleitarnos con lo que tú ya nos diste y ahora nos pertenece hasta que lo decidamos… –ordenó don Salvatore.

Los cuatro fantásticos tomaron asiento en los sillones del privado para disfrutar del espectáculo intimo que iban a tener a costas de la casi adolescente yugoslava. Por fin, el gran sueño de ver a esa joven potranca europea, desnuda y sólo para ellos, se estaba cumpliendo.

Jelena no sabía cómo empezar, qué parte de su ropa tendría que quitarse primero. Traía un vestido, sólo bastaría con desabotonarlo por la espalda y éste volaría sin ningún tipo de problemas. Optó por sentarse en la silla que habían puesto en el centro del grupo de hombres y comenzó a sacarse sus pequeños zapatitos.

(30 minutos antes.)

Paco escuchó salir de casa a su joven esposa. Sintió cuando se duchaba, arreglaba y perfumaba como nunca. A pesar de su dolor corporal y de sentir cómo Jelena se despedía con un beso doloroso en su frente, entendió en qué estaban metidos por su culpa. A duras penas se puso de pie. Sabía a dónde había ido Jelena. La buscaría, no permitiría que se humillara como lo querían esos sucios, falsos amigos. Entendió. Todo era una trampa para obtener el cuerpo de su mujer. No lo permitiría. Él la iba a salvar.

Mientras tanto, en el privado del Chupa Chups, Jelena ya estaba descalza. Se puso de pie y, mirando hacia cualquier punto de aquella miserable oficina, llevó sus dos blancas manitas a la espalda para comenzar a desabotonar su vestido. Lo hizo lentamente. No sabía que, al hacerlo de esa manera, ella misma aumentaba la calentura de sus nuevos dueños. Una vez desabotonado el vestido, lo fue subiendo para pasarlo por su cabeza hasta que lo retiró por completo, quedando su castaño cabello todo desarbolado por sobre el rostro, haciéndola ver aún más mística y apetecible, pues eso se sumaba al ingrediente de las diabólicas curvas de aquel curvilíneo cuerpo que se gastaba la potente yugoslava.

Los viejos casi padecieron un severo traumatismo encéfalo-craneano al tener a esa diosa balcánica a sólo un metro de sus miserables miradas, semidesnuda, con ese precioso conjunto color negro que la hacía ver eróticamente deseable. ¡Ahí estaba! ¡Ya la tenían como querían! No podían dejar de ver esos palpables melones, duros y grandes, coronados por dos pequeñas cerezas rosas, perfectos para la poderosa anatomía de Jelena, ni esas marcadas caderas donde se dibujaban y remarcaban los elásticos de su pequeño calzoncito color negro. Parecía que su ropa interior se fuera a reventar en cualquier momento. La eslava estaba para comérsela, nada le faltaba y nada le sobraba. ¡Estaba perfecta!

El viejo Agapito estaba hechizado con ese hermoso cuerpo de hembra hecha y derecha, con ese angelical rostro de quinceañera que ocultaba un fértil útero que él estaba dispuesto a preñar en el futuro. Los demás viejos se encontraban en un estado muy similar al del jorobado de Notre Dame.

–Pero que buenota estás, rumana mal parida. Ve y prepáranos unos tragos mientras nosotros organizamos tu debut, jejejejé –ordenó don Aquiles a la joven y asustada eslava, a quien no le quedaba más opción que obedecer. Al intentar ponerse los zapatos, don Agapito la frenó.

–Por favor, hija, no te los pongas. Así descalza te ves más apetecible ¡Jijijí!

Jelena lo miró con odio. Nunca en su vida imaginó que un detestable vejete de aquellas características físicas le hablaría con tanta familiaridad y dándole órdenes. Cuando su mirada se cruzó con la fría mirada del negro Roque, volvió a su nueva realidad. Ese brillo malsano que se reflejaba en los ojos del tipejo la asustaba y más se asustó cuando éste le dijo:

–¿Y qué estas esperando, zorra, que no obedeces a uno de tus hombres? ¡Mueve ese culo que pronto vamos a probar y prepáranos unos tragos! ¿O quieres que te golpee para que aprendas a obedecer en el acto cuando se te habla?

Jelena, muy asustada, se dirigió a la barra y comenzó a servir los tragos, mientras sus viejos decidían por ella cual sería le mejor forma de hacerla debutar como puta.

–Yo creo que deberíamos rifarla, como en la lotería. Mírenla. Con ese cuerpo, los clientes que están abajo comprarán todos los números que puedan para tener una oportunidad de cogérsela, jejejé –propuso don Salvatore.

–¡Estás loco de remate! ¡Yo no estoy dispuesto a compartir a la puta, al menos por ahora! Ya somos cuatro y con eso es suficiente –replicó don Aquiles.

–Yo opino igual –apoyó el negro Roque–. En realidad, me da lo mismo quién de nosotros se la coja primero, sólo quiero que me dejen golpearla un poco, jejejé…

–Está bien, pégale todo lo que quieras. ¡Pero nada de andarle dejando marcas en la cara ni en el cuerpo, ni nada de esas mamadas raras que aparecen en las películas que ves, desequilibrado de mierda! Sólo están permitidas las marcas de los chupones en las tetas…

–Yo decía que la rifáramos, carnales, para ganarnos un buen dinero y así ayudar al Agapito, ya que tendrá que desembolsar una fuerte suma de dinero en su estúpido afán de preñar a la pendeja. Además de que en la caja sólo pondremos los números de nosotros cuatro, qué les parece, y así el número que salga será el primero de nosotros que la probará… Jejejé –terminó diciendo don Salvatore.

–Me parece justo –dijo don Agapito, ya que notaba que él tendría las mismas opciones que sus compañeros.

–Ufff, con tal sólo pensar en exhibir a esa hembra allá abajo ya tengo la verga como fierro. Vamos, pues, apenas nos tomemos nuestros tragos que ahí nos trae, la llevamos para abajo para que se encuere en el escenario… Jejejé… –reía don Aquiles por lo bien que se lo estaban pasando con su nueva e internacional adquisición.

Jelena, una vez que les sirvió los tragos a sus jefes, escuchaba absorta los planes que tenían para ella, pero lo que pensaba y de lo que no estaba muy segura era si en realidad estos malvivientes estarían dispuestos a cumplir con sus palabras, por lo que, dándose un poco de valentía, se animó a preguntarles:

–Señores, tengo una última pregunta que hacerles. ¿Cómo sé que ustedes cumplirán con lo que me han dicho? ¿Existirá algún contrato por escrito, o algo parecido?

Fue don Aquiles quien la puso al tanto:

–¡Nooooo, perraaaa!! ¡Aquí no se hacen contratos! ¡Para las putas eso es un gasto innecesario! Así que tu verás si nos crees o no pero, por tu parte, te aviso que tu contrato con nosotros ya está firmado desde el mismo momento en que te quitaste la ropa, así que ahora pon atención, que te van a dar instrucciones de cuál y cómo va a ser la primera puteada de tu vida. ¡Jajajá!

–Escúchame, putita –le dijo el negro Roque–. Ahora vamos a bajar al escenario, pondremos dos canciones lentas, sólo debes caminar por todo el escenario y mirando a los ojos a todos los clientes. Trata de mover bien ese enorme culo porque te vamos a rifar. En lo que comienza la segunda canción, desenvolverás este Chupa Chups que te vamos a pasar y te lo comerás. Cuando lo tengas en la boca, chúpalo bien para que todos te vean y así les den ganas de que les chupes las vergas. Luego, yo te diré por micrófono cuándo será el momento de que te empelotes. ¡Tienes que quitarte todo, para que te quedes totalmente encuerada! Necesitamos que todos esos imbéciles compren números por ti, acuérdate que tenemos que pagar el hospital y, si no haces lo que te digo, te juro que subo al escenario y te muelo con un palo para luego mandártelo a guardar delante de todos los clientes. ¿Escuchaste, zorra?

–Es que yo nunca me he subido a un escenario…

–¿Me escuchaste, pedazo de zorraaaa? –le gritó el negro, parándose de su asiento y levantando el puño en señal de que le iba a pegar. Jelena, automáticamente, se agachó y tapó su rostro para protegerse. Los demás viejos se cagaron de la risa al verla asustada y casi en pelotas tapándose para que no le pegaran.

–¡Jajajajajá! Ya escuchaste, pendeja –le dijo don Aquiles–. Aquí se hace todo lo que cualquiera de nosotros te ordene o, si no, este negro es capaz de matarte.

–¡Jajajajá! –reían los miserables.

–Sí, sí, haré todo lo que me digan pero, por favor, no me peguen… Sniff, snifff.

Cuando la vieja que hacía de locutora comenzó a anunciar a la nueva adquisición, los miserables de sus dueños ni siquiera habían querido que Jelena usara un nombre de puta. Si iba a ser puta, que lo fuera totalmente y con su propio nombre. Cuando la voz dijo: “¡Señores, aquí los dejamos con la nueva contratación del Chupa Chups! ¡Con ella! ¡Con la única! ¡Con la inmigrante de Australia! ¡La grannnn Jelenaaaa! ¡Laaa… YUGOSLAVAAAAA!”, se abrieron las puertas del privado de don Aquiles. Ellos ya habían apartado lugar en los primeros y mejores asientos junto al escenario y mandado cerrar las puertas del local, como si éste ya hubiese terminado sus funciones para esa noche. No querían que un rutinario control policial les arruinara el show , porque el espectáculo era de carácter exclusivo.

La joven chamaca yugoslava bajaba las escaleras lentamente, descalza y sólo con su ropa interior negra. Los nervios se la comían. La escena era muy erótica y similar a la de Salma Hayek en la película Del crepúsculo al amanecer , le faltaba la pura culebra colgando en el cuello. Los hombres ahí reunidos, que ya eran como 25, silbaban y le gritaban cosas. No faltaban los que ya estaban prendidos por el alcohol y otro tipo de sustancias, y ya querían abalanzarse sobre su cuerpo para montarla ahí mismo, bajando las escaleras. Parecían una jauría de perros, listos para acoplarse con su perra en celo: nuestra espectacular y aún inocente Jelena.

Ya en el escenario, la yugoslava no sintió el paso el tiempo durante la primera canción. Ya estaba en la segunda y sólo caminaba mirando a todos con un rictus de nostalgia por lo que le estaba sucediendo y por lo que se le venía en el futuro. Todos los presentes escuchaban cómo la vieja que hacía de animadora bufaba que ya quedaban los últimos números. Quién iba a pensar que algún día ella sería sorteada como premio, era lo que pensaba tristemente la chamaca.

La eslava se limitaba a seguir caminando, miraba e intentaba adivinar cuál sería el primer cliente que la probaría. Se sentía vejada, pero necesitaba ese trabajo: sólo lo hacía por su madre enferma. Ya con el chupa chups en la boca y chupándolo notoriamente, tal como le habían ordenado, recibió el aviso del negro Roque: había llegado el momento de quitarse lo único que llevaba puesto. Lentamente llevó sus manos al broche del brasier y se lo quitó. Las leperadas que le lanzaban eran ensordecedoras, pero siguió con su pequeña tanguita negra.

Y fue el verdadero apocalipsis terrenal, un deslumbrante Armagedón, la desaparición del séptimo sello lo que se vivió dentro del tugurio. Era como si el libro de las revelaciones ya hubiese sido descifrado por la total batalla campal que se armó en el ordinario burdel. Los números se habían acabado y los hombres allí reunidos exigían sus derechos como clientes para que se sacaran más listas de números para la venta. Jelena no creía lo que pasaba cuando una pareja de asiduos se agarró a golpes porque uno había comprado más números que el otro. Mientras el negro Roque calmaba los ánimos, ella intentó cubrir sus rotundas y yugoslavas intimidades ante el temor de que algún hombre se subiera al escenario para violarla ahí mismo.

Fueron tres balazos los que tuvo que dar el negro Roque para que los ánimos se calmaran. A medida que se fueron calmando, se decidió que apenas se sacara el primer número todos se irían volando a casa antes de que llegara la policía. El negro de los aros y tatuajes subió al escenario una mesa y, sin preguntar, cargó a la desnuda Jelena mientras le manoseaba innecesariamente sus frondosas nalgotas. La recostó ahí para exhibirla y que todos vieran el pedazo de hembra que se llevaría el feliz ganador.

La locutora le dijo a Jelena cómo tenía que posar sus desnudeces: con una mano apoyada contra la mesa sostendría su cabeza y con la otra debía mantener el chupa chups sin dejar de chuparlo. El potente reflector del escenario iluminaba el cuerpo totalmente desnudo de la yugoslava, que se mantenía reclinada frente a todos sus enloquecidos admiradores. La figura de la nueva putilla que se estaba estrenando era de concurso, pero cuando los comensales apreciaron los rosados y pequeños pezones que coronaban sus enormes melones delanteros y cuando pudieron ver aquel fino triángulo de sedosos pelitos castaños, ni muy peludo ni muy pelado, exquisitamente precisos para la visión de cualquier afortunado macho que pudiera observarlos, los 30 hombres, entre clientes y trabajadores, quedaron completamente hechizados.

Don Aquiles, en un momento de cordura, propuso que se le diera curso al sorteo: si esperaban más, todos terminarían violando a la bella chamaca. La vieja metió la mano a la sellada caja donde supuestamente estaban los nombres de los jugadores, sacó el papel donde salía el nombre del feliz ganador y anunció: “el suertudo que estrenará a la nueva debutante de puta, recién llegada del extranjero, es… Roqueee…”.

De nuevo se hizo la batahola: algunos aplaudían la suerte del ganador y otros reclamaban que se habían gastado el sueldo del mes, que cómo era posible, que el sorteo estuvo arreglado… y blablablá.

Jelena quedó aterrada al escuchar que su primer cliente en este antiguo oficio, en el que había caído por necesidad y cosas del destino, fuera aquel horroroso tipejo negro y de bigotes, con pinta de chulo y drogadicto, con sendas cicatrices en el rostro y que, además, ya la había golpeado en una ocasión. Cuando vio subir a don Agapito con unas botellas de distintos licores hacia el privado de don Aquiles, pensó que tal vez el sorteo no había ido tan mal: si el Roque la horrorizaba, aquel deformado vejestorio con joroba le producía ganas de vomitar, sobre todo al imaginarlo desnudo.

–Y qué esperas, perra, te estoy esperando para disfrutar tu cuerpo. Por si no lo escuchaste, yo soy el feliz ganador, así que prepárate, puta, porque si no te mueves como a mí me gusta te voy a dar una zurra que no te olvidarás de mí por el resto de tus días. Anda, vamos moviendo ese enorme culo que ya es mío…

Jelena, como pudo, bajó de la mesa. Cuando tomó sus calzoncitos y el brasier, botados en un rincón del escenario, para comenzar a ponérselos, el negro le volvió a dar órdenes:

–Ni se te ocurra hacerlo, pendeja… Desde hoy nos perteneces y cada vez que el local esté cerrado deberás andar desnuda. Por si no te has dado cuenta, sólo quedamos nosotros seis –le dijo, refiriéndose a ellos cuatro, a Jelena y al negro de los tatuajes y aros–. Éste es Pete. Si necesita algo en que lo atiendas y estás desocupada, deberás hacerlo. ¿Te queda claro?

–Sí –contestó Jelena muy sumisamente al tomar conciencia de que se sumaba otro hombre más al cual ella debería entregarse si es que se lo pedía.

–Pero no te preocupes, el buen Pete es casado y se conforma con unas buenas mamadas… Jajajajá… Ahora se quedará para vigilar que todo ande bien aquí abajo, ya que nosotros ahorita nos vamos al privado, mira que los otros muchachos ya nos están esperando y la fiesta será hasta el amanecer… Jejejé.

–¿Fiesta? –preguntó Jelena.

–Pues claro, haremos una fiesta, recuerda que al jefe le gusta recibir de buena manera a sus empleados. ¿No recuerdas que te lo dije en tu casa? Jejejé.

Jelena había pensado erróneamente que, tal vez, iba a tener que acostarse con el negro Roque y luego se iría a su casa. Jamás imaginó las largas horas de sexo desenfrenado que le esperaban.

Subieron las escaleras hacia la oficina de don Aquiles, entraron en ella y Jelena casi se desmaya cuando se dio cuenta de que la cortina que antes había estado cerrada ahora estaba abierta y que, detrás de ella, estaba la esplendorosa cama donde aquellos viejos pensaban violarla por todas partes.

–Chamaca: desde este momento, si no estás subida en esa cama, tu deber es andar en cuatro patas, así que vamos poniéndonos en cuatro para mostrarnos ese enorme culo que te gastas –le ordenó don Aquiles.

Jelena aún estaba impactada y como que todavía le costaba procesar las enfermas pretensiones que ese cuarteto de degenerados tenía para ella y su cuerpo.

–¿Por qué me obligas a pegarte? –le gritó el negro Roque a Jelena cuando la tomó salvajemente de sus castaños cabellos para hincarla, a la vez que le asestó una fuerte bofetada en el rostro–. Ahora, como tú eres mi premio, vas a ir gateando adonde están mis amigos y te recostaras de espaldas en el suelo con las piernas abiertas. Queremos ver lo que nos has estado escondiendo todo este tiempo. ¡Así que vamos gateando, putaaa!

¡Plafff!, resonó la potente y fuerte nalgada que azotó el negro en el blanco culote de la yugoslava. Jelena, muy asustada y para no darle motivos al negro Roque para que le siguiera pegando, comenzó a gatear hacia donde estaban los otros viejos. Estos ya ni se miraban entre ellos, ni siquiera el negro Roque: las cuatro calientes miradas estaban puestas en las apetecibles formas de la tierna yugoslava que, en esos momentos, les gateaba desnuda para su placer. Una vez que llegó al centro del círculo de vejetes, se puso de espaldas, cerró sus ojos y muy tímidamente abrió sus piernas para mostrarles con toda crudeza la principal parte de su cuerpo, esa de la que ella sabía que tomarían posesión esos viejos desconocidos durante el transcurso de aquella larga noche que le esperaba.

Los viejos miraban embobados. Ya la habían visto en plena desnudez en el escenario, pero ahora la tenían a cosa de centímetros y puesta en el suelo, sólo para ellos. Fue don Agapito a quien se le ocurrió la brillante idea:

–Muchachos, ¿por qué no la llevamos a la mesa de pool ? Así podremos manosearla todo lo que queramos antes de que se la coja el negro, jijijí.

Sin esperar respuesta alguna, el negro Roque se agachó, la tomó en brazos y la cargó hasta donde había dicho el jorobado. Una vez puesta en la mesa de pool , comenzó una orgía de manos en la que nadie sabía cuál era de cuál. Ninguna parte del cuerpo de la sabrosa yugoslava se salvó del manoseo: senos, pezones, nalgas, caderas, muslos… y cuando Jelena sentía los intrusos y lujuriosos dedos de alguien intentando penetrarla vaginalmente, era el negro quien se encargaba de hacer ademanes de pegarle para que la bella chamaca volviera a abrir sus majestuosas piernas o, sencillamente, él mismo se las abría a la fuerza.

Después de unos minutos en que el cuarteto de degenerados se dedicó a explorarla, Jelena no supo cuándo fue el momento en que la empezaron a lengüetear: primero su estómago, luego sus piernas, llegaron a sus tetas duras y turgentes y a sus erguidos pezones, sintió cómo una de esas lenguas comenzaba a bajar en franca dirección hacia su pequeño triangulo de tímidos pelitos castaños, hasta que comenzó un lengüeteo que más parecía que fuese un perro el que la estaba lamiendo que algún hombre. Todo esto era nuevo para ella, con Paco nunca hizo algo parecido. Estos hombres eran semejantes a los animales, pensaba, totalmente asqueada y llorando para sus adentros.

Jelena vivía esta traumática experiencia con los ojos cerrados. No quería ver ni participar en los vejámenes a los cuales estaba siendo sometida. Pronto notó que algunos de sus violadores reían mientras el que lengüeteaba no paraba con su faena. La chamaca mantenía sus bellas piernas bien abiertas para que el negro Roque no le fuera a pegar. Escuchó sonido de vasos y botellas que se abrían: al parecer estaban bebiendo, pero su amante lengüeteador no se aburría de probarla una y otra vez: a Jelena prácticamente se la estaban comiendo por la zorra. De pronto y de tanta lamida, sintió algo extraño, no era placer, pero era algo distinto.

–Es una verdadera diosa y la tenemos para nosotros solos, jejejejé –reía don Aquiles brindando con el negro y don Salvatore por tener tan buena suerte, mientras en la mesa de pool don Agapito, subido en una silla, estaba sumido en la mejor panocha que jamás en su vida hubiera probado. El viejo lamía como desesperado. De pronto se separó de aquella enigmática y exquisita concha yugoslava para casi gritarles a sus amigos:

–¡Muchachos, creo que se movió! ¡Al parecer ya se está calentando! –bufó don Agapito, como niño con juguete nuevo, y no estaba muy lejos de que fuera como él decía.

Jelena, al oír aquella inconfundible voz de viejo apolillado y al abrir sus ojos, dándose cuenta de que quien había estado comiéndole la vagina era el asqueroso viejo jorobado, cerró automáticamente sus piernas. El negro Roque, al darse cuenta del por qué la eslava había hecho esto, tomó un jarro lleno de cerveza y se dirigió a la mesa de pool para arrojarle todo su contenido en pleno rostro.

–¿Y qué te crees, putaaa? ¿Que vienes y cierras tus piernas sin que nadie te haya dado permiso? ¡Vamos, ábrelas para mi amigo! –le dijo a la vez que nuevamente sacaba su cuchillo, pero ahora se lo puso en una teta; la yugoslava, nuevamente presa del terror, abrió sus bellas y torneadas piernas lo más que pudo, antes de escuchar las demandas del negro Roque, quien le gritaba casi en sus oídos sin dejar de pasearle el cuchillo por aquel par de duros y turgentes melones que se gastaba la tierna chamaca –. Quiero que le pidas a don Agapito que te coma la concha… ¡Vamos, puta, pídeselo!

–Don A-ga-pito… cómame la conchaaa… –pidió tímidamente la yugoslava, presa del pánico, ante el temor de que el temible sujeto le fuera a rebanar las tetas.

–¡No escucho! ¡Dilo más fuerte! ¡Y pídelo “por favor”! ¿O no tienes educación, sucia ramera? –le ordenó el negro, provocando la carcajada de sus compañeros de festín yugoslavo.

–Don Agapito, por favor, ¡cómame la conchaaaa! –gritó Jelena con tal de darle gusto a ese negro horrible, mientras don Agapito, al ver nuevamente abierta y sólo para él esa sabrosa panocha rosada y de etnias yugoslavas, se sumió nuevamente en las aromáticas profundidades amorosas de la bella jovencita.

Jelena seguía con su lloriqueo mientras el jorobado seguía con su tarea chupadora. Los otros viejos reían y lo animaban, le pedían que la calentara para que, cuando ellos la perforaran, la Jelena se moviera más rico. Don Aquiles, de pronto, le dijo a don Agapito:

–Déjala por un rato Agapito, total no hay apuro, ven y tómate un trago que creo que lo necesitas. Y tú, zorra asquerosa, ni se te ocurra cerrar las piernas, te debes acostumbrar a tenerlas abiertas para nosotros, recuerda que hoy no te vas hasta que te hayamos probado los cuatro… ¡Jejejejé!

Mientras don Agapito se acercaba a ellos, todavía relamiéndose los restos de jugos vaginales que había logrado extraer de la panocha yugoslava, don Aquiles tuvo otra brillante idea:

–La chamaca aún está nerviosa y yo quiero que esté más relajadita cuando me la culee. ¿Por qué no vas y le preparas un traguito? –le pidió a don Salvatore, que ya se había sacado la camisa, dejando ver su dorso ancho y el pecho peludo.

–Pues no faltaba más –respondió don Salvatore mientras preparaba en un jarro cervecero una bomba de licor con base en cerveza y todos los tragos habidos y por haber; sus tres compañeros se fueron a la masa de pool para seguir martirizando a la pobre Jelena: fue el negro Roque quien le abrió la boca para comenzar a besarla y, al notar que ella no sacaba la lengua, le gritó:

–¡Mira, zorraaaa! ¡De verdad que ya me estás cansando! –y mientras le dijo esto la agarró nuevamente de los cabellos para sacarla casi arrastrando de la mesa. Sus amigos miraban entretenidos. Desde hacía mucho tiempo no les salía una puta tan altanera y porfiada como ésta. El negro hizo que se parara frente a él. Cuando Jelena se arreglaba los cabellos y le iba a decir que ya no se portaría mal, nuevamente ¡plafff! Un bofetón que recibía otra vez. Éste le llegó cerca de la oreja derecha. La yugoslava fue a dar al piso y sintió el tuuuuuuuu producto del severo cachuchazo que le habían dado. El negro agarró un grueso palo que fue a sacar al bar–. Yo quiero besarte y tú te quedas como una muerta. Ahora vas a sacar tu lengüita y la moverás junto con la mía, como si fuéramos novios, ¿escuchaste? Y si no lo haces, te juro que te mato a batazos.

–Noooo, por favor, don Roque, no me vaya a matar, le juro que ahora sí le haré caso en todo, pero por favor no me pegue, snifff, snifff…

–¡No te creo puta! ¡Desde que te conocí te has creído superior y aquí todas las putas son iguales! ¿Me escuchaste? –le gritaba el negro como verdadero energúmeno.

–¡No lo hare más, don Roque! ¡Le juro que no lo hare más! Pero no me vaya a matar a palos, snifff, sniffff…

–Así está mejor, perra. Ahora párate, que me da risa verte tirada en el suelo y en pelotas… Jejejejé…

Jelena se puso de pie, llorando y temerosa de que este sucio sujeto le siguiera pegando, hasta que nuevamente el negro comenzó a darle órdenes:

–Mira puta, en realidad no me convences mucho, pero te daré una última oportunidad –tomándola bruscamente la sentó en una silla y le mandó–: ¡ábrete de piernas!

Cuando Jelena quedó sentada abrió sus apetecibles muslos. El negro volvió a darle otra orden:

–Ahora voy a llamar a don Agapito y debes quedarte sentada porque ya te habrás dado cuenta de que él es mucho más chico que tú; te besarás con él como si fueran una pareja de recién enamorados; si no me convences, te pondré en cuatro patas y te voy a meter este palo hasta que te salga por la boca. ¿Escuchaste, maldita puta estúpida?

–Eh, sí… sí… ya escuché… lo haré, pero por favor no me vaya a meter ese palo por el culo, ¡porfiiiiis! Snifff.

–Entonces hazme caso, perra, bésalo apasionadamente y no quiero que cierres los ojos, porque así no se vale, ¡jejejejé!

Don Agapito, muy solícito y sonriente, se prestó para la penitencia a la cual estaban sometiendo a la bella chamaca. La yugoslava, al verlo parada frente a ella, casi se puso a vomitar, pero sabía lo que le pasaría si se ponía pesada con el negro, así que puso sus delicados brazos sobre los hombros del casi enano hombre. Cuando sintió que sus manos rozaban la dura joroba, la eslava se puso a temblar de nervios y repulsión. Miraba el feo rostro del enano y cómo éste reía con sus dientes negros y cariados. Cuando Jelena se percató de que era ella quien debía tomar la iniciativa, fue acercando su bello rostro de eslava hasta que juntó sus labios con los del jorobado, quien los mantenía abiertos. Don Agapito fue quien primero metió su lengua en la boca de la eslava. Ella, por su parte y para cumplir con su palabra, fue juntando y enredando su fresca lengua con la tibia y babosa de su ocasional pareja para comenzar el más apasionado y lujurioso beso forzado que jamás se había dado con nadie en su juvenil vida.

El beso era largo y parecía apasionado. Daba la impresión de que la eslava se estaba comiendo a don Agapito. Jelena, al estar besándose con aquel asqueroso hombre, sentía todas las hediondeces de su boca, pero tenía que hacerlo para que el negro no se fuera a enojar con ella y le volviera a pegar. Las salivas de ambos hacía rato que se habían juntado. Don Agapito se las arreglaba para que éstas fueran a dar a la boca de la yugoslava, a quien no le quedaba más remedio que ir tragándolas todas. Los amigos del jorobado ya sentían unas ganas tremendas de poseer a aquella diosa balcánica, pero dejaron que su amigo se entretuviera un rato más.

Don Agapito ya no daba más de calentura y, al ver que tenía a su total disposición aquel soberbio y escultural cuerpo, comenzó a sobar lentamente el bajo vientre de Jelena hasta llegar a su sedoso Monte de Venus, donde dio inicio a una suave masturbación para ver si lograba calentar a la eslava.

Cuando Jelena sintió los dedos violadores de aquel miserable, intentó cerrar sus piernas, pero con sólo recordar que el negro Roque pudiera estar observando aquella acción tuvo que conformarse con su realidad y dejar que aquel horrible y deforme vejete la masturbara a sus anchas. La yugoslava, ya medio asfixiada por tanto besuqueo, se separó un poco después del asqueroso beso para tomar un poco de aire, pero en el instante que se separó y don Agapito se lanzó como desesperado a chuparle una de sus vistosas ubres, escuchó la ya conocida voz del negro:

–¿Y quién te autorizó a que dejaras de besarlo, puta? Vamos, continúa.

La misma yugoslava tuvo que agarrar a don Agapito para besarlo nuevamente, no le fueran a pegar. En ese momento sintió que algo duro se le clavaba en el estómago. Se asustó cuando don Agapito guió su blanca manita para que le agarrara aquello que se le clavaba fuertemente en el cuerpo. A pesar de que el vejete aún estaba con ropa, la eslava captó al instante que esa gruesa y dura cosa que le estaban forzando a agarrar era la verga del asqueroso hombre. A pesar de que el beso le sabía repugnante, algo en su mente hizo que ella solita comenzara a masajear aquel grueso músculo carnoso. Lo hizo muy lentamente, ya que no quería que los demás viejos se dieran cuenta de ello, pero el único que ya sabía que la yugoslava lo estaba comenzando a pajear era don Agapito, a quien le había parecido sentir un lejano pero genuino gemido por parte de la potable hembra, pero no estaba seguro y, por lo mismo, ahora no quería separarse de aquel rico beso que se estaba mandando con la hermosa joven de orígenes europeos.

–¡Suficiente! –disparó el negro Roque, aunque le pareció notar que, cuando él dio la orden de alto, la pareja demoró mucho en separarse–. No me vas a decir que te estabas calentando, zorra malparida… ¡Jajajajá! ¿Lo vieron, muchachos? Parece que la rumana se puso caliente con el buen Agapito, jajajajá…

Don Agapito se retiró muy sonriente por lo que decía su amigo, pero por respeto a la joven que por algunos minutos había sentido como su mujer, no quiso confirmar que le había parecido que la chamaca lo estaba pajeando. Jelena, muy avergonzada por lo que estaba diciendo aquel miserable tipejo, y también condenándose a ella misma por haber sentido esa extraña necesidad de asirse fuertemente a la cosota que le había puesto don Agapito sobre el vientre, sólo atinó a secarse la boca con sus manitas para luego comenzar a mirarse las uñas como queriendo retirar de éstas una pequeña basurita que no existía. Nunca había tenido un arranque hormonal de ese tipo: ni siquiera en su noche de recién casada había tenido tal reacción. La hembra se estaba poniendo nerviosa, pero no por el miedo.

Don Salvatore y don Aquiles tomaron como una broma lo que le decía el negro a don Agapito para seguir fastidiando a la chamaca, ya que lo que le habían obligado a hacer era sencillamente asqueroso.

Mientras ellos seguían bebiendo y el negro ya se aprontaba para tomar posesión de su premio, obligaron a Jelena a beber del trago que le habían preparado. Era un jarro de un litro y medio de capacidad. Los cuatro hombres estaban encantados de beber con una hembra así, dueña de un cuerpazo espectacular, totalmente desnuda y ya casi sin remilgos ni pudores de andarse tapando ni mamadas parecidas. Le dijeron que desde ese momento hasta que amaneciera tenía que estar bebiendo con ellos y que, si se le terminaba el jarro, le prepararían más.

Jelena bebía lo que podía, era una extraña mezcla de todo un poco. Cuando ellos determinaron que la chamaca ya había bebido una cantidad considerable, le dieron luz verde al negro para que hiciera lo que tenía que hacer.

–¿Estás lista, chamaca? –le preguntó don Aquiles a Jelena mientras el negro se comenzaba a desvestir. La yugoslava, quien ya se encontraba con las mejillas sonrosadas, producto del licor que había sido obligada a beber, sólo atinó a mover ligeramente la cabeza en forma afirmativa, es decir, ella indicaba que ya estaba lista para ser poseída; la iban a culear y encima ella daba su aprobación. Jelena se sentía confundida, aún no asimilaba que faltaban pocos minutos para que entregara su cuerpo a un perfecto desconocido.

El negro Roque quedó totalmente en pelotas. Ya deseaba sentirse enterrado en el joven cuerpo de aquella diosa septentrional y balcánica. Lentamente fue acercándose a la desnuda yugoslava, quien nuevamente estaba aterrada. El negro quedó de pie frente al lugar donde ella estaba sentada. Como si aquello fuera lo más normal del mundo, le ordenó:

–¡Vamos, putonaaa! ¡Quiero que te pongas a chupar verga como una condenada!

Jelena encontraba realmente asqueroso lo que le estaban solicitando. Ella nunca en su vida había chupado una verga, por lo tanto no sabía cómo se hacía, pero entendía que no tenía de otra. Muy tímidamente puso su negra mirada sobre la cosa que el Roque le estaba mostrando. Para ella, esa verga no era grande ni chica, era solamente una verga como cualquier otra. Los golpes y malos tratos recibidos en el corto tiempo de haber conocido al tipejo, la bloqueaban como para darse el lujo de intentar el disfrute de la manera como este sucio sujeto se disponía a mancillar su persona y su cuerpo.

La yugoslava tomó torpemente aquella negra verga con su blanca manita y la apuntó hacia su boca roja y carnosa. Luego, sin pensarlo y sin mucho preámbulo, se la tragó lo más que pudo para comenzar a mamar como una pequeña ternerita. Al sentir su verga envuelta por la fresca lengua de Jelena, el negro casi enloqueció de placer. La tomó con ambas manazas de sus cabellos y comenzó a dirigir aquella deliciosa mamada. Movía violentamente la cabeza de Jelena de atrás para adelante. La nariz de la yugoslava se enredaba en los vellos púbicos del negro y la joven estaba casi ahogada. Sendos goterones de babas mezcladas con semen caían por entre las comisuras de sus labios rodando cuello abajo; la forma en que le metían y sacaban de su boca una negra verga hedionda y nervuda la hacían sentirse más baja que un mero animal, ni siquiera a las perras les hacían algo parecido, pensaba la mancillada eslava.

La feroz cogida bucal continuaba. El negro Roque gozaba a toda máquina, lo mismo que sus otros amigos, quienes no perdían detalle del sexual y salvaje trabajo oral que le estaban haciendo a Jelena. Los calentaba verla con su fina boquita totalmente ensartada de carne negra, sin aire, semiasfixiada y llorando por sus desdichas. El negro seguía metiendo y sacando su verga en forma acelerada. De vez en cuando hacía unos leves intervalos, pero sin sacar su cosa de la yugoslava cavidad oral; al contrario, era como si quisiera ahondar aún más dentro de ésta, como si esa boquita fuese una verdadera vagina.

En el momento en que el negro Roque se sintió satisfecho con la violación oral de Jelena, determinó que ya era hora de follársela como hacía tanto tiempo lo había estado deseando. Una vez que le sacó su verga de la boca, la tomó como sólo a él le gustaba: la levantó violentamente, tomada de sus cabellos, y se puso en dirección hacia la cama, arrastrándola como si la pobre yugoslava fuera cualquier cosa. Jelena lo seguía a duras penas para no caerse, con el rostro contraído más por la humillación que por el dolor. Una vez que llegaron al destino, simplemente la arrojó sobre el enorme lecho.

–¡Ahora, puta! ¡Te quiero bien abierta de patas porque te lo voy a meter, jajajá!

Jelena, totalmente horrorizada porque su hora había llegado, sólo atinó a acomodarse como pudo y abrió sus potentes muslos, dejando su panocha lo más expuesta que pudo. Este sujeto sería capaz de matarla a golpes si no lo obedecía. Los tres amigos del negro fueron a tomar ubicación alrededor del ring donde se llevaría a cabo el primer combate de la noche.

La aterrada yugoslava vio venir el desnudo y flaco cuerpo del negro Roque hacia donde ella estaba acostada. Sintió cómo éste se acomodaba sobre su esbelto cuerpo para luego percibir, aunque no la viera, cómo la verga de aquel delincuente hacía contacto con su eslava y delicada panocha. El primer intento del negro no dio en el blanco. En el momento de empujar su verga hacia la abertura íntima de Jelena, aquella resbaló y no pudo colarse en su objetivo. La yugoslava se mantenía quieta y con los ojos cerrados, sintiendo cómo aquella asquerosidad gorda y alargada urgía por meterse dentro de ella. Vino el segundo intento, también fallido. La eslava, inocentemente, pensaba que tal vez el negro iba a capitular y desistiría de continuar con sus intentos, pero en ese momento escuchó que el Roque decía a sus amigos:

–Ufff, esta putinga sí que está apretada, jajajajá, parece que el Paquito no la culeaba como ella se lo merece, jejejejé, hace tiempo que no me costaba tanto trabajo metérselo a una potranca como ésta –diciendo esto último, se reacomodó sobre el cuerpo de Jelena, cerró los ojos para concentrarse y empujó con todas sus fuerzas hacia el interior de la vagina yugoslava.

–¡¡¡Ahhhhhhhh!!! –fue el lamentoso y fuerte gemido de dolor que dio Jelena cuando sintió la impecable irrupción de aquella verga nueva y desconocida que violaba su cuerpo. Se la habían metido hasta la misma raíz y sólo fueron las dos bolas repletas de semen las que no pudieron entrar en el joven cuerpo de la yugoslava.

Una vez que el negro Roque se sintió completamente ensartado en aquel cómodo y tibio orificio, empezó a sobar el cuerpo de Jelena desde las caderas hacia arriba. Deseaba palpar con sus propias manos las diabólicas curvas de campeonato que poseía su joven víctima. Una vez satisfecho con esto, comenzó los calientes movimientos copulatorios. En un primer momento no pistoneaba con fuerza por querer atormentar a la tierna joven, como lo hacía con las otras putas del burdel, ni tampoco por darse placer a sí mismo, sino por instinto natural y animal, con esas ganas innatas que le dan a todo macho en el afán de poseer el cuerpo de la hembra, su compañera en el acto del apareamiento sexual.

Luego de que el negro pudo superar estos instintivos pero lujuriosos momentos, determinó que ahora se iba a comenzar a mover como le gustaba. Jelena, por su parte, aguantaba los movimientos de aquel horrendo tipejo que la estaba violando. Sentía que sus movimientos eran cada vez más acelerados y, efectivamente, el Roque quería darle la cogida de su vida a la pobre chamaca, que en esos momentos estaba muy lejos de sentir placer.

El negro metía y empujaba con fuerza, veía el rostro de Jelena bañado en lágrimas: por cada violento empuje que le asestaba, surgía un lastimero gemido de dolor desde la garganta de la joven eslava.

–¿Te gusta, putaaaaa? ¿Te gusta que te culeeeeeee? –exclamaba frente a su cara por cada ensartada que le pegaba. Jelena sólo lloraba. Ahora los movimientos del negro eran brutales, daba la impresión de que la quería matar a vergazos.

Jelena lloraba abiertamente. Nada de gemidos de placer, nada de sensaciones ricas, quería que todo esto parara, que el negro terminara lo más rápido posible para que ella regresara a su casa, pero supo lo lejos que estaba de sus intimas pretensiones cuando se percató de que don Aquiles y don Agapito se estaban quitando la ropa. Esas asquerosas visiones la transportaron a un estado en que ya nada tenía sentido en su vida. Desde ese momento se dio cuenta de que esto sólo estaba comenzando, por lo que de manera paulatina fueron cesando sus sollozos. Luego, sólo se escucharon en aquella habitación los bufidos de placer del negro, acompañados por los sonoros crujidos y rechinidos de la cama, producto del violento movimiento de cuerpos que se llevaba a cabo sobre ésta.

El negro ya estaba todo sudado por el esfuerzo de estar haciéndole un impecable trabajo a aquella suculenta hembra de orígenes europeos, quien también sudaba por la tremenda y animal culeada que le estaban pegando. En eso, el Roque quiso probar sus labios y comenzó a besarla. Jelena ya se había entregado a sus infortunios y secundó el asqueroso beso de su violador, correspondiéndole forzadamente, juntando su fresca lengüita, por segunda vez en la noche, con la de otro sujeto tan malviviente y asqueroso como el primero.

Por cada minuto que pasaba se cogían más salvajemente a la yugoslava. El negro no se cansaba de meterle la verga a su premio y se sentía en la gloria al percatarse de que sus cochinos besos eran correspondidos en forma casi ardorosa por Jelena.

–¡Que rico culeas, putitaaa! ¡Me tienes más que caliente, zorraaaa! ¿Te gusta cómo te culeoooo?

La yugoslava lo miró con odio mientras sentía las furiosas estocadas que le daba el ordinario hombre. No supo de dónde sacó el valor suficiente, pero cometió el gran error de contestarle altaneramente al que ahora la tomaba como si ella fuese su mujer.

–¡No! ¡Sólo lo hago por dinero porque ahora soy puta! ¡Y siempre que usted me lo haga será por el mismo motivo y no porque a mí me guste! ¡Usted me da ascooo! ¿Me escuchó?

El negro Roque se quedó sin habla. Lentamente fue parando la follada, ya que las salidas palabrotas de la chamaca eslava lo desconcentraron totalmente y toda la calentura que recientemente lo había hecho sentirse en el paraíso se fue transformando en un único y puro sentimiento: ¡ira!

–¿Y quién te crees, pendeja malparida, para venir a tratarme así? –¡Plaff! ¡Plaff! ¡Plaff!, fueron las tres sonoras y salvajes cachetadas que Jelena sintió en el rostro–. ¡Ahora vas a ver cómo trato a las putas cuando se me ponen soberbias!

Y cuando el negro ya había empuñado su mano para darle un seco puñetazo en el rostro, fue detenido por don Aquiles. A pesar de lo caliente que estaba al ver cómo el negro le estaba pegando a Jelena, le dijo:

–Acuérdate, chulo de mierda, nada de marcas en la cara o, si no, te vas largando de la fiesta.

Jelena ahora sólo lloraba por el miedo de que ese negro le fuera a seguir pegando.

–Pues me iré, pero primero le enseñaré a esta perra cómo debe comportarse y mañana me la iré a seguir culeando en su misma casa –cuando dijo esto último, ninguno de los otros tres pareció interesado en sus argumentos, así que cuando el negro tomó por el cuello a la yugoslava, como en preparación del fuerte puñete que se preparaba a darle, Jelena fue quien tuvo que salir en su propia defensa:

–¡Noooooo! ¡Por favor, don Roquitoooo! ¡No me pegueeee! ¡Me portaré bien y haré todo lo que usted diga pero, por favorrr, ya no me pegueeeee! ¡Snif, sniff, sniiiiiifff!

–Tú te lo buscas, puta, estábamos culeando tan rico y me sales con tus mamadas de orgullo. ¡Desde hoy ese es un derecho que tú no puedes permitirte, o al menos conmigo! ¿Te queda claro, zorraaaaaa?

–Sí, sí, me queda claro, don Roque, ¡nunca más lo haré!

–¡Mira, chamacaaaa! ¡Te lo digo en serioooo! La próxima vez que me salgas con otra de tus mamadas te juro que te voy a moler a palos y luego te violaré, así que hazlo por tu propio bien.

–Sí, se lo juro, ¡nunca mássssss!

–Y ahora, como me dijiste que yo te daba asco, vamos a ver qué tan cierto es lo refinada y delicada que eres. ¡Agapitoooo! Es tu turno…

La joven yugoslava quedó horrorizada al escuchar el nombre del abusador con quien, por legítimo turno, según lo acordado por ellos, le correspondería compartir su cuerpo. Las náuseas y el asco se apoderaron totalmente de su persona cuando sus negros ojos se posaron en la asquerosa figura de don Agapito, y casi enloqueció de pavor al darse cuenta de que este repugnante engendro se estaba desnudando ante su asustada mirada. Hasta los efectos del alcohol que había bebido desaparecieron con la impresión.

Jelena, desnuda y desprotegida como estaba en esa sucia cama de burdel barato, ya entendía que no tenía salvación alguna: en pocos momentos sería poseída por aquel horrible y desfigurado viejo, y lo más lamentable de su desventurada situación era que le estaba prohibido oponer resistencia. Sabía que ese hombre se la cogería y ella tendría que permitirlo, era el trato que había contraído con sus violadores.

Don Agapito quedó completamente desnudo, mostrando su cuerpo malformado frente a los asustados ojos de su víctima que, por ahora, solo veían la prominente joroba peluda de aquel infeliz que ya se sobaba las manos al saber que tenía a su disposición a tan suculenta hembra, a la que estaba dispuesto a convertir en su mujer con todas las letras. En pocos momentos seria su compañera sexual, sus amigos habían rellenado los vasos y fumaban sentados alrededor de la cama en que se llevaría tan desnaturalizado y desigual acoplamiento copulatorio.

Estos, con sólo ver el alucinante y potente cuerpo de diosa de la joven chamaca de orígenes eslavos, que estaba a punto de ser mancillada por tan abominable y horrible vejestorio, sentían que se elevaba aún más el nivel de morbosidad que se vivía entre aquellas cuatro paredes del privado de don Aquiles Baeza.

Jelena lo vio venir: don Agapito se acercaba rengueando y notoriamente inclinado debido a su malformación, pero el nivel de turbación y espanto de la joven aumentó aún más cuando pudo notar que aquella criatura con forma de hombre, que la iba a violar, tenía entre sus piernas un grueso y venoso colgajo de carne que nacía de una enmarañada mata de pelos negros y gruesos, casi tocaba el suelo y era escoltado por dos grandes bolas que subían y bajaban como si, por momentos, una fuera más pesada que la otra; para la joven era como ver la extraña mutación de algún animal en vías de extinción: esa cosa estaba totalmente desproporcionada con el cuerpo y, cuando vislumbró que aquella terrible herramienta del jorobado iba a entrar en su cosita, cerró instintivamente sus piernas desnudas como genuina e innata señal de rechazo y autoprotección.

Al mirar a los calientes espectadores de ese peculiar show de sexo en vivo, en el que ella era la protagonista principal, sus alarmados ojos se cruzaron con los del negro Roque quien, desnudo, se masajeaba la verga, expectante por lo que iba a suceder en aquel inmundo lecho. La yugoslava recordó lo que le esperaba si ella no cooperaba, por lo que, nuevamente y en forma pausada, fue abriendo las piernas para dar paso a la íntima entrada hacia su cuerpo, acomodándose para que aquella calamidad humana hiciera lo que quisiera con ella.

Don Agapito se subió a la cama y posó sus impactantes malformaciones junto al desnudo y curvilíneo cuerpo de la eslava. El viejo estaba tembloroso, la situación estaba para llegar y tomar lo que a él le correspondía, pero quería darse tiempo para recorrer a sus anchas el cuerpo de tan suculenta hembra, que tenía a su entera disposición. Jelena había cerrado los ojos, no quería mirar cómo aquel hombrecillo iba a tomar posesión de sus carnes.

El hombre, consciente de que tenía la aprobación de la joven para que él hiciese con ella cualquier cosa, comenzó a correrle la mano de una forma casi cariñosa y paternal, pero esas caricias resultaban crudamente repugnantes para ella. El jorobado le amasaba las tetas suavemente, quería sentir su firmeza, y casi enloqueció al palpar las suavidades que le ofrecía aquel infernal cuerpo de diosa balcánica que yacía acostada a su lado. Fue acercando su apestosa boca a los semiabiertos labios de la yugoslava para comenzar a besarla nuevamente, como si ambos fueran una feliz pareja de recién casados. A Jelena, quien ya casi tenía una perfecta idea de cuáles eran sus nuevas obligaciones para con aquellos hombres, no le quedó más remedio que secundarlo y consentir aquel empalagoso besuqueo que le daba el asqueroso hombre con joroba.

El atracón de bocas era largo y baboso. El lujurioso besuqueo parecía apasionado por el empeño que ponía don Agapito, quien ya había bajado la mano para tomar posesión de aquella preciosa rajadura con pelitos castaños claros, alternando las caricias vaginales con sonoras sobadas en los portentosos muslos de su compañera de cama. Jelena yacía como muerta: el único músculo de su cuerpo que se movía en esos momentos era el de su fresca lengua, enredada con la de un feliz Agapito.

Los amigotes del vejestorio, que en estos momentos se adueñaba del cuerpo de la yugoslava, se encontraban en total estado de morbosa alucinación. Sus desequilibrados y lujuriosos temperamentos ya ansiaban ver la desproporcionada unión de los cuerpos de Jelena y don Agapito. El viejo seguía masturbando la sonrosada vagina y el clítoris. Él sabía que el propósito de que tan maravillosa fémina fuera a calentarse con él era casi inútil: se sabía feo y asqueroso; le quedaba claro que todas las mujeres y algunas jovencitas que se habían apareado con él sólo lo hacían por dinero, o por un poco de droga, pero él ya estaba acostumbrado, por lo que su preocupación sólo era la de darse el máximo de placer posible con las diabólicas formas de la tremenda chiquilla acostada con él.

–¡Vamos, viejo de mierda, déjate de mamadas y enchúfaselo ya a esa siberiana! ¡Jajajajá! ­–animaba el negro Roque a don Agapito.

–¡Nooo! Yo prefiero que la puta primero se la chupe, con la tranca que se gasta este animal lo más seguro es que la mate. ¡Jajajajá! –sugirió don Salvatore, quien no dejó de corregir–: ¡Y es yugoslava, carajo!

Don Aquiles miraba la caliente escena con un brillo siniestro en sus ojos. El delincuente grandulón parecía un verdadero oso por su porte y por ser muy peludo. Tenía claro que, de todos los presentes, el único que le ganaba en poderío vergal era don Agapito. Él esperaría su turno y sabía que no sólo la tranca del jorobado era la que iba a dejar adolorido cada orificio de la joven eslava.

Jelena seguía besándose esforzadamente con el viejo jorobado. Desde que aquel infeliz sujeto se había subido a la cama, ella había mantenido los ojos cerrados. De pronto, sintió que algo se movía en su estómago: era don Agapito, que había posado su descomunal vergota sobre el aterciopelado y suave vientre de la joven. La yugoslava sentía como si fuese una serpiente la que se paseaba sobre se cuerpo. La sentía húmedamente resbalosa y pegajosa: ya sabía que aquel aparato podía adquirir una dureza terriblemente peligrosa para ella, por lo que prefirió seguir comiéndose la boca del jorobado a tener que aguantar que le metieran tal ciclópeo pedazo de carne caliente adentro de su cuerpo. Sabía que aquello iba a suceder, pero tenía que seguir postergando el espeluznante momento.

–A ver, mi niña, ahora quiero que me la chupes –ordenó de pronto don Agapito, arrodillándose en la cama y poniendo su tremenda verga muy cerca de la cara de la eslava.

Debido a su inexperiencia, Jelena no había considerado la posibilidad de que en algún momento iba a tener que chupar más verga. Sólo atinó a abrir sus ojos y fue cuando pudo ver la notable tranca parada que nacía desde el pequeño y arrugado cuerpo de don Agapito. Por más asqueada que se encontrara la nena, sus ojos no pestañearon ante la impactante visión de aquella gruesa monstruosidad carnal que se mecía sólo a centímetros de su rostro. Por un momento pensó que si se la metía en la boca, tal como lo había hecho con el negro Roque, esta vez corría el riesgo de que la desbocaran o la desmandibulizaran, aunque determinó que el negro poseía una verguita en comparación con la grotesca herramienta que ostentaba el jorobado.

Don Agapito tomó las suaves manitas de Jelena y las fue llevando en dirección a su aparato. Cuando la yugoslava sintió esa caliente barra de carne entre sus palmas, no supo por qué ni cómo, pero sintió un vibrante escalofrío que recorrió fugazmente su cuerpo y la animó a asirse firme e innatamente de ese monstruoso falo que le pedía ser chupado. Pensó que con eso se salvaría de la irrupción de don Agapito dentro de sus carnes: tras estudiar la desproporcionada longitud de aquella gruesa estaca de carne en comparación con las dimensiones corporales de su dueño, aceptó que no tenía más opción que comenzar a mamarle la verga al jorobado, por lo que apuntó aquella asquerosa y hedionda verga animalesca a su boca y, como pudo, intentó engullir la cabeza en su cavidad oral. La tarea fue infructuosa debido al tamaño de la verga y pensó que, tal vez, lamiendo y lengüeteando, su desconocido y violador amante se daría por satisfecho.

Así fue que Jelena lamía y lengüeteaba como podía. Aún se mantenía agarrada a dos manos de aquel grueso falo y no supo en qué momento ya recorría con sus dos manitas toda la extensión carnal que en estos momentos besaba a petición de su dueño: sabía que estaba siendo utilizada y violada como consecuencia de sus infortunios.

–¡Así, mi niñaaa! ¡Ohhhh! ¡Qué bien la mamas, putitaaaa! ¡Así! ¡Bésalaaaa, mamasotaaa! ¡Vamos! ¡Chupa con más ganassss! ¡Ohhh! ¡Ahhhhhh! –bufaba don Agapito, mirando cómo aquella hermosa joven de etnias eslavas le estaba dando una de las mejores chupadas de verga jamás vividas en su miserable existencia. Jelena, en estos momentos, chupaba la vergota como si fuera su biberón.

El viejo jorobado estaba en la gloria. Cada tierna frotación con las delicadas palmas de las suaves manos de la joven; cada serie de besos, lamidas y chupetones que asestaba esa carnosa boca en su gruesa verga; cada aceitosa succión de los que parecían unos insaciables labios; cada estimulante envolvimiento de glande con la fresca y lozana lengua,  lo transportaba a una dimensión paradisiaca: el placer bucal que le estaba regalando la yugoslava era inigualable.

Jelena sentía en su boca la rigidez de aquel ariete vergal. No entendía cómo, a pesar de la fealdad del horripilante sujeto, esto ya no hacía mella en su grácil temperamento. Ya llevaba unos buenos minutos en la tarea mamadora y sentía para sus adentros que no podía parar: la atraían ese sabor salado, ese fuerte aroma a verga que ya había impregnado su boca y sus fosas nasales. Don Agapito la instó a que lentamente fueran cambiando de posición hasta quedar ella en cuatro patas y él, recostado incómodamente de espaldas, debido a su joroba. Él deseaba que ella continuara con su labor mamadora con la finalidad de que sus camaradas disfrutaran las diabólicas nalgas y los poderosos muslos de aquella hembra infernal.

Los viejos malvivientes quedaron aún más embobados con la nueva posición en que se encontraba Jelena mamándole la verga al jorobado. La veían puesta en cuatro patas, con su rotundo y magnifico culo bien parado, con el agujero del ano y la panocha expuestos. La hembrota luchaba por meterse una buena parte de aquella caliente masa de carne lo más que pudiera en su boquita, aunque sólo le hubieran ordenado chuparla, y se extrañaba de que, a estas alturas, ya no encontrara tan desagradable esta humillante tarea. Sentía las ásperas manos de don Agapito acariciarle los cabellos y eso la hacía sentir bien. Este viejo no era como el negro Roque, que sólo parecía disfrutar humillándola y golpeándola. La yugoslava ya hacía sus comparaciones, por lo que ahora determinó que ella correspondería con agradecidas mamadas de verga a la ternura con que la trataba don Agapito.

A escasa distancia de donde se llevaba cabo la asquerosa felación, don Aquiles hacía oír sus apreciaciones a los demás compinches:

–Me da la impresión de que la checa se está calentando. Miren la forma en que está chupando verga, parece que estuviera hambrienta –dijo en el momento en que Jelena, tras superar algunas dificultades, había logrado meterse un cuarto de verga en la boca y ahora subía y bajaba su cabeza en forma acelerada, combinando eso con algunos deslizamientos de labios y lengua para deleite de su feo compañero sexual, que se encontraba perdido en los placeres que le otorgaba aquella diosa europea.

–Yugoslava, con una mierda, yugoslava –insistió don Salvatore, sin despegar la vista de los involuntarios guiños que hacían el ano, las nalgas y la zorra jelenísticas al acompasarse con los movimientos mamatorios de su dueña.

–No lo creo –respondió el negro Roque desde el sillón en que se estaba masturbando, ya que la caliente escena que se vivía en la lujuriosa cama no era para menos, pero por dentro el negro también intuía que cabía la posibilidad de que la yugoslava, a lo mejor, ya pudiera estar caliente, aunque no daba crédito al hecho de que pudiera haberse calentado con un viejo deformado y feo, y de que no lo hubiera hecho con él, que se creía todo un macho: con sólo pensar en esto último se ponía molesto–. Sólo lo está haciendo porque ya entiende cuáles son sus deberes de puta.

Mientras tanto, en la cama, don Agapito puso en conocimiento de su víctima que le había llegado la hora, es decir, que se la iba a culear:

–Ya, mi niña, deja de chupar mi verga y prepárate porque te voy a convertir en mi mujer, jijijí. Vamos, ponte de espaldas y ábrete de patas como al principio, estarás cómoda y no te preocupes, que te la meteré con cuidado para no rajarte, ya te habrás dado cuenta de lo grande que la tengo, ¿verdad?

Jelena, quien por unos minutos había estado ensimismada chupando ese tremendo aparato, volvió a su realidad, ahora le iban a meter esa tremenda cosa. La yugoslava sólo atinó a asentir con su cabeza y a obedecer lo que le mandaban. Recostó su delineada anatomía y abrió las piernas. Un tremendo terror se apoderó nuevamente de su mente y de su cuerpo, y ya no era por la fealdad de aquel sujeto: la deliciosa mamada que le había estado practicando, sumada al casi tierno trato que le daba este viejito deforme, habían ayudado a disipar la fealdad de su rostro y cuerpo; ahora, lo que la tenía horrorizada era la irrupción de ese tremendo y grueso pedazo de carne, pensaba que no le iba a caber. Su oscuro color y su descomunal medida le hacían pensar que esa tremenda vergota era similar a la de un caballo, pues alguna vez vio en su lejano pueblo cómo se apareaban un potro y una yegua.

Don Agapito se fue acomodando entre los muslos de la yugoslava. Ella respiraba aceleradamente por lo que le iba a suceder. El jorobado trepó hacia sus duras y turgentes ubres para comenzar a mamárselas de una en una, las chupaba y las lamía como un bebito. Jelena sólo lo miraba, asustada. Él subió por las fragancias de su cuello hasta llegar a las orejas: esas lamidas hacían que a la eslava se le erizaran todos las vellitos de su cuerpo pues lo veía feo y asqueroso, y notaba la desesperación de aquel hombrecillo por entrar en su cuerpo. Nuevamente se besaron y Jelena, sin que nadie se lo pidiera, por razones plenamente naturales y de manera instintiva, dirigió sus delicadas manitas hacia la tranca que estaba a segundos de meterse en sus intimidades para agarrarse firmemente a ella.

El jorobado decidió que ya era suficiente besuqueo. Bajó nuevamente por el suculento cuerpo de la joven hembra, que se mantenía con sus bellas piernas bien abiertas, y comenzó a masajearse la verga para alcanzar la rigidez necesaria e irrumpir dentro de aquel cuerpo eslavo. Jelena, quien al principio de esta fatídica tarde cerraba sus ojos ante cada degenerada situación que el cuarteto de maleantes le estaba obligando a vivir, ahora estudiaba al hombre que se preparaba para meterle la verga. Lo veía pequeño y encorvado, con su notoria protuberancia en la espalda pero con una tranca gruesa y grandota, bien parada y apuntando hacia el techo. La imagen de aquel adefesio humano era demencial y casi demoniaca, aunque muy a su pesar y muy para ella misma… ¡excitante!

El vetusto hombre posó la ancha cabeza de su verga en la apretada entrada íntima de Jelena. En comparación con el intruso, ésta era pequeñísima: hasta el negro Roque la había encontrado estrecha cuando se la había metido una hora antes. Don Agapito se detuvo unos instantes, pues sabía lo que podía provocar si no lo hacía con cuidado. La hembra se mantenía expectante y asustada, el vejete deformado presionó y empujó con fuerzas para ver cuánto podía meter: la yugoslava lanzó un lastimero gemido de dolor que retumbó por toda la habitación. Los espectadores temblaban de lujuria, pues sabían lo que le esperaba a la potable jovencita.

–¡Ahhhhhh…! ¡Ohhhhh…! ¡Nooo, por favorrrr! ¡No lo haga, me mataaa!– pedía Jelena entre asustados gritos de pavor al sentir en sus carnes íntimas el inmenso dolor que le producía el empuje vergal.

Don Agapito, por mucho que le gustara la chamaca, no prestó atención a las sollozantes peticiones de su víctima. Luego de volver a acomodarse tomó otro impulso aún más violento que el anterior. El jorobado, con un leve meneo de cadera, se abrió paso entre las jóvenes carnes de Jelena y fue introduciendo su descomunal miembro hacia los cálidos interiores de la yugoslava quien, al sentir la violenta irrupción de la verga que consumaba así la violación de su cuerpo, sólo atinó a cerrar fuertemente los ojos y a taparse la boca con ambas manos en señal de dolor y resignación.

Aún faltaba la mitad de la longitud de la enorme tranca para completar la penetración. La yugoslava, manteniendo sumisamente la posición de puta personal que había contraído con aquellos aprovechadores, se mantuvo quietecita y con sus piernotas bien abiertas en señal de que, a pesar del calvario y tormento que estaba padeciendo, cumpliría con lo acordado. Cuando la gruesa verga ya estaba enterrada hasta la mitad de la eslava vagina, el jorobado terminó por metérsela hasta la misma raíz con un sólido y fuerte empujón. El chasquido de carnes y jugos interiores sonaron vibrantemente dando a entender a los calientes mirones ahí reunidos que la violación estaba consumada: la yugoslava se había comido el descomunal falo del deformado don Agapito.

–¡Ayyyyyyyyyyy! ¡Sniff! ¡Snifff! ¡Me dueleeee! ¡Ayyyyyyy! ¡No, por favorrrr! ¡No se muevaaaaa que me dueleeeeeee! ¡Snifff! ¡Snifffff! –lloraba, adolorida, la dulce Jelena.

–Tranquila, putita, ya verás que luego la aguantarás toda y me pedirás que te la meta aún más fuerte que ahora, tienes un cuerpazo espectacular que está hecho para ser poseído por vergotas de todos los portes, jijijí, yo sé por qué te lo digo, mi niña –le decía don Agapito al tiempo que cerraba sus verrugosos ojos para sentir y deleitarse con los placenteros y cálidos interiores de la bella muchacha.

Jelena lo aguantaba todo. Abrió sus negros ojos y vio la cabeza del jorobado más abajo de sus tetas. El vejete estaba empotrado en su cuerpo y ella, con sus piernotas bien abiertas en señal de que aceptaba la brutal y desproporcionada penetración. El viejo había comenzado a moverse lentamente. Por cada meneo que éste hacía se producía un suplicio infernal en la tierna chamaca. Los jadeos y movimientos de pistón fueron aumentando a medida que don Agapito notaba que su compañera lo soportaba. Sonoros gemidos de dolor y resistencia brotaban de los labios de Jelena, quien sentía cómo esa larga vara carnal se paseaba ajustadamente en medio de sus piernas, dentro de su vagina y en lo más profundo de su vientre.

La cogida que le estaban pegando a Jelena era magistral. Don Agapito se movía como un perro caliente al montar a su perra. Si bien el viejo era amorfo, éste tenía las fuerzas de un Hércules. Cuando ya llevaban varios minutos de una caliente cogida, la cama comenzó a moverse de atrás hacia adelante en forma aceleradamente fogosa, producto del empeño que ponía el macho en aquella inusual sesión de apareamiento. La madera de la cabecera pegaba fuertemente contra la pared, por lo que aparte de gemidos de dolor y placer, sonidos de cuerpos que se frotan, jadeos y suspiros, los rechinidos de la cama también se sumaban al ¡pof! ¡pof! ¡pof! ¡pof! que hacía la cabecera al azotarse contra la pared, demostrando la firmeza con que se estaban culeando a Jelena.

Ambos cuerpos sudaban. Nunca en su vida la yugoslava había vivido una relación tan bestial como la cogida de campeonato que le estaban pegando y fue cuando, para sorpresa de todos los presentes, un auténtico gemido de placer brotó sonora e inconteniblemente de la garganta de la joven y hermosa eslava que, al parecer, se había rendido frente a la infartante culeada que le asestaba don Agapito.

Jelena, para beneplácito de todos los presentes y especialmente de don Agapito, comenzó a menear sutilmente sus caderas, procurando no demostrar a los ahí reunidos lo que le estaba ocurriendo, pues esa cogidota le había comenzado a gustar. Fue algo extraño, pensaba ella (si se puede decir que algo pensaba en esos momentos), ya que a pesar del inmenso y desnaturalizado dolor que sintió al principio, lo que ahora le pasaba era muy distinto: sentía agradable y placentera esa tranca que le clavaban y, a medida que el jorobado aceleraba los movimientos, una imperiosa necesidad carnal la invitaba a la urgencia de moverse, de corresponder los vergazos de ese enano.

Esto era muy sabroso para la joven y ya caliente yugoslava. Ni con su marido había sentido algo parecido y lo más raro de todo era que la tremenda fealdad de su violador la calentaba aún más. Se dejó llevar por las extrañas emociones y sensaciones que la asaltaban y, lentamente, abrazó como pudo a su feo compañero sexual.

Cuando los tres amigotes del jorobado comprobaron que Jelena había sido sometida al poder de la verga por los insinuadores gemidos de placer de la hembra, porque ésta secundaba a Agapito en sus movimientos y porque ella, con sus delicadas manitas y dedos le aplicaba algo parecido a un suave y cariñoso masaje en la joroba, sólo atinaron a aplaudir la tremenda y osada victoria que había logrado el detestable viejo sobre la soberbia y altanera potranca que, en estos momentos, culeaba con todas la de la ley y con todas sus letras.

La yugoslava y don Agapito fueron cambiando de posición. A estas alturas ya nada le importaba a la hembra, ni siquiera la presencia de otros hombres mirando cómo era gozada por un asqueroso viejo jorobado y cómo ella, emputecida, lo disfrutaba. El placer era mayor que cualquier sensación de pudor. Una vez que estuvo completamente ensartada encima de la verga de don Agapito, montada sobre éste, realizó con sus caderas una sucesión de giros, completos o entrecortados, mirándolo hacia abajo, ya que el vejete había quedado semisepultado entre las piernotas jelenísticas y con su cabeza a la altura del ombligo de la potente yugoslava. Al pobre sólo se le veían los pies sobresaliendo bajo las contundentes nalgas de la joven; daba la impresión de que Jelena se culeaba sola, pero la vergota era real y mortífera, así que la caliente mujer se movía exquisitamente rápido, comiéndosela por completo. Mientras más rápido se agitaba la joven yugoslava, más aplausos recibía de parte del respetable público allí presente.

Don Agapito, nuevamente, se abrazó al imponente cuerpo de la joven, se enderezó como pudo y la recostó de espaldas para ser él quien la culeara a ella y no al revés. A la yugoslava le encantaba comprobar que aquel hombrecillo se las podía arreglar perfectamente para tener relaciones con una mujer como ella. El jorobado, de vez en cuando, sacaba su miembro en su casi total longitud para después, con imperiosa autoridad, volver a introducirlo, de tal manera que daba la impresión de que era el femenino conducto vaginal el que estaba succionando su larga y envarada verga. En el placentero vaivén de tan caliente y lujuriosa escena, de aquella succión vergal y del sonoro golpeteo de ambos cuerpos, los amantes dejaban escapar inequívocos gemidos de placer que mostraban a los demás que uno y otra estaban disfrutando la cogida como poseídos.

Cuando las serruchadas del vejete se volvieron infernales, la potente yugoslava sintió algo jamás experimentado por su cuerpo: tenía unas tremendas ganas de complementarse de cualquier manera posible con aquella gigantesca tranca que la perforaba hasta lo más recóndito de su cuerpo por lo que, agarrándose firmemente a los travesaños del respaldo de la cama, comenzó a mover sus ancas lo más fuerte que podía, desde atrás y hacia adelante, combinando eso con desquiciantes movimientos ondulatorios, trepidatorios y de embestidas. Fue tal su frenesí que casi llegó a levantar al pequeño jorobado unos buenos centímetros sobre el nivel de la cama, sosteniéndolo de la verga con su hambrienta panocha, hasta que su cuerpo ya no pudo más y explotó en un enloquecedor y espasmódico orgasmo jamás experimentado por mujer alguna.

–¡Ohhhhhhhh! ¡Dios! ¿Qué es estooo? ¿Cómo se llama estooo? ¡Ahhh! ¡Ricooo! ¡Qué ricooooo! ¡Ay, me muero! ¡Me muerooo! ¡Don Agapitoooo! ¡Métamelo más fuertee! ¡Más firmeee! ¡Más adentroooo! ¡Ayyyyyyy! ¡Siento que me estoy meandooooooo! ¡Ahhhhhhhhhhhh!

Cuando el jorobado notó los violentos estremecimientos que sacudían a la excitada mujer que compartía su placer y al escuchar la calentura con que le pedía que la despedazara, se enterró con todas sus fuerzas para soltar su abundante chorreada de espesos líquidos blancos y seminales en el interior del eslavo vientre de la joven yugoslava. En total fueron como siete expulsiones de hirviente y grumoso semen las que Jelena recibió en el interior de su casi virginal útero.

–¡Ahhhhh, mamita, méate todo lo que quierasss! ¡Te estás viniendo, grandísima putaaaa! ¡Tomaaaa! ¡Recibe todo el semen que mis bolas han acumulado sólo para ti, mi niñaaaa! ¡Oh, esto es el cielooo! ¡Me vengooo!

Por ahora, todo había acabado. Don Agapito, como pudo, se desclavó del joven cuerpo que acababa de acoplarse con él. Jelena mantenía los ojos cerrados y sus bellas piernas abiertas, con su panocha rebosante de semen de macho, aunque era muy poca la cantidad que escurría desde su interior. Cuando don Agapito se recompuso, vio que sus calientes amigos lo vitoreaban y aplaudían por la tarea realizada.

–¿Notaron la cara de puta que pone Jelena cuando se viene? –comentó don Aquiles con tono de conocedor.

–Y miren cómo se le paran los pezones y el clítoris a la niña remilgada cuando siente una buena verga dentro de ella –agregó Salvatore.

En eso, sin aguantar más, el negro Roque salió corriendo en dirección hacia la cama y, como pudo, se acomodó muy cerca del rostro femeninamente eslavo de la hembra. Se peló la verga hasta que chorreó todo su cimarrón y caliente semen en la asustada carita de Jelena, que aún no entendía qué era lo que estaba pasando. El negro acabó en su cara entre sonoros bufidos de placer: una blanca traza de blanquecina y espesa leche cruzó el rostro de la yugoslava; otro proyectil cremoso chocó en uno de sus ojos y los demás se chorrearon por las mejillas, la frente, el cabello y los labios de Jelena. Una vez que el Roque vertió hasta la última gota de su esperma, también fue aplaudido por los demás, incluyendo al victorioso Agapito.

–Por Dios, Agapito, cómo hiciste que se corriera esta perra, se nota que estaba necesitada de verga –le dijo don Aquiles al jorobado, al tiempo que le pasaba una bata  para que se cubriera y fuera con ellos a la barra a tomarse un reconfortante trago de vino junto al recién deslechado negro Roque, quien también recibió su bata–. ¡Y tú, grandísima puta, quédate acostada, desnuda y perniabierta, que aún no terminamos contigo! ¡No te limpies la cara! ¡Y como ya vimos lo buena que eres para la verga, queremos que pongas el mismo empeño cuando nos toque turno! ¡Como lo acabas de hacer! ¿Te queda claro?

Jelena sólo movió su rostro aún bañado en semen de manera afirmativa ante el grito de don Aquiles. Cuando notó que los cuatro hombrones estaban bebiendo en el bar y de cómo se reían al comentar la forma desesperada como ella había copulado con el jorobado, detallando aspectos de su cuerpo, su cara y sus agujeros, se acurrucó en posición fetal. Lloró amargamente por lo recién ocurrido: en pocas horas había dejado de ser una respetable mujer casada, la habían obligado a desnudarse, la habían exhibido frente a una treintena de hombres, la habían rifado y manoseado, había sido besada en la boca por dos extraños, le habían metido dos vergas distintas en menos de dos horas, le habían moqueado la cara y un viejo feo, asqueroso y con joroba, había violado su cuerpo… y a ella le había gustado.

(Continuará)