Los hombres picaros
Nuestra protagonista goza de una follada como nunca la ha recibido en su vida.
Nos conocimos a través de Alberto, un amigo común. Pancho era, al decir de Alberto, flor de pícaro con las mujeres. Alberto, por su lado, no era ningún santo, pero como era amigo de mi marido siempre me había mirado con cierto respeto, lo cual me daba una bronca bárbara, ya que él estaba muy bueno y los escasos orgasmos que tenía con mi marido se los debía a él.
El asunto es que Pancho no era una locura, pero no sé por qué, quizá porque los hombres pícaros siempre me dan un dolorcito del lado interior de la pelvis, apenas lo vi, me dio un golpe en el pecho y el corazón me palpitó más rápido.
No sé si puse cara de estúpida, o que cuando me pongo caliente con alguien pongo una cara especial o que, simplemente, que él era gran conocedor de las reacciones femeninas. El tema es que, como si notase como me sentía yo, me lanzó una sonrisa muy sutil entremedio de las miradas de mi marido y de los demás, sólo con sus ojos, que dejó marcado en nuestras historias algún momento posterior muy intenso.
Luego de aquel encuentro inicial seguimos viéndonos en muchas ocasiones, aunque siempre con mi marido presente o en encuentros y reuniones de amigos: comidas, asados, idas al cine. Pero nunca faltaban entre nosotros aquellas miraditas, aquellos comentarios, que mantenían aquel acuerdo tácito de que allí había un asunto pendiente.
Durante algunos de esos encuentros recuerdo una ocasión que estabamos jugando al truco y formamos pareja con Pancho. Entre risas y chistes, jugábamos para divertirnos contra mi marido y Sandra, una amiga del grupo.
Grito va, envido viene, seña va, seña viene, de pronto me equivoqué en una seña. Pancho se rió y me siguió. Como si fuera broma, me hizo otra seña equivocada. Luego de esa seña ya no me importó demasiado el partido. Prefería seguir bromeando con Pancho y hacernos señas ocultas, haciéndonos guiñadas, mordiéndonos el labio inferior y pasándonos la lengua por los labios con excesiva lentitud.
Nuestras risas ya no eran tan carcajadas y sí eran cada vez más nerviosas. A todo esto mi marido estaba en otra. Él sí jugaba en serio y quizá por todo el vino que había tomado no se daba cuenta de nada de lo que allí pasaba.
Aquella partida ya se había transformado en un suplicio y sólo deseaba que se terminara de una vez, ya que yo estaba tan caliente que temía que en cualquier momento todo iba a reventar. O que mi marido se iba a dar cuenta o yo me iba a llevar a Pancho a algún sitio privado para hacerle saber cómo me sentía.
Cuando llegó la hora de irse mi marido ya estaba bastante borracho y yo tuve que manejar hasta casa.
Nos fuimos al cuarto y cuando yo salí del baño sentía que tenía el clítoris tan inflamado que casi debía caminar con las piernas entreabiertas. Caliente como estaba me llevé una gran desilusión, él ya estaba dormido como un tronco.
Me tiré sobre la cama y comencé a acariciarle el bulto por encima del pantalón para ver si lo despertaba un poco. Lo único que obtuve como respuesta fue un resoplido y girando sobre sí mismo quedó boca abajo dando profundos ronquidos.
Me levanté de la cama, me fui hacia el baño y tomando, de la repisa, un tubo de desodorante, de unos que tenían la tapa redonda, me senté sobre el bidé. Abriendo mis piernas comencé a acariciarme el clítoris con el desodorante en una mano y a tocarme las tetas con la otra mientras me imaginaba que por la puerta del baño entraba Pancho.
No podía imaginarme con mucho detenimiento, porque con sólo pensarlo me subían unas sensaciones indescriptibles desde la vagina hacia el estómago y la garganta y unas ganas de acabarme que no podía contener. Entonces apuré los trámites. Me imaginé que se bajaba rápidamente los pantalones y con un ágil movimiento me introducía, de rodillas contra el bidé, su pija que estaba super dura. En el mismo momento que yo abría las piernas todo lo posible y me enterraba el desodorante lenta pero firmemente y sentía cómo resbalaba entre las lubricadas paredes hasta el fondo de mi vagina.
En ese preciso instante, en que el miembro de Pancho en mi imaginación y el desodorante en mi mano, entraban por primera vez en mi concha, un temblor me recorrió el cuerpo y me contraje abruptamente de pies a cabeza. Piernas, vagina, abdomen, brazos se sacudían sin control en medio de un violento orgasmo a la vez que escapaba de mi garganta un gemido, o alarido que no pude ahogar.... Aaaaaahhhhhh!!!!!!.....
Aaaaaaaahhhhhhh!!!!!!!! Que debió durar como dos o tres minutos.
Me quedé un rato largo contraída sobre mí misma, con los ojos cerrados pretendiendo que aquello era la realidad y que así debió terminar aquella velada.
Un par de días más tarde nos volvimos a encontrar y como si hubiese adivinado lo que ocurrió aquella noche, me pregunto: ¿No tuviste mucha suerte con aquél, la otra noche, no? Debí ponerme colorada o poner cara de estúpida nuevamente pero creo que le confirmé plenamente sus sospechas. Él parecía darse cuenta de todo. Con sólo mirarme sabía qué quería yo.
Un par de semanas más tarde organizamos una reunión de la barra en la casa de Jorge. Tenía flor de casa. De esas con habitaciones por todos lados y terrible patio con barbacoa y todo lo demás.
Conversamos, jugamos a las cartas o hicimos juegos grupales mientras bebíamos y nos divertíamos mucho.
En varias ocasiones durante toda la noche nos habíamos cruzado varias miradas con Pancho, quien estaba algo alegre por la bebida pero todavía muy lúcido, y me había lanzado algunas guiñadas o había dejado entresalir la lengua de su boca sonriente, con mucho disimulo, y me miraba como diciendo: te deseo.
A esa altura mi nerviosismo inicial de las primeras miradas ya empezaba a ser calentura y como siempre me ocurre la parte interior de la pelvis comenzaba a palpitarme como si quisiera algo duro contra qué friccionarse.
Como la casa era grande yo buscaba la manera de estar un rato a solas con Pancho. No sé muy bien qué iba a hacer después, pero el momento seguramente lo diría, ¿no?
En determinado momento le pido que me ayude a traer las ensaladas, y cuando llegamos a la cocina, yo me detuve a recoger la primera fuente sobre una mesa en un lugar que dejaba un paso muy estrecho para que circularan dos personas sabiendo que él debería pasar por ahí a recoger la siguiente fuente.
Él, nada bobo, cuando pasa por detrás de mí, lo hace mirando hacia donde estaba yo de manera que forzosamente su miembro iba a rozar mis glúteos.
Cuando pasa, con excesiva lentitud, efectivamente, siento cómo su pene semi duro, por encima de un short de baño suelto y de tela muy fina, se detiene un instante, justo en el momento en que se ubica sobre la raya de mi cola.
En ese instante, que a mí me pareció una eternidad, cuando sacaba su miembro de entre mis nalgas dijo con el tono más irónico que podía: Oh! ¡Perdón!
El corazón me dio un salto que pensé que se me saldría de la boca. Lo único que salió de mi garganta fue un suspiro y una risita nerviosa.
Pancho caminó hasta el fondo de la cocina tomó un par de espumaderas y cuando se disponía a pasar detrás de mí, fui yo, ahora, quien tomó la iniciativa. En el preciso instante que él iba a pasar con su miembro semiduro por entre mis nalgas yo puse la marcha atrás y levantando la cola lo mas que pude lo aprisioné contra la pared mientras le decía: no fue nada, no te preocupes, entre sonrisas de calentura que ya no podía ni quería ocultar.
Emitiendo un leve Aaaahhhh, Pancho soltó las espumaderas en la mesa por delante de mí y bajando sus manos hasta mi cintura, las introdujo por debajo de mi blusa y de mi soutien y me agarró de las tetas con una habilidad y destreza que me erizó toda la piel.
Yo sentía que esa pija, que tenía su buen tamaño, y que en un primer momento estaba semiblanda iba endureciéndose y creciendo en el transcurso de segundos y moldeando su short, por debajo de mi diminuta minifalda se estrellaba fuerte y delicadamente contra mi vulva por sobre de mi bombacha.
Por unos instantes creo que perdí la consciencia. La vista se me desenfocó. Me palpitaba hasta la última vena de mi cuerpo. No hubiese necesitado más de cinco segundos más para acabarme.
En un instante pienso que pasó por mi mente un relámpago de cordura y me di cuenta de lo que estabamos haciendo y de las pocas precauciones que estabamos tomando. Fue cuando aproveché para sacarle la cola y retirándome rápidamente le dije: ¡Estamos locos! ¡Vamos a pudrir todo! ¡Vamos a llevar las ensaladas!
Tomé la fuente de la ensalada con ambas manos y salí hacia el patio, donde estaban todos los demás charlando y riéndose. Todo el mundo estaba en otra. Nadie había sospechado lo más mínimo. Ni siquiera mi marido, que seguía jugando a las cartas y tomando vino en exceso como cada vez que salíamos. Oh, no, otra vez va a tomar hasta quedar inservible y yo con terrible calentura.
La velada siguió con risas y copas para todo el mundo y yo no podía quitar de mi mente aquel momento vivido en la cocina. Mientras caminaba sentía el clítoris hinchado entre mis piernas y el roce me calentaba aún más. Nunca un hombre me había hecho sentir ni cerca de lo que sentía esa noche. Me preguntaba si algún día se iba a concretar algo con Pancho. Yo no me animaría a tomar la iniciativa y no sabía si él lo haría.
Sumida profundamente en mis pensamientos no reparé que el tiempo había pasado y ya era hora de irse a casa.
Me dirigí a mi marido para indicarle que debíamos irnos y al intentar levantarse se fue sobre la mesa tirando varios vasos y alguna botella. El pobre había tomado tanto alcohol que ya no tenía fuerzas ni lucidez para mantenerse en pié.
Evidentemente esta noche - yo no podía pensar en otra cosa- también tendría que recurrir al tubo de desodorante.
Al verme luchar contra el pedo de mi marido intentando introducirlo en el auto, Pancho y Alberto, muy amablemente se ofrecieron a ayudarme a llevarlo hasta casa.
Que no se preocupen, que yo me encargo, que si no puedo lo dejo tirado en la vereda, les decía entre risas.
Dale, que no es molestia, que si no vamos, vos no lo vas a poder hacer subir la escalera.
Nos subimos los cuatro al auto y conduje hasta casa mientas por mi cabeza corrían todo tipo de pensamientos. Pero lo único que lograba era calentarme más porque yo no estaría dispuesta a dar la más mínima de las posibilidades de que allí ocurriera algo. Es decir, cuando la posibilidad de tener algo con Pancho se acercaba yo me cagaba hasta los pelos.
Llegamos a casa y, en un solo envión, Pancho y Alberto subieron la escalera, entraron al apartamento y arrojaron a mi marido, ya dormido y rezongando entre sueños, sobre el sillón del living.
Como es de rigor, ya que me habían hecho tremendo favor, les ofrecí algo que tomar. Ambos me pidieron sólo agua mineral, ya que alcohol y el picoteo de comidas fuertes les había dejado el estómago caliente.
Cuando Pancho terminó su vaso de agua, se volvió hacia mí y con esa mirada que me calentaba tanto me dijo señalando a mi marido: éste no se va a despertar en unas cuantas horas, ¿Querés que nos quedemos un rato a hacerte compañía?
Al escuchar esto me subió una sensación desde el pecho hacia la garganta que me cortó la respiración por un momento y como era de imaginar nuevamente surgió la cara de estúpida. Seguramente me puse colorada. El hecho fue que, lejos de decir que no, lo único que atiné a hacer fue a hacer un gesto hacia Alberto como diciendo: ¿y a éste...,? ¿Que lo hacemos?
Pero ni bien Pancho me decía que no importaba, que Alberto era discreto, que ya sabía todo, ya me estaba tomando por la cintura con ambas manos y mientras se agachaba para pasarme la lengua por el cuello arrimó su pelvis contra la mía y el contacto con aquel anhelado miembro semi erecto me hizo olvidar de todo.
Pancho comenzó a descender con la lengua por el escote y se acercaba al nacimiento de mis pechos que parecían explotar. Mis ojos se cerraron para permitir que mi mente asimilara cada momento, cada contacto. Lo único que atinaba a hacer era entregarme y emitir pequeños gemidos que salían de mi garganta de forma involuntaria.
En determinado momento que Pancho ya me había desabotonado la blusa, levantado el soutien y estaba lamiéndome los pechos en forma terrible siento que un par de manos que no estaban en el asunto me toman, desde atrás, por la parte delantera de mis caderas y me halan hacia atrás hasta chocar mi cola contra otro cuerpo masculino. Era Alberto, se había metido en el baile por la puerta del fondo. ¿Qué debo hacer? ¿Lo dejo? En realidad yo siempre le había tenido ganas... y en ese momento, con terrible calentura, cuántas más manos y vergas tuviera para mí sola parecía estar mejor.
De todas maneras, no me dio tiempo de elegir. Él lo hizo por mí. De pronto sentí que introducía su miembro, ya duro y fuera de su bragueta por entre mis piernas. Y mientras sentía que por encima de la bombacha me acariciaba la concha con su glande mientras por delante Pancho me rozaba la pelvis con la verga. Una contracción me recorrió el cuerpo y de un grito, algún alarido y varios gemidos deje escapar un orgasmo gigantesco que me vino, de improviso, sin poder controlar. AAAAAAaaaaaaaaaaahhhhh!!!... AAAaaaaaaahhhhh!!... Aaaaahhh!!!... Aahhhhhhhhh!... SSSSSiiiii... Qué bueeeeennnoooohhhhh...
Realmente, ese orgasmo había pagado con creces el tiempo esperado. Pero no había razón para no seguir en aquella actividad tan placentera.
Cuando la tensión de aquel orgasmo mayúsculo había descendido un poco y antes que comenzara a subir nuevamente les sugerí a Pancho y Alberto que nos fuéramos al dormitorio ya que ahí, en el living, mi marido podría despertarse.
Ambos accedieron a llevarme al dormitorio y sin soltarme y, dejando de besarme y de acariciarme sólo para irme despojando de mi ropa, fuimos caminando dificultosamente por el pasillo hacia el cuarto.
Cuando llegamos al cuarto me arrojaron sobre la cama, boca hacia arriba, completamente desnuda. Terminaron rápidamente de quitarse la poca ropa que les quedaba y se fueron acercando, con sus enormes pijas en sus manos.
El alivio que me había provocado el orgasmo anterior ya había desaparecido por completo. La sola presencia de aquellos dos machos totalmente desnudos frente a mí hacían que mi vagina se lubricara a mil y que los deseos de ser penetrada por aquellos miembros gigantes aumentaban a cada segundo.
Pancho se encaminó hacia mi parte inferior y separando mis rodillas semi levantadas se fue ubicando entre mis piernas mientras Alberto traía su miembro a la altura de mi cara y pacientemente se lo acariciaba mientras permitía que disfrutara el trabajito que comenzaba a hacerme Pancho.
Éste, arrodillándose en el piso apoyó el pecho sobre la cama y entrando con sus hombros por entre mis piernas me sujetaba firmemente de la cadera. Yo, desde mi posición, podía ver su cara sonriente aparecer por entre mis tetas, mi barriga y mis piernas. Con esa sonrisa estaba como diciendo: ¿viste? Tardó, pero al final llegó. Con esa sonrisa que siempre me había calentado tanto...
Pude ver cómo esa cara me besaba el ombligo, la entrepierna y luego se ocultó hasta los ojos debajo de los vellos de mi pubis. Un escozor recorrió todo mi cuerpo cuando Pancho rozó suavemente mi clítoris con su lengua. Debo confesar que jamás un hombre me había chupado la concha y mucho menos de esa manera.
Otro lengüetazo un poco más intenso rodeando el clítoris con mayor dedicación siguió luego arrancándome un profundo suspiro. Lentamente comenzó a introducir su lengua entre los labios de mi vulva buscando cada rincón de placer y a medida que transcurría el tiempo iba agitando su lengua con un ritmo cada vez más acelerado.
Los escalofríos se sucedían unos a otros y yo podía ver su cara subir y bajar en movimientos rítmicos que yo acompañaba violentamente con mi pelvis a la vez que abría cada vez más las piernas para pedir más placer.
Arriba... abajo..., arriba... abajo... ,
Y yo le decía: sssssiiiiii..., assssiiiiii..., dale assssiiiii..., aaahhh... aaahhh...
Las ganas de acabarme comenzaban a venirme pero todavía las podía contener. De pronto miré a mi lado y fue demasiado... ahí, a centímetros de mi cara estaba Alberto con su miembro terriblemente duro. Con su mano derecha se lo pajeaba lentamente ocultando y mostrando alternativamente una enorme cabeza rosada. ¡Qué pija! Yo había soñado muchas veces con ella pero nunca me la había imaginado tan grande y tan linda.
Estiré mi brazo derecho y se la agarré por la base y aquello estaba tan duro y era tan fibroso debajo de aquella piel que resbalaba perfectamente dentro de mi mano, arriba y abajo, arriba y abajo, que me excitó tanto que sentí que se me venía una acabada terrible. Apreté la cabeza de Pancho entre mis piernas, con su lengua apretándome el clítoris y la pija de Alberto en mi mano derecha y tuve un orgasmo de los más fuertes de mi vida.
En un grito que debieron sentir todos los vecinos exploté todo ese placer acumulado a la vez que se me contraían los músculos abdominales en un violento y placentero espasmo. Aaaaaaaaahhhhhhhh! Grité repetidas veces y aquello parecía no tener fin.
Aquello era increíble, ya había tenido dos acabadas grandiosas y sin siquiera haberme puesto la puntita.
Pancho, por aquellos momentos ya tenía terrible calentura. Quizá lo excitó la chupada que me hizo o cómo me acabé. El hecho es que cuando me enderecé para atenderlo a él ya tenía la pija como un hierro.
Entonces me puse en cuatro patas sobre la cama y pidiéndole que se acostara me dispuse a hacerle algo que jamás le había hecho a mi marido: chuparle la pija. Pero bueno, mi marido nunca me había hecho sentir de esa manera, tampoco.
Con poca experiencia, pero con muchas ganas e inspiración me metí el duro pedazo de carne en la boca y, según había aprendido en algún video porno, lo metía y lo sacaba acariciando la cabeza con la lengua. Podía sentir sus jadeos y quejidos de placer a la vez que con desesperación me tomaba la cabeza entre sus manos.
Nunca hubiese imaginado de qué manera me excitaba aquello que estaba haciendo. Mi vagina volvía a segregar montones de jugos lubricantes. Alberto pareció darse cuenta de lo excitada que estaba y de cómo necesitaba que me enterraran una verga lo más grande posible en la vagina. Necesitaba sentir algo de fricción contra el hueso de mi pelvis.
Cuando me di cuenta de que Alberto se había arrodillado detrás de mí y acariciaba los labios de mi concha con la enorme y jugosa cabeza de su verga casi me acabo. Pero me pude contener concentrándome en la chupada que le estaba haciendo a Pancho.
Pero a pesar de mis intentos no podía abstraerme del placer que me daba Alberto por detrás. Tomaba los jugos de la puerta de mi vagina y con suaves movimientos los esparcía por entre los labios de mi concha y cada vez que me la pasaba por el clítoris me estremecía, dándole un gran chupón a la pija que tenía en la boca, haciendo la delicia de Pancho.
Cada vez que volvía a la puerta de mi vagina a recoger jugos metía la cabeza un poquito más y yo daba un profundo suspiro. Cada vez deseaba más ser penetrada por aquel enorme pene, cuya cabeza ya me daba la pauta de cómo lo iba a sentir dentro de mi concha. Ya estaba a punto de explotar.
De pronto, Alberto entendió que yo ya había sufrido demasiado las ganas de ser cogida y comenzó a metérmela. ¡Por fin! Aaahhh... ssssiiii... dije yo quitándome la pija de Pancho de la boca por un instante.
El terrible pedazo comenzaba a ingresar despacio y resbalaba perfectamente contra las lubricadas paredes de mi vagina a la vez que el enorme espacio que ocupaba me iba generando un placer impresionante.
Yo quería disfrutar aquello al máximo. No quería acabarme hasta tenerla toda adentro. Gozar que me serruchara un poco.
Aquello entro unos cinco centímetros pero era tan gruesa que parecía que me partía al medio. ¡Ay! ¡Que me acabo! Cuando Alberto me escuchó sacó su pene hasta tener sólo la punta de su cabeza enfrentada al agujero de mi concha. Me oyó suspirar, aliviada. Pero volvió al ataque, esta vez, enterrándome, lenta pero firmemente, diez o doce centímetros. Me partía de placer. ¡Ahora sí! ¡No lo aguanto más! ¡Me voy a acabar! Nuevamente me sacó el pedazo de carne rápidamente y nuevamente pude contenerme. El placer era indescriptible. Esta vez no me permitió recuperar demasiado y ni bien la había sacado completamente, aquellos, quizá veinticuatro o veinticinco centímetros de largo con un diámetro de 5, volvieron a deslizarse totalmente dentro de mi concha. Sentí que me abría al medio. El placer que me provocó aquella arremetida no entra dentro de este relato. ¡Ahora si que no puedo evitarlo! ¡Ahora sí que me acaboooooohhhhh...! Aaaaahhhhsssssiiiiiihhh...
Me acabé con tal violencia que Pancho debió quitarme la pija de su boca para evitar acabarse con el chupón que le di. Si alguna vez me hubiese imaginado el placer que me proporcionaría ese pistolón, seguramente no hubiera dejado pasar tanto tiempo.
¡Aahhh...! ¡Que buenooohhh...!
Mientras me acababa con intensas contracciones de todo el cuerpo sentía que Alberto me seguía serruchando con aquel terrible pedazo de tripa, duro como hierro, y hacía que aquella sensación no acabara nunca. No sólo no se me iba la sensación sino que esa forma de serrucharme, sacando la pija hasta la punta de la cabeza y enterrándomela toda, lentamente, hasta los huevos, empezaba a excitarme nuevamente y ya me llegaban, nuevamente, sensaciones de otra acabada.
Pero yo quería gozar, también, con Pancho, que era quién, al fin y al cabo me había llevado a esa situación que estábamos gozando, ahora, los tres.
Con una pena bárbara desprendí las manos de Alberto que se aferraban mis caderas para utilizarlas a modo de asas de dónde afirmarse para controlar cada penetración y separé la cola hacia delante de forma que pude sentir cómo aquel miembro caliente salía, centímetro a centímetro, de mi interior.
Al borde del orgasmo como estaba y en cuatro patas avancé sobre Pancho, que estaba boca arriba sobre la cama, pasándole la lengua por la barriga, subiendo por el pecho mientras su verga, terriblemente dura por la chupada que le había estado haciendo, me pasaba por entre las tetas. Seguí avanzando hasta que, sentándome sobre él, le tomé la pija por la base y me la puse entre los labios de la vulva. Luego de hacerme un par de caricias en el inflamado y lubricado clítoris me lo enfrenté al agujero de la concha y en un solo movimiento, acompañado de un profundo gemido: aaaaahhhhh... me la enterré hasta los huevos. ¡Qué buenoooohhh...! Lenta y suavemente comencé, apoyada sobre mis rodillas en la cama, a levantarme y a sentarme sobre Pancho sintiendo cómo su pija entraba y salía de mi vagina provocando gran placer a mi hipersensible vulva mientras Alberto dio la vuelta y se paró por delante de mí. De esta manera su pija quedó enfrente de mi rostro. Esa hermosa pija, que no había tenido la oportunidad de disfrutar demasiado con mis manos no se me iba a escapar. La tomé con mis dos manos, ya que el espacio era suficiente, y me enterré la cabezota rosada dentro de la boca lo más adentro que pude y mientras rodeaba el enorme glande con mi lengua por cada uno de los rincones, con mis manos y mis dedos que no llegaban a rodearlo por completo podía sentir cómo resbalaba, bajo la delgada y suave capa de piel del prepucio, su fibroso y duro miembro. Con mi mano izquierda le estrujaba los gordos y peludos testículos y con la derecha recorría todo el pene. Desde la base hasta mi boca, atrás y adelante. Y otra vez, pajear ese terrible pedazo duro, chupándole la cabeza a la vez que me perforaba la concha con la verga de Pancho me recontra pudrió el mate y casi me acabo de nuevo si no fuese que Alberto, en el intento de no acabarse él, me retiró rápidamente la verga de la boca y se retiró unos metros a tranquilizarse un poco. Disfrutaba muchísimo saber que les resultaba muy difícil resistir su deseo por mí.
Igualmente seguí cabalgando sobre Pancho, quien también había tenido que detenerse un par de veces y cuya cara denotaba una excitación terrible. A estas alturas, lo que Pancho no sabía era que si bien él me hacía gozar mucho, lo que yo deseaba era la verga de Alberto.
Me giré hacia él y, como suplicante, le hice una seña de que se acercara para seguir gozando. Él se acercó, si, pero no por dónde yo lo esperaba. Girando alrededor de Pancho y de mí, se arrodilló por detrás y mientras me acariciaba los pechos pasando sus brazos desde atrás su falo me acariciaba la cola y la vulva, que ya estaba ocupada por la pija de Pancho.
Yo no sabía de sus intenciones, pero sus caricias en las tetas, los besos en la nuca y principalmente sentir su pija cerca de mi sexo me excitaba terriblemente.
De pronto retiró sus manos de mis infladas tetas y ubicándolas suavemente en mi espalda me empujo hasta que mis brazos se apoyaron en la cama a ambos lados de Pancho. De esa manera yo quedé literalmente en cuatro patas y comenzaba a ponerme nerviosa cuando siento que Alberto comenzaba a introducir la punta de su dedo lubricado con saliva dentro de mi ano. Me puse nerviosa porque jamás nadie me la había puesto por el culo y mucho menos mientras alguno más me la estaba metiendo por la concha. Pero debo confesar que en el mismo instante que Alberto me perforaba magistralmente con la punta de su dedo me desaparecieron absolutamente todos los temores. Una sensación de placer nunca antes vivida me provocó un estremecimiento que hizo que mi espalda se arqueara hacia arriba a la vez que dejaba la cola exactamente en la misma posición para que no interrumpiera el trabajo de Alberto.
Ensanchaba mi agujero introduciendo y sacando su dedo mayor perfectamente lubricado en forma totalmente coordinada con la pija de Pancho. Aquello me daba unas ganas de acabarme brutales que Alberto dosificaba y detenía con la lentitud de sus movimientos.
Una vez que su ya dedo penetraba perfectamente hasta el fondo procedió a sacarlo y tomando su pene de la base lo apuntó directamente al agujero de mi culo. El enorme y suave glande acarició mi ano y se escurrió dentro de mí, aaahhh..., mientras sentía que sus manos se ayudaban sosteniéndome por las caderas. Un dolor, que me llenó de placer, me inundó el pecho. La cabeza de la pija de Alberto ya me había penetrado por el culo y se proponía, seguramente, a enterrármela toda. Me sacó la cabeza y con una lenta y suave embestida volvió a meterme una parte mayor de aquel hierro duro, escapándose de mi garganta un quejido que ya no era de dolor. Seguramente se habría colocado bastante saliva, porque resbalaba y entraba sin mucha fricción. Sólo que al entrar me daba la impresión que las nalgas se me iban a separar para siempre. La siguiente vez entró hasta la mitad. El placer y mis aullidos aumentaban en cada embestida. Yo me quedaba quietita porque no quería que me doliera demasiado y para que entrara más fácil. Además si me movía corría el riesgo de acabarme y quedarme sin gozar aquella cogida por el culo que estaba buenísima. La sacó nuevamente, momento que aprovechaba Pancho para meterla hasta los huevos, y volvió a introducirla, pero esta vez, hasta el fondo, aaaaahhhhhh... ssssiiii... Me sentí un sándwich entre sus manos, que me aferraban fuertemente por las caderas, y su cuerpo que golpeaba contra mis nalgas mientras sentía que por dentro me traspasaba aquel enorme pedazo de carne provocándome una extraña mezcla de dolor, ganas de defecar y de placer infinito.
Cada vez que Alberto salía de mi cuerpo, Pancho me penetraba y viceversa, cuando Pancho me la sacaba, era Alberto el que me la enterraba. Ambas pijas entraban y salían, chuaf... chuaf..., primero una y luego la otra en perfecta coordinación mientras yo, quietita, mordiéndome los labios de placer calculaba el momento para empezar a serruchar yo también. Increíblemente, me estaba controlando y sin acabarme estaba "orejeando" el mejor polvo de la noche. Desde muy adentro podía sentir la sensación que llegaba con cada uno de mis movimientos. Comencé a moverme yo también al compás de la serruchada de aquellos dos machos impresionantes que me estaban enloqueciendo de goce. Movía la cola arriba y abajo lentamente y podía sentir cómo la sensación del orgasmo me llegaba lentamente. Me detenía y podía disfrutar la cogida sin que el orgasmo avanzara. Sin embargo, mi cabeza, que estaba cada vez más repodrida no soportaba más aquella situación. De tal manera, entendiendo que ya había disfrutado bastante empecé a serruchar, también yo, fuertemente. Arriba, abajo, ssssiiiii... adentro, afuera, aaahhhh...
Mis jadeos y gritos de placer iban aumentando a medida que sentía llegar, lentamente, el orgasmo.
Ya estaba al borde y mis movimientos se descontrolaban, desesperados, en busca del placer. Cuando Alberto me incorporó hacia él, que estaba arrodillado detrás de mí, y me apretó fuertemente contra sí, me llegó la acabada más fuerte que he tenido en mi vida. Un calor que partió desde la vagina y el ano, me recorrió el cuerpo pasando por el estómago y se alojó en mi garganta provocándome un ahogo que únicamente alivié con un gran alarido: Aaaaaaaaahhhhhhhh...
Un torrente de leche caliente que me inundó la vagina y el recto en el mismo instante que yo me estaba acabando completó el placer de aquel momento.
Ambos machos, que aquella noche eran enteramente míos, me apretaban fuertemente mientras bufaban y se contraían enviando dentro de mi todo su placer. Pancho se contraía mientras clavaba sus dedos en mis caderas que lo cabalgaban y Alberto apretaba fuertemente mis tetas desde atrás. Cada bufido, cada caricia, cada contracción, cada quejido de placer parecía multiplicar mi goce.
Rendidos, exhaustos y profundamente satisfechos, casi en la posición en que estábamos, nos dejamos caer sobre la cama y quedamos durante largo rato, acariciándonos.
Una vez repuestos, nos vestimos, trajimos a mi marido a acostarse y se fueron con la promesa de volver a repetirlo.