Los hermanos gemelos intentan sobrevivir

Es un mundo cruel pero tienen que sobrevivir como sea.

LOS HERMANOS GEMELOS INTENTAN SOBREVIVIR

Aunque este relato este clasificado como de amor filial, también se incluyen en el elementos de sexo no consentido.

-Si te lo acercas a la nariz huele más. Le dijo Ana a su hermano Sergio.

-No deberías haber robado un ambientador tan flojo como este, comentó su hermano dejándolo de nuevo sobre la repisa del lavabo.

-Y si tú no estuvieras aquí mientras me baño, no te darías cuenta de lo que poco que huele. Respondió Ana de mala gana.

-Debes ser de las pocas personas que aún usa el bidé.

-Anda no seas tonto y déjame terminar de bañarme.

-¿Por qué no te das mejor una ducha, hermanita?

-Me gusta sentir el agua templada en el coño. Así me masturbo más placenteramente. Y ahora largo. Tengo que terminar y aún me falta un rato para ello.

-Vale, vale, ya me voy.

Sergio salió dando un portazo.

Ana y Sergio son hermanos gemelos. Su madre falleció hace dos años y viven con su padre en un pequeño piso en del extrarradio de la ciudad. Su padre trabaja como conductor de autobús y debido al poco sueldo que gana para mantener a los tres, los gemelos se dedican a cometer pequeños robos de vez en cuando de comida, artículos de aseo y cosas así.

Esa mañana su padre tuvo que salir más temprano de lo habitual por lo que los hermanos tuvieron que prepararse el desayuno antes de acudir a clase.

-¿Qué te apetece desayunar hoy hermanito? Le preguntó Ana. Tenemos beicon, mantequilla y, se quedó pensando un momento. Beicon y más mantequilla.

-¿Podría tomar un huevo frito con patatas y beicon? Dijo él poniendo una mirada lastimera.

-No tenemos huevos, ni patatas. Tendrás que robar algo en la tienda de Alfredo antes de ir a la escuela.

-Yo no. Mejor ve tú. Alfredo es hombre y le gustan bastante las jovencitas.

-Si papá hubiera ahorrado algo este tiempo ahora no estaríamos así. Ana agarró el mantel con las manos y lo retorció un poco. Estaba furiosa.

-Tranquila hermanita. Al menos nos tenemos el uno al otro. La besó en la boca y le metió la lengua. Se movieron hasta la pila contra la que la apoyó y Sergio le subió un poco la falda.

-Ahora no tenemos tiempo, dijo empujándole hacia atrás y bajándose la falda. Si follamos ahora no tendremos tiempo de ir a la tienda y llegaremos también tarde a clase.

-Me has dejado caliente.

-Yo también lo estoy, pero es más importante desayunar ahora y salir enseguida.

Se comieron el beicon frito y la mantequilla con un poco de pan duro del día anterior que calentaron en la sarten junto con el beicon.

Cogieron las mochilas y tras revisar que llevaban todo, salieron para la tienda.

La tienda de Alfredo era un pequeño colmado en medio de unas pequeñas casas adonde acudían viejecitas y de vez en cuando alguna joven. Por eso Sergio le había recomendado a Ana que fuera ella en vez de él. No estaba acostumbrado a ver jóvenes como ella.

Al entrar en la tienda buscó con la mirada los huevos y las patatas. Dos ancianas estaban en el mostrador pagando.

No encontraba lo que andaba buscando pero prefirió no preguntarle nada al dueño. Así no sospecharía nada. Era la primera vez que intentaba robar en su tienda.

Dio varias vueltas por los pequeños pasillos intentando localizar su botín, cuando de repente se dio de bruces con Alfredo.

-¿Puede ayudarte en algo señorita? Le dijo con una gran sonrisa en la cara al ver que era joven y guapa.

-Esto….. miró a ambos lados de las estanterías y contestó:  busco donde están los huevos y también quería patatas.

-Ven conmigo y te lo mostraré.

Alfredo la llevó dos pasillos más allá donde tenia lo que Ana pedía.

-Aquí lo tienes. Le dijo.

-Gracias señor. Mi madre compraba aquí todos los días.

-Ah si, te recuerdo. Venias con la señora López, ¿verdad?

-Si, mi madre falleció hace dos años.

-Lo lamento. ¿Te llamas?

-Ana, señor.

Ahora le daba pena tener que robarle, pero necesitaban comer algo más que beicon y mantequilla.

En ese momento Sergio entró en la tienda. Habían acordado que mientras él le entretenía, Ana robaría la comida.

-Buenos días, señor, dijo muy jovial. Vendo lotería para el viaje de fin de curso.

-No necesito nada chico. Si no vas a comprar nada lárgate.

En ese momento Ana cogió dos paquetes de huevos y uno de patatas y lo metió en su mochila. Con los libros no le cabía nada más.

Sergio ya se había ido cuando ella intentó salir disimuladamente detrás de una de las ancianas. En ese momento notó como una mano la agarraba del brazo y tiraba de ella hacia atrás.

-¿Adonde crees que vas jovencita?

-A clase señor. Ya llego tarde.

-¿Y llevas la mochila llena de libros o me estás robando algo?

-No señor, no le estaba robando nada.

Le quitó la mochila y la dejó en el suelo abriendo la cremallera.

-¿Y esto que es? Sacó los huevos y las patatas.

-Señor lo siento, es que no tenemos mucho dinero y no tenemos casi para comer.

-¿Te crees que puedes robarme a mi que tengo una tienda pequeña y apenas puedo pagar las facturas? ¿Por qué no vas al centro y robas en uno de esos supermercados lujosos que tienen de todo? Su tono se había vuelto agresivo.

Ana comenzó a llorar, por un lado se sentía mal de tenerle que robar a ese hombre que había tenido que fiar a su madre tantas veces. Pero por otro no quería pasar más hambre. Ojalá su hermano no se hubiera ido ya.

En ese momento Alfredo cerró la puerta de la tienda, echó el cerrojo y puso el cartel de cerrado.

-Ahora te vas a enterar de lo mal que está robar. Le dijo.

La cogió de la muñeca y la arrastró hasta la trastienda. Se resistió pero era más fuerte que ella y no pudo hacer nada.

Ana estaba de rodillas frente él y no paraba de llorar.

-¿Has visto alguna vez una polla? Le gritó hasta que levantó la cabeza. Seguro que la del guarro de tu hermano. Entonces sabia que tenia un hermano. No podía creerlo. Cuando entró Sergio debió reconocerlo enseguida y por eso sabia que había entrado para distraerle y que ella pudiera robarle la comida.

Alfredo se sacó la polla del pantalón que colgaba medio erecta frente a ella.

-¿Quieres que llame a tu padre y le diga que tiene una hija ladrona?

-No señor.

-Pues entonces chúpamela. Chúpamela guarra y podrás llevarte lo que me has cogido y tu padre no se enterara de nada.

Ana no sabia donde meterse. Tenia la polla de ese hombre frente a ella. Ya le había visto muchas veces la polla a su hermano y habían follado los dos y no solo eso, cuando era más pequeña su padre la violó una tarde que vino borracho y su madre no estaba en casa.

Pero ahora era distinto. Tenia que comerse una polla para sobrevivir. Escapar de esa tienda con algo de comida. Salir de esa ciudad si podía junto a su hermano.

-Vamos chupa, zorra. Elevó la voz.

Ana no se lo pensó mucho más. Abrió la boca y se metió el glande.

-Trágatela toda. Eres joven pero seguro que te cabe entera.

Ella obedeció. Tuvo una primera arcada pero al poco le entro toda.

Comenzó a mamársela. Era una experta comiéndosela a su hermano, pero a él le quería y este tipo había terminado borrando la buena imagen que tenia de él. El agradable hombre del colmado del barrio.

En ese momento un pensamiento cruzó su mente. ¿Le había fiado a su madre a cambio de una mamada también?

No pudo pensar mucho más en ello porque en ese momento dio un gemido y notó como estaba a punto de correrse. Solo le dio tiempo a sacarse el tronco de la boca y quedó el glande dentro mientras Alfredo se corría en su boca.

-¡Aaaaaaaaaah! Qué gusto zorrita, que bien la mamas. Dijo mientras terminaba de correrse.

Ana dio una arcada y casi vomita al sentir el semen en su boca. Era la primera vez que un hombre se corría en ella. Su hermano y su padre lo habían hecho en su cuerpo o en su vagina pero nunca en su boca.

Cuando se recuperó, había terminado tragándoselo todo, se incorporó mientras él se arreglaba los pantalones. Ni siquiera le dio un pañuelo para que se limpiara. Sentía el sabor del semen en su boca.

Le extendió luego la mano con los cartones de huevos y las patatas.

Ana le miró asustada pero Alfredo le dijo que podía llevárselos gratis.

-Te has portado como una campeona y son tuyos.

Los metió de nuevo en la mochila mientras él abría la puerta y cambiaba el cartel a abierto.

-Antes de irte, me gustaría verte el coño, le dijo poniéndose delante la puerta.

Ya no podía sentirse más humillada, así que se levantó la falda y se bajó las bragas enseñándole su triangulo de pelo negro.

-Es precioso, le dijo relamiéndose.

Ella se volvió a subir las bragas y él se apartó dejándola salir.

-Vuelve a comprar cuando quieras. Le dijo mientras se iba.

Ana echó a correr calle arriba. Sus lagrimas volvían a derramarse por sus ojos mientras corría. Sentía una mezcla de miedo y asco por lo que acababa de hacerle aquel tipo.

Pero con tu padre también lo haces, ¿verdad? Pensó en aquel día en que su padre borracho la violó y como después de fallecer su madre una noche fue a su habitación, se sentó en su cama y le dijo que ella era ahora su mujer. Como si la violación no hubiera existido, le dijo que él era su padre pero también un hombre y como hombre debía disponer de ella como quisiera. Eso sin decírselo directamente implicaba que también disponía de ella como esposa, por la tanto se acostaría con ella.

Por fin alcanzó la escuela. Llegaba puntual. Entró en la clase y se sentó al lado de su hermano.

-¿Qué? Le preguntó Sergio, ¿conseguiste la comida?

Ella le miró y pasándole la mochila se puso a llorar de nuevo.

Él se dio cuenta de que algo había pasado y podía imaginarse que.

Le puso su mano sobre la suya ofreciéndole consuelo.

Las clases terminaron y volvieron andando a casa. Ana no tenia ganas de coger el autobús y que sus compañeros vieran su cara llena de churretes por las lagrimas.

Merendaron algo de pan que habían comprado a la vuelta con el poco dinero que les quedaba.

Después de terminar, Ana se puso delante de su hermano en la cocina y le dijo:

-Hermanito, te necesito.

Sergio la miró y comprendió a que se refería.

Cuando Ana le contó en su momento lo que su padre la obligaba a hacer, acostarse con ella, decidieron hacerlo ellos también aunque fueran hermanos. El incesto estaba mal, pero en su situación era una forma de evadirse de la realidad y hacerlo con la persona que más querían, en este caso ellos dos.

Fueron a la habitación de Sergio. Su padre se lo hacia en la habitación de Ana y ellos habían decidido hacerlo en la de su hermano.

Ana se quito la ropa quedándose en sujetador y bragas. Su hermano hizo lo mismo quedándose en calzoncillos.

Se besaron apasionadamente y Ana no volvió a acordarse del incidente en la tienda.

Cuando ya estaban lo suficientemente excitados se tumbaron en la cama. Sergio se puso encima de su hermana y comenzó a besar su cuerpo.

Ana se dejaba hacer. Esta vez quería que su hermano hiciera todo por ella.

Sergio estaba empalmado pero aún no iba a penetrarla. La volvió a besar en la boca y luego bajó a sus muslos. La cara interna era lo que más la excitaba a Ana cuando su hermano la besaba. Se agarró a su cabeza y se dejó hacer. Para entonces estaba muy húmeda.

-¿Estás bien hermanita? Le preguntó él parando un momento.

-Si, hermanito, ahora estoy muy bien contigo. Sigue por favor, no te pares.

Volvió a la carga y pasó a besarla detrás de las orejas, esa parte del cuerpo también la excitaba mucho y su hermano lo sabia.

Sergio imtuyó que ella no le correspondería hoy acariciándole o mamando su polla, por lo que solo se preocupó en darle placer.

Unos minutos después, pese a la excitación de su hermana, le metió el dedo índice despacio en su coño masturbándola. Primero acarició sus labios y luego pasó a su clítoris llevándola a un orgasmo que la hizo estremecerse.

Ya no pudo aguantar más y entonces la penetró suavemente como siempre hacia. Se quedó quieto dentro de ella como le había pedido la primera vez que lo hicieron y luego comenzó a entrar y salir de ella.

Ana miró el reloj de la mesilla al cabo de un rato. Había preocupación en su cara.

-Hermanito, date prisa por favor. Papá no tardará en llegar.

-Ya sabes que no me gustar correr, le contestó.

-Pero si te gusta correrte, le dijo ella sonriendo.

Sergio le devolvió la sonrisa y la besó en la boca. Después aceleró las embestidas hasta que llegó al orgasmo y se corrió con un gemido ahogado derramando su semen caliente en el interior de su hermana.

Su padre le daba la píldora machacada y disuelta en la comida o en algún liquido para que su hija no se quedara embarazada. Nunca le gustó usar condón y con su mujer tampoco lo había hecho. Así Sergio también podía hacerlo con ella sin la molesta goma en su polla.

Después de follar se dieron una ducha juntos y poco después volvió su padre del trabajo.

Traía mala cara. Pese a que había cobrado la paga y sacado algo de dinero del cajero, no les dijo cuanto y se quedó con el guardado en su bolsillo.

Cenaron y Ana sabia que hacia varios días que no la había llamado a su habitación por lo que era probable que esa noche quisiera hacerla suya.

No tuvo que esperar mucho para comprobarlo ya que después de recoger la cocina su padre la llamó desde su habitación.

-Cariño, le dijo, siéntate a mi lado.

Ana se sentó.

-Ya hace dos años que nos dejó mamá. Lo dijo como si su madre los hubiera abandonado y no como si hubiese muerto.

Ella asintió.

-Y desde entonces te he querido como a una esposa.

Ana no sabia adonde quería ir a parar.

-Me gustaría que me dieras un hijo.

Ana lo miró como si no entendiera lo que acababa de decir, pero realmente lo había entendido a la primera. Quería tener un hijo con su hija. ¿Un nieto que a su vez seria hijo suyo? Aquello era de locos, su primer pensamiento fue levantarse de la cama y salir corriendo de allí.

Siguió contándole.

-He dejado de darte la píldora durante unos días. ¿Has vuelto a tener la regla?

Se quedó mirándolo, pero lo miraba como si ella estuviera en otro planeta, muy lejos de allí.

Acababa de hacerlo con su hermano. Es verdad que aún no le había vuelto la regla, pero ¿y si se había quedado embarazada ya?

No sabia que hacer. Su padre siguió hablándole pero ella ya no le oía, estaba a kilómetros de allí.

Él se acercó a ella para besarla, Ana se dejó hacer sin saber porqué. Entonces su padre se bajó el pantalón y sin desnudarse fue a penetrarla. En ese momento reaccionó y cogiendo el despertador de su mesilla, lo estrelló contra su cabeza. Su padre cayó inconsciente en la cama y ella dio un grito.

Sergio salió de su cuarto y apareció en la habitación de Ana donde vio a su padre tirado en la cama y su hermana gritando como si algo grave le hubiera pasado.

-Le he matado, dijo ella.

-Tranquila, tranquila, le dijo él.

Le tocó en el cuello y comprobó que tenia pulso.

-Solo está inconsciente. Pero ¿qué ha pasado?

-Me dijo que quería tener un hijo conmigo. Se ha vuelto loco. Y que había dejado de darme la píldora hacia unos días.

-No podemos seguir así, le dijo su hermano. Larguémonos de aquí.

-¿Y adonde iremos?

-No lo sé. Cojámosle el dinero y nuestras cosas y nos iremos lejos.

Eso hicieron. Comprobaron que su padre guardaba el dinero en su bolsillo y unos billetes más en un armario en la cocina.

Hicieron una pequeña maleta y tras comprobar que seguía inconsciente, salieron de la casa.

Cogieron el tren que les sacó de la ciudad. Iba casi vacío a esas horas cuando todavía la gente no volvía del trabajo.

Se habían sentado en los últimos asientos de todas formas.

-Hermanito, gracias por estar conmigo, le dijo Ana.

-No tienes que dármelas, los hermanos están para eso.

-Bésame. Le pidió ella.

Sergio obedeció y la besó con ganas. Se excitó enseguida. En eso estaban cuando alguien les interrumpió.

-Billetes por favor. Era el revisor.

Ellos dejaron de besarse. Le enseñaron los billetes y el hombre les dejó tranquilo. Afortunadamente, pese a ser gemelos no se parecían mucho y no sospechó nada.

Después de un buen rato de viaje hicieron transbordo y cogieron otro tren que les llevaría a un pueblo cercano donde Sergio había visto que había un pequeño hotel donde nadie les preguntaría porque se alojaban solos.

Pidieron una habitación con cama doble y nadie les preguntó nada. Nadie les encontraría allí.  Eso pensaron en un principio.

Pasaron tres días tranquilos cuando una tarde oyeron sirenas.

Llamaron a la puerta de la habitación y era la policía. Dos agentes, un hombre y una mujer. Su padre estaba detrás de ellos con una venda en la cabeza.

En cuanto faltaron de casa llamó a comisaria y enseguida les habían encontrado.

De todas formas no iba a llevárselos así como así. Ana declararía en comisaria que su padre la violaba desde hacia dos años, desde que falleció su madre.

Finalmente un juez decidió quitarle la custodia a su padre, aunque no había signos de violación, no había desgarros vaginales ni nada similar, si encontraron rastros de hormonas en ella que procedían de tomar la píldora regularmente.

Los enviaron a un centro de acogida momentáneamente. Seguramente más adelante les buscarían una familia.

Los primeros días no fueron del agrado de los gemelos. Aunque estaban juntos, no estaban a gusto. Preferían vivir por su cuenta.

Una tarde no se presentaron a cenar.

Estaban durmiendo cuando dieron unos golpes en la puerta en mitad de la noche.

-Vamos, despertad. Un vigilante abrió la puerta, tenia una llave maestra para todas las habitaciones y los llevó al despacho del director.

-Sergio González y Ana González, dijo leyendo sus expedientes. Lleváis aquí una semana y ya estáis montando jaleo.

-No montamos ningún jaleo, dijo Sergio, solo que la otra noche no nos apetecía cenar y nos quedamos en nuestra habitación.

-Aquí no aceptamos el mal comportamiento. Tenemos unas normas y si tenéis que presentaros a cenar os presentáis. Aunque luego no queráis comer nada.

Ana intentó decir algo pero el director la mandó callar.

Se levantó y dio unos pasos por su despacho mientras seguía mirando sus expedientes.

De repente se paró y se acercó a Ana. La cogió de la barbilla y examinó su cara.

-Eres bonita. Un poco delgada para mi gusto, pero harás un buen trabajo.

-Tu harás también un buen trabajo. Eres guapo. Le dijo a Sergio.

-Venga aquí Ramiro, le dijo a uno de los bedeles. Llévese a la señorita a su nueva vida.

-¿Qué está diciendo? Ramiro la agarró del hombro y la levantó. La sacó del despacho.

-¿Adónde la lleva? Preguntó su hermano.

-A su nueva vida como le dije, y tú también la tendrás.

Ramiro llevó a Ana por un pasillo hasta una zona que no conocía del centro.

Abrió una puerta y vio una luz en el techo. Allí se encontraban otros bedeles.

-Chicos, dijo él, os traigo carne fresca.

Dos se acercaron a ella y la pusieron sobre una mesa como una camilla. Allí la desnudaron y la ataron con unas correas.

-¿Estás listo Ramón?

-Si, uf, hace tiempo que no veía una joven tan hermosa. Entonces se bajó la ropa y sacó su polla.

-Lubrícala bien, le dijo Ramiro.

El tal Ramón cogió lubricante y la untó bien por el coño. Sin más dilación se la metió hasta el fondo.

Ana gritó y el otro comenzó a follársela entrando y saliendo con ganas de ella.

Se revolvía en la camilla mientras se movía adelante y hacia atrás mientras la violaba.

Habían escapado de una pesadilla para meterse en otra.

Continuará………

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