Los grillos cantan

Mientras aguarda el desenlace de los hechos, el vampiro Tilde prefiere escribir a su amante mortal.

Advertencia: muerte, gore implícito , slash/yaoi, vampirismo.

Nota: Esta una historia slash/yaoi con toques de hetero o una historia hetero con toques de slash/yaoi. Y hay mucho sadismo, así que esta pareció la sección más adecuada.


Los grillos cantan

El dulce silencio de la noche, qué agradable refugio. Escucho a los grillos entonar sus piernas entre los arbustos alrededor de la casa, insistentes, anda a saber por qué razón. ¿Tú sabrás por qué suenan los grillos a través de sus patas, frotando una contra otra? Me lo dijeron una vez. Sí, una vez, creo, lo saqué de la mente de un anciano que atrapé saliendo de la biblioteca, pero habrá sido hace mucho tiempo porque lo he olvidado. Lo investigaré por Internet una noche de éstas.

Quizá esta noche. Oigo a la hija chatear en el estudio con la ventana abierta. No sé qué dice, pero se ríe con frecuencia y tapándose la boca. Su voz suena cálida dentro de su palma, es como si me golpearan con un puño de algodón envuelto en terciopelo cuando la escucho. Creo que incluso está sonrojada porque la sangre se siente, olfativamente hablando, con mayor intensidad en sus mejillas. ¿Bajará pornografía? No me sorprendería. Los jóvenes hoy en día saben más de sexo que la mayoría de los viejos. Más que sus padres incluso. Y no es que me queje, todo lo contrario.

Cuando tú apareciste con tu tubo de lubricante y condones, por ejemplo, me eché a reír, ¿lo recuerdas? No pude evitarlo. Lucías tan adorable, todo pequeño, blanco y flaco, preparándote a ti mismo porque no confiabas en la delicadeza o falta de ella de mis manos. Y la sorpresa inenarrable de tu expresión cuando descubriste que de mis manos era lo último de lo que tenías que preocuparte. Te dije que no te mataría, pero nunca dije nada sobre no morderte. Entonces ambos supimos que poseías un lado masoquista. Me rogaste, ahora todo sonrosado, pequeño y flaco, que continuara. Tu voz era otro puño de algodón, calentito y confortable. Ese tipo de recuerdos, mi querido Scottie, son de los que no se olvidan.

Pero volvamos a la niña. Debe tener unos 13 o 14 años. Es linda y parece agradable. Se lleva bien con su madre. A su padre no lo soporta. De él es quien me voy a encargar esta noche.

Sinceramente, ésta resolución y el contexto que representa su vida familiar son algo desconcertantes. Lo escogí entre los borrachos, los vendedores de no quieres saber qué en las calles y demás escorias porque es un asesino pasional. Mata por el placer de matar, porque le gusta ser juez y verdugo. Sus víctimas siempre siguen las mismas características; rubias o morenas, nunca pelirrojas, altas, nunca bajas, esbeltas, nunca gordas, con buenos dientes, nunca una que necesite arreglos. Lo he seguido precisamente porque me llamó la atención la manera en que miraba a la mesera de un restaurante casi al final de la ciudad.

Acababa de llegar y le había puesto el ojo al cocinero, que golpeaba a su pareja. A las damas nunca hay que levantarles la mano, a menos que les guste, no tengo que decírtelo, Scottie. Su novia era una camarera encantadora, morena, de movimientos elegantes, y dueña de una voz suave, susurrante. Casi una niña. Podría pasar por un hada o una princesa.

Los vi a ambos besarse unas cuantas veces en el restaurante, por eso sé que salen. El cocinero no había llamado mi atención lo suficiente para que lo siguiera a su hogar, no todavía. Ese día la porcelana del rostro de la mesera estaba cubierta de polvo, polvo que se compra en tarritos y se esparce con brochas, cubriendo el morado que se le escapó sobre la mejilla. Podía sentir la sangre latiendo debajo de la hinchazón sobre el ojo, desesperada, resentida del daño. Un hombre mayor le preguntó qué le había sucedido y ella había dado la excusa de siempre, que se cayó de unas escaleras, esbozando una sonrisa de hipócrita despreocupación. Tan linda.

A ti te habría gustado si fueras heterosexual. Y si no estuvieras loco por mí, claro. ¿Lo estás todavía? Dime que sí y me alegrarás la noche. Las fotos que teníamos y hojeas cada noche me dan una pista, pero la confirmación no estaría de más. Por cierto, ¿en qué pensabas cuando te hiciste ese corte?

Volviendo al asunto; estaba esperando la hora de cerrar para ir por el cocinero. Además de por el golpe, también por su adicción al cigarrillo. No soporto ese olor a tabaco que exuda, me repele. Como si no fuera bastante indecoroso recurrir a la violencia para arreglar conflictos con una dama, sé que anda de semental con otra mesera. Precisamente con esa rubia que aquel hombre miraba con tanta insistencia y a la que sonreía cada vez que pasaba por su lado.

Un cuadro como pocos, esa escena, y sin embargo, tan común. El hombre tendría unos cuarenta años y me figuro que habrá llegado a esa etapa del matrimonio en la que el cuerpo de la esposa ya no es suficiente. Se le notaba en la cara; el hastío, la apatía, el deseo cuando pasaba ella con su uniforme azul y meneaba las caderas como mujer habituada a lucirse.

Ella está maquillada también, pero por gusto, porque las sombras celestes claro combinaban con sus bucles de duquesa opulenta, con sus ojos sacados de la cara de un lago en verano, y el labial rosa fucsia hacía maravillas para resaltar la amplitud de su boca. No era silenciosa ni elegante como la novia del cocinero. Para mí gusto golpeaba con notable fuerza las tazas de café contra las mesas y su paso, enérgico, potente, feroz, me recordaban a una depredadora. De acuerdo, lo confieso, me gustaba un poco. Imaginarla con un corsé oscuro dibujando su cintura con la precisión de un matemático, botas de tacones altos, quizá un látigo… un deleite para la vista.

No te irrites, querido, que de cualquier modo ella está muerta ahora y la necrofilia no es lo mío. Tampoco quedó mucho de ella, la verdad.

Y tal como te digo, la mató ese sujeto algo gordo que tiene una hija con posibles inclinaciones hacia la pornografía. Bastante encantador por otra parte. Voz de abogado, ropa de abogado, sonrisa de agradable abogado. Capaz de dar a cada palabra la nota precisa para estimular la emoción que deseaba. A ella se le antojó muy simpático y atento.

Al cabo de tres noches, el cocinero seguía vivo y el abogado había asistido sin falta al restaurante, siempre para ser atendido por la rubia depredadora. Puedo imaginarme desde aquí qué es lo que pensaba. Mira a un hombre al que no le irían mal unos ejercicios, pelo lustroso tirado hacia atrás, milagrosamente sin ninguna entrada de calvicie, y relojes de oro exhibidos con la misma desenvoltura con que pronunciaba sus cumplidos. No hablemos del auto descapotable. El dinero y el sexo mueven el mundo; ese par era el mejor ejemplo.

Había empezado a interesarme por él por todo esto. Verás, sólo a un tonto se le ocurriría que aquel hombre no había andado por las mismas antes. Y si era capaz de cortejar con el anillo de bodas a la vista, me pregunté, ¿qué más sería capaz de hacer? La otra mujer, la princesa maltratada, la niña ultrajada, continuaba vagando por ahí con su patética pinta y ojo hinchado. Desprecio al cocinero cada vez que ella se acerca, siempre caminando un poco tímida, muy temerosa, pero no se deben despreciar los buenos espectáculos cuando se presentan así.

Lo tengo de recordatorio, eso de acabar con el abusivo. No puedes imaginar las ansias que tengo de probar su sangre, de tener esa amargura vital en mi boca, deshacerla con la lengua y sumergirla en el olvido. Relamerme ante el moribundo y decir: "Tu novia te manda saludos", antes de acabarlo.

Las carcajadas me salen de sólo pensarlo, pero debo retenerlas por ahora. Ya es de madrugada, lo sé por mi reloj, y la chica se ha ido a dormir hace un buen tiempo. El padre todavía no vuelve porque está en el apartamento de otra mujer coqueta, esta vez una morena. Ese es su juego. Durante una semana o dos son sólo dos amantes clandestinos en la ciudad, con él pagándole lo que quiera, ella aceptando que la amordacen mientras le dan azotes. Luego él sugiere un fin de semana romántico en una casa de playa que tiene, donde ella será tratada como una reina, como "se lo merece". No siempre a ellas les gusta el plan, pero él es tan persuasivo y convincente que les resulta imposible negarse. Ya ves, incluso al hombre más ordinario le sirve una buena actitud.

Le seguí a él y a la rubia a esa casa a casi las dos semanas de haberlos visto. Se excusó con su familia diciendo que tenía que encargarse de unos casos importantes en otra ciudad. Una casa preciosa era esa a la que llegaron, con sus puertas dobles de roble, piso brillante y ventanales corredizos en el balcón que da hacia el río. Resultaba fácil imaginarla en la portada de una revista de lugares ideales para pasar las vacaciones. La esposa seguramente habrá sido la responsable de tan bella decoración, demostrada principalmente en tonos dorados y rojos en cada uno de los cuadros, jarrones y estatuillas. La chimenea de mármol blanco parece una boca abierta hacia el infierno o a la entrega carnal. En otros tiempos ése habrá sido el nido de amor de los casados. Qué irónico.

Debo admitirlo, su ejecución fue impecable. Cortaba con tanto cuidado los miembros exangües que lo pensé un médico. Ni una gota de rojo manchó las sábanas blancas. La tierra del bosque recibió con gusto la atención de la pala, las bolsas de lona llenas. El resto de la noche se la pasó contemplando un video producto de la cámara que ella encontró excitante estuviera encendida, mientras realizaban su rutina de amo y esclava. Ella estuvo encadenada al poste de la cama todo el tiempo y es fácil notar el momento en que el juego deja de gustarle. Cuando se percata de que los golpes suceden demasiado rápido, con demasiada saña, comienza a rogar que la libere, chilla, se retuerce, trata de huir, llora. El chasquido de su piel perfecta, esa que habrá cuidado con cremas costosas, al recibir el cuero del látigo tienen la misma resonancia que el aplauso de adolescentes drogados en un concierto de rock. A veces ése mismo es el comienzo de todo, ellas pidiendo que no las golpee.

Y él que se sonríe, complacido, mientras su brazo desciende y se eleva con tremenda velocidad. Uno no lo imagina al ver su estómago fofo pero tiene unos excelentes brazos. Ahí estaba la explicación, en esa casa de verano. No es de esos débiles de voluntad que se contentan usando uno, si no que cambia de uno a otro según le convenga, y ambos tienen la misma habilidad con el arma del placer. El látigo, querido. Bueno, también con la otra arma. El sofá es testigo cada vez que ve esas cintas. Las guarda en una caja fuerte en el sótano.

He pensado muchas veces en dárselas a los medios pero la esposa me ha disuadido. Es una buena mujer, paciente, y ayuda a su hija con la tarea después de la cena. Tiene la misma delicadeza que la mesera golpeada, esa misma dulzura en los labios que puede acariciar el enojo y nunca usarlo. El maquillaje sólo le sirve para cubrir honorables arrugas que adornan su rostro de experiencia. Encuentro algo relajante en su calma, en el silencio de sus pasos y al cerrar puertas. Me figuro que sólo personas así pueden caminar sobre el agua sin perturbarla. Esta mujer, digo, no merecería tanta vergüenza, ni la soportaría.

Este sujeto, durante el mes que lo he seguido, ha matado dos mujeres más, haciendo un total de tres y quién sabe cuántas más. Saltaba a la vista que el maldito sabía lo que hacía al momento de poner manos a la obra. Muy bien, cabe agregar. Me llego a preguntar en qué momento un abogado de los suburbios, padre de una joven, esposo de una dama, tuvo tiempo para aprender los secretos del dolor y la muerte.

Recuerdo que tú también querías aprenderlo todo respecto a otras cuestiones. Cuáles posiciones hay, cuántas opciones, las situaciones que mejor sirvieran, qué juguetes podríamos usar. Sin embargo hubieron de aparecer los castigos por las bajas notas, los mensajes de los profesores que hablaban de tu poca atención y tuvimos que posponerlo. Al menos hasta que decidiste que a tus profesores les pueden ¿cómo lo dijiste? ¿tomar por el culo? e igual me seguiste.

Eras un demonio de adolescente, un verdadero demonio proveniente de los infiernos de la incomprensión. Sólo este guapo espectro acarició la oscuridad de tus profundidades tenebrosas, sació tu sed de sangre. No sabes cuánto te extraño, aunque te has perforado la cara –tu ceja, tu preciosa ceja- y permitiste que un ciego te cortara el cabello. Un ciego con aparente artritis, para rematar. Querido, ¿qué había de malo con el cabello largo?

La mujer en esta ocasión está todavía, para suerte de su bronceado, en la primera fase, que es la de ser la amante de un hombre exitoso que le consiente todos los caprichos. Una verdadera calamidad es el modo en que se administra este hombre. Cuando pienso en lo mucho que se ahorraría simplemente contratando a cualquier prostituta, se me ocurre que él disfruta del suspenso que tiende. Es como un director de sus propias películas de terror, con las que cuales luego se satisface en el sofá. Las mujeres sólo se están divirtiendo, aprovechan cada segundo de su juventud, y sin puertas que se abren de repente, si no esposas que se cierran, aparece el monstruo para espantarlas.

Eso es por lo que no puedo considerarlo un genio en toda su plenitud. No me gusta que las engañe para sus fines. Dime sádico, cruel, asesino, despreciable, y no te quitaré la razón, pero aborrezco la hipocresía. Nunca me relaciono con mis víctimas precisamente porque no quiero recurrir a artimañas para que confíen en mí. Te lo dije la primera noche que estuvimos juntos. Mientras casi dormías sobre mi brazo y jugabas a dibujar estrellas en mi pecho, lo dije. Si vas a odiarme, que sea a todo lo que soy, incluyendo al monstruo desalmado, para que él también lo merezca. Y tú, inconsciente como sólo puede serlo un adolescente bebido, te reíste. Tu aliento apestaba al alcohol y dientes sucios. Mi nariz supo antes que los dentistas que tenías caries, puedes apostarlo.

Es aburrido esperar aquí. Incluso hubiera aceptado volver a oler tu boca con tal de tener algo que hacer. Mi idea había sido matarlo saliendo del apartamento de la morena, pero sería demasiado fácil hacerlo parecer un asesinato y robo cualquiera, puesto que el vecindario es espantoso y locos peores que nosotros hay de sobra. No, que tenga su comodidad un tiempo más. Que sienta que puede regresar a casa y acostarse como si nada hubiera sucedido, ni esa noche ni antes, al lado de su dulce mujer que sufre con sus tardanzas. Él le dice que está con clientes, pero no se le ocurre la cortesía de regresar a una hora creíble.

Tranquilo, tranquilo va a llegar en su auto descapotable, con el cabello tirado hacia atrás y la corbata un poco suelta. De resto, será un perfecto caballero. Aun así no evitará verse en el espejo retrovisor del auto, en busca de lápiz labial, besucones o señales similares de su entretenimiento. No lo hará por su esposa, lo hará por él. Un abogado que siempre puedes estar seguro se presentará decente a la corte, eso es.

Va a salir del auto, activará la alarma y recorrerá el trecho de piedrecillas que va desde la acera hasta la puerta del hogar, entre el césped y los arbustos bien cuidados por la mano de un jardinero contratado la semana pasada. Estará agotado, sin duda, porque él tiene más de cuarenta y ella sólo 23. ¿Llegará oliendo a alcohol, a gatos o colonia de mujer? No lo sé y a él no le importa que lo huelan. No verá las botas sobre el tejado, ni el abrigo de cuero. Apenas oirá un susurro, quizá a mi camiseta ondeando al viento o mis pies aterrizando, y no podrá voltearse para ver qué sucede porque yo no se lo permitiré.

Puedo imaginar el sonido de la sangre acelerándose por todo su cuerpo, su aliento cálido contra mi mano opresora. Incluso creo percibir el olor del sexo en él, el olor de ella, de aquel apartamento con dos gatos. Así asaltado, sus pies no podrán evitar que lo lleve a un sitio oscuro, a un lado de la casa, para que nadie nos vea. Y mientras él trata, frenético, de liberarse, le daré el pinchazo del hambre, del vampiro, de la bestia. No he venido de ningún infierno pero él se dará cuenta de que un demonio lo ha atrapado y abrirá los ojos tanto, pero tanto, que en medio del placer sangriento se me antojará arrancárselos. Quizá lo haga, quizá no. El bello elixir explotará contra mi lengua porque todo su sistema reaccionará ante el miedo, bombeando cada vez más sangre y convirtiendo el tambor en su pecho en un golpeteo incesante, furioso y desesperado. Golpeando de terror, derramando lágrimas que le quitan vida. Tal vez se orine encima, tal vez luche hasta el final.

Lo que sé con certeza es que ese golpeteo cesará, cesará en algún momento y dejarán de oírse sus pequeños gemidos ahogados. Me habré bebido toda su existencia. Lo tomaré de los lados de la cabeza, que estarán húmedos de sudor frío, y le retorceré el cuello. El precioso crujido. Todavía no he encontrado nada que se le compare.

Luego lo arrojaré sobre la cerca –sabes que puedo hacerlo- hacia el jardín de los vecinos. Los forenses se ganarán su sueldo tratando de resolver el misterio. Cosa que no podrán, porque la herida ya habrá desaparecido para cuando lo encuentren.

Ahora estoy aquí, en el estudio. No me preocupo. Las habitaciones están lo bastante lejos para que me oigan la madre o la hija y no necesito de luz. Estoy investigando por Internet por qué cantan los grillos y no pierdo el oído acerca de lo que sucede en la calle. Oiré el auto llegar en su momento, no hay prisa. Mientras, un blog de diseño vulgar me ha dado la respuesta que buscaba.

Quizá te la diga cuando volvamos a vernos.

Con malvado amor,

Tilde.

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