Los girasoles
A veces hay una línea muy sutil entre los sueños y la realidad.
Él se despertó en mitad de la noche con cierto sobresalto, algo había interrumpido su plácido sueño y no podía entender qué había sido.
Sus pupilas dilatadas escudriñaban intentado taladrar la oscuridad de la habitación. Agudizó el oído. Sólo se escuchaba el tic-tac del despertador que al hacer caja de resonancia con el cajón de la mesita de noche sonaba como unos misteriosos pasos lentos y cadenciosos.
Aumentó su atención conteniendo la respiración y pudo apreciar los latidos de su propio corazón en la oreja que tenía apoyada sobre la almohada.
Aún esmeró más su escucha levantando levemente la cabeza y pudo apreciar una respiración lenta y acompasada justo a su lado, en su misma cama.
Poco a poco se fue disipando la niebla que embotaba su cerebro y recordó que ella compartía su colchón desde hacía unos años.
Se incorporó apoyándose en los codos girándose al mismo tiempo hacia su derecha. Sus ojos, acostumbrados ya a la oscuridad y ayudados por la tenue luz que se filtraba por la parte superior de la persiana de la ventana, distinguieron el perfil de la mujer que, plácidamente, dormía dándole la espalda.
Se quedó observando atentamente aquella figura, como la sábana que la cubría subía y bajaba levemente al mismo ritmo que la respiración. Al mismo tiempo sus pituitarias captaron aquel aroma tan conocido, mezcla del perfume con el olor propio de la piel de la mujer, aquel aroma que tantos momentos le recordaba; que provocaba sus más íntimos sentimientos, los más tiernos, y que al mismo tiempo también le excitaba.
Se tendió vuelto hacia ella. Al principio solo acarició los cabellos que se esparcían sobre la almohada. Eran negro azabache, sabía que eran negro azabache; no necesitaba verlo. Eran muy suaves, siempre le había gustado enredarlos ente sus dedos y dejar que resbalaran perezosamente por sus manos y disfrutar con el olor que emanaba de ellos. “Huelen a madera recién cortada” , solía decirle.
Se recostó a su espalda, primero sin siquiera rozarla, sólo disfrutando de su aroma y del calor natural que de ella emanaba. Poco a poco fue acercándose a su cuerpo hasta quedar pegados: La cabeza reposaba sobre los cabellos, el pecho rozando la suave piel de la espalda, el vientre contra la curva de los glúteos, los muslos y piernas adheridos a los de ella. Pasó el brazo izquierdo sobre el brazo de la mujer y su mano rozó la turgencia de los pechos y percibió el leve movimiento provocado por la respiración sosegada y rítmica, y los espaciados latidos del corazón.
Ella se movió levemente y apretó su cuerpo contra el de él. Todas las células de su piel se convirtieron en un centro sensitivo que enviaba dulces sensaciones a su cerebro. Percibió el calor y la suavidad de aquella piel que tantas veces había acariciado en sus sueños, piel aterciopelada y de color canela.
Su cerebro dibujó los rasgos de aquel rostro querido, la frente despejada, los ojos de mirada orgullosa enmarcados por el arco perfecto de las cejas, aquella nariz algo respingona y los labios gordezuelos y ligeramente húmedos que siempre le provocaban al beso más tierno, aquel mentón firme que denotaba una personalidad enérgica. Aquel rostro que tantas veces se le había aparecido en sus sueños más íntimos.
Rozó con los labios el hombro desnudo con un beso muy tenue, como si temiera despertarla y romper el encanto mágico de ese momento. Quiso percibir un breve estremecimiento del cuerpo de la mujer y escuchar un muy suave murmullo.
Permaneció sin apenas moverse durante muchos minutos hasta que poco a poco se fue sumiendo en una agradable sensación de somnolencia y acabó por dormirse y soñó.
Soñó con aquella mujer. Paseaban juntos tomados de la mano en un campo de girasoles, se giraban e uno hacia la otra y se sumergía en el mar de sus ojos, leyó en el fondo de sus pupilas la palabra amor. Entonces la besó; primero besó la frente, luego los ojos, la punta de la nariz y por fin los labios que se abrieron como los pétalos de una flor para recibir la dulce caricia. Se abrazaron con ternura sin esa pasión desenfrenada de otras veces. Fue un abrazo cálido, reconfortante que les hizo vibrar en lo más profundo de sus almas.
Se despertó con una agradable sensación de plenitud y busco a su compañera; su mano palpó las sábana y sólo halló el vacío, el cuerpo de la mujer ya no estaba a su lado las sábanas estaban frías, no quedaba ni un solo rastro de su presencia.
Suspiró quizá todo había sido solamente un sueño que evocaba sus recuerdos, tal vez …
Salió desnudo de la cálida molicie de las sábanas, abrió la persiana para dejar entrar la luz de la mañana. Un rayo de sol iluminó la alfombra que había junto a la cama y entonces lo vio. Era un vestido azul estampado con girasoles.