Los Ferrer...: Una mujer en la intimidad
Lola disfrutando en la intimidad de su nuevo juguetito sexual...
CAPÍTULO 7º
UNA MUJER EN LA INTIMIDAD
Es una tarde cualquiera a finales de Agosto en Valencia.
Lola Ferrer se encuentra sola en su lujoso chalet, ya que tanto su marido como sus hijos han salido.
Está viendo la televisión en el salón cuando acude a su memoria una conversación que mantuviese con su amiga y vecina Esperanza tan sólo dos días atrás, después de acudir las dos solas a un excitante espectáculo de strip tease masculino, donde musculosos jóvenes mostraban sus varoniles encantos ante un público formado en su mayoría por maduras amas de casa, que chillaban como jovencitas enloquecidas cada vez que uno de los adonis del club sacudía su nada despreciable verga desnuda ante sus caras.
Sonríe al recordar que, sin duda, la que más chillaba, era Esperanza, que incluso llegó a coger a uno de los bailarines y a meterse su tremenda polla en la boca durante unos instantes, dejando al pobre muchacho totalmente cortado y sin saber qué hacer.
Fue precisamente después de ese erótico espectáculo que Lola decidió comprarse un juguetito sexual. Nada tan exagerado como lo que viese en casa de su rubia y voluptuosa vecina. Lo que compró fue un sencillo consolador con forma de pene de unos veinte centímetros de longitud y que vibraba gracias a un par de pilas pequeñas.
De repente, la guapa argentina se levanta del cómodo sofá pensando que ya es hora de estrenar su nuevo y único juguete erótico.
Y así, visiblemente excitada por la idea, abandona el salón y sube hasta su habitación.
Sólo de pensar en la experiencia, su coño comienza a lubricar, tanto es así que cuando llega a su dormitorio ya tiene las braguitas casi empapadas.
Muy lentamente, la voluptuosa y escultural mujer comienza a desnudarse frente al espejo.
Se acaricia los senos, grandes, redondos y duros, de pezones oscuros y erectos. Con gesto lascivo y morboso, levanta una de sus enormes tetas y la lame con la punta de la lengua. Este acto le hace soltar una risita cargada de sensualidad.
Luego, su mano baja hasta su braguita de seda y encaje, y comienza a acariciarse el sexo por encima de la prenda, mientras de su garganta se escapan leves gemidos y jadeos de puro placer.
Por fin, con gesto indeciso, saca un estuche de plástico del armario, de un rincón que sabe seguro su marido nunca va a mirar, y del estuche saca el vibrador.
Primero lo mira pensando que, tal vez se halla vuelto loca, ella y su marido tienen relaciones sexuales bastante a menudo, y muy satisfactorias y, por un momento, piensa que lo mejor es guardar el aparato, quizás incluso devolverlo al sex-shop donde lo adquirió.
Pero Lola, amén de hermosa es una mujer sumamente curiosa, a la que le encanta probar cosas nuevas en todos los campos de su vida.
Así que, vuelve a tomar el consolador mientras sonríe, con esa sonrisa como solo una mujer sumamente caliente y excitada es capaz de sonreír.
Con movimientos lentos, sensuales, casi felinos, se tiende sobre la cama y se abre de piernas mientras con la punta del juguete va acariciando sus grandes mamas, bajando lentamente hacia su sexo, ya completamente desnudo y lubricado.
-Mmm… -Gime antes de meterse la punta del consolador en la boca y lamerlo como si fuera una verga de verdad-. Veamos qué sabes hacer, amiguito.
Con una risita, pone en marcha el aparato, y éste comienza a vibrar en su mano derecha, provocándole unas agradables y divertidas cosquillas.
-¡Diosss! –Susurra mientras se va pasando el sexual juguete por el vientre y los alrededores de su vulva-. ¡Esto es…, genial! –Se le escapa una carcajada mientras se abre los labios del coño con la mano izquierda y, muy despacito, va introduciéndose el consolador con la derecha, hasta el fondo.
Todo su cuerpo comienza a sacudirse, levemente primero y luego con auténticos espasmos de puro éxtasis.
Lola se retuerce sobre la enorme cama de matrimonio con cada orgasmo que consigue.
Sus manos acarician sus enormes tetas, pellizcando sus grandes y oscuros pezones, mientras el sudor y los jugos vaginales van empapando su entrepierna hasta alcanzar un último orgasmo bestial que la deja exhausta, casi sin fuerzas y abierta de piernas sobre la cama que comparte con su marido.
Luego, y sintiéndose un poquito avergonzada, se viste y guarda el consolador en su práctico estuche mientras piensa que la experiencia ha sido lo bastante divertida y gratificante como para repetirla de nuevo, algún otro día que, como hoy, se encuentre sola y aburrida en casa.