Los famosos de Lily (4: Final)

Una vez bien conocido el simpático Zoilín éste nos irá presentando a los famosos cuyas correrías serán exquisita diversión para todo gourmet del sexo.

LOS FAMOSOS DE LILY Y IV

Mariloli es una mujer en extremo compasiva y generosa. Lo se porque estando en su lecho, en prácticas, llamaron a la puerta de su apartamento. Era un joven izquierdista, barbudo y con melena larga, sucia y grasienta. Hablaron en voz baja. Ella le hizo pasar al salón donde le sirvió una copa. Regresó al lecho y me dijo tan pimpante que a su correligionario le perseguía la policía. Asi que me rogaba que me vistiera y volviera a mi apartamento. Ya me llamaría para seguir las practicas otro día. Le respondí que no entendía el problema: el barbudo podía quedarse en el salón, bebiendo o echarse una siesta en el sofá, mientras nosotros culminábamos la práctica del momento y explorábamos otra nueva.

Ella se echó a reír con esa risa de conejita siempre dispuesta a la lujuria y me explicó que solo había una forma de calmar la angustia de su amigo: desnudarlo, darle un buen baño y luego ponerle a mamar a su teta, como si fuera un bebé hambriento. A él le gustaba, a ella también, por lo tanto ¿qué problema había?. Respondí que ninguno y pregunté a mi vez qué tenía que hacer para convertirme en su correligionario. Lo de la barba y el pelo grasiento era fácil. Me sonrió con esa sonrisa encantadora que disuelve todas y cada una de las debilidades humanas y me dijo que me apresurara. Cuando me puse en pie, dispuesto a colocarme el slip, ella me azotó el culito con su mano experta. Supe que lo sucedido era simplemente un evento imprevisible que no le haría olvidarse de su Johnny.

Conocida esta escena no se sorprenderán si les digo que Mariloli quedó conmocionada por el éxtasis de Zoilín y decidió resucitarlo, no a bofetadas, sino con sus exquisitas artes amatorias. Le pidió a Anabel que la ayudara a colocarlo en el lecho y entre las dos elevaron al fetillo hasta la revuelta cama, con una facilidad pasmosa, incluso para el peso del extático, creo que no pasaba de los cincuenta.

Mariloli se dispuso a desvestirlo, maternal y curiosa. Le arrebató los zapatos de charol, brillantes y limpios como una patena. Se deshizo de sus calcetines rojos, que no pegaban ni con cola con el resto de su atuendo y a horcajadas sobre él desató la hebilla de su cinturón, desabotonó su bragueta y exhaló un gritito al ver unos pañales de bebé, en lugar del correspondiente y preceptivo calzoncillo. Atado con imperdibles, el pañal tapaba sus partes pudendas hasta casi la cintura. Poseía por el morbo se deshizo de los imperdibles y abrió el pañal con cuidado, tal vez temerosa de mancharse con cagarrutas, como si Zoilín fuera un auténtico bebé. Lo que encontró la dejó tan pasmada que no rebulló durante un buen rato. Las pelotas del enano eran realmente descomunales y tan peludas como uno se imagina las de un gorilla, a poca imaginación que tenga.

La chica debió pensar que el plátano guardaría proporción con los melones (las pelotas eran ligeramente picudas) y que el no ver ni la cáscara del plátano se debía a su estado inconsciente que había retraído el adminículo hasta hacerlo casi invisible. Anhelante, con la boca abierta, respirando apenas por entre los dientes, echó mano a las pelotas que manoseó curiosa, tiró de los pelos notó la dureza de la piel y buscó entre ambas lo que más le interesaba. Lo que encontró la hizo lanzar un grito de rabia.

Anabel, que se estaba secando el pelo en el servicio, acudió presta y escuchó las maldiciones babilónicas de su colega. Ani, curiosa, se acercó más, hasta meter las manos entre las pelotas y comprendió todo de golpe. La pilulita era de bebé y estaba tan escondida entre ambos globos que solo la mano agarrotada de Mariloli había lograda sacarla a pasear. Ani se quedó observando las pelotas con gran interés, como un horticultor un par de gigantescas calabazas. Intuyó empáticamente el grave problema de Zoilín y disculpó todas sus manías.

-Así pues, dije, le mentiste como una arpía cuando en tu apartamento te contó su problema. Tu ya conocías la magnitud del mismo.

-Y tanto, Johnny, pero una tiene que disimular las debilidades del macho. ¡Qué sería de vosotros sin nuestra comprensión!.

Un grito terrible sobresaltó a la preciosa mulata. Mariloli, aún cavilosa sobre la imposibilidad de admitir semejante tragedia, acababa de darse cuenta de algo, que solo su deseo morboso de conocer lo que la interesaba, le había impedido observar. El pañal de Zoilín era una gran costra de una sustancia extraña,como baba de caracol reseca o mocos puestos al sol. Sus pelotas estaban recubiertas también de la misma sustancia que se había pegado a la piel como una colonia de garrapatas.

Había deducido certeramente que se trataba del semen expelido por Zoilín con sus éxtasis y viendo sus manos contaminadas por la sustancia dio un gran grito y otro y otro más y salió disparada hacia el servicio, como perseguida por demonios, no lujuriosos, sino de los otros. Allí se restregó la piel con piedra pomez hasta dejarse las manos en carne viva. Ani, que la había seguido, muy asustada, tuvo que afrontar la cólera de Mariloli y cumplir su orden terminante de llevarse aquel engendro cuanto antes de allí. Y comenzó la cuenta hacia atrás: diez, nueve...

Anabel, con su sentido práctico de las cosas supo enseguida lo que tenía que hacer. Colocó el pañal de Zoilín en su sitio, le puso los imperdibles, le subió los pantalones, se los ató con el cinturón, le puso los calcetines, los zapatos y llamó por teléfono a un taxi, con la consigna de que si el taxista subía y le ayudaba a bajar un bulto se haría merecedor de una sustanciosa propina.

Así fue y sin despedirse de Mariloli siguió al taxista, un oso grandote, que había acudido muy rápido y que portaba a Zoilín en brazos, hasta el ascensor. El resto de la historia ya lo conocen, puesto que se lo he contado en los pervertidos de Anabel. Durante los meses que siguieron Zoilín puso en manos de Lily un conjunto de famosos que hubiera envidiado en estos tiempos el mejor reality show. Lily no dejaba de asombrarse de la confianza que aquel fetillo (sin más cualidades que su falta de inhibiciones y absoluta desvergüenza en el trato) generaba en famosos de toda laya, gente bien y hasta aristócratas. Lo mismo era amigo de toreros que comía en casa de la marquesa de Vallegordo( y la menciono porque tendrá su importancia en esta historia).

¿Pero por dónde comienzo a narrar esta colección de historias que Anabel puso en mis manos como si fuera una baraja marcada?. ¿Por la historia de la famosa actriz de destape, y portada de cualquier revista nudista –en el sentido de nudismo erótico, no el otro- que se precisa y el político cuyo nombre mantendremos en el anonimato porque estas historias se sabe cómo comienzan, pero nunca cómo acaban?. ¿O no preferirían ustedes la historia de la marquesa de Vallegordo y cómo llegó a manos de Lily, huyendo, yo diría corriendo, para olvidar tanto desengaño y tanto acoso mediático?. ¿O tal vez quieran saber la vida y milagros de la famosa actriz, por méritos propios, Gloria Locano, que se vio obligada a vender su cuerpo, literalmente, para sobrevivir a la mierda de cine-destape que arrasó su carrera?.

Por alguna historia habrá que empezar, pero no me decido. Lo pensaré mientras me tomo un martini seco, con aceituna, en un lugar paradisiaco, que no voy a revelar y mientras la escritora, mi acompañante, corrige las galeradas de su última novela, muy esperada, titulada provisionalmente: Un gigoló muy especial. ¿Quién es esta famoso escritora que me acompaña?. Se trata de un secreto que solo desvelaré al final de este culebrón. Se llevarán ustedes una sorpresa y toda la historia cobrará pleno sentido, pero antes hay que remachar los clavos que aún quedan pendiente.