Los extraterrestres
Historias cotidianas y diferentes
NOEL CLARASÓ
(1905-1985)
ESCRITOR
“EL AMOR TIENE DOS MOMENTOS DELICIOSOS: EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO; LO MALO ES EL TIEMPO QUE TRANSCURRE ENTRE ELLOS”
LOS EXTRATERRESTRES
El extraño vehículo espacial se posó suavemente en la pequeña hondonada desde donde solo este se podría visualizar desde el aire. En pocos minutos cambió de color como si fuese un camaleón, adaptándose al color del entorno. Ahora ni siquiera podría verse desde el cielo. En las alturas en donde este aterrizó, se podía admirar la desembocadura de un gran rio. Y ya casi cerca del mar, en medio de este, una isla. Los extraños tripulantes de la nave aún no podían saber que aquella isla lejana se llamaba ´´ISLA DE BUDA´´.
Desde que estos extraños seres perdieron contacto con el Planeta de donde procedían, ya no lograron entrar en la base de datos que allí disponían. Tendrían que averiguar por sus propios medios en que país estaban; su geografía, costumbres, idioma, así como todo lo que necesitaban saber sobre los humanos que allí habitaban. Este y otros informes les servirían para que cuando llegase el momento invadir el Planeta Tierra, con garantías de éxito.
En lo primero que se implicaron aquellos viajeros del espacio fue poner en marcha un aparato que captaba todos los ruidos y emisiones televisivos de radio e internet de aquel extraño país. Para después pasarlo a otro ingenio que hacía que se tradujesen para el entendimiento de estos seres llegados de un lejano planeta que pertenecía a una más que alejada galaxia.
Poco tardaron en captar las hondas de todos los emisores televisivos que existían en aquella nación. Desde aquellas alturas podían recibir las hondas, de centros ubicados a más de 1.000 km a su alrededor. De momento se propusieron estudiar las emisiones más cercanas. De entre estas las que sobresalían, eran las que emitían desde una ciudad a la que llamaban BANSICORA a estos les costaba pronunciar bien el nombre. En aquellas emisiones no había día en que no se pusiesen en duda las voces y los dictados de los que se decían los dueños de la nación, que llegaban desde otro emisor más lejano. Aquellos, por lo que decían, querían que los de aquella región más bien pequeña obedeciesen sin rechistar, ellos, una y otra vez les decían que si no obedecían les mandarían a cientos o más bien a miles de hombres con lo que llamaron porras así como otros artilugios mucho más destructivos para avasallarles, para hacerles callar y pagar sin oponer resistencias que serian inútiles. En vista de que no obedecían, allá mandaron a estos – decían que eran el brazo armado de la ley – para enseñarlos a respetar y obedecer, a sus dueños. Los sufridos habitantes de aquel lugar, ingenuos ellos, creyeron que con palabras lo arreglarían. Estos infelices, que ya no tenían en cuenta, la historia de los dueños de la nación más grande, volvieron a ser sometidos por la fuerza brutal de aquellos dueños del solar Patrio. Estos para escarmiento, así como para escarmiento de las futuras generaciones, encarcelaron a los infelices dirigentes que creyeron en el poder de la palabra, cuando el único poder era y siempre había sido el de las estacas de gruesas y duras maderas. Los más agiles, se exiliaron a otros países vecinos para que aquel país con dueños tan expeditivos se conociera más allá de sus fronteras. Algunos de estos países que los recibieron y les cobijaron, no comprendían lo que allá pasaba. Tuvieron que ser los tribunales de estos países más adelantados quienes les dijeron a los dueños de la nación que las cosas ya no eran como antes. Que en pleno siglo XXI ya no podían operar como antes hicieron durante siglos cuando los de la estaca repartían y repartían, pero estos, dueños de la nación, no sabían como proceder por mucho que se lo indicasen, ellos aún recordaban cuando el carnicero del Ferrol mucho antes los puso en vereda, y no precisamente con palabras. Incluso este, a los que exiliaron a otras naciones, como ahora hicieron, los fueron a buscar para ejecutarlos sin contemplaciones. Para ello no dudó en pedir la colaboración de otro carnicero, que en eso era un maestro un tal Adolf.
Los dueños de la nación, al ver con los inconvenientes que se encontraban para reconducir la situación enseguida buscaron la otra solución que ya antes habían empleado. Ellos sabían que los de más abajo, los que siempre obedecían, se creerían la historia que prepararon, con mucha visión de futuro. Como si fuese un milagro, un joven de buen ver de otro partido político, los sacó del poder y este se sentó en la silla del mando de aquella nación.
Aquello era una jugada maestra digna del que escribió (otras paridas similares) un tal MAQUIAVELO.
Los de la pequeña nación no lo tenían muy claro. Ellos sabían lo que era el cambiarlo todo para que el asunto siguiese igual – en busca de un antídoto.
Se lanzaron a buscar la horma del zapato de los que continuarían con otros métodos queriendo arrodillarles para que continuasen pagando sin rechistar.
Los extraños seres venidos de otros mundos lejanos, como no lograron entender nada de nada, decidieron volverse para allá y dentro de un tiempo, quizá volver para intentar comprender lo que en aquella nación se cocía. Todo y con ello, se compadecieron de los humanos que componían la pequeña nación, al ver lo difícil por no decir imposible que tenían el sacudirse de encima de aquellas pesadas botas que no les dejaban levantar cabeza. Y ya para incomprensión fue cuando supieron que estos ingenuos que poblaban la pequeña nación, hacían peticiones a una –VIRGEN NEGRA – que tampoco ellos sabían lo que aquello significaba; pidiéndole amparo ante aquellos gobiernos de las robustas estacas.
El día en que aparentemente cambiase el poder en la gran nación, las bolsas de la capital subieron como la espuma. Don WENCESLAO DE LAS CAÑADAS que estaba recuperando fuerzas en la mejor marisquería de la capital, cogió el tiro y llamó a su agente de bolsa para decirle que vendiese todo lo que tenia invertido. – lo vendo todo Don Wenceslao - Le preguntó el sorprendido agente. – Si, vendelo todo y ya te avisaré en cuando tengamos que comprar otra vez - le dijo este, mientras habría un langosta como un conejo de grande. – Entre vaso y vaso de un excelentísimo vino blanco – semi, calculó que en aquella jugada se embolsaría más de 50 millones de dólares. Por el camino hacia su casa su mente no dejó de calcular otra jugada maestra que le podía reportar multiplicar por dos las ganancias de aquel día. Mientras conducía por el abarrotado tráfico, entre el banquete que se había zampado, las 2 botellas del más que delicioso y frio vino que entraba como el agua, y los ganancias de los 50 millones de dólares ganados en la bolsa, notó como entre sus entrepiernas se le movía su pirula. Cuando llegase a casa la iba a emprender con su joven y exuberante esposa todo y que con los años que tenia y su prominente barriga, ella algunas veces no se sentía con valor para complacerlo, cosa que él lo comprendía: Al entrar en casa Don Wenceslao se encontró, con que fue su mujercita se había ido de compras, lo que quería decir que no sabía cuándo volvería. La criada, una mujer mulata y con un culo de campeonato y unas pechugas de oveja embarazada, le preguntó si le preparaba un café de los que él tenía por costumbre.
Don Wenceslao de las cañadas, le dijo que ya había tomado café. Que aquellas horas lo que le apetecía era el tocarle su voluminoso culo, y jugar con este un ratito como el gato con el ratón – la mulata se lo quedó mirando sorprendida. En los años que llevaba, sirviendo en aquella casa, nunca el dueño le dijo nada de estas cosas. Ella se extrañaba que este no la tuviese en cuenta, cuando por la calle no había día en que los hombres que se cruzaban con ella no le propusiesen lo más caliente. – Don Wenceslao – le dijo esta – nunca creí que Ud. Me hiciese una proposición de estas. Creí que no le gustaba; continuó ella riendo complacida.
Don Wenceslao, que aquel era su día bueno, sacándose del bolsillo 2 billetes de 200 €, se los entregó al tiempo que la zurraba suavemente en su poderoso culo. La mulata, antes de decir amén, ya tenía los pantalones en los pies. A continuación, sacándose las bragas, se las tiro encima – él estaba ya sentado en su butacón preferido – sin pensárselo dos veces Don Wenceslao, cogiéndolas amorosamente, las olió con infinito placer. Solo ya le faltaba aquel aroma para redondear aquel hermoso día. Después, le dijo a ella que se diese la vuelta, que quería besarle aquel incomparable culo. La mulata, incluso bajó su torso para que este quedase frente a la cara de su dueño. Este, como si aquello fuese la langosta comida a medio día, recorrió con su nariz aquellas partes más escondidas en donde estaba la entrada de su cueva. Una vez allí, ronroneo de placer al sentir, aquella lujuriosa calidez que lo evitaba a gozar sin mesura. Ella, que también estaba por la labor, lo fue moviendo ligeramente para que su dueño llegase hasta el fondo. Después y para facilitarle la entrada todo y teniendo aquella descomunal barriga, doblase encima de una mesa dejando su húmeda cueva al alcance del PRÍAPO de su enamorado dueño. – Este pudo entrarle suavemente, llegándole hasta el fondo, en donde le soltó toda la carga, mientras, se lo palmeaba gozosamente.
Cuando 3 horas después llego la esposa de Don Wenceslao, este ya estaba en la cama, descansando del ajetreado día.
La mulata le dijo que había llegado agotado después de un día muy movido. La esposa gozosa sonrió al pensar que aquella noche, este no necesitaría, ya, tocarle el culo.
Al día siguiente, las bolsas que subieron sin interrupción, volvieron a bajar incluso a más velocidad. Don Wenceslao que ya había hecho el negocio de su vida, mandó a su agente de bolsa que en cuando tocasen suelo, comprase con todo el importe de lo ganado el día anterior.
Después y todo y siendo primavera mandó a su mujer a comprarse un abrigo de pieles del que le había hablado varias veces.
A esta le faltaron piernas para ir en busca del abrigo soñado.
Don Wenceslao, que aún estaba en casa, se fue en busca de la mulata, que estaba en la habitación de planchado. Allí mismo, la hizo arrodillar para que le chupase la cosa. Después, salió a la calle y cogiendo un taxi se fue para su marisquería preferida.
Su mujer, con el abrigo de pieles puestos y sudándolo de tanto calor, al llegar a casa más que contenta se fue a la ducha.