Los extraños anales de Júlia (03)

Tercer capítulo. En el pueblo.

Un día después de llegar al pueblo me di cuenta de que todo era distinto, algo que ni siquiera me había planteado: mi aspecto no era el mismo que el de otros años. Mis pechos se apretaban en las viejas camisetas del año pasado, y se mostraban sugerentes en los escotes de las nuevas. Pese a llevarme un par o tres de años de diferencia, la pandilla de los chicos más mayores, a los que conocía más por ser los hermanos mayores de mi pandilla habitual que de un trato de tú a tú, enseguida mostraron interés en mí.

Para una adolescente, eso supone un subidón de ego increíble, cuando lo que más deseas es sentirte mayor, y que los demás te vean así también. Sin ningún tipo de remordimiento, apenas me saludaba con los chicos de siempre, y un par de chicas de mi edad y yo nos incorporamos encantadas a la peña de los mayores.

La sensación que una tiene cuando se va lejos de casa es que puede hacer lo que quiera. Puedes representar un papel, fingir ser alguien que no eres, cómo te gustaría ser en realidad, o más bien, fingir que eres lo que crees que los demás quieren que seas. Con un tonto sentimiento de estar ahí "de prestado", que cualquier flaqueza me pondría al descubierto como la cría que era, en unos días estaba dando mis primeras caladas a un cigarro y probando el gusto amargo de la cerveza.

Nos reuníamos al atardecer un grupo de cinco chicos y tres chicas en una especie de caseta que había en los terrenos del padre de uno de ellos. Solos, de noche y sintiéndonos lejos de todo y sentados en un par de colchones en el suelo, las chicas nos dejábamos llevar por todo lo que se les ocurría. Hablábamos de sexo, sobretodo ellos, que nos explicaban toda clase de experiencias que aseguraban habían tenido. Fumábamos, aunque yo sólo me atreví con cigarrillos, y cogí mi primera borrachera. Y mi segunda, mi tercera...

El segundo día de botellón de cerveza propusieron el juego de la botella. Ya jugué a eso en las últimas colonias con el colegio, pero no pasamos de simples picos. Esta vez fue más serio. El alcohol y el hecho de que ellos no eran niños, hicieron que nos acabáramos enrollando todas con todos. Supe lo que era un beso con lengua, más brutal que otra cosa, húmedo, y estarse morreando con alguien (o varios) durante horas, haciendo pausas solo para beber un poco más, y seguir. Que me metieran mano, me estrujaran el pecho como si estuvieran amasando pan, agarrándome el culo. Yo me dejaba hacer, totalmente turbada y excitada, y al principio solo me dejaba por encima de la ropa, pero pronto metieron la mano debajo de la camiseta y apartaron el sujetador. Sentir las manos sobre mi piel, mis pechos, pellizcándome los pezones, bajando más tarde por la espalda y meterse dentro de mis pantalones, y después de mis bragas, para tocarme el culo, cómo restregaban el paquete con fuerza sobre mi coño... me encendía de una manera extrema. Me sentía aliviada de que no intentaran meterme mano en la entrepierna, a esas alturas totalmente empapada.

Tenía suerte de que, cuando volvía a la casa de mis padres, ellos normalmente estaban fuera con otros matrimonios o familiares, o estaban en el salón varios de ellos. Saludaba entonces escuetamente, intentando disimular el pedo que llevaba encima, y corría escaleras arriba al baño, a hacerme las pajas más cortas en meses, ya que era tan grande la excitación que con un par de restregones me corría irremediablemente.

Jugamos también al mítico "Verdad, acción o beso". Borrachas perdidas, no teníamos ningún recato en hacer cualquier extravagancia. Calvos, enseñar los pechos, bajarles la bragueta con los dientes (aún recuerdo cómo me dio vueltas la cabeza). Y nos atrevíamos a pedirles cosas, como que se bajaran los pantalones y calzoncillos, mostrando, el que menos, una polla morcillona, lo que creó un tenso silencio entre las chicas por unos momentos, sorprendidas y estupefactas. Todo eran risas y cachondeo. Creíamos que ese era el mundo natural de la gente joven, algo que los adultos no tenían ni idea, y eso nos hacía sentir realmente bien. El momento más tenso fue la primera vez que nos hicieron besar entre nosotras. Empezamos tímidamente, pero al cabo de unos días nos enrollábamos entre nosotras con la misma pasión que con los chicos. Me calentaba la suavidad de sus bocas y su lengua, y notar sus pechos contra los míos. Acabé incluso tocándoles los pechos por debajo de la camiseta, cosa que vitorearon lo chicos, y aunque ninguna de las dos me tocó jamás, dejaban que yo lo hiciera.

El alcohol me ayudaba a hacer todo eso, que sin duda disfrutaba, pero nuestra cara durante el día, en la calle, no era en absoluto la misma que por la noche en la caseta. Empecé a sentirme sexy (o lo que yo creía que era ser sexy), que me iba a comer el mundo, que podría hacer cualquier cosa, lo que me diera la gana, porque nada malo podría pasarme.

Unos días antes de volver a casa, me encontré con Raúl, uno de los chicos de la pandilla, que me propuso ir a bañarnos al río. Era mediodía, y entre las siestas y otras cosas, nadie más venía. En unos minutos nos estábamos bañando, y poco después enrollándonos en el agua. Recuerdo lo excitante y distinto que fue. No estábamos en la caseta, ni borrachos, ni de noche, ni con nadie más. La excitación que producía estar al aire libre, en un sitio donde cualquiera nos podría encontrar era increíble. Esa fue la primera vez que alguien chupó mis tetas, y mordisqueó mis tiesos pezones.

Se convirtieron esos encuentros furtivos en algo diario. Por la noche, todo igual: cigarrillos, muchas cervezas y todos con todos, pero ahora nos cruzábamos miradas, y sus besos sabían distintos. Por el día, poco a poco fui descubriendo como era una polla. El bañador hacía que constantemente notara sus erecciones, que restregaba con fuerza por mi entrepierna. Cuando me atreví a tocársela, sentí que el corazón se me salía por la boca, pero fue como un imán. No pude quitar la mano, ni parar de cogerla, apretarla... Tremendamente excitante, pero tremendamente torpe. Me parecía que era la mejor y mayor polla del mundo. Muy excitado y supongo que cansado del ritmo irregular, puso su mano sobre la mía y me empezó a marcar el ritmo, aún por encima de la ropa.

Al día siguiente fue cuando, estando yo ya sin el sujetador del bikini, le bajé el bañador y pude vérsela de cerca. El miraba divertido como se la examinaba, dura y amoratada, cómo le subía y bajaba el prepucio, lo descapullaba... Le hice una paja. Masturbé esa barra de carne dura y caliente mientras lo besaba con fiereza, metiéndole mi lengua en la boca como si quisiera ahogarlo, hasta que se corrió. No me atreví a abrir los ojos y ver cómo escupía su semen, que se derramó por mi mano, y nos salpicó a ambos, por el vientre y los pechos.

Al día siguiente sí me atreví, quedando tremendamente excitada de ver aquella "cosa" palpitando, morada, como si fuera a estallar, sacando chorros de ese líquido viscoso y blanquecino. Fascinada, le unté la polla con su semen, pegajosa y morcillona se me escurría entre los dedos. Me moría por conocer su olor, su sabor, así que me incline hasta quedar mi nariz rozando los pelos de su pubis. De repente, en tono divertido, me dijo:

  • Mira, ¡me has dejado perdido! Deberías limpiármela un poco -y su mano se posó en mi nuca, empujando suavemente hacia abajo. Con una sensación de vértigo y excitación, abrí la boca y chupé. Chupé y lamí golosa, atropelladamente, hasta que Raúl me volvió a marcar el ritmo, empujándome su polla más adentro de mi boca con sus caderas, y aguantándome la cabeza, primero con una mano, luego con las dos, como si creyera que me iba a apartar. El intenso sabor del semen que rodeaba la polla me dejó un gusto confuso: entre amargo y salado, no muy agradable, pero hacía que me excitara aún más. La notaba suave, caliente y blanda en mi boca, me entretuve repasándola con la lengua, mucho más sensible al tacto que los dedos, el frenillo y cada vena que la cruzaba. Poco a poco se fue endureciendo de nuevo, y Raúl se fue descontrolando, empezando literalmente a follarme la boca. Me imaginé a mi misma, sobre una toalla entre la maleza, tan sólo con la braga del bañado puesto, y un chico follándome la boca, follándomela con su polla, con su polla manchada de semen. Me embargó una sensación de vergüenza el hecho de que me excitara eso, y cerré los ojos con fuerza. Él me dejaba apartarme de vez en cuando, cuando sus arremetidas me provocaban arcadas y necesitaba toser y respirar. Cuando me sentía mejor, simplemente abría la boca para que siguiera. No tardó mucho en escupir de nuevo, esta vez dentro de mi boca. Se movía tan violentamente, el sabor era tan fuerte y tenía la boca tan llena de saliva y semen, que me lo tragué.

Llegué a casa esa tarde extremadamente excitada, ya que Raúl limitaba sus atenciones a mis pechos, pero nunca se acercó a mi empapada y palpitante vagina. Corrí a aliviarme al baño, rezando por que nadie notara ese olor tan peculiar que ahora tenía mi aliento, y que los pegotes resecos en vello de mi brazo no hubiera llamado la atención de dos vecinas que me crucé.

Me masturbé con el sabor de su semen todavía en mi boca, casi sintiendo aún su polla entrando y saliendo, cómo me la empujaba adentro, sus manos tirando y empujando de mi pelo... Tuve un orgasmo intenso, que tuve que sofocar mordiéndome una mano, y que me dejó mareada. Pero, contrariamente a lo que pensaba, no me sació.

Me había comido una polla, había tragado semen, estaba como en una nube, y sólo tenía ganas de más. Esa noche, borracha de nuevo, me enrollaba ferozmente con Raúl en la caseta.

  • ¿Te gustó? ¿Te gustó lo de esta tarde? - le susurré al oído.

  • Mucho - contestó, casi con vergüenza. Eso me hizo sentir más fuerte y segura.

  • Pues estoy deseando que te desabroches el pantalón, ¿sabes?

Él se me quedó mirando, y miró discretamente a los demás, que se enrollaban, bebían y hacían cachondeo. Me volvió a mirar sonriéndome, y empezó a quitarse el cinturón. Por las exclamaciones y ruido que hicieron, creo que los demás se dieron cuenta de lo que pasaba cuando ya la tenía en la boca, y Raúl me empujaba la cabeza con fuerza. Miré fugazmente, y vi una docena de ojos fijos en mi, en mi boca, mi boca chupando polla, entre estupefactos y excitados. Fue la primera vez que me sentí una guarra, una puta, estar haciendo eso delante de todos.

Al rato, inevitablemente, Raúl se corrió en mi boca, y yo me lo tragué y me incorporé, limpiándome los restos de mis labios y mi barbilla. Las otras dos chicas estaban mamando entre las piernas de dos de los demás. Me sentí como orgullosa, importante, por haber sido la primera en hacerlo, y por que ellas lo estaban haciendo ahora porque yo había empezado. Uno de los dos chicos que estaban solos, creo que era Germán, cerveza en mano y flipando, me miró interrogativamente, haciendo un gesto de bajarse la bragueta. Miré a Raúl, que me sonrió, así que me dirigí a él, me arrodillé y le ayudé a sacársela. Le di un buen trago a la cerveza antes de ponerme a chupar.

No recuerdo muy bien el tamaño ni forma de su polla, porque las cuatro noches siguientes, antes de volver a casa, las tres chicas se las mamamos a todos. Después de comer, mamada a Raúl entre la maleza, corriendo a casa, pajilla, cena y a comer polla a la caseta. Y repitiendo, porque al ser la única que no escupía el semen, parece que les daba más morbo conmigo. Aunque las demás no es que se quedaran cortas chupando. Y al volver a casa, con el coño empapado, la mandíbula casi desencajada, con el estómago lleno de semen y cerveza y gusto a leche en mi boca, me volvía a masturbar.

Curiosamente, cuando volví a Barcelona no me sentía mal, ni añorada ni siquiera por Raúl. Una especie de ataque de ego me hacía sentir en plan: "tíos, preparaos porque ya llego".