Los extraños anales de Júlia (01)

Primer capítulo.

Cogí una silla del comedor para poder encaramarme al armario, pero aún empinándome solo podía meter la mano por encima. Tanteando como estaba, encontré algo que no era la pelota. Cogí la caja de plástico, y al bajarla vi que era un VHS al que le habían quitado la carátula de papel, quedándose con un intrigante aspecto negro. Dejando la cinta encima de la cama, seguí buscando la pelota sin éxito.

Cuando bajé, muerta de curiosidad, fui al salón a ver qué película era esa que nunca había visto por casa, y preguntándome cómo se les podría haber caído tan para arriba.

En esa época, a diferencia de otros chavales, todavía era muy inocente e infantil; no sabía nada de sexo, y mucho menos de que hubiera gente que se se grabara haciendo eso. Mi idea de la concepción era totalmente teórica, sin ninguna implicación de placer físico: debía hacerse con una actitud parecida a la que yo hacía mis deberes escolares. Así que lo primero que sentí cuando vi a aquella rubia enculada en las escaleras de una casa, fue pánico.

Dos cuerpos desnudos, moviéndose de aquella forma, sus caras, aquella enorme cosa perdiéndose en el cuerpo de la mujer, los gritos... Permanecí unos minutos atónita, sin mover un pelo, mirando como ahora era el señor el que se sentaba en un escalón, y la señora a su vez encima suyo, ensartándose nuevamente por el culo. Toda yo temblaba como una hoja otoñal. Mi infancia estaba llegando definitivamente a su invierno.

De repente, el terror más absoluto: ¿y si entraban mis padres ahora mismo? Corrí como un rayo a echar la tranquilla de la puerta de entrada, regresé al salón, quité la película y la volví a dejar encima del armario. Después de eso las preguntas. ¿Qué hacían esas dos personas exactamente? ¿Porqué por el culo? ¿Porqué tenían eso mis padres? ¿Les gustaba, era bueno? No tenía ni idea, pero una sensación de certeza me recorría: no debí haber visto eso. Si no, no lo tendría ahí arriba.

En estas estaba cuando llegaron mis padres, que me vieron rara. Estaba absolutamente segura de que lo sabían, de alguna forma se habían enterado. Cada vez que me llamaban temblaba, porque sería de eso de lo que querrían hablar, seguro. Me iba a caer una buena. Desde luego, nada de eso pasó, pero apenas dormí esa noche, totalmente excitada con lo sucedido, y torturándome con la pelota que seguía ahí arriba, las huellas de mis dedos en el polvo acumulado en la carátula, en la cinta sin rebobinar. Me iba a caer una buena.

La tarde siguiente, al volver del colegio eché la tranquilla de la puerta nada más entrar. Cogí la escalera para recuperar el vídeo y la pelota, un poco más atrás de éste. Rebobiné la cinta aproximadamente hasta donde recordaba que había empezado a verla, sufriendo inocentemente por el segundo exacto. La volví a dejar en el armario y guardé la escalera.

Los días siguientes el miedo seguía por el tema de las huellas dactilares, imaginando a mi madre (no sé porqué ella y no mi padre) analizando la cinta con una lupa antes de cogerla. Desde luego, jamás volvería a tocarla. Por otra parte no podía dejar de hacerme preguntas de todo tipo que no podía responder. En esa época internet era un rumor, y no podía empezar a preguntar cosas a mis amigas, ya que lo lógico era que no me hablaran más por guarra y se chivaran a mi madre.

Nada volvió a ser lo mismo. Ya no estaba sola en casa por las tardes, estaba la cinta ahí. De camino a casa ya podía notar su presencia, cada vez más cercana y casi insoportable cuando estaba en el salón y no daban nada en la tele. Aún así, creo que tardé un mes o dos en volverla a coger. Poco a poco fue haciéndose rutinario, aunque nunca estaba más de 15 o 20 minutos viéndola. Mis medidas de seguridad eran echar el pestillo, dejar la cinta en el mismo segundo de siempre (sólo una vez, al cabo de los meses, la encontré una media hora más adelante de lo normal, lo que me aterrorizó por unos días más), y quitarle cuidadosamente todo el polvo para que no se vieran mis huellas, sin pensar lo raro que pudiera resultar que una cinta que lleva 6 meses en lo alto de un armario no tenga ni una mota de polvo.

El contenido de la cinta lo recuerdo vagamente. A la rubia de la escalera la tengo grabada a fuego, y luego había más escenas sueltas, sin hilo argumental. Los crepados de los ochenta, grandes pechos y sobretodo sexo anal. Sólo en una escena había sexo vaginal, pero enseguida cambiaban a la puerta trasera. Y otra de dos mujeres, que me dejó totalmente perturbada, que obviamente acababan introduciéndose dedos y objetos por el ano.

Esto dejó mi mente confundida por bastante tiempo, aprendiendo lo que significaba follar, encular, mamada, vibrador, correrse (aunque esto lo asocié durante un tiempo a la eyaculación), coño, polla, huevos... Ya que todo giraba en aquella película entorno al sexo anal, creí firmemente que era porque las mujeres no querían quedarse embarazadas, ya que en la escuela nos dieron una charla sobre sexualidad y me fijé en que ninguno de los hombres llevaba condón. Más o menos un año más tarde, de colonias con el colegio, un chico me dio un motivo de refuerzo, discutiendo entre varios chicos y chicas sobre sexo, como empezaba a ser habitual en este tipo de salidas. Una de las chicas insistía en que las mujeres no podían hacerlo antes de casarse, porque dejabas de ser virgen (sí, a mediados de los noventa, pero supongo que hay familias y familias...), a lo que el muchacho le respondió que por el culo se podía, y seguías siendo virgen. Todos rieron y le llamaron guarro, recriminándole por lo asqueroso que debía ser.

A mí no me pareció asqueroso. Por aquella época hacía meses que me masturbaba.