Los expedientes secretos del doctor Pol-Ladura 2
Continuación del expediente: La mujer del cine. El Final.
LOS EXPEDIENTES SECRETOS DEL DOCTOR POL-LADURA 2
Estimados lectores, como sabréis los que hayáis leído la primera parte de los expedientes secretos del doctor Pol-Ladura, el primer expediente que puse en vuestro conocimiento fue el referente a la mujer del cine que llamé Natalia. Revisando los otros expedientes, me encontré con esta experiencia, también de Natalia, que figuraba como un apéndice aparte. En teoría debía de haber estado dentro de su expediente, pero que por causas desconocidas para mí, se encontraba independiente y suelto entre la abundante documentación abandonada. El relato está escrito en primera persona por lo que podemos deducir que es transcripción literal de la propia Natalia:
LA MUJER DEL CINE. EL FINAL
Una de las tardes que iba al cine, hice lo acostumbrado, saqué el ticket y esperé en la puerta de la sala a que entraran los escasos espectadores que había para la primera sesión. Antes, como hacía siempre, me había desprendido de las braguitas y las llevaba bien guardadas en mi bolso. Cuando vi a la que iba a ser mi víctima esa tarde, entré tras él y me senté varias filas detrás suya. Cuando las luces estaban a punto de apagarse, dos hombres se sentaron a ambos lados de mi asiento. Uno era alto, fornido y de piel oscura y el otro menudito y calvo. Yo quedé cercada y sorprendida por la proximidad de los desconocidos, ¡la sala estaba totalmente desocupada!. Cuando se apagaron las luces, me agarraron por la axilas y disimulada pero decididamente, me sacaron de la sala de proyección y sin salir al pasillo, por una puerta anexa, me introdujeron en lo que parecía una oscura sala de almacenaje y atrezo. Sobre un camastro que había en una pequeña habitación, me dejaron caer bruscamente y con la tenue luz de la bombilla pude distinguir a los dos acomodadores habituales del cine. Se sentaron a mi lado sobre el colchón y sacándose sus dormidos miembros se dispusieron a que fueran saboreados por mi boca. El pene del acomodador alto, era de buen tamaño, estaba circuncidado y tenía un olor agradable. Fue el primero que me metí en la boca, el pene del otro acomodador, el bajito, era enorme, menos grueso que el de su compañero pero mucho más largo. Éste si tenía toda la piel intacta y su olor era más fuerte. Alternativamente iba chupando de una y de la otra.
Ellos me dejaban hacer a mi gusto y yo intentaba repartir los tiempos equitativamente. Mientras les chupaba sus cada vez más hermosas pollas, ellos me magreaban las tetas y el más pequeño metiendo sus manos por mis bajos, me acariciaba la rajita de arriba abajo con suavidad. Me sorprendió que en esos momentos me trataran tan suavemente, vista la manera como me habían sacado de la sala, me temí lo peor. Mientras yo no paraba de chupar, me despojaron del jersey y de la falda, se levantaron y manteniéndome en posición de flexión de rodillas y con los zapatos puestos, disfrutaban de mi labor. Realmente les debía agradar las caricias que con mi boca y mi lengua les realizaba, pues les oía gemir al unísono, formando un dúo vocal muy excitante. A veces se les escapaban algunos insultos como ¡chupa puta! o ¡cómetela entera, zorra!, pero no se lo tuve en cuenta, deben ser cosas normales para los hombres, pues mi marido algunas veces también me dice cosas parecidas. Cuando además de la boca me puse a utilizar las manos para agitar arriba y abajo los ya superexcitados miembros, sentí que los tenía en mi poder. Los latidos en sus venas y los espasmos de sus cuerpos a través de sus miembros me transmitieron la proximidad de la desbocada oleada. El acomodador más alto dejó que la avenida quedara entera en mi boca y en mi garganta, el más pequeño en cambio derramó todo su caudal sobre mis pechos y mi barriga. Algunos restos de la rociada, descendieron por mi piel hasta descansar en mi coqueto felpudo. La doble sensación de sentir el vaciado dentro de mi boca y notar el calor del semen derramado sobre mis pechos fue apoteósica. Se dejaron caer en la desvencijada cama y pusieron sus cansados brazos sobre mí. Yo aproveché para acariciar mi excitada frambuesa e intentar calmar el terrible ardor que se había instalado en mi interior.
En ese momento, se abrió la puerta del habitáculo en el que nos encontrábamos enlazados. Una sombra se dibujó en el quicio de la puerta, era otro hombre. Cuando se introdujo y le dio la amarillenta luz en el rostro, descubrí al chico que atendía la taquilla. Era un chico joven, más joven que ellos, de muy buena presencia, pelirrojo y con pecas. Era muy guapo y conmigo siempre había sido muy educado y amable. Me cubrí pudorosamente la vulva con la mano con la que me estaba acariciando y con el otro brazo oculté como pude mis redondos pechos. Él, muy educadamente pidió disculpas por su aparición tan repentina e inmediatamente se acercó a mí y me dio un sensual beso en los labios. Esto hizo que me relajase, logrando además que mi cuerpo de sierva, se ofreciese completamente a él. Me incorporé, le solté la correa y el pantalón y le bajé los calzoncillos. Ostensiblemente me abrí de piernas y le provoqué ofreciéndole mi dulce cofre abierto de par en par. Él se echó sobre mí y aprovechando la humedad de mi rajita, colocó la abultada punta de su hermoso tesoro en ella y la introdujo entera y de una vez hasta el fondo de mi húmedo arca. Con mis brazos me agarré a su cuello y con mis piernas rodeé las suyas. Aunque lo tenía casi inmovilizado, se movía con fuerza y yo aprovechaba su fuerza para pegar mi sensible fresón a la base de su ansiado miembro. Sus movimientos cada vez más intensos y la fuerza con la que yo me aferraba a la base de su ariete, hizo que una ola de calor terrible surgiera allí donde nuestros cuerpos se rozaban. Como si fuésemos a fundirnos, la zona llegó a quemarnos y un orgasmo conjunto asombroso desembocó en un exquisito y desconocido contraste, al menos para mí, de quemazón y deshidratación por un lado y de humedad e inundación por otro. Mientras jugaba con mi amante pelirrojo, uno de ellos el más fornido había abandonado la habitación, supuse que para ocuparse de la taquilla que su compañero, gracias a Dios, no ocupaba en ese momento. El bajito calvo, que había sido espectador pasivo de nuestro desenfreno, se había puesto otra vez a tono. Su largo pene señalaba groseramente al techo de la habitación. Aprovechó la relajación de su compañero para apartarlo de mí y volteándome, me colocó boca abajo sobre el sufrido jergón. Pude notar como los abundantes fluidos de su compañero pelirrojo, salían de mi cuerpo a borbotones. Una vez boca abajo, el menudito diestramente con los dedos recogía de mi cuerpo, los fluidos de su compañero y me los introducía lentamente por el agujerito de atrás. Primero introdujo un dedo, luego noté como me introducía dos y como si estuviera aplicando vaselina a un cañería, lentamente me lubricaba el interior. Mediante movimientos espirales, me dilataba la tripita y conseguía que la fuese relajando poco a poco.
Yo, con los ojos cerrados me dejaba hacer. Recordé cuantas veces mi marido me había propuesto hacer cosas de este estilo y nunca le había complacido. Lo que son las cosas, pobrecito, ahora un perfecto desconocido, estaba a punto de descubrir los vírgenes territorios que él hubiera explorado tan gustosamente. Cuando el desconocido estimó que la tripita estaba bien preparada, noté como con mucha puntería, apoyaba la gruesa nuez de su miembro sobre mi relajado anillito. El primer empujón hizo que me tensara y que me doliera bastante, le rogué que no siguiera que saliera de allí, que me hacía daño, pero mis palabras fueron vanas. Cuanto más me quejaba más parecía disfrutar con la penetración. He de reconocer que la fue introduciendo poco a poco y eso facilitó mi relajación y que el estirado miembro entrara en toda su longitud. Poco a poco la elástica funda se fue adaptando a su inesperado visitante y el dolor desapareció. Aunque el placer que tuve por delante no podía compararse a lo que sentía por detrás, he de reconocer que los apretones de la base de su pene y de su pelvis en mi coxis, cuando las penetraciónes se hacía profundas, me alteraban el pulso y me ponían a mil por hora. Tras unas cuantas penetraciones intensas pude adivinar la llegada de la crecida.
Toda ella se quedó dentro de mí y una agradable sensación de humedad y calidez recorrió mis entrañas. El acomodador bajito no dijo nada, se quejó un poco al expulsar y cayó exhausto sobre mí. Su cosita permaneció un buen rato en mi interior. Volví el rostro y me fijé que ahora el que no estaba era el guapo pelirrojo. Esto se asemejaba a un espectáculo teatral en el que los personajes entran y salen según lo marqué el guión de la escena que se esté representando. Con el culo abierto y un poco dolorido, me alegré de que el que me hubiera sodomizado hubiese sido el bajito, porque si llega a ser el grande me hubiera partido por la mitad. Estaba ocupada con estos pensamientos, cuando el acomodador corpulento entró de nuevo en la habitación. Nos encontró de esa manera, yo boca abajo y su compañero encima mía por detrás y con su cosita aún dentro de mí. Él ante esta visión, supongo que sin duda, le apeteció saborear también tan dulce golosina y apartando a su compañero a un lado, ocupó su lugar. Aprovechó la inusual relajación de mi agujerito y el lubricante que me había descargado su compañero e introdujo su voluminoso miembro en mi forzado intestino. A pesar de la dilatación anterior, el tamaño del nuevo visitante requirió otro sobre esfuerzo de expansión. Me volvió a doler al principio, después el dolor fue remitiendo hasta que desapareció. Con esta penetración tuve una agradable sensación de plenitud. El abultado miembro me llenaba por completo y su recorrido era menor a pesar de los fuertes empujones de su dueño. Las sensaciones que experimentaba mi actual amante parecían mayores que las del acomodador bajito. Pensé que se debería a la opresión que debía experimentar su enorme miembro en la estrechez de mi tripa. Estaba con estos pensamientos, cuando sentí dos o tres empujones tremendos y la familiar presión de la base del pene en mi coxis que me anunció lo que estaba a punto de llegar. La gran oleada llegó de pronto y con intensidad. Sentí mi intestino lleno a rebosar y un enorme y conocido escalofrío recorrió mi cuerpo, unas enormes ganas de vaciar el intestino se apoderaron de mí de repente. Pregunté a mis insaciables amantes por la existencia de un servicio cerca y de mala gana me señalaron uno al otro lado del almacén. Me puse los zapatos, cogí mi bolso y salí disparada pues creía que no llegaría, y que me lo haría todo encima. Al salir oí la voz del bajito que me dijo, no tardes mucho. Llegué al inodoro de milagro, lo justo para sentarme y que mi tripa quedase totalmente limpia y aliviada. Me aseé rápidamente y salí silenciosamente al almacén. Allí, entre las ropas del atrezo, y en una percha, descubrí una gabardina de las que se cierran en la cintura con una especie de cinturón. Me la puse por encima, crucé velozmente el almacén y me dirigí hacia la puerta. Al pasar por la puerta del cuartucho me pareció ver como el acomodador bajito con ansia, le chupaba el grueso pene a su corpulento compañero. Pensé en quedarme, pero decidí que debía estar en casa cuando mis hijos volvieran del colegio y tranquilamente me incorporé al recibidor de la sala y tomando la puerta de salida me dirigí hasta mi casa. Al salir pude ver de reojo a mi precioso amante pelirrojo atendiendo la ventanilla y decidí que a partir de ese momento, iba a dejar mis arriesgadas aventuras cinéfilas y me iba a dedicar en cuerpo y alma a mi dulce y cariñoso taquillero pelirrojo.
Natalia, según las notas al margen que figuran en este apéndice, confiesa haber superado su adicción a las primeras sesiones del cine. Está en trámites de divorcio con su marido y vive felizmente con sus dos hijos y su joven y apuesto taquillero . Se siente muy feliz y curada totalmente de su antigua dependencia. Fin
Salud y suerte. Opus 2010