Los errores se pagan
Los errores en la vida de una sumisa tienen un precio y siempre se pagan...
Miro fijamente la pantalla del monitor y espero, espero que aparezca su ventana en el Messenger como todas las mañanas. Pero no, hoy no es como siempre, hoy es diferente. Hoy hay en mí una sensación de ansiedad, de nervios y miedo que me invade; sí, miedo, miedo de pensar que he dado un paso hacia atrás en mi sumisión.
Mis pensamientos se interrumpen por zumbido de un mensaje en el ordenador. Ha llegado la hora esperada y temida. Suspiro profundamente. En el monitor comienzan a aparecer los mensajes:
Eva dice:
-Hola, ¿cómo estás?
Patricia dice:
-Hola mi Señora, bien y usted, ¿qué tal su día?
Eva dice:
-Bien, tranquilo.
Patricia dice:
-Me alegro.
Eva dice:
- ¿Y tú?, ¿sigues con ansiedad?
(¿Mentir? No. Vuelvo a respirar despacio y llenando los pulmones, como si fuera a zambullirme en el mar. No puedo esperar, no decirlo, no está pensado y Ella lo sabrá de todas formas, Ella ya lo sabe.)
Patricia dice:
-Tengo que contarle algo mi Señora.
Eva dice:
-¿Te has masturbado sin mi consentimiento, no?
Patricia dice:
-Sí.
Eva dice:
-¿Y ahora qué?
Patricia dice:
-Discúlpeme mi Señora por no obedecer su no de ayer, pero es que no me pude resistir.
Eva dice:
-No es momento de disculpas, has desobedecido y has sido incapaz de controlar tu cuerpo y tu cabeza.
Patricia dice:
-Lo sé, sé que no valen mis disculpa, se que debí controlarme, pero era mucha la ansiedad que tenia.
Eva dice:
-Tu cabeza controla tu cuerpo, has de controlar tu cuerpo, no me interesa alguien que no sabe controlarse.
(Se me hace un nudo en la garganta, casi no puedo respirar no lo puedo creer, siento su dominio aun frente a través del monitor, puedo sentir su disgusto, su mirada dura, fuerte...)
Patricia dice:
-Sé que no hay excusas pero se me fue de las manos, no pude controlarme y sé que debía hacerlo, tengo que aprender a auto-contralarme, de verdad, discúlpeme mi Señora.
Eva dice:
-No, no valen las disculpas, eso merece un castigo, un castigo doloroso que te haga recordar.
Patricia dice:
- Soy consciente de ello. No es disculpa pero es que llevaba más de nueve día en abstinencia mi Señora.
Eva dice:
-Eso no me importa, como si llevabas un mes, te dejo follar, cuando estés apurada folla, como si lo haces con el primero que te encuentras, no me importa.
Patricia dice:
-Lo sé mi Señora, sé que me ha concedido ese permiso para aliviar mis necesidades, pero por más que folle necesito sentirme suya y eso no me lo dan otras.
Eva dice:
-Te has comportado como una loca sin control, tu coño antes que nada, no te has controlado.
Patricia dice:
-Tiene razón, fue mi error.
Eva dice:
-Los errores tienen un precio en la vida.
(En este momento soy consciente de lo que he hecho, todo lo que he avanzado en mi sumisión lo he retrocedido, no compensa en nada lo que estaba sintiendo en este instante y eso me daba miedo, mucho miedo. Un nudo en mi garganta me ahoga y las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas, siento que la he defraudado. Por primera vez tengo miedo, pero esta vez no es un miedo a la sorpresa, esta vez el miedo no tiene morbo, tengo miedo aunque no sé a qué exactamente, al castigo, a perderla, no lo sé.)
Patricia dice:
-¿Qué me quiere decir con eso mi Señora?
Eva dice:
-Que este error deberás de pagarlo y caro.
Patricia dice:
-Lo merezco mi Señora y acepto cualquier castigo que usted me imponga.
Eva dice:
-Es humillante para un Ama que su sumisa la desobedezca y no en algo extremo, no en la prueba de un nuevo límite, no, simplemente en no saber controlar su coño.
Patricia dice:
-No fue mi intención humillarla mi Señora, no supe controlarme y sé que debería haberlo hecho, lo sé, pero discúlpeme mi Señora, por favor.
Eva dice:
-Me has defraudado mucho, necesito una señal de algún tipo que me haga volver a creer en ti.
(El miedo de nuevo está en mí, mis palabras no son más que de disculpas que repito una y otra vez, no hay otra palabra, otro sentimiento, me sentía tan pequeña. Pero sí, he humillado a mi Señora, la he desobedecido. El miedo deja paso al dolor, un dolor que se ha apoderado de mi, el dolor de haber defraudado a alguien que confiaba en mí, pero no, no a alguien, no he defraudado a cualquiera, he fallado a mi Señora, y puedo perderla.)
Patricia dice:
-Esa no fue mi intención, no pretendía humillarla ni defraudarla mi Señora, pero sé que he fallado y la he decepcionado. Haré lo que me pida, lo que sea, pero, por favor, discúlpeme mi Señora, no volverá a ocurrir.
Eva dice:
-Cuando hayas pagado tu error te disculparé, no antes.
Patricia dice:
-Estoy dispuesta a pagar por mi falta.
Eva dice:
-Lo pagarás. Tengo que pensar la manera, de todas formas, con independencia del castigo, habrás de suplicar mi perdón y pedir tu castigo, tú decides la forma.
(En este momento mi arrepentimiento era del tamaño de mi dolor. Coloco la cámara web para que Ella me vea, me levanto de la silla y me arrodillo con la cabeza y miraba baja y lagrimas en mi rostro. Como la más humilde sigo escribiendo.)
Patricia dice:
-Arrepentida estoy mi Señora, de rodillas pido su perdón, ruego por una nueva oportunidad, sólo le pido una oportunidad, aunque no sea merecedora de ella, permítame ganarme su confianza de nuevo mi Señora.
(Solo espero escuchar el zumbido de su respuesta en la pantalla mientras permanezco de rodillas.)
Eva dice:
-Siéntate, te comunicaré el castigo cuando lo haya decidido.
Patricia dice:
-Bien mi Señora, esperare.
No hago preguntas, me limito a esperar. Espero. La noche es larga cuando no duermes, la mía ha sido eterna. Amanece y por fin recibo un correo. El correo es escueto, me da la orden de prepararme para recibir mi castigo. El miedo se hace de nuevo presente al leer que mi piel sabrá el precio por mi error. Eso significaba una sola cosa, la fusta ella será la encargada de transmitirme la decepción de mi Señora. Es cierto que muchas veces soñé con ella sobre mi piel, sentir su contacto en mi cuerpo, pero también siento miedo; miedo al dolor, a las sensaciones que produzca en mi cuerpo, en mi piel, en mi mente, miedo a no estar a la altura.
Apago la computadora y me limito a cumplir sus instrucciones, estoy dispuesta a recibir mi castigo, mi miedo al dolor es menor que mi miedo a fallar de nuevo. Su orden es firme, mi Señora me está dando una segunda oportunidad y no hay nada que pensar. Estoy segura.
Comienzo a prepararme. Lo primero es el aspecto de mi cuerpo, debo depilarme completamente, en especial mi sexo, siempre le ha gustado perfectamente depilado, sin rastro de vello. Dedique un par de horas en asearme, quiero asegurarme de cumplir perfectamente cada instrucción de mi Señora sin pasar nada por alto. También he de preparar mi atuendo, aunque no es mucho lo que vestiré, su orden es precisa: medias negras sobre los muslos (me gusta ver mis piernas con ellas) y los zapatos negros de alto y fino tacón; ajusto mi cabello en una cola alta, sencilla, así puede ver mi cuello (siempre ha preferido verlo despejado), acabo con mi maquillaje, algo suave, un poco de brillo en los labios y por último coloco el collar sobre mi cuello, eso me llena de alegría mientras sonrió y me miro al espejo, me emociona ver su collar sobre mi garganta, sigue siendo mi Dueña y Señora, sentirme abrazaba por el collar que Ella me ha otorgado es un privilegio, un orgullo, le pertenezco, es una sensación que todavía no me es fácil de describir, es alegría, pero también es calma, tranquilidad. La seguridad que siento cada vez que lo pongo sobre el cuello es absoluta, es la seguridad que me da el poderoso sentimiento de saberme su propiedad, una seguridad que me acompaña desde ese día que me lo coloque frente a ella en la Cam y me supe suya.
Pero ahora también me siento decepcionada de mí misma, de mí como sumisa; la había defraudado a Ella. Siento que todo lo que había logrado en mi sumisión quizá lo había deshecho con mi falta
Soy un manojo de nervios, sé que si aún llevo este collar en mi cuello es porque me ha dado una segunda oportunidad. Pero voy a pagar por esta oportunidad. Eso me hace estremecer de pies a cabeza, en mi interior se acumulan los nervios, el miedo, el ansia, el morbo, la seguridad, el deseo, la excitación, y todo eso coctel agitándose como un cóctel dentro de mí.
Respiro profundamente y me miro complacida ante el espejo. Ya sólo queda cumplir sus últimas indicaciones. Me arrodillo en medio del salón, la espalda recta, los brazos atrás, la cabeza baja y mirando al suelo. Sólo me queda esperar.
Espero, en silencio, paciente, el tiempo que tú dispongas, segundos..., minutos , horas no importa. La espera es parte de mi castigo, la espera es una de las experiencias más duras, en ella siempre comienzan a nacer sensaciones de ansiedad e incertidumbre. Espero. Espero. Trato de mantener mi postura, lucho con el deseo intenso de mi cuerpo, con mis pensamientos, allí de rodillas espero, ese es mi deber.
Has llegado, sí, escucho la puerta, el sonido de tus tacones. ¡Sí, es mi Señora! Grito en mi interior pero permanezco inmóvil, callada, quieta, en medio del salón, ocultando el temblor de mi cuerpo, firme en la misma posición en la que te he esperado un tiempo que se me ha hecho eterno. Continúo en mi sitio, arrodillada, el cuerpo erguido, la cabeza baja, sin mirarte, te mueves por el salón, te siento, trato de buscarte con la mirada aún baja pero no logro distinguir nada. Más miedo, mas ansiedad, tiemblo intensamente, no digo nada, tú no me lo has autorizado. Verificas que todo está como has pedido, el salón está totalmente iluminado, los muebles los he cambiado como has pedido, he despejado la mesa dejándola a tu disposición en un extremo del salón, no sé lo que preparabas para mí pero yo sigo esperando. Ese es mi deber.
Espero tus órdenes. Mi castigo. Mi ansiedad crece y crece a cada minuto, sé que mi castigo comenzó desde que recibí tu correo o quizás antes.
Los pensamientos golpean mi mente, siento fuertes latidos en mis sienes, la tensión de mi cuerpo, la excitación entre mis piernas, mi sexo mojado. Sólo tengo la certeza de que deseo entregarme, sentir su poder sobre mí, que deseo estar aquí, sintiéndome suya, que usted me sienta suya, que le entrego mi cuerpo para ser castigado como usted mi señora desee. Dolor sólo de su mano.
Te paras frente a mí y siento como una descarga eléctrica me recorre completa. Te veo por fin. Veo tus tacones, tus piernas y no puedo evitar sentirme excitada, dibujar en la comisura de mis labios una sonrisa, son tan sensuales. Es un sueño cuando me permites estar así, a tus pies, arrojada a ellos como una perra fiel. Me sujetas fuerte de la correa de mi collar, tiras y levanto mi cabeza hacia ti, te miro sumisa, dócil, humilde, solicitando tu perdón en mi mirada. La tuya dura pero también morbosa, llena de deseo. Está preciosa, siempre tan elegante y esa elegancia no sólo está en tu vestimenta, también en el porte de tu cuerpo, en lo que transmites, te ves tan Segura. Señora. Sensual. Dueña. Ama. Mujer. ¡Me excita! Te complace la imagen que ves, humillada, suplicante, deseosa y entregada. A mí también me gusta.
-Bien, sabes por qué estás aquí y sabes también cuál es el precio que tienes que pagar por tu falta . - dices.
-Sí mi Señora. -digo ya sin mirarte a los ojos.
-Con tu falta, no sólo me has defraudado, sino también humillado. Pero te aseguro que aprenderás a obedecer mis órdenes y sobre todo a controlar tu cuerpo y mente de ahora en adelante.
El nudo en mi garganta se hace más grande, no por saber el dolor físico que me esperaba, sino por el dolor que siento al saber lo defraudada que te encuentras conmigo. Y no sé que puede doler más que eso
-¿Estás prepara?
-Sí, mi Señora.
De pie. Intento clamar mi ansiedad, mi miedo, temo no soportar lo que has preparado para mí. Miro hacia la mesa que he despejado para ti y que tú has dispuesto con lo necesario para mi castigo. Lo que observo me hace sentir un escalofrío. La veo a ella, a la fusta que esta noche será mi verdugo, también un arnés, consoladores, pero además entreveo un látigo corto de cuero sobre la mesa, ¿látigo? ese es un instrumento nuevo en nuestras sesiones. Tiemblo. Me mojo. Te miro mientras me ordenas enderezar mi cuerpo. En tu rostro no hay el más mínimo signo de haber dado importancia a la interrogante que se ha dibujado en mi cara. Tú no tienes que darme explicaciones. Coloco las manos a mis espaldas y abro las piernas completamente. Mi sexo queda expuesto, accesible, igual que mi pecho, mi cuerpo exhibido y erguido ante ti.
Te sitúas a mi espalda y atas mis muñecas a mi espalda con una cuerda. Más miedo, me siento indefensa, pero también me siento más tuya. Sonríes provocadora, altiva, complacida, no te veo pero sé que sonríes, lo sé.
Te colocas frente a mí, me tomas de la barbilla y besas mis labios, juegas con ellos, tu lengua invade mi boca rincón por rincón con pasión, mi lengua busca la tuya, siento que me hipnotiza, me domina. Te separas de nuevo.
Tomas de la mesa el látigo, es la primera vez que vas hacer uso él. Mi rostro transmite miedo de nuevo.
-Tranquila. dices mientras sonríes
Acaricias mi rostro con él, me estremezco, recorres mi cuello, bajas por mis hombros, escote, mi pecho, mi vientre, un poco más abajo ¡me excito! Tiemblo. Subes de vuelta, mi vientre, te detienes en mi pecho me electrizo ante la sensación que las tiras de cuero crean en mi piel.
-Disfrutaras del castigo te lo aseguro - dices.
Lo sé, pienso. Sonrió. Siento placer de saber que me usas, que estoy a tu disposición, a tu servicio, que me humillas a tu antojo y voluntad, que el dolor me entrega más a ti.
El primer latigazo cae sobre mi pecho, mi cuerpo se tensa de dolor ante el primer latigazo certero. Cierro los ojos y grito producto de la sorpresa y el dolor que siento. Inmediatamente cae otro latigazo, más intenso. Mi rostro se humedece las lágrimas que ya corren sin que pueda contenerlas. El dolor se hace más intenso, me aterra el sonido del látigo en el aire.
No puedo moverme a pesar que sólo estoy atada con las muñecas a la espalda, mi deber es mantenerme aquí, de pie, sin moverme, hacerlo significaría una indisciplina. Los gemidos se escapan de mi garganta sin poder ahogarlos ya. Cuántos van ¿4 5 ? No importa, éste es mi castigo, estoy aquí para recibirlo, para pagar por mi error. Las lágrimas siguen y los latigazos son más rápidos, con más destreza, ya se ven las marcas de los azotes en mis pechos. Te gusta, te complace cómo los surcos se dibujan en mi piel, cómo los pezones se endurecen, crecen al contacto del látigo, como crece mi placer con la mezcla de miedo, sorpresa y dolor.
¡Sí! estoy húmeda, por momentos el dolor se vuelve excitación, me siento con en una montaña rusa entre el dolor y el placer, lo sabes, usted lo sabe, usted conoce cada sensación de mi cuerpo, de mi mente, cada pensamiento, cada reacción, pero no sé si soportare más "Dolor, placer, placer, dolor sólo de su mano mi Señora" pienso. Parece que has leído mis pensamientos y te detienes, los latigazos cesan.
-Veo que lo estás disfrutando- sonríes.
Absorbida por el dolor y el placer pienso que el castigo ha terminado. Pero no. Rápidamente me sacas de mi equivocación.
-Y lo disfrutaras mucho más, apenas está comenzando. Has de aprender de tus errores, esa es tu lección, de ahora en adelante pensarás en esto que estás sintiendo cuando te vuelvas a ver tentada a desobedecerme - me dices.
- Por ello estoy arrepentida mi Señora- digo casi en un susurro.
-Veremos si lo suficiente.
Bajo la cabeza y asiento mientras te paras frente a mí. Acaricias con tu mano mi pecho, palpas suave con tus dedos los surcos que han delineado las tiras del látigo sobre mis senos.
-¿Te gusta? - preguntas pasando tu legua por ellos, aprietas ligeramente mis pezones entre tus labios, los prensas entre tus dientes, tiras
Yo solo asiento, callo, y me abandono al placer de tu lengua aliviando mi dolor de repente paras.
Me rodeas, te pones a mi espalda, acaricias mi sexo desde atrás, metes un dedo entre mis labios, me agito, lo abandonas complacida, suspiro intensamente
-De rodillas ordenas.
Me arrodillo de frente a ti quedando entre tus piernas.
-Sabes que no estás aquí para tu placer. Estas aquí para pagar por un error y tu único objetivo es proporcionarme placer a mí de la forma que yo desee. No te correrás a menos que yo te lo permita o considere que eres merecedora de un orgasmo. ¿Entendido?
Asiento con la mira baja. Sé lo que tengo que hacer.
Aún permanezco con mis muñecas atadas, así que levantas tu falda y abres las piernas de manera que tengo total acceso a tu sexo. No puedo traducir el placer que me da estar ahí arrodillada, con mi rostro entre tus piernas, pudiendo ver tu sexo depilado, desnudo, sentir su calor, oler el aroma que desprendes, degustar con mi lengua tu sabor.
Acerco mi boca deseosa abrazando con ella tu sexo, sintiendo mis labios unidos a los de tu vagina. Esa humedad, ese olor que destila excitación me electriza, los succiono, muerdo, tus gemidos comienzan a ser audibles. Hambrienta introduzco mi lengua mientras comienzo a recorrer los pliegues de tu sexo con ella, por adentro y por afuera, arriba y abajo, entre ellos. Succiono saboreando a mi antojo, tomo tu clítoris entre mis labios, rozándolo con la punta de mi lengua para luego chuparlo, hago presión provocándote un escalofrió. Tomas entre tus manos mi cabeza empujándome más entre tus muslos, apretando mi rostro a tu sexo, intento seguir con mi lengua el ritmo de los movimientos de tus caderas, conectarme a ellos, me aprisionas más, más adentro, yo penetro, entro, salgo, siento tu líquido en mis labios, mi boca no deja de darte placer, es mi único deber.
Las rodillas comenzaban a dolerme por la posición en que me encuentro, lucho por mantener el cuerpo erguido mientras batallo con la mezcla placer, dolor, deber.
Penetro, chupo, siento las paredes de tu sexo ardiente, tus jugos empapando mi cara, llenando mi boca, me encanta el sabor de su sexo, de mujer, hembra, no hay mayor delicia para mí. Chupo, lamo, absorbo, apretó tu clítoris, lo mordisqueo, noto como crece entre mis labios, sigo mamando, chupando golosa, con hambre, sed, mi boca no para. Coloco mi cabeza bajos su cuerpo y llevo mi lengua delante hacia atrás, hacia el orificio de tu culo que tú me brindas separando tus nalgas con las manos, lo lamo deseosa, haciendo presión con la punta de la lengua ese orificio que me incita, penetrándolo con mi lengua, es exquisita tu humedad, esa tibieza. Me aferras intensamente más contra tu sexo, abro más mi boca intentado penetrarte más profundamente con mi lengua, sintiendo tus movimiento sobre mi cara mientras escucho como gimes; tiemblo casi incapaz de controlar la excitación. Mi coño mojado, palpitante, me grita una y otra vez en mi cabeza "mi único objetivo es el placer de mi Ama", sólo es el placer de mi Señora el que importa, no importa el dolor de las rodillas, la posición, mi placer, la humillación al no poder correrme, nada.
Me toma de la cabeza, de mi cabello, mi ritmo se va acelerando, puedo sentir como arde, su calor, su aroma ligado con mi aliento, mi saliva mezclaba con su humedad, escucho sus jadeos que comienzan a llenar el salón con más fuerza, a inundar mis sentidos, trato de adherir mi cara más a tu cadera, mi boca más su sexo, siento ya tu cuerpo temblar intensamente, agitado, las piernas cada vez me aprisionan más, me ahogas, siento que pierdo la conciencia pero yo sigo con mi labor, no me detengo, abro más mi boca, mi lengua sigue, sigue lamiendo toda tu vagina, chorreante Quiero verte, deseo mirarte, busco con mi mirada la tuya, veo placer en tu rostro, tienes los ojos cerrados, tu expresión de gozo me llena, mi Señora está gozando, la veo, siento. Entonces percibo cómo llegan tus espasmos, cómo el cuerpo se empieza a tensar, tus muslos me apresan más y más adentro, me asfixian, escucho tus gemidos fuertes, gritas, lamo con mi boca intensamente "prémieme con su néctar en mi boca, déjeme saborearlo mi Señora" grito en mi interior.
Sí, arqueas la espalda mientras tu orgasmo se vacía en mi boca dándome de beber toda tu esencia es tan delicioso, saberme ahí arrodillada, atada, usada para tu placer, sentir tu señorío en ese acto tan maravilloso de dominio sobre mi cuerpo, mente y alma Gracias, gracias mi Señora. Sigo entre sus piernas bebiendo, lamiendo, limpiado todo lo que me regalas mi Señora, siento cómo tu cuerpo vuelve a la calma aún sobre mi cara. Sonrío complacida.
-Bien, me has servido y complacido me dices.
-Soy suya, gracias por dejarme servirle mi Señora.
Me ayudas a levantarme mientras tu boca va en busca de la mía, tu lengua me penetra con ímpetu, la mía penetro igual la tuya, siento de nuevo la proximidad de un orgasmo cuando tus dedos se abren paso entre los pliegues de mi vagina, estoy tan caliente que mis flujos resbalaban por mis muslos. Me sonroje.
Te ríes complacida mientras desatas mis manos. Suspiro con alivio, llevas de nuevo tu mano a mis senos. Todavía duelen y son visibles en la piel las marcas del látigo (tardarán bastante en quitarse recordándome siempre el porqué están ahi). Advierto esa sonrisa picara de nuevo, esa que me seduce y envuelve; me tomas de la mano y me llevas a la mesa que se encuentra al otro extremo del salón. Me ordenas que me tumbe sobre ella y obedezco aunque en mi rostro se dibuja una mueca de reserva. No dudo, sólo pienso lo próximo que has preparado para mí pero no digo nada. Callo, no pregunto, mi único beber es obedecerte, satisfacer tus deseos.
Así que me echo sobre la mesa de tal forma que mi cuerpo queda tendido, dispuesto completamente sobre la superficie plana y fría de la mesa que hace erizar mi piel. Coloco los brazos a los costados de mi cuerpo, las piernas completamente abiertas, mi sexo completamente expuesto ante ti, como tú me lo has ordenado. Me estremezco y no creo que sea por el frio de la mesa, pero tampoco tengo miedo, estoy tremendamente excitada.
Ahora tu mano empuñaba la fusta, mi siguiente verdugo. Sé que quieres llevarme al límite, por eso me has desatado, quieres comprobar hasta dónde llega mi arrepentimiento, mi entrega, mi sumisión ante ti. Me sacudo, es una sensación indescriptible entre mi cuerpo y mi mente, nervios, miedo, seguridad, deseo, entrega, placer, ¿limites? o no.
Estoy aquí, entregada, sumisa, sometida a ti, dispuesta a pagar por mi error. Pero más allá del castigo, del dolor que produces en mi cuerpo, de que lo uses o me humilles al no permitirme que me corra, me duele más el saber que mi Señora se ha sentido defraudada por su sumisa. No había experimentado hasta ahora mayor sensación de dolor que esa. Pero la preguntan es: ¿hasta dónde llegan mi entrega? Y te miro a los ojos y allí, en ellos, tengo mi respuesta, veo en tu mirada dominio, deseo, cariño, confianza, seguridad, complacencia, orgullo; me veo tuya y esa es mi respuesta, mi seguridad, eso que veo en tus ojos, eso es lo único que necesito para calmar mis temores, saberme aún tuya mi Señora, eso es lo único que deseo, eso es lo único que me hace feliz, permanecer así expuesta, dispuesta a tus deseos, entregándome, sintiéndome más tuya. Eso y tu sonrisa.
Me rodeas, te paseas alrededor de la mesa, de mí. Te sigo con la mirada. Me inquieto. Disfrutas. Espero. Te complaces. Te veo acercar tu mano a mi sexo, comienzas acariciarlo suavemente, me gusta, notas mi humedad, sientes el calor, los latido de mi clítoris mientras recorres mis muslos, entre ellos, subes, rozas la vagina y el clítoris con de la fusta ¡en mi sexo NO! pienso. Me agito. Tú sonríes. Sí, ese es tú deseo.
Otra vez ese silbido en el aire, mi corazón se acelera y la fusta cae entre mis muslos. En mi sexo siento un escalofrió que me recorre el cuerpo entero, que me sacude. Aprieto mis labios ahogando el gemido que se produce en mi garganta, instintivamente cierro los ojos, pero al instante los abro en búsqueda de tu mirada, la necesito y la he encontrado atenta sobre mí, directa a mis ojos. Al momento, un segundo fustazo me golpea. Un dolor seco, ardiente, un cosquilleo se aviva intensamente en mi sexo y siento el impulso de cerrar las piernas, pero no puedo, no debo La sensación de agobio de mi cuerpo por la mezcla dolor y placer, placer y dolor, el sentimiento de entrega de mi mente es sofocantemente placentero.
No pienso, solamente siento. Gimo mientras mi cara se humedece de nuevo con mis lágrimas. Me abandono, me entrego, no al dolor, me entrego a mi Señora como hasta ahora no lo había hecho.
Sólo siento, tiemblo, gimo, no grito, sólo escucho el golpe, siento el fustazo sobre mi sexo desnudo una y otra vez, sobre mi sexo ya empapado, punzante, ardiendo, palpitando, excitado, convulsionado. El dolor comienza a llegar de nuevo más y más intenso, muerdo mis labios para aguantar los gemidos, trato de no cerrar mis ojos, deseo ver, sentir tu poder sobre en mi cuerpo, mi mente, mi alma.
Ya cada vez es más fuerte el ardor punzante en mi sexo, mi clítoris late más y más intensamente y una vez más el fustazo cae, seguido de otro, otro punzada sobre mi sexo; pero el impulso de cerrar las piernas se ha desvanecido, ahora siento la necesidad de abrir más mis piernas. Y las abro más, ofrezco mi vagina a mi Señora, a la fusta, estoy entregada a este doloroso placer que mi Señora me causa. Mis labios arden, siento hinchados los pliegues de mi sexo, duele, pero el clítoris crece, palpitaba como los latidos mi corazón, lo puedo sentir en mi oído como un galope.
Estoy nuevamente a las puertas del éxtasis, siento próximos miles de orgasmos. Lo adviertes, cómo no hacerlo si soy una extensión de ti mi Señora. Pero no, no vas a detener el castigo y yo sé que debo que controlar mi cuerpo, no, no puedo correrme, no me lo has permitido, aunque yo estoy a punto de explotar. Siento tu poder, veo tu satisfacción, tu placer en cada fustazo, en saberme en el vértigo del orgasmo una, otra, otra y otra vez sin poder correrme.
No importa mi turbación o el cansancio, tampoco el dolor, siento en mi mente las ganas de dar más, entregarte más, ya no importaba el dolor, las marcas, la vergüenza, el miedo, siento que no existen límites en este momento. Usted está haciendo eso posible y yo sé que eso me hará más tuya. Cierro los ojos y me abandono. Lloro. Disfruto. Sirvo. Obedezco. Me entrego a ti, a usted mi Señora Eva.
Me deje hacer ante el sentimiento de entrega que profesa mi alma, más allá de mi cuerpo, de mi mente, de esas ganas de correrme y no poder. Ese es mi castigo y me hace sentir más tuya, estoy siendo castigada por mi indisciplina; usada, humillada, sometida, azotada para tu placer. Y también sé que en ese acto me estoy entregado más a usted mi Señora, me siento la sumisa más feliz.
Los fustazos cesan, no sé cuánto tiempo ha transcurrió, me siento aturdida entre las sensaciones de mi cuerpo y los pensamiento que me golpean sin cesar. Estoy exhausta en la mesa, sin moverme, no escucho nada, siento aún los vestigios de todas esas sensaciones dentro de mí. ¿Cuánto tiempo ha pasado? No sé con exactitud.
Sin palabras te acercas a mi cuerpo convulsionado, siento tu mano descender hacia mi sexo, acariciarlo despacio, con destreza, palpar con tus dedos sobre los labios hinchados, pulsar su ardor, sientes su humedad, excitado, sigues descendiendo hasta mis muslos, acaricias mi entrepierna, despiertas mi excitación. Subes por mi vientre muy despacio hasta mis pechos, tiemblo a percibir el endurecimiento de mis pezones entre tus dedos como sólo usted lograr hacerlo mientras depositas tus labios en los míos con lujuria, disfruto del exquisito sabor tu boca, tu sabor, tu humedad.
Estoy al límite del éxtasis cuando abandonas mi cuerpo otra vez, siento entonces como me ayudas a incorporarme. Pero no tardo mucho en volver a estar arrodillas, humillada, como una perra, como tu perra, mientras te sitúas a mi espalda haciéndome ponerme a gatas, con mi culo y vagina expuestos ante tu mirada. Metes tu mano directamente en mi sexo, suspiro de excitación, es increíble cómo sigues provocando sensaciones mi cuerpo ya casi desfallecido y sin fuerzas. Siento dos dedos penetrando en mi sexo, hundiéndose dentro de mí empujas, metes, sacas, gimo suave. Los dedos salen de mi vagina y repentinamente los llevas a mi culo, el contacto me estremece mientras comienzas a tantear mi orificio trasero, lo acaricias en círculos, lo humedece con mis jugos empapados en tus dedos, siento como se va dilatando y comienzas abrirte paso poco a poco en él.
Yo solo me dejo hacer por ti, soy tu objeto. Siento en ese momento como algo más grande, grueso, comienza hacerse camino entre mis nalgas. No, ya no son tus dedos, me digo, cuando un espasmo me recorre completa mientras empujas el objeto desconocido penetrándome. Una lágrima resbala por mi rostro. Ahora lo sé. Te has atado a tu cintura un arnés, es él quien se ha apoderado de mi culo casi sin obstáculo, provocando infinitas sensaciones en mi cuerpo. En mi desconcierto no vi cuando te lo colocaste. Ahora lo empujas dentro de mí, gimo, puedo sentir como mi culo lo recibía abriéndose completamente a él, poco a poco, mientras tú sigues empujando, metiéndolo entero, con más fuerza en cada movimiento de tu cadera.
Yo muerdo mis labios, tratando de no pensar en el dolor que el pene de goma me produce. Tú te mueves dentro y fuera de mí, entras y sales, yo gimo ahogadamente para no gritar de placer. Me siento usada, sí, me usas para tu placer, no pienso en el mío, no importa, en este momento no soy más que ese pene atado a tu cintura y que me penetra. Mi objetivo es tu placer, tu gozo y satisfacción mi Señora. Ese es mi placer.
Continúas penetrándome, marcando el ritmo cada vez más rápido, más fuerte, más adentro, yo permanezco inmóvil, a gatas en el frio y duro piso, con las rodillas y el cuerpo dolorido, pero qué importa, yo solo soy el instrumento, el objeto que usas para tu satisfacción, mis piernas tiemblan, mis rodillas duelen, la piel arde, mi cuerpo sufre, se estremece, suda, convulsiona, aguanta. Sigo quieta, callada, ahogando dentro de mí los gemidos de gozo siento, el vértigo de los miles de orgasmos que han azotado mi cuerpo, sé que no puedo correrme mientras siento los movimiento de tu cadera golpeando contra mis nalgas, tus manos aferrada a mi cintura, tirando de ella, procurando unirte más y más a mi cuerpo, tus uñas enterradas en mi piel, escucho tu respiración pausada pero profunda, siento las arremetidas, como entras y sales, más rápido, más adentro, como se va dilatando más mi orificio, abrazando más y más el pene ¡me llena! ¡Sí!
Me usas y me gusta, siento tu respiración, tus jadeos cada vez más fuertes, disfrutas de tu juguete, de tu perra, siento que estoy más allá de mis límites, me usas, me humillas al no dejarme que me corra mientras tú disfrutas de mi cuerpo y yo disfruto al someterme a tu voluntad y antojos. Me da placer, siento tantas emociones que no sé si mi mente y mi cuerpo siguieran soportándolas, quiero darte más, darte todo, entregarme a ti, a mi Dueña. Ama y Señora, como nunca.
Ahora sí me estoy entregado a mi Señora, ahora sí son sus deseos, su sed, su lujuria, su hambre la que se satisface y no la mía cuando desobedecí su orden.
Percibo como los espasmos comienzan a llegar, los tuyos, los míos, sí, gimo ante su placer, su gozo, gimo al sentir su orgasmo. Gimo mientras una corriente eléctrica contenida en mí quiere explotar, mientras tú sigues bombeando, lloro ante lo que me regalas a pesar de mi falta. Inmediatamente, al abandonar mi culo, me lanzo como gata en celo mamando tu sexo aun con el pene atado a tu cintura, limpio con mi lengua tu vagina, tu culo, mientras saboreo tu néctar y penetro la entrada de tu vagina con la lengua, sintiendo como las paredes de tu coño se contraen aún por el orgasmo de hace segundos. De repente siento venir tu próxima corrida en mi boca ¡gracias! trago con ansias todo tu liquido ¡exquisito! bebo gota a gota, relamiendo tus labios, los míos, succionaba tu vagina en búsqueda de ese bálsamo de hembra que me encanta y que usted mi Señora me ha obsequiado.
El castigo cesa. Le serví mi Señora y además me premió usándome para su placer, azotándome, humillándome al no dejarme correr ni una sola vez, dejando mi cuerpo deseoso y ardiente. Estoy agotada, dolorida, humillada, excitada, no puedo correrme y no puedo sentirme más feliz, orgullosa sabiendo que he servido a mi Señora.
Te miro agradecida, sonriente.
Me besas.
-Te has ganado mi perdón y has comenzado a aprender a controlar tu cuerpo. Ah, la última fase de tu castigo es que tienes prohibido masturbarte durante un mes, a no ser que yo decida aliviarte cuando lo crea oportuno.