Los enredos de Ismael

Que me calienta contarles.

Ismael, este personaje ya mencionado en otro relato, se dedica a algunas actividades en el mundo financiero, que al parecer le han ganado más de un enemigo. Alguno de ellos se propuso formularle cierta especie de advertencia, lo cual dio origen a la historia que les cuento a continuación. Por diversas razones, no revelaré la manera en que me enteré del asunto, ni como pude ser testigo directo de lo que narro.

El telón se descorre para mi en una mañana reciente. La escena que se ofrece ante mis ojos es bastante descriptiva de los sucesos que la pudieron haber precedido.

El susodicho Ismael está dormido en el piso, sobre una gruesa alfombra. Su postura no parece ser enteramente cómoda. Está semi apoyado, algo inclinado hacia un costado, contra la parte delantera de un sillón y soporta sobre su lado derecho, el cuerpo de una mujer, singularmente bella, aún cuando su edad parece andar alrededor de los cuarenta años, también dormida plácidamente. Llama la atención en el cuadro, la llamarada del cabello de la mujer, de un rojo fuego magnífico, desordenado sobre el pecho del hombre.

Delante de ellos, por supuesto durmiendo también, un joven de no más de veinte, veintidós años, boca abajo, con su cabeza apoyada en la ingle de la mujer y abrazado al muslo del hombre. Los tres están desnudos, exceptuando al joven que lleva llamativamente, un par de medias femeninas de color marrón oscuro.

Parecen haberlo pasado bastante bien, a juzgar por el desorden de ropas dispersas por el piso en la sala, algunas botellas de champán y también un par de botellas de whisky, llena hasta la mitad, una de ellas. Del culo del muchacho, sobresale un impactante dildo, que por lo que se ve, impresiona como totalmente metido en el ano, lo cual, obviamente, no le resulta para nada molesto.

De una foto que descansa en un marco sobre uno de los muebles, podría deducirse que ambos, la mujer y el muchacho, son madre e hijo, dado el asombroso parecido que se descubre evidente entre ellos. Esto produce un choque, cuando se lleva la mirada desde la foto al conjunto que descansa en el piso, pero no estamos aquí para juzgar preferencias sexuales.

Transcurre un buen rato, lo cual hace pensar que la fiesta debe haber terminado no hace mucho, cuando de pronto, se escucha girar una llave en la cerradura de la puerta de calle, que se abre silenciosamente y deja ver a un hombre que espía cautelosamente hacia el interior, y que al ver la escena de la habitación, deja de lado toda precaución y franquea el paso a otros tres hombres y una mujer que vienen con él.

Los cinco recién llegados, con absoluta tranquilidad, acercan sillas y se sientan frente a los durmientes. Comienzan a hacer comentarios entre ellos, inaudibles para mi, hasta que la mujer, parándose, sirve agua en un vaso y lo arroja en la cara de Ismael. Éste se despierta, naturalmente sobresaltado y con su movimiento, se despierta también la mujer. Ambos se quedan mirando por un instante, sin comprender, pero Ismael es el primero en reaccionar, levantándose con un veloz movimiento que desmiente la aparente distensión con que dormía. De nada le sirve sin embargo, ya que uno de los hombres, previendo seguramente esa reacción, le asesta un culatazo en el costado de la cabeza, con una ostentosa pistola que apareció súbitamente en su mano derecha.

Ismael cae pesadamente sobre la mujer, que realiza un rápido movimiento para evitar ser aplastada por el cuerpo del hombre y se queda sentada, intentando en gesto reflejo, cubrirse los pechos con un brazo. En ese momento, recién comienza a dar señales de vida el joven, que primero mira a la mujer, probablemente su madre, como ya dijimos y luego gira su cabeza para alarmarse ante la presencia de los extraños. Es en ese instante que parece advertir lo inconveniente de la escena que ofrecen, porque dándose vuelta, colocándose boca arriba, se saca lentamente, tal vez en un vano intento de disimulo, el consolador de su trasero, ante la risa de los visitantes.

Luego de describirles a los tres, pero principalmente a Ismael, la comprometida situación en que se encuentran, bajo la amenaza de armas que si bien no están a la vista, no cabe duda de que todos llevan, la mujer, que parece detentar la voz cantante, le explica a Ismael que algún negocio suyo, ha afectado severamente a un tal señor Schmidt, quien en el curso del día, se presentará allí para resolver el problema. "Mientras tanto", les dice, "ustedes van a esperar, tranquilos, sin intentar algún juego extraño, y de ese modo no tendremos ningún problema".

En un gesto que pretendió pasar por magnánimo, autorizan a los tres a vestirse, cosa que comienzan a hacer. Sin embargo el joven, algo nervioso, mira las prendas desperdigadas y con un hilo de voz le dice a la mujer, a quien uno de sus compañeros nombró como Eliana, "mi ropa está en el dormitorio". Ella sonríe, se dirige hacia una de las prendas que siguen en el piso, una pollerita, la levanta y exhibíéndola, le pregunta al joven, "Esta pollera ¿no es tuya?", pero luego, poniéndose sería, "Está bien, vos", indica a uno de sus compañeros, "acompañalo, que se vista como quiera, y en dos minutos traelo de nuevo aquí". El señalado obedece, y sigue al joven, que lo precede hacia un pasillo que lleva a su habitación.

Cuando los dos regresaron, la llamada Eliana, ordenó que los tres se sentaran en el sillón y ella hizo lo propio en su silla. "Ahora esperaremos", anunció.

Casi tres horas después, uno de los hombres del grupo intruso, dijo en tono de queja, "El señor Schmidt se hace desear", pero Eliana lo hizo callar con un gesto. No obstante, el hombre que estaba a su lado, sugirió, "Podríamos hacer algo para pasar el rato, ¿no?, algo divertido, en realidad para mi, más que divertido". Eliana lo miró interrogativamente, a lo cual el hombre respondió: "Bueno, en realidad los que podrían divertirse, como parecen haberlo hecho anoche, son ellos" y señaló a los tres prisioneros.

Eliana pareció perder la impasibilidad de la que había hecho gala hasta ese momento, sus ojos brillaron con algo parecido a la lujuria o la maldad y aceptó la sugerencia. "Tenés razón. Yo dirijo, ¿les parece?" El resto del grupo, aceptó de buen grado, y fue a partir de ese momento que se desarrollaron las escenas que impulsaron este relato.

"Decime colorada", dijo Eliana hablándole a la mujer, "¿Este chico es tu hijo?" La interrogada no contestó, pero ante el apremio de Eliana, musitó apenas un "Si". Los demás hombres, sorprendidos, miraron a la mujer y luego al muchacho. Uno de ellos, exclamó "¡Pero estos son un conjunto de degenerados!". "¿Recién te das cuenta?", Acotó Eliana. "Fijate, este es puto, en realidad una marica, porque estaba vestido de mujer, estoy segura. Ismael se los debe haber cogido a los dos, y quien sabe, tal vez se dejó coger él también. Ahora, este putito, ¿se habrá cogido también a su mamá?. ¿Te hiciste coger por tu hijo vos?" Pero la mujer pelirroja nada contestó.

"Ustedes, dos, párense, aquí" Eliana ordenó a Ismael y al joven. Ambos hicieron lo que les indicaba. "¿Cómo te llamás, vos?. O mejor no, no lo digas. Desde ahora te llamarás… a ver…. Sabrina. ¿Es lindo, no?" Preguntó. Sin esperar respuesta: "Bueno querida Sabrina, queremos conocer de tu arte. Queremos que desnudes a Ismael".

Ambos la miraron, dudando, pero un puñetazo que uno de los hombres le propinó a Ismael, marcó el tono con el cual se desarrollaría el juego. Entonces el muchacho, al que nosotros también llamaremos Sabrina, se apresuró a desprender la camisa del hombre. Pero Eliana, lo detuvo: "¡Nooo, carajo…noooo. Sabrinita, querida, sos una hermosa y seductora putita, hacé las cosas como corresponde, ¿A quien vas a calentar con esos modos de empleado de aduanas?. A ver, de nuevo". Pero ante un nuevo movimiento del muchacho, Eliana lo detuvo otra vez. "Sabrinita, querida, alejate unos pasos y luego acercate a Ismael para seducirlo y desvestirlo, a ver como caminás, ¿entendés?, mové un poco tu culito querida, dale, hacé algo por calentarnos, Porque sino vamos a tener que calentarte la cara a golpes, Sabrinita, ¿entendés? Y ésta es la última, A ver, mostranos"

Yo no sé si surtió efecto la amenaza o que su naturaleza finalmente afloró en Sabrina, pero lo cierto es que comenzó a caminar, alejándose primero de Ismael y luego girando y regresando frente a él, con un andar en que sus caderas, todo su cuerpo, se pusieron al servicio del acto de seducción. Y aún bajo el basto pantalón de jogging que tenía, su culito comenzó a inquietar a todos. Incluso a mi, lo admito. Ahora sus gestos, sus movimientos eran un torrente de sensualidad. Sus manos se apoyaron y se deslizaron sobre el pecho de Ismael con cada botón de la camisa que le desprendía. Su cuerpo se había pegado al de él, pero sus caderas seguían el movimiento de las manos, con lo cual, fue muy fácil advertirlo, pese a lo incómodo de la situación, el bulto de Ismael comenzó a manifestarse.

Ahora Sabrina, (Cada vez me resulta más sencillo llamarlo Sabrina), acercó su rostro al pecho de Ismael, su lengua empezó a lamer sus pezones, en tanto sus manos desprendían el pantalón. Se inclinó para contribuir a hacer descender el pantalón, pero al mismo tiempo apoyó con evidente deleite la cara sobre el bulto de su amante. Se irguió nuevamente, se dio vuelta, los ojos cerrados, su boca entreabierta en un gesto anhelante y ahora apoyó sus nalgas contra el cuerpo de Ismael, mientras tomaba sus brazos y los guiaba para que se cerraran en torno de su tórax y lo obligaba a apoyar sus manos en sus pezoncitos.

Los espectadores, miraban, (mirábamos), fascinados, incluso Eliana misma, que además tenía las manos apoyadas casi entre sus piernas. Por su parte, también la pelirroja exhibía los efectos de la escena, ya que emitía débiles quejidos, mientras se acariciaba sus pechos.

De pronto fue el turno de Ismael para desnudar al joven, pero no se anduvo con chiquitas. Directamente, arrancó, destrozando sus ropas, hasta dejarlo totalmente desnudo. Pretendió buscar con su pija el culo de Sabrina, pero ésta giró, se arrodilló ante él, y aprisionando la verga con sus manos, se puso a chuparla. Eliana, había pasado las manos bajo la cintura del pantalón que vestía y se estaba masturbando ostensiblemente.

Algo similar ocurría con uno de sus compañeros, que había dejado al aire su pija y la estaba acariciando. Pero Eliana cortó la escena con un grito: "¡Basta ahora con eso. No quiero que ese hombre acabe!. ¡Vos, putita, metele a él tu verguita!". Esa orden, o alguna otra misteriosa razón, terminó con la excitación de Sabrina, su pija cayó, inusitadamente fláccida. Todos se miraron, extrañados, hasta que Eliana, gritó, "¡Qué hija de puta que sos yegua! ¡Lo único que te gusta es que te la den!". Pero luego tuvo una idea: "Vamos a ver si te la hacemos más tentadora. Chicos, ¡vístanlo a Ismael de mujer, veamos como luce!".

Uno de los hombres fue al dormitorio y regresó con algunas prendas femeninas. Nuevamente las armas disuadieron cualquier atisbo de resistencia por parte de Ismael, y bajo su permanente amenaza, debió colocarse una medibacha, un corpiño que le hicieron ayudar a la pelirroja a abrocharle y luego una bata de noche, de seda. La imagen del hombre era más bien ridícula, pero el morbo de la situación mantenía el clima caldeado.

No obstante, con el muchacho llamado Sabrina, no les fue mejor que antes. Su pene se negaba a reaccionar ante el culo de Ismael. Pero entonces éste se dio vuelta, abrazó al muchacho, empezó a besarlo apasionadamente, lo arrojó de rodillas al piso y se lanzó sobre su culo con incontenible frenesí. Antes de que nadie hubiera reaccionado, lo estaba penetrando, ante los casi aullidos de Sabrina, gozando indescriptiblemente y reclamando ser por fin cogida.

Inevitablemente, el hombre del grupo agresor que se había estado casi masturbando, se dirigió al dúo y se dedicó a intentar clavar a Ismael, que giró el rostro, mientras evitaba el dardo que se dirigía, goloso, hacia su culo. Pero los demás hombres se comidieron a asistir a su compañero, manteniendo la posición de Ismael que seguía dentro de Sabrina, y entonces el hombre, a quien llamaron Ronco, se dio por fin el gusto y se la metió hasta que sus bolas chocaron con sus nalgas, para luego ponerse a bombear frenéticamente, imprimiendo a los tres cuerpos un rítmico vaivén, que interrumpió llegado un momento, sacando su verga del maltratado culo. Los demás advirtiendo de que se trataba, hicieron caer al piso a la pareja, y entonces Ronco acabó sobre ambos, diseminando su leche en las dos caras, la de Ismael y la de Sabrina.

Ella presintió sin duda que también Ismael se encontraba próximo al clímax, porque aceleró sus movimientos y en unos segundos se pudo advertir que su culo se llenaba de leche, porque un par de chorritos, empezaron a escaparse del agujero y a deslizarse por sus piernas.

"¡La muy degenerada!", Se oyó, clara, la exclamación de Eliana. "¡Ya sé lo que pasa con esa verga! ¡Móntenla sobre su madre!", Los hombres, a los que se dirigía la orden, vacilaron un instante, pero luego arrastraron a Sabrina sobre su madre, a la que habían arrojado al piso y desnudado a los tirones, y todos pudieron comprobarlo. El muchacho, se puso a mamar de los pechos de su madre, mientras ésta, al par que se los sostenía y ofrecía para facilitarle los gestos de su boca y los movimientos de la lengua, se abría de piernas para recibir el contacto directo de su hijo, que ahora si, mostraba su pequeña verga definitivamente erecta, con la que, luego de juguetear un rato frotándola sobre los labios de la vagina de la mujer y en su entrepierna, desde la raya del culo hasta el clítoris, la perforó, hundiéndose dentro de ella y luego empezó a coger con apasionamiento a todas luces descontrolado.

Otro de los hombres ya no se contuvo, y mientras se bajaba el pantalón, se precipitó sobre el culo de Sabrina con toda la intención de empalarla. No bien le apoyó su pija en la raya, se dio cuenta que la reputísima se abría las nalgas para facilitarle el camino. Entonces, apoyó el glande en la puerta de la abertura, y luego, de un solo envión, le hundió su hierro hasta más de la mitad, para completar la penetración con un nuevo, único empujón y luego dedicarse a cogerla entrando y saliendo con un movimiento de vaivén, que al menos a mi, me mantuvo hipnotizado, durante largos minutos. Sabrina gozaba ostensiblemente siendo cogida de ese modo, gozaba cogiendo simultáneamente a su madre, y su boca no se cansaba de besarla, desde sus tetas, pasando por el cuello, la cara, y con especial delectación, hundiendo su cara en la desordenada mata de su roja cabellera. Ella no era sujeto pasivo. Cada vez que los movimientos se lo facilitaban, chupaba y mordía los pezones de "su yegüita", como la llamaba de continuo.

El hombre sobre Sabrina se desprendió de ella, se arrodilló junto a la cara de la pelirroja y se masturbó hasta que su chorro de leche se diseminó por su cara y su pelo. Sabrina no perdió el tiempo y con la lengua se apresuró a no dejar una gota.

Sabrina no había acabado aún, cuando se vió arrancada de los brazos de su madre. Eliana, con un brutal tirón la hizo caer sobre el piso, boca abajo, y se dedicó a introducirle, meterle, sacarle, volverle a meter, el consolador que había encontrado por fin, en tanto se masturbaba fogosamente e insultaba a la "puta, yegüa, degenerada" que mantenía apretada entre sus piernas.

Ronco, siempre ayudado por sus compañeros, se lo cogía de nuevo a Ismael, patéticamente enredado en su bata y con sus femeninas medias ya rotas, y el otro hombre, que se había saciado con Sabrina, de nuevo encendido, le daba por el culo a la "colorada infame" como la llamaba.

Como si todo esto no hubiera resultado bastante para mi, pasivo y oculto testigo, casi sin siquiera la posibilidad de masturbarme, me quedé helado, cuando los dos hombres que ayudaban a Ronco, se abrazaron y se empezaron a besar, sin que pudiera advertirse si era un hecho habitual entre ellos, o habían caído prisioneros del sortilegio de las horas vividas.

Poco más de interesante me queda por contar. Horas después, sin que se hubiera producido la llegada del esperado señor Schmidt, encadenaron a Ismael y a la mujer, y se retiraron, llevándose a "la putita" atada y amordazada, "adquirida" por Eliana a la madre en la suma de cien pesos, que arrojó despectivamente sobre su cuerpo encadenado.