Los empleados de mi padre (7)
Un año después
Quizá fue el sofocante calor de junio que nos tenía a los dos en calzoncillos encima del sofá o quizá fueron las escenas de “Brokeback Mountain” que emitían por la tele aquella noche. El caso es que Vitín me preguntó si nos íbamos a la cama. También me había excitado con la peli, así que apagué el televisor, hice una parada en el baño y me tumbé en mi lado del colchón acercándome a él para darle un beso. El beso duró poco, y rápido dirigí mi lengua y mi boca hacia su polla. Apenas las detuve en su cuello o en sus pezones como en otro tiempo. Succioné sin dilaciones su falo de tamaño normal, pero sabroso como siempre. Jugaba con la lengua y los dientes para darle algo de emoción a un acto que se había tornado casi mecánico, rutinario. Vitín gemía desde su cómoda postura con los brazos doblados por debajo de la cabeza. Los míos entraron también en juego y acerqué uno de mis dedos a mi boca para ensalivarlo y llevarlo poco después al culo de Vitín. Sabía que a él le gustaba, pero no sabía por qué yo seguía haciéndolo.
Se retorció al recibir el primer dedo, el corazón, al que pronto se unió el índice. Vitín dilataba rápido y apenas hacía falta un poco de saliva para que mi polla le penetrara. Ya estaba completamente receptivo, así que no dudé en levantarle las piernas, escupirme sobre la palma de la mano, llevarme hacia mi pene para acariciarlo y metérselo poco después. Él seguía gimiendo y disfrutando aparentemente, manteniendo su posición con los ojos y la boca cerrados. Yo no puedo negar que también disfrutaba, pero intentaba disimular mis sollozos y desviar la vista hacia algún lado de nuestro dormitorio. De vez en cuando se le escapaba un gemido más sonoro, quizá porque alguna de las sincronizadas embestidas resultaba más brusca, roto el instintivo ritmo por alguna distracción mía. Pero no parecía afectarle. Probablemente incluso lo agradecía, aunque se mantenía impávido sin mostrar mucho más de lo que revelaban sus suspiros. Retiró uno de sus brazos y lo acercó hasta su polla para empezar a pajearse, tal vez presintiendo que llegaba el momento de correrse.
Y lo hice al tiempo en uno de los kleenex que esperaban en la mesilla de noche. Vitín no llegó a alcanzarlo y se despojó de su espesa y olorosa leche sobre su vientre. Se levantó y se fue al baño. Yo deposité el pañuelo sobre el cenicero y me encendí un cigarro. Al volver, Vitín me recriminó por fumar en la habitación y se marchó al estudio. Escuché el sonido del ordenador al arrancar y poco después las irritantes pulsaciones sobre el teclado.
A la mañana siguiente, y casi como cada domingo, mi mejor amigo me llamó para ir a tomar unas cañas. Como siempre, nos juntábamos en el mismo bar mi grupo de amigos de toda la vida. La mayoría emparejados y con recién nacidos que absorbían ya sus vidas. Algunos domingos Vitín decidía acompañarme. Otros, simplemente me decía que no le apetecía o que tenía otros planes. Esta vez no me dijo ni una cosa ni la otra, sino que se quejó de que todos los domingos fueran iguales.
-También lo son los sábados y anoche no parecía disgustarte.
Me arrepentí de mi desafortunado - aunque sincero- comentario. La mirada de Vitín también estuvo de acuerdo con mi error. Me arreglé, y casi desde la puerta con las llaves del coche en la mano le volví a preguntar si venía. Una áspera negativa fue su respuesta. En otro tiempo, estas cosas llegaban a afectarme mucho más, pero a pesar de la costumbre, seguían causándome cierto desasosiego. Mis amigos pronto lo notaron.
-No podéis seguir así - aconsejaba uno de ellos. Os estáis haciendo ya demasiado daño.
Sabía que tenía razón, y sabía que mi relación con Vitín había dado un giro dramático en los últimos meses. Pero también sabía y recordaba cómo fueron los primeros momentos, las primeras citas, los primeros besos, los primeros viajes, los primeros polvos y… las primeras discusiones.
Llegué a casa casi de noche con el puntillo de las cervezas y alguna copa que me había tomado mientras jugábamos una partida de Trivial. Vitín estaba allí, plantado frente a la pantalla del ordenador, sin dirigirme la mirada mientras me devolvía el “hola”. La embriaguez agudizaba mi angustia y facilitaba mis ganas de plantarme delante suya y decirle todo lo que pensaba. También afloraba mi lado más enternecedor, o patético, por qué no decirlo, que me llevaría a acercarme a él, acariciarle la espalda y preguntarle qué tal su día. Pero a pesar de todo, mi orgullo no sucumbió al alcohol y sin mediar más palabras me quité la ropa y me senté a ver la tele en el salón. Al rato salió del cuarto, me preguntó si también había ganado hoy al Trivial y me informó de que iba a preparar la cena. A pesar de su tono arisco y de su total falta de interés por saber mi respuesta, le acompañé a la cocina para ayudarle.
Cenamos casi en silencio. Que su amiga Patricia había estado en casa fue lo único que me contó de su día. Un programa de La Sexta que yo repudiaba captaba toda su atención.
-¿Una peli? - me preguntó mientras dejaba su plato en el fregadero.
-Mientras no sea “Brokeback Mountain” - le supliqué yo.
-No, no te preocupes. Hoy no te pediré que me folles.
-¿A qué viene eso? Sabes que lo digo porque la he visto decenas de veces. Te lo dije ayer. No iba con segundas, te lo aseguro.
-¿Cuál quieres entonces?
-Da igual, pon la que quieras - concluí.
Recogí mi plato y me puse a fregar los cacharros de la cena más otros dos servicios que estaban de la comida. Si había dos es porque su amiguita Patricia había venido a comer. No sé si infundados, pero cada vez sentía más celos de aquella tía. Como ya dije, a Vitín se le conocían más novias que novios, y aunque según él no se había acostado con ninguna desde hacía años, una mamada es una mamada, y a Vitín le volvían loco.
-¿Vienes ya? - inquirió desde el sofá. No sé por qué no compramos un lavaplatos de una vez.
Tras la romántica cena y el primer polvo que echamos en la que en principio era su casa, mi concepción del niñato descerebrado había cambiado. Siempre le agradeceré el serme de gran ayuda para olvidar a Sergio y sus increíbles ojos azules. Y siempre me culparé de haberme aprovechado de la situación y haberme embarcado en una historia que sabía que no llegaría a ningún sitio. Por más que su imagen hubiese cambiado, mis sentimientos hacia él no lo hicieron tanto. Pensé que el comenzar a salir juntos y llevar una vida de pareja con un tío completamente entregado, ayudaría a sentirme atraído y tener por fin algo estable en mi vida. Pero no fue así. Como digo, Vitín parecía estar enamorado, y era el que más daba de los dos, sin apenas recibir nada a cambio. Se contentaba con tenerme cerca. Y pronto me tuvo viviendo con él, en el piso que ambos habíamos pintado y llenado de muebles. Reconozco que era muy gratificante llegar a casa y tener a alguien que sabes te espera con ganas, con una caricia o un beso oportunos. También era agradable saber que un domingo por la tarde compartirías manta y peli con alguien. Pero esa escena yo la imaginaba de otra manera. Quizás la proyectaba como lo hacía Vitín, con la persona a la que amas. Pero yo no le amaba.
Y no conseguí hacerlo durante aquellos meses. Sí que es verdad que era una situación cómoda y reconfortante, pero también es verdad que echaba de menos muchas cosas. Una de ellas era Sergio, pero desde luego no la única. Principalmente la libertad. No una libertad en el sentido sexual de la palabra, pues no echaba en falta acostarme con otros tíos, pero sí la libertad de decidir por mí mismo, sin la obligación de tener que contar con otra persona. Pero supongo que en eso consiste tener pareja. Y también supongo que entonces no era lo que yo quería. La compañía estaba muy bien, sí, pero las caras largas si llegaba más tarde de lo habitual, o los sms intimidatorios si hacía planes al margen de mi novio empañaban lo idílico del emparejamiento.
El pobre Vitín se dio cuenta por sí solo que me agobiaba, y trataba de rectificar su comportamiento. A mí aquello también me molestaba, pues no era partidario de tener que cambiar la forma de ser para agradar a los demás. A veces trataba de ponerme en su lugar, y pensar en una hipotética relación similar entre mi vigilante y yo. Y en el rol del amante enamoradísimo de un rubio cachas que pasaba de mí, me hacía una idea de la fase en la que se encontraba Vitín, logrando comprenderle e, incluso, complacerle. Y entonces esos días me acercaba a un estado que llaman felicidad, y salíamos por ahí, nos escapábamos un fin de semana o hacíamos planes de futuro. Pero por desgracia, esos momentos duraban poco y todo recuperaba la amarga normalidad.
Esa normalidad se interrumpió cuando Vitín decidió que ya no podía más. Cansado de dar y no recibir, de aguantar mis malas caras, de no percibir ni un ápice de pasión, trazó un plan que nos llevaría a una lucha diaria, de tristezas y porqués, de sufrimientos y desengaños y de una dolorosa rutina capaz de deteriorar la más sólida de las relaciones. Pero de nuevo Vitín salía mal parado. En mi incomprensible situación, estaba convencido de que no tenía capacidad para hacerme daño. No porque fuera incapaz de hacer daño a nadie, sino que no tenía la habilidad para poder hacérmelo a mí. Lo intentaba tratando de atacar en donde más me dolía, pues ya me conocía bastante bien, pero sus vanos intentos no hacían más que agudizar su dolor y potenciar su rabia queriéndome castigar por todo el daño que yo le había causado.
Pero como en toda guerra, hubo una tregua. Tras una de las peleas me marché a casa de mis padres durante un par de días. Ya lo había hecho antes, y siempre era Vitín quien llamaba para pedirme que volviera. Esta vez, y tras las primeras veinticuatro horas, no lo hizo. Aquello me llevó a meditar los pasos a seguir. Pero como casi siempre, me equivoqué de camino. Quizá nunca lo hubiera tenido más fácil para que aquello se acabara para siempre, pues él, aunque le doliera al principio, determinaría que la separación era lo mejor. Pero yo, en mi afán de querer estar por encima del bien y del mal, de querer tenerlo todo bajo control, de hacer daño inconscientemente y querer arreglarlo a conciencia, y de no querer pasar noches insomnes elucubrando sobre la posibilidad de que haya alguien que pueda estar haciéndome un merecido vudú, resolví que debíamos darnos otra oportunidad. Pero ya se sabe que segundas partes nunca fueron buenas, y aunque Vitín se alegró cuando me vio aparecer de nuevo en nuestra casa, ambos sabíamos que lo que nos quedaba era únicamente alargar la agonía de una relación que jamás tuvo que haber pasado de simples encuentros sexuales.
Durante los días posteriores ambos disfrutamos de una merecida calma. Volvimos a hacer el amor más allá de los insulsos polvos del sábado de rigor. Volví a apreciar las oportunidades que otorgaba una pareja, a compadecerme y a la vez dar las gracias por el halago que suponía la entrega de Vitín. Ignoro lo que a él se le pasaría por la cabeza esos días, y si la recuperada normalidad también le resultaba algo forzada, pero el caso es que el hecho de que fuera yo el que volvía supuso un punto de inflexión. El siguiente, vendría marcado por el acontecimiento del año para los trabajadores de la empresa de mi padre, de la que formaba parte Vitín, y a la que se había unido hacía poco tiempo Sergio, pero esta vez no en calidad de vigilante, sino como abogado.
Ya había pasado un año desde que Vitín se me insinuó en mi habitación ocasionando una serie de acontecimientos que me llevaron a su cama, a la de Sergio e incluso a la de Paco si éste se hubiera dejado. Sin duda, había sido un año intenso y con muchas situaciones novedosas, con tres protagonistas que habían desempeñado un definido rol en mi vida, pero como podéis comprobar, ninguno resultaba enteramente positivo. Sergio apareció como un rayo de luz acompañando a una tormentosa situación que yo atravesaba. Paco iluminaba con su halo casi bendito a cualquiera que se le acercara y Vitín resultó un útil foco de luz artificial al que poder encender en cualquier momento.
A pesar de que mi padre estaba ya jubilado y ahora era Paco el máximo responsable de la compañía, la barbacoa se celebraría de igual manera en casa de mis progenitores. Que mi padre ya no fuera el jefe no condicionaba ya el comportamiento modélico que se esperaba de sus empleados y este año se hizo notar. Hubo alguna baja, como la de Víctor, el padre de Vitín, que se negaba a ir si lo hacía su hijo. La de Agustín fue sonada, por su reciente divorcio. El resto de asistentes pasaron sin mayor pena ni gloria, casi inadvertidos para mí, excepto la mejor persona del mundo, con la que no había perdido el contacto a pesar de todo, y la de Ojos Azules, con quien sí lo había perdido, pero que de nada sirvió, pues al verle aparecer con su pelo rubio, su sonrisa encantadora, su cuerpo fibroso y su inimaginable timidez, mi corazón dio vuelco despertando sentimientos que ya creía olvidados, apretando de nuevo el nudo de mi garganta que imaginaba desatado y bombardeando mi cabeza con toda suerte de pensamientos inevitablemente desgarradores, desde la debilidad más absoluta hasta la furia más incontrolable.
Al verme, Sergio se acercó tendiéndome la mano. No era capaz de creer que se hubiera dignado a venir. Debía saber con certeza que yo estaría, igual que tendría conocimiento de mi relación con Vitín, de la que en aquel momento me sentí tremendamente avergonzado. Pero lo lógico sería pensar que sólo vino por el mero hecho de que quedaría bien de cara a sus jefes, anotándose un tanto de empleado ejemplar. No pude soportarlo, me derrumbé. Salí corriendo con todo el disimulo posible y me encerré en el baño con la clara intención de echarme a llorar. Lo logré, pero no conseguí despojarme de mis nervios, de una angustia que debería estar superada, de una serie de cavilaciones que no tendría ni que haberme planteado. Sergio resultaba tan atractivo como siempre, y yo más frágil que nunca. Dicha situación me hizo pensar que si se diera el caso, caería de nuevo rendido a sus encantos. Y en ese instante deseé abofetearme por si quiera sugerir que aquello podría ocurrir y por evidenciar una flaqueza que con Vitín hubiera sido impensable.
Sentado sobre el frío suelo y apoyando mi espalda contra la puerta, con mis rodillas flexionadas sujetando mis brazos, me di cuenta de que estaba completamente fuera de lugar. No sólo literalmente en la fiesta de los empleados de mi padre, pues yo no era uno de ellos. Había sido una equivocación asistir, acto innecesario por otra parte porque ya no vivía en aquella casa. Pero formaba parte de una normalidad paralela a la que se querían enfrentar mis padres tras saber que tenían un hijo gay. También estaba fuera de lugar mi comportamiento pueril, comprensible desde algún punto de vista sensiblero, pero discordante con mi supuesta madurez, aunque en sintonía con mi frustrado carácter. Frustrante era también el deseo de querer y no poder. De querer que Sergio se alejara definitivamente, o todo lo contrario, de que se acercara a recogerme a la puerta del aseo, me tomara entre sus brazos y me llevara lejos.
Unos nudillos golpeando la puerta interrumpieron mi alucinación.
-Ángel, ¿estás bien? – se escuchaba al otro lado.
Tendría que haber sido Vitín quien echara de menos mi presencia. O Sergio, cumpliendo mi fantasía. Pero ninguno de ellos aguardaba mi respuesta. Paco, la mejor persona del mundo, el hombre que se da cuenta de todo, el amigo que debe estar cuando no lo pides me abrazó consciente de lo que ocurría al tiempo que pronunciaba unas acertadas frases de apoyo y comprensión. De nuevo se repetía la escena, pero esta vez con diferente decorado. La cocina del año anterior, testigo de su confesión más íntima y un beso equivocado, dio paso a un cuarto de baño que atestiguaba una actuación más patética, pero teniendo en común a mí como protagonista de una obra que parecía no tener fin, y que si acaso lo tuviera, no habría aplausos ni por parte del apuntador.
-Ay Paco, esto no se acaba nunca.
Y Paco me animó con palabras alentadoras, por más que lo que yo quisiera fuera arrodillarme de nuevo, pero para chuparle la polla y cerrar así un círculo que se abrió hacía un año, y que él intentó dar por concluido, pero que yo, en mi afán masoquista por tener más quebraderos de cabeza, tampoco hubiera dudado en trazar de nuevo y que el triángulo se abriera hacia un nuevo lado. Volvería a aprovecharme de la situación y me disculparía argumentando otro momento de flaqueza, pero Paco no se lo merecía. Yo tampoco, así que deseché la idea. No era momento de complicar aún más las cosas. Me conformé con un beso que me dio en la mejilla. Un beso muy tierno, casi de padre. Volvía a estar todo claro - con él.
Cuando salí al jardín otra vez, Vitín y Sergio hablaban. No quería acercarme a ellos. En ese momento Paco debería estar a mi lado, pero se quedó en el lavabo. Mi padre podía ser otra meta, pero le encontré muy a gusto contando sus batallitas. Mi madre no paraba de entrar y salir. Y con el resto no había nada propicio para un acercamiento. Vitín me llamó entonces, ya no tenía salida. Acudí a su señal con desgana. La cerveza que llevaba en la mano era mi única aliada. Charlaban de cosas del trabajo. Por un momento pensé que Vitín estaría ligando con él. Pero gracias a Dios no todo el mundo tiene una mente tan calenturienta como la mía, hecho demostrado tras el pensamiento inapropiado y lascivo con Paco en el cuarto de baño. El que era mi novio nos dejó a solas al que hubiera sido el deseado y a mí.
-¿Cómo te va todo? – me preguntó en un tono neutro.
-Bien, como siempre – respondí yo con mi socorrida frase.
-Ya lo veo, y me alegro.
-¿Y a ti?
-No me quejo. Contento, por poder trabajar al fin de abogado.
“Y no hay empresas en Madrid”, pensé yo, “que tenías que acabar en la de mi padre”.
-Se acabó la triste garita del hotel – le dije, arrepintiéndome por las connotaciones que mi comentario pudiera tener.
-Sin tus visitas no era lo mismo – dijo entre media sonrisa.
Pero su comentario fue mucho más ambiguo que el mío. Y además creo que estaba fuera de lugar. ¿A qué tipo de visitas se refería? ¿A la primera en la que acabamos follando en el aseo? ¿A la última en la que me echó de su vida casi riéndose en mi cara?
-He pensado mucho en ti, Ángel. Deseando que todo te fuera bien.
-¿Y por qué me tendría que haber ido mal? – le pregunté confundido y asombrado.
-No sé, no quise hacerte daño.
-Lo sé, ya me lo dijiste cuando te vi la última vez. Pero no te preocupes, el daño ya me lo causo yo solito.
-De verdad Ángel, creo que te debo una explicación. Y puede que tú también a mí.
-¿Yo? No entiendo por qué. Pero bueno, Sergio, creo que este no es el momento ni el lugar – mentí, pues deseaba escuchar su nueva excusa. – Dejémoslo estar.
-Quizá podríamos tomarnos un café algún día.
-Quizá – concluí con sequedad.
Otro empleado salvó la situación trayendo consigo un par de cervezas. La mía la acabé hacía rato, y en la siguiente pensaba como excusa para acercarme a Paco y contarle mi conversación con Sergio. Pero él estaba en su salsa, en el momento en el que sus subalternos le elogiaban o le criticaban con tono jocoso. En el momento en que su mujer le miraba con ojos vidriosos de orgullo y sus hijos presumían entre los demás niños de que su padre era jefe. Por fin pude sonreír ante aquel ambiente. Sonreí por Paco, porque se lo merecía, y porque su esposa no era la única orgullosa, y porque me pareció que estas son las cosas que hay que valorar en la vida, las que tienen importancia, y no las que yo creía que las tenían. Mi aturdimiento fue interrumpido por otro beso en la mejilla, esta vez de Vitín, que pasó junto a mí para juntarse de nuevo con Sergio, cuya cara parecía ahora presa del embobamiento, aunque ignoraba sus razones, y no quería fantasear sobre ellas.