Los empleados de mi padre (6)
Sorry por el atraso. Es el principio del fin.
Lo que sí tenía que soportar y afrontar era la vuelta a la realidad. Y esto no significa que mi vida fuera dura o triste, sino que el estado que habíamos alcanzado Sergio y yo se había tornado tan perfecto e idílico que resultaba difícil pensar que fuera real. Pero al margen de paralelismos, sí que es cierto que aquel fin de semana se alejaba de lo que, de momento, podría resultar factible en lo que a nuestra relación se refiere pues Sergio volvía a casa de sus padres y yo volvía a casa con los míos.
Cierto es que el tema de Vitín coleaba y quizá fuera lo único que podría enturbiar el momento, pero puedo decir con total sinceridad que durante el recorrido de vuelta a mi casa mi único pensamiento era mi vigilante, al que quizá ya era hora de volver a etiquetar y llamarle amante, o novio, pudiendo ser esta última una palabra que a priori suena fuerte, pero fuerte e intensa había sido nuestra relación en los días precedentes. Como digo, todas mis reflexiones giraban en torno a él, a nosotros. Deseaba llegar a casa, encender el teléfono y dedicarme a contarlo a todos y cada uno de mis amigos. Incluso poner en el Facebook algo así como “in love” o alguna otra cursilada.
Todo ello enfundado de un estado de perpetua ansiedad en el sentido positivo de la palabra. O sea, el codiciado estado de enamoramiento, monotemático, anhelante y quimérico. Sí, Sergio resultaba ser un monotema en mi cabeza, pues no me resistía a rememorar nuestros increíbles momentos. Y a anhelarlos al tiempo que deseaba que se repitieran cuanto antes. Y utópico porque aún no me creía que aquello estuviera ocurriendo. Aseguro que era demasiado bonito, perfecto e ideal para que fuera cierto. Pero sí, había sucedido, por más que días después deseara todo lo contrario.
Al llegar a casa y conectar mi móvil rezaba con todas mis fuerzas para encontrar un mensaje de Sergio del tipo “gracias x un finde maravilloso, te quiero” o algo parecido. Pero no fue así. Lo más relevante que encontré fue un mensaje más calmado y prudente de Vitín, el supuestamente desequilibrado tío con el que me había acostado días antes. Me detuve a pensar si debía contestar o no. También a plantearme si debía escribir yo a Sergio tras analizar si resultaría agobiante, alentador, acertado…Cuando te enamoras y pareces ser correspondido no deberías plantearte estas situaciones, pero lo hacemos todo tan complicado que resulta inevitable.
Logré dormirme pronto ese domingo gracias al sueño que había ido acumulando las noches anteriores. Las primeras de aquella semana por las preocupaciones y meteduras de pata. Las siguientes me mantuve insomne por mis florecientes sentimientos hacia Sergio. Y las dos últimas por haber estado entre sus brazos.
El lunes fue duro, muy duro. Recuerdo que me desperté varias veces esa noche para mirar el teléfono por si había algún mensaje de Sergio. Pero fue en vano. Tampoco se dignó a escribir durante aquella mañana que pareció hacerse eterna, a pesar de lo ocupada que estaba mi cabeza intentando averiguar el porqué o decidiendo qué paso debía dar yo. Determiné que un sms no estaría fuera de lugar después de lo que había ocurrido. El tema era pensar qué poner para no comprometerme o mostrar más o menos de lo que sentía. Resultaba ridículo negarlo, pero yo estaba bastante enamorado de Ojos Azules, o eso creía, pero no tenía tan claro que él lo supiera o mucho menos lo estuviera él, y sentir entonces algún tipo de fiasco, humillación o desamor.
Envié, pues, el dichoso y neutro mensajito que no tuvo respuesta durante las horas siguientes, provocando en mí un comportamiento casi compulsivo, pues mi mano no podía despegarse del móvil, que además miraba a cada momento por si alguna sordera temporal me había impedido escuchar el sonido de su respuesta. Os podéis imaginar la oleada de pensamientos de todo tipo que iban y venían de mi cabeza, desechando ideas casi inverosímiles, pero que inevitablemente había de contemplar. Y por fin sonó el teléfono. Pero no era él. Vitín volvía a entrar a formar parte de mi vida. “Ya tengo piso. Cuando kieras vienes y te invito a una cerve”. Mi meditada respuesta también fue algo neutra y delicada. Quizá debía darle una segunda oportunidad al chaval.
Mi descerebrado amigo contestó rápido al mensaje indicándome la dirección de su nuevo piso y avisándome de que estaría allí organizando la mudanza después del trabajo. Si hace unas horas no quería pensar en otra cosa que no fuera Sergio, la situación ahora era bien diferente, pues quería y necesitaba tener la cabeza ocupada para no volverme loco, a pesar de no poder evitar a cada momento el preguntarme qué podía haber pasado. Como digo, habían transcurrido tan solo unas horas y yo me encontraba terriblemente mal por no haber recibido respuesta de mi vigilante. Quizá era demasiado ansioso, pero la verdad es que no suelo equivocarme con estas cosas y todo hacía indicar que mi suerte no iba a cambiar, por lo que Sergio se convertiría en otra atormentadora aventura que añadir a mi patético historial.
En un intento de retomar de nuevo una relación “adulta” con Vitín, decidí pasar a verle. Su nueva casa estaba cerca de la oficina, y por tanto, cerca del hotel donde nos habíamos alojado y follado una vez, y en el que trabajaba Ojos Azules, hecho que no ayudaba a recobrar la normalidad. Vitín me recibió con un apretón de manos, una amplia sonrisa y un acertado comentario: “qué mala cara tienes”. No le di muchas explicaciones y él tampoco las pidió en un primer momento, pues estaba bastante ocupado con la limpieza y el traslado hacia su nueva vida en la que, al parecer, quería que yo formase parte. Le ayudé en lo que pude y bien entrada la noche nos sentamos a descansar con una cerveza en la mano, un móvil sin mensajes nuevos y otra puerta que parecía abrirse tras el chasco.
Al rememorar esa escena, aún me pregunto si realmente estaba allí porque quería continuar la amistad con Vitín, porque simplemente le deseaba para echar un polvo, o por haber querido demostrar a Sergio que yo era capaz de seguir con mi vida al margen de él, conclusión esta última bastante pueril, insegura y triste. Porque, aunque esté mal decirlo, Vitín no me resultaba ni la mitad de atractivo de lo que me parecía Ojos Azules, y sabía que de él no me iba a enamorar como lo había hecho de aquél. Así pues, confirmaba que mi comportamiento no era normal, me movía empujado por algún sentimiento poco “sano”, egoísmo, rabia, impotencia. No lo sé. Pero allí estaba con un Vitín completamente entregado, que quizá se había enganchado conmigo igual que yo lo había hecho del vigilante, y que por tanto, podría pasarlo igual de mal que yo lo estaba pasando en aquel momento.
Esa noche no ocurrió nada. Vitín aparentaba haberse tomado las cosas con más calma. Y aunque dejó caer la idea de que me quedara a “dormir”, no pareció molestarse al ver que yo no me daba por aludido. Tampoco me preguntó por Sergio, ni me recriminó el no haber dado señales de vida en los últimos días. Parecía que la estabilidad que le propiciaba haber encontrado un nuevo hogar se hubiera extrapolado a su carácter. Quizá era sólo eso. O quizá tramaba algo. Mi trayecto de vuelta a casa no dio para mucho más, ya que sonó en la radio una canción que me recordaba, como no podía ser de otra manera, a Sergio, que volvió a posicionarse sobrecogedoramente en mi cabeza y en el nudo de mi pecho que aceleraba a su vez el ritmo de mis pulsaciones. Esta fue la primera de tantas situaciones a las que me tuve que enfrentar posteriormente. Fue como cuando dejé de fumar y tenía que encarar momentos claves que estaban asociados a un cigarro, como el típico con el café o el de después de cenar. Sergio había sido adictivo también, y al igual que con el vano intento del tabaco, sabía que sufriría y que lo echaría tanto en falta como a un pitillo.
El instante de entrar a la piscina a la mañana siguiente fue otro de esos momentos decisivos que sabía que me transportarían al idílico fin de semana, pero que a la vez recuperaría la ansiedad, el sentimiento de ahogo y de impotencia por querer que todo aquello pasara y no poder evitarlo ni hacer nada. Aunque quizá sí que había llegado el momento de actuar y no permanecer pasivo aun a sabiendas que el tiempo haría que todo aquello se suavizara. Un segundo mensaje fue el primer paso. Ante todo, debía quedar claro que no era por agobiar, tampoco demostrar mi flaqueza, sino simplemente una muestra de algo de iniciativa y preocupación, ya que por muy paranoico que yo fuera, coincidiréis conmigo en que el comportamiento del vigilante no era, en absoluto, normal.
Así que antes de llegar a casa de Vitín por segunda vez, decidí pasarme por el parking del hotel. Durante los pocos minutos que tardé en el coche me quedé sin uñas, casi sin tabaco y sin aire. Resultaba casi peor que presentarse a una oposición. Incluso deseaba que no se encontrara en su sombría y deprimente garita. Pero no. Apoyado sobre la cristalera estaba Sergio, atractivo como siempre, pero perplejo y confundido como nunca. Llegué convencido de que yo no había hecho nada malo. Y también de que si Sergio se hubiera comportado de una manera normal, ignorando el lapso de dos días de huída, yo me hubiera rendido de nuevo a él y a sus encantos. Pero una excusa pobre, con un manido argumento relacionado con baterías de su móvil y una no menos típica frase de “no quiero hacerte daño” acabaron por aclarar la situación. “Sin malos rollos”, me insistía. Yo no mostré ninguna debilidad. Puntualicé que sólo estaba allí porque iba de camino a casa de Vitín (sí, fue un error decir esto) y que sólo había ido hasta el hotel por la necesidad de saber, evidenciando quizá que yo si sentía algo más, pero no tenía por qué avergonzarme, aunque mi orgullo no pensara lo mismo.
Los días siguientes fueron duros. Pero la experiencia me decía que aquello terminaría por pasar. Sólo era cuestión de tiempo. Lo pasé mal, es cierto, pero era inevitable. Como decía Paulo Coelho: “No existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas”. Y así era, me sentía triste y estúpido. No sé si más estúpido por las cosas que hice o dije al estar a su lado, o el simple hecho de pensar que podría estarlo. Como ya dije al principio de la historia, Sergio resultaba casi perfecto y yo me creía plagado de defectos. Por eso no entiendo cómo pude pensar que estaría con él. Incluso en la tontería esa de llamarle novio. Y dicen que el que no se consuela es porque no quiere, y yo me consolé pensando en que lo mío hacia él fue algo puro, pero en cambio él había jugado no sé si sucio, pero desde luego, se me escapaban las razones de cómo una persona era capaz de encandilar a otra con palabras bonitas o algún gesto tierno para sólo pasar un fin de semana follando. Y lo más extraño aún, el por qué Sergio necesitaba hacer eso, ya que su cuerpo de gimnasio, su sonrisa y sus increíbles ojos azules le bastaban para ligarse a cualquiera.
Por su parte, Vitín fue más claro al principio, aunque esos últimos días se mostraba un poco raro. A mí me dejó las cosas claras en nuestros primeros y malogrados encuentros y eso me permitía saber a qué atenerme. Durante los días que estuve yendo a su casa por las tardes se le intuían las ganas de que me quedara, o de que ocurriera algo entre nosotros. Yo mentiría si no se me hubiera pasado por la cabeza haber follado alguna vez, o haberme empalmado con algún roce o comentario suyo. Una de esas tardes me comentó que se había encontrado con Sergio, que hablaron cinco minutos, aunque no me dijo sobre qué salvo que le contó que se rumoreaba en la empresa que le iban a tomar en cuenta como abogado, ya que con el tema de la crisis los impagos, los fraudes y las demandas habían aumentado y con toda seguridad necesitarían ampliar plantilla en septiembre. Que Vitín me hablara de Sergio me afectó. Y lo notó. Pero tampoco esta vez me preguntó. Resultaba extraño que no lo hiciera, pero dejó el tema sin más.
Ese día estaba contento porque ya habíamos terminado de pintar, montar muebles o limpiar, y me dijo que me tenía preparada una sorpresa para agradecerme mi ayuda. No la tomé al principio con mucho entusiasmo, más que nada porque mi cabeza volvía a ocuparse del vigilante, pero al ver que Vitín se estaba currando una cena, estaba montando una romántica mesa con velas y todo, y abrió una cara botella de vino, me hizo olvidarme de todo y arrancarme una sonrisa por tan bonita escena. No le pegaba hacer esas cosas. Pero como ya se ha demostrado, no todo es lo que parece. Y la verdad es que la cena le salió bastante bien, a la mesa no le faltaba detalle, aunque hubo algún error protocolario, y el vino estaba realmente delicioso.
Nos tomamos las dos botellas que compró durante la cena y durante la sobremesa. Estuve a gusto, pero de nuevo la comparación con Sergio era inevitable, y de nuevo Vitín salía mal parado con ella. Él intentaba agradarme, pero no teníamos muchos intereses en común, y hubo momentos de silencio, cosa que con Sergio no había sucedido. Parecerá una tontería, pero yo me fijo mucho en eso de los espacios en blanco, que algunas veces son buenos, pero a mí me hacen pensar que no hay feeling, o que algo falla. Pero como digo, la velada no resultó tan mal, y el alcohol ayudó a destensar el trance, aunque sí que había cierta tensión “sexual” provocada por las horas que se habían hecho, el eufórico estado etílico y el resultado de ambas: no eran horas ni estaba en condiciones de conducir, así que tocaba quedarse en casa de Vitín y…¿estrenar su sofá nuevo?
Estaba claro que él no lo permitiría y me invitó a dormir con él. Entre risas ambos soltamos algún comentario del tipo “no te preocupes, que no te voy a violar”. Las típicas tonterías que se dicen para disimular, pero que acaban siendo más clarificadoras que muchas frases más directas.
-¿Te acuerdas de la noche del hotel? – comenzó Vitín sobre la cama.
-Claro – contesté entre más risas.
-¿Ah sí? ¿Y de qué te acuerdas exactamente? – continuó pícaro mientras se giraba para mirarme.
Yo sólo giré el cuello, y me recuerdo vergonzoso diciéndole algo fuera de lugar seguro, como me sucede siempre en esas situaciones. Pero como casi siempre también, parece no importar demasiado, pues Vitín se acercó aún más y me besó en los labios. Fue un beso largo, como con muchas ganas y ansias por su parte. Por la mía, de repente el pensamiento de no saber qué narices estaba haciendo yo morreándome con él. Pero no le frené. No era momento de pensar en si me gustaba o no. De hecho, no era momento de pensar en nada, pues mi polla había decidido ya por mí, empalmándose mientras Vitín me seguía comiendo la boca y pasaba su mano sobre mi pecho o me acariciaba los muslos. Pronto saltaron a partes menos púdicas y pudo comprobar cómo mi verga estaba dura por debajo del calzoncillo, sobándola mientras deslizaba su lengua por mi cuello, atravesaba mi vientre y la notaba por fin mordiendo mi cipote sobre la fina lycra.
Yo permanecía boca arriba, acariciando el pelo aún engominado de Vitín, que me terminó de desnudar poco después de haberlo hecho él mismo. No tardó en volver a mi polla que sujetó con una mano al tiempo que acercaba su boca para engullirla entera de golpe, provocándome un intenso cosquilleo que recorrió mi cuerpo que se retorcía sobre el colchón. Noté su lengua húmeda, sus labios succionando y sus manos jugando con mis huevos. Vitín sabía chuparla muy bien. Mis sonoros gemidos lo confirmaban, y sus verdes y lascivos ojos demostraban también lo mucho que él disfrutaba. Siguió unos instantes y volví a encontrarme con su boca en mis labios. Nos besamos también con ganas, él incluso jugaba con mi lengua de manera casi violenta, brusquedad que también llevaba a las lamidas que me hacía al cuello o a su particular manera de comerme las orejas, casi sin detenerse, casi por impulsos.
Intenté frenarle y girarle sobre la cama para llevarme su polla a mi boca. Su olor y sabor fuertes provocaron otro inoportuno clic en mi cerebro, pero logré ignorarlo. La verga de Vitín no estaba mal ni por tamaño ni por forma. Que no me supiera ni oliera tan bien no era culpa suya en absoluto. En cualquier otro momento hubiera disfrutado sobremanera con ese intenso aroma y ese especial e indescriptible sabor mezcla de gotas de semen y el resto de las meadas que el vino había provocado. A pesar de todo, se la mamé con normalidad, jugando en su glande con mi lengua, que después se deslizaba por todo el troco de su cipote hasta llegar a sus duros huevos, cubiertos de vello que notaba erizado en mi boca mientras Vitín se estremecía y me agarraba de la cabeza para que parara. Esta vez fue él quien me apartó para volverme a tumbar sobre el colchón.
Se puso sobre mí haciendo que nuestras pollas se rozaran, flexionándose y arqueando su culo para restregarlas mejor, a la par que volvía a recostarse de nuevo sobre mí para besarme. Esta vez fueron besos cortos, casi mordiscos, que guardaban el ritmo de sus restregones hasta que llevó su ano hasta la punta de mi falo, que ensalivó a través de su mano. En un primer momento, sólo jugaba a tenerlo en la puerta de su agujero, que yo notaba caliente y sudoroso, al igual que sus manos deslizándose por todo mi pecho, mis piernas, e incluso mis labios, que a veces recibían los dedos de Vitín. Y por fin su trasero acogió mi insaciable polla, que entró sin más por el dilatado escondite suscitando una concatenación de sonidos, tanto de manera oral en forma de gemidos que ambos desatamos al unísono, y de los ya sudorosos cuerpos que se juntaban y separaban al ritmo de cada embestida, reforzado de vez en cuando por algún golpe seco que Vitín atizaba sobre mi pecho cuando apartaba sus finos dedos de mis pezones.
Mi descerebrado amigo seguía galopando sobre mí con ganas, intercambiando sus deseos de jadear, de doblar la espalda y aferrarse a mis labios, de querer pajearse su insaciable polla que seguro estaba tan excitada como la mía, notando al tiempo la calidez de su rincón más insondable, así como la humedad del mismo, o la humedad de sus dedos ensalivados, ya fueran para llevárselos a su verga, a mi boca o de nuevo a mis pezones. Algún “fóllame” retumbaba sobre las paredes de la habitación casi sin muebles, vacía como debería haber estado mi cabeza en aquel momento lascivo, inoportuna como siempre atrayendo pensamientos que no dejaban en buen lugar a mi entregado compañero. La monotonía de los movimientos de ambos, con Vitín centrado ya en su falo para correrse, y al parecer con la intención de hacerlo con mi polla aún dentro de él, dejaba margen para la abstracción, y quizá por eso yo tardaba tanto, por más que deseara que acabáramos ya.
Su corrida se anunció por un sonoro gemido que se alargó entrecortado al compás de los espasmos y los trallazos de leche caliente que resbalaban sobre mi vientre. Vitín se desplomó sobre él, agradeciéndome con un nuevo beso, esta vez más calmado, intentando recobrar el aliento. Mi corrida no fue tan sonora. Le hice apartarse y mi leche fue a parar a sus nalgas que la deslizaban hasta sentirla en mi propio cuerpo, extenuado en toda su dimensión durante un instante. El instante en el que Vitín se apartaba por fin e iba en busca de un cigarrillo. Fumamos ambos sobre la cama, con los restos de lefa, de impudicia y de la poca integridad que creía que ya me quedaba.
El recuerdo de Sergio me asaltó de forma inesperada, clavándose con furia en mis entrañas. Dolía. Dolía intensamente, pero logré acostumbrarme a convivir con ello, y no sólo tras cada polvo que eché con Vitín, cuya cercanía física y liviana presencia quedaban ensombrecidas por las de Ojos Azules, brutalmente intensas. Me suponía un lastre, pero afortunadamente no me impedía seguir el camino, aunque sí lo ralentizaba más de lo que hubiera sido deseable y costaría bastante tiempo que Sergio se convirtiera en algo remoto y difuso.