Los empleados de mi padre (5)
El fin de semana por delante
Cuando cargué el teléfono móvil al día siguiente me encontré con cuatro llamadas perdidas de Vitín y dos mensajes. El primero que aparecía en la bandeja era de Sergio: “Buenos días señor culpable de mi resaca narcótica. Lo mejor de todo es que no es sólo por el alcohol. Te echo de menos”. Mi semblante, inundado por una enorme sonrisa, debía resultar casi patético. De hecho, no cambió tras leer el sms de Vitín: “Muy bonito. Me vuelves a dejar plantado. A saber a quién te estarás tirando ahora”. Ya ni me sorprendía, y desde luego su insólito y malogrado mensaje no me apartó de mi dicha. Por eso ni le contesté. A Sergio sí: “Buenos días. No sé si sentirlo por tu resaca o no. La mía se ha esfumado en el mismo instante en que he pensado en ti, pero la soportaría de por vida si me regalas más noches como esta”. No sé por qué me resultaba más fácil decir cosas bonitas, ñoñas o cursis a través de un puñetero teléfono. Y menos mal, porque estuvimos toda la mañana con mensajitos como si fuéramos dos quinceañeros.
Paco me llamó tal y como prometió. Le narré mi maravillosa velada con Sergio y sólo después de que él preguntara le conté lo de Vitín. No hacía más que alegrarse por mí e insistirme en que zanjara el tema. La insinuación de Sergio acerca de que estaba jugando con él se hizo más patente, pero Paco, como un buen amigo que ya era, rechazaba esa idea y se limitaba a decir que no era culpa mía, pero que le dejara las cosas claras. Otro de los atributos de Vitín es que podía llegar a ser muy persistente, me advertía la mejor persona del mundo.
-¿Pero le cuento lo de Sergio? - le preguntaba yo.
-Prueba a ver cómo se lo toma.
-¿Le llamo o le envío un mensaje?
-Ahí ya no sé qué decirte, pero casi mejor llámale.
Entonces, después de colgar a Paco me armé de valor y llamé a la persona que estaba enturbiando el mejor momento de mi vida.
-Por fin das señales de vida – contestó molesto.
-Me quedé sin batería.
-La típica excusa – añadió desagradable.
-A ver tío, si no te lo crees es tu problema. Y además estaba con Sergio.
-¿Ves? Ya sabía yo que estarías follando por ahí.
-No tengo que darte explicaciones, Vitín.
-No hace falta. Bastante daño me has hecho ya.
-¿Cómo dices?
-Lo que has oído. Eres un caprichoso y un egoísta, ¿sabes?
-Bueno mira, esto no nos lleva a ninguna parte. Sigue con tu vida y déjame a mí vivir la mía.
Lo sé, esto fue un poco cruel. No me tenía que haber acostado con él. Pero lo hice y no me arrepiento por el hecho en sí, sino por todo lo que estaba acarreando. En la mayoría de estos casos siempre hay alguien que se queda con ganas de más. Y este era Vitín. Y eso ya no era culpa mía. Es verdad que me daba algo de pena, pero desde luego su pueril y trastornada actitud no ayudaba en absoluto.
Al bajar a la cocina a por un inexcusable café a pesar de que ya era mediodía, mi madre me pidió que la acompañara a llevar su coche al taller para una revisión.
-Cierran a la una - me advirtió.
-¿No podemos dejarlo para esta tarde? – le pedí.
-Pero si tenemos que ir a comer a casa de tu tía, ¿no lo recuerdas? Y si mañana me voy con tu padre a la playa no podré llevarlo. Así adelantan y me lo dan para el lunes.
-¿Y tengo que ir yo? – me quejé. Si sabes que su novio no me soporta.
-Tonterías. Anda vístete.
¿No os pasa que cada vez que ansiáis una cosa esta se retrasa o se tuerce por motivos ajenos? Resultaba egoísta, pero lo único que yo deseaba era ir a ver a mi apuesto vigilante que estaría aburrido en su sombría garita, darle un beso y que me dedicara alguna de sus acertadas y alentadoras frases. Incluso llegué al punto de sentirme de mal humor por mi madre. Pero bueno, a ver si aquello terminaba cuanto antes y podía reunirme con Sergio de una vez. “Lo siento, olvidé que tenía comida familiar. Luego te llamo guapo”, le escribí. “Ok. A ver si acabas para las 6 que yo salgo del curro. Si no, no sé qué haré”, me respondió.
En el taller estuvimos más de media hora esperando a que recogieran el coche, así que de camino a casa de mi tía pillamos el típico atasco de la hora de comer. De todas formas me dio igual porque cuando llegamos mi padre aún no había aparecido y tendríamos que esperarle. En el salón aguardaban mis dos primos de dieciséis y veintidós años y su padrastro. Mi tío se marchó hace años a por tabaco y no volvió y la desconsolada hermana de mi madre encontró de nuevo el amor hacía un par de años con un tipo que no sé por qué motivo me odiaba, pues siempre se mostraba distante y antipático conmigo. Yo no era la alegría de la huerta, pero al menos mis primos nos adoraban tanto a mí como a mi padre. Quizá por eso Ramón sentía algo de celos o vete tú a saber.
El caso es que pasaban las tres de la tarde y mi padre no daba señales de vida. Yo me entretenía charlando con mis primos y enviando de vez en cuando algún mensajito a Sergio. Félix, el mayor de los dos hermanos, y aunque era muy tímido, me miraba cómplice desde el sofá de enfrente. Yo le sonreía incapaz de interrumpir la efusiva charla que mantenían mi madre y mi tía. Sin embargo el pequeño, que era algo más descarado, sí que se aventuró a preguntarme que con quién me mandaba yo tantos mensajitos por el móvil. “Seguro que te has echado alguna novia”, decía.
-O algún novio - interrumpió mi tía casi orgullosa y feliz de que aquel comentario no se refiriera a ninguno de sus hijos.
Los tres hombres de la casa quedaron asombrados, pero ninguno dijo nada. Mi tía se mostró comprensiva intentando quitar hierro al asunto. Y mi madre tenía que ir acostumbrándose a ese tipo de escenas pues había descubierto hacía tan sólo unos días que su hijo era homosexual, pero seguro que ya se había desahogado por teléfono con su hermana. Ramón volvió a centrarse en la tele, Mario continuó hojeando su revista de videojuegos y Félix repitió otra cómplice mirada.
Mi padre llegó al fin. “He tenido lío”, aclaró. “Y tengo que volver en un rato si quiero marcharme mañana a la playa”. Y así lo hizo: apenas terminó de comer se disculpó y se marchó. Aquello por desgracia significaba que yo quedaba a merced de mi madre y nos iríamos cuando a ella se le antojara. La sobremesa se alargaba tal como lo hacía mi angustia y mi ansiedad por ver a Sergio. Me mordía las uñas con afán y me fumaba un cigarro detrás de otro para mitigar el mal genio que me estaba entrando.
-Mamá, he quedado – me atreví a informarle ya pasadas las cinco y media.
-Sí hijo, ya nos vamos, que tengo que hacer la maleta.
“¡Por fin!”, me dije aliviado. Nos despedimos de la familia y otro atasco postergaba mi cita con Sergio. Yo maldecía a los inútiles conductores y mi madre me tranquilizaba intentando averiguar quién era el de los mensajitos. “No le conoces, mamá”, le aclaraba yo con desgana al tiempo que ella insistía en querer saber más. Menos mal que me dio tiempo a enviarle un sms a Sergio advirtiéndole de mi retraso durante el atasco, porque de repente, y como suele ocurrir en la mayoría de las detenciones, la carretera se despejó y conseguí conducir entonces lo más rápido posible. A las seis dejé a mi madre y un cuarto de hora más tarde me plantaba en el parking del hotel.
-Pensé que no llegaba nunca – me disculpé.
Por fin me quedé relativamente tranquilo. Se esfumó el estrés de llegar tarde y el desasosiego por saber si aquello seguía siendo real o era fruto de una de mis muchas fantasías. Pero no, Sergio existía y estaba sentado en el asiento del copiloto sonriente como siempre alentándome con su mirada.
-Hola Ojos Azules – logré decir nervioso y seguro que sonrojado mientras me inclinaba a darle un beso.
-Hola hombre sin mote – me respondió él. –Ya se me ocurrirá algo – añadió.
Como no podía ser de otra manera, aquella tarde resultó maravillosa y especial a pesar de que no hicimos nada del otro mundo. Charlamos sin parar entre risas, piropos y miradas ensimismadas. Lo cierto es que no recuerdo todo lo que nos contamos, pero Sergio era una caja de sorpresas y yo, según él, uno de los tipos más interesantes que había conocido. Interesante era un adjetivo que me gustaba y no sé por qué, pero el instante en que me lo dijo lo recuerdo perfectamente, por lo que se unía al baúl de los momentos inolvidables. Nos volvieron a dar las tantas entre mojitos y frutos secos y de nuevo la despedida fue lacerante. A pesar de mis años yo no entendía por qué tenía que separarme de él, aunque fuera por un rato. Es verdad que era un caprichoso porque yo también lo quería sólo para mí.
El viernes acababa a la misma hora y con mis padres de camino a la playa, y la intención de apagar mi móvil en cuanto Sergio estuviera a mi lado, no tenía por qué haber incidencias que me retrasaran o me apartaran de él. Así que esta vez me planté en la puerta del hotel a las seis menos cuarto. De nuevo el patetismo se apoderó de mi rostro en cuanto le vi por el espejo retrovisor. Ambos coincidimos en las ganas que teníamos que llegara esa hora, pero ya por fin estábamos de camino a casa con la pretensión de pasar un fascinante fin de semana.
Si de algo podía presumir en la casa de mis padres era la piscina, pues al tener cubierta y ser de agua salada resultaba un foco de atención interesante. Nos preparamos un par de copas y nos metimos en el agua. Reconozco que me dio algo de reparo y de vergüenza quitarme la camiseta delante de él a pesar de que ya conocía todo los rincones de mi cuerpo y no vería nada nuevo. Pero mi figura y la suya distaban mucho de ser parecidas. Al lado de su trabajado torso mis michelines se engrosaban a pesar de no estar gordo, pero el gimnasio y yo no nos llevamos muy bien y eso repercutía en la ya de por sí desfavorable genética.
Sentados en la escalera de la piscina con nuestras copas y nuestra charla parecíamos, sin embargo dos inocentes chiquillos. Digo esto, porque recuerdo que nos costó acercarnos para nuestro primer morreo como avergonzados o ruborizados o vete tú a saber el qué. De nuevo me enfrentaba a otra novedosa situación, pues nunca me había enamorado después de haber follado con un tío dos veces. Y este hecho se supone que debería haber ayudado, pero no fue así. Como digo, ya nos costó acercarnos así que la propicia situación de cumplir una de mis fantasías y follar en la escalera de la piscina no se cumplía.
Mentiría si dijera que no se me pasó por la cabeza, y me imagino que a Sergio le ocurriría lo mismo, pero ni siquiera que estuviera casi encima de mí con su boca aferrada a mi boca y notando como mi verga se encendía, ninguno fue capaz de dar el primer paso. Pero no pasaba nada. No había prisas y en principio nada que enturbiase el momento. Supongo que el sentimiento que se había creado entre nosotros dificultaba ese acercamiento y extrapolo la situación a cualquier otra de cualquier pareja que encaran una tesitura similar de una primera cita, pero con la diferencia de que Sergio y yo ya la habíamos probado en sendas oficinas excitados por ellas, por su uniforme, por la disposición y por esos ojazos azules.
De todas formas me alegré de que estuviéramos en ese punto. Era como empezar desde el principio, pero sabiendo más el uno del otro. No sé explicarlo, es como cuando pruebas algo o te aficionas a una música o una serie de TV que te gusta, pero que después alguien te habla mal de ella y no la ves, o la escuchas, o la sientes de la misma manera. Y no es que alguien me hablara mal de Sergio, pero igual que con aquellos ejemplos, la perspectiva había cambiado. Así que a pesar de lo propicio, esa tarde hicimos prácticamente lo mismo que las dos anteriores. Y como aquellas, fue genial, con la única diferencia que nadie nos podía echar de ningún sitio, de que nos enganchamos jugando al Scrabble y de que la amarga despedida quedaba aún lejos.
Se hizo ya algo tarde y decidimos subirnos a la cama. Ahora el alcohol resultaba ser un aliado y nos sentíamos más sueltos. En mi habitación sólo había una cama individual, así que le sugerí subir a la bohardilla a una cama de matrimonio. Estaba claro que la idea era dormir juntos, pero yo, como soy así de lelo lo confirmé preguntándoselo. Estando ya sobre la cama, y a pesar de que eran las tres de la madrugada, Sergio propuso ver una peli que le llamó la atención entre los desordenados DVDs. Yo ya la había visto, pero no sé decir que no. Mi único temor era quedarme dormido aunque no sabía si Sergio planteó ese plan para ganar tiempo por si yo quería dormir directamente o por todo lo contrario, conseguir que me quedara frito para que no ocurriera nada. Con ambas posibilidades cumpliría su objetivo de todas formas. Saqué fuerzas y pude mantener mis ojos abiertos. Sergio me miraba de vez en cuando de reojo para confirmar que seguía atento a la película y a veces la comentaba. La verdad es que la peli era buena, pero yo estaba deseando que acabara para ver qué ocurría. No, no en la peli, cuyo final ya conocía, sino en aquella noche con mi vigilante.
Y pasó lo que tenía que pasar. Acabó la peli, continuamos de charla y nos volvimos a besar. Esta vez el beso llevó a otro morreo y éste a empezar a meternos mano.
-Déjame desnudarte – comenzó.
No pude evitar echarme a reír y provocar que él también lo hiciera. Y así, entre risas me fue quitando el bañador que había llevado puesto toda la tarde. Le recuerdo jugando entre mis piernas mientras me miraba desde aquella ridícula postura. Digo ridícula por mí, que como ya comenté antes, y a pesar de todo, no me sentía en igualdad de condiciones frente a aquel fibroso cuerpo. Y también recuerdo y aún me estremezco al rememorar cuando sentí su lengua rozando mi polla por primera vez y cómo mi piel se eriza como lo hiciera en aquel momento.
Sergio era todo dulzura hasta incluso en aquel trance, que de no haber sido por él no habría pasado de un instante puramente sexual. Movía con suavidad su cálida lengua por cada milímetro de mi verga constatando con su mirada que aquello me gustaba. Yo apartaba la mía y me dejaba hacer sin más. Mis palpitaciones se aceleraban, pero Ojos Azules mantenía su relajado ritmo en un intento de hacerme sentir a mí lo que yo había hecho con él en los otros encuentros. Y aquello me excitaba aún más si es que aún quedaba algo de margen.
Entre suspiros y prácticamente sin articular palabra, Sergio continuaba con su mamada permitiendo a sus labios y sus dientes acompañar a su ávida lengua. Notaba cómo me mordía el cipote, cómo se lo llevaba hasta el fondo de su garganta y cómo allí lo aguantaba durante unos intensos segundos atormentándome deliberadamente. De todas formas, yo no parecía ser el único al que le infligían una tortura, pues la polla de Sergio estaba tan dura que debía dolerle y por ello comenzó a estrujársela mientras se tragaba la mía entera, que sujetaba con una mano mientras con la otra comenzaba a trabajarse la suya.
En aquel momento odié no haber tenido más aguante pues hubiera permanecido de esa manera hasta el amanecer. Pero era tal el estado de ardor y tantas ganas acumuladas a lo largo de la tarde que le tuve que avisar que me corría. Él se apartó y dejó escapar los trallazos de leche más intensos de mi vida mientras no quiso hacerme partícipe para que descargara la suya. Igual de intensos que mis gemidos o los espasmos que mi vigilante acababa de provocarme con tan sólo una parte de su cuerpo e igual de excitante que el resoplido que dio anunciando que ya se iba. Se incorporó hasta llegar frente a mi boca y justo antes de volver a besarme me preguntó si me había gustado. Por supuesto que me había gustado, ¿acaso lo dudaba? Nos encendimos un cigarro mientras permanecíamos aún bien juntitos sobre el colchón. Apagué la colilla, fui a lavarme y volví raudo hasta su regazo.
-Ven aquí – me dijo al tiempo que extendía uno de sus brazos para que me acurrucara.
Y así, apoyado en su fuerte brazo y con mi cara rozando su pecho pasé una de las mejores noches de mi vida. No recuerdo si soñé, pero de hacerlo seguro que fue con él, pues en aquel trance no podía desear nada más. Bueno sí, que durara para siempre.
-Buenos días Ojos Azules – le saludé.
-Buenos días hombre interesante. ¿Qué tal has dormido?
-No puedo imaginar nada mejor – respondí.
-Vaya, te despiertas diciéndome algo bonito. No me lo puedo creer, pero no te pases, no vaya a ser que me acostumbre.
Entonces vino el primer beso matutino y las primeras conversaciones en una postura tan perfecta, abrazados en la cama conociéndonos aún más. Esta vez fui yo el que dio el primer paso y me incorporé para luego dejar caer mi cuerpo sobre el suyo, que aún yacía boca arriba. Volvía a dirigir mis labios hacia los suyos y a notar cómo nuestras vergas reaccionaban. No quería apartarme, pero había más partes de su cuerpo que también quería hacer mías. Por tanto, me deslicé y llevé mi lengua por su firme pecho, alcanzando sus pezones que mordí y lengüeteé mientras ya sentía su polla irguiéndose y frenando contra mi barriga que le hacía de tope impidiendo que se tensara del todo y notando cómo aquella polla ya dejaba escapar los primeros fluidos.
Por ello no tardé en colocarme delante de ella. “¡Joder, menuda polla!” Embelesado por aquella imagen pude recobrarme y volver para cumplir lo que me proponía: comerle la verga a Sergio igual de bien que él lo había hecho hacía tan sólo un rato.
He de reconocer que me cuesta describir esta parte tan sexual a pesar de que la recuerdo en imágines con total claridad, pero parece como que la angustia que me provoca revivir esos momentos bloqueara la parte más erótica, centrándose en la que realmente fue esencial y especial, pues polvos he echado muchos, pero enamorarme de aquella manera sólo me ocurrió esa vez. Supongo que eso de la memoria selectiva es verdad.
-Estás muy sexy cuando tienes mi polla dentro – me expresó.
Me olvidé de su comentario y continué con mi trabajo. Lamí el cipote ya tieso de arriba abajo con ese inconfundible e indescriptible sabor mientras él se frotaba los ojos no sé si por el instintivo impulso de hacerlo nada más despabilarse o como el típico de querer verificar si aquello realmente estaba ocurriendo. Me centré en su polla con calma al tiempo que los gemidos de Sergio también se despertaban. Esa verga tan perfecta de ese hombre tan perfecto la tenía sólo para mí y durante el tiempo que ambos quisiéramos.
Sergio se corrió al rato dentro de mi garganta y yo le agradecí que me regalara aquella amarga pero sabrosa leche que soltó en diversos trallazos mientras sentía sus contracciones y escuchaba sus arrebatadores suspiros. Mi polla también hubiera explotado sin apenas ayuda, pero en aquel momento, y aunque yo seguía sintiéndome el centro de la creación, los labios de Sergio atraían toda mi atención, así que si me corría yo no resultaba tan importante. Tras un largo morreo y un relajante rato abrazados de nuevo, Sergio propuso bajar a comer algo.
-Yo ya he desayunado - le dije riendo haciendo mención al recién engullido líquido.
-Mmmm, un día de estos tendré que probar yo a desayunar lo mismo – me susurró mientras se acercaba sonriente a besarme de nuevo.
La pasión se había desatado y parecía ser insaciable por lo que apenas después de tomarnos el café volvimos a engancharnos sin ningún motivo especial. Era lo que tocaba ese fin de semana: estar todo el día juntos, muy juntos, ya fuera abrazados, besándonos o haciendo el amor. Allí mismo, en la misma barra de la cocina donde Paco me contó su aventura y encendió la mecha con él; donde el guaperas de Vitín me había pedido disculpas y donde tantas veces había fantaseado mientras le daba vueltas a la cucharilla del café, volvimos a fundirnos y a sentirnos, activando de nuevo la lujuria disfrazada de un deseo mucho más profundo.
Volvimos a nuestro rincón abohardillado para continuar con lo que habíamos empezado en la cocina. Las escaleras parecían más interminables que nunca. Pero al fin llegamos y nos encontramos de nuevo yaciendo sobre la cama, sujetos el uno al otro, notando cómo nuestras pollas intentaban separarnos y la de Sergio buscaba mi culo para follarlo de nuevo. Pero esta vez volvía a ser diferente. Tenía que ser diferente. Y sin retirar sus brazos que seguían aferrando mi cuerpo, me giró hasta ponerme de costado de espaldas a él.
Percibía su verga en la entrada de mi agujero, apreciaba su lengua dentro de mi boca y agradecía sus brazos protegiéndome sobre el pecho. Desde luego la postura resultaba ideal, pero para que su pollón me penetrara había que hacer algunos sacrificios. Pero no hubo necesidad de soltarse, ni de que nuestras bocas se alejaran. Sergio ponía de su parte contorsionándose como podía y yo intentando abrir mi agujero levantando una pierna y flexionándome algo más.
Aquel esfuerzo no fue en vano. Ya tenía a Sergio dentro de mí. Podía sentir su musculoso cuerpo contra mi espalda, tensándose en cada embestida mientras sus huevos golpeaban contra mi piel. No era brusco en absoluto. Es más, resultaba bastante apacible sentirle dentro mientras podía besarle girando mi cuello, mientras uno de sus brazos me rodeaba y una de sus manos buscaba mi polla para que todo se orientara hacia un momento perfecto en el que ninguno de nuestros sentidos se quedara fuera: el gusto de su boca aún con olor a tabaco y café; el olor mezcla de colonia, sudor, más tabaco y más café; el tacto de varias partes de su cuerpo, de su barbilla sobre mi hombro, de su mano estrujándome la polla, de la suya atravesando mi ano; el escuchar los balbuceantes sonidos de Sergio, cómo suspiraba cerca de mi oído, cómo susurraba frases que me calaban en lo más profundo; y por último la visión de sus increíbles ojos azules y su envidiable cuerpo. “¡Dios, qué bueno estaba!”.
No puedo cuantificar lo que duró esa sintonía tan impecable. Y lo ideal hubiera sido que acabara al unísono, que ambos nos corriéramos a la vez, pero no todo podía ser perfecto, y yo tenía más ayuda que Sergio por tener su verga estimulándome en el culo y su afanosa mano haciéndome una paja, por lo que no pude retrasar más la corrida. No sé si se deslizaría por su mano o es que fue él quien la recogió, pero el caso es que llevó sus pringosos dedos hacia nuestras inseparables bocas. Quizá por ese aún álgido momento Sergio cumplió lo que había predicho un rato antes y probó mi leche e hizo que yo mismo la saboreara a través de su mano y a través de su lengua. Aceleraba sus embestidas y yo quería que lo hiciese para poder sentir su fluido otra vez dentro de mí, aunque en un lugar diferente. Y estaría dispuesto a hacer lo mismo que él llevando mi mano a mi agujero y atrapar toda la leche que pudiera para compartirla también con él.
Llegó el instante y un sonoro gemido anunciaba la inminente corrida. Noté los trallazos en mis entrañas y cómo su espeso liquido resbalaba por mis nalgas. Ejecuté lo que había ideado y logré atrapar algunas gotas con mis dedos. Mi vigilante probó su propio semen, aunque sólo a través de mi lengua y mezclado con mi saliva, pues no me atreví a llevar mi mano directamente a su boca como hizo él, porque además jadeaba y le costaba recobrar el aliento tras el enorme esfuerzo que suponía la infranqueable, pero a la vez tortuosa postura en la que los músculos de mi cuello y los de casi todo su cuerpo quedaron extenuados. Igual que nuestras desfallecidas pollas. Aunque éstas no padecerían de agujetas ni contracturas, y tras un respiro volverían a cobrar protagonismo de nuevo.
Y así pasamos un magnífico fin de semana. No recuerdo las veces que llegué a correrme. Casi tantas como Sergio, ya que al pobre yo no le daba tregua y el cabronazo resultaba insaciable. Pero ninguna de las sucesivas posturas llegó al culmen que supuso la que acabo de describir. Ni tampoco las que vinieron después. Es lo que tiene haber descubierto la perfección tan pronto.
Le miré mientras salía del coche; él saludó con la mano antes de entrar en el portal de casa de sus padres. Nunca me había sentido tan unido a él, nunca le había amado tanto, y si alguien me hubiera dicho que no volvería a ver a Ojos Azules en los próximos días, no hubiese podido soportarlo.