Los empleados de mi padre (4)

Como esto es una web de relatos eróticos, me veo en la obligación de decir que en esta parte de la historia no hay sexo. Pero los que la leáis entenderéis por qué para mi es la más importante.

Tenía demasiados frentes abiertos: me había acostado con Sergio, y también me había acostado con Vitín horas después, y además me había vuelto a acostar con Sergio esa misma mañana. Y luego estaba Paco. Y la preocupación de mi madre. Y, por encima de todo, mi padre. Así que tras marcharme del hotel decidí pasarme por la empresa e intentar arreglar las cosas con él. Desde luego era lo que más me preocupaba y el principal causante del nudo que tenía en la garganta.

El pulso se me iba acelerando a medida que me iba acercando a su despacho. Llamé por fin a la puerta y me encontré con mi progenitor sentado en su sillón y a Paco en frente de él. Éste no tardó en levantarse y tenderme la mano con total naturalidad. Aquello me alivió doblemente. Por un lado, porque pude ver a Paco y comprobar que estaba bien. Por otro, con su gesto demostraba ante mi padre que yo no había sido el causante de nada y entonces me creería. Al momento, Paco se disculpó y abandonó el despacho dejándonos solos a mi padre y a mí.

-¿Dónde has pasado la noche?

-En un hotel aquí cerca.

-¿Tú solo?

-Papá no empecemos…

Visto lo visto, se iba a enterar tarde o temprano de que en el hotel no había estado solo. Decidí pues contarle que había pasado la noche con Vitín argumentando que el pobre lo estaba pasando fatal y que yo me sentía en parte culpable por lo que había ocurrido en casa el fin de semana, y que por ello le había acompañado a buscar piso. Mi padre no hizo más preguntas y pareció conformarse con mi explicación. Le dije que me iba para casa y no puso ninguna pega. Por fin algo se iba arreglando y las cosas con mi padre volvían a su cauce.

Tras abandonar su despacho me quedé quieto un momento para decidir si debía ir a ver a Paco y preguntarle por lo ocurrido. Es cierto que sentía curiosidad por saber si la mejor persona del mundo tuvo una crisis de ansiedad por mi culpa. Pero también era preocupación real por conocer cómo se encontraba. Aunque por otro lado no quería causar más problemas ni a él ni a mi padre. Determiné que no iría. Pero al entrar al cuarto del café a por una Coca Cola me lo volví a encontrar.

-¿Ya te vas? – me preguntó con toda normalidad.

-Sí – fue mi única respuesta.

-¿Cómo te encuentras? – volvió a interesarse. – Tu padre ya me ha contado algo.

-Bueno, al menos ya he solucionado las cosas con él.

-Eso está bien, Ángel. No os merecéis discutir a causa de terceras personas.

-Me culpó de lo que te ocurrió a ti. ¿También te ha dicho eso?

-Sí, y ya se lo he explicado. Ya le dije que tú no tuviste nada que ver. Sólo fue estrés.

-¿Estás seguro? – le inquirí algo incrédulo.

-¿Qué insinúas? ¿Qué fue por lo que ocurrió en el coche?

-Bueno, me porté muy mal contigo.

-No le des más vueltas. Ya quedó todo claro, ¿no?

-¿Quieres que comamos juntos y lo hablamos? – le propuse.

-Creo que no hay nada más que hablar con respecto a ese asunto, Ángel. Podemos salir a comer si te apetece, pero ese tema está zanjado, ¿ok? Es lo mejor para todos.

-Tienes razón. No sé por qué últimamente no hago más que cagarla con todo el mundo.

-Bueno, no con todos…que también me he enterado de lo de Sergio – me dijo riendo casi pícaro.

-Ay si yo te contara…

-Pues cuenta, cuenta.

-A ver si vas a ser tú el cotilla ese que va propagando los rumores – le dije bromeando.

Y mientras íbamos a comer le conté lo del guapo vigilante y también lo de Vitín.

-¡Vaya ligón estás hecho! – me decía entre risas.

Y en ese momento me sentí feliz. Vi a Paco con otros ojos, como un nuevo amigo, como un confidente. Ya no necesitaba psicólogo. A pesar de todo lo ocurrido y de haberle dicho lo que le dije y de malinterpretar mis sentimientos hacia él creyendo que podría estar enamorado, Paco y yo disfrutábamos de una conversación agradable y amena. Desde luego con él eso era tarea fácil. Me seguía pareciendo un encanto de tío. Y no negaré que continuaba resultándome atractivo tanto físicamente como por su forma de ser. Pero quizá, el hecho de haber tenido el pollón de Sergio entre mis entrañas un par de veces ayudó a que mi libido mermara. Y por primera vez, me sentía cómodo hablando con un hombre de mis aventuras sexuales y Paco comentaba sobre ellas y me aconsejaba como pudiera hacer cualquier amigo.

Pero el caso es que no llegamos a ninguna conclusión. Una pena, porque ya que había solucionado lo de mi padre, y me había quedado tranquilo con respecto a Paco, ya podría haber tenido el día completo y aclararme sobre Vitín y Sergio. La idea de seguir con los dos se sugirió más de una vez. También el elaborar la típica lista de pros y contras de cada uno. Y aunque estaba claro que todo aquello lo decíamos en tono jocoso, sí que era verdad que algo tendría que hacer con respecto a ellos. Pero todo eran elucubraciones pues hasta el momento, con ninguno la cosa había trascendido y quizá, y casi con toda probabilidad, todos continuaríamos con nuestras vidas. Entonces, la única conclusión fue que esperaría a que ellos actuaran y ver así adónde llegaba todo eso.

Y el primero en llamar fue Vitín.

-¿Has estado en las oficinas y no te has pasado a verme? – dijo molesto.

-Me he encontrado con Paco y hemos salido a comer – le explicaba yo, aunque no sé muy  bien a santo de qué debía darle yo explicaciones.

-Yo que te iba a llamar para proponerte que buscáramos un piso para los dos ya que te has ido de casa…Pero bueno, ya veo que no es buena idea.

En ese momento mi cara debía de ser un poema. Era surrealista que Vitín se mosqueara por no haber ido a verle o porque me fuera a comer con Paco. Y más extraño aún que quisiera que nos fuéramos a vivir juntos. Si me montaba el pollo por eso, ¿cómo se tomaría cuando le dijera que me lo había hecho con Sergio hacía un rato? Ese rollo celoso victimista no me gustaba un pelo.

-Vitín yo…yo vuelvo a casa de mis padres. Acabo de arreglar las cosas con él.

-Me parece muy bien.

Y entonces colgó el teléfono. Paco me preguntó que a qué venía esa cara y que si ocurría algo. Reproduje las palabras de Vitín y la mejor persona del mundo alucinó tanto como yo. Qué bueno era eso de tener un confidente que además me daba consejos. “Eso pinta mal” me decía. Mi teléfono volvió a sonar. Pero esta vez el tono era de mensaje. “Tengo un rato libre, podrías pasarte a hacerme una visita”.

-Es Sergio – le contaba a Paco. Que tiene un rato libre y que me pase a verle.

-Este tío es insaciable, ¿no?

-¿Crees que será sólo para sexo? – le pregunté ingenuo a Paco.

-Bueno, no lo sé. Pero si no es eso, entonces le has debido dejar huella.

-No digas eso anda.

-¿Y por qué no? Es cierto que Sergio tiene pinta de chulo, y que es bastante atractivo. Pero tú eres un encanto y encandilas a cualquiera.

-Pero si apenas hemos cruzado tres palabras. No me conoce, Paco. Sólo ha habido sexo.

-En tal caso, eso que te llevas para el cuerpo.

“Lo siento, estoy comiendo con un amigo. Hablamos”. Ese fue mi mensaje de contestación. Sergio no replicó. “¿Se habría enfadado al igual que Vitín?” Estaba claro que la cosa podía complicarse aún más. Mejor pasar de ambos. Total, tres polvos en veinticuatro horas no estaban mal para volver a otra época de abstinencia sexual.

-Me lo he pasado muy bien, Ángel – admitía Paco mientras se despedía en el parking para volver al curro.

-Muchas gracias, yo también.

-Bueno, pues mañana te llamo y me cuentas cómo van las cosas. No te ralles mucho más de lo que sea necesario.

Me iba para casa contento por un lado por mi recién adquirida amistad con Paco, pero pensando además en el comportamiento de Vitín y en que Sergio no contestara. Pero cuando comenzaba a agobiarme recibí otro mensaje: “Lo siento, vino el inspector a hacerme una visita. Hubiera deseado que fueras tú, pero casi me alegro xq nos hubiera pillado. Acabo a las 6. Hacemos algo?” Le contesté que sí, que le pasaría a buscar. Así que al llegar a casa, hice acto de presencia con mi madre, me di una ducha y volví para el hotel. Sergio ya estaba sin el uniforme esperándome en la puerta del parking. Se montó en el coche y me dio un beso.

-Qué raro estás sin tu uniforme – le dije casi cortado por su inesperado y dulce beso. –Bueno, ¿qué quieres hacer?

-No sé. ¿Nos tomamos un café o algo?

Aquello me sorprendió también. ¡Mi guapo vigilante quería tomarse un café conmigo! Sin su ropa de trabajo y sin gomina en el pelo Sergio perdía su pinta de chulo, pero seguía pareciendo enormemente atractivo. Llevaba puestos unos vaqueros cortos, una camiseta y unas chanclas que como digo, no resultaban ser tan idealizadores como su ajustado uniforme y quizá le hacían pasar algo más desapercibido ante el resto de los mortales. Aunque no para mí, pues Sergio captaba toda mi atención.

Fuera de su trabajo resultaba ser un chaval encantador con el que se podía hablar de todo de una manera muy natural. La imagen que había proyectado la primera vez que le vi se desvaneció. Era un tío humilde, simpático y gracioso, que además entendía mi sentido del humor. Le gustaban los coches, la música, ver pelis en casa…Vamos que entre todo eso, su cuidado cuerpo, sus ojos azules y su deslumbradora sonrisa le convertían en el novio perfecto para casi cualquiera.

Y por eso mismo no entendía por qué estaba soltero. Bueno, en realidad esto no lo sabía porque no me lo había dicho, pero imagino que si se lo montó conmigo un par de veces es que sí lo estaba. O quizá llevaba eso que llaman “una relación abierta” tan de moda últimamente. El caso es que ni se mosqueó cuando le dije que me había acostado con Vitín la noche anterior. Lo mismo no era celoso. O lo mismo yo no le interesaba más allá del sexo. Buff, demasiadas elucubraciones, pero no puedo evitar tener esa bendita manía de darle vueltas a todo.

Mi teléfono volvía a recuperar protagonismo y aquel idílico momento fue interrumpido por Vitín.

-¿No lo coges? – se extrañó Sergio.

-Mmm, es Vitín, no sé. –Dime, descolgué por fín.

-Hola, ¿qué haces?

Dudé mi respuesta, pero de nuevo era incapaz de mentir.

-Estoy con Sergio tomándome un café. ¿A qué no sabes dónde curra? – le dije en un intento de desdramatizar la situación, pues me podía hacer una idea de cómo sería su reacción después de ver cómo se comportó horas antes.

-Pues ni idea – respondió sin mucho entusiasmo.

-En el parking del hotel de anoche – le expliqué.

-¿Y por qué no os pasáis por allí en un rato y nos lo montamos los tres? Yo dormiré allí hoy también.

Desde luego este chico tenía la extraordinaria capacidad de no dejar de sorprenderme. Primero rollo celos y ahora quiere hacer un trío. No sabía ni qué decir ni cómo tomármelo. Me eché a reír.

-Estás fatal – logré decir bromeando. –Luego hablamos, que Sergio se me duerme.

Colgué el teléfono con cara de estupefacción. Supongo que la misma que se me quedó delante de Paco durante la comida. Sergio me sacó del ensimismamiento.

-¿Qué dice?

-Que quiere montarse un trío contigo.

Creo que no puse ningún tono especial al decírselo. No sé si se lo tomaría en broma, en serio, bien, mal…pero el caso es que a Sergio le cambió la cara. Su preciosa sonrisa desapareció. Se ve que la idea no parecía gustarle o quizá se quedó tan sorprendido como yo. Desde luego que Vitín a parte de su aptitud para la sorpresa tenía el don de la oportunidad pues transformó un momento entretenido y ameno en un instante de tensión y seriedad.

-Mira Ángel – rompió el hielo – si vais de ese palo me parece muy bien, pero yo paso. No sé qué imagen tienes de mí, pero eso de montarte un trío cuando estás conociendo a una persona no me va en absoluto. Mejor lo dejamos aquí. Al final va a resultar que Vitín sí que te pega.

-Te vuelves a equivocar. Tú me has preguntado y yo te he contado lo que él me ha dicho. No es mi culpa que sea un desequilibrado…

-Ya…

-¡Si esta tarde me ha propuesto que nos fuéramos a vivir juntos!

-¿Y tú qué le has dicho?

-Que yo volvía a casa con mis padres.

-Tampoco juegues con él, ¿no? Lo estará pasando mal.

Imaginad mi cara. ¿Sergio se ponía de parte de Vitín? ¿Dejaría yo de cagarla algún año de estos? Estaba visto que con cualquier cosa que yo dijera la fastidiaba.

-A ver tío. Que esto está tomando un cariz que no me gusta. Y no sé por qué te explico nada, pues diga lo que diga quedaré fatal. Pero Vitín se me insinuó el sábado en mi casa; yo le rechacé. Por mi culpa tuvo bronca; y yo le ayudé ayer a buscar piso. Discutí con mi padre y me fui anoche a su hotel. Él se volvió a insinuar. Y vale, acabamos follando, pero ya está. De ahí a que se mosquee porque he estado en la oficina y no he pasado a verle, que me cuelgue el teléfono porque he salido a comer con Paco, y que ahora me proponga un trío…Pues tú mismo chato.

-Qué guapo estás cuando te enfadas – me dijo Sergio sonriendo. Pero no lo hagas, lo que ocurre es que yo no quiero compartirte con nadie, pero es que soy abogado y siempre me pongo en las dos posturas.

Ohhh, y encima era abogado. Y además no quería compartirme. Mi ego en aquel momento no podía ser más enorme. Su halago era muy típico, pero me daba igual. Esas palabras las recordaré siempre. Después de todo, Vitín no había sido tan improcedente, y gracias a su arriesgada propuesta había surgido la chispa. Sí, en aquel instante mi corazón dio un vuelco, se aceleró. Me sentí el centro del universo en detrimento de Vitín. Toda mi atención sólo podía focalizarse en Sergio y sus palabras. Mi guapo vigilante acababa de estimular sensaciones novedosas que nunca antes había padecido. Es cursi, pero es química; es eso que llaman amor.

-¿Quieres que te lleve a un restaurante argentino que conozco? – me interrumpió.

-¡Vale! – ni lo pensé.

Volvimos al coche y nos dirigimos hacia lo que podría decirse fue nuestra primera cita digamos “normal”. Yo sentía la imperiosa necesidad de saber todo sobre él y de que Sergio lo supiera sobre mí, quizá promoviendo encontrar intereses comunes que nos acercaran aún más. Él parecía sentir lo mismo. Durante la velada en la que no podía desprenderse de su sonrisa no paraba de preguntarme cosas, interesarse por ellas y, de vez en cuando, dedicarme algún que otro piropo. Para eso yo era más cerrado. Me resultaba difícil hacer halagos, pero me encantaba recibirlos…

La noche fue genial. Apenas probé bocado por los nervios que desde hacía un rato se habían apoderado de mí. Aunque el restaurante estaba atestado de gente (“¿dónde está la crisis?”) toda mi atención se centraba en mi vigilante y nuestra conversación. Incluso cada vez que nos interrumpía el camarero me entraban ganas de gritarle y decirle que nos dejara en paz. Sergio reconoció que le parecí atractivo desde el principio, y que le daba morbo que además fuera el hijo del jefe. Pero sobre todo, me explicaba que le llamó mucho la atención mi actitud arrogante y provocadora en el cuarto del café.

-No, no soy masoca – me decía. –Pero ver al inútil de mi compañero intranquilo por tu presencia me llegó al alma. Él que siempre va de chulito haciéndose el interesante…y ese día se coló contigo. Vaya cara se le quedó cuando dijiste quién eras. “¡Vaya huevos tiene!”, pensé yo sobre ti cuando te fuiste, y él comenzó a renegar profiriendo toda suerte de improperios.

-Ja, ja. ¿Qué me llamaba? – le pregunté con curiosidad.

-Maricón creído y prepotente, decía.

-¿Y tú no me defendiste? – le volví a preguntar con cara de falsa tristeza.

-¡No! Si en realidad lo fuiste. Ibas a provocar. Y eso me encantó. Lo de maricón sí que se lo recriminé. Seguro que fue él quien propagara el rumor sobre lo tuyo con Vitín. Pero fíjate, al final he sido yo al que han largado de la empresa.

-¿Quieres que hable con mi padre? ¿Por qué no le dejas el currículum a ver si necesitan abogado?

-Te lo agradezco, pero no hace falta. Mi currículum ya lo tienen en Recursos Humanos. Con esto de la crisis está la cosa fatal. ¡Mira dónde he acabado!

-Pobre. El hotel ese debe ser deprimente. Todo el día ahí solo y aburrido.

-Bueno, ya tengo una ocupación.

-¿Ah sí?

-Sí, pensar en ti.

Volví a derretirme. A sentirme la persona más feliz del mundo. Deseaba que aquella noche no acabara nunca. Aunque Sergio madrugaba el día siguiente parecía coincidir conmigo y nos fuimos a tomar una copa a una terraza. No hubo ningún momento de silencio, de no saber qué decir. Habíamos conectado muy bien. Cuesta creerlo porque esas cosas ocurren con muy poca frecuencia, pero hilábamos un tema con otro sin perder el interés. Así, hasta que de repente nos dimos cuenta de que la terraza estaba vacía y un atractivo camarero nos invitaba a marcharnos.

-Dios, voy a dormir dos horas – se lamentaba Sergio.

-Jo, lo siento. Se me ha pasado el tiempo volando.

-No lo sientas. Yo siento el no poder quedarme contigo hasta que te hartes.

-Creo que no me hartaría.

-¡Vaya! Por fin me dices algo bonito – me reprochó entre risas.

La despedida en la puerta de casa de sus padres fue casi dolorosa. Los míos se marchaban el viernes a pasar el fin de semana a la playa, así que le propuse a Sergio que se viniera a su casa si no curraba.

-Pero no aguantaré hasta el viernes sin verte – me imploró.

Nos dimos un imborrable beso. El único que hubo en toda la tarde desde que se montó en mi coche por primera vez. Y el primero desde que yo sentía aquella estremecedora atracción. Después de eso sólo me recuerdo a mí en el coche de vuelta a casa llorando de alegría, o de felicidad, o quizá por toda la tensión acumulada. Me daba igual, pero la desazón que Sergio me provocaba desencadenaba un estado de ansiedad que me impedía dormir a pesar de las horas y me impedía cualquier otro pensamiento o imagen que no fuera aquella de los dos sentados en la cafetería mientras me decía “qué guapo estás cuando te enfadas y no quiero compartirte”. Esta vez no había lugar para una cara B, ni para dudar de la conveniencia de sus palabras, ni para que mi cabeza fuera más allá de nada que no fuera Sergio. Consumido por él proyectado sobre mis propios pensamientos cedí ante el sueño.