Los empleados de mi padre (3)

Se estaba liando una buena

Fuimos caminando por los alrededores de la oficina ya que Vitín prefería buscar algo cercano aunque a sabiendas de que aquella zona era más cara. Llamó a un par de números que vimos en sendos carteles colgados de terrazas y efectivamente, se le iban de presupuesto. Propuse ir a la Universidad a buscar por allí anuncios de gente que quisiera compartir habitación. Una solución menos íntima pero mucho más económica.

Tras intentarlo con otros tantos números tampoco hubo suerte. O pedían sólo chicas, o sólo estudiantes o las que no pedían nada resultaban ser cuartuchos lúgubres sin apenas luz ni espacio. Desde luego sitios muy poco apropiados para la lamentable situación que atravesaba Vitín durante esos días. Se nos echó el tiempo encima y al caer la noche aún no había encontrado nada.

-¿Qué vas a hacer entonces?- me preocupé.

-No sé, quizá me quede en un hotel esta noche.

Quizá este sería el momento en el que yo debía invitarle a casa, pero quizá también eso supondría problemas para mí pues no era mía sino de mis padres, así como para mi progenitor, que en tal caso daría cobijo al desamparado hijo de uno de sus empleados. Me mordí la lengua y le deseé suerte. En el parking nos despedimos no sin antes dejarle mi número de teléfono por si necesitaba algo. No tenía por qué, pero me empezaba a sentir culpable y la lástima por aquel muchacho iba apoderándose de mis pensamientos.

Menos mal que a ratos lograba ignorarla y centrarme en el vigilante que me hizo ver las estrellas esa misma tarde. Pero cada vez que lo hacía, un cosquilleo recorría mi cuerpo culminando en mi polla que se agitaba y palpitaba. Pero no podía ser tan frío e impasible, así que decidí mandarle un mensaje a Vitín para saber cómo se encontraba. “Bien, al final estoy en el hotel. Mañana seguiré con la búsqueda. Si quieres acompañarme…”Podría inventarme cualquier excusa para no hacerlo, pero una parte de mí (la responsable, sentimental, piadosa o como queramos llamarla) me animaba a ayudarle en un intento de hacerme sentir mejor persona.

Y no es que fuera malo. Egoísta y caprichoso sí, y a veces algo altivo, pero de buen fondo. Seguramente el retrógrado de su padre ayudó mucho para apiadarme de Vitín y para pensar que quizá él fuera como era por culpa suya, haciéndole forjar una personalidad ciertamente insufrible como ya dije al principio de la historia, pero que se tornaba más tolerable después de conocer a Don Víctor.

Mi padre me interrumpió irrumpiendo en mi habitación con una cara pálida de preocupación.

-Tenemos que hablar – me advirtió mientras se sentaba en el sillón de mi cuarto. – Me he tomado lo mejor posible el hecho de que seas homosexual. Reconozco que no me agrada, pero también sé reconocer que no me disgusta ni me preocupa demasiado pues creo que no es nada malo y es algo que no depende de nadie. Pero Ángel, sí que me preocupa lo que me he encontrado hace un rato cuando he llegado a la oficina.

Ahora el pálido era yo. Suponía que mi aventura con el vigilante había trascendido. “Qué panda de marujas”, pensaba.

-Vanessa me ha informado de que uno de los vigilantes iba contando por allí que se había tirado al hijo del jefe.

-Papá, yo…

-Espera, que eso no es todo. También me ha dicho que te han visto salir con Vitín. Y lo peor - y que ahora me explicarás si tienes algo que ver – es que Paco ha sufrido un ataque de ansiedad y le ha tenido que asistir un equipo del Samur.

-¿Cómo? ¿Qué le ha pasado? – pregunté atónito.

-Dímelo tú. ¿No lo sabes? A ver Ángel…Lo del vigilante lo puedo entender, aunque no comprendo que no hayas sido más discreto. Y en realidad apenas me preocupa porque mañana le pediré a su empresa que le cambien inventando alguna excusa. Lo de Vitín me hace menos gracia, pues ese chaval no me gusta para ti…

Este último comentario sacó mi lado más egoísta. ¿En serio mi padre pretendía interferir en mis relaciones? Es sabido que al ser humano la prohibición de hacer algo le provoca aún más ganas de llevarlo a cabo. Y como digo, que mi padre insinuara que no podría ver a Vitín sacaba a la luz mi lado más descarado e imprudente. Es más, no sé por qué motivo, de repente pensé en Vitín y en el hecho de que si aquella discusión con mi padre acababa mal, le mandaría un sms y me iría con él al hotel. Desde luego, esta intención no dice mucho de mí.

-…aunque podría comprenderlo también. Pero lo que realmente se me escapa es lo de Paco. No sé qué le habrás hecho, pero en casi veinte años que lleva trabajando conmigo jamás le ha ocurrido nada parecido y me parece mucha casualidad que suceda justo después de haber estado contigo un par de días por ahí. Sabes que está casado, que adora a su mujer y que tiene unos hijos estupendos a los que venera continuamente. No entiendo nada, Ángel. Explícamelo.

-No te sé decir, papá. No he tenido nada con Paco.

-No me mientas – me interrumpió algo exaltado. Algo tendrás que ver. Y me enteraré de todas formas – amenazó.

Su cambiante tono volvió a sacar lo peor de mí. Que desconfiara me fastidiaba, pero que tuviera razón en que yo fuera el culpable de lo que le había ocurrido a Paco lo hacía aún más. Pero ni siquiera sabía las razones por las que la mejor persona del mundo había sufrido una crisis, y tampoco si tendría relación conmigo, así que yo tampoco mentía, aunque sí ocultaba información. Contarle a mi padre lo de Paco era bochornoso, casi indecente e inmoral. A pesar de todo, mis humos no se bajaron y la discusión subió de tono hasta que conseguí lo que me había planteado: dar un portazo y salir de casa.

“Bronca con mi padre también. Me he ido de casa” le escribí desde el engorroso teclado táctil. “Vente para acáaaaaaa!” fue su inmediata respuesta. Sin embargo, mi decisión no fue tan apresurada, y me quedé en el coche pensando un rato. Meditaba sobre irme a su hotel y qué haría en tal caso. ¿Me quedaría en su habitación? También cavilaba sobre el cabronazo de Sergio y los motivos que le llevaron a ir contando que habíamos follado. Y también sobre el pobre Paco. ¿Habría sido capaz de desestabilizarle? Ni para esto ni para las razones del segurata tenía respuestas. Pero para el tema de Vitín, sí.

-¿Dónde estás? – me preguntó impaciente cuando descolgó el teléfono.

-Cerca de tu hotel. Necesitaba pensar un rato.

-Vente ya para acá, mi habitación es la 212.

Desde que colgué, y hasta llegar al hotel, toda mi atención se centró en esta última frase de Vitín. No resultó ser muy sensible, pues cualquier otra persona hubiera preguntado “cómo estás” o hubiera dado algún consejo más allá de meterme en una habitación de hotel. Pero quizá quería que fuera rápido para poder animarme e interesarse por mí en persona, y no a través de un frío teléfono. Me recibió en calzoncillos y con el pelo mojado.

-Va a resultar que mi padre no es el único ogro – comenzó.

-El mío no lo es, te lo aseguró – le aclaré yo. Todo ha sido culpa mía.

-¿Por qué te has ido entonces?

-Eso quisiera saber yo. La he cagado pero bien.

-No te preocupes, me dijo en un tono más suspicaz, mientras se acercaba a mí y me besaba en los labios.

-¡Pero tío! ¿Qué haces?

-Pero tú no querías…

-¿Qué? ¿Follar? ¿Crees que he venido para eso?

-¿Para qué si no?

Aquel comentario y aquella situación demostraron cómo era Vitín realmente. Y me arrepentí de todo: de haber provocado la bronca con mi padre, de haber ayudado a este gilipollas a buscar piso y, sobre todo, de haberme acercado a ese hotel. Pero lo más preocupante y decepcionante es que Vitín no iba mal encaminado – al igual que mi padre – y que mientras discutía en mi casa, lo primero que pensé fue en irme con él. Y obviamente no para hacerle compañía, desgraciadamente me daba morbo y mi mente volvía a pensar en el sexo. Pero ésta juega malas pasadas y me marché de allí con el orgullo herido quizá porque alguien se había adelantado a mis pensamientos y había demostrado ser más insensible que yo. No obstante, y paradójicamente, me volvía a sentir la peor persona del mundo.

Mi coche volvió a ser testigo de mi preocupación y confidente de mis reflexiones. “Sí, eres muy mala gente”, parecía decirme. Y en tal caso, tendría razón. Niñato caprichoso, consentido y malcriado. Hacía un rato, el hotel era mi meta. Ahora no tenía tan claro cuál era. “Deberías irte a casa antes de que esto llegue a más”, me decía a mí mismo. Instantes después las mismas palabras fueron pronunciadas por mi madre, que llamó preocupada al no ver el coche en el garaje. La pobre se pensó que estaría dándome un baño en la piscina o sentado en algún rincón del jardín. Pero no, mi lujuriosa mente me había llevado a la habitación de un hotel con un niñato con piercings que me esperaba en calzoncillos.

Sin pensarlo, volví para la 212 y Vitín me recibió de la misma guisa.

-¡Qué rapidez! – dijo extrañado.

-¿Cómo? – contesté yo aún más extrañado. “O sea que el capullo este se pensaba que iba a volver”. - Si es que soy gilipollas – murmuré a la vez que volvía a arrepentirme de mis actos.

-Si es que te acabo de enviar el mensaje. ¿Qué estabas, fuera?

-¿Qué mensaje? – le pregunté al tiempo que sacaba mi móvil del bolsillo y veía la luz roja: “Lo siento. Me he pasado. No quería decir eso. Vente y hablamos”

Sonreí a un confuso Vitín que parecía no entender de qué iba todo eso. Le pedí un segundo y le envié un mensaje a mi madre diciéndole que no se preocupara, pero que volvería al día siguiente, y que me quedaría en casa de alguien.

-Bueno, ¿qué te pasa? – continuó.

-He discutido con mi padre, Sergio va diciendo por ahí que nos hemos acostado y se ve que a Paco le ha dado un ataque de ansiedad.

-¿Te has liado con Sergio el vigilante? – preguntó boquiabierto. - ¡Qué envidia me das! ¡Está tremendo!

-Lo sé – confirmé. Lo que no tengo tan claro es qué gana contándolo por ahí. A ver con qué cara vuelvo yo por la empresa…

-Es un capullo, se le ve a la legua. ¿Y lo de Paco? ¿Qué ha pasado?

-No lo sé, me lo ha dicho mi padre hace un rato.

-Pero no entiendo por qué te preocupa lo de Paco…

-Mmm, no sé – mentí. Esta mañana le vi tan bien cuando mirábamos coches.

-Me imagino que será por la presión de saber que será el sucesor de tu padre.

-¿Ah sí? No sabía nada.

-Pues eso se rumorea. Paco es genial; es un tío increíble y se merece ese puesto.

Mi ansiedad aumentaba por momentos. Paco no sólo era estupendo y una persona maravillosa. Además se ve que era un crack en el trabajo. Pero yo…parece que lo he estropeado todo. Hasta su carrera profesional. Aunque podría ser cierto lo que decía Vitín. Quizá su crisis fuera provocada por la presión de ser nombrado nuevo director y entonces yo no tendría nada que ver. “¿Le llamo? Mejor que no. No me atrevo.”

-¿En qué piensas, Ángel? – preguntó Vitín desconocedor de toda la historia.

-Eh, nada, nada. ¿Qué tal tú por aquí? – intenté reponerme.

-Pues bien, el hotel no está mal, y además no es muy caro. Lo único, que sólo había una birra en la nevera y ya me la he bebido. ¿Quieres que pida?

-Pues la verdad es que sí. Es un día ideal para emborracharse.

Tras colgar el teléfono para pedir el alcohol que hubiera, Vitín volvió a disculparse y a interesarse por la bronca con mi padre. Le expliqué que el detonante fue que Sergio fuera contando lo nuestro y que le dijeran que nos habían visto salir juntos a él y a mí. Vitín maldijo a más de un conocido cotilla que –según él- habría relatado todo. Sergio resultaba ser un capullo, pero mi nuevo amigo dudaba que lo fuera diciendo por ahí, aunque sí que se lo podría haber contado a algún lenguaraz. Pero bueno, lo cierto es que Sergio era la última de mis preocupaciones.

Continuamos hablando durante un rato, y aunque las dos cervezas no llegaron a emborracharnos, sí que es verdad que se nos subieron un poco. Y entonces pasó lo que tenía que pasar: Vitín y yo acabamos follando aquella noche. No puedo decir que no disfrutara a pesar de todo, pero Sergio había dejado el listón muy alto y a mí me había quitado el calentón que aguantaba durante semanas. Pero de todas formas, la experiencia con Vitín, como digo, no estuvo mal. No resultó ser tan capullo como creía e incluso me sorprendió su afectividad en la cama.

A la mañana siguiente nos levantamos por culpa de su despertador. El pobre tenía que trabajar temprano, así que nos vestimos y tras pagar en la recepción nos despedimos hasta por la tarde. No hubo beso, ni apretón de manos, ni nada. Un simple “luego te llamo” le llevó hacia la salida del hotel y a mí hacia el ascensor para llegar al parking. En ese instante mi teléfono sonó. “Será mi madre”, pensé. Pero no, no conocía el número.

-¿Ángel?

-Sí, soy yo.

-Eres un cabronazo, tío.

-¿Quién eres?

-¿No me reconoces? Soy tu polvo de ayer que andas pregonando por ahí.

-¿Sergio? ¿Pregonando yo? Manda narices que me lo digas tú…que hasta mi padre se enteró.

-¿Cómo dices? – preguntó mi vigilante extrañado. –Yo no he dicho nada, así que tú sabrás cómo se ha enterado.

-Por mí desde luego no, así que no sé de qué vas. Y encima tienes la cara de llamarme. Por cierto, ¿quién te ha dado mi número?

-Eso es lo de menos. Yo te prometo que no he dicho nada. Ayer me llamó mi jefe y me dijo que ya no seguía en la empresa de tu padre sin explicarme por qué. Imagino que tú sabrás algo.

-Te repito que no, y allí no había nadie más…

-¿Pero tú crees que yo voy contando esas cosas? Si además nadie sabía que yo era gay. ¡Y me han mandado a vigilar el parking de un hotelucho de mala muerte por el que no pasa ni Dios!

-Bueno tío, pues no sé. No me voy a repetir. Tengo que colgar que voy a entrar en un ascensor.

Puede que Vitín tuviera razón y Sergio no era de ese tipo de tíos que van contando sus conquistas por ahí por muy bueno que estuviera y por muy machista que fuera su trabajo. Apenas eran las nueve de la mañana y ya estaba desconcertado con otro calentamiento de cabeza. “Me voy a plantear a ir a un psicólogo”, me recomendé. Me monté en el coche y al llegar a la barrera para entregar el ticket mira tú por dónde allí estaba mi guapo vigilante. No pude evitar reírme, aunque no sin un cierto temor por lo que Sergio pudiera hacer ya que pensaba que había sido yo el que lo había largado todo.

-Mira dónde he tenido que dormir por tu culpa – le expliqué medio en broma.

-Y mira tú qué mierda de cuarto tengo por la tuya.

Me bajé del coche y volvimos al mismo tema que habíamos tratado por teléfono. No llegamos a ninguna conclusión, pero al menos parecía claro que ninguno había dicho nada, así que alguien tuvo que vernos. Pero obviamente no nos imaginábamos quién.

-¿Por qué no aparcas el coche y te fumas un cigarro conmigo? – me pidió.

Entramos a un mugriento y oscuro cuartucho con un par de monitores sobre una mesa cutre, una pequeña nevera sucia y un sillón de hierro forrado de un desgastado cuero negro. Desde luego el ambiente era bastante diferente al del día anterior en el cuarto de la empresa de mi padre. Igual que la cara de Sergio, cuyos ojos azules no parecían brillar tanto ni su rostro se iluminaba con su preciosa sonrisa. Eso sí, el uniforme seguía siendo el mismo, así que su hermoso y cuidado cuerpo se dejaba ver tan claro como frente a la máquina de café donde le vi por primera vez. A pesar del deprimente entorno y las extrañas circunstancias, Sergio me seguía pareciendo tremendamente atractivo.

-¿Y qué hacías tú en este hotel? No te pega nada – dijo.

-Ja, ja. ¿Ya estamos con lo de pegar? Recuerda que ayer no diste una.

-Bueno, al final no iba tan desencaminado, ¿no?

Le sonreí al tiempo que decidía si contarle lo de Vitín o no. Pero estaba visto que se acabaría enterando.

-He estado con Vitín. Su padre le echó de casa, yo discutí con el mío y me vine con él.

-¿Y os habéis liado? – me preguntó con cara de asombro mitad afligida mitad condenatoria.

-Me temo que sí – le contesté yo con cierta culpabilidad.

Se hizo el silencio, pero no sabía muy bien por qué. Sergio y yo no éramos nada. Quiero decir, que vale, habíamos follado y fue fantástico, pero al despedirnos no nos dimos ni el teléfono ni ninguno propuso repetir. Desde luego, todo se complicaba por momentos. “¿Haré algo bien esta semana?”

-Entonces no te quedarán fuerzas, ¿no? – reanudó la conversación.

-¿Fuerzas para?

-Para repetir lo de ayer.

-¿Aquí y ahora? – pregunté mientras mi polla se estimulaba.

Parecía que sí: allí y en ese momento. Sergio se acercó hasta besarme en los labios y acariciar mi paquete por encima del pantalón activando mi verga a pesar de estar en un cuchitril en el que podríamos ser pillados en cualquier momento por algún cliente del hotel o algún trabajador. Corrió el raído sillón hasta el rincón más íntimo de la garita e hizo que me sentara. Se desabrochó con ansia el pantalón del uniforme y me regaló una vez más su espectacular pollón que tanto me había hecho disfrutar unas horas antes. Se puso a horcajadas y comencé a degustarla. Su olor y sabor me resultaban familiares, y su forma, aunque no lucía tanto en aquel ambiente, encajó muy bien entre mis labios y mi garganta. Apenas me dio tiempo a detenerme a lamerla con suavidad o centrarme en el glande. Sergio me follaba la boca dejándome poco margen de actuación. Aun así, la sacaba y metía en mis tragaderas mientras mi lengua y mis dientes trataban de disfrutar también de ella.

Sostenía mi cabeza agarrándome del pelo mientras su musculoso cuerpo se balanceaba con pequeños y rápidos movimientos adentrándose en lo más profundo de mi boca. Sentía su polla dura y caliente privándome casi de mi aliento y sin posibilidad de acompañar a mi vigilante en sus gemidos. “Mmm, qué bien la chupas, tío” me animaba de vez en cuando recuperando su perdida y lasciva mirada hasta alcanzar mis ojos que parecerían derretirse ante aquella excitante situación.

Sacó su verga y mi boca emitió un sonoro suspiro. Pero yo seguía queriendo más. Me tendió una mano y le acompañé a un pequeño lavabo que había justo al lado. Aunque se medio guardó su miembro por debajo de la camisa, no podía ocultar su empalmada mientras accedíamos al mugriento y pestilente aseo. Tras cerrar la puerta volvió brusco hacia mis labios que recibieron los suyos con ganas, incrédulos de que aquello volviera a estar pasando. Yo quise centrarme de nuevo en su entrepierna, pero Sergio no me dejó.

-Desnúdate – me ordenó. – Que vamos a ver las estrellas.

Y apenas hube terminado de bajarme el bóxer, Sergio me dio la vuelta, se agachó y comenzó a chuparme el culo sin dilaciones. No pude contener un largo y sonoro gemido por el placer de aquella lengua y por la tremenda excitación que me provocaba pensar en quién se estaba comiendo mi ano. Sentía su lengua humedeciéndolo, su saliva deslizándose y sus dedos intentando abrir un culo que no necesitaría de mucha ayuda pues se mostraría bastante receptivo ante aquel maromo y su tiesa polla.

Volvió a ponerse en pie, arqueó mi cuerpo y acto seguido noté la ardiente punta de su falo queriéndose abrir hueco entre mis nalgas. Al principio fue despacio, pero en cuanto mi agujero se iba adaptando a su forma, Sergio aligeró el ritmo y comenzó a embestirme con ganas como hace unos instantes lo había hecho sobre mi boca. Apoyado sobre el lavabo, sentía como cada milímetro de mi cuerpo se estremecía y cómo cada vello se erizaba al tiempo que Sergio y yo gemíamos al unísono evidenciando aquello de que veríamos las estrellas.

Aunque el día anterior la situación era más cómoda y “limpia” el placer seguía siendo igual de intenso, o incluso más, porque Sergio parecía tener más ganas, o prisas, o lo que fuera. El caso es que sus ágiles acometidas nos sumían a ambos en una plácida situación, advirtiendo su pollón en la parte más insondable de mi ser, y cómo volvía deslizándose hasta casi abandonarme por las paredes de mi ano.

-¡Joder tío! – alcanzaba a decir entre suspiros.

-No pares – le exigía yo entre más suspiros.

Pero no hacía falta exigirle nada. Sergio no tenía intenciones de parar. Me estaba follando bien a gusto, con la clara y esperada intención de no detenerse hasta descargar toda su leche dentro de mí. Notaba sus manos jugando con mis pezones mientras las mías necesitaban seguir apoyadas para aguantar el cada vez más apresurado ritmo del vigilante, olvidándome por completo de mi polla que colgaba desamparada implorando ser ordeñada por tal estado de fogosidad y excitación.

-¿Cómo vas? – me susurró. Estoy a punto, joder.

Yo no dije nada.

– ¡Me voy a correr! – gritó al instante.

Y se la sacó de golpe para dirigirse raudo hasta el lavabo, donde descargó toda su blanca y espesa leche en forma de trallazos que le retorcían mientras buscaba mi boca. Cuando sus espasmos disminuyeron me mordió el labio inferior, lo que provocó que no pudiera reprimirme y comencé a pajearme con ganas, consciente de que debía correrme rápido si quería que Sergio no se hartara de seguir a mi lado, comiéndome la boca, mordiéndome y obsequiándome con su mirada a través de sus ojos azules que habían recobrado su brillo capaz de derretir a cualquiera.

No tardé mucho e imité a Sergio deshaciéndome de la poca leche que había sido capaz de acumular tras las aventuras de las últimas horas. Fue poca sí, pero el placer de aquella corrida volvió a ser grandioso. De nuevo inolvidable y de nuevo increíble. Pero esta vez, y aunque también tenía prisa por volver al trabajo, Sergio me dedicó un poco más de tiempo mientras nos lavábamos, sin despegarse apenas de mis labios que tampoco querían abandonar los suyos. Si pensaba que aquella situación no me podía gustar más me equivocaba. Ese momento de después fue también genial. Diferente, claro a está, a sentir su verga dentro de mí y gemir de placer, pero especial también, no cabe duda.

El momento de la despedida fue también distinto. Ya teníamos nuestros números de teléfono. También teníamos un discreto sitio para otros posibles encuentros. Y, al parecer, ambos teníamos ganas de que los hubiera. Él no lo sé, pero yo me estaba enganchando. Desde luego tenía todos los encantos y atributos para que lo hiciera, por su cuerpo, por sus ojos, por su sonrisa, por su polla, y desde aquel momento, por la ternura de sus últimos besos. Yo en cambio seguía siendo mala gente, y también desde aquel momento aún más, pues pensé en Vitín y en nuestra cita vespertina. Y también pensé en Paco, del que aún no sabía nada. Tendría que llamarle. Y quizá también debería llamar a Vitín. Y seguro que además, querría llamar a Sergio.