Los empleados de mi padre (2)

Su plantilla, mayoritariamente masculina, daba para mucho más

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Y el lunes a primera hora me llamó Paco. Quería que le acompañara – como ya había hecho años antes – a visitar concesionarios para reemplazar su coche. No dudé en aceptar. Por un lado, porque todo lo que tenga que ver con los coches me apasiona. Y por otro, porque Paco me había cautivado desde la conversación que tuvimos el sábado, y además, fantaseaba con él y la experiencia que relató en el parking de la empresa. Le había plantado un beso en los morros y no me partió la cara por ello, y también se había dejado comer la polla por un niñato. Buff, me excitaba y me permitía crearme fantasías e incluso pensar en que tendría alguna posibilidad.

Me presenté en la empresa al rato de su llamada. Saludé en recepción y me dirigí al despacho de mi padre para hacerle una visita. Pasé por el cuarto del café y vi a dos guardias de seguridad que no había visto antes. ¡Estaban tremendos! “Con estos sí que me lo montaba yo en el parking o donde fuera”-pensé. Accedí a la oficina de mi padre interrumpiéndole el solitario al que jugaba en el ordenador. Le conté que me había llamado Paco, le llamó por el teléfono interno para avisarle de mi llegada y me ofrecí a ir a por dos cafés mientras esperaba.

En aquél cuarto seguían los dos maromos de uniforme, altos, fornidos, con unos pantalones tan ajustados que apenas dejaban nada para la imaginación. Saludé y me respondieron algo sorprendidos e inquietos porque no sabían quién era yo y qué narices hacía allí.

-Eh… ¿quién es usted y qué hace aquí? – se atrevió a preguntar uno de ellos.

-Sólo vengo a por unos cafés, estoy de visita.

-Pero esto es un lugar privado – aclaró el otro.

-Lo sé, gracias – declaré yo con cierto aire de provocación.

-A ver chaval, que aquí no puedes estar – amenazó el primero. ¿No lo entiendes?

-Ya os he dicho que estoy de visita – añadí arrogante consciente de que iba siendo hora de aclarar las cosas o se podría liar.

Ambos dejaron sus cafés sobre una mesa y se acercaron hasta la máquina donde me encontraba. Efectivamente parecía que el momento de presentarme había llegado, aunque podría resultar divertido fastidiar un poco.

-Te tenemos que pedir que te marches – continuaron. Este cuarto es para trabajadores.

Sin mediar palabra recogí el segundo café y  salí del cuarto de vuelta al despacho. Al ver que no tomaba dirección a la salida volvieron a increpar y salieron detrás de mí y comenzaron a gritar. Paré en seco y me di la vuelta.

-Soy el hijo del jefe, gracias por preocuparos.

Y en ese momento apareció Paco, vestido con un traje azul y corbata roja que le sentaban de maravilla, proyectando una imagen de ejecutivo serio, pero sexy, decidido, pero encantador. Me saludó tendiéndome la mano y los seguratas se quedaron ya tranquilos. Dieron media vuelta y me fui con Paco a dejarle el café a mi padre. Volvió a recordarle que se tomaría la mañana libre, pero mi padre le concedió todo el día para que viéramos coches con calma. Tras el agradecimiento de Paco y el adiós a mi padre bajamos al parking y partimos hacia la Ciudad del Automóvil.

-¿Qué tal el sábado? – curioseó Paco. ¿Hubo bronca con papá?

-Qué va. Después de que os fuerais me dijo que me llamarías y ya está. No ocurrió más.

-Pues me alegro. Tu padre es un buen tipo y no tiene pinta de que le molesten tus tendencias sexuales. Se tendría que haber enterado de otra manera, pero bueno, Vitín es así de capullo. Seguro que su padre no se ha mostrado tan comprensivo. De hecho, ninguno de los dos ha aparecido hoy por la oficina.

Gastamos el resto de la mañana visitando concesionarios, escuchando todo tipo de siglas y palabras inverosímiles sobre tecnología ultra avanzada y comentando los pros y los contras de cada uno de ellos. Como ya sabía, Paco estaba casado y tenía hijos, así que iba buscando un coche familiar. “Con lo bien que le sentaría a este tío un descapotable biplaza”. Lo cierto es que se le llenaba la boca cada vez que hablaba de su mujer y sus hijos. Era un padrazo, un pedazo de marido y como pocas personas en el mundo se le podrían atribuir cientos de adjetivos de carácter positivo: sensible, bondadoso, agradable, simpático, educado…No sigo, me estaba empezando a sentir mal por fantasear con un tipo como este y si quiera pensar en que podría romper una familia tan perfecta.

-Mi mujer y los niños se han ido a la piscina, así que podemos comer por ahí si quieres y no tienes nada más que hacer.

-Claro hombre. Aún nos quedan coches por ver, que no te veo yo muy decidido.

-Gracias Ángel, eres un encanto. Da gusto pasar el tiempo con gente como tú. ¡Aunque hoy no me estás ayudando nada! ¡Te gustan todos!

-¿Cómo?

-Todos los coches, quiero decir. En qué estarías pensando…

Eso digo yo, en qué estaría pensando. Y ambos nos echamos a reír. A pesar de mi atrevido, impulsivo y desacertado beso, se atrevía a bromear sobre el tema. ¡El encanto era él! Y es verdad que me gustaban todos los coches y no le estaba resultando muy útil, pero también es verdad que si me mantenía así de indeciso sobre la elección, tendríamos que quedar otro día para seguir con la búsqueda y de este modo podría pasar otro día con él. Pero por otro lado, si seguía siendo así de encantador acabaría enamorándome de un hombre felizmente casado que además era empleado de mi padre y manifiestamente heterosexual.

Y así ocurrió. Llegaron las siete de la tarde sin haber sacado nada en claro. Propuso dejarlo por ese día y continuar en otro momento (“¡objetivo conseguido!”)

-Así recojo a la familia de la piscina y salimos a cenar. ¿Te apuntas?

-No, muchas gracias (”faltaría más”) ¿Nos vemos mañana entonces?

-Si no es molestia para ti y tu padre no me despide por pedirle tantas horas…

Así que al día siguiente a la misma hora repetí mis pasos y me planté en la empresa con ojeras de no haber pegado ojo por culpa de mi nueva y seductora fantasía. Por ello, fui directamente a por los cafés antes de reunirme con mi padre. Los guardias se encontraban allí de nuevo y me devolvieron el saludo de mala gana. Me sentí un poco culpable y casi arrepentido por mi actuación del día anterior y les ofrecí un café. Uno de ellos lo rechazó, pero el más joven – aunque algo menos atractivo – aceptó mi invitación. Era el momento idóneo para disculparme, pero obviamente no lo hice: mi vileza hubiera sido entonces en balde. Le entregué el café al guapo vigilante y me despedí. Vitín entró en aquél instante.

-Tú por aquí – dijo con cierta desgana.

-Sí, he quedado con Paco. ¿Mucha bronca el sábado?

-No me hables, de esta Don Víctor me deshereda.

-Ya será para menos – rebatí.

-Con lo pequeñajo que es no sabes cómo se las gasta. Pero bueno, ya te contaré.

“¿A mí por qué?”, pensé yo. No éramos amigos ni nada parecido, así que no tenía por qué contarme nada. Los vigilantes se me adelantaron y acabaron por abandonar el cuarto de café antes que yo.

-No veas la que liaste – continuó.

-¿Yo? ¿Te recuerdo quién empezó a sobarse sin venir a cuento?

-Pero ese grito que diste…

-Bueno, ni tú te reprimiste al tocarte ni yo al decir lo que pensaba.

-Tienes razón, perdona. Yo solito me lo busqué. Supongo que a mi padre se le acabará pasando.

-Claro hombre – le animé, al tiempo que veía cómo sus ojos se volvían más brillantes y su voz se quebraba.

Paco me salvó de nuevo de aquella embarazosa situación y continuamos con nuestra tarea de encontrarle coche.

-Estás muy callado – percibió.

-Vitín me ha dejado algo preocupado, casi se me echa a llorar.

-No te culpes, Ángel. Fue culpa suya.

-No puedo evitarlo.

-Si es que eres un buenazo – añadió.

-Mira quién fue a hablar – le repliqué.

-¿Por? – respondió extrañado.

-Porque sí, ¿o acaso es mentira? Cualquier otro me hubiera partido la cara cuando te besé el sábado.

-No sigas por ahí, Ángel, en serio.

-¿Te incomoda?

-La verdad es que sí. No quiero confundirte en absoluto. Te salió así y ya está. Puedo llegar a entenderlo. Pero no se repetirá nunca más. Eres buen chaval, y sé que si te lo propusieras podrías encandilarme, y hasta quizá yo pueda llegar a sentirme algo atraído porque te repito que eres un encanto. Pero adoro a mi mujer desde hace muchos años y casi como el primer día y jamás la engañaría ni me engañaría a mí mismo.

-¿No te estás engañando al reconocerme que podrías llegar a sentir algo por mí?

-No dejaré que eso ocurra. Mírate, estaría como lo estás tú ahora. ¿Me equivoco? Y no es nada agradable, ¿verdad?

-Me estás rompiendo el corazón, Paco.

-No seas injusto, Ángel. Creo que no me lo merezco. Te estoy siendo sincero y anticipándome antes de que esto pueda llegar a más. Y no quieres que eso ocurra, porque sé que eres buena persona y me respetas, y respetas a mi mujer y a mis hijos. Por eso lo mejor es que nos olvidemos de esto por un tiempo. Creo me decidiré por el Opel, me gusta bastante, así que podemos parar de ver más coches y volver al curro. Y si sientes lástima por Vitín, lo mejor es que hables con él. Te aseguro que te sentirás mucho mejor.

Subimos juntos en el ascensor desde el parking sin articular palabra. Paco me miraba con cierta mezcla de aflicción y avenencia  y yo entendí que no podía hacerle eso a la mejor persona que había conocido hasta la fecha. Le pedí disculpas por mi actuación y le dediqué una sonrisa que correspondió condescendiente a pesar de sentirme hundido y la peor persona del mundo. Pero su decisión de anticiparse fue acertada y alcancé a comprender que fue lo mejor y que las cosas se podrían haber complicado demasiado y haber perjudicado a demasiadas personas. Se despidió explicándome que se quedaría a adelantar curro y que me avisaría cuando tomara una decisión sobre el coche y por supuesto para enseñármelo cuando se lo entregaran.

Era casi la hora de comer, así que aunque no se me habría quedado muy buena cara decidí quedarme a almorzar con mi padre. Pero al llegar a su despacho vi que no estaba. La secretaria me aclaró que había salido a una comida de negocios y que regresaría tarde. Volví sobre mis pasos pensando en qué podría hacer porque no me apetecía en absoluto meterme en casa a darle vueltas a la cabeza.

-¡Vaya cara! – exclamó Víctor casi chocándose conmigo. Estás como otro que yo me sé…

-Ah, hola. Sí, iba pensando en mis cosas.

-Esta juventud – refunfuñaba – no nos dais más que disgustos. A saber qué estará haciendo ahora el otro. Le dijo a su madre esta mañana que se iba a buscar piso y le he visto toda la jornada por ahí holgazaneando.

-¿Le has echado de casa?

-Es mejor así. No quiero saber nada de sus vicios.

-No sabía que aún quedaban personas como tú, Víctor.

-No me des lecciones, chaval. Así ese maricón aprenderá. Y tu padre debería hacer lo mismo y no consentirte tanto.

-Gracias a Dios mi padre no es como tú. Adiós.

Aunque en cierto modo pueda llegar a entenderlo, por su edad, por su falta de formación o cultura, me resultaba, como dije, muy extraño encontrarme con una persona así. No reflexionaré sobre cómo en pleno siglo XXI quedaban personas con esa mentalidad. Agradecí tener al padre que tengo y me compadecí del pobre Vitín. Al fin y al cabo, él no tenía la culpa de todo.

Volví al cuarto de café. Necesitaba beber algo con urgencia. Extraje una botella de agua y me senté un rato para asimilar todo. Uno de  los vigilantes se dejó ver de nuevo.

-Tu padre ha salido – me informó.

-Lo sé, gracias. Ya me voy.

-No te lo decía para que te fueras hombre – aclaró.

Alcé la mirada y el segurata menos guapo, aunque igual de apetecible, me dedicaba una sonrisa.

-¿Te encuentras bien?

-Eh, sí, sí. Gracias. No sabía que mi padre tenía comida y estaba pensando qué hacer.

-Es mi hora de comer, así que si quieres acompañarme…

-No, muchas gracias. Que aproveche.

-Venga, que los sándwiches de la máquina no están tan mal.

-¿Y tu compi?

-Se acaba de marchar. Tiene la tarde libre. ¿De pollo te parece bien?

-Je, je. Vale, venga. Déjame invitarte a la bebida por lo menos. ¿No hay cerveza?

-Ja, ja, ja – Se echó a reír. Coca Light, porfa. ¡Que estamos en una oficina!

Me dirigió al cuarto de seguridad, donde solían comer y descansar en su hora libre. No era muy grande, pero había espacio suficiente para un varias taquillas, un sofá, una televisión y una mesa con un par de sillas. Además, contaba con un pequeño baño con ducha y todo.

-Qué bien os cuidan – añadí – mientras señalaba con una mano la zona del sofá y la tele.

-No nos podemos quejar. Bueno, y ¿cómo que tú no trabajas aquí siendo el hijo del jefe?

-No me va este negocio.

-¿Y qué te va? – seguía a la vez que se despojaba de sus grandes botas.

“Ay si yo te contara lo que me va…” Mis preocupaciones de hace un rato se quedaron aparcadas para poder disfrutar del momento que el vigilante me brindaba. En realidad fui más allá, pues mi pensamiento activaba otra parte menos afligida y más sugestiva de mi cerebro.

-Seguro que eres artista o algo de eso. Te pega – continuó mientras le daba grandes mordiscos a uno de los sándwiches.

No pude evitar echarme a reír. Nunca me había planteado que tuviera pinta de artista. Le expliqué a lo que me dedicaba mientras Sergio terminaba de comer y me escuchaba con un aparente interés.

-¿Se puede fumar aquí? – pregunté.

-Nosotros no podemos, pero tú eres el hijo del jefe, así que haz lo que quieras.

-No hombre, si no se puede, no se puede. No soy yo quién para saltarme las reglas. Bueno, pues me voy fuera, así te dejo que descanses un rato. Gracias por la comida y el buen rato.

-Vaya excusa. Te vas porque no puedes aguantar sin fumar, je, je.

-Para nada, en serio. Pero pensé que querrías descansar antes de volver al curro.

-Bueno, pero puedo descansar mientras charlo contigo.

Y nos sentamos en el sofá a seguir conversando. Sergio era algo más joven que yo. Rubio, de ojos azules, tenía cierta pinta de chulo o quizá creído, aunque menos que su compañero con quien le había visto en las otras ocasiones, más alto, guapo y cachas, todo hay que decirlo. Pero Sergio seguro que era consciente de su atractivo, así como del poder que algunos uniformes tienen para hechizar a las chicas. O a los chicos, como es el caso. Y más si lo que se intuye debajo de ellos resulta tan deseable como dejaban ver sus pantalones ajustados marcando un culo prieto y en según qué posturas un buen paquete.

Intentó ponerse aún más cómodo aupando los pies sobre el sofá e intentando estirarse lo poco que le permitía el hueco que yo le dejaba.

-¿Seguro que no quieres echarte un rato? – insistí.

-No hombre, para un día que puedo disfrutar de un rato de palique.

-¿Y con tu compañero?

-Buah, él sólo habla de pibas, del gym y de lo mal que nos pagan.

-Pues tú tienes pinta de que te gusta el gym.

-Sí, pero eso no significa que tenga que estar todo el día hablando de él.

-Pues a mí me aburre.

-¿Hablar del gym?

-Bueno, en realidad ir al gimnasio es lo que me causa aburrimiento, así que no voy, y por lo tanto, no puedo hablar de él. En cuanto  a lo que me pagan, no me quejo. Y de las tías paso.

-Sí, eso se comenta por aquí.

-¿Cómo dices?

-Ayer se difundió el rumor de que el Vitín y tú estáis liados.

-Qué fuerte. De lo que es capaz la gente.

-¿Entonces no es verdad?

-Bueno, eso a ti ni te va ni te viene, ¿no crees?

-Es cierto, lo siento. Fui un poco cotilla. La verdad es que no pegáis mucho.

-Ja, ja, ja. Ya estamos con lo de pegar o no pegar. Te recuerdo que antes no acertaste.

-¿Y ahora tampoco?

-Tampoco. ¿Por qué no pegamos?

-No sé. Tú tienes pinta de niño bien, y él de macarra de barrio con ese pelo de punta y esos piercings.

-¿Y quién me pega entonces? ¿Alguien como tú?

-Tal vez.

-Habría que verte sin ese uniforme – bromeaba.

-¿Me estás pidiendo que me desnude? ¡Qué atrevido! Ja, ja, ja.

-Me refería con ropa de calle y fuera de aquí joer.

-Oh, qué desilusión.

Entre tanta broma y coqueteo, yo me estaba empezando a calentar un poco. Desde luego que la situación invitaba a ello. Un pedazo de maromo sentado a mi lado en un cuarto al que nadie debía entrar tonteando sobre denudarse y tíos que nos pegan…Sergio debía pensar lo mismo y él podía disimularlo menos, pues como decía, su pantalón no daba mucho margen.

-No tío, si te hace ilusión desnúdate y podré opinar mejor.

-Y a ti, ¿te hará ilusión?

-Eso dependerá de lo que me encuentre cuando lo hagas…

Entonces el guardia de seguridad se levantó y comenzó a deshacerse de su ropa. Primero la camisa, que colocó con cuidado sobre una silla, y dejando ver un pecho firme y unas abdominales definidas, aunque nada exageradas. Continuó con el cinturón negro, que dejó colgando en el pantalón, con el que tardó más en decidirse. Sonriente, no alargó más mi agonía y los deslizó con cuidado. Efectivamente, su polla había reaccionado  a la provocación, intuyéndose morcillona por debajo del calzoncillo.

-¿Y bien? ¿Te ha hecho ilusión?

-¿Ya has acabado?

-Ayúdame tú en algo, ¿no?

Estaba claro. El chico pedía guerra. Y yo no rehusé a dársela, así que dirigí mi mano hacia su paquete, que acaricié suavemente por encima del slip que esperaba a que yo le quitara. Ayudándome de la segunda mano y mirando expectante para ver lo que me encontraba le desposeí del último atisbo de pudor.

La situación no podía ser más excitante. Tenía a un fornido maromo de ojos azules con un buen pollón completamente empalmado de pie delante de mí. No había lugar a dudas. Sabía lo que ahora “pegaba”. Alcancé la punta de su cipote con mi ávida lengua notando su glande caliente, húmedo y enormemente sabroso. Si el momento o el tío perfectos no existen, desde luego aquellos eran los más parecidos que jamás iba a encontrar.

-Sí, tío- gemía él mientras me agarraba la cabeza con una de sus manos. –Chúpamela.

Obviamente yo no contesté. Mi boca estaba lo suficientemente ocupada como para articular palabra alguna. Mi lengua seguía recorriendo cada centímetro de la polla de Sergio. Suave y paciente se deslizaba desde su capullo hasta rozar el vello que la rodeaba y que intentaba esconder unos huevos que no lograrían escaparse a mi intruso músculo. De esta manera, me los metí en la boca al compás de un gran gemido que dejó escapar el vigilante que penetró en mis oídos como el intenso sabor y olor lo hacían a través de mi garganta y mis fosas nasales. Un sabor ciertamente indescriptible, pero increíblemente sabroso. Y un olor mezcla de sudor y restos de lo que quiera Dios había dejado escapar aquél pollón durante el resto del día.

Yo seguía de rodillas disfrutando seguro más que el guarda. Mamadas fijo que le habían hecho muchas, pero a tíos como éste yo no se la había chupado jamás. Así que a pesar de que no teníamos mucho tiempo, yo me relajé y seguí trabajándole la verga y los huevos con toda mi boca y todas mis ganas. Sergio alzó una pierna y la apoyó sobre el sofá, quedándose incluso en una postura aún más sexy. Sus sollozos seguían sincronizados con mis lamidas que aligeraban el ritmo cada vez más, ordeñando con viveza, sintiendo toda su dureza, notando la punta en lo profundo de la garganta y su compacto vello acariciando mi rostro al tiempo que la dejaba durante un instante allí clavada hasta casi quedarme sin respiración.

-Oh síiiii – repetía él. ¡Qué bueno!

Sí que estaba bueno, sí. Tanto como su polla que no desfallecía. Mis rodillas sí que comenzaban a flaquear soportando el duro suelo. Decidí levantarme y ver de qué más éramos capaces. Abandoné su miembro y me apresuré a que su boca me recibiera. Lo hizo con una pasión enérgica, casi violenta, acercando y alejando sus labios de los míos como conducidos por impulsos, sin detenerse en un típico morreo. “¿Pero podía haber algo más excitante?”

-Voy a follarte.

Pues sí que lo había. Sergio me empujó contra el sofá arrebatándome con fuerza el pantalón y mi ropa interior dejando ver mi estimulada y erecta polla. El segurata casi ni se fijó, pues se centró en dilatar mi culo para que recibiera su falo sin tardanza. “Pero si no hace falta, hijo”, pensé yo, enviando toda mi energía a mi ano para que absorbiera el pollón como lo había hecho mi boca unos segundos antes. Se estremeció al recibir la punta, pero rápido pareció hacerme caso y Sergio comenzó a penetrarme por el culo. No negaré que al principio doliera. Ni que hubo un momento en el que el dolor y el placer se confundían mientras la verga de Sergio se hundía despacio hasta lo más hondo de mis entrañas. Y hasta que cualquier resquicio de suplicio se esfumara y sólo el goce se apoderara de mi figura y erizara cada milímetro de mi cuerpo.

Sergio disfrutaba o al menos eso daban a entender sus continuos gemidos, aunque él lo hacía de una manera más mecánica. Quizá esto no resultaba tan especial para él. Sin embargo, sus embestidas, su férrea y caliente polla dentro de mí sí que se me hacían especiales. Lo mismo que las vistas que me permitían sus fuertes brazos hasta alcanzar su torso firme, casi de película, su pelo rubio de anuncio de champú, sus increíbles ojos azules o sus carnosos labios que los míos no alcanzaban, pero que hubieran deseado estar besando y mordiendo durante el tiempo que duraban las arremetidas, filtrando los suspiros que Sergio trataba de atenuar.

Pero el último y más sonoro no pudo mitigarse, anunciando que se corría y dando casi por terminado aquel momento tan quimérico. Y digo casi, porque aún me quedaba por disfrutar el tacto denso y cálido de su leche sobre mi vientre que se había precipitado a través de sendos trallazos derramando algunos lefazos sobre mi polla aún dura, que aunque no había desempeñado ningún papel, no volvería a alcanzar tal fogosidad en mucho tiempo.

-¿Y tú qué? ¿No te corres?- me preguntó el vigilante casi sin habla, entre los tardíos espasmos y permaneciendo flexionado encima de mí para poco después dejarse caer y besarme ahora de una forma menos brusca que antes. Notaba su cuerpo sudoroso sobre el mío y mi verga rozaba su pétreo vientre. Al ver que el beso se alargaba comencé a contonearme y restregarla contra él, cosa que no pareció importarle. Estaba a punto de explotar y no necesitaría mucho restregón para quedarme igual de relajado que Sergio. Se apartó un poco y me ayudó con su mano. Comenzó a pajearme y yo a estremecerme.

-Ahh, sí. Sigue.

Me hizo caso y continuó sin que sus labios abandonaran los míos entre alguna que otra sonrisa hasta que le aparté la mano para dejar salir mi leche. Mi gemido pasó más desapercibido y se hundió en su garganta que aún se comunicaba con la mía. Sin embargo, mi esperma no tuvo tanto control, y lo noté en mi barriga y Sergio sobre su pecho, que se acarició despacio  y esparció con su mano a modo de colofón.

El tiempo apremiaba así que nos fuimos para el baño y nos duchamos. Sergio lo hizo primero mientras yo seguía contemplándole desde la puerta casi pasmado y asombrado de cómo el día había prosperado desde el amargo momento con Paco en el coche o la triste imagen de un afligido Vitín hasta encontrarme con un adonis dándose una ducha tras haberme follado y haberme ofrecido todo su magnífico cuerpo. Cuando yo terminé de lavarme, Sergio ya estaba vestido y listo para salir a vigilar.

-Ya nos veremos por aquí – se despidió.

Me puse la ropa y abandoné el cuarto de vigilantes con idea de irme ya para casa. Mientras esperaba el ascensor, Vitín apareció y me preguntó que qué seguía haciendo allí si mi padre no estaba. Le mentí con una excusa que pareció creer.

-¿Ya te vas? – le pregunté yo tratando de ser simpático.

-Sí, voy a buscar piso, o casa o una habitación…

-Ya me dijo tu padre – le interrumpí.

-No me extraña. Ya todo el mundo sabe todo – reconoció resignado y dolido.

-¿Quieres que te acompañe? – me ofrecí.

Aceptó con sorpresa. Casi tanta como la que tenía yo por haberme ofrecido a ir con un tío que no me caía bien, no me atraía en absoluto, pero por el que sentía algo de pena por culpa de sus abatidos y desencantados ojos verdes, ensombrecidos por su pelo engominado y su piercing en la ceja. Desde luego una imagen muy distinta a la contemplada hacía sólo unos instantes.